Empieza a girar por los festivales internacionales y lo hace con éxito esta ópera prima de Emiliano Torres que se estrena en Buenos Aires el próximo 6 de octubre. La película acaba de obtener el premio especial del jurado ex aequeo y el premio a la mejor fotografía a Ramiro Civita en el Festival Internacional de San Sebastián. Filmado en la zona sur de la de la precordillera occidental, en la Provincia de Santa Cruz, en un paraje de difícil acceso El invierno compite en estos días en la sección oficial del Festival de Biarritz y y el de Zurich con gran expectativa. Lo atractivo de El invierno es claro: consiste en ensanchar la pantalla a través de la explotación visual de ese espacio inabarcable que materializan los planos panorámicos de la Patagonia. A la antigua batalla del hombre que debe adaptarse a la naturaleza se le suma la lucha de estos trabajadores solitarios contra la injusticia de esas estancias ovinas y el contrato de trabajos golondrinas precarios. Carlos Echeverrìa, en el documental Querida Mara, cartas de un viaje por la Patagonia, bien marcaba esa contradicción entre la belleza del paisaje y la paradoja de la explotación, la pobreza, la injusticia, la soledad, las separaciones y los abandonos. Lo hacìa desde el documental pero bien podrìa sumarse a esta mirada que plantea Emiliano Torres en El invierno. Jara se queda como cuidador de un complejo de esquilado, en el tiempo de la historia transcurre un año entero. Allí llegan, cuando comienza el verano, hombres contratados desde distintos lugares del país. El joven va a suplantar al viejo casero quien pasó prácticamente su vida allí y que es despedido de un día al otro. Es un ciclo de vida el que espeja a estos dos personajes de tal modo que lo narrativo entrama sus vidas en un antes y un despuès en necesidades y abandonos similares. Tal como sucede en lo material, en lo diegètico, es decir aquello que no se dice y se supone, la película es sólida y efectiva, manipula el conflicto y la amenaza, sostiene el interés en un film que es tan árido, por sus elipsis o sus faltas de diálogo, como el paisaje que describe. Este hombre está demasiado solo y expuesto a esas injusticias libres de luchas sociales o sindicales. En la soledad de los vientos patagónicos eso parece no existir. Hay un estado de pre-ley que la acerca al western más clásico. El hombre y su perro, su caballo y su rifle. Todo lo que está afuera, amenaza un trabajo que hay que defender a uñas y dientes. Tanto en su referencia al género como a esa lucha solitaria, la película de Torres no supone una crítica al sistema, sino una resignada situación de constante recomienzo, hasta que el extranjero se haga cargo de ese campo e inicie un emprendimiento para turistas.
Industria y ganadería Cada año, un nuevo grupo de trabajadores temporales llega a una estancia en la Patagonia, en el sur de Argentina (una zona árida y alejada), para esquilar ovejas y hacer tareas en un campo a cargo de un severo hombre mayor, que la cuida como si fuera suya. El trabajo es duro y la recompensa escasa, pero de todos los rincones del país llegan los peones, abandonando a sus familias por una changa en un galpón insalubre, activos de cinco de la mañana a cinco de la tarde, sin descanso. En tanto, una pareja francesa recorre la estancia con intenciones de comprarla, y uno de los hombres, Jara (Christian Salguero), se destaca del resto y es apuntado para reemplazar al actual capataz, Evans (Alejandro Sieveking), al que los administradores de la estancia consideran demasiado viejo, rígido y un poco loco para continuar dirigiendo el establecimiento. Jara, un changador correntino que ha ocultado la existencia de su esposa e hijo a todo el mundo, descubrirá al quedarse solo que el invierno en la Patagonia puede ser más crudo de lo que creía y que no está solo en esa estancia perdida. Por su parte, Evans va a visitar a su hija y a su nieto para buscar reiniciar su camino después de recibir su compensación por una vida de arduo trabajo eremita encerrado solo durante incontables inviernos. En este paisaje agreste y yermo es insoslayable la apertura visual de la fotografía de Ramiro Civita (Whisky Romeo Zulu, 2004) para abrir los horizontes hacía una desolación infinita que abruma y perturba a la vez. El realizador Emiliano Torres crea un ambiente abierto hacia la perspectiva pero al mismo tiempo estrecho y terriblemente claustrofóbico, jugando una dialéctica peligrosa con los confines de la distancia real y los trayectos de la percepción, buscando generar con la imagen lo mismo que el inclemente invierno produce sobre los protagonistas. Las actuaciones de Alejandro Sieveking y Cristian Salguero son extraordinarias, construyendo a dos personajes contrapuestos que se dirigen a un enfrentamiento imitando las estructuras de los westerns clásicos. Emiliano Torres es el responsable de esta perfecta confrontación de caracteres que implica la transición de una época a otra, en la que podemos encontrar el fin del trabajo permanente, la flexibilización y la estafa sobre al trabajador, entre algunas de las características sobre las que el nuevo capitalismo va estableciendo sus parámetros y sus nuevas reglas de juego sin que los implicados puedan comprender la imagen completa de los cambios. El Invierno es así un desolador film de carácter sociológico sobre la supervivencia y la lucha del hombre contra el hombre y contra sí mismo, que funciona como una metáfora visceral sobre las consecuencias de nuestra cultura capitalista, de las decisiones políticas y de la falta de oportunidades laborales en una época y en un lugar donde la ley del dinero y del más fuerte se imponen sin preámbulos de ningún tipo.
El invierno interior La película El invierno (2016) acaba de ganar dos premios en el 64 San Sebastián que son claramente consecuentes con aquello que el film plantea. El primero es el premio del jurado ex aequo, y la película tiene el riesgo formal propio del cine de autor de ensayo aunque incorpore procedimientos del western. El segundo premio fue al director de fotografía, Ramiro Civita, encargado de iluminar ese gran personaje del film que no es ninguno de los dos protagonistas: el paisaje desolado de la Patagonia Argentina. La historia plantea la circular rutina de los trabajadores rurales dedicados a esquilar ovejas. Un trabajo duro que forja el carácter de las personas que lo realizan en ese clima adverso del sur de la Argentina. En ese mundo se encuentra un viejo y solitario capataz (Alejandro Sieveking) adaptado a rutinas y hostilidades que un buen día es marginado de su cargo por su avanzada edad. El hombre no encuentra sentido a su vida fuera de ese universo. Es reemplazado por un joven peón (Cristian Salguero) que toma su puesto, y vemos poco a poco cómo su temperamento se pone a prueba hasta adquirir los rasgos del viejo patrón. Pero no estamos ante una película meramente descriptiva, porque como si se tratara de un western patagónico, las desgracias y miserias de cada uno los van aislando hasta dejarlos uno frente a otro en una batalla por la supervivencia envueltos en ese territorio que los transforma en seres salvajes. En la ópera prima de Emiliano Torres (prolifero asistente de dirección) hay mucho cine sobrevolando las imágenes. El director sabe cómo articular su estructura narrativa para darnos un discurso acerca de la condición humana y, a la vez, utilizar recursos genéricos para tomar al western como medio expresivo ante un duelo por la supervivencia del más apto. Para captar la esencia del western hay que conocerla, poder despojarla de los lineamientos civilizatorios del cine clásico y enfrentarlos a la subversión anárquica del spaghuetti. En ese cruce surge lo autónomo, lo propiamente local del sur de la Patagonia. Con personajes que no hablan pero dicen con su rostro infinidad de cosas asociadas a la injusticia, el maltrato y la resistencia. La procesión por dentro provoca la implosión siempre latente contrastada con el paisaje inabarcable de dueños extranjeros ausentes, que dejan sus campos olvidados por Dios a merced de los lobos. El invierno es una película inteligente, de las que construyen desde elementos mínimos y van incorporando densidad mediante capas de significado. En ellas se pueden hacer varias lecturas asociadas al hombre en su relación con el espacio y con el tiempo. Lo local se fusiona con lo universal de la propuesta, partiendo de una historia particular que trasciende el ámbito en el que se desarrolla. Si tenemos en cuenta que el cine es espacio y tiempo, podemos entender el manejo de Torres de ambos aspectos, dando una obra certera, que se percibe en las entrañas de su existencialismo pero con la parquedad de los hombres secos, áridos y hostiles, como el mismo paisaje que los contiene.
Duelo en la nieve La opresión y el agobio no necesariamente son una causa directa de un espacio cerrado. Por el contrario, a veces la desolación se percibe con mucha más intensidad en grandes extensiones o geografías hostiles como la que encierra a estos personajes en la ópera prima de Emiliano Torres, El invierno (2016). Y así, la rápida referencia al western desde los elementos genéricos que van desarrollándose en una trama mínima, que marca el enfrentamiento generacional por un lado, y por otro el de la sencilla supervivencia en un ámbito de precariedad laboral, deja en claro la capacidad del director para amalgamar, con muy pocos elementos, una trama que crece en intensidad y ubica al paisaje hostil como un personaje a tener en cuenta.
Flamante ganadora de sendas estatuillas en San Sebastián (Mejor Fotografía y Premio Especial del Jurado) y Biarritz (Mejor Actor y Crítica) , el debut de Emiliano Torres traza un fresco sobre el costado menos amable de la Patagonia argentina, aquel que no figura en los folletos turísticos, y donde el viento, la aridez, la desolación y la hostilidad son amos y señores.
‘Winter is coming’ is a fact-based menace in Emiliano Torres’ award-winning film POINTS: 8 “In the northwest of Santa Cruz, the part of Patagonia where the story is set, every daily activity is an ordeal. Travelling, getting food or fuel, communications, they’re all acts of survival. I find that interesting because it all becomes very simple, essential, and almost primitive. At the same time, the rural workers in Patagonia go there in search of a better future or they are simply running away from something,” says Argentine filmmaker Emiliano Torres. His more than promising debut feature El invierno (“The Winter”) won the Special Jury Prize and Silver Shell for Best Cinematography at the recent San Sebastián Film Festival, and Best Actor for veteran Alejandro Sieveking and the French Critics’ Award at Biarritz. A story of survivors, Torres’ El invierno is about the fate of two men who cross paths — but not in the best of ways. First, you have Evans (Alejandro Sieveking), an old foreman on a Patagonian ranch who welcomes a group of workers for the shearing season; a scenario that’s the same year after year. But this time, at the end of the season, the man is sacked from his job and replaced by Jara (Cristian Salguero), a young ranch hand from the north. Needless to say, the change won’t be easy for either of them. The old foreman is at odds with a life with nothing to do and no place to belong to, whereas the young ranch hand has a hard time adapting to his new tasks. And they both will have to survive the coming winter. Far from conveying a bucolic image of Patagonia filled with penguins, lagoons, and whales — you know, the sort of thing you see in glossy brochures — nature in El invierno is as ominous as it is menacing. Not only because of the ever inclement weather, but because here nature is seen in strict relation to the appalling conditions that rural seasonal workers are subjected to. The work itself is harsh and underpaid, and on top of that you have an environment that makes it all the more unbearable. A remarkable asset in El invierno is that Torres never overstates his points. He exposes the aridness of the work when strictly required and in a matter-of-fact manner. He doesn’t do so through the prism of melodrama or agit-prop, just like he doesn’t demonize the bosses and owners of the ranch houses. As individuals, they’re not really to blame because they are parts of an agricultural model for a country and its politics. In this sense, El invierno is as far from overtly political cinema as it could possibly be. Another gripping trait is the realistic approach, both in contents and in cinematic form. While eschewing extreme gritty realism and yet never falling into precious formalism, the cinematography renders Patagonia through a documentary-like eye of outmost precision. Some images are actually breathtaking but not because of their inherent beauty — these are not postcards, after all — but instead because of their dramatic and emotional impact. The characters and what happens to them dominate the scenario and not the other way around. It’s very rare for a novel filmmaker not to fall into the temptation of depicting such gorgeous landscapes with all sorts of stylistic flourishes, but Torres knows better than that and rightfully goes for the essence of things. So first and foremost what you have are two lead characters who, with economy of actions and even less dialogue, are nonetheless rather nuanced. There’s a backstory for each, which significantly adds to their persona, and yet it is barely exposed rather than fully developed in order to avoid unnecessary narrative digressions. It goes without saying that none of these withdrawn characters would have come across as they do hadn’t they been played by such assured actors. In tune with the overall approach, the performances by Sieveking and Salguero are devoid of mannerism, and so seek to render acting invisible. Even when such effect is not always achieved, the overall result is quite compelling. For the most part, you believe them without any hesitations. It’s also true that very occasionally El invierno may be a bit too leisurely-paced. But don’t get me wrong, it’s not that its tempo itself is slow, but instead that the contemplative stance expected from viewers is not always fed enough substance. However, such a minor misstep is compensated by so many other things executed with commendable precision. Production notes El invierno (“The Winter”, Argentina/France, 2016). Directed by Emiliano Torres. Written by Emiliano Torres, Marcelo Chaparro. With Alejandro Sieveking, Cristian Salguero, Adrián Fondari, Pablo Cedrón, Mara Bestelli. Cinematography: Ramiro Civita. Editing: Alejandro Brodersohn. Running time: 93 minutes. @pablsuarez
-Tras un breve pero muy exitoso recorrido por festivales internacionales (viene de ganar el Premio Especial del Jurado y el de fotografía para Ramiro Civita en San Sebastián; y los de Mejor Actor para el chileno Alejandro Sieveking y de la crítica francesa en Biarritz), se estrena en 23 salas una de las óperas primas argentinas más convincentes de los últimos tiempos. Mezcla de drama rural con ínfulas documentalistas, western moderno y ensayo sobre las diferencias generacionales y de clase, se trata de un film riguroso, subyugante y descarnado a la vez. Muchas películas se han filmado en la Patagonia, pero pocas han logrado transmitir la sensación de desolación y desamparo como Emiliano Torres en El invierno. Tras una extensa trayectoria como asistente de dirección de, entre otros, Marco Bechis, Daniel Burman, Enrique Piñeyro y Albertina Carri, Torres incursionó en la realización con una película bella, austera y desgarradora a la vez que lo muestra como un cineasta de una solidez y una madurez infrecuente para un debutante. La trama tiene como eje a dos personajes: Evans (el chileno Alejandro Sieveking, visto en El Club, de Pablo Larraín) es el viejo capataz de una estancia de Santa Cruz dedicada a la esquila de ovejas. Hasta allí llega Jara (Cristian Salguero, toda una revelación), un joven del norte que se muestra mucho más dúctil, inteligente y avispado que el resto de la peonada. Entre ambos se va creando una relación que va de la curiosidad a la fascinación y de la sospecha a la tensión. Cuando el encargado del lugar (el siempre convincente Pablo Cedrón) le informa a Evans que los dueños prescindirán de sus servicios y luego le ofrecen ese lugar a Jara, ese resquemor entre ambos se transformará en algo más que una amenaza latente. El invierno tiene un conflicto básico, pero múltiples subtramas y subtemas trabajados sin subrayados. Es una película con varias capas y distintos niveles de lecturas. Nada es del todo evidente ni se da por sentado y eso enriquece las interpretaciones. En el film se exponen desde las contradicciones generacionales hasta la explotación de los trabajadores rurales, el aislamiento del sur profundo con mucho alcohol, prostitución y violencia contenida (hasta que explota), las diferencias de clases y la irrupción del capitalismo salvaje (inversores locales y extranjeros) que pueden cambiar el rumbo del lugar y de su gente sin ningún tipo de contemplaciones. En ese sentido, la película es brutal tanto en la forma como en el contenido. Torres logra cohesionar el trabajo de intérpretes de vasta trayectoria con otros no actores y regala en colaboración con el director de fotografía Ramiro Civita (Garage Olimpo, Tornando a casa, El abrazo partido, La ragazza del lago) fascinantes imágenes de una belleza nunca ostentosa registradas en El Chaltén, El Calafate y Río Gallegos (el clima inhóspito, las planicies y montañas nevadas son parte fundamental, un “personaje” más de la narración) y que en varios pasajes remiten al western (la trama también tiene elementos ligados a ese género). Hay además una sabia construcción del suspenso con Jara intentando sobrevivir sólo frente a los peligros y amenazas del afuera hasta que llegue la primavera. Rigurosa, por momentos árida como la geografía del lugar, El invierno es una película construida con inteligencia, convicción y talento que nos transporta a un mundo con reglas propias, casi al margen de estos tiempos modernos. Es un viaje a lo desconocido que vale la pena transitar y conocer.
SOLO SE TRATA DE SOBREVIVIR Viene precedida de elogios y premios en San Sebastián Y Biarritz. Todo merecido. Es que el primer largometraje de ficción de Emiliano Torres, de larga trayectoria como guionista y asistente de dirección en film nacionales e internacionales, sorprende por su sencillez y profundidad. Con una historia de pocos datos, una estancia que se dedica a la explotación de la lana, donde despiden al encargado porque esta “viejo” y lo reemplazan por un peón que sobresale un poco del montón. Con buenos trabajos de Alejandro Sieveling y Cristian Salcedo Entre el hombre descartado y el nuevo, un paisaje agreste y amenazador, la precariedad del trabajo, los dueños ausentes, la desesperación, la soledad, la indiferencia y la ferocidad. Frente a la inmensidad de ese paisaje blanco los humanos están dejados de la mano de todos, se vuelven primitivos, casi se olvidan de sus afectos, solo buscan sobrevivir con todo lo que eso implica. Un film revelador, interesante y emotivo.
Un sobrio relato que se vuelve tempestad Difícil que un hombre como Evans imagine el inminente final de la rutina que lo ocupó durante años. Huraño, de mirada fría, poquísimas palabras e indudable eficiencia en su trabajo, el capataz de una estancia perdida en un paisaje desolado de la Patagonia no está listo para la noticia que llegará como un baldazo de agua fría: casi sin advertencias previas que fomentaran una sospecha, tomará su lugar en el control de la sacrificada esquila de ovejas un empleado más joven, llegado de la provincia de Corrientes y no mucho más locuaz que él. Con mucha experiencia en la asistencia de dirección (trabajó con Marco Bechis, Daniel Burman, Enrique Piñeyro y Albertina Carri), Emiliano Torres luce seguro y riguroso en su ópera prima. Narra la primera parte de la historia de El invierno con un ritmo sereno y un temperamento distante. Y aprovecha un paisaje sobrecogedor sin caer en la tentación del preciosismo. Hay más un plano de talante pictórico, pero siempre en sintonía con las exigencias argumentales y formales de un film cuya progresión dramática funciona como un ovillo que se va desenvolviendo lentamente. En la segunda mitad, la película se transforma en un thriller seco, cargado de tensiones y sed de venganza. Pero El invierno, aun con su marcada inclinación por la austeridad, es mucho más que esa aguda batalla de dos hombres por un trabajo precario. También es una buena pintura de la vida en un ambiente inhóspito y hostil donde el alcohol es compañero recurrente, un pequeño tratado sobre las asperezas de la vida familiar y un reflejo crudo y tajante de la inhumanidad de la economía capitalista, en la que las personas suelen tener la categoría de mero engranaje que puede reemplazarse de un día para otro sin calcular consecuencias. En ese sentido son ejemplares los trabajos de Pablo Cedrón y Adrián Fondari, caras visibles de una jerarquía ausente que opera descarnadamente en las sombras: la frialdad y la decisión con la que se mueven son condiciones absolutamente necesarias para el funcionamiento de una maquinaria perversa que exige fidelidad y obediencia. Los dos protagonistas, el chileno Alejandro Sieveking y Cristian Salguero, actor misionero que fue parte del elenco de La patota, también lucen muy convincentes, a tono con la parquedad deliberada de un relato que esconde bajo su superficie congelada el combustible necesario para que todo estalle.
Capataces del todo y la nada Una historia simple, que cobra vida propia sobre dos capataces de estancia que se enfrentan en la Patagonia. Tierra yerma la patagonia de Emiliano Torres. Nevada, árida, expulsiva e imantada a la vez. Escenario magno para su opera prima de contrastes, El invierno. Paradojas, de la pequeñez y la inmensidad, de la fortaleza y la debilidad. Ambiente insondable que recrea esa figura histórica, política, sin tiempo, la del capataz. Y ese cruce, guerra casi, del recambio generacional que crea enemigos donde no hay, ceguera de estos personajes que sin embargo lo ven todo en ese amplio mundo que el director enfocó para mostrar su soledad. Una historia dura, como tiene que ser, sin sensiblería vana ni nostalgias estridentes, un drama sobre la naturaleza también. Puesto en ese paisaje testigo y actor a la vez, y en esos personajes que transmiten la impotencia del origen de la propiedad privada, la enajenación del trabajo, el impacto en la familia, para invertir los términos de aquel viejo estudio de Engels, que aquí aplica a la perfección, simplificado en los roles de un puñado de trabajadores y sus amos. La Argentina feudal y burguesa a la vez, ha dado un puñado de filmes que no es necesario enumerar. Aquí todo ocurre en una estancia sureña, mundo de obrajeros, trabajadores golondrina que en el verano llegan para esquilar ovejas. Allí Evans (Alejandro Sieveking), un viejo encargado, capataz de varios inviernos solitarios es reemplazado por Jara (Cristian Salguero), un correntino joven, inocente y culpable de esa guerra que comienza a trascenderlos a ambos, en una competencia naturalizada por un trabajo que los espeja una batalla ciega enmarcada en ese cuadro amplio, majestuoso de la patagonia, y en esas actuaciones frías, maquinales, profundas también, que vuelven todo poderoso e impotente a la vez. Es cierto, a veces se puede adivinar por dónde sigue la trama, pero ocurre porque conocemos esa historia que se repite, se acelera, se enajena todavía más. Entonces aparece la libertad creativa, para mostrar un mundo en una historia simple, que cobra vida propia, un designio que director, guionista y protagonistas interpretan casi maquinalmente, naturalmente. Guiados por la historia universal, sumergidos en la soledad del invierno.
Un western minimalista y patagónico. Con un notable uso de las locaciones, el film de Torres convierte los amplios paisajes en un reñidero a cielo abierto. El hombre viejo camina los cientos de metros que separan su casita de las cuchas de los perros, un par de huesos rebotando en el balde, en lo que puede adivinarse como una rutina cotidiana que se lleva a cabo desde el inicio de los tiempos. Ese encuadre cerrado sobre sus espaldas tiene su contraparte en un regreso a plano abierto, primer atisbo de la inmensidad del paisaje que lo rodea, una inconfundible topografía patagónica. El marco imponente, agreste y duro será un personaje más –y no precisamente de los menos importantes– de El invierno, la ópera prima de Emiliano Torres que acaba de ganar el Premio Especial del Jurado (ex aequo) y otro por su fotografía (cortesía de Ramiro Civita) en el Festival de San Sebastián. El otro actor esencial del triángulo no tardará en aparecer: Jara, un trabajador golondrina del norte del país, recién llegado al lugar junto con otros jóvenes contratados especialmente para la temporada de esquila. Evans, el hombre viejo, no es el dueño de la estancia, apenas el capanga, aunque en su permanencia en la tierra ha echado raíces tan profundas que sus actitudes pueden confundirse con las de sus patrones. Nadie lo sabe aún, pero Jara lo reemplazará en poco tiempo más, núcleo del puñado de conflictos que Torres y su coguionista Marcelo Chaparro irán construyendo con meticulosa paciencia. Las tensiones de clase no tardan en manifestarse y El invierno hace de los lugares y posiciones –físicas y metafóricas– uno de los puntos de anclaje de su estructura. La violencia no es literal, al menos en un primer momento, pero su contención se advierte frágil, como si fuera a estallar de un momento a otro y cuando menos se la espera. La relación entre Jara (Cristian Salguero, visto recientemente en La patota) y Evans (el chileno Alejandro Sieveking) es virtualmente inexistente hasta el momento en el que uno desplaza al otro como centinela, pero la película introduce desde un primer momento una narración con múltiples puntos de vista, allanando el terreno para la futura bifurcación y posterior convergencia en un callejón sin salida. El film de Emiliano Torres (cuya extensa trayectoria como asistente de otros directores incluye trabajos junto a Marco Bechis, Daniel Burman y Albertina Carri) describe usos, costumbres y códigos de un microcosmos absolutamente diferente al del espectador urbano ubicado del otro lado de la pantalla. Y lo hace con una atención milimétrica, por momentos de rasgos pseudo documentalistas. Sobre ese aspecto “observacional” (entre comillas: se trata, al fin y al cabo, de una construcción cinematográfica), se monta el relato de las relaciones entre los personajes –Jara, Evans, su jefe directo, interpretado por Pablo Cedrón, los nuevos dueños franceses– y los espacios: el galpón, el ranchito del cuidador, la casa principal a la que sólo se accede en ocasiones especiales, los espacios abiertos. Los primeros dos tercios del film alternan esos dos modos hasta que el relato parece quedarse sin aliento, como si hubiera dado demasiadas vueltas en círculo; el contraste de la vida de aquel que se va y del otro que llega –ambos, se revelará, hombres de familia– el aparente piso de ciertas convenciones narrativas a las que el relato tambiénadhiere. Pero es allí donde El invierno –ciclo que llega todos los años, inexorablemente, dejando al hombre rodeado de soledad y miedo– da un golpe de timón y pone en primer plano esa violencia hasta ese momento reprimida, haciéndola protagonista. Como si se tratara de un western lacónico y minimalista (y patagónico), Torres termina así de darle forma a la descripción de un universo con reglas propias, la historia de hombres endurecidos por el ambiente y la necesidad, dueños de un orgullo que se cree propio, pero que ha sido, apenas,tomado en préstamo. Evitando la mirada preciosista del turista embelesado por lo que tiene delante de la lente de su cámara, el film reconstruye –a partir de un notable uso de las locaciones– un espacio tan amplio que resulta, paradójicamente, claustrofóbico, y hace de las criaturas que lo transitan los peones de un tablero siempre dispuesto a la posibilidad de la agresión, el dolor e incluso la tragedia.
Winter is coming Evans (Alejandro Sieveking), un veterano capataz de estancia, se encuentra a punto de perder su trabajo cuando el encargado (Pablo Cedrón) le informa que los nuevos dueños no lo tendrán en cuenta. La búsqueda de alguien que se haga cargo del trabajo comienza y entre varios peones sobresale Jara (Cristian Salguero), un joven del Norte argentino. Los celos y desconfianza serán cada vez más grande y todavía falta atravesar todo el crudo invierno. El invierno, la ópera prima de Emiliano Torres, viene de un fructífero recorrido en festivales, ganó dos premios en el festival de Biarritz (Mejor Actor para Alejandro Sieveking y el de la crítica francesa) y recientemente acaba de ganar dos premios más, esta vez en San Sebastián (Premio Especial del Jurado y fotografía), y ahora tiene su estreno comercial en Argentina. La película va mucho más allá de lo que a simple vista plantea, hasta podría considerarse que es una denuncia a las condiciones en las que viven los peones. Los desérticos parajes del sur son un personaje más en esta historia. El guion de Torres y Marcelo Chaparro tiene pocos diálogos y eso le juega a favor, la historia se cuenta sola, acompañada de la potente fotografía de Ramiro Civita que bien merecido tiene su premio. Las actuaciones principales son excelentes, el experimentado actor chileno Alejandro Sieveking es la contraparte ideal de Cristian Salguero quien sorprende ya que casi no tiene experiencia como actor profesional. El Invierno es una película de corta duración, aprovecha su poco más de 90 minutos para no pasar desapercibida, aun así el relato se toma su tiempo e incluye temas como las diferencias generacionales, el paso del tiempo, la explotación y la soledad. Una pequeña cantidad de salas son las que proyectarán la película, lo ideal es no dejar pasar la oportunidad de verla en pantalla grande.
Con una larga experiencia como asistente de dirección, Emiliano Torres filmó su primera película en una aislada estancia patagónica, un lugar de contrastes. Durante el esquile de las ovejas, los trabajadores temporales, hombres necesitados, fuertes y curtidos, comparten el espacio del galpón despojado. En el invierno duro, la soledad impera. Y después está la inmensa nada del paisaje, que pesa tanto por su belleza como por su vacío y hostilidad. La de El Invierno, premiada en San Sebastián, es una historia mínima: el veterano capataz (el actor chileno Alejandro Sieveking) que cuida la estancia todo el año es reemplazado por un correntino joven (el misionero Cristian Salguero, al que vimos en La Patota, espléndido aquí). A la vez, la estancia cambia de manos y los nuevos dueños parecen tener nuevas ideas sobre su explotación. Torres se dedica a presentar a sus personajes en su áspero contexto para luego ir sumando información que genera un cambio de tono, un viraje hacia el suspenso, un acercamiento al clima del western que se da de manera natural: son dos hombres absurdamente enfrentados y solos, en un ambiente hostil, con la inmensidad seca, blanca y helada u oscura y amenazante, como universo.
Asombroso y algo cruel como el lugar donde transcurre El novel director cuenta la dura historia de dos hombres en medio de la soledad patagónica con pulso seguro, sin distracciones, ni diálogos o adornos superfluos. La historia es simple, extraña y eterna. También tiene algo de asombro y de crueldad, como el lugar donde transcurre, una estancia patagónica en los confines de la tierra. Allí el capataz, ya grande, tendrá que dejar el mando. Quizá no sepa hacer otra cosa, o ése sea su lugar, pero no se queja. Quizá sea la hora del descanso y la reconciliación con lo poco que tiene de familia. Él no es de hablar mucho. Allí también otro hombre más joven y menos experto, con una familia oculta, deberá reemplazarlo. Pasado el verano, los peones golondrina se van y el capataz queda solo, como un casero. Llega el invierno, y con él llegará lo inesperado. Habrá que resolverlo sin ayuda, y después esperar la recompensa. O al menos la calma. Eso es todo, y hay algunos muertos. Hay un paisaje grandioso, que los hombres no admiran. Hay daño y mezquindad, que no los asombra. No cualquiera vive en esos lugares. No cualquiera se deja ganar cuando ha quedado solo. Salvo que haya un impedimento superior. Las leyes sociales, por ejemplo. La ley de la naturaleza. O la ley del más fuerte. Emiliano Torres cuenta todo esto con pulso seguro, sin distracciones, ni diálogos inútiles ni adornos superfluos. Es su primera película, pero hace años que trabaja como asistente, conoce el oficio y se ha tomado su tiempo para hacer bien las cosas. Para empezar, le basta con un tema semioculto, una violencia agazapada, y un par de actores bien precisos: el chileno Alejandro Sieveking y el posadeño Cristian Salguero. Dramaturgo, director e intérprete de prestigio el primero, cruzando los Andes. Novel promesa de muy buena madera, el segundo. Y alguien más actúa: ese paisaje inmenso, indiferente al quehacer de los hombres. Lo registra el director de fotografía Ramiro Civita, maestro. Película bien hecha, en todo sentido. Vale la pena verla en pantalla grande.
El invierno Tras años detrás de cámara ayudando a otros realizadores, Emiliano Torres debuta por la puerta grande en la dirección con “El invierno” (2016) una puesta al día del amo y el esclavo en donde una oportunidad laboral para uno se convertirá en un castigo para otro. El duelo de dos hombres por ver quién merece más el puesto, los paisajes patagónicos que abofetean a los protagonistas, y la frialdad y solidez de la puesta, colocan a este western en medio del fin del mundo en uno de los mejores relatos que nos ha ofrecido el último cine nacional. Impecables sus protagonistas Cristian Salguero y Alejandro Sieveking.
La trama nos sitúa en un lugar de la Patagonia sin: luz eléctrica, agua corriente y wi fi; uno de los personajes es el paisaje, otro es un hombre entrado en años, mucho logra transmitir en una zona inhóspita, con ese viento que sopla continuo durante todo el metraje que cobra intensidad como las vidas de sus pobladores. Este hombre ha trabajado por décadas en el lugar y un día es despedido por el dueño. El rostro de ese hombre y su soledad resulta demoledora, su mirada perdida en medio de la nada, su vacio es total, a través de ciertos elementos a los espectadores nos transmite sus sentimientos. Un interesante plano secuencia donde él mira ese barco oxidado y desgastado, se asemeja a él. Por otro lado vemos un hombre joven que llega al lugar a trabajar allí y es quien reemplazará al anciano. Además muestra la desolación, el alcohol, la prostitución y la explotación de los trabajadores de la zona. Diferentes clases sociales, asfixiadas por el capitalismo feroz. Los personajes también son parte del panorama. La fotografía es impecable de Ramiro Civita (Garage Olimpo, El abrazo partido). Pablo Cedrón en un personaje muy sólido y el resto de las actuaciones son buenas. Esta es la ópera prima de Emiliano Torres y ya ha ganado varios premios.
El sur salvaje El invierno es un drama con toques de western y violencia contenida ambientado entre los esquiladores de ovejas en la Patagonia. No es muy frecuente ver una ópera prima como El invierno, sobre todo dentro del panorama del cine argentino. La película no sólo es rigurosa en su puesta en escena y exhuberante en sus imágenes: también tiene un guión que cuenta una historia rica, compleja, con subtramas y distintas interpretaciones, en el que los espacios vacíos no son baches sino enigmas desperdigados con precisión. Se nota que su director, Emiliano Torres, a pesar de ser debutante, no es un joven inexperto: con 44 años, participó en el rodaje de decenas de películas como asistente. El ambiente es el de la Patagonia más agreste e inhóspita, en una estancia en la que los peones se dedican a esquilar ovejas. Evans (Alejandro Sieveking) es el capataz, curtido y solitario. Y llega un grupo de trabajadores jóvenes, entre ellos el correntino Jara (Cristian Salguero). Ambos empiezan a construir una relación de jefe y empleado, de maestro y aprendiz, hasta que los patrones le comunican a Evans que prescindirán de sus servicios y Jara toma su lugar. El punto de partida es sencillo pero contundente y dispara la película hacia lugares insospechados. La tensión crece, la violencia latente y la brutalidad de la vida en aquel lugar en el que el más mínimo ademán puede desatar las pasiones más bajas se palpan gracias al extraordinario trabajo de casting y de dirección de actores, además del más evidente de las locaciones patagónicas. Se nota que Torres trajinó los sets de filmación porque ese dominio sobre los actores no se aprende de un día para el otro. Sin restarles mérito a Sieveking y a Salguero, hay que decir que su elección no era evidente: el primero es un célebre actor y dramaturgo chileno, el segundo un misionero casi debutante -ya lo pudimos ver en el papel del violador en La patota-, y la química ente estos intérpretes tan disímiles resulta perfecta. El invierno es un drama descarnado que también tiene elementos de western como los caballos, la llanura con las montañas de fondo, las prostitutas, los hombres salvajes y la ausencia de ley. Pero estos elementos son producto de la historia, necesarios a la narración. Más que guiños cinéfilos, son inevitables. Esto es de una madurez inusitada, incluso para directores con más de una película en su haber. Nada es superficial acá, mucho menos arbitrario; todo está por algo. Esta película llegó en silencio y ganó dos premios en el reciente Festival de San Sebastián (Premio Especial del Jurado y Concha de Plata a la Mejor Fotografía) y otros dos en el de Biarritz (Mejor Actor para Sieveking y el Premio del Sindicato Francés de la Crítica Cinematográfica), además de recibir buenos comentarios de la crítica (que seguramente se multiplicarán en estos días). La consecuencia es que se estrenará en 23 salas, un lanzamiento inusualmente grande para una película como esta: chiquita, difícil, desoladora, casi sin actores conocidos (está Pablo Cedrón en un secundario). Hay que aprovechar la oportunidad y verla en el cine.
Ganadora de dos premios en la reciente edición del Festival de San Sebastián, EL INVIERNO es un seco y austero drama con elementos de western que transcurre en una Patagonia profunda donde reina el silencio, la soledad y en la que la violencia está siempre a punto de explotar. La Patagonia profunda. Inmensa, desierta, silenciosa. Impactante y, a la vez, desgastante, demolera, áspera. Es un universo que el cine argentino mostró más de una vez pero acaso nunca con tanto realismo. Sí, por momentos, en medio del duro trabajo de los esquiladores y de la gente solitaria que no tiene más compañía que una botella de alguna barata bebida alcohólica, se pueden apreciar imágenes que, en otro contexto, podrían adornar postales. Pero no en EL INVIERNO. Aquí son solo recordatorios que una imagen funciona cuando está en relación con su contexto. Y la belleza se torna esquiva en este mundo de trabajo y soledad, de sorda discriminación, de frío y silencio. La opera prima de Emiliano Torres –quien llega a la dirección a los 44 años tras un largo recorrido como guionista y asistente de dirección– esboza dos historias que se cruzan en medio de ese desamparo patagónico. Se trata de una película seca y económica, que no regala subrayados ni explicaciones y apenas, solo apenas, agrega muy poca música aquí y allá, para complementar el vacío casi existencial de sus protagonistas. Es la historia de la tensa relación entre dos capataces de una estancia. El primero, Evans (el actor chileno Alejandro Sieveking, EL CLUB), es un hombre curtido y veterano que hace años está haciendo ese trabajo. Y, por otro lado, está el joven trabajador correntino, Jara (Cristian Salguero, de LA PATOTA) que lo reemplaza en la tarea para sorpresa de ambos. El conflicto se da en el marco del paso por la estancia de sus nuevos dueños franceses (a quienes representa Pablo Cedrón) y en un clima en el cual los secretos, los silencios, las borracheras y las peleas internas entre los peones prevalecen. Adrián Fondari, como el encargado de los trabajadores del lugar, aporta otro grado de tensión: la del jefe/amigo que se impone sobre sus empleados a partir de generar y transmitir una falsa sensación de confianza. Pero todos mienten un poco acá. Evans no se irá bien del lugar, visitará a su familia a la que nunca ve y no les dirá que ha sido echado del trabajo. Jara, por su parte, llevará a su esposa y a su hijo de visita para la Navidad pero los ocultará para poder ser efectivizado, dejando en claro que los patrones no quieren gente con familias a cargo. Y entre ambos hombres –se supone, ya que el lacónico guión, plagado por suerte de largos silencios, juega con el misterio de qué es lo que realmente está pasando– se librará una especie de sorda batalla en la que es claro que los culpables (o enemigos) son otros. Con vistas de western que podrían considerarse “fordianas” (Ramiro Civita ganó la Concha de Plata en San Sebastián por su fotografía, la película se llevó un Gran Premio del Jurado) pero siempre utilizadas en función dramática y no pintoresca, el filme va generando una lenta pero creciente tensión con el paso de los minutos y la llegada del cruento invierno. Es esa serie de extraños sucesos en la estancia –que para esa época ya está sin trabajadores y cuidada solo por un cada vez más preocupado Jara– va llevando el relato a una zona dramática más clásica que su un tanto más contemplativa primera mitad. Y ese suspenso, que puede ser tanto psicológico como metafísico, se va volviendo cada vez más angustiante. Por momentos, la película de Torres hace recordar a ciertos dramas con toques de thriller asiáticos o del Este de Europa, en los que el escenario inmenso se impone sobre las vidas de sus solitarios protagonistas hasta ir enloqueciéndolos de una u otra manera. Sin subrayado alguno, EL INVIERNO es finalmente una película que pone a dos hombres enfrentándose entre sí cuando en realidad es el poder económico y cierta idea de progreso la que los vuelve innecesarios enemigos. En el medio, el viento, el frío, la soledad y el silencio. Y la sensación de estar siendo testigos de un mundo que, lenta pero inexorablemente, va desapareciendo.
Cruda metáfora laboral Pasar “el invierno” está asociado generalmente a algo poco grato, complejo, cuesta arriba, y también como la transición hacia algo superador o supuestamente distinto. Por esas coordenadas hilvanó Emiliano Torres esta película, mezcla de western y drama, con amplio registro de denuncia social y una fotografía impecable, que se tradujo en un premio especial del jurado en el último festival internacional de cine de San Sebastián. Filmada en medio del clima hostil de la Patagonia, la trama transcurre lenta, con los tiempos de los campesinos residentes en Santa Cruz, regidos sobre valores simples pero también de máxima crudeza. Allí, el viejo Evans (Alejandro Sieveking) recibirá,como cada año, a un grupo de peones cuyo objetivo será esquilar ovejas. Trabajarán de 5 de la mañana a 5 de la tarde y deberán dormir sobre un colchón mugriento todos juntos dentro de un galpón. Entre ellos sobresale Jara (Cristian Salguero), quien comenzará a destacarse en su tarea hasta desplazar a Evans del cargo de capataz.En este ascenso y este descenso de categoría aparece el invierno en su derrotero más cruel. Porque Jara deberá cuidar la estancia de los cuatreros y a la vez también del abuso de su jefe y de algún que otro enemigo enigmático. Y porque Evans intentará acomodar su vida, para lo cual tejerá lazos ya deshilachados con su hija y su nieto, que ni siquiera sabía que ese hombre mayor era su abuelo. En el medio de estos vínculos, el destrato patronal, las miserias de los poderosos, la fragilidad de los que buscan sobrevivir a como dé lugar y esa esencia despiadada de transitar todos contra todos. Para atravesar estas sensaciones, Torres abordó una suerte de western, sutil, pero efectivo. Y redondeó, de modo brillante, una metáfora del salvajismo laboral en la Argentina.
Un capataz viejo al que acaban de despedir y su reemplazo, un peón joven, en la Patagonia mientras llega el invierno y hay que pasarlo. Una película que debe mucho -y bien, y con total comprensión del original- al western y hace del paisaje un reflejo de los estados de ánimo de los protagonistas en un universo de enorme tensión y belleza. Hay muy buen cine en gran parte del film, una excelente excusa para ver en pantalla grande.
Don Evans (Alejandro Sieveking), el viejo capataz de una estancia en la Patagonia, toma las directivas de preparar a uno de los hombres que llega a trabajar en la época de esquila. ¿Preparar para qué? todavía no lo sabe, pero algo comienza a sospechar y a ver al Correntino -así lo llama- como una amenaza. Cuando la temporada pasa, el relato de "El Invierno" se desdobla y comienza a seguir el cause de dos historias: la del hombre obligado a renunciar por su edad y la del joven que toma su puesto. La rutina del trabajo estacional, de cinco de la mañana a cinco de la tarde, y su ritmo quedan descritos en detalle en la ópera prima de Emiliano Torres, ganadora del Premio Especial del Jurado y de la Concha de Plata por Mejor Fotografía en el Festival de San Sebastián. El Sur de Argentina es el gran escenario, mostrándolo en toda su grandeza a través de planos generales de sus paisajes, pero también en toda su crudeza con personajes que se aferran a las escopetas y a las botellas de alcohol para que el frío hostil pase más ligero.
Luego de ser multipremiada en el Festival de San Sebastián, la condecorada opera prima de Emiliano Torres se hace presente en las salas comerciales del país y se suma a la gran racha actual del cine argentino. Las penas son de nosotros, las ovejitas son ajenas: El InviernoDebajo de nuestro imaginario porteñocéntrico del extremo sur argentino, lleno de bellos paisajes turísticos y exquisitos postres con cacao, subyace un vasto territorio marcado por el genocidio, la explotación laboral y la injusticia social. Ahí al lado de donde rompe el glaciar Perito Moreno, en ese desierto lleno de vegetación que nuestros padres fundadores limpiaron de barbarie, se perpetúa la faceta más visceral y sangrienta de nuestro país. El cine argentino nos lo ha mostrado en las últimas cuatro décadas con La Patagonia Rebelde (Hector Olivera, 1974), Tiempo de Revancha (Adolfo Aristarain, 1981) y en lo que parecería completar este inesperado tríptico de desgracias australes, el film que hoy nos trae aquí: El Invierno de Emiliano Torres. En una apartada estancia de Santa Cruz, esas que tienen un dueño extranjero y billonario, un avejentado capataz supervisa a un nuevo contingente de peones hiperprecarizados para que el negocio de la lana continúe el ciclo natural de la plusvalía. En su interior sabe que los años le pesan y que es cuestión de tiempo hasta que un subordinado más joven lo reemplace en su función. Y cuando no hay aportes jubilatorios, adivinen cuál es el único retiro posible para un anciano. Si el otoño trae trabajo y la primavera abundancia, el invierno de estos pagos no solo brinda escasez sino también soledad, alienación y muerte. Y sabiéndolo, en esa danza de estaciones se ven bailando los dos protagonistas de esta película. Ambos interpretados de gran manera por Alejandro Sieveking y Cristian Salguero (en su primer trabajo luego de La Patota), especialmente el último quien interpreta al joven y atribulado sucesor. El ciclo de la muerte: El primer largometraje como director de Emiliano Torres (quien tiene una amplia trayectoria como asistente de dirección) es una obra atmosférica que en la mayor parte del metraje que decide reducir los diálogos y hablar con su brillante tratamiento de sonido y magistral fotografía (a cargo de Ramiro Civita). Torres muestra la soledad intercalando imágenes claustrofóbicas y panóramicas por igual, close ups y planos tremendamente abiertos sin perder nunca la tensión que unifica el relato. Técnicamente es un film impecable y narrativamente construido para ser diseccionado con detenimiento. Tal vez comete el error (por unos minutos) de desdoblar el relato en dos líneas argumentales diferentes y allí parece difuminarse la trama principal. Sin embargo, la historia vuelve rápidamente a su causal y se recupera de maravillas. Conclusión: El Invierno es un film visualmente fascinante y con gran dinamismo a nivel argumental. Una película que se toma el tiempo para ser introspectiva pero que bien sabe impactar cuando es necesario. Recomiendo verla en cine, aprovechen que estas propuestas no suelen durar en cartelera.
EL HOMBRE COMO LOBO DEL HOMBRE En su ópera prima como director, el experimentado asistente de dirección Emiliano Torres trabaja con la textura de un western áspero y sureño diversos temas que tienen un subtexto social: lo viejo amenazado por lo joven, las duras condiciones laborales en los sectores rurales, el capitalismo reconvertido pero siempre frío y distante desde una perspectiva humana, el límite moral que trazan las decisiones vinculadas con el espíritu de subsistencia, lo familiar contrapuesto a la soledad de algunos trabajos que son, paradójicamente, fuente de ingresos para sostener lo primero; incluso analiza las interrelaciones en grupos masculinos atravesados por un machismo exacerbado. Pero lo realmente interesante en la mirada de Torres es que nunca los temas (que son muchos) se imponen a lo narrativo, a lo que se cuenta en primer plano, con una solidez infrecuente para un debutante, tanto para narrar como para organizar las diversas capas discursivas de su película. El invierno cuenta dos historias en paralelo, la del viejo capataz Evans (Alejandro Sieveking) y la de su joven reemplazante Jara (Cristian Salguero), historias que se cruzan y que, en esa fricción, permiten que el film vaya mutando de drama rural a thriller, a la vez que condiciona el horizonte de sus protagonistas. La llegada de Jara a la estancia sureña motiva el despido de Evans, hombre huraño alejado de la calidez familiar a la que ahora se ve obligado a regresar. Pero la frustración del viejo en ese regreso a la sociedad se espeja en la experiencia de Jara, a quien no le será nada fácil controlar la actividad de la estancia acechada por bribones y cuatreros durante ese invierno solitario. De alguna manera, todo esto va tensando un clima espeso que amenaza siempre con salirse de cauce. La violencia, afincada e intrínseca, se irá desbordando progresivamente. Duelo tácito (los personajes casi ni se relacionan en las jornadas que comparten, pero son conscientes de lo que representa la presencia del otro), uno intuye que Evans y Jara volverán a verse las caras en algún momento. Más allá de algunos objetos que operan como metáforas algo remarcadas (un muñeco de madera que Jara talla para su hijo), Torres es muy preciso tanto en la manera que trabaja las emociones de sus personajes como en la forma en que hace que el paisaje (descomunal y fotografiado a la perfección) ingrese en el relato. Por un lado, las actuaciones son secas y hieráticas, pero sin exagerar el rasgo estético y logrando un verosímil riguroso; por el otro, El invierno corre el riesgo de sucumbir a cierto paisajismo pero el director siempre encuentra la salida para que se justifique cada plano general en pos de acentuar la soledad y pequeñez de los personajes. En esa contraposición, la de los personajes con su entorno, es que la película define su carácter seco, árido, introspectivo. Y las decisiones de puesta en escena del director son de una precisión envidiable. Pero hay un tercer ámbito que se debate en El invierno, que a veces está presente aunque mayormente ocupa un espacio off agobiante: y ese es el capitalismo, el mundo del dinero y de las transacciones, de los negocios que se valen de lo humano como principal materia prima. Cuando los personajes creen estar tomando una decisión (desde negar la existencia de una familia a decidir volver al lugar del que ha sido expulsado), es en verdad una acción condicionada por un sistema que utiliza y descarta. El invierno, sin hacerlo explícito ni marcarlo demasiado, apuesta por una estructura circular en la que las situaciones se repiten pero cambian los protagonistas, en una forma de recrear también la perversidad de las leyes del mercado. La idea es la de un tiempo que se continúa y replica, donde lo nuevo va devorándose a lo viejo, y donde un poder externo determina la supervivencia del más apto. Allí aparecen los personajes de Adrián Fondari y Pablo Cedrón como representantes de ese poder que define, a la distancia, el destino de estos hombres. Como lo hiciera en su tiempo el filósofo Thomas Hobbes, Torres se apodera en El invierno de la máxima que indica que el hombre es el lobo del hombre. La pone en escena con indudables herramientas cinematográficas, en un film que demuestra tantas filiaciones como capacidad para construir un discurso autónomo, incluso de cierto cine nacional independiente agotado y reiterativo.
El invierno, de Emiliano Torres SIN LUGAR PARA LOS DÉBILES Con el impulso que le dio ganar la Mención Especial del Jurado y la Concha de Plata a la Mejor Fotografía para Ramiro Civita en el Festival de San Sebastián, más el premio de la Crítica y Mejor Actor para Alejandro Sieveking en Biarritz, se estrenó El invierno, ópera prima de Emiliano Torres (aquí la entrevista en la muestra vasca) que cuenta una historia de hombres solos, duros, estoicos, tallados por el carácter feroz de la otra Patagonia, esa fuera de campo, la rural y definitivamente no turística. El paisaje majestuoso se impone en cada escena de El invierno y allí reside uno de los primeros aciertos, desmarcándose del preciosismo de los horizontes helados que fotografían tan bien y que aquí, esas imágenes imponentes están en función del relato, el de dos trabajadores enfrentados por las reglas del capitalismo que sí, llega hasta los más recóndito de la Argentina y de cualquier país del mundo. Evans, el viejo capataz de una estancia de ovejas (Alejandro Sieveking), ve llegar entre los trabajadores golondrina que arriban cada verano para la esquila a Jara (Cristian Salguero) y enseguida lo percibe distinto y hasta intuye que una versión más joven de sí mismo. La rigurosidad de la puesta de Emiliano Torres va tensando el relato entre esos dos hombres, uno en el fin de su utilidad para el sistema y el otro que va a ocupar su puesto, para que la rueda siga girando y se repita el ciclo de soledad y explotación. La Patagonia entonces forjando el carácter de los que se le atreven y un sistema casi feudal que saca provecho. Pero sería injusto definir a El invierno solo como un estudio antropológico sobre las condiciones de vida de los trabajadores rurales del Sur, en tanto la película abreva en el western, el trhiller y en el enfrentamiento generacional. Las reglas del lugar son únicas y parecen forjadas desde siempre, mucho antes que Evans y Jara, nombres fortuitos que representan rivalidades ancestrales, primero contra el medio y después entre los hombres. Brutal y austera en su concepción casi documental, transmitiendo en cada plano, en cada diálogo, en cada enfrentamiento -apagado por la nieve, el viento y justamente por eso más estremecedor -, un verosímil perfecto, un inusual sentido de verdad. EL INVIERNO El invierno. Argentina/Francia, 2016. Dirección: Emiliano Torres. Intérpretes Alejandro Sieveking, Cristian Salguero, Adrián Fondari, Pablo Cedrón y Mara Bestelli. Guión: Emiliano Torres y Marcelo Chaparro. Fotografía: Ramiro Civita. Música: Cyril Morin. Edición: Alejandro Brodersohn. Dirección de arte: Marina Raggio. Sonido: Santiago Fumagalli, Pierre-Yves Lavoué y Federico Esquerro. Duración: 93 minutos.
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Auspicioso debut con una historia enmarcada en la inhóspita Patagonia En una estancia de la Patagonia Argentina, vigilada desde las alturas por los emblemas de la región como son el Monte Fitz Roy y el Cerro Torre, en un ambiente alejado de la confortable y alegre zona turística, donde todo es más duro, sacrificado, y nada pintoresco, cuando lo único que hay para hacer en ese establecimiento es trabajar, trabajar y trabajar, el director Emiliano Torres, en su ópera prima, nos cuenta la historia de los trabajadores golondrina que llegan para esquilar las ovejas, y luego siguen en busca de otros trabajos hasta que vuelven al año siguiente. El film se focaliza en el capataz Evans (Alejandro Sieveking), un hombre viejo que vive solo en la estancia hasta que llega la época de la esquila. Con el arribo de los trabajadores, desde el primer momento, comienza a llamar la atención, a erigirse por sobre los demás Jara (Cristian Salguero), un correntino callado, laborioso, que tiene como meta que lo efectivicen. El conflicto se genera cuando a Evans lo echan al final de la temporada de esquila y decide reemplazarlo por alguien joven como Jara, quien en pocos meses aprendió el oficio y maneja la estancia perfectamente. A Evans las cosas como jubilado no le resultan sencillas, no tiene ni donde vivir, para él su vida era ser sino que hasta su hija lo rechaza. El ex capataz se siente perdido y no sabe que hacer. Aquí es cuando la narración se enriquece porque toma una decisión fundamental para modificar su realidad. Por su parte Jara se toma el trabajo muy en serio, es muy responsable y siente finalmente que el trabajo le pertenece. Emiliano Torres integra los paisajes a la vida de la estancia retratados con planos generales que sirven para mostrarnos las distancias eternas de campos y montañas, reflejándonos los paisajes desolados, las inclemencias climáticas, donde sólo hay arbustos, los árboles no pueden crecer en esas tierras, sumado a todos esos inconvenientes, los inviernos siempre crudos, difíciles, generando en el espectador una atmósfera inquietante. La historia está bien contada, con un ritmo lento, cansino, de acuerdo a la vida que se lleva en esos lugares. La puesta en escena está muy bien lograda, los personajes, tanto los principales como los secundarios son los que sostienen la historia y la vuelven creíble. Evans termina siendo un muerto en vida, un fantasma, cuando su jefe decide echarlo, porque siempre estuvo acostumbrado a que su vida sea sólo trabajo, sin espacio para otras cosas y nunca cuestionó la rutina ni el aburrimiento invernal, el mérito del director es tratar de resucitar al fantasma en ese ámbito inhóspito del sur argentino.
Un debut prometedor; un film sobre trabajadores dóciles bajo condiciones laborales inaceptables Como el término “progresista” está bajo sospecha, no está mal pensar en el significado de su lógica oposición. El vocablo “reaccionario” alude a una visión inmóvil de los hombres y sus tareas en un orden que conviene mantener y con suerte mejorar, aunque sin alterar la misma estructura del edificio social que lo garantiza. La circularidad narrativa de El invierno, la historia que cuenta y la elección de esa estación como nombre del film sugiere un orden del mundo congelado, igual e inalterable. El microcosmos social representado luce perpetuo. Fue, es y será así. Una película sobre lo reaccionario no necesariamente es una película reaccionaria; la meticulosa construcción piramidal de un mundo como el de los esquiladores de la Patagonia, que agrupa al trabajador nómade, al capataz, al encargado general y a los verdaderos dueños del negocio para representar el drama de los hombres atravesados por la soledad y el poder, indica una consciencia firme de quien ha decidido filmar un contexto. El trabajo en el filme de Emiliano Torres se siente físicamente, al igual que la desconfianza (de clase) entre los involucrados y la omnipresencia de un paisaje que en su blancura hegemónica convierte a las figuras humanas en siluetas insignificantes. Las panorámicas no son ecológicamente decorativas; más bien enseñan la relación entre un ecosistema y un sistema económico. La Patagonia dista de ser una tierra para visitantes y exploradores; es el confín del confín y también la extensión interminable de un territorio con sus añejos propietarios, herederos incuestionables y dispuestos ahora a ceder sus tierras al capital extranjero. Hay una historia, la de un hombre llegado del norte del país llamado Jara que viene a trabajar a una estancia del sur y que por su carácter y concentración sustituirá al viejo capataz; la rivalidad entre ellos será inevitable, pero Torres le encontrará la vuelta para que esos hombres entiendan que ellos son marionetas de sus superiores. Sobre esa historia hay desvíos pertinentes: apuntes sobre la familia de los hombres que trabajan y observaciones sociológicas sobre la lógica laboral de la región. Los personajes tienen una vida, no son conceptos de una tesis por ilustrar. El debut tardío de Torres es bienvenido, pues El invierno es un film que permite creer en un cineasta con una visión. La película transmite una laboriosa atención a los detalles. En efecto, el trabajo de los personajes duplica el trabajo del director y su equipo. ¿No es la pequeña madera que talla Jara para darle a su hijo un juguete una cierta duplicación de la forma en la que el director pacientemente constituye este mundo? Pero El invierno no es juego, ni las criaturas que lo habitan conocen el juego; los hombres apenas conocen una pausa o descanso frente a esa repetición indefinida que configura sus vidas. La vida en la Patagonia puede ser una esfera irrespirable y sin fisuras. Eterno retorno de lo mismo, nada puede cambiar en esos parajes.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
ESTACIÓN PERMANENTE El hombre en la inmensidad: esa es la premisa del primer largometraje de Emiliano Torres; un puñado de peones apenas perceptibles alrededor de terrenos vacíos e inabarcables y la resistencia tanto del medio como del clima durante el pasaje del invierno a la primavera. Las primeras imágenes anteceden esta lucha, cuando una camioneta trae a nuevos peones para ayudar al viejo capataz de la estancia. Pero la llegada de los hombres deja al descubierto que no sólo se trata de una rudeza natural, sino también humana. Esto se evidencia de dos formas: por un lado, en la escasa interacción entre los personajes, los cuales funcionan como individualidades aisladas; por otro, la poca profundización de cada personaje, que se esboza, por momentos, en pequeños diálogos, pero, fundamentalmente, se construye por omisión o recortes. Los ejemplos por excelencia son los protagonistas Evans y Jara, que si bien se presentan en sus diferencias – el capataz anciano uno y el nuevo peón el otro– se van amalgamando a lo largo de El invierno. Dicho proceso evidencia una segunda premisa que es el concepto de ciclo. La película inicia bajo las órdenes de un capataz para pasar la fría temporada y luego, por la decisión de los dueños extranjeros, se nombra un nuevo capataz que debe atravesar otro invierno áspero. También se lo puede pensar con la idea de rito: cómo se los ve a ambos en la casa cenando, cómo desarrollan las actividades diarias, cómo se comportan frente a sus secretos o cómo actúan frente a las decisiones de los dueños de la estancia. El hombre devorado por el medio, por el frío, por la soledad, por sus escasas palabras; un hombre condenado a repetirse frente a aquello que lo supera: la nada infinita. Por Brenda Caletti @117brenn