Drama irónico sobre el accionar y deber de la política que, con un elenco bien elegido y aprovechado, y con un guión que explora en círculos un planteo de importancia y con consecuencias sociales con humor e inteligencia, se convierte en una propuesta correctamente dirigida, con un destaque de la fotografía y con un sinsentido que le aporta sorpresa y profundidad al relato.
Más allá de ser una de esas películas francesas muy dialogadas, esta cínica mirada de la política francesa a través de los ojos del ministro de transporte tiene varios momentos sumamente atractivos, además de la descomunal actuación del gran Olivier Gourmet (y, sí, los Dardenne producen el film)...
Notable muestra de lectura política. sin discursos ideológicos (por lo menos no en los diálogos), Pierre Schoeller se mete en la vida de Bertrand Saint-Jean (Olivier Gourmet) como Ministro de Transporte...
Tejes y manejes En épocas de cacerolas ruidosas y reclamos del tipo “que se vayan todos”, una película como El Ministro puede resultar muy oportuna. No es común hallar en la cartelera filmes que retraten tan detalladamente el día a día de un político, en este caso de un ministro francés. El hecho de que se trate de un ministro de transporte y que el relato comience con un accidente terrible que termina con la vida de decenas de personas es un detalle que nos sonará muy cercanos a los argentinos...
La monstruosidad del poder Llega de Francia esta impactante película de Pierre Schoeller que examina el funcionamiento del poder en manos de hombres que ocupan cargos públicos. Después de Versailles, ésta es la segunda parte de una trilogía. Bertrand Saint-Jean (el formidable actor belga Olivier Gourmet, rostro reconocible de los films de los hermanos Dardenne, también productores de la película) encarna al Ministro de Transporte que despierta de una pesadilla erótica y debe afrontar una realidad más dura: un autobús cayó en un barranco y hay una docena de víctimas. De este modo, comienza su odisea en un mundo donde confluyen las luchas de poder, las privatizaciones y la crisis económica. "Soy el Ministro. Yo soy el transporte", afirma Bertrand mientras se mueve en un mundo donde la imágen y la corbata que lleva puesta pesa más que el accidente del que se enteró. Por su vida pasan el Secretario del Ministerio (un Michel Blanc de gran peso dramático en la trama) que cree en la función social de la política; la directora de comunicación (Zabou Breitman) y una esposa ("si me conocés no me amarías"). La oposición lo ve debilitado, algunos compañeros parecen jugarle en contra, pero él sigue su marcha ejerciendo su función contra viento y marea. Cueste lo que cueste. El Ministro es una realización vertiginosa (impresiona la escena del accidente) filmada con una cámara que nunca se detiene y se ve respaldada por una banda de sonido envolvente. El film tiene muchos méritos: un director que se preocupa por contar una historia de la mejor manera; actuaciones protagónicas y secundarias totalmente creíbles y funcionales al relato. El protagonista evidencia la monstruosidad del poder en todas sus formas y la pesadilla del inicio (una mujer fagocitada por un cocodrilo) funciona quizás como presagio de una realidad que se avecina y también se traga a los funcionarios de turno.
Viaje al interior de la política En su tercer largometraje, el siempre talentoso y provocativo director de Zéro défaut y Versailles describe con bastantes más hallazgos que problemas la actividad cotidiana de un ministro de transportes francés (el gran Olivier Gourmet) y las relaciones con el resto del gabinete y con sus subalternos (desde sus asesores hasta su chofer personal). Thriller psicológico que combina la tensión de un Michael Mann con el retrato moral y humanista de los hermanos Dardenne (ellos mismos productores de este film y seguramente impuslores de su actor-fetiche como protagonista), El ministro tiene como punto de inflexión un trágico accidente vial. El debate, entonces, pasa por si privatizar o mantener bajo la órbita pública el mantenimiento de la red de transporte. El funcionario -opuesto al traspaso a manos privadas- deberá tejer una compleja madeja de alianzas hacia el exterior y el interior de su círculo para sostener su posición (y sostenerse en el cargo). Si bien no todas las secuencias de este film son igualmente eficaces (hay algunas realmente notables), se trata de una descarnada, minuciosa, impiadosa y apasionante mirada al estrés, la presión, la adrenalina, las contradicciones y la "locura" de la política y, sobre todo, de la gestión (desde lidiar con los medios de comunicación hasta con los recortes presupuestos y las reivindicaciones sindicales), de ese "ejercicio del Estado" al que alude el título. Se lucen también en papeles secundarios Michel Blanc, Zabou Breitman y Laurent Stocker. Así, aunque no es un guionista y director joven (tiene múltiples aportes a la TV), Schoeller se consolida de forma definitiva como uno de los autores franceses a seguir muy de cerca.
En general, uno tiene una fantasía sobre cómo se maneja el mundo de la política, y también alguna idea, basada en lo que se conoce sobre el ejercicio de la función pública a través de los medios. Ese concepto, convengamos, es un poco… nefasto? Digamos que hay códigos propios que se juegan en ese mundo y los ciudadanos comunes, estamos ajenos a esa realidad. Bien, luego de “Versailles”, Pierre Schoeller se ocupa de traernos un thriller de escritorio de altísimo voltaje que se lee como la segunda parte de una trilogía que aún no cerró y que muestra el rostro oscuro de la administración gubernamental. La película arranca con una pesadilla muy lograda (de carácter erótico) que tiene el Ministro de Transportes francés. Inmediatamente habrá un accidente serio que conmoverá al país y Saint Jean (Oliver Gourmet), nuestro protagonista y hombre de extraños equilibrios, nos invitará a sumarnos a su mundo: el manejo de la gestión desde el manejo real atendiendo a todos los actores involucrados. Un escenario complejo, donde cualquier paso en falso puede ser la salida del gobierno de la peor manera, para que les quede claro, es el desafío permanente al que se enfrenta. Jean entiende que debe hacer muchas cosas éticamente discutibles para sostenerse en el cargo, ante los embates de los popes del partido, quienes ansían su cargo para destrabar una delicada situación que serviría para aumentar la intervención privada en expendio de combustibles. Lo que Schoeller hace de manera sobresaliente es instalarnos a la derecha de un funcionario en el pico de tensión de su trabajo. Este ministro enfrenta a cada minuto, presiones políticas y económicas del más alto nivel y de todos lados. La cinta no da tregua, y a cada paso del camino nos encontramos amenazas, corrupción, intereses creados y conspiradores que juegan su juego de la manera más sutil imaginada. No sabemos si el mundo de la política es así, pero les digo, debe serlo. Nos convence, la fuerza del relato de que hay en esta historia, lo cual le da a “L exercise d’Etat” una singularidad potente y única. Es cierto que en algunos tramos, el camino parece perderse, pero es tanto el oficio del hombre detrás de las cámaras, que a pesar de que algunas desviaciones de la historia a veces desconciertan, lo cierto es que siempre logra regresar al corazón del relato y aumentar el voltaje para terminar exactamente donde quiere. El film es sólido y absolutamente adictivo en toda su extensión. El reparto, los secundarios (Michel Blanc, Zabout Breitman y Julien Hirsch) se lucen en cada fotograma. Todos forman parte de conjunto de relaciones que el protagonista tiene a la hora de avanzar en su trabajo diario. “El ministro” es una de esas cintas que nos sumerge en un universo particular y logra transmitir una total convicción en la construcción que propone. Su vértigo y fuerza, la transforman en una de las mejores películas europeas estrenadas en nuestras salas este año. Si, ya sabemos, es del 2011 pero hay que celebrar su llegada: sin dudas, un gran hit en la carrera de uno de los más promisorios realizadores franceses de este tiempo (es su tercera película). Imperdible
Entretelones del poder El cine francés no teme inmiscuirse en las internas de sus gobernantes. En la película "El Ministro" (El ejercicio del Estado, en su título original), muestra las posturas contrapuestas dentro de miembros de un mismo gabinete, y esa pulseada entre distintos sectores que buscan ganar el favor de alguien con más peso para imponer sus ideas políticas. Saint-Jean (Olivier Gourmet) es un hombre sin tradición política, que no desciende de familia de políticos. Tal vez por eso tiene un poco más de ideales que sus colegas. Es el ministro de Transporte, y la historia comienza mostrando cómo reacciona su ministerio ante un accidente en una ruta. Lo despiertan de madrugada y llega en helicóptero a la escena del desastre. Enfrenta a la prensa, cuidando al detalle la imagen, con un discurso escrito, pero efectivo dentro de las circunstancias, y reclama que investiguen las causas de forma urgente. Igual que acá. Más adelante lo veremos enfrentar otro dilema: debe llevar a cabo una medida a la que él se opone, pero que le termina imponiendo el presidente. El filme explora así las presiones, las contradicciones personales que este hombre enfrenta para hacer algo con lo que no acuerda. Por su planteo como película “de personajes”, es fundamental la calidad de las actuaciones, y en ese aspecto es impecable. No sólo Saint-Jean, sino incluso todos los personajes secundarios están interpretados con una naturalidad, y una corrección que hace más creíble, más real, la historia que se nos cuenta. Casi como si el espectador pudiera poner cámaras en un político y seguirlo en su trabajo. El director, Pierre Schöller, logra dar con el tono adecuado, tanto en las escenas de discusiones de gabinete, como en las que requieren más acción y logran sobresaltar por inesperadas. Es una película que hace hincapié en los personajes, sus relaciones, su intimidad, sus pesadillas, la soledad del poder (“cuatro mil contactos y ni un amigo”, dirá el protagonista en un momento al revisar su celular). Con diálogos complejos, profundos, de muchas palabras, no resulta un filme fácil de digerir en lo inmediato. Sin embargo se trata de una interesante reflexión sobre el sistema democrático y su funcionamiento.
El precio del poder En El ministro (L'Exercice de l'État, 2011), el realizador Pierre Schöller introduce al espectador a un tour de force de las miserias, estrategias y caos de la cocina política de un gobierno. Muchos conocerán a Olivier Gourmet por su participación en Rosetta (1999) y El hijo (2002), films de los hermanos Dardenne (aquí productores). De rostro adusto y enorme presencia, se trata de uno de los grandes intérpretes del cine que por este rol fue merecidamente reconocido en la edición 2011 del Festival de Cine de Mar del Plata. Schoeller utiliza todos sus recursos para conducirlo en este implacable relato sobre el “ejercicio del Estado”, título original del film (el Estado se ejercita, no es solamente un sustantivo; significación no menor). Gourmet le da vida a un ministro de transporte que debe lidiar con varios conflictos, con sus superiores y sus subalternos. El principal de ellos está relacionado con la posible privatización de este servicio, a la que él se opone. Al mismo tiempo, su desbordada mente tendrá que intentar apaciguarse para salir lo más indemne posible. Tarea nada sencilla que es retratada con solvencia narrativa por el realizador, que le imprime al relato un aire entre claustrofóbico y paranoico, merced a una puesta en escena en donde hay muchos planos secuencias y un trabajo fotográfico que “achata” los espacios interiores. Hay varios puntos de giro vinculados a las mezquindades de la política, a los que los espectadores accederemos a través del punto de vista del ministro. En ese sentido, la película bien puede leerse como un thriller, pero también como un descarnado drama en el que un hombre se debate entre el “deber” y el “poder (hacer)”. Un accidente que lo tiene como protagonista (secuencia implacable, contundente) hará que las decisiones deban tomarse con mayor rapidez, y que el entorno (el gobierno, los ciudadanos) se ajuste a tal circunstancia. El ministro abre un debate en torno a las limitaciones y beneficios del sistema democrático actual, tema que no se circunscribe solamente a la realidad política francesa, sino que se amplía hacia todos los países que tienen ese sistema de gobierno. Por lo tanto, bienvenido sea este film riguroso desde lo formal y dialéctico desde lo argumental, un entretenimiento sólido que nos hará reflexionar.
El relato y la realidad La política estatal y la honestidad son dos caminos que jamás se cruzan y mucho más cuando se trata del ejercicio cotidiano del poder en el que cualquier ministro, por más rango que posea, es un burócrata en el mejor de los casos o sencillamente un títere acomodaticio manejado en las sombras por algún grupo de interés o por sus propios jefes. Todo forma parte del mismo juego, el de la retórica y la imagen que hacen del marketing político lo único que importa cuando la vida o la realidad están tan lejos de ese tablero como aquellas piezas de un ajedrez, arrumbado entre la basura. El ministro, del director Pierre Schoeller, con producción de los hermanos Dardenne, es un crudo retrato del mundillo de la política a partir del punto de vista de un ministro de Transporte, interpretado correctamente por Olivier Gourmet, quien domina a la perfección la cintura política, maneja al dedillo los discursos y no se inmuta ante los daños colaterales de su gestión, siempre que eso implique un sacrificio ajeno o un cambio de principios propios para no perder espacio dentro de la estructura del Estado. El tono elegido por el director mezcla por un lado la ironía y el despojo de todo acto de piedad frente a sus criaturas de sangre fría, igual que los cocodrilos que aparecen en una de las escenas oníricas del comienzo, recurso estilístico y narrativo solamente utilizado también en el desenlace. Con un ritmo sostenido en base al frenético derrotero de este funcionario del Estado que luego de verse afectado por una tragedia en la ruta donde pierden la vida trece niños y en el que la imagen del gobierno comienza a caer en la opinión pública y la fuerte presión de la oposición aprovecha el momento de debilidad para instaurar proyectos privatizadores, el film desnuda en primera medida los resortes de la coyuntura política en los despachos ministeriales, en las reuniones donde se compran y venden voluntades y lo hace con inteligencia y precisión. La virtud consiste en haber encontrado un enfoque que no se reduce exclusivamente a la realidad francesa, sino que trasciende las fronteras y es aplicable a cualquier escenario donde el distanciamiento entre los gobernantes y los gobernados es tan evidente como el reflejo de que las palabras no son lo mismo que los hechos y las acciones pero las consecuencias por las decisiones tomadas siguen siendo más importantes que las causas, mientras en el tablero de la política se arrojan los dados que ya están marcados.
El ejercicio del Estado, al desnudo La película, producida por los hermanos Dardenne, sigue a su protagonista de espacho en despacho, reunión tras reunión, mientras alrededor suyo se tejen y destejen alianzas, traiciones, golpes de timón políticos y directivas siempre cambiantes. Difícil desentrañar las razones por las cuales el distribuidor local decidió optar por el título internacional El ministro, en lugar del mucho más misterioso original francés “El ejercicio del Estado”. Pero, llámese de una manera o de otra, el tercer largometraje del francés Pierre Schöller –que luego de su estreno mundial en el Festival de Cannes tuvo un paso fugaz por Mar del Plata el año pasado– resulta un soplo de aire fresco en una cartelera dominada por vampiros adolescentes y el eterno Bond. No se trata, de ninguna manera, de una obra maestra, pero en su intrincada y rigurosa estructura narrativa firmemente anclada en el clasicismo es posible hallar más de un placer cinematográfico (y de otros tipos). Producida por Luc y Jean-Pierre Dardenne –la dupla de realizadores belgas responsables de films como El chico de la bicicleta y Rosetta–, El ministro es uno de esos films que proponen un acercamiento a universos poco transitados por el cine en general; no tanto una mímesis del mundo real como una construcción ficcional pautada, obsesionada casi, con la idea del verosímil. Luego de una secuencia onírica en la cual una bella mujer completamente desnuda es literalmente devorada por un cocodrilo –freudianos, abstenerse de posibles simbolismos–, el ministro de Transporte francés, Bertrand Saint-Jean, despierta en medio de la noche con una erección y con la noticia de un horrendo accidente de tránsito. Así comienza su día, preparando el consabido discurso que deberá dar ante los medios, mientras viaja en helicóptero hacia la zona del desastre. A pesar de su apariencia, el film no intenta reproducir una disección de la alta política, sino más bien crear un espacio fílmico erigido alrededor de cierta idea de la realpolitik contemporánea. El ministro sigue a Bertrand de despacho en despacho, reunión tras reunión, llamada tras llamada, mientras alrededor suyo se tejen y destejen alianzas, traiciones, golpes de timón políticos y directivas siempre cambiantes. El encargado de insuflarle vida al personaje es el notable actor belga Olivier Gourmet –un favorito de los hermanos Dardenne–, quien logra encarnar una criatura que transpira poder y, al mismo tiempo (a veces en el mismo plano), demuestra un alto grado de vulnerabilidad, siempre al borde de alguna clase de crisis. Tan importantes como el ¿héroe?, por cierto, resultan los personajes secundarios. Bertrand está constantemente rodeado de asesores, consultores y manos derechas de toda clase, desde un viejo político de alcurnia que hace las veces de Pepe Grillo (interpretado por Michel Blanc) hasta una joven consejera de imagen. Uno de los mayores atractivos del film es precisamente la ilusión de poder penetrar en el círculo más íntimo de poder, ese lugar donde se toman las decisiones más relevantes para la vida política y social de un país. El ministro no es un film de denuncia, al menos no en el sentido tradicional del término. Si el espectador espera una crítica implícita al reciente gobierno de Sarkozy, no la encontrará aquí. De todas formas, sí es posible escuchar en diversos diálogos más de un comentario sobre el estado del Estado francés, su renuncia ante el capital internacional, la falta de perspectivas, la sistemática aplicación de parches ante problemas coyunturales sin solucionar conflictos de fondo. El ministro Saint-Jean, de hecho, se encuentra en una compleja disyuntiva: apoyar, traicionando sus propios ideales, una posible privatización de las estaciones ferroviarias o ser expulsado sin anestesia de las altas esferas del gobierno. El film se encarga de detallar con un simple comentario los orígenes del protagonista, lejanos a la vida política como herencia familiar. Sin embargo, vive diariamente, minuto a minuto, con una enorme satisfacción, la adrenalina del poder. “Si me conocieras bien, no me querrías tanto”, le dice Bertrand a su mujer en un momento de desnudez, de simple humanidad. El guión del propio Pierre Schöller, astuto y preciso, hace de esas situaciones una suerte de contracara del animal político, como cuando el ministro pasa parte de una noche en el humilde hogar de su nuevo chofer, discutiendo en un diálogo de sordos con la pareja de su empleado, al tiempo que cae en una suerte de catarsis etílica. El ministro tiene la velocidad de un auto de Fórmula 1, ritmo que busca y logra que el espectador se vea aspirado en la vorágine de las imágenes y los diálogos. Lo cual impide en gran medida la reflexión, o al menos la empuja más allá de la secuencia de títulos de cierre. La dimensión moral del relato, en última instancia, se reserva para los tramos finales de la película. No revelaremos aquí detalle alguno de la trama, pero baste decir que un evento por completo inesperado ubicará a Bertrand en un nuevo cruce de caminos. Más allá de su decisión personal, y parafraseando a Lampedusa, El ministro se encarga de dejar en claro que en ese submundo ubicado irónicamente en el más alto de los sitiales, las cosas cambian todo el tiempo precisamente para permanecer inmutables.
La lucidez realista del pesimismo El ministro, título de estreno de esta película en la Argentina y en otros países, pone el foco sobre el protagonista, titular de la cartera de transportes del gobierno francés, en un contexto de crisis laboral y déficit presupuestario. El ministro Bertrand Saint-Jean está interpretado por el infalible belga Olivier Gourmet, actor de varias películas de los hermanos Dardenne, que son productores de este film dirigido por Pierre Schöller. Sin embargo, el ministro Saint-Jean no es el protagonista absoluto de El ministro , por eso el título de estreno en Francia y Bélgica, L'exercice de l'État , es decir, "El ejercicio del Estado", es más justo con el planteo narrativo del film. El ministro comienza con un sueño que combina poder, sexo y fauna (y que se basa en una fotografía de Helmut Newton), y enseguida estamos ya metidos en el desgaste del trabajo ministerial: un accidente de un micro lleno de adolescentes en la ruta pone en funcionamiento de emergencia la maquinaria del Estado. La actividad del ministro es frenética, es capaz de sostener dos conversaciones por celular al mismo tiempo en la que una depende de la otra, y sus tareas son una mezcla desgastante de consuelo a víctimas, declaraciones, pedidos de disculpas, peleas internas en el gabinete, reuniones con asistentes, firmas, planes diversos de financiación, etcétera. Pero el punto de vista del relato no es de manera excluyente el del ministro Saint-Jean: la película cuenta situaciones que lo afectan directamente en su trabajo y que lo excluyen. Y, además, el personaje de Gilles, mano derecha del ministro, es crucial. Es crucial por un lado porque está interpretado por Michel Blanc, y por otro porque es un personaje que actúa de contrapeso: mientras el ministro es flamígero, ambicioso, voluble y, según se nos dice, una nueva figura con carisma y futuro político, Gilles es el empleado dedicado, estable, diplomático: un político de tradición, un profesional gris -digno del cine de Michael Mann- que mientras cocina con placer escucha como si fuera su música preferida un discurso de André Malraux que nos transporta a épocas de política francesa más grande, menos impotente o, al menos, comunicada con mayor gloria. El ministro puede empezar con un sueño fascinante, mostrar a Gilles cocinando, detenerse en las consecuencias crudas de un accidente en la nieve, usar las pantallas de los hiperactivos celulares sobreimpresas encima de los personajes, poner una canción cantada por Pete Yorn y Scarlett Johansson, narrar con empatía una escena de sexo cotidiana y, sobre todo, sorprender y estremecer con un accidente que irrumpe y que -además de una muestra cabal de pericia cinematográfica- es fundamental en el devenir del protagonista. El ministro relata con variantes, con cercanía, con energía y hasta con lo que algunos podrían llamar "onda": no hay necesidad de quietismo, lentitud o tedio para contar temas políticos complejos. Tampoco hay necesidad de establecer héroes y villanos con falsa nitidez: El ministro , con recursos seductores, se presenta como un thriller político fascinante hecho con la lucidez realista del pesimismo. No deja de resultar llamativo que, luego de varios atrasos, El ministro terminara estrenándose el mismo día que Néstor Kirchner, la película , un endeble panfleto que parece estar construido, punto por punto, como el opuesto de esta producción franco-belga. Y así El ministro , por simultaneidad en la cartelera, suma a sus méritos el de ser un film-antídoto.
La política tiene patas cortas Quizás él no se dé por enterado, pero seguro que en ese último plano que lo toma, el protagonista de El ministro se dé cuenta. Bertrand Saint-Jean es un animal político. Bertrand es el ministro de Transporte francés, un tipo sin pasado político, sin background, como le echa en cara una de sus asesoras, y tal vez por eso cuando se entera de un terrible accidente vial en una ruta, con niños como víctimas fatales, no le huye al compromiso; la misma noche se hace presente en el lugar del hecho. Y a partir de allí no abandonará el centro de la escena. Que pasa a ser, sí, una cuestión política, pero para Bertrand, de tintes más morales y personales. Se está ante la disyuntiva de privatizar las terminales de transporte. Y él está en contra. Producida por los hermanos Dardenne, la mano de los realizadores de Rosetta y El hijo , se nota en las características del personaje. Pero el director francés Pierre Schöller le imprime un ritmo propio. Si el “acoso” de la cámara sobre los personajes es algo así como la firma de los realizadores belgas, Schöller le aplica otra mirada. Construye un thriller político revelando tejes y manejes, enjuagues, agachadas, favores y traiciones en un mundo sucio en el que, cuando se atisba un poquito de pulcritud, siempre llega algo para enroñarlo. “En crisis de comunicación, olvídense de la realidad. Sólo cuenta la percepción”, se escucha. “Cuatro mil contactos y ningún amigo”, dice entre un suspiro y quejoso, mientras mira su celular el ministro, que ni sabe que su hija está en Egipto. El hombre que tiene un compañero (el gran Michel Blanc, tan versátil para el drama como para la comedia) del que se sorprende su rectitud humana y política. “El primer hombre que conozco que calza los mismos zapatos desde hace veinte años”, se ufana. Filme de fuertes contrastes y, como se ve, grandes diálogos, la interpretación de Olivier Gourmet está también entre lo más alto de la realización. Porque encarna, en definitiva, a un político, y desde la platea no sabemos nunca si lo que dice es lo que piensa, si lo que piensa lo actúa, si va a cambiar o si la palabra integridad está grabada a fuego en su vocabulario.
Los oscuros juegos del poder "El ministro" tiene notables interpretaciones de Olivier Gourmet (el actor preferido de los hermanos Dardenne), en el papel de Bertrand Saint-Jean y el gran Michel Blanc (Gilles). Con un singular rostro, el de Sylvain Deblé, en el papel del ex huelguista Martin Kuypers. Una mujer desnuda en un despacho gubernamental metiéndose hipnóticamente en la boca de un saurio. Ese es el sueño que se repite y estremece a Betrand Saint-Jean (Olivier Gourmet), Ministro de Transportes francés. Todo tiene que ver con esa vida que eligió, en que el poder es el centro y no hay manera de eludir lo inconfesable, con tal de no perderlo. La siguiente secuencia enfrenta a Bertrand Saint-Jean (Olivier Gourmet) con la realidad del accidente de un micro cargado de niños en una ruta montañosa. Su actitud respecto del accidente, el control de su asesora de imagen que lo manejará como un robot desde la llegada al lugar, las primeras palabras ante los testigos, los minutos que deberá pasar frente a los muertos, marcan el frágil espacio en el que debe maniobrar un político ante un conflicto a futuro. FUNCION PUBLICA Los dos sucesos, el irreal y el real, preanuncian el conflicto de un hombre que en la función pública, deberá actuar contradictoriamente, porque la solución de los conflictos ciudadanos presupone un juego de concesiones en el marco del poder, que no siempre tendrán como resultado el bien social. Bertrand Saint-Jean (Olivier Gourmet) soñó con cambiar el mundo, con la fidelidad en la amistad y el amor, pero la ambición le está jugando en contra. Todo tiene un precio en el gobierno de un mundo caótico, donde la desocupación es una realidad, las privatizaciones una necesidad ante ese viejo estado "convertido en un viejo zapato que se llena de agua" y los sindicatos protestan al borde de un ataque de nervios. "El ministro" se adentra en un tembladeral llamado "gestión pública", en los juegos del poder y las concesiones a la ambición, en la mentira del Estado protector y la fotografía que muestra sonrientes adjudicatarios de empleos que ignoran la precariedad que les espera y confían en un futuro estable. UN GUION SOLIDO El director Pierre Schöeller, apoyado en su guión tan sólido como la dirección de actores, nos acerca sin concesiones y con la crudeza de esa música a lo Mikis Theodorakis ("Z" es el film de Costa Gavras al que "El ministro" remite), a la cruda realidad del ejercicio del Estado democrático. Nunca independiente, nunca ajeno a los medios, a la influencia y la corrupción. Con una exposición realista, con mucho del cine setentista italiano y un suspenso casi policial, desnuda la lucha entre la ambición y la ética en un juego de poderes que convierte al individuo en objeto. "El ministro" tiene notables interpretaciones de Olivier Gourmet (el actor preferido de los hermanos Dardenne), en el papel de Bertrand Saint-Jean y el gran Michel Blanc (Gilles). Con un singular rostro, el de Sylvain Deblé, en el papel del ex huelguista Martin Kuypers.
“El ministro” es un sólido drama político Fue, sin dudas y en la opinión de muchos, el mejor film de la competencia del Festival de Mar del Plata 2011, aunque el jurado solo le concedió el premio de mejor actor para su protagonista Olivier Gourmet. En esa ocasión se presentó con su título original, «Lexercice de lEtat», el ejercicio del Estado. Ahora se estrena con un título que dice menos, pero no está mal. A fin de cuentas, ese es el cargo que ejerce y que arriesga el protagonista. Lo que vemos, es la nerviosa historia de un ministro de Transportes de relativa experiencia política, enfrentado a intereses contrapuestos, rápido de reflejos pero cercado por las exigencias de su agenda, su propio gobierno, los sectores afectados por la inseguridad vial o laboral, y su compromiso consigo mismo aunque no sea el mayor santo, ayudado apenas por unos pocos fieles. Entre ellos, posiblemente, está el secretario del Ministerio, un hombre calvo, formal, circunspecto, observador, con experiencia en asuntos de trastienda y papeleo. Y seguramente está la asesora que atiende ciertas minucias de la comunicación pública: qué palabras usar, ante quien, etc. Y el chofer. Así planteado, y tratándose de una película franco-belga, podría temerse que esto fuera un plomo versallesco. Todo lo contrario: acá hay ritmo contínuo, actuaciones, diálogos, complejidad, actualidad, potencia y conciencia, en un conjunto muy bien ensamblado, con mucho para hacernos pensar también a nosotros (empezando por las reacciones ante un accidente que hay al comienzo) y, por si esto fuera poco, promediando la pe-lícula sucede lo que los afiches anticipan, un tortazo de aquellos, pero filmado y editado de tal forma que, en comparación, las películas de Hollywood se quedan chicas. Porque no sólo hay espectáculo, sino realismo, y justificado y bien mensurado uso dramático. Por supuesto, el drama no se queda ahí. Una puerta que se cierra despacio frente a una persona, una mirada en los pasillos, también son algo fuerte (y bien oportuna, la aplicación de unas frases del discurso que André Malraux dedicó a Jean Moulin, jefe de la Resistencia). Corresponde destacar a los intérpretes Gourmet y Michel Blanc, que con los años se ha vuelto más macizo. Y al autor, Pierre Schoeller, cuyas dos anteriores películas se han apreciado en la Alianza Francesa. Productores, otorgando respaldo internacional, los hermanos Dardenne, siempre atentos a los relatos que contengan planteos morales concretos, como en este caso.
Con la mirada puesta en la misma entraña del poder y un funcionario que se ve deslizado en situaciones que apenas puede manejar. Donde su conciencia apenas se escucha y sus ambiciones lo hacen tejer alianzas impensadas para mantenerse a flote. Una radiografía cruda, interesantísima.
Olivier Gourmet, actor fetiche de los hermanos Dardenne, se pone en la piel del Ministro de Transporte que debe hacer frente a una tragedia, un autobús cayó en un barranco y hay una docena de víctimas. Una trama en donde se fusionan las internas políticas, las privatizaciones y la crisis económica. Cualquier parecido con la realidad, no es pura coincidencia, es que además de estar filmada con una cámara nerviosa que trasmite tensión y cierto toque documental, el filme es una crítica acida al capitalismo, la política salvaje y las corporaciones. Como si esto no fuera suficientemente atractivo, la realización hace gala de un atronador diseño de sonido y una fotografía estridente, que se destaca sobre todo en las escenas oníricas, momentos de enorme surrealismo que inquieta y cautiva al mismo tiempo. Cine Francés de calidad para reflexionar.
Sombras y sombras del poder Cuando uno se entera que El ministro está producida por los hermanos Dardenne, se imagina un drama de componentes universales regido por ciertas normas formales: una cámara pegada a los personajes siguiéndolos sin claudicar, una mirada desprovista de prejuicios que logra edificar un relato tan coherente como humanista. Digamos que Pierre Schoeller mantiene a rajatabla la esencia del cine de los hermanos belga, especialmente en eso de ser coherente con sus personajes y sustraer el relato de toda manipulación. Pero allí donde se distancia es justamente donde encuentra parte de sus aciertos: lejos del ritmo pausado, el director francés elabora un thriller de escritorio, centrado en las altas esferas del poder político galo, que es pura tensión dramática. Claro que hay un elemento puramente dardenneano (por inventar un término) y es la presencia de Olivier Gourmet como el protagonista Bertrand Saint-Jean, un actor al que la palabra “presencia” le sienta como a pocos: Saint-Jean es el ministro de Transporte francés, un tipo que queda en el centro de la tormenta y la discusión política cuando sucede un terrible accidente vial. El debate pasa a ser la privatización o la mantención bajo el ala estatal de las terminales de transporte, retratado esto como una instancia moral que define mucho más que una acción de gobierno: Saint-Jean se opone a la privatización. Y esto, que parece un eje temático administrativo alejado de lo cinematográfico, se convierte en un relato apasionante sobre el poder, la política y el componente humano, gracias a un ritmo avasallante. Está claro que Europa pasa un momento crítico. El ministro posiciona su mirada en lo político y lo vincula con lo moral y lo ético para comprobar cómo se enfrenta esto a valores como la coherencia y la honestidad. Schoeller se aleja de la mirada de clase media, que se horroriza con la política y busca quedar al margen desde ese imposible llamado “apolítica” -sépanlo: todas las acciones humanas son políticas, por acción u omisión-, esa que es parte de la corrección bienpensante enquistada hoy en el cine mainstream, para apostar al compromiso aún dentro de las parcelas y chicanas del poder. Lo acertado en el caso del director es que enfrentado a grandes temas, su film parece tener respuestas para todo. Filmando este drama a la manera de un Michael Mann, donde el profesionalismo y el rigor son base fundamental de la forma en que sus personajes llevan adelante sus motivaciones (incluso eso se ve en la pericia técnica con la que filma un espectacular accidente de tránsito), Schoeller se constituye con en un sabio narrador que utiliza a la política como tema y forma: porque como el buen cine clásico nos ha enseñando -y hay algo de eso en la claridad expositiva de El ministro- lo que se dice es tan importante como la manera en que se dice. Llegado cierto momento, Bertrand Saint-Jean tendrá que ir tomando decisiones, formando alianzas que lo pueden llevar a perder parte del entorno de funcionarios que lo acompañó siempre. Inclaudicable, coherente, incorruptible el protagonista de El ministro tendrá que atravesar su aprendizaje que es el de aprender a convivir con esa bestia que es el poder, no sin asquearse un poco de aquello en lo que se puede convertir como bien le advierte a su esposa. Y así como el personaje, la película también tiene su aprendizaje que es el de saber contar lo suyo con las reglas del thriller sin por eso vaciarse de contenido: tan interesante cuando corre como cuando se detiene y reflexiona, el film de Pierre Schoeller es una demostración de cine inteligente y apasionante.
Un hombre de poder se enfrenta a una crisis: ministro de trabajo, un accidente con muchos muertos lo pone en el foco de una tormenta donde arrecian juicios, chicanas, negociados y todas esas cosas que en Francia alimentan una ficción pero se han vuelto pan cotidiano en la Argentina. El tono irónico del film, que juega casi al humor negro en algunas secuencias, no oculta que, a pesar del suspenso, es poco lo nuevo que tiene para mostrar sobre la relación entre poder político y dineros sucios.
Lúcida puesta en escena, ritmo constante y rigor en el tercer largometraje de Pierre Schöller. El ministro es una película sobre el poder, pero no sobre la lucha por obtenerlo (aunque es inevitable que en algunas escenas el tema esté presente) sino sobre la forma en la que el ministro de trasporte, Bernard Saint-Jean (Olivier Gourmet) lo lleva a la práctica: las presiones que debe enfrentar, los condicionamientos y la soledad que el mismo implica. El relato comienza de madrugada, segundos después de consumarse una tragedia vial en la que el ministro debe atender y acompañar a las víctimas y sus familiares. A la vez que el director, Pierre Schöller, representa el ejercicio del poder realiza la semblanza de ese hombre noble y solitario que debe mostrarse firme y decidido en un ámbito súper competitivo. El trabajo de Olivier Gourmet para darle carnadura a Saint-Jean es notable. Gracias a él podemos apreciar la complejidad y la humanidad del mismo que desde abajo se supo hacer un lugar en la vida política de su país. En medio de una dirección de actores notable, vale la pena destacar también la labor de Michel Blanc, en el rol de jefe de gabinete del ministerio y hombre de confianza de Bernard. En su tercer largometraje Schöller demuestra un lúcido manejo de la puesta en escena y el relato cinematográfico. El filme tiene un ritmo constante, que es lo acerca al thriller, si a esto le sumamos el rigor con el que Schöller habla sobre las formas del poder, nos encontramos ante una obra valiosa y reflexiva.
El político Esta obra producida por los belgas Jean Pierre y Luc Dardenne tiene como protagonista casi absoluto al actor fetiche de estos hermanos, el extraordinario Olivier Gourmet, personificando a Bertrand Saint Jean, ministro de transporte de Francia. La narración abre con una secuencia que cierra en sí misma, y que puede ser tomada como el sueño del ministro, o, en realidad, la forma de instalar el discurso del director. En esta escena, que transcurre en los ambientes del poder político, una mujer completamente desnuda y entregada es fagocitada por un cocodrilo de tamaño gigantesco. Varias podrían ser las lecturas sobre esta escena, que aparece luego de ver el filme como cercenada del resto. Desde lo lineal, lo metonímico, o lo metafórico, si se quiere. Se sabe que la desnudez implica indefensión, pues el ser desnudo tiene dificultades para poder defenderse, aparece como entregado. Pero otra posibilidad sería verlo del lado del animal. En este caso el cocodrilo llora cuando come. Luego de ver la producción uno se podría preguntar a quién representa el cocodrilo, a quién la mujer desnuda. Una posible interpretación estaría dada por centralizar esa escena como delineadora de todo el resto del relato, o bien podría ser extendido a todos los políticos, o sólo ceñirse a éste personaje en particular. El orden y la inclusión o no de estas variables no modifica demasiado en cuanto a su realización, pero si profundiza la importancia del alegato. Pero la historia comienza cuando Bertrand es despertado con la noticia de un accidente de tránsito con muchas victimas fatales, la mayoría niños. Hacer frente a esta situación, a los medios de comunicación y a los familiares de las victimas, es su desayuno de la nueva jornada. Contemporáneamente se presenta en todo el gabinete de gobierno el debate sobre la privatización o no de las estaciones de trenes, que su conciencia y su ideología van en contra de la privatización, pero que el accidente puede volcar las dudas hacia un lado y precipitar decisiones con las que no concuerda. En su inmenso escalafón de poder el ministro se muestra hacia los demás extremadamente seguro, con soltura, manejando la situación como pez en el agua, y para su interior navega la sensación de estar en constante posición de alerta pues vive rodeado de tiburones de mayor tamaño y peso. En ese ámbito se cocina gran parte de la vida de todos los demás seres existentes, de las voluntades, se hilan alianzas que se rompen con la misma rapidez, donde traiciones y narcisismo primario caminan de la mano La narración sigue a su protagonista por todos lados dando la sensación de la inagotabilidad del personaje, realzada por un supuesto sacrificio, reuniones, discursos, viajes, sexo furtivo, pero que en realidad sólo demuestra los deseos de poder ejercer el poder por parte del supuesto héroe. La traducción del titulo original, mucho más abarcativo y explicativo en sí que el elegido para su estreno en Argentina, es “El ejercicio del Estado”. Nada hay en el texto fílmico que impida ampliar la mirada y la interpretación de lo que se muestra. Es interesante la contraposición que se representa entre Bertrand, y su más fiel asistente Gilles, interpretado por Michel Blanc, el primero es en definitiva un político advenedizo, muy cercano al personaje de la novela de Robert Penn Warren “Todos Los hombres del Rey”, mientras que el segundo, y casi de contrapeso, juega el papel de un político de los llamado de raza, de los de antes, hasta honorable. Si bien la realización recorre el relato de manera lineal, con una estructura clásica innegable, y por momentos excesivamente conversada, el guionista y director tiene el tiempo y la capacidad de maniobrabilidad sobre el texto, como para imprimirle ciertos rasgos y elementos de thriller político, aunque al fin de cuentas todo lo que termina demostrando es que en ese mundo se hace de todo para que nada cambie. Una reflexión interesante a instalar es la misma que Gilles Deleuze realizó en su momento respecto al film de Alain Resnais “La guerra ha terminado“ (1966), que bien podría estar dando en el centro de una de las cuestiones más importante, como cuasi denuncia de la producción “El Ministro” ….”Resnais es innegablemente el más grande cineasta político de Occidente en el cine moderno. Pero, curiosamente, no es por la presencia del pueblo, sino, al contrario, porque sabe mostrar que el pueblo es lo que falta, lo que no está”. En esta obra de Pierre Schöller podría estar sucediendo lo mismo, pero con otras intenciones. Fuera de programa esta misma semana se estrenó el filme “Néstor Kirchner, La Película”, que seguramente será invadida su critica según con que ojos se lo mire, si desde lo específicamente cinematográfico o desde lo político. Aunque en este caso ambos se invadan, por lo que la supuesta radiografía del hombre y su entorno termina por ser otra cosa. Hecha la aclaración, voy al punto que me llamo la atención para la comparación. En el filme francés todos los servidores públicos se movilizan con vehículos nacionales como Peugeot, Citroen, etc., no se muestran en otros de fabricación foránea. ¿Estarán diciendo algo con esa actitud? ¿En que se movilizan la mayoría de los empleados del gobierno argentino?, Y no sólo desde hace 10 años, ¿eh? Si querés llorar, llora
Lo que mata es el poder El supuesto plan de privatizaciones de las estaciones de tren en Francia es el eje de la película "El ministro y la salida". El ministro francés no descansa ni cuando duerme. Está sumido en una pesadilla cuando le avisan que un ómnibus con jóvenes cayó a un barranco. El ministro de transporte es el engranaje de un gobierno que está decidiendo modificaciones sustanciales en el rol del estado. Tal el tema, la atmósfera y el debate político de la película de Pierre Schöller, El ministro y la salida (en el original, El ejercicio del estado). En el día a día de la gestión, las escenas se suceden vertiginosamente en distintos despachos, según la trama que va mostrando de a poco la pelea entre ética y política. Olivier Gourmet, en el rol del ministro Bertrand Saint-Jean, revela las facetas de un personaje en la segunda fila de la actualidad política, hasta que dice: "No seré el ministro de las privatizaciones". Todo cambia. Los ciudadanos, los medios de comunicación, el gabinete, el Primer Ministro y el Presidente ocupan lugares muchas veces antagónicos, en plena crisis del empleo. "Somos 50 tipos en la cabeza de un alfiler", señala otro ministro, justificando el paso que liquida el estado benefactor. Acompaña a Gourmet (La corporación), el notable Michel Blanc en el rol de Gilles, consejero veterano, técnico, fiel a sus convicciones y a la memoria del ejercicio político, una voz de la conciencia que habla poco. Los dos actores sintetizan la vorágine que plantea la película, que, por momentos, incluye demasiados frentes (como la historia del chofer). Asesores y jefes de prensa corren mientras el ministro transita en medio de piquetes de huelga en la nieve, desocupados furiosos y gente que reclama soluciones. El director trabaja sobre imágenes rápidas, de alto impacto, sin golpes bajos, alternando el sonido ensordecedor con el silencio más amenazante. Gourmet aprovecha los constantes primeros planos para expresar desconcierto e incertidumbre. El actor compone un personaje exasperante, que sopesa la conveniencia de permanecer en el poder. La película suena y trae recuerdos para el espectador de esta latitud que vivió la década del 90. Claramente política, de tesis, sin moraleja, El ministro y la salida plantea el contrapunto con la situación actual europea, como un documental que incluye las manifestaciones en Grecia y consignas reconocibles. "La política es una llaga permanente", dice un ministro. El director, que cuenta con la producción de los hermanos Dardenne, no concede, no explica. Sólo muestra al cocodrilo de la pesadilla en acción.
El camino cruel de la política Un ministro de Transporte de Francia está obsesionado con impedir la privatización del servicio. El cree que el transporte estatal no tiene fallas hasta que sufre un accidente en la ruta y todo cambia. Olivier Gourmet, ganador del premio al mejor actor en el 26º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, interpreta a un funcionario que se debate entre las miserias propias y las de la política, y es en ese eje donde el filme toma vuelo. El director Pierre Schöller, que contó con la producción de los hermanos Dardenne, supo darle la vuelta de tuerca para que la película le escape al lugar maníqueo y aporte para la reflexión colectiva.
Denuncia a los mecanismos y "parches" del poder Es la segunda película de un tríptico sobre cuestiones políticas y del Estado en Francia realizado por Pierre Schoeller. La primera fue Versailles, que no tuvo estreno comercial en nuestro país y la tercera es aún una promesa. Este filme trata sobre el ministro de Transporte y su séquito de secretarios y asesores. Se llama Bertrand Saint-Jean. Es interpretado por el belga Olivier Gourmet, uno de los actores más convocados por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, quienes en este caso ofician de productores, lo que no es un dato menor. Saint-Jean es un representante de la denominada "nueva política", que está haciendo sus primeras armas como funcionario público. Un hombre ambicioso, que transpira poder y pretende ser intransigente, aun a sabiendas que la ética no suele brillar en los ámbitos que decidió transitar. Además, por su propia condición de primerizo, exhibe una considerable vulnerabilidad y a cada paso corre el riesgo de ser vapuleado por sus pares. En un momento de sinceridad le dice a su esposa: "Si me conocieras bien, no me querrías tanto". Un medio periodístico lo calificó de "macho del transporte", mientras él mismo se define de "tigre hambriento en la noche oscura". Es asistido por Gilles, su secretario, y por Pauline (Zabou Breitman) como su asesora de prensa, que también se preocupa que el color de su corbata sea el adecuado para cada circunstancia. En el inicio del relato, Saint-Jean despierta excitado por una pesadilla, en la que vio cómo una bella mujer se introduce, desnuda, en las fauces de un cocodrilo. Unos minutos más tarde, su secretario le informa de un accidente carretero: un ómnibus que transportaba escolares cae en un precipicio en la región de Ardennes y hay varias víctimas mortales. Saint-Jean se traslada al sitio del accidente y allí comienza su trajín como protagonista de esta historia, que lo mantiene alejado de su casa e inmerso en reuniones, intrigas y luchas por el poder, en el marco de la crisis económica de Europa y de manifestaciones sindicales. El ministro no es un filme de denuncia política. Se circunscribe en mostrar las actividades que desarrolla el protagonista y deja que el espectador extraiga sus propias conclusiones. El eje de su controversia con otros funcionarios es un proyecto para privatizar las estaciones de tren. La película desnuda los mecanismos cotidianos del poder y demuestra la propensión de los políticos de aplicar parches a situaciones coyunturales. En otras palabras, cambiar algo para que todo siga igual, al mejor estilo Lampedusa. El relato registra un sostenido ritmo narrativo, una significativa puesta en escena y las excelentes actuaciones de Olivier Gourmet y Michel Blanc (Gilles), de escasa altura física, pero enorme estatura actoral.
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