Doris Dörrie nos trae esta comedía ligera sobre los vaivenes en la relación amorosa entre un veterinario despreocupado que disfruta del aquí y ahora y una diseñadora de moda que se encuentra en una constate búsqueda de éxito y reconocimiento. El cine Alemán es mundialmente conocido y podríamos decir temido por su profunda reflexividad y los que esperen encontrar algo de eso en esta cinta de comedía se defraudaran. La historia del cine alemán contemporáneo hace recordar un poco al cuento de hadas del pescador y su mujer. Casi veinte años de desorientación han pasado y un centenar de proyectos; como la realización en fílmico de los cómics Nick Knatterton que aun no vió la luz, o la película Lavar, cortar y poner (Waschen, schneiden legen, aún inédita en Argentina) que contaba con un presupuesto de 2.3 millones de euros y que tuvo nada más que 18000 espectadores. No se habla demasiado de esta época de despilfarro pero en la cual también podemos rescatar películas en las cuales el valor artístico estuvo por encima del presupuesto tales como País de Nieve (Schneeland) de Hans W. Geissendörfer o Acerca de buscar y hallar el amor de Helmut Dietls. Dories Dorríe ha tomado este deseo cuasi codicioso a tener más y lo trasformo en una película, en la cual encontró un paralelismo con el viejo cuento de hadas del pescador y su mujer. El papel protagónico esta caracterizado por la estrella en ascenso Alexandra Maria Lara. De vuelta el cine alemán idealiza el tipo de mujer “normal”. Henny Porten, Kristina Söderbaum, Ruth Leuwerik, Katja Riemann y la protagonista de este film comparten las mismas características: No son bombas sexuales al extremo de despertar pasiones, capturan más a la platea femenina que a la masculina, pero por sobre todas las cosas todas ellas captaron el espíritu de su época. Sus personajes no van en contra de la sociedad, sino que buscan en su interior lo que las hace infelices y se encuentran en una constante búsqueda de la felicidad plena. Ida una aspirante a diseñadora de moda que se encuentra de mochilera en Japón se encuentra con dos compatriotas que se dedican a la venta de peces. Vale aclarar que se dedican a la venta de peces Koi de competición por los cuales coleccionistas de todo el mundo pagan mucho dinero. Uno de los vendedores llamado Leo es un yuppie inteligente, el otro es un especialista en parásitos llamado Otto. Rápidamente la ambiciosa Ida deberá hacer una elección preliminar de con cual de los dos emprendedores quedarse y ya con esta premisa tenemos una película de Doris Dörre. Otro componente importante en el film de Dörre son las opiniones sobre la decadencia moral del matrimonio que hacen los peces (que tienen la lengua bastante filosa) en el estanque. A lo largo del metraje veremos como las aspiraciones materiales de Ida no son acompañadas por el conformista Otto que no aspira a más de lo que tiene y estos genera problemas en la parejanlleva debo confesar que algunas situaciones por lo extravagantes lograron hacerme reír. La película me resultó reiterativa porque el concepto queda claro desde el principio y es repetido a lo largo del metraje, pero la recomiendo al publico consumidor de comedias románticas de Hollywood porque considero se llevaran una sorpresa.
Las cosas del querer Doris Dörrie pertenece a la generación de directores alemanes anterior a la escuela de Berlín, que está dando a conocer tan buen cine recientemente. Recuerdo cuando vi por primera vez una película suya, Nadie me quiere, encantadora comedia romántica que mezclaba los amores no convencionales con el fantástico más delirante. Sentí que estaba frente a una inteligente observadora de la psicología humana que realizaba un cine que destilaba felicidad. Después vi su opera prima, En medio del corazón, una impiadosa mirada hacia los hombres sometedores, vampiros de la mujer. En ambos films, como en ¿Soy linda?, Dörrie se revelaba como una aguda estudiosa del género femenino, aunque también fue de capaz de explorar el masculino en Hombres e Sabiduría garantizada. En esta última mostró su progresivo interés por Japón y el budismo, que resultaba clave para salvar a dos hermanos del hundimiento anímico después de sendos fracasos matrimoniales. También en Japón transcurre la más reciente Las flores del cerezo, en la que sigue indagando en las relaciones entre hombres y mujeres. Tal vez al éxito de ese film se deba el estreno de El pescador y su mujer, que es anterior. Este film de 2005 es un relato tradicional que elaboraron los hermanos Grimm: narra la historia de un pescador que captura un pez, que era en realidad un príncipe encantado. Su esposa tiene una ambición sin límites y le pide a ese pez mágico que le otorgue sucesivas viviendas cada vez más lujosas y encumbradas posiciones de poder. Ya vendrá el castigo ejemplar. Dörrie le agrega otro relato fantástico: una pareja casada dejó de amarse después de tres años y fueron transformados en peces. Ellos son los narradores de la historia. Sólo podrán volver a su condición original si encuentran otro hombre y mujer que sigan amándose después de tres años de estar juntos. La pareja en suerte es una muy simpática: ella, diseñadora de telas y ropa, él, veterinario ictícola, se dedica a buscar ejemplares raros para un coleccionista. Se conocen en Japón, donde ambos han ido en trabajar, e inmediatamente se casan con ceremonia nipona y todo. Por supuesto, se actualiza la historia de Grimm: de regreso en Munich, gracias a los peces ella puede desarrollar una línea de ropa y diseño muy exitosa mientras él cuida a su bebé; se enriquecen, surgen los problemas conyugales y el desencuentro, sobre todo a causa de la desaforada ambición de ella frente a la actitud pasiva de él. Una vez más, Dörrie indaga sobre las relaciones interpersonales y la fragilidad del amor, aunque sin llega a la profundidad ni a la sutileza de films anteriores. Avanza también en una crítica hacia la ambición desmedida y la falta de solidaridad de los poderosos. Hay varios rostros de films anteriores: además de la encantadora actriz rumano-germana Alexandra Maria Lara (quien actuó en su Nackt, no estrenada aquí, y también en La caída y El lector), están Elmar Wepper (Las flores del cerezo) y Gustav-Peter Woehler (Sabiduría garantizada). Una comedia menor y ligera en la filmografía de Dörrie, pero con un despliegue visual muy exuberante y atractivo, debido en gran parte a la ropa colorida y original, inspirada en los peces japoneses koi, así como una variada banda de sonido muy pop -están los Talking Heads, entre muchos otros-, cuyas letras van acompañando la acción.
El amor, primera parte Cuesta no caer en encasillamientos rígidos de la crítica tradicional a la hora de clasificar a El pescador y su mujer (Der Fischer und seine Frau, 2005). Pero es inevitable no catalogarla como una película menor tanto en el género de drama-romántico que transita, como en la filmografía ulterior de la alemana Doris Dörrie. La antepenúltima película de la directora de Las flores del cerezo (Cherry Blossoms, 2008) se centra en una pareja de jóvenes alemanes que se vinculan sentimentalmente en un viaje a Japón. Él (Christian Ulmen), pescador de oficio y homeless por elección, pulula por la vida sin demasiada preocupación por el futuro. Ella (Alexandra Maria Lara), en cambio, sueña con diseñar ropa y recorrer el mundo con sus vestidos. Esa relación idílica peligra cuando esa utopía comienza a corporizarse. Será un choque de paradigmas, de ideales y, por qué no, de intereses enfrentados. Hay una brío de frescura iniciática que se esfuma, cual bruma en el amanecer, a medida que trascurre los minutos. Reversión de un clásico literario de los hermanos Grimm, El pescador y su mujer propone una exploración por las sensaciones y sentimientos que afloran en cada ser humano cuando el amor, siempre invasivo e impredecible, pilotea las decisiones cotidianas. Es interesente cómo el relato fluye en la primera parte del metraje. Cómo el tono de ensueño que envuelve la vida de los protagonistas toma por asalto a la película. Pero todo empieza a fluctuar al mismo tiempo que el romanticismo de Ida y Otto. Demasiado grave, con la innecesaria presencia de la infidelidad latente (y más tarde concretada), con tufillo rancio a cuentito moralista donde la protagonista aprende que lo esencial es invisible a los ojos y que el dinero poco importa cuando prima la soledad, la película naufraga en un mar de impostación y borra con el codo lo que Dörrie escribió con la mano en los primeros minutos. Sin ser una mala película (la dupla protagónica tienen un particular magnetismo con la cámara y hacen verosímiles cualquier línea), El pescador y su mujer se desinfla. Es un película inofensiva aunque intrascendente, un entretenimiento apenas menor.
Sabiduría garantizada para amantes La directora de Las flores del cerezo propone una comedia romántica donde conviven ambientes y costumbres japonesas con una fábula de los hermanos Grimm, todo en un marco visual muy contemporáneo, como ha sido siempre la marca de fábrica Dörrie. Hace ya un cuarto de siglo, desde el éxito internacional de Hombres (1985), que el cine de Doris Dörrie es uno de los más sistemáticos y eficaces productos de exportación que tiene el cine alemán. Sería injusto, sin embargo, reducir la obra de la directora alemana a una fórmula. Comedias como la propia Männer, Nadie me quiere (1994) o ¿Soy linda? (1998) lograban ser universales sin perder su identidad alemana y tenían una pronunciada mirada de género, tanto para cuestionar a los hombres como para reírse de las mujeres. Con Sabiduría garantizada (1999), que inició su “período japonés”, esa mirada se volvió quizás menos cáustica y más sentimental, como sucedía también en Las flores del cerezo (2008), pero su adscripción al budismo zen le aportó a su vez la capacidad de tratar los temas más espesos –la crisis existencial, las relaciones de pareja, la muerte– de la manera más ligera, como si Dörrie se hubiera animado a perder el miedo al ridículo. Es un poco lo que sucede con El pescador y su mujer, donde conviven ambientes y costumbres japonesas con una fábula de los hermanos Grimm, todo en un marco visual muy contemporáneo, como ha sido siempre la marca de Dörrie. Filmada tres años antes que Las flores del cerezo (y estrenada recién ahora entre nosotros, seguramente gracias a la repercusión local que tuvo aquella película), El pescador y su mujer se abre con el diálogo de una pareja de peces, que dicen ser humanos y haber perdido su estado original por haber desaprovechado su amor. Solamente el hechizo de una nueva pareja de enamorados podría devolverlos a su forma primigenia y centran todas sus esperanzas en Ida (Alexandra Maria Lara) y Otto (Christian Ulmen). Ella quiere triunfar y hacerse un nombre como diseñadora de modas; él en cambio se conforma con ser lo que ya es, un anónimo veterinario especializado en peces. Se conocen en Japón, en un criadero de carpas, y todo parece ir viento en popa hasta que los trabajos y los días comienzan a socavar esa pasión inicial. Si hay un mérito para atribuirle a Dörrie es que aquello que en un comienzo parece va a ser apenas una tontería monumental va ganando gradualmente algo de densidad e interés. En la tradición de las screwball comedies de Hollywood de los años ’30, que el crítico cultural Stanley Cavell definió como “comedias de re-matrimonio”, Ida y Otto tendrán que aprender no sólo a quererse sino también a conciliar proyectos, gustos e intereses. Si ella le recrimina su pereza y su falta de ambición, él a su vez se queja de su hiperactividad, sus ansias burguesas de seguridad económica y su anhelo de figuración mediática. Atravesarán varias crisis sucesivas (comentadas, ay, por esos peces que más de un espectador querría envenenar), pero Dörrie tiene el buen gusto de no castigar a sus personajes. En todo caso, los mira divertida, rodeándolos de formas exuberantes y colores chillones, como si fueran los peces de su propio acuario. No por nada, un personaje explica que, en japonés, el vocablo “koi” significa tanto “pez” como “amor”. Era Truffaut quien decía que el cine, por banal que sea, siempre enseña algo nuevo.
Vaivenes del amor y peces de colores Un cuento de los hermanos Grimm según la libre adaptación de la realizadora alemana Doris Dörrie Luminosa y efervescente, con su llamativo y brillante colorido y su irresistible apelación visual, El pescador y su mujer entra por los ojos al mismo tiempo que seduce con su ritmo jovial y sus personajes encantadores. Es casi un sello del estimulante cine de Doris Dörrie, sobre todo desde que Sabiduría garantizada generó en ella una verdadera fascinación por Japón. Otro sello -que viene de su primer gran éxito, Hombres - está en su inteligencia para examinar la conducta femenina y las complejas relaciones entre hombres y mujeres. Ambos están presentes otra vez en esta (libre) adaptación de aquella fábula de los hermanos Grimm sobre el pescador que se topa con un príncipe encantado convertido en pez, y en especial sobre la insaciable ambición de su mujer, que nunca se contenta por más que Su Acuática Alteza satisfaga cada uno de sus inagotables deseos. En una elección no del todo feliz, Dörrie suma dos narradores en una pecera: son humanos convertidos en peces en castigo por su fracaso matrimonial y sólo se librarán del hechizo si otra pareja sabe conservar su amor. Por ejemplo, la protagónica, que empieza de la mejor manera. Ella -alemana de origen rumano- está en Japón inspirándose para sus diseños. El, alemán, veterinario sensible y enamorado de la naturaleza, anda con un amigo-colega mucho más ambicioso en busca de peces raros para vendérselos a un millonario alemán. El flechazo es inmediato: se casan en Japón y se van a vivir a una modesta carpa en Alemania. El es de esos tipos que son felices con lo que tienen. Ella siempre quiere más. Y mientras una entra en una vorágine de hiperactividad cuando el mercado aplaude sus creaciones (inspiradas en los peces japoneses) y promete convertirla en una reina de la moda, el otro desatiende su profesión para cuidar de la casa y del hijo. Los desencuentros abundan y todo indica que la fábula va a repetirse. Pero no es eso lo que importa sino lo que Dörrie pone en juego para contarlo: sentido del humor; bastante agudeza para señalar comportamientos y burlarse del consumo; gracia y precisión para definir personajes secundarios. Quizá sus observaciones no sean esta vez tan filosas como en otros casos, pero el film divierte, cautiva con sus imágenes y se gana la adhesión del espectador gracias a un par de actores irreemplazables: Alexandra María Lara y Christian Ulmen.
Nada de pececitos de colores Doris Dörrie vuelve sobre el amor erosionado. La cultura japonesa y los vínculos de pareja -el amor erosionado por la rutina y la posibilidad de reconstruir lazos, incluso tras la muerte, como ocurría en Las flores del cerezo (2008)- vuelven a ser el centro de una película de la alemana Doris Dörrie (¿Soy linda?, Sabiduría garantizada). El pescador y su mujer, anterior a Las flores..., ya que es de 2005, se basa en un clásico de los hermanos Grimm y su estilo es de fábula, transmitida con gran creatividad visual y tono simpático, fantasioso, leve. El relato de los Grimm y el filme de Dörrie se basan en una mujer ambiciosa (en este segundo caso, sanamente ambiciosa) casada con un hombre mucho menos activo que ella, conformista. La película comienza cuando Ida (Alexandra Maria), una alemana nómade, diseñadora de telas, conoce en un viaje de mochilera por Japón a dos compatriotas: Otto (Christian Ulmen) y Leo (Simon Verhoeven). Los hombres importan Koi: extravagantes peces de colores que en Europa son vendidos a coleccionistas a precios de fortuna. Ida se enamora y se casa -rápidamente, en Japón- con Otto, el menos pretencioso y atractivo de los dos amigos: un veterinario especialista en parásitos, organismos que viven a costa de otro, como ocurre en el reino vegetal, animal y en muchas parejas. Pronto, ella queda embarazada. El matrimonio, mostrado de a saltos temporales, a pura elipsis, irá mostrando grietas, aunque la directora procura que el filme no pierda tersura. Ida, osada en sus diseños, sueña con llegar a ser Coco Chanel; Otto, que se esfuerza por cumplir las tareas domésticas, y las padece, no parece pretender más que lo que tiene. Dörrie da muestras, una vez más, de su agudeza, su sensibilidad y su gran imaginación, que logra traducir en imágenes: a través de encuadres novedosos y de planos bellos y asombrosos. La inclusión del punto de vista de pescados en peceras, que mantienen ácidos diálogos sobre la pareja, y que supuestamente fueron matrimonios que no lograron mantener la pasión, agregan fantasía y humor. Un millonario comprador de peces exóticos, su esposa -vinculada al negocio de la moda- y Leo y su esposa japonesa influirán sobre los cambios de Ida: le harán replantearse su vida con Otto. Con un hombre quedado y una mujer hiperactiva se puede hacer cualquier tipo de filme: hasta el revulsivo Betty Blue, 37,2° a la madrugada. El tono del filme de Dörrie es todo lo contrario: sus criaturas, aun en el malestar, funcionan con simpatía. Sus crisis son planteadas desde la levedad y ciertos toques de realismo mágico. En estos últimos puntos, El pescador... propone más goces fantasiosos que empatías emotivas. Y un final con moraleja. Después de todo se trata de una fábula, que explica que la felicidad puede estar también en la diferencia, adentro de la casa de uno.
Mirada ácida a un cuento tradicional La directora alemana Doris Dörrie decidió actualizar la vieja historia del pescador y el pez de oro para hablar de su tema favorito: las relaciones entre hombres y mujeres, con cierto dejo feminista y con una perspectiva inteligente y con humor. ¿Y qué quieren las mujeres? Pasan los siglos con sus filósofos de cabecera y la pregunta continúa sin fecha de vencimiento. De esa galera surgen las comedias románticas, desde la más rosada hasta la más heavy, con las mil y una versiones de Cenicientas más o menos insaciables. Porque siempre habrá una madrastra, un caballero negro, un ogro o equis escollo del destino del que redimirse en aras de aquella soñada felicidad. Por supuesto que el punto de vista de ese cuento es masculino y hasta, a veces, un poquitín misógino: una que desea, que espera, que sufre y otro que provee, que satisface, que premia. La genialidad de la cineasta alemana Doris Dörrie en El pescador y su mujer es pararse en una de esas historias tradicionales para contarla desde las cosquillas estomacales de una mujer, pero sin convertirla en un pasquín acerca de lo buenas que somos las chicas y sin tampoco perder la gracia de la comedia ni la profundidad del planteo. La directora se basa en el cuento de los hermanos Grimm (primera mitad del siglo XIX) acerca de un hombre pobre que pesca un pez milagroso, capaz de conceder todos los deseos, capacidad que es explotada por la caprichosa esposa hasta cruzar un límite en el que el orden será, otra vez, restablecido. Pero Dörrie lleva el tira y afloja al siglo XXI y la cuestión se complica. Ida (Alexandra Maria Lara, mejor actriz en el Festival de Milán 2006), diseñadora de telas, y Otto (Christian Ulmen), veterinario especialista en peces, son dos jóvenes que se enamoran en Japón y de los que conocemos algo de su pasado familiar gracias a dos pinceladas fílmicas dignas de la mejor economía de recursos (una habilidad “doméstica”, podríamos decir con un guiño feminista). Puro amor en un trailer de campamento hasta que, al poco tiempo, se dispara el gran dilema contemporáneo: ¿cómo sostener el deseo? En este caso, cómo manejar el desborde gánico de Ida frente al pasivo conformismo de Otto. El empate hegemónico lo rompe un ejemplar koi (que en japonés significa “pez” y “amor”) que vale millones y le cambia la suerte a la pareja. “Es como ganarse la lotería”, dice Ida, que logra encauzar su negocio de modas mientras Otto se queda en casa cuidando al bebé. No es la infidelidad la salida rápida que Dörrie les da a estos personajes. Ambos tienen flirteos con estereotipos antagónicos como Leo (Simon Verhoeven), un sonriente señor dispuesto al consumo de alta gama, y Yoko (Young-Shin Kim), una novia que hace tortas caseras. Pero ninguno de los protagonistas quiere “eso” y Dörrie es capaz de contarlo con una fluidez jamás banal, combinando acidez y optimismo. No niega el amor, no lo contamina con la ambición ni lo reemplaza por la resignación, pero nos dice alzándose de hombros que es complicado. Para reflejar ese humor, los peces forman parte de la historia como copersonajes paralelos que opinan sobre sus sinsabores y están presentes en el estampado de las telas diseñadas por Ida. Toda la película es un diseño de colores, una mezcla de tonos para buscar el exacto. Y Dörrie lo consigue, aun sabiendo que la vida no lo permite.
Otto e Ida son una pareja que tiene tantos puntos en común como diferencias. Casi como cualquier otra. Basada en un cuento de los hermanos Grimm, la historia parte desde un encuentro de ambos en una zona rural de Japón, donde se cruzarán por casualidad. Ella quiere ser una gran diseñadora, él está conforme con descubrir peces exóticos y venderlos, si puede, a coleccionistas alemanes. El filme tiene algunos momentos graciosos e invita a reflexionar sobre las ambiciones personales y profesionales de cada uno y sobre los vaivenes del amor con el paso del tiempo. Quizás lo que no colabora con el filme es que la trama no tiene la suficiente dinámica como para atrapar al espectador y que, en definitiva, es otra película más de amor, con lo que eso significa.
La cosa remite a un cuento de los hermanos Grimm y también a la palabra japonesa koi. Aunque con una vez habría sido suficiente, en más de una ocasión a lo largo de la película de Dôrrie se nos informa que la palabra koi sirve para designar “amor” pero también “pez”. Además, aparentemente hay un tipo de pez que se llama así y es con el cual comercia uno de los protagonistas. El concepto y el animalito mencionados, esquivos los dos, campean largamente en El pescador y su mujer, esta película alemana que podría ser una comedia si los vocablos alemán y comedia, al margen de compartir brevemente un disparatado sintagma de ocasión, pudieran convivir tan tranquilos en el mismo universo, no digamos ya en la misma película. La directora, que además de haber nacido en el país de Goethe sabe ser (oh, sorpresa) casi siempre ligera y cosmopolita, ha probado ya parecidos ensamblajes en los que el aliento de una comicidad remota y un híperconciente tono de fábula conforman el vehículo para que sus repetidas heroínas (sobre todo ellas) se pregunten, entre otras cosas, acerca del lugar que ocupan en el mundo. Es decir, la directora lo intenta después de todo, eso no se puede negar, y si uno no se ríe prácticamente en ningún momento, más que nada porque sus gags suelen ser de una torpeza infinita (entre otras cosas, Dôrrie nunca se destacó por la precisión al momento de encuadrar; y la marcación de actores parece tenerla sin cuidado, o por lo menos no es su fuerte), eso no es del todo obstáculo para dejarse llevar de la mano por la alegoría acerca del dinero y el poder que describe la trayectoria de la simpática pareja protagonista a la que el título no termina en verdad de hacer justicia como corresponde: ella debería ir primero, ella es la que importa (interpretada por la extraordinaria actriz rumana Alexandra Maria Lara, que encima no puede más de tan linda), ella es una verdadera reina y el hombre resulta un pánfilo redomado cuya falta de carácter va minando la creatividad y el empuje de la mujer. Tenemos entonces a un hombre y una mujer que se conocen trabajando en Japón (cada uno en lo suyo) y enseguida reciben un flechazo tal que al poco tiempo están casados. Grosero error, dice el espectador. La película no dice nada. O dice otra cosa. Si en Sabiduría garantizada, la comedia prometida del principio se decantaba progresivamente, en realidad bastante a despecho de la ironía implícita en su título, hacia un tono de melancolía asordinada conforme se acrecentaba el desconcierto de los dos protagonistas, en El pescador y su mujer lo que empieza con berretines de comicidad se dirige en la misma línea casi sin tropiezos hacia el amable final. Otra vez Japón, en lo que aparenta ser una verdadera obsesión para Dôrrie, parece ser la cifra clave a través de la cual sus personajes descubren un hálito ignorado acerca de sus propias vidas que se les vuelve como una revelación. Como ya quedó establecido, el asunto involucra a los peces en extraña convivencia con una relación amorosa: como si fueran una especie de coro griego, dos pescaditos (con mucha menos gracia que las iguanas cantarinas de la última película de Herzog, hay que decirlo) comentan las andanzas de los protagonistas de vuelta en Alemania, su azaroso romance y su trabajoso empeño en progresar económicamente: el hombre se especializa en los dichosos peces, buscándolos, curándolos y vendiéndolos, y es un poco dejado. Su hogar es una casa rodante desvencijada en la que está pintada la leyenda “Doctor de peces”. Ella teje bufandas y sueña con diseñar ropa de alta costura. Al poco tiempo queda embarazada y los dos se van a vivir a una pocilga en la que no admiten niños recién nacidos. Por lo que se ve, la vida no está para risas. Él tipo consigue sin embargo colocar un pescado único en su clase que trajo de Japón y por el que le van a pagar una suma sideral. La chica, por su parte, la pega con unos diseños fabulosos con motivos japoneses. Se mudan a una casa enorme pero empiezan los problemas de pareja. Como es su inveterada costumbre, la directora se conduce de manera más bien torpe, sin un ápice de elegancia, pero esa misma tosquedad, esa falta absoluta de tacto que incluso la lleva a menudo al borde de la cursilería, constituye una parte importante e insoslayable del corazón dulce y tierno que late en su cine. Felizmente aireada, simpática como ella sola y desvergonzada en la alegre transparencia de su parábola, la película opera como luminosa antesala de la tristeza terminal que embargaría a Las flores del cerezo, la siguiente película de Dorrie.
Cuarenta mil bacterias Hace mucho tiempo los hermanos Grimm contaron el cuento de un pececito mágico que concedía deseos a una pareja, pero esta se zarpó en las demandas, el pescadito se cansó y al final se quedaron sin nada. En esta historia encontró su inspiración Doris Dörrie al escribir El pescador y su mujer. Pero concientemente, en la adaptación, corrió el foco del problema de la desmesurada avidez por lo material (que aquí se trata solamente en forma secundaria como detonante de los conflictos) para filmar una comedia romántica y meterse de lleno en el asunto que verdaderamente le importa: saber si una pareja enamorada puede conciliar sus deseos y vivir una buena vida juntos. Apenas se conocen los protagonistas, el mismísimo pescador del título (que a efectos modernizantes se transforma en esta película en un veterinario experto en peces) le muestra en un microscopio a la que será su novia las cuarenta mil bacterias espantosas que se transmiten cada vez que dos personas se dan un beso. Ambos están enamorados y el dato escatológico no les afecta, pero los espectadores ya estamos avisados de que en el intercambio matrimonial van a pasar cosas desagradables. Durante toda la trama lo importante va a ser descubrir si estos jóvenes se las ingenian para pasarla bien juntos o si estas bacterias/problemas, de existencia tan inexorable como la naturaleza misma, van terminar pudriendo la relación. Una vez casados el veterinario cría un pez que de repente se convierte en campeón y que les da acceso a una vida próspera. Pero lo que para él es un medio para pasar más tiempo con su familia, para su mujer es un recurso para desarrollarse profesionalmente y conseguir mayores bienes materiales, aunque esto signifique sacrificar espacios de la vida doméstica. Ambas posiciones son legítimas pero incompatibles, alguno de los dos va a tener que resignar sus anhelos para formar una familia. La película es burlona y los problemas están dulcificados con bella música pop. Aunque su dinámica es casi de screwball, el humor no es de carcajada, sino de sonrisa amable. No obstante, Dörrie no abandona nunca el tono didáctico. Como debe ser en toda fábula, las enseñanzas son explícitas. Todo se ve como las bacterias del microscopio, grande y definido, no hay metáforas ocultas ni personajes velados. El mensaje es honestamente básico, aunque no por eso tonto ni solemne. Las imágenes, juguetonas, también pueden adjudicarse al imaginario de los cuentos: colores brillantes identifican a los personajes con los pececitos que les andan nadando cerca, el colorado furioso invade los decorados, las peceras y la ropa que usan los integrantes de esta familia en problemas. También la heroína se las trae. Como hay chicas Almodóvar, debería crearse (si a alguien le interesara) una categoría de chicas Dörrie. A lo largo de su carrera, la alemana construyó un muestrario de mujeres que podrían ser siempre la misma en distintas edades y situaciones. Las féminas en su cine son personales, simpáticas y psicóticas. Con un ojo contemplan su ombligo, pero con el otro miran fijo a los hombres que las rodean. Estas chicas (o señoras) buscan novio o se escapan de él (Nadie me quiere; ¿Soy linda?); se casan, aman, se reproducen, trabajan, cuidan a sus maridos o se pelean con ellos (Las flores del cerezo, Desnudos y, la que nos ocupa, El pescador y su mujer). Todas intentan ser ellas en relación a su entorno. Dörrie es feminista pero bien, explora el lugar de la mujer en su familia y la sociedad desde un punto de vista que prefiere ser más sentimental que combativo o reivindicativo. Cuando terminamos de ver El pescador y su mujer, el final es feliz como en toda comedia rosa que se precie, pero, paradójicamente, de la moraleja surge un mensaje un tanto escéptico, cínico, e inapelable. Ya con el cuentito de los hermanos Grimm aprendimos que no hay que anhelar demasiado poder y riqueza, ahora con Dörrie nos preguntamos si, al menos, podemos desear un amor bueno y duradero. Miren la película porque es buena y se van a divertir, pero si quieren seguir cándidos y esperanzados, desde ya les digo que en vista de los resultados, mejor no acudan a la alemana.
El amor visto a través de los peces El film carece de la magia de otros títulos de la realizadora alemana, como Las flores del cerezo. En este caso, se basó en los cuentos de los hermanos Grimm para crear una fábula con moraleja sobre la ambición, la gratitud y el amor. Es evidente que la gran convocatoria que ha despertado un film como Las flores del cerezo, de Doris Dörrie ha llevado a que los distribuidores se decidieran a estrenar uno de sus films anteriores, tal como es El pescador y su mujer del 2005, si bien hasta el presente la respuesta del público no ha sido similar a la que se evidenció el año pasado. Nacida en 1955, Hannover, Doris Dörrie inició su labor como guionista y realizadora en 1978, posicionándose frente a la crítica en un lugar destacado a partir de su film del 85, Hombres que conocimos en su oportunidad. Además de su trabajo en el campo del cine se destaca por la publicación de obras teatrales y cuentos infantiles. En relación con este último punto cabe señalar que para llevar adelante su proyecto de El pescador y su mujer, Doris Dörrie miró hacia la cuentística de los Hermanos Grimm, a través de una fábula con moraleja en la que se ponen en juego las temáticas del agradecimiento, el amor y la ambición. Y es desde este punto que podemos acercarnos a este film a partir de una estructura que pone en juego y compara dos historias paralelas que intentan recuperar un espacio de los "cuentos de hadas" y aspectos de las problemáticas de pareja y de convivencia en el mundo de hoy. Tal como lo expresa en Las flores del cerezo y en Sabiduría garantizada, del año 2000, la realizadora ha escenificado aspectos de la cultura japonesa en relación con la visión de Occidente; a partir, en este caso, del vínculo que se establece entre una diseñadora de telas y un veterinario ictícola, en Oriente. Desde un espacio rural y de una ceremonia tradicional nipona, los recientes cónyuges, desde perspectivas diferentes, nos ofrecen un ligero retrato, en tono de comedia, sobre la fragilidad de los sentimientos y del choque de intereses. Narrado en clave de relato fantástico, a partir del diálogo entre peces, el film se sigue con cierta curiosidad. Y despierta un necesario costado polémico. Doris Dörrie ubica sobre el tapete de una mesa de juegos el término "koi" que alude tanto al vocablo Amor como a Pez. A la salida del cine, en el espacio que brinda un café (tal como entonces), cinco mujeres y un hombre dialogan desde diferentes posiciones y es entonces que decidimos transcribir algunos de sus comentarios críticos: *Elda B. (odontóloga): Lo que me llama la atención es ver cómo una directora, es decir una mujer en el campo del cine, muestra el comportamiento de las mujeres ya que hace hincapié en la actitud manipuladora de las mismas en las situaciones afectivas. La directora olvida abordar el tema del amor y sí, en cambio, se detiene en cuestiones de orden económico. O en tal caso, si es que se plantea del amor se hace con marcada liviandad, destacando sólo de la mujer su conducta exitista. María Lidia F. (directiva): Del film destaco, más que nada en la primera parte, la presencia de lo rural y ese modo, tan característico de la directora, de describir la naturaleza. Algo que me llevó a recordar algunos momentos de Las flores del cerezo. Me parece que fue muy acertado ese modo de ir marcando el paralelismo entre el diálogo entre los peces y lo que vamos viendo en relación con los personajes centrales. Pero claro está, me parece que no logra ampliar aspectos de la vida personal, de la historia, de cada uno de los integrantes de la pareja. A las mujeres sólo les adjudica un rol especulador y ambicioso. Marta G. (directora de recursos humanos): Al poco tiempo de comenzar el film, todo me pareció previsible. Sí me parece muy lograda esa manera de relacionar el comportamiento de los peces con las conductas humanas. No me gratificó la manera en que se plantea el vínculo, ya que lo considero demasiado esquemático y extremo desde los contrastes. Y lo que no entra en consideración es el proceder de la mujer en la actitud de poder escuchar, en sus deseos, a su pareja. Pero pensándolo de otra manera, estimo que algunas cuestiones que se plantean en la relación entre los dos, entre Otto e Ida, creo que hoy se pueden comprobar: cómo a veces uno maneja al otro. Si puedo hablar de un cierto mensaje es que no sólo hay que tener presente los intereses de la pareja sino respetar el mundo interior, los intereses propios, del otro. Graciela R. (docente e investigadora): En lo que hace al planteo de la historia estimo que la misma se presenta de manera trivial, en algunos casos con reiteraciones. Sí, me parece un procedimiento a remarcar la presencia de la pareja de los peces. En lo que compete al tratamiento de la pareja el film no alcanza, desde mi punto de vista, a dar cuenta de la complejidad que esos vínculos despiertan. Y de la misma manera creo que el planteo del film es decididamente machista en lo que respecta a esa permanente insatisfacción de las mujeres. Hay sí algunos hallazgos, la ubicación de ciertos elementos como la figura del gato que va adquiriendo otras dimensiones a lo largo del film. Ana María R. (analista química): Me pareció un film elemental. Ni siquiera me despertó inquietudes la pareja de los peces. Sí, en cambio me llevó a recordar algunas escenas de ese film notable de Alain Resnais, Mi tío de América, en lo que se refiera a ir siguiendo las reacciones de las conductas animales respecto de los seres humanos. De profesión similar Mauricio S. comenta: "Sí me pareció lograda en varios aspectos, si bien acuerdo en que es lineal y previsible. Encuentro cierto aire almodovariano en la puesta en escena y sí me agradó el simbolismo puesto en el obrar de los peces. Me hubiese gustado que hubiera elegido otro tono, ya que despierta demasiadas expectativas que no llegan a ser alcanzadas.
La talentosa directora alemana Doris Dorië regresa a nuestras carteleras con un delicioso film que está a la altura de sus antecedentes y se eslabona perfectamente con otras piezas de su filmografía. Inesperada versión de una fábula de de los hermanos Grimm, El pescador y su mujer está basada en una de sus imaginativas historias, que con el mismo título presenta a una mujer excesivamente ambiciosa casada con un pescador humilde y sumiso. Este hombre un día atrapa a un pez parlante que puede cumplir cualquier deseo, y a partir de allí la mujer de él no se detendrá en sus pedidos hacia su esposo para cumplir con sus insaciables pretensiones. Este punto de partida disparó en la realizadora de Hombres y ¿Soy linda? una trama mucho más moderna y cambiante en la que la pareja está compuesta por un joven pescador alemán especialista en la crianza de peces de raza y una chica rumana apasionada por las telas y las frutas. Ni ella es tan caprichosamente ambiciosa ni él es un hombre tan sometido ni carente de objetivos, y las alternativas entre ambos estarán salpicadas por los diálogos de una pareja de peces hechizados –el toque de fábula- que ironizan sobre el amor y la condición humana. Un insólito y divertido final y el carismático trío protagónico redondean esta inclasificable y regocijante comedia.
La historia gira en torno a Otto (Christian Ulmen) y Leo (Simon Verhoeven) dos alemanes que viajan por negocios a Japón desde donde importan Koi un pez japonés bellisimo, exclusivamente para coleccionistas. En este viaje conocen a Ida (Alexandra Maria Lara), una turista alemana diseñadora de telas, quien se siente atraída por Otto el buscador de los peces. El encuentro culmina en un casamiento en una ceremonia japonesa tradicional. Otto esta tan enamorado que le dice que es todo para él, que con su trabajo, ella y la casa rodante donde viven disfruta de una existencia plena. Al tiempo Ida queda embarazada, le pide de ir a vivir a una casa con jardín y luego de dar a luz quiere seguir con su carrera. Otto la ayuda, será él quien cuidara al hijo, aun en perjuicio propio. Llega un momento en que esto a ella no le resulta suficiente, le reclama a Otto que sea ambicioso, que presente más batalla, no reconociendo lo que sacrifica su marido en la convivencia, le cuestiona todo a punto tal que resultan inevitables los choque y los consecuentes conflictos. Ambos sienten la tentación por la infidelidad, están a un paso, pero no se concreta porque los sentimientos recíprocos operan como salvavidas, empero el enfrentamiento culmina con la separación en coincidencia con la pérdida de la fortuna lograda por la venta de un pez Koi, campeón de una especie en extinción. La crisis familiar y económica los llama a la madurez, el crecimiento y la reflexión respecto al panorama futuro que deberán afrontar. Doris Dörrie, la recordada realizadora alemana (54 años) de “Nadie me quiere” (1995), “¿Soy linda? (1998) y “Las flores del cerezo” (2008), una joyita cinematográfica, el mejor de sus trabajos vistos en el país, estrenada en la Argentina el 17 de septiembre de 2009, llega con cuatro años de demora “El pescador y su mujer”, segunda de sus obras rodada – esta parcialmente- en Japón, antecedida por “Sabiduría garantizada” (1999), y seguida por “La flores...” En esta oportunidad denota, como en los títulos anteriores, la búsqueda de propuestas interesantes por la historia que narra y el tratamiento cinematográfico utilizado exponela, aunque trasmite cierta sensación de frialdad para el sentir del espectador latino. Sus trabajos, y este no es la excepción, son inteligentes, prolijos, realizados con buena técnica y bien definida dirección de un plantel de intérpretes que responden a su estilo fílmico. Es para pasar un buen momento y pensar que las cosas cotidianas siempre son valiosas e importantes en la vida de cada uno. Alexandra Maria Lara fue galardonada como mejor actriz en Milan InternationalFilm Festival