Jose C. Campusano escribe y dirige El Perro Molina, una película donde los códigos de la calle, los yeites de los chorros, fiolos, y la policía, se funden, se confunden, y sobre todo dan lugar al choque de una especie de nueva delincuencia, con los códigos de la vieja escuela. Molina esta de vuelta La trama sigue al Perro Molina, un tipo que solía laburar afanando y demás, que ya esta de vuelta, y que quiere, de algún modo mantenerse al margen de la marginalidad, valga la redundancia. Obviamente no se podrá, ya que viejas deudas, y lealtades eternas, lo pondrán a “trabajar” nuevamente. Tanto en un ajuste de cuentas por encargo, como luego en un posterior robo y ajuste final de cuentas, esta vez personal. Podemos ver como Molina, un tipo con códigos, que quiere de algún modo arreglar las cosas sin violencia al pedo, como por así decirlo. Un tipo que no va a dudar un segundo en descargarle una 9mm a alguien en el pecho, pero que va a preferir por todos los medios no hacerlo. Por otro lado, en paralelo, seguiremos la historia de Natalia, la esposa sumisa del comisario Ibañez, que tras pelear por última vez se va a separar y le va a pegar a su ex marido donde más duele. Se hará prostituta en los peores tugurios habidos y por haber. Esto forzará la mano del comisario, ya que querrá muerto a cualquier fiolo que emplee a su ex mujer. La cosa se complicará cuando el que la emplee sea uno de los pocos amigos que tiene El Perro. Los hechos, como es de suponer, se precipitaran y confrontarán a un veterano Molina, con todos los valores de antaño, contra un psicópata y joven Gonzalito, interpretado de manera genial por Assiz Alcaraz. Actores y actores La propuesta actoral de Campusano no será del agrado de todos, esto es así. Daniel Quaranta, Florencia Bobadilla y Assiz Alcaraz son los puntos altos de la película a nivel actoral, componiendo personajes sólidos, queribles, entrañables u odiables según corresponda. El trabajo de Quaranta como el Perro Molina va de menor a mayor, teniendo escenas realmente memorables, quedando algunas entre mis preferidas de este festival. Lo mismo va para Bobadilla, quien tiene escenas jugadas desde lo físico, y mental. Assiz Alcaraz se destaca con su Gonzalito, psicótico violento y border, el cual maneja a la perfección sin caer en ningún momento en la exageración o lo caricaturesco. Y esto no solo es merito de los actores, se ve la mano de Campusano en todo. Por otro lado, completan el resto del elenco, actores y actrices pertenecientes al pueblo donde se filmo la película (Marcos Paz), quienes en su totalidad suponemos son amateurs. Es por eso que e algunas escenas el cambio de registro actoral, entre actores que componen la escena es notorio y visible. Pero dicho esto, se entiende una vez que uno conversa con Campusano, y el expone su visión del cine, y te dice como debería ser para el. Aquí es donde TODO cobra otro sentido, y El Perro Molina alcanza otros niveles más que interesantes. Para ver Tanto el arte, como la dirección, realmente se lucen de la mano de Campusano. Vemos exactamente lo que el director quiere que veamos, haciendo una utilización de la cámara y el encuadre, consciente y sobre todo honesta y rotunda. La función de la misma es mostrarnos lo que pasa, y en esto es excelente. El resto, se va agregando mientras transcurre la trama, mostrándonos los lugares en los que todo sucede, metiéndonos en los lugares en los que todo pasa, ya sea en exteriores o interiores. Conclusión El Perro Molina, es una excelente propuesta de Campusano, la cual no solo nos cuenta una historia basada en hechos reales, y sobre todo en relatos de protagonistas de historias similares, sino que ademas nos deja un personaje que quedará en la memoria, como lo es El Perro Molina, que por su realidad, por su potencia y por su contundencia se quedará, a la fuerza, en nuestras mentes. Recomiendo fervientemente darle una oportunidad a esta película, ya que no va a defraudar en absoluto. Aguante El Perro!
En lo que es la película más "estilizada" de la filmografía de José Celestino Campusano, el director nos vuelve a regalar una de esas historias que con rareza se ven en el cine argentino. Un relato directo y bruto sobre la prostitución, la muerte y los fraudes policiales.
Códigos rotos Fiel y coherente desde sus propuestas cinematográficas, el director José Celestino Campusano escarba con su singular mirada y renuncia explícita de todo tipo de artificio en otra tragedia que esta vez excede las locaciones del conurbano para desplazarse por Marcos Paz; para rozar elementos de género (policial, drama, romance) que la propia realidad sin filtros expulsa con la misma ferocidad que sus películas y personajes extraídos también de esa antropología urbana tan característica de su cine. De honores y códigos dentro de la marginalidad y más precisamente en lo que a la nueva delincuencia se refiere se nutre la columna vertebral de esta nueva radiografía social, que tiene como protagonista al Perro Molina, interpretado por el actor Daniel Quaranta. Personaje umbral si los hay con destino trágico que también refleja su rol utilitarista y facilitador de la corrupción policial para pagar el precio de su libertad y lealtad de antaño, y así tal vez cumplir su sueño de retirarse con laureles de la delincuencia tras un último golpe, para el cual necesita un discípulo que no lo traicione en un mundo cada vez más viciado y destruido como el que presenta la mirada del director de Vikingo. José Celestino Campusano presenta una galería de personajes - la mayoría no actores- como el sicario despiadado que se encuentra con la policía en un basural, el proxeneta que se enamora de su última adquisición en el burdel, una mujer casada con un comisario que por venganza a sus cuernos decide vender su cuerpo no por necesidad sino por una mezcla de placer y autodestrucción, elementos dramáticos que hacen de este coro un repertorio elocuente que mixtura prostitución, ajuste de cuentas, lealtades, historias de amor y despechos, con diálogos que a veces escapan por las hendiduras del cine en bruto, pero que se incrustan como cuchillos en el espinazo de los silencios, donde las balas cuando zumban duelen tanto como esos amores no correspondidos o las traiciones de los mejores amigos.
De traiciones y lealtades El cine de José Celestino Campusano siempre fue visceral y de emociones fuertes. Con El Perro Molina (2014), el realizador quilmeño estiliza su forma pero no hace concesiones con el universo que ofrece desde sus primeros films. A esta altura, José Celestino Campusano es un autor puro y duro. Dos características que bien podrían aplicarse a la violencia suburbana que transitan sus relatos, en donde pululan matones de diverso grado, traiciones varias y mucha sangre. Es el realizador argentino que consiguió una obra prolífica haciendo foco en los barrios de clase baja y media-baja al que el cine nacional no supo o no quiso reflejar. Con obras como Vil Romance (2008) o Fantasmas de la ruta (2013), Campusano ofrece un mosaico de historias que esbozan un mundo cercano, “basadas en hechos verídicos”, como él mismo se encarga de aclarar. El Perro Molina abre otra “épica degradada”; ahora el antihéroe es Molina (Daniel Quaranta), un delincuente en plan de retiro que mantiene determinados códigos. Cuando es necesario, los explicita; sobre todo para marcar distancia y diferenciarse de los “nuevos”. Con un personaje central, la película deambula sobre una delgadísima frontera creada a partir del vínculo entre un comisario corrupto y su esposa, Natalia, quien da un portazo y comienza a prostituirse. Molina será el intermediario entre el proxeneta de Natalia (que no tardará en enamorarse de ella) y su marido; vínculo que abre una trama en donde la traición y la lealtad serán dos posibles caminos. Como en los film anteriores, el realizador construye un universo cohesivo, en el que las consabidas falencias (las actuaciones, sobre todo) terminan configurando una poética. Campusano no le teme a torcer las variables lingüísticas hasta el límite del artificio, a componer situaciones que oscilan entre lo pueril y lo sublime, y triunfa en casi todos los casos. Ingresar a su cine es ser testigo de un universo con sus propias reglas, en donde es posible identificarse con el sufrimiento de un personaje con connotaciones negativas, al mismo tiempo que escena a escena se redobla la apuesta por la violencia. Aquí hay dos jóvenes delincuentes, uno “mesurado” y otro a un paso de la psicosis; hay un dilema moral (traicionar o no traicionar), y una nueva incursión en el mundo de la prostitución (como en Fantasmas de la ruta). La novedad es la estilización a la que aspira Campusano; estilización que, es cierto, hace extrañar el desparpajo y la urgencia de sus primeras películas, pero demuestra que la pulsión y el nervio que tiene su cine resiste cualquier atisbo academicista.
Cuando el árbol tapa el bosque Campusano regresa al cine que tanto lo representa y le gusta hacer. Ese que intenta mostrarnos el costado oculto de los bajos fondos del conurbano con toda su fauna y situaciones características. Desde el principio se nota que “El Perro Molina” vendría a ser una propuesta mucho más ambiciosa y a su vez más tradicional si la comparamos con películas anteriores suyas como “Vikingo” o “Fango”. Pero en eso se queda, en un intento. Totalmente bastardeada por actuaciones de cartón, diálogos sobreescritos y una historia digna de las telenovelas brasileñas, cuesta entender cómo se pudo incluir esta película en la competencia internacional del festival de Mar del Plata a la par de largometrajes de primer nivel. Comencemos con la historia. Antonio “el perro” Molina (Daniel Quaranta) es uno de esos asesinos a sueldo con códigos. Un viejo lobo de mar cansado de realizar el trabajo sucio de otros dispuesto retirarse al ver que los pibes de hoy no tienen la misma lealtad que él tanto defiende. Y como último trabajo decide asociarse con Ramón (Damián Avila), novato dentro del mundo criminal y aprendiz de Molina.El-Perro-Molina Paralelamente a esto se nos cuenta la historia de Natalia (Florencia Bobadilla), esposa y víctima del corrupto comisario de la zona (Ricardo Garino), que tras descubrir por enésima vez que su marido la engaña decide vengarse de la manera más inteligente que se le podía ocurrir, se hace prostituta. Ya con el orgullo tocado, el policía decide llamar a Molina para que se haga cargo de un tal “Calavera” (Carlos Vuletich), el dueño del prostíbulo al que fue a parar su ex esposa, sin saber que este es uno de los pocos amigos que le quedan al protagonista dentro de su vida de forajido. Después de esto el argumento se convierte en un enredo con triángulos amorosos, tiroteos absurdos y discursos solemnes que no llevan a ningún lado. Aunque probablemente este no sea su peor problema. Como adelanté al principio son sus paupérrimas actuaciones las que hacen que todo este relato pierda la intensidad que Campusano seguramente tenía en mente. Porque si bien se nota que la película es bastante prolija a nivel técnico, es el pobre desempeño actoral lo que genera una total sensación de incredulidad en todo el relato. Desde los diálogos claramente artificiales y esa maldita necesidad de a veces hacer hablar a los personajes en neutro (un ejemplo claro es escuchar diálogos tan poco naturales en el conurbano como “espérame que yo te avisaré”) hasta la forma casi declamada incluso para pedir un mate. Esto da la sensación que a pesar de las limitaciones de un elenco a simple vista falto de experiencia, estas falencias tienen más que ver con una mala dirección de actores. Pero sucede que el mismo Campusano es el que sostiene según sus propias palabras que prefiere “que los cuerpos digan su verdad y no que la técnica diga sus mentiras”, dando a entender que este estilo de intepretación es casi a pedido. elperromolina_3No es por ponerme purista (y es que claramente no existe una única verdad en el cine) pero me inclino por pensar que una mala actuación de ninguna manera tendría que ser tomada como una decisión estética (para la sobreactuación está la sátira o la parodia). Y mucho menos si lo que se quiere contar es un drama. Porque lamentablemente si la idea del director no fuera retratar de forma dura y cruel la marginalidad, la corrupción policial y la falta de lealtad en un mundo violento, estas interpretaciones hasta podrían causar gracia. Y todo esto queda en evidencia si vemos películas recientes del neorrealismo argentino como “Mauro” de Hernán Rosselli que demuestran que ningún método actoral “fingido” puede arruinar la experiencia de mostrar al conurbano y sus antihéroes al natural, tal cual nos los imaginamos. Por eso es que “El Perro Molina” deja un sabor amargo al ver que una idea con mucho potencial junto a la disponibilidad de locaciones perfectas para plasmarla, se traduzca en una película que nos representa con tanta disparidad a nivel internacional. Será este un llamado de atención para Campusano a la hora de elegir el elenco para su próximo proyecto y que esto no contamine su ya visceral forma de ver el cine.
Buscando la huella del cine clásico La concisión del nuevo opus del director de Vikingo transforma el relato en una auténtica locomotora narrativa. Al mismo tiempo, es su película más epidérmica y los usuales desniveles actorales del reparto le juegan una mala pasada. Campusano sigue haciendo la suya, despreocupado por el qué dirán, consciente de que sus películas a la fecha (cinco largos de ficción, un documental y algún trabajo en codirección) conforman una poética cinematográfica y una manera de mirar el mundo definidas. Recientemente presentada en el Festival de Mar del Plata, como casi todas sus creaciones previas, El Perro Molina continúa investigando universos cercanos que (casi) el resto del cine argentino ignora. Se los quiera llamar marginales o no –eso depende en gran medida del punto de vista–, los personajes que habitan sus películas tienen la marca de la realidad tatuada al lado de su pertenencia al cine; son descendientes de otros seres de la pantalla pero también –el realizador lo ha afirmado más de una vez– podrían encontrarse en alguna esquina de cualquier suburbio bonaerense. De todas formas, su último film trae algunas novedades y, como ocurre en toda búsqueda, éstas conllevan sus riesgos. El Perro Molina es su película más pulida desde el punto de vista técnico; también la más cercana en trama, ritmo y énfasis a una idea de cine de género puro.En su anterior Fantasmas de la ruta, el tema de la prostitución y la corrupción enquistada en las instituciones era un punto de partida pero también un motivo de preocupación central (de hecho, el proyecto había surgido como una miniserie acerca de la trata de personas), y los mecanismos de sometimiento y violencia de los responsables del negocio caían, lógicamente, en el estrato más bajo de la amoralidad. Aquí el tema es apenas funcional y la visión sobre quilombos, putas y fiolos está jugada al todo o nada del romanticismo fílmico. En ese sentido, el duro que interpreta el debutante Daniel Quaranta –héroe atípico o antihéroe, qué más da– es el prototípico baluarte de ciertos códigos de conducta que, se dice en varias ocasiones, está desapareciendo, un animal en extinción en un mundo donde reina la anarquía de la violencia más visceral, demencial incluso: no es casual que uno de los personajes secundarios sea un enajenado con armas y el permiso para usarlas.Hay algo del cine de un Walter Hill, y por lo tanto de western, en El Perro Molina, cualidad que ya estaba presente en films anteriores, pero nunca de forma tan evidente (a pesar de ello, Campusano niega esas referencias y filiaciones). Esa cualidad clásica, concisa, transforma el relato en una locomotora narrativa y en el film más veloz y directo en toda su filmografía. Al mismo tiempo, es su película más epidérmica, la menos compleja, y los usuales desniveles actorales del reparto le juegan aquí –a diferencia de otras ocasiones– una mala pasada, precisamente porque ese registro alejado del naturalismo choca de frente con la pertenencia a un modelo narrativo más clásico. Si en Vikingo o Fango, por caso, esa rebeldía ante el sometimiento del profesionalismo de los actores impregnaba la pantalla de realidad y realismo (que no son la misma cosa, a pesar de compartir raíz etimológica), en más de una escena de El Perro Molina los diálogos parecen prácticas recitadas del guión.Afortunadamente, Campusano encuentra en Quaranta y en Florencia Bobadilla –como la esposa de un comisario que decide convertirse en prostituta ante sus repetidas infidelidades–, como así también en Carlos Vuletich, tres intérpretes ideales para el triángulo central de su relato de killers, canas, regresos, venganzas y amores imposibles, que por momentos funciona en un nivel cercano al melodrama criminal. Y si ese costado áspero, bruto de sus películas anteriores es aquí reemplazado en parte por cierta estilización convencional en el encuadre y la iluminación, Campusano parece haber perdido poco de su olfato para encontrar historias y contarlas de la manera más directa y genuina posible. 6-EL PERRO MOLINA Argentina, 2014..Dirección y guión: José Celestino Campusano.Fotografía: Eric Elizondo.Música: Claudio Miño.Duración: 88 minutos.Intérpretes: Daniel Quaranta, Carlos Vuletich, Damián Avila, Florencia Bobadilla, Assis Alcaráz, Ricardo Garino.
Fascinante tragedia de un descastado Incansable y consecuente, referente de un cine siempre potente y visceral sobre los conflictos sociales y la marginalidad en el conurbano bonaerense, José Celestino Campusano parece estar buscando nuevas geografías e historias. El Perro Molina -un viejo guión suyo para el que recién ahora consiguió los recursos necesarios- se rodó en la ciudad de Marcos Paz y sus próximos largometrajes estarán ambientados en el barrio porteño de Belgrano, en Valdivia (Chile) y en la zona de Esquel. El Perro Molina es una película más importante en cuanto a despliegue técnico y de producción (por ejemplo, el uso de grúas y de una cámara Red One), pero al mismo tiempo más contenida, más clásica que sus épicas como Fango o Fantasmas de la ruta. Inspirada -como todas sus películas- en hechos verídicos, la película se centra en las desventuras de Antonio "El Perro" Molina (Daniel Quaranta), un veterano y curtido delincuente de poca monta, un duro que intenta sostener sus códigos y lealtades en un universo donde todo eso se ha desbarrancado con "pibes chorros" que matan sin pruritos ni mayores consideraciones. El film tiene otros personajes fuertes: Natalia (Florencia Bobadilla), esposa del abusivo y corrupto comisario Ibáñez (Ricardo Garino) al que decide abandonar luego de múltiples infidelidades de él para ganarse la vida como prostituta; Calavera (Carlos Vuletich), un proxeneta amigo del Perro, y Ramón (Damián Ávila), un joven que tiene al protagonista como referente. Campusano sostiene la narración a partir de conflictos básicos (el triángulo amoroso entre Ibáñez, Natalia y Calavera, la relación maestro-alumno entre El Perro y Ramón; el sueño imposible de retirarse del hampa propio del film-noir), pero aun cuando la película se resiente por momentos por los habituales desniveles actorales o ciertos diálogos demasiado "escritos" y recitados con solemnidad por algunos intérpretes, jamás pierde la fuerza, la convicción y la credibilidad para una historia intensa y atrapante. Las contradicciones generacionales entre la vieja guardia del hampa y los adolescentes descontrolados de hoy, los negocios oscuros de la prostitución y aquellos manejados por la propia policía son algunos de los temas que Campusano expone en los 88 minutos de una película en la que hace un impecable uso de las locaciones de Marcos Paz y se nutre de los propios vecinos en varios de los papeles secundarios. Con elementos propios del policial y del melodrama romántico (aquí los hombres también lloran), esta nueva tragedia sobre un descastado, sobre alguien que intenta cuidar su linaje pero no logra revertir su destino, resulta un hito más en la prolífica, provocativa, audaz y siempre fascinante producción de Campusano.
Hombres de honor José Celestino Campusano mantiene una coherencia absoluta con su Cine Bruto, expresivo nombre de su productora. En El Perro Molina, vuelve a sus ambientes lúmpenes, ahora más allá de los suburbios, con sus personajes brutales pero dignos: hampones, prostitutas, policías, patrones y ladrones, en un thriller con mucho de western clásico. Sólo Raúl Perrone ha sabido mostrar el Gran Buenos Aires y el sub-suburbano con el ojo conocedor, la cercanía y la empatía con que lo filma Campusano. Sus personajes tienen códigos de honor propios, que cumplen con rigor, aunque en ellos se les vaya la vida. Su héroe es el Perro Molina, quien acaba de salir de la cárcel y quiere realizar unos últimos trabajos que le permitan retirarse. Como acostumbra el director, va bordando los distintos hilos de la trama minuciosamente, con historias paralelas que se imbrican unas con otras mediante personajes de catálogo. El Perro debe vérselas con gente nueva, que tiene otros parámetros que no dejan lugar para el honor y lo que empieza como una venganza de pueblo deviene una saga mucho más compleja en un cruce de despechos, robos, amores y, claro, traiciones. De todo lo cual es fácil deducir que, una vez más, el mensaje moralista sobrevuela en toda la historia, o también, yace por debajo. Como es habitual la película de Campusano tiene personajes muy logrados y el director sostiene que los toma -como a las historias- de la realidad. El Perro Molina está interpretado por Daniel Quaranta, un actor con mayor solvencia que la habitual en los intérpretes de su cine, casi todos con escasa o nula experiencia profesional. Su personaje es un héroe clásico solitario, que ve complicar su destino entre pagar por su libertad o ser fiel a un amigo leal. También es correcta la actuación de Florencia Bobadilla como la mujer que se harta de los maltratos de su marido -policía corrupto- y lo castiga prostituyéndose. Y el Calavera, el proxeneta, demuestra que en el cine de Campusano los duros también lloran por amor. Pero el personaje más sorprendente es el muchacho psicópata, mano de obra sucia de la policía, que vive en el basural, un ser feroz, desbordado y carente de todo principio moral, interpretado por un amigo de su hijo. Es cierto que esos actores aportan autenticidad y realismo a sus películas, pero si contara con intérpretes que dijeran sus líneas con más naturalidad, y no repitiéndolas en recitado, sus films cobrarían mayor valor aún. Con una puesta más cuidada, imagen más limpia y mejores recursos técnicos, es un placer ver otra representación de esos ámbitos de la marginalidad urbana y social reivindicados por Campusano.
Hay momentos inolvidables en cada biografía cinéfila y uno de los míos ocurrió en marzo de 2005 durante el 20º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. En ese entonces había una sección llamada Vitrina argentina que reunía una enorme cantidad de cine nacional: más de 70 películas se estrenaron ahí ese año. La sección era inasible y, tomando un vino con Goyo Anchou en la fiesta de inauguración –era uno de los programadores junto a Diego Trerotola–, le hice la clásica pregunta que solemos hacerles en confianza a los que programan un festival: “¿Qué hay de bueno?”. Goyo tiene un gusto un poco extremo, que comparto, y no dudó: “Mirá Bosques, es un mediometraje”. El Perro Molina (Daniel Quaranta) a punto de matar un chancho El Perro Molina (Daniel Quaranta) a punto de matar un chancho Pasaron casi diez años de ese momento y el cine argentino ya es otro. Pero en 2005 una película como Bosques era un OVNI: ficción con pátina de documental, actores no profesionales y escenarios naturales del conurbano profundo –el título hace referencia a la localidad del partido de Florencio Varela–, una historia de sexo y violencia y la mirada de alguien que no estaba de paseo turístico para mostrar la marginalidad, como Trapero o Caetano, sino que convivía con ella. El director era alguien llamado José Celestino Campusano. Tres festivales después, en 2008, se estrenó en la Competencia Internacional del mismo festival Vil romance, el primer largo de ficción de Campusano, una historia trágica de pasión gay entre un tipo duro y un jovencito frágil en la localidad de Ezpeleta. Campusano fue abonado al Festival de Mar del Plata y ahí se estrenaron todas sus otras películas: Vikingo, Fango -por la que ganó el premio al mejor director-, Fantasmas de la ruta y, en el de este año, El Perro Molina, que se estrena hoy. Los detractores seguramente dirán que todas sus películas son iguales, los defensores decimos que toda su obra es una gran película, una especie de comedia humana suburbana con personajes que se repiten e historias parecidas: siempre hay algún tipo con códigos que cometió delitos graves en su juventud y ahora quiere redimirse, jóvenes desesperados y peligrosos, prostitutas marginales, policías corruptos y casas derruidas. Su gran virtud es el ritmo narrativo. Campusano tiene un talento único para contar sus historias, muchas de ellas corales y con varias líneas argumentales que se entrecruzan. Hasta Fantasmas de la ruta, una película de tres horas y media, es apasionante y frenética. Y también es un experto en encontrar personajes: los no-actores son únicos, singulares y aunque frecuentemente actúan mal, su presencia es irremplazable. En Tres D, la segunda película del cordobés adoptivo Rosendo Ruiz –en realidad es oriundo de San Juan–, Campusano hace de sí mismo y discute con una espectadora que dice que no le gustó Fango porque está mal actuada: “La mayoría de las películas de Hollywood que ves están mal actuadas y no te das cuenta”, se justifica. Como se ve, esos diálogos por momentos melodramáticos dichos con mucha dificultad por gente real forman parte de la estética de Campusano y habría que ver si sus películas son apasionantes a pesar de las malas actuaciones o precisamente gracias a ellas. El caso de El Perro Molina no escapa a las generales de la ley: Antonio Molina (Daniel Quaranta) es un tipo duro que estuvo preso en su juventud y ahora pretende vengar el asesinato de unos hermanos con la ayuda de un joven valiente pero inexperto (Damián Ávila); en el camino se cruza con Ibañez (Ricardo Garino), un policía corrupto que le exige que ajuste cuentas con Calavera (Carlos Vuletich), un cafishio que prostituye a Natalia (Florencia Bobadilla), la mujer de Ibañez. El Perro Molina es un western suburbano, apenas un capítulo más en esa gran novela que está construyendo Campusano. No el mejor, quizás, pero en sintonía con toda su obra.
"El lado Campusano" Fiel a su filmografía y aferrado más que nunca a su característico estilo de realización, Campusano vuelve a sumergirse en el conurbano bonaerense para consumar una historia de venganza, revancha y redención a la que no le alcanza con meter las manos en el barro sino que también busca salpicarte por completo. “El Perro Molina” cuenta la historia de Molina (Daniel Quaranta), un malavida que acaba de salir de la cárcel con una fuerte convicción: no derramará más sangre en las diferentes actividades que le impone su estilo de vida. Sin embargo, mientras Molina presume entre los suyos su nuevo modo de encarar la profesión (algo así como un vegetariano del mundo criminal), un comisario recién separado (Ricardo Garino) lo arrastrará hacia todo eso que nuestro protagonista quiere dejar atrás. Así, en el momento menos oportuno de su nueva vida, Molina deberá lidiar con una mujer despechada devenida en prostituta (Florencia Bobadilla), un peligroso y joven delincuente (Assiz Alcaráz) y un proxeneta tan rudo como enamoradizo denominado “Calavera” (Carlos Antonio Vuletich). Rodada íntegramente en Marcos Paz gracias a una alianza entre el Municipio de ésta localidad y el Cluster Audiovisual de la Provincia de Buenos Aires, “El Perro Molina” es una propuesta que puede definirse básicamente por su gravedad: aterrizará en el espectador cual moneda impacta en el piso. Es decir, de un lado u del otro, para bien y para mal. Cara o seca, amor u odio, agrado u rechazo, blanco o negro. No hay términos medios a la hora de llegar a una conclusión sobre el sabor de boca que deja una producción tan personal y arraigada al ya característico modo de trabajo de su realizador. Personalmente tuve la oportunidad de ver esta película en el 29° Festival Internacional de cine de Mar del Plata, donde formó parte de la competencia internacional de largometrajes junto a un grupo de películas que no solo ofrecían argumentos y un apartado técnico de mejor calidad, sino que también estaban impulsadas por la búsqueda de otros objetivos. De cara al estreno comercial de un film como “El Perro Molina”, si bien el panorama no cambia demasiado (ya que la cartelera ofrece producciones tan variadas como interesantes), hay que decir que quizás no sea un terreno lo suficientemente cómodo para que una película de estas características se desenvuelva de forma correcta y logre acaparar la atención de un público amplio y numeroso. Lejos también de ambos extremos (ni se trata de un film netamente destinado a recorrer festivales, ni de una película con aires de anclarse en la cartelera argentina), “El Perro Molina” es una propuesta que debe consumirse, o mejor dicho, encararse desde un solo lado para que termine convirtiéndose en algo placentero y divertido. Esa posición de privilegio, es la vereda Campusano.
Sin City criolla A José Celestino Campusano (Vil romance, Vikingo, Fango) se lo quiere o se lo odia. Su cine es bruto y directo sin muchos preámbulos. Esa aspereza aquí elimina el concepto peyorativo para mostrar cómo la bajeza de personajes poderosamente estereotipados puede ser rica en lo visual, en un relato fascinante que entretiene y engancha al espectador. El perro Molina cuenta la historia de un delincuente y tipo piola del hampa con códigos que aún sostiene la bandera de la amistad y la palabra. A ello se suma el drama amoroso del comisario Ibáñez y de su provocativa esposa Natalia, quien luego de sufrir un engaño marital, abandona su vida de ama de casa y se vuelca al mercado de la prostitución. Campusano nos propone una película llena de acción con algunos diálogos mal actuados pero a la vez emblemáticas participaciones actorales de protagonistas y villanos. En ello converge el sello de este autor y no sería muy descabellado o absurdo pensar en El perro Molina como una especie de Sin City criolla, donde los hombres son justicieros o totales traidores y las mujeres sólo mostradas como el sexo débil decorativo que sin embargo buscan enfrentar la masculinidad con valentía. Las temáticas como la violencia y la marginalidad fluyen en los paisajes del conurbano bonaerense de El perro Molina y ya son una carta de presentación que Campusano cimentó en films como Vil romance y Vikingo. Sin dudas el cine de Campusano es de alguna forma una locura descabellada de la ficción argentina “explícita”, que convierte al realizador en un auténtico director de pura cepa.
Sinfonía de conurbano, pero con menos garra Sigue desarrollando Campusano su galería de sujetos poco recomendables del conurbano, siempre pintados con trazo grueso y escenas violentas debidamente verosímiles, a diferencia de los diálogos. Esto último es un gran punto en contra, aunque algunos exégetas lo consideren una marca de estilo. Lo mismo, la falta de un director de actores, que habría sido de gran ayuda para muchos miembros del elenco y también para el público. Esta vez, el escenario, los personajes y su nivel de vida son otros. No así la tendencia a resolver los conflictos en forma inmediata, mediante el uso de revólveres, sopapos o fierrazos. Abundan los pícaros y asociales de clase media. Falta un ser noble, como el sencillo Vikingo montado en su moto, que alcanzó estatura casi épica en la anterior de Campusano, "Fantasmas de la ruta". "El Perro Molina" no llega a ese nivel. Solo es un delincuente en retiro efectivo, sin el aire señorial que supieron tener otros colegas suyos pintados por Melville, Becker o Giovanni. Pero reacciona como aquellos, atento a un código de malandras que el público sigue con cierta simpatía. Los malos de la película, por otro lado, no merecen mayor misericordia, sobre todo un pibe dañino, bastante sicópata, representante de las nuevas generaciones, que tampoco merece una muerte rápida, y eso Campusano y el Perro lo saben bien y obran en consecuencia. Otro destino merecería una joven que abandona su rol de ama de casa para "hacer esto", como definen su oficio las minas que hacen "eso". Para colmo ni siquiera se aleja demasiado de la casa, así aumenta el bochorno del marido policía y la violencia es más chocante. Por supuesto, también hay otros personajes, ninguno de los cuales trabaja en algo honrado ni aporta al Anses, salvo el susodicho policía, que tampoco es honrado pero llegó a comisario y quién sabe si llega al final de la película. A señalar, la fotografía de Eric Elizondo, y la presencia de Florencia Bobadilla commo femme fatale de Zona Oeste. Otros papeles son cubiertos por Daniel Quaranta (el Perro), Damián Avila (su discípulo), Ricardo Garino (el tira), Carlos Vuletich (el cafisho Calavera) y Assiz Alcaráz (la nueva generación). Rodaje en Marcos Paz y alrededores.
La mirada impiadosa Para escribir sobre el cine de José Celestino Campusano, para juzgar sus películas, hace falta sopesar una cantidad de factores que exceden largamente los estrictamente cinematográficos. Ese ya es un logro para el director, rival empedernido del canon, militante del cine regional y comunitario. Dicho esto, vamos a El Perro Molina, su quinta película, la más profesional de todas. Es un policial, una historia de amor y una muestra del cambio generacional y los códigos en el mundo del hampa rural, conurbano. Antonio Molina (Daniel Quaranta) es un delincuente ya hecho con cierta fama y prestigio. Un hombre que vuelve al pueblo y que ya no podrá escapar de los dramas locales: sicarios desenfrenados, el conflicto conyugal del comisario, un digno representante de lo peor de la bonaerense, abandonado por su esposa (Florencia Bobadilla), que elige castigarlo volviéndose prostituta. Sicarios, putas y policías, vistos sin compasión ni corrección política. Pasamos de la corrupta comisaría al burdel. Pero en ese mundo de miserias y venganzas, también afloran historias de amor, y un rumbo que se adivina trágico. Son historias reales las que cuenta Campusano, surgidas de anécdotas que le contaron o que él mismo vivió, historias de la periferia sin intermediarios. Esa es la base de su cine, una mirada descarnada y autocrítica de sus propias problemáticas, sin edulcorante, impiadosas, como dice él. Mostrar más e interpretar menos. Cuenta con buenas actuaciones y otras que no tanto, pero hay que saber que es un cine hecho mayormente por actores no actores. También es cierto que hay inconvenientes con algunos diálogos, y escenas algo trilladas, pero está en un momento de transición Cine Bruto, la productora de Campusano, que sigue profesionalizado sus filmes. El mundo más trash de Vikingo o de Fantasmas de la ruta, permitía disimular, tapar, falencias narrativas. Ahora Campusano se enfrenta a un dilema, contar sus historias con menor austeridad. ¿Le alcanzará con ser fiel a él mismo? Ya dio una buena señal, asumir el riesgo. "A aquéllos que nos sigan por precarios, les digo que hagan su propia película", arreció hace unos días. Y eso también es tener códigos.
El Perro Molina, la nueva película de José Celestino Campusano es una historia de amistad y venganza. Actores no profesionales ni reconocidos protagonizan esta película que cuenta diferentes líneas que luego convergen en una misma historia. Un matrimonio entre una ama de casa y un comisario que no puede evitar engañarla con prostitutas y termina en el cansancio de esta mujer que, despechada, termina convirtiéndose ella misma en prostituta. Un hombre que le hace favor a una señora cercana a ella y eso deriva en problemas con la ley que tiene que solucionar con otros favores. Un joven inexperto que ve en Molina a un referente. Un esquizofrénico que se encarga de ciertos trabajos sucios pero cuya inestabilidad comienza a poner en peligro cada tarea. Un cafisho que da trabajo a la ex mujer del comisario y no puede evitar tener sentimientos hacia ella. La película cuenta con cierto grado de humor y una forma de retratar estas situaciones de un modo natural (por momentos rozando un hiperrealismo), también es cierto que los actores están desparejos siendo sin duda Florencia Bobadilla quien mejor sale parada, interpretando un papel difícil pero saliendo airosa. Esta historia de venganza y amistades inquebrantables también roza lo culebrón, haciendo que algunas de las cosas que se suceden ya podamos predecirlas. Filmada de manera prolija y bien contada, El Perro Molina es una película que bien podría incluso sobrevivir en un circuito fuera del festival, ya que es accesible y entretenida, más allá de algunos lugares comunes.
La última producción de José Campusano es, más allá de ciertos refinamientos que ya hemos podido escuchar que se le critican, más Cine Bruto que nunca, y sigue sumando y potenciando todo su cine anterior, en un recorrido donde la coherencia es sistema creativo en estado puro, y los artistas no pueden más que seguir haciendo lo que saben y pueden hacer. Ver esta película de Campusano es un profundo placer, porque sigue llevando adelante la apuesta por una estética propia dentro del cine, contando historias como nadie las cuenta en la escena local. Campusano y su cine, son distintos a lo que puede verse, aunque haya una vuelta de tuerca que pueda asimilar al Perro Molina a un cine más central, más cuidado, porque sin dudas ya tiene una práctica técnica detrás, (digo, si se la compara con Vil Romance, por ejemplo) y seguramente, mejores presupuestos y optimización de recursos. Hay tres posibles cuestiones para pensar a El Perro Molina como más cercana a formas del cine comercial: mejor calidad de imagen, prolijidad sonora, contexto en la localidad de Marcos Paz (a casi 50 km de la ciudad de Buenos Aires), no ya el cinturón villero si no más hacia las afueras de lo que se conoce como tercer cordón, es decir, una zona de fronteras que abre a zonas más rurales, donde la delincuencia tiene que ver con el crimen, seguramente, pero también con los robos de otro tipo de guantes, como los ligados a la acumulación de dinero contante y sonante, fruto de la explotación sojera. Los actores, son los de siempre, los mejores que puede encontrar, como sus productorxs. Gente que cree por sobre todas las cosas en lo que está haciendo. Porque, como dice el propio José Campusano, su cine produce películas que no se basan en hipótesis, si no en un conocimiento social, es la necesidad de pensarse socialmente, y de hacer autocrítica de lo que les pasa. Los protagonistas son Daniel Quaranta, como Antonio “Perro” Molina; Florencia Bobadilla, como Natalia; Ricardo Garino, como Ibáñez, Carlos Vuletich, “Calavera”, Damián Avila como Ramón (estos dos últimos actores ya interpretaron papeles en Fantasmas de la Ruta), María Vivas como Rosa, y el joven debutante (es compañero de colegio del hijo de Campusano) Assís Alcaraz, como el asesino psycho que afirma el lado thriller de este film. Y una vez más, se trata de organizar el mundo a partir del caos que parece controlar al destino (poco cine se parece tanto a la tragedia griega como el mundo de Campusano, al menos en su modo de plantear pasiones, formas de justicia, karmas). Como siempre, el código dentro del no código, es decir, la existencia de un protocolo para moverse incluso en los bajos fondos, que están, como cualquier clase, llena de buenos y malos, como forma de construir valores allí donde pareciera que el margen se hace abismo y es imposible organizar ningún tipo de tejido social, quedan amistades, lealtades y recuerdos. En este sentido, El Perro Molina pareciera hablar de un tema mayor, el choque generacional, las pautas de conducta, la pérdida de sistemas referenciales en el mundo contemporáneo desde donde construir certezas, recomponer esperanzas y pensarse. No hay mucho más que decir de este cine otro, hecho con coherencia y cretividad, más que celebrarlo y esperar su nueva apuesta. Mientras, lo recomendamos ampliamente, en toda su filmografía, para confrontarnos y pensarnos en prácticas cotidianas, sociales, culturales y políticas, que quizás prefiramos no ver y que sin dudas dicen también lo que todos somos. El Perro Molina compitió en la sección oficial del 29 Festival de Mar del Plata. CATEGORÍASCINEESTRENOS
Los hombres también lloran Quienes concebían el cine de José Campusano como una expresión visceral de una sensibilidad (de clase) que suele ser ajena, capaz de traducirse en puesta en escena, ven en El Perro Molina una normalización de su estilo. Es cierto que aquí los travellings laterales, algunos planos cenitales y ciertos planos subjetivos pueden confundirse con una profesionalización del buen salvaje. Al promediar unos 45 minutos de película, se puede ver una escena en la que Molina describe lo que significa matar a un hombre. La composición del plano general elegido es formidable, aunque el diálogo que sostienen los dos personajes es todavía más admirable. No faltará mucho para que se empiece a hablar del manierismo de Campusano. Por ahora, se le reprochará que dirija mejor a sus actores, todos ellos no profesionales. Los que "saben" aprueban y exigen al intuitivo. En verdad, Campusano ha sabido siempre qué busca y cómo filmar lo que encuentra. Como ya sucedía en Fantasmas de la ruta, Campusano vuelve a salir de su territorio inicial. Ya no es el conurbano bonaerense el espacio elegido, sino la provincia de Buenos Aires, y tampoco hay aquí metaleros ni motoqueros. Los personajes son policías, míticos delicuentes, cafishos y prostitutas. Los temas son los de siempre: la lealtad entre pares, una sociedad que ha abolido el límite de las leyes y un retrato colectivo que sintetiza una experiencia social. La presentación de sus criaturas es excepcional: Molina, un viejo matón con códigos, acude al llamado de una vieja amiga para hacer justicia ante la muerte de sus hijos. Natalia, la esposa de un comisario del pueblo, se mandará a mudar de su casa, cansada de comprobar que su marido vive acostándose con prostitutas y, eventualmente, se convertirá en una de ellas. Natalia terminará trabajando en un prostíbulo regenteado por el Calavera. Una circunstancia azarosa llevará a Molina a reecontrarse con el comisario, a quien le debe algunos favores, y como forma de pago el uniformado le pedirá que elimine al proxeneta. Pero habrá sorpresas, y de distintos órdenes. El clasicismo de Campuso alcanza aquí su mayor depuración. El relato fluye casi musicalmente mientras sus criaturas, sin saberlo, se dirigen a su predestinación trágica. Y habrá lágrimas, la de los hombres, porque si hay algo genial en El Perro Molina es el descubrimiento de la vulnerabilidad de los machos, una sensibilidad insospechada en un universo signado por las armas de fuego y el pragmatismo de la supervivencia. El Perro Molina Drama Muy buena (Argentina/2014). Guion y dirección: José Celestino Campusano. Con Daniel Quaranta, Florencia Bobadilla, Carlos Vuletich, Damián Ávila, entre otros. Fotografía: Eric Elizondo. Edición: Martín Basterretche. Música: Claudio Miño. Duración: 88 minutos. Apta para mayores de 13 años. Sexo: medio. Violencia: alta. Complejidad: nula.
Una historia sobre héroes y demonios La última película de José Celestino Campusano, filmada en Marcos Paz, muestra el regreso de Molina a su territorio y su vinculación con el entorno que lo impulsará a volver a transgredir las normas. Sucio realismo del suburbio. Antonio Molina (Quaranta) es un tipo hecho y derecho que convive en los bordes de la delincuencia y la marginalidad, haciendo de la amistad un culto, oteando al otro, observando con respeto al amigo, pero también sospechando de ese territorio que puede explotar en cualquier momento. Pero el drama pasional del comisario Ibañez y de su bella mujer, quien decide prostituirse oponiéndose a las reglas maritales, más temprano que tarde, llevará al "perro" a transgredir ciertas normas. El ambiente y los personajes son parecidos a los de otros títulos de Campusano (Fantasmas de la ruta; Fango; Vikingo), junto a una planificación narrativa que trabaja desde la acumulación de situaciones y personajes, supuestamente dispersos, que poco a poco compondrán un único discurso espacial y temporal. Así, surgirán las clásicas criaturas periféricas del cineasta, especialmente, el duro pero honesto Calavera y el demencial Gonzalito, un adolescente psicópata digno de temer. Entre ellos, el centro neurálgico del relato, el "perro" Molina, basculando la balanza del bien y del mal, como un antihéroe del western: rostro duro y mirada feroz, amistoso y caritativo con los suyos, pero siempre espiando a un horizonte en permanente tensión. Los pasos adelante que propone El perro Molina en comparación con otros films del autor se relacionan con una mayor prolijidad desde la cámara y los encuadres (no confundir con esteticismo) y a una labor más que minuciosa del director con el rubro actoral, que contrasta con algunas escenas donde los diálogos y textos resuenan como recitados e impostados desde la genealogía de los personajes. Pero Campusano, emblema de un sucio realismo del suburbio, vuelve a confiar en ese paisaje constituido por prostíbulos, policías corruptos, soplones, hogares marginales, calles de tierra y autos desvencijados con gente que carga armas para cumplir con una orden. O con una misión donde se requiera de una ética (in)conformista que reivindique la moral de los personajes. En ese sentido, El perro Molina vuelve a explorar, como sucedía en Fantasmas de la ruta, el lugar de pertenencia como necesidad imperiosa para sobrevivir. El personaje central, llevado por las circunstancias, deberá traicionar a un amigo y confidente, no solo para convertirse en un Travis Bickle del subdesarrollo (De Niro en Taxi Driver) sino porque lo golpean donde más le duele. Sin embargo, la escena final reserva más de un interrogante: en medio de unas lacrimógenas exequias fúnebres, la puesta en escena plantea al espectador si Molina seguirá siendo un héroe o se convertirá en un auténtico demonio.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Los códigos del conurbano El cine de José Celestino Campusano es una lata de conservas a punto de estallar. Las películas del director quilmeño son pura crudeza, tanto en la narración, en sus personajes y en el modo en que Campusano ordena cada historia; ese personal estilo lo ubicó entre los favoritos del cine independiente y en este último film no hace más que profundizar la cicatriz suburbana de su mirada en el panorama local. Antonio “El Perro” Molina (Daniel Quaranta) sale de la cárcel y vuelve a su pueblo para resolver asuntos pendientes. La familia de un amigo muerto le encarga una vendetta y le entrega el apoyo de Ramón (Damián Ávila), un aprendiz de sicario que resulta más bien una carga; en tanto, del lado de la ley, cansada del maltrato, Natalia (la posadeña Florencia Bobadilla) abandona al comisario Ibáñez (Ricardo Garino) y, despechada, se ofrece como chica premium en el prostíbulo del Calavera (Carlos Vuletich), un viejo amigo del Perro; a la larga, su ocurrencia provocará una guerra entre la policía y los proxenetas. Con mucho de western y un killer psicótico (Assiz Alcaraz, como Gonzalito), con resabios del Bardem de Sin lugar para los débiles y otros asesinos del cine clase B, Campusano propone algo más que un encuentro entre, grosso modo, los cines de Trapero y Robert Rodriguez, ya que El Perro Molina es ante todo una historia de amistad. Esa es la singularidad del quilmeño, lo que hace recurrir a sus películas una y mil veces.
A través de historias, de un frondoso anecdotario del conurbano bonaerense, José Celestino Campusano ofrece una mirada radical y sincera de lo que es la vida en los barrios. Naturalmente El perro Molina no es una excepción en su filmografía. En esta oportunidad cuenta la historia de un ex presidiario que no quiere volver a “embarrarse” y se refugia en los códigos de los delincuentes de antaño. Sin embargo, la situación entre un comisario infiel y su esposa (Natalia) que lo abandona para prostituirse como una forma de venganza, lo obligará a Molina a mediar entre el comisario y el proxeneta (Calavera). Si bien Campusano es un auténtico artesano de la representación cinematográfica de la verdad, una suerte de militante del cine de lo vivido, existe cierta contradicción entre El perro Molina y su antecesora Fantasmas de la ruta con respecto a la manera de entender y caracterizar la prostitución y los proxenetas. Ya que hay en El perro Molina una mirada romántica sobre el tratante que es el único personaje que comparte códigos con Molina. Aunque este filme es notoriamente más estilizado que sus producciones anteriores, la contemplación del director no pierde fuerza ni verosimilitud. Aun cuando la heterogeneidad de las actuaciones (notables trabajos de Daniel Quaranta, Florencia Bobadilla y Carlos Antonio Vuletich) provoque ciertos contrastes. En definitiva El perro Molina es un eslabón más en la notable y necesaria filmografía de Campusano, un realizador que apuesta por retratar la vida en el conurbano profundo, un universo que conoce y que el cine argentino generalmente prefiere ignorar. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Con un guión previo a Vil Romance -su ópera prima- y filmada en Marcos Paz, Campusano vuelve a demostrar su interés en realizar películas inspiradas en hechos reales como hizo en Fantasmas en la Ruta -sobre el tema de la trata de mujeres- incorporando nuevos aspectos técnicos a las viejas formas, que le otorgan una imagen más estilizada y menos rústica que en las anteriores producciones; como el uso de la grúa, la steadycam y la cámara Red One. La quinta producción de Campusano es también la más clásica de sus películas. No sólo en cuanto a su estructura sino también a la cercanía con géneros como el policial y el western, así como el coqueteo con la buddy movie en determinados momentos de la relación maestro-alumno entre Molina y su nuevo compañero. Una vez superada la instancia inicial en la que algunos diálogos suenan recitados, lo que nos hace entrar y dejarnos llevar por la historia un poco más tarde que lo habitual, la película va cobrando fuerza y los personajes se vuelven verosímiles y cercanos; incluso más de lo que como espectadores quisiéramos. Porque los protagonistas que construye Campusano, por más dilemas morales que presenten, siempre nos producen empatía, lo que genera que nos cuestionemos todo aquello en lo que creemos. En el cine de Campusano el amor es lo que mueve a los personajes y los lleva a sus trágicos desenlaces, como si de un destino inexorable y borgeano se tratara: tipos duros -pero que también lloran- capaces de matar a sangre fría -acá la violencia es mucha y es cruda pero también seca y setentosa- y a la vez mantener ciertos códigos de barrio a rajatabla, en un mundo donde cada vez se vuelven más obsoletos. El debutante Assiz Alcaráz (hay que destacar que no es actor sino que asistía al secundario junto con el hijo del director, como una suerte de “niño guasón” diabólico) nos da una clase de actuación con la construcción de su personaje de un adolescente esquizofrénico utilizado por un comisario corrupto para deshacerse de quién se le ordene. Con la misma pasión y urgencia por filmar que siempre lo ha caracterizado, Campusano sigue sorprendiéndonos -y nosotros celebrándolo- con un relato tan tierno como violento, genuino y latente.
En "El Perro Molina" (Argentina, 2014), José Celestino Campusano avanza en el desarrollo de temas y tópicos de sus películas anteriores, con el plus de una lograda realización y la elección de planos y diálogos de una naturalidad increíble. "El Perro..." se focaliza en Molina (Daniel Quaranta), un otrora asesino a sueldo, que, venido a menos, acepta trabajos que le permitan subsistir sin mucho que pensar y que le alcance para los cigarrillos, el vino y algo para comer. Cuando es convocado por el comisario Ibáñez (Ricardo Garino) para encontrar a su mujer desaparecida (Florencia Bobadilla), "el perro", comienza a relacionarse con una serie de personajes que no hacen otra cosa que complejizar el universo al que Campusano nos tiene acostumbrados. Borders, prostitutas, corruptos, marginales, uno a uno irán desfilando por la pantalla dejando su marca en la trama y subtramas que se abren. Molina encuentra a Natalia (la mujer del comisario) en una whiskería tierra adentro regenteada por El Calavera (Carlos Vuletcih), un ex compañero de andanzas de él, con el que comparte códigos y al que se le hará muy difícil bajar. Ante la disyuntiva de qué hacer con ambos, decide quedarse en el lugar, el que será objeto de atentado por parte de otros maleantes enviados por Ibáñez al no tener respuesta del paradero ya no solo de su mujer, sino también de Molina. Historia de amor y de despechos, "El Perro Molina" se presenta como la más verborrágica cinta de Campusano, y que en la sencillez de las palabras de los diálogos logra una impronta de naturalidad y efectividad de una potencia irreversible. Planos abiertos y escenarios rurales acompañan la tragedia de Molina en el medio de los amantes despechados, apoyado en una economía de recursos que en vez de restar suma a la propuesta. Nuevamente destacar la calidad de los diálogos, que en su premisa cumplen con efectividad para continuar armando el imaginario relacionado a la clase de la que se habla en el filme. "El Perro Molina" habla de aquellos imponderables a la hora de concretar tareas y también de lo secreto evidenciado de lugares cotidianos a los que nadie nunca se refiere. Porque justamente es allí en donde Campusano encuentra el material para realizar sus películas. El alcohol, las drogas, la prostitución, el robar como actividad lucrativa son partes esenciales del universo de Campusano y hasta también su firma estilística y en esta oportunidad conjuga todo esto con una hábil pluma narrativa que despierta el interés hasta el último minuto del filme.
Nos encontramos frente a un triángulo amoroso lleno de: violencia, marginalidad y corrupción. Se desarrolla en un pueblo y hace honor al refrán “pueblo chico infierno grande”. Tiros y muy buena fotografía. Sus diálogos son solemnes, poco creíbles, contiene varias situaciones absurdas y por momentos parece un culebrón de telenovela, las actuaciones resultan desparejas y el guión es flojo
Antonio Molina (Daniel Quaranta) is a somewhat legendary crook who’s seen better days, and is now trying to clean up his act: he wants no unnecessary betrayals or deaths. But it won’t’ be easy since the corrupt police chief Ibáñez (Ricardo Garino) wants to force him to kill Calavera (Carlos Vuletich) as a way to pay off an old debt. Calavera is a pimp the policeman’s ex-wife Natalia works for. As much as Antonio wants to pay his debt, the entire affair grows more dangerous because of Calavera’s sudden infatuation with Natalia. Add to that another revenge because of snitching and you have a bloodbath coming. With El perro Molina, Argentine indie filmmaker José Celestino Campusano (Vikingo, Vil romance, Fango) once again goes over some of the characteristics that have made him a novel auteur: a narrative depicting the violent, dark side of Greater BA; young and criminal outsiders, corrupt officials and lowlife “losers” as protagonists; doomed love stories and visceral personal liaisons; and raw feelings, irrational motives, deciding the fate of the characters. As regards aesthetics, expect an austere and realistic mise-en-scène; real locations instead of studio settings; an almost invisible camerawork; a realistic sound design with no overwhelming incidental music; fairly colloquial dialogue with — occasionally — more reflexive insights; and, most visible, non-professional actors making their début. As is easy to guess, Campusano goes for strict realism, and in a voluntarily rudimentary manner. It aims to capture spontaneity and leave out rehearsing to make you feel you are there with the characters and witnessing the events. It eschews most traits that make fiction look and sound like fiction. And while in some aspects Campusano succeeds, namely in how recognizable and authentic his universe is, or in the credible dialogue, or in the discreet cinematography, it’s also fair to point out that there’s something that just doesn’t do the trick: the acting. I believe there is such a thing as good acting. Many filmmakers in cinema history have opted for non-professional actors — take Italian Neorrealism, cinéma verité, Iranian cinema — and the results were superlative. The performances by these non-actors are convincing from beginning to end, without the tics and tricks of consummate and seasoned actors who have left true discovery behind. Needless to say, there are also very, very realistic performances from professionals — take the films of John Cassavetes, Leonardo Favio, or Mike Leigh, just to name three very different examples. At any rate, the performances are always compelling. You believe them without hesitating. I personally feel this is not the case with El perro Molina. For the most part, the dialogue is slightly — and sometimes not so slightly — recited and rehearsed. Emotions are unnaturally conveyed and the overall realism is hampered. Many of these non-actors do have troubles with their lines, be it in tone or inflection. That — and more than a handful of undeveloped scenes — turn a film that strives hard to be realistic into a film that often exhibits its own artifice. Production notes El perro Molina (Argentina, 2014). Written, directed and produced by José Celestino Campusano. With Daniel Quaranta, Florencia Bobadilla, Carlos Vuletich, Damián Ávila. Cinematography : Eric Elizondo. Editing: Martín Basterretche. Running time: 88 minutes.