Publicada en la edición impresa de la revista.
The Mill and the Cross: the splash, the forsaken cry Lech. J. Majewski’s tableau is a pious meditation on Christianity’s and humanity’s Passion Masterly witnessing the process of construction of Flemish artist Pieter Bruegel’s The Procession to Calvary (1564), Polish director Lech. J. Majewski’s The Mill and the Cross is a stunningly beautiful if lacerating canvas portraying both Christ’s crucifixion...
Una obra de arte que con gran belleza visual plasma una perfecta combinación entre el universo estético de la pintura y el cine, invitando al espectador a contemplar y reflexionar en un verdadero ejercicio de estilo. El compositor de ópera, poeta, artista, fotógrafo y cineasta polaco Lech Majewski (quien ya había trabajado sobre el mundo del arte en Basquiat y El Jardín De Las Delicias Terrenales) es el creador de esta excéntrica y cautivadora especie de "art movie" que recrea el universo plasmado por el pintor flamenco del siglo XVI Pieter Bruegel (El Viejo) en su obra maestra, "Camino al Calvario", ambientándolo en la ocupación española de Flanders a mediados del siglo XVI. Combinando diversas técnicas pictóricas con efectos visuales y una puesta en escena muy especial, El Molino y La Cruz recrea la génesis del famoso cuadro de Bruegel, centrándose en éste, interpretado por Rutger Hauger (Blade Runner), y algunos personajes emblemáticos (de entre quinientos retratados en la obra) como su amigo y mecenas Nicolaes Jonghelinck (Michael York), la Virgen María (Charlotte Rampling), Cristo y Judas entre otros, para reconstruir a través de ellos el contexto social, político y cultural de aquel pueblo y momento. Majewski logra construir una narrativa muy particular jugando con la composición de cada encuadre, las perspectivas (pintó el cuadro de Brueghel y lo expandió desde siete perspectivas simultáneas), relieves, profundidades y texturas (pintó los decorados y se utilizó lo último en técnicas digitales para incorporar a los actores al mundo de Brueghel), combinándolas con breves diálogos y una banda sonora que dramáticamente nos transporta al mundo del cuadro. El Molino y La Cruz es una cautivante experiencia audiovisual que sorprende gratamente a los sentidos y nos invita a releer, reflexionar y discutir sobre el poder del arte. Considero pertinente aclarar que esta película no responde a los cánones del cine clásico, de género o un mero cine experimental. Es un film, que al igual que otros como El arca rusa de Sokurov, Caravaggio de Derek Jarman, o Seraphine de Martin Provost, brindan una propuesta diferente del séptimo arte.
Esta película es exquisita. Se parte del cuadro de Bruegel el viejo (“El camino del Calvario”) y con trucos digitales utilizados con perfección, con actores que hacen cobrar vida a cada uno de los personajes de la pintura, en un trabajo riguroso de tres años, con un resultado deslumbrante. Se trata de un cuadro en vivo, pero también de una reflexión sobre el arte, y las referencias al momento histórico en Flandes, con la inquisición española atroz contra la reforma protestante. El más sabio de los pintores, con los secretos del cuadro y sus símbolos. No se la pierda.
Placer para los sentidos El molino y la cruz (The mill and the cross, 2011) es una verdadera obra de arte. No sólo tiene la particularidad de deleitar la mirada sino también pone en crisis la forma de contemplar una obra de arte, en este caso, la pintura. La obra es el fresco Cristo cargando la cruz de Bruegel, y el director Lech Majewski la utiliza de disparador de las múltiples historias que se tejen en su interior. El relato se sitúa en el año 1564 cuando el pintor flamenco Pieter Bruegel (Rutger Hauer) se encuentra retratando la “pasión de cristo” durante la cruenta ocupación española en Flandes. Como una telaraña de múltiples significados, el director Lech Majewski irá desentramando las historias colaterales que esconden el cuadro y su génesis. El molino y la cruz es una obra sencillamente alucinante. Desde la concepción visual del film, estamos viendo un fresco de mediados del 1500. ¿Cómo se logra? Es inexplicable poner en palabras el trabajo de cuatro años de diseño artesanal de los decorados, sus colores, su textura. Es inevitable ver como la pintura de Bruegel cobra vida en el film. Sus personajes, sus conflictos y su geométrica estructura interna, marcan el recorrido de lectura del cuadro en la película. Con un trabajo excepcional, Majewski se permite jugar con la figura del artista, poniendo así en crisis la contemplación del arte en todas sus dimensiones. Como espectadores estamos viendo el cuadro de Bruegel pero también lo vemos al mismo Bruegel, presente en el espacio del film, pensando, construyendo simétricamente su monumental obra. Su observación de la tela de araña –con la araña en el centro- será clave para esbozar la compleja arquitectura de su pintura. Y él, como la araña misma, irá tejiendo sus lazos. Lo que aún más vislumbra del film, es ver a Majewski, artista hablando del artista, mostrando al pintor tejiendo su obra, estando el propio Majewski detrás de la otra obra llamada El molino y la cruz, tejiendo sus propios lazos y códigos de lectura en el film, imponiendo un modo de ver, de contemplar el arte. Pero lo mejor de la película es el juego entre pintura y cine que realiza. En un mismo plano, podemos ver a los actores interpretando sus roles sobre un fondo visualmente pintado pero en movimiento. En un primer plano la acción, en un segundo la pintura de contexto. Una pintura viva que entra y sale constantemente del plano de la acción. Se recuesta sobre el fondo pero invade la pantalla incluso llega a traspasarla continuamente. Un juego exquisito, visualmente atrapante e intelectualmente extraordinario. En definitiva, una obra de arte en todos los sentidos.
Por un cine hipnótico, fascinante y radical Mucho se habla de la relación entre el cine y el resto de las disciplinas plásticas y audio(y/o)visuales. El compositor de ópera, poeta, artista, fotógrafo y cineasta Lech Majewski llevó al extremo esa conexión al articular fotografía, literatura, pintura y teatro en El molino y la cruz. Basado en un ensayo del crítico de arte norteamericano Michael Gibson, el film es el resultado de un proceso de producción homérica de más de cuatro años montado por el polaco para elaborar un minucioso análisis iconográfico del cuadro El camino al calvario, en el que Pieter Brueghel representa el Vía Crucis de Cristo ambientándolo en la ocupación española de Flanders a mediados del siglo XVI. Para eso, Majewski toma al mismo Brueghel (interpretado por Rutger Hauger, viejo conocido del cine de acción de los años ‘80) y a una veintena de personajes de los más de 500 retratados en la obra -entre los que están Jesús y la Virgen María (Charlotte Rampling)- para reconstruir a través de ellos el contexto social, político y cultural de aquel poblado. Una experiencia visualmente hipnótica, sensorial y fascinante, pero también un fuerte manifiesto sobre el poder del artista en el marco social. Articulado prácticamente sin diálogos, entremezclando escenas rodadas en locaciones reales con otras en las que la propia pintura sirve de marco geográfico, El molino y la cruz es una de las experiencias más radicales del año.
Rara vez me sorprendo en una sala, una vez que uno se vuelve veterano de la profesión, digamos que adquiere una mirada que categoriza rápidamente films y porqué no, inconcientemente los va “acomodando” a estructuras conocidas, transitadas, lógicas, por decirlo de alguna manera. Pero cada tanto (afortunadamente), llega un título que nos llama la atención, que rompe con la monotonía de lo que habitualmente consumimos, y nos conecta con el arte, en su forma pura. Eso es, “The mill and the cross” , opus número 13 del director polaco Lech Majewski… Para empezar, hay que decir que esta obra mixtura las artes plásticas, la reflexión antropológica y filosófica, como pocas veces hemos visto. Eso si, hay que pensarla como un hecho artístico y no como un simple relato convencional. Si sos un espectador inquieto y curioso, y querés sumergirte en una experiencia como pocas, esta es tu película. Esta cinta cuenta la creación del cuadro “Cristo cargando la cruz”, del pintor flamenco Pieter Brueghel. Desde el punto de vista histórico, la escena que muestra el cuadro está ubicada no en los inicios de la era cristiana, sino en la zona de Flandes, hacia 1564. Esa ciudad belga, ocupada por los españoles en aquellos años, funciona como marco para que el pintor se exprese a través de su reconstrucción. Más advertencias: no es una película biográfica sobre el autor de la obra. Aquí, veremos como el artista, Brueghel (Rutger Hauer) le cuenta a su amigo Jonghelinck (Michael York!) la manera en la que compone el cuadro en cuestión. Sobre un lienzo, va señalando los sectores que son centrales en su percepción y aquello que representan, para que una vez establecidos, estos cobren vida. Y no es una frase hecha. De hecho, los personajes del cuadro cobran vida. Y el pintor, narra y reflexiona sobre la realidad política y social del momento en cuestión, mientras el universo que creó va generando movimiento y cada pequeño engranaje de su delicado mecanismo de relojería gana entidad y peso dramático. Majewski trabajó la fotografía de su film, de una manera absolutamente original. Recreó el vestuario de la obra de manera sobresaliente (como no había manera de obtener los pigmentos originales, creó un taller artesanal que se ocupó de proveer las telas necesarias partiendo de la información del cuadro, exclusivamente), ensambló la animación de cada personaje con una compleja técnica digital. Tuvo que subdividir el cuadro en segmentos (no encontraban el paisaje necesario en la zona de Flandes, originalmente, para utilizar como fondo real por lo que tuvieron que partir nuevamente del lienzo) y dedicar mucho tiempo a agrupar capa tras capa en máquinas hasta lograr el efecto deseado, de manera que cada personaje fue registrado con lentes a distintas distancias. En otras palabras, la técnica aplicada es sorprendente y los resultados, hay que verlos para creerlos. Y no es sólo eso. El cineasta se permite mirar a su artista integralmente y descubrir, sus ideas, su mundo, su familia, su pasión. El film es un cuadro vivo, y viceversa. Desde ya que el “tempo” cinematográfico no transcurre por los carriles habituales. Hay contemplación y potencia en cada derrotero, fortaleza en el mensaje y un logrado climax final. Sin dudas, una de las mejores películas del año. “El molino y la cruz”, una auténtica pieza de fuste, ideal para paladares sensibles y amantes de la belleza pictórica.
Un cuadro con vida propia Interpretar un arte desde otro, conjugar sus semejanzas y expandir sus límites es lo que Lech Majewski propone y consigue en El molino y la cruz , con el que ingresa en la pintura La procesión hacia el calvario , de Pieter Bruegel. Si hay alguna otra película a la que pueda emparentarse, ésa es El arca rusa , de Alexander Sokurov: tienen un imponente tratamiento visual, que en el caso del filme que se estrena hoy hace imprescindible su visión en un cine. Lo que narran las pinceladas es la crucifixión de Jesús, y lo que Bruegel ilustra es también la ocupación española en el siglo XVI en su tierra. Explicar el arte, o una pintura en particular desde una película puede parecer pretencioso. Pero la manera en que el director polaco logra plasmar en imágenes, lo descarta. El filme va más allá de ser una guía visual y auditiva del cuadro. Bruegel, considerado uno de los grandes de la pintura flamenca, es interpretado por Rutger Hauer, con quien varias veces dialoga el mecenas Nicolaes Jonghelinck, rico señor burgués que encarna Michael York. El propio pintor explica las metáforas y significados de su pintura, donde el molinero en lo alto de una enorme roca es Dios, moliendo el pan de la vida y el destino. Los paneos “internos” sobre los personajes en la pintura, como deteniendo la acción y metiéndose en un fragmento del cuadro, que combina actores con proyección en blue screen, curiosamente le otorgan credibilidad al relato. Hay mucha crueldad en la trama, pero allí andan también en su ambiente rural los niños jugueteando como si nada. El mismo Bruegel comenta que lo que sucedía alrededor de El Salvador, como llama a Jesús, pasó inadvertido para muchos. Simón, Ester y la Virgen María (Charlotte Rampling) pasan en el óleo entre “el camino de la vida y el camino de la muerte”, según la boca de Bruegel/Hauer. Al pintor le interesaba sobremanera captar la atención del espectador, algo que en este atrapante juego de experimentación artística es fácil involucrarse. No hay muchas películas como ésta en la cartelera de los cines. Ni ahora ni casi nunca: conviene zambullirse a disfrutarla.
Una verdadera "locura" artística sobre la obra de Brueghel que premia el esfuerzo del espectador ¿Se puede hacer una gran película a partir de un cuadro? La respuesta -positiva- se encuentra viendo El molino y la cruz , film del polaco Lech Majewski inspirado en Camino al calvario , obra que en 1564 pintó el holandés Pieter Brueghel. En verdad, El molino y la cruz aspira a ser (y en muchos sentidos es) bastante más que una película. Es una experiencia -audaz, bella, subyugante, ambiciosa, exigente, extrema- que articula elementos y recursos propios del cine, pero también de la fotografía, la plástica, la literatura y el teatro. En otras manos, esta ambiciosa propuesta podría haber caído en el ridículo, pero Majewski es un reconocido director, compositor de ópera, poeta, artista y fotógrafo que invirtió casi cinco años y sus múltiples conocimientos (aparece en casi todos los rubros principales) para concretar esta épica, esta verdadera "locura" artística, que remite a proezas de directores como Werner Herzog. La pintura muestra la pasión de Cristo, pero ambientada durante la sangrienta ocupación española de Flandes, a mediados del siglo XVI. De las cientos de figuras que aparecen en el cuadro, Majewski elige una docena, que se transforman en personajes del film, junto al propio Brueghel (interpretado por Rutger Hauer), su amigo y coleccionista de arte Nicholas Jonghelinck (Michael York) y la Virgen María (Charlotte Rampling), aunque el cineasta apuesta por una narración coral para elaborar sobre todo el contexto sociocultural y político de ese tiempo y ese lugar. Casi no hay diálogos en la hora y media de El molino y la cruz . No son necesarios. La elocuencia y la potencia visual de la película son suficientes para atrapar y fascinar al espectador, que deberá abrir todos sus sentidos, dejar aflorar su sensibilidad y dejarse llevar para así disfrutar de cada uno de los virtuosos y creativos planos que Majewski regala durante una hora y media.
Los sentidos de la representación El director polaco Lech Majewski se propuso recrear el proceso creativo del paisajista holandés Pieter Brueghel con su famosa obra El camino al calvario, realizada a mediados del siglo XVI, cuando estalló una rebelión en los Países Bajos. A mediado del siglo XVI estalló en los Países Bajos una rebelión que tenía como objetivo la independencia de la corona española. El proceso de liberación duró 80 años, hasta que finalmente el territorio que hoy comprende Bélgica y Luxemburgo se constituyó en un estado soberano. El contexto histórico es vital para comprender El molino y la cruz, que se asienta por completo en la famosa pintura El camino al calvario, del paisajista holandés Pieter Brueghel, que retrata la vida de los campesinos pero también incluye la denuncia de la cruenta ocupación de Flandes del imperio español a través de una lectura posible del Vía Crucis. La película del polaco Lech Majewski entonces tiene la ambición casi imposible de recrear el proceso creativo del artista al momento de encarar la concreción de la obra y en un juego de espejos donde el óleo tiene que superar la representación del cine, el director complejiza aun más el relato al combinar la pintura, los paisajes que inspiraron a Brueghel, a los actores que representan a los personajes incluidos en El camino al calvario y la dramaturgia que da cuenta del momento histórico. La magnitud del proyecto es apabullante, en el sentido que cada uno de los objetivos planteados por el realizador se cumplen con un rigor absoluto. La radicalidad de la propuesta, que apela al impacto sensorial –con algún punto de contacto con la hazaña de Sokurov en El arca rusa, que lograba el mismo efecto hipnótico–, también se asienta en la extraordinaria interpretación de Hauger como Brueghel y Rampling como la virgen María. El fuerte contenido religioso de la obra original se traslada a la pantalla a través de la hipótesis sobre la génesis de la pintura, tomando como base el centro de una tela de araña donde se ubica el tormento de Cristo y el pueblo alrededor –una estructura que se replica en la puesta del film–, observado por el encargado del molino, Dios, en definitiva, que desde el punto más alto de la aldea observa la vida que se desarrolla abajo junto a la creciente crueldad de los hombres. La propuesta es fascinante porque en cada toma y escena se plantea el problema de la representación, del exceso de trasladar la rugosidad, la intensidad, el mensaje de la obra de un artista interpelada cinco siglos después por otro, tan desmesurado y genial como su antecesor.
“Todo bien con Majewski, pero dejate de joder” Con un estilo que tiene mucho de experimental y que recurre a elementos como el collage para construir un relato para nada convencional, el director polaco Lech Majewski (también pintor, poeta, escritor y director de teatro) reconstruye dibujos y obras del pintor Pieter Brueghel, especialmente El camino al calvario, para indagar en cada uno de sus simbolismos. Debo reconocer que ni bien terminé de ver esta película, se me vino a la mente lo que hubiera dicho un compañero de FANCINEMA: “todo bien con Lech Majewski, pero dejate de joder”. Noto en este caso con Majewski lo que ocurre con otros realizadores que vienen con un manto sagrado e intocable, que son muy difíciles de cuestionar para determinado público y crítica: sumo aquí a Von Trier o Haneke, por nombrar sólo algunos. En cuanto a El molino y la cruz, los encuadres son muy lindos y la puesta en escena es una pinturita, además de contar con una técnica envidiable que permite la interacción de los personajes en primer plano sobre un fondo que parece pintado, creando una sensación visual muy interesante. Pero más allá de esta cuestión estética, la película tiene muchos problemas para lograr una conexión con el espectador y generarle interés. Seguramente que estoy volviéndome más viejo y menos tolerante. El molino y la cruz me resultó pretenciosa, muy solemne y la Pasión de Cristo ya me la mostró Zeffirelli (que era una estampita), y si quería más sangre Mel Gibson (que era de trazo más grueso), sobre estos lienzos en el celuloide. Si se hubiera apostado a dejar solamente los encuadres/cuadro, sin diálogos, como en una película experimental o de la época del cine mudo, seguramente se hubieran conseguido mejores resultados.
Entre los ciclos de la vida La obra encierra múltiples alegorías y símbolos, tiene una muy atractiva paleta de colores y los personajes se muestran como si hubieran sido cincelados por el director del filme. El título de la película refiere a dos elementos que se destacan en el cuadro "El camino al Calvario", del pintor holandés Pieter Brueghel (1525-1569). En esa pintura se inspiró el director Lech Majewski para crear una obra cinematográfica que provoca cierto hipnotismo, fascinación y sorpresa en el espectador. En verdad la idea de crear una película a partir de "El camino al Calvario" (realizado por Brueghel en 1568, poco antes de morir), fue una invitación que el novelista Michael Francis Gibson le hizo a Majewski. Gibson escribió un ensayo literario llamado "El molino y la cruz", en el que analizada el cuadro "El camino al calvario" de Brueghel. En su libro ponía de manifiesto el sometimiento y la persecución que habían vivido los habitantes de esa región de Flandes, cuando llegó la caballería española con el fin de aplastar a los que ejercían la doctrina protestante. UN PUEBLO RURAL Una vez leído el libro y realizado el guión, el director se dedicó a dar vida a esos innumerables personajes pintados tan magistralmente por Brueghel, en los que muestra, prácticamente a todo un pueblo rural, que tiene como epicentro un molino. Pero Majewski y Gibson -autores del guión del filme- no se conformaron con dar vida a esos personajes, también incluyen en la película, al mismo Brueghel (Rutger Hauer), él que mientras observa a sus criaturas moverse, va dibujando las escenas siguientes, por decirlo de algún modo. De esta manera la creación pareciera que surge en el mismo instante en el que es mirada por el espectador. LOS HABITANTES "El molino y la cruz", por decirlo a grosso modo, encierra los ciclos de vida de cualquier ser humano, desde el nacimiento a la muerte. De ese modo puede verse a una madre que amamanta a su niño, hasta la joven pareja que aspira a construir un futuro, pero él marido es llevado por uan fuerza armada, golpeado y puesto en una cruz para que sea devorado por unos grandes pájaros negros. La obra encierra múltiples alegorías y símbolos, tiene una muy atractiva paleta de colores y los personajes se muestran como si hubieran sido cincelados por el director del filme. El amor, la religión, el trabajo rural, la música, los juegos de los niños, los romances en los mayores, la humillación y la muerte, son parte de esta travesía fílmica, en la que Rutger Hauer, caracteriza muy bien al pintor Pieter Brueghel, mientras que Charlotte Rampling, cubre el papel de Mary, una de las mujeres del pueblo que con piedad observa la cruel realidad que se sucede ante sus ojos.
“El molino y la cruz”: admirable recreación de pintura de Brueghel He aquí una obra admirable, para contemplar y reflexionar, que nos redescubre otra obra admirable. Cierto que la escasa narración, calma aún en las escenas más espantosas, puede aburrir al espectador ansioso que ha perdido el hábito de la contemplación. ¡Pero qué arte, y qué imágenes apabullantes hay en ambas creaciones! Una imagina cómo se hizo la otra, y la otra es nada menos que un cuadro de cinco metros de largo con más de cien personajes bien definidos, cada cual en lo suyo. Juegan, comercian, discuten, viajan, delante llora un grupo de mujeres, detrás se congregan los curiosos, y al medio, casi desapercibido, Cristo carga su cruz: «El camino del Calvario», de Brueghel el Viejo. Así habrá sido, quizás. Los grandes hechos suelen ocurrir sin que la muchedumbre perciba realmente lo que está pasando. A lo sumo, curiosea un poco. Nuestra actitud frente a un cuadro como ése también es semejante. Miramos el total, nos detenemos intrigados por algunos personajes, pensamos qué les habrá ocurrido, todos están mudos, retrocedemos unos pasos, miramos de nuevo el conjunto y seguimos de largo. Majewski hace algo relativamente similar. Nos acerca a los personajes, crea para unos pocos alguna breve situación, sin explicaciones, imagina algunos que «ya pasaron» por allí, como un condenado a la rueda o una mujer sepultada viva (referencias a otros cuadros de Brueghel), e imagina también el rostro del molinero. Es que en el cuadro, dominando la escena, hay un molino en lo alto de una empinada formación rocosa, rara fantasía considerando el particular realismo del conjunto. De un lado las nubes son claras. Del otro, hacia el fondo al que van los caminantes, se están oscureciendo. Y el Molinero, en esta interpretación, mira desde allá arriba lo que pasa en la tierra. Un detalle del cuadro. Los soldados no son romanos, sino mercenarios de las fuerzas españolas que en ese momento asolaban la tierra del pintor. Cristo estaba siendo nuevamente crucificado, pero por los propios cristianos de su época. No es ése el único símbolo puesto en el inmenso cuadro. Algo más. En la película se oyen ruidos propios de diversas actividades, murmullos, sollozos, canto de pájaros. Pero los personajes están mudos, como en el cuadro. Los únicos que hablan, y muy medidamente, los introdujo Majewski: El Viejo, que explica cómo piensa hacer su obra, su protector el banquero y coleccionista Nicholas Jonghelinck, y una mujer que modela para el pintor el rostro de la María Dolorosa, y es también, en su propia vida, lo que hoy llamamos una Madre del Dolor. Nativo de Katowice como Juan Pablo II, Majewski es un calificado director de ópera, teatro y cine, compositor, poeta, y fotógrafo. Exiliado en EE.UU. tras la invasión soviética, hoy alterna entre dos países y varios museos. De hecho, la película culmina en la sala del Kunsthistorisches Museum de Viena donde, apenas jovencito, vio por primera vez este cuadro. Ahora, para representarlo, desarrolló un fascinante método de combinación de tomas tradicionales y digitales, pintó fondos a la manera del original, hizo parte del guión, la música, la fotografía y el diseño de sonido, y, junto con el experto Michael Frances Gibson, terminó escribiendo un libro sobre la película y el cuadro. De veras vale la pena.
La adaptación cinematográfica de una pintura es, sin dudas, un proyecto audaz y ambicioso. El molino y la cruz es un ejercicio de estética apasionante fundado en los vínculos y las divergencias entre el cuadro y la pantalla que, sin embargo, nunca llega a conmover. Lech Majewski se concentra en la mirada de Bruegel y en las obsesiones sociales y realistas que se van a plasmar en El camino al calvario, el cuadro en cuestión. Desde el primer plano de la película, la cámara avanza lentamente y en silencio por un decorado poblado de modelos vivos que permanecen inmóviles esperando ofrecer sus colores al pincel del maestro. El director polaco no utiliza la cronología ni la narración de la vida del pintor, se basa más en las sensaciones e interpretaciones que en la palabra o el sentido directo. La misteriosa dualidad entre lo visible y lo oculto, que parece animar el proyecto, se desvanece en las escenas que muestran al pintor en acción, subrayadas con una voz en off descriptiva y pedagógica. Majewski intenta reconstruir el universo del artista, reflejar su precisión estética y su profunda sujeción en lo real. La época que toma vida detrás del cuadro está signada por la pobreza y el dolor. La película se detiene en la tensión evidente de cada retrato, en escenas de una violencia casi insoportable, como cuando los soldados españoles de la Inquisición atacan a los campesinos indefensos o en los festejos previos a una ejecución. Lo que está en juego a nivel narrativo es intrascendente, la falta de conexión entre las distintas secuencias y la incapacidad del director para otorgarles un poco de aire terminan de hundir a la película. Como si estuviese modelando un barco con fósforos, la cámara construye plano a plano, cuidando el mínimo detalle pero sin emoción, la imagen minuciosa del cuadro. Una multiplicación de esfuerzos inútiles que asemeja a Lech Majewski con el héroe de Borges.
Entre descriptiva y didáctica El film del polaco Lech Majewski toma como punto de partida una de las creaciones más conocidas del pintor holandés Pieter Brueghel (Padre), “Procesión al calvario”, para imaginar la vida cotidiana de algunos de sus personajes. Todos aquellos padres de niños pequeños saben que en la señal especializada Baby TV se exhibe un segmento animado llamado “La galería del abuelo”, cuyo objetivo es iniciar a los más chicos en el mundo de la pintura. Así famosas obras del arte plástico universal son recorridas por un crío, su conejo-mascota y el famoso abuelo, que siempre anda escondiéndose entre los pliegues del lienzo original. Salvando todas las distancias de estilo y el público al que va dirigida, El molino y la cruz transita un camino similar, al menos en lo que respecta a su dispositivo central. La idea del film del polaco Lech Majewski se ubica a mitad de camino entre lo descriptivo y lo didáctico y toma como punto de partida una de las creaciones más conocidas del pintor holandés Pieter Brueghel (Padre). “Procesión al calvario”, óleo de gran tamaño y compleja estructura, está a punto de cumplir 450 años y en ella se representa el Via Crucis de Cristo en un contexto anacrónico: el sometimiento del pueblo de Flandes (hoy Bélgica) a manos de los soldados españoles, poco antes del comienzo de la Guerra de los 80 años. Lejos del tono ligero de La kermesse heroica, el clásico de Jacques Feyder que tomaba en solfa la misma coyuntura histórica, el largometraje de Majewski se presenta desde sus primeros minutos como un proyecto serio, grave, adusto. Y que utiliza hasta el límite de sus posibilidades, casi como una obsesión, la textura hiperrealista de las cámaras de alta definición, cortesía de un trabajo de fotografía fusionado con la más pura ingeniería digital. Si el objetivo desde lo visual es “meterse” en la pintura, observar cada uno de sus pormenores, la película imagina asimismo la vida cotidiana de algunos de sus habitantes, en viñetas que van de lo banal a lo trágico. El film aclara y explica contextos, particularidades, causas y consecuencias a través de tres personajes: el mismo Brueghel, interpretado por Rutger Hauer, su mecenas (Michael York) y la mismísima Virgen María (Charlotte Rampling). Son esos tres veteranos de varias guerras –acompañados por un ejército de anónimos extras polacos– quienes se explayan ocasionalmente con palabras en un film que sólo las utiliza en contadas ocasiones, pero que precisamente en esos momentos abandona por completo cualquier inquietud experimental para entrar de lleno en el terreno de lo pedagógico. Por momentos, El molino y la cruz parece una versión remozada de aquellos tableaux vivant que el cine primitivo adoraba reproducir cinematográficamente, pura pose y gesto grandilocuente. La calidad iconográfica que adquiere cada uno de sus planos y secuencias recubre al film de una pátina de autoindulgencia técnica que no logra esconder su esterilidad estética y falsa profundidad discursiva (volver a ver, como genial contrapunto, las imágenes de la ficción dentro de la ficción en el genial cortometraje La Ricotta, de Pasolini). No hay aquí ninguna reflexión sobre el proceso creativo; menos aún un retrato sobre una época y su cosmovisión. Apenas un aliciente para buscar y admirar alguna reproducción del “calvario” original. Para finalizar con otra cita, El molino y la cruz se asemeja al sueño hecho realidad del cineasta que en Pasión, de Godard, intenta llevar a la vida fílmica una serie de famosas pinturas barrocas. Casualmente, ese personaje de ficción era polaco como Majewski y su proyecto estaba destinado al fracaso desde un primer momento.
No es una película demasiado extraña, aunque su punto de partida pueda parecerlo: se trata de explicar qué es lo que expresó Brueghel con una de sus pinturas a través de una dramatización. El resultado, que podría ser interesante, transforma el arte pictórico en algo así como una lección del viejo Billiken donde todo lo que debería ser misterio e imaginación termina siendo apenas un mensaje cifrado poco interesante.
El contrato del pintor Posiblemente cuando alguien en un futuro, ni siquiera muy lejano, hable del cine como expresión acabada del séptimo arte sin lugar a dudas que incluirá, y estará haciendo referencia, entre otros, a este filme. El director Lech Majewski se tomo tres años para llevar a buen puerto este pormenorizado análisis del cuadro “El Camino al Calvario” de Pieter Brueghel (el viejo), en el se buscan las razones, políticas e ideológicas, que llevaron al artista a realizar esta obra que se constituyó en toda una denuncia a fines del siglo XVI. No es la primera vez que el director polaco toma una obra pictórica para tales fines, ni tampoco es el único. Hace muy poco tiempo, lamentablemente sin pena ni gloria, se estreno en la Argentina “Rembrandt, Yo Acuso” (2008) de Peter Greenaway, todo un “decoupage” analítico del cuadro “Ronda Nocturna” del pintor holandés. Un año antes el director galés había realizado un filme con el nombre exacto del cuadro, “escondiendo” una intencionalidad didáctica, al tiempo de contar una historia plagada de misterio, subsumidas en las razones que llevaron al pintor a realizar el cuadro y las consecuencias que le acarrearon. En ese mismo orden el director polaco trabaja sobre el texto no sólo en función de la denuncia instalada que refleja el cuadro del pintor flamenco, sino que intenta adentrarse en la psicología del artista, analizando por sobre las motivaciones socio-políticas y sus necesidades estéticas y morales. Para ello Lech Majewski incorpora a la narración al mismísimo pintor, interpretado por Rutger Hauer, quien será el encargado de explicar al espectador respecto de sus motivaciones, de su ideología, de las metáforas que intenta construir a partir de las imágenes que plasmara, como asimismo con los significantes y significados de algunos elementos colocados aleatoriamente, pero no lo hará en forma directa sino a través de sus diálogos con Nicolas Jonghelinck, su mecenas, encarnado por Michael York. El otro personaje que tiene voz en el filme es la Virgen María, interpretada por Charlotte Rampling, quien completaría esa trilogía de personajes hablantes, dando un pormenorizado esquema de la vida en esa época, entre otros aspectos denunciar el sometimiento que ejercieron los soldados españoles sobre el pueblo flamenco, (Flandes, hoy parte de Bélgica), lo que también aparece en el cuadro. Pero lo que deslumbra por sobre todas las cosas es la técnica utilizada por el realizador polaco para lograr su cometido, trabajando con los actores en sistema de Blue Screen, esto es trabajar sobre figura y fondo de manera independiente y aislada. Para esto fue necesario que cada personaje y cada espacio del cuadro fuera recreado por Majewski deteniéndose y deteniendo la acción, lo mismo que sucede en la estructura narrativa, así la inmersión sobre cada personaje hace que los momentos narrativos parezcan detenidos en ese espacio y tiempo, pero sólo en función didáctica y estética del proyecto. Esto es la tecnología al servicio del proyecto, de lo narrado y del discurso. La catarata de imágenes subyugantes hace que la experiencia sobre el filme sea única, casi irrepetible. Algunos hasta lo catalogarán de cine experimental pero, a diferencia de muchas producciones de esa naturaleza, la obra no experimenta con el espectador, con su paciencia, ni con su resistencia y reticencia a dormirse. Acá la experimentación podría estar dada, y de hecho lo está, por la conjunción de las artes puestas en juego. Es sabido que el cine mucho le debe a la literatura, otro tanto a la fotografía, también hay claros ejemplos de influencia de la arquitectura como arte en el cine, por ejemplo “El Baile” (1983) de Ettore Scola, tanto como en este caso lo son las artes plásticas, específicamente la pintura, como aporte al cine. Si, seguramente para los espectadores será toda una experiencia, subyugante, atrapante, hermosa, movilizante, aleccionadora. Lo dicho, una pequeña obra maestra, pero al mismo tiempo todo un riesgo para la distribuidora (Zeta Films) al jugarse con este tipo de cine en un tiempo en el que sólo tiene éxito la producción pochoclera.y efímera.
La buena noticia es que, en Zeta Films, tenemos a una distribuidora que no solo se preocupa por lo que estrena, sino también por cómo lo estrena. Hace unos meses cerró la distribuidora 791. Al hacerlo, mandó una carta-comunicado donde exponía las razones por las cuales cerraba, donde les echaba la culpa a quienes descargaban películas de Internet “inescrupulosamente”. También, en una actitud aún más policía, se vanagloriaban de haberle dado batalla a la restricción de “zonas” en cuanto a la distribución de ediciones en DVD, algo que parece más propio de una major que de una distribuidora pequeña...
ESTETICISMO AFECTADO Es la historia de un cuadro contada desde dentro. Cómo se fue imaginando, cómo se fue haciendo y quiénes esos personajes que la habitan. Una película impostada y didáctica que apuesta solamente a su fuerza visual. Los pocos diálogos tratan de establecer los dudosos límites entre la obra y su representación, entre la realidad y los hechos. Se trata de la pintura “Procesión al calvario”, del pintor holandés Pieter Brueghel, óleo del siglo XVI que representa el Vía Crucis de Cristo en un la lucha desigual de los soldados españoles sometiendo al pueblo de Flandes. Es una obra lenta, densa y vistosa, pero ni la historia ni los personajes ni los sucesos logran emocionar.
Una composición audaz y ambiciosa “El molino y la cruz” es una composición estética original que integra varios lenguajes en el formato cinematográfico. Una exquisitez, si se quiere, un planteo formal, una lección de arte, que trata de aprovechar todos los recursos de la tecnología digital, para plantear una reelaboración de una obra pictórica: “El camino del Calvario”, pintura de Brueghel que data del siglo XVI. La realización de la película le llevó varios años al director polaco Lech Majewski, en un proyecto audaz y ambicioso que intenta reflejar una mirada artística, metafísica e histórica, porque no se trata solamente de un juego formal y visual que apela a los sentidos, sino que pretende recrear el proceso de creación de una obra de arte. Algo así como una deconstrucción, utilizando otras técnicas como el cine, el teatro, la plástica y el prolífico universo digital que permite nuevas maneras de integrar los lenguajes clásicos. Partiendo del lienzo mencionado, Majewski da vida a varios de los personajes que aparecen en la pintura, inspirándose también en los bocetos previos que se conocen de Brueghel, para dar una visión de lo que fue la violenta ocupación española de Flandes, a mediados del siglo XVI. La pintura es contemporánea de esos sucesos y en el cuadro aparece retratado el mismo autor, interpretado en el film por Rutger Hauer, su amigo y coleccionista de arte Nicholas Jonghelinck (Michael York) y la Virgen María (Charlotte Rampling). La obra pictórica recrea la pasión de Cristo en el Monte Calvario, pero ambientada en Flandes, en un escenario en el que Brueghel sintetiza las dos pasiones, la del Salvador y la del pueblo campesino perseguido por las milicias de la fe, muchos de ellos castigados y torturados hasta morir por herejes, a manos de los soldados españoles. Una mirada trascendente Casi no hay diálogos en “El molino y la cruz”, cada escena habla por sí misma. La composición visual es de un extremo cuidado así como la música que acompaña cada secuencia, pensada especialmente para la película. Así, de la mano de Majewski, el espectador se puede hacer una idea de la vida cotidiana en ese momento en ese lugar y cómo esa vida se vio alterada por la irrupción de jinetes vestidos con uniformes colorados en una cruzada cruel y sangrienta. Respetando el espíritu del pintor flamenco, el director polaco reúne información sobre hechos históricos con elementos y figuras simbólicos, para dar su particular visión de los hechos, recordando que el arte siempre ofrece una mirada trascendente sobre los datos de la realidad. El resultado es una obra nueva, que tiene su propio lenguaje y a la vez, un homenaje a uno de los genios de la pintura universal. Y quizás esta película sea recordada en el futuro como un hito en la historia de las artes audiovisuales, por la complejidad de las técnicas utilizadas, por su temática y por su extraordinaria calidad.
El cuadro que cobró vida "El Molino y la Cruz" es una película muy particular, inspirada en el cuadro "El camino al Calvario" del artista holandés Pieter Brueghel, tiene como objetivo mostrar el posible escenario de 12 de los personajes que figuran en la pintura (en la que hay más de 100 personajes). Es un ejercicio de creatividad, experimental, fuera de lo común que dejará encantados y disgustados a espectadores por igual. Lo menos fácil de digerir es la narración de este trabajo que prácticamente no tiene diálogos, a su vez, el hilo conductor hace zigzags caprichosos y provoca los sentidos de una manera que escapa a lo convencional, por lo cual el público menos paciente y dispuesto se sentirá ansioso y quizás un poco frustrado. Por el contrario, la persona deseosa de una experiencia artística diferente podrá disfrutar de la interpretación que hace el director Lech Majewski sobre la obra del pintor y se verá inmerso en la historia como si fuera parte fundamental de aquella pintura célebre del mundo artístico. "Una imagen dice más que mil palabras" es un dicho que se aplica con todo el rigor a esta cinta, desde los momentos más duros y brutales hasta los más divertidos y livianos donde hay baile. Por mi parte quisiera resaltar la producción y el amor evidente que se ha depositado sobre este film que tardó en completarse 4 años, un lapso de tiempo que requiere de mucha vocación cinematográfica para no volverse loco en el intento. El poster de este post reza: "Visually Ravishing", lo que quiere decir "Visualmente Espectacular", y realmente es así, el cuadro cobra vida a través del movimiento, pero también como consecuencia del uso de los colores y la combinación de la herramienta digital con un puesta escenográfica digna de las mejores obras teatrales mundiales. Repito, no vayan buscando una historia convencional con inicio-nudo-fin porque se van a pegar un embole gigante. Mejor vayan predispuestos a vivir una forma de arte cinematográfica distinta, que puede o no gustar, pero que definitivamente se merece el respeto de la audiencia.