De la consola al celuloide Llega a las salas la nueva superproducción de Walt Disney en asociación con el productor Jerry Bruckheimer (Piratas del Caribe), El Príncipe de Persia: Las arenas del tiempo (Prince of Persia: The sands of time, 2010), bajo la dirección de Mike Newell (Harry Potter y el Cáliz de Fuego). Adaptación cinematográfica del popular videojuego de los ‘80 que propone ser uno de los éxitos de taquilla más importantes del 2010, apuntando a un público preadolescente, pero así también a aquellos de edad avanzada que disfrutaron del videojuego. La acción transcurre en la mítica tierra de Persia. Engañado, Dastan (Jake Gyllenhaal) hijo adoptivo del Rey, acompaña a sus hermanos en la invasión de un pueblo sagrado, que le hará conocer a la misteriosa princesa Tamina (Gemma Arterton). La misión de ella es proteger la daga mágica, capaz de liberar las arenas del tiempo, que accidentalmente ha caído en manos del ejército de Dastan. Después de varios malentendidos y revelaciones, se convertirán en los protagonistas de una aventura épica y deberán luchar contra fuerzas oscuras que intentaran adquirirla a cualquier precio con tal de poseer el dominio absoluto del tiempo (y del mundo). Más interesante que la historia en si, es el despliegue monumental de efectos especiales que inundan el film (no hay que olvidar que el presupuesto de la película alcanza los 150 millones de dólares). Cada una de las batallas, cada uno de los pequeños enfrentamientos conservan la estética del videogame y captan por completo el interés del espectador. La destreza física adquiere un lugar central en los cientos de piruetas, saltos y acrobacias que se efectúan (casi siempre llevados a cabo por el personaje de Jake Gyllenhaal). El modo de filmarlas, a través de planos cortos y acelerados, enriquece aún más el atractivo de cada una de estas escenas. Pero quizás el efecto mas sorprendente del film es aquel que da cuenta de los pequeños saltos temporales (regresiones) llevados a cabo cada vez que la daga es accionada. Cantidades monumentales de arena se esparcen por el espacio. La imagen parece dislocarse en una proyección simultánea del pasado inmediato en co presencia con la expectación atenta de quien posee el poder de activarlo. El Príncipe de Persia se planta como una típica película de género de aventuras que no escapa a ninguno de sus clichés. Y no está mal. Como si fuera una receta cinematográfica, sigue cada uno de los pasos típicos al pie de la letra: el chico pobre con una suerte casi mágica que consigue hasta lo imposible, la chica hermosa que lo rechaza pero que al final termina enamorándose de él, el súper villano contra el cual tendrán que luchar (que por momentos parece vencer, pero siempre acaba derrotado) y toda una bajada de línea de ciertos valores indispensables sin los cuales la película probablemente no existiría. Entre ellos, la importancia del honor, la lealtad, la hermandad y el amor. A diferencia de películas anteriores como Piratas del Caribe o Harry Potter, El Principe de Persia no está destinada a permanecer mucho tiempo en la memoria del espectador. Es sumamente entretenida y despliega una inmensa cantidad de efectos especiales que no dejan de sorprender. Pero no mucho más. Es de un consumo rápido, casi inmediato. Un pequeño aperitivo que se disfruta en el momento, pero que no logra trascender. El cine mismo hecho parque de diversiones.
El príncipe que quería ser pirata La sociedad entre el estudio Disney y el productor Jerry Bruckheimer, mecenas e instigador del blockbuster piroténico -y padre putativo de Michael Bay-, fue un éxito para las arcas de ambos. Después de consolidar una saga en el cine de aventuras como Piratas del Caribe, los inversores apuestan a un videojuego para su próxima franquicia. Y no cualquier videojuego, sino uno de los más emblemáticos de todos los tiempos: el Prince of Persia (por cierto, su parecido con El ladrón de Bagdad, de Raoul Walsh, con Douglas Fairbanks es cualquier cosa menos discreto). La verdad sea dicha, esta película se basa más bien en la segunda saga de las aventuras del Príncipe, aquella que comenzó en el 2003 con Prince of Persia: The Sands of Times y poco y nada en los juegos de 1989, 1994 y 1999. Sin embargo, en aquel nuevo comienzo se mantenía a uno de los elementos que hizo del Prince una novedad: la habilidad del personaje, que tenía que pasar saltando de aquí para allá, esquivando todo tipo de trampas para rescatar a la princesa. Además, el Sands of Times introdujo un nuevo elemento a la saga: la daga de los tiempos, un arma que podía volver el tiempo atrás y resultaba muy útil a la hora de repetir algunas de las acrobacias imposibles que tenía que lograr el príncipe y que no siempre salían bien. En la versión cinematográfica, la daga de los tiempos es el McGuffin que funciona como motor a la trama. El punto de partida es similar al del juego: el príncipe roba la daga y se desata el caos. A eso, la película se le agrega un guiño -algo tardío- a la invasión a Irak, curioso en un amigo de la política de los halcones como Bruckheimer: los persas invaden una ciudad vecina porque se supone que le venden armas al enemigo. La película empieza con un flashback en el que se relata cómo el príncipe fue adoptado de las calles por el rey debido a su valentía, oportunidad que el relato aprovecha para mostrar las habilidades de parkour del futuro príncipe a través de los toldos y techos del reino de Persia. Por desgracia, de poco y nada sirven los esfuerzos de los dobles de riesgo y de los modelos creados con CGI, porque detrás de las cámaras está Mike Newell, en su nueva faceta de artesano de blockbusters (¡Gracias Harry Potter!). El inglés Newell, quien fuera en algún momento un director de comedias románticas con cierta gracia, demuestra a lo largo de las dos horas de metraje que no sabe cómo filmar una escena de acción. Niega el movimiento coreográfico de sus actores y abusa de la cantidad de planos: como resultado ni siquiera ¡tres! editores pudieron lograr que las escenas de acción tengan un mínimo de cohesión. La imperecia de Newell termina saboteando lo que hace a la marca registrada de las producciones de Bruckheimer: el brillo y el trabajo millonario del diseño de producción queda relegado a ser el fondo de lujo de unas secuencias en las que apenas se distingue a los personajes. Además de la del director, hay otra pésima elección en El Príncipe de Persia: Las arenas del tiempo: la del protagonista. Jake Gyllenhaal es un excelente actor (véase Donnie Darko, una de las mejores películas de la década que pasó), pero no funciona como héroe de acción y mucho menos uno fanfarrón y confidente como Dastan. Mucho gimnasio, pero nada de carisma. Por ahí andan, entre el desierto y los palacios, Gemma Arterton haciendo lo mismo que en Furia de Titanes, Alfred Molina canalizando al Sallah de John Rhys-Davies y Ben Kingsley como Nizam, el malo-malísimo detrás de todo. Tampoco ayuda un guión trillado y desprolijo que, como si fuera poco, se encarga de explicar todo lo que pasa. Un buen ejemplo de esto es la secuencia en la que Dastan descubre que la daga puede llavarlo al pasado inmediato, primero se lo narra de manera visual. Enseguida, sin que haga falta, dos personajes explican lo que uno acaba de ver. Para ver una buena de aventuras mejor volver, por millonésima vez, a Indiana Jones (las primeras tres, claro). O, por qué no, a El ladrón de Bagdad. O, mejor aún, ir a las fuentes y ayudar al príncipe a rescatar a la princesa.
El príncipe de Persia es una popular serie de de video juegos que logró mantenerse vigente entre los consumidores de este tipo de entretenimiento desde 1989. Con la cantidad de propuestas nuevas que surgieron en la última década esto no es un dato menor. Los productores del juego se la rebuscaron muy bien para reinventar al personaje con nuevas aventuras en los últimos años. Con esta adaptación cinematográfica el Rey del Pochocho Jerry Buckheimer se jugó a repetir con Disney el mismo éxito que tuvo con la franquicia de Piratas en el Caribe, que cuando surgió el primer film nadie apostaba un peso y muchos medios auguraban que iba a ser un fracaso. En los próximos días veremos si Bruckheimer puede repetir el mismo resultado. Por mi parte me cuesta ver una saga duradera. O sea, es una película de aventuras decente pero no salís del cine con ganas que se estrene ya la secuela como pasó con la primera de Piratas. No tiene la misma emoción y varios factores tienen que ver con esto. En primer lugar, el protagonista. Jake Gyllenhaal es un ejemplo perfecto de que los héroes de acción no se crean con nutricionistas y preparadores físicos. Te podés matar en el gimnasio que si después no le ponés actitud o no das con el papel no hay nada que hacer. La verdad que después de verlo a Gyllenhaal como el príncipe de Persia respeto más a Sam Worthington. Es más, a partir de ahora soy su seguidor. El flaco no tendrá el histrionismo de Johnny Depp pero si hace de guerrero recio compro lo que veo. El trabajo de Jake no es desastroso pero me costó creerme que es un aventurero rebelde. Al margen que algunos diálogos tontos del guión no colaboraran con él, como héroe de acción no encaja demasiado. Otro tema es que a diferencia de Piratas se zarparon con el uso de animación digital. Hicieron un gran trabajo con los escenarios que recrearon pero en las secuencias de acción se ven artificiales. Lo mejor de la película es por lejos el trabajo del chileno Alexander Witt (Resident Evil 2) quien estuvo a cargo como director de la segunda unidad y fue responsable de todas las escenas de acción. Las peleas con espadas y persecuciones estuvieron muy bien realizadas (por eso zafa Gyllenhaall) y queda claro por qué este tipo es uno de los más requeridos en Hollywood en los últimos años. Especialmente por Ridley Scott, quien lo adoptó desde Gladiador como principal colaborador en este campo. Alexander hace mucho tiempo que le está dando bola al pakour en el cine. El pakour, para los que no les suena el nombre, es una disciplina muy loca practicada por personas con un excelente estado físico que se desplazan por lugares urbanos y naturales superando todo tipo de obstáculos con movimientos corporales muy fluidos. Es algo que no es para cualquiera. No se trata de saltar a la rayuela precisamente. Lo cierto que el director Witt viene trabajando con profesionales de esta actividad hace rato en el cine donde presentó secuencias de acción fabulosas como las que hizo en La identidad Bourne y Casino Royale entre otros filmes. Justamente su trabajo en aquella persecución a pie en el film con el glaciar Daniel Craig generó que el parkour cobrara más fuerza en Hollywood, tanto en el cine como en la televisión. En el Príncipe de Persia me parece que se dio el gusto de explotar el parkour como no pudo hacerlo anteriormente y dirigió escenas muy divertidas de ver. Está bueno destacar esto porque los directores de la segunda unidad son realizadores fantasmas a lo que nadie tiene en cuenta y en este tipo de propuestas los laureles siempre se los lleva el director principal cuando son ellos los responsables de la planificación y realización de las grandes secuencias de acción. Al menos en el 90 por ciento de los casos. El laburo de Witt en el Príncipe de Persia es lo más destacable de esta producción, que no es lo mejor de la factoría Bruckheimer, pero zafa para entretenerse un rato con una historia de aventuras.
Realeza devaluada Una de acción con mucha reiteración. Qué debe tener un filme de aventuras? Ritmo, acción, crear simpatía con el o los protagonistas, algo de humor. Esos ganchos escasean en la traslación del popular videogame en El príncipe de Persia, donde hay acumulación de vuelos acrobáticos de parte de Jake Gyllenhaal, a quien si le sobra musculatura y carisma le faltó un buen dialoguista para ganarse al espectador. Con un comienzo que parece más surgido de Aladdin, el filme animado de Disney -con Dastan niño saltando de aquí para allá tratando de esquivar que lo capturen los guardias-, la película guarda parecidos y diferencias respecto al original. Dastan es adoptado por el rey de Persia y, con el correr de los años y un par de tomas, ya está junto a sus dos hermanastros a punto de invadir Alamut. Les dicen que allí, en la ciudad sagrada, se fabrican armas que son utilizadas por los enemigos de Persia. En verdad, el hermano del rey (un Ben Kingsley de ojos pintados) trama que se roben una daga con arena que permite ir hacia atrás en el tiempo, y así resolver algunas cuestiones que lo preocupan. Como apoderarse del trono de su hermano. A Dastan lo culpan de la muerte del Rey Sharaman y el muchachito debe empezar a escapar, junto con la princesa Tamina (la bella e inexpresiva Gemma Arterton, que de Quantum of Solace pasó por Furia de titanes y se rumorea esté en Transformers 3 en lugar de Megan Fox). Ella, además de ser aguerrida, sabe dos cosas: cómo utilizar la daga, y cómo no despeinarse ni que se le corra el maquillaje. Las carencias del filme se notan desde el lado de la reiteración. Porque si la primera mitad del relato puede seguirse con mediana atención, cuando todo tiende a repetirse, no hay Gyllenhaal que alcance. Y el montaje totalmente enloquecido, no permite el disfrute de las escenas de acción, sino que se ve como muchas imágenes rápidas carentes de significación. Entre los blockbusters que se estrenaron las últimas semanas, El Príncipe de Persia: las arenas del tiempo se asemeja más a Furia de titanes (por la mera acumulación de escenas de acción) que al más clásico Robin Hood de Ridley Scott. No llega al humor de Iron Man 2. Es un claro exponente del cine que el productor Jerry Bruckheimer viene cosechando últimamente. Como si los genes de Armageddon, Con Air, la saga La leyenda del tesoro perdido estuvieran latentes en cada fotograma. El director Mike Newell es un cocinero de restaurante internacional: filma lo que le den, de Cuatro bodas y un funeral a El amor en los tiempos del cólera. Alfred Molina interpreta a un jeque ladrón y parece el único que se entretiene con su diente de oro. Es poco para 116 minutos. No quedarse en los créditos: tampoco pasa nada.
Acción en un Oriente de leyenda Jake Gyllenhaal, Ben Kingsley y Alfred Molina, en una historia de aventuras y enredos Desde el título, El príncipe de Persia anticipa que ingresaremos en territorio de leyenda y que allí habrá exóticos personajes orientales e intrépidas aventuras, similares a las que en otros tiempos animaban Douglas Fairbanks o Erroll Flynn. Así es, pero si esta nueva producción de Jerry Bruckheimer para la casa Disney remite por una parte a El ladrón de Bagdad , también exhibe algún parentesco con Los piratas del Caribe , sólo que aquí el mar se convirtió en desierto y en lugar de parches, garfios y tormentas abundan los caballos, el viento, las ciudades sagradas y ciertas dagas de poderes sobrenaturales. El héroe del caso (un inesperado Jake Gyllenhaal, que explota su simpático desenfado) no ha heredado la sangre azul: era un chico huérfano y bravío cuya destreza quiso premiar el benevolente rey Sharaman adoptándolo para que creciera al lado de sus otros dos hijos. Los tres príncipes guerreros tienen sus diferencias de carácter (Dastan, el protagonista, es más impulsivo, astuto y revoltoso), pero son muy unidos. Y todo parece ir muy bien hasta que alguien hace correr la voz de que en la cercana ciudad de Alamut se esconden armas de destrucción masiva y es necesario que el ejército persa la invada si quiere conservar la paz en el mundo. Hasta ahí llegan los guiños a la actualidad. A los responsables del film -adaptado, como ya es costumbre, de un popular videojuego- no les interesa la alegoría sino la aventura y el espectáculo; que haya mucha acción, cuanto más vertiginosa mejor; variedad de escenas de combate, persecuciones, peligros, matanzas y rescates de último momento, lo que se alterna de vez en cuando con algunos intervalos más o menos románticos (los que acercan y distancian a Dastan y la bella princesa de la tierra invadida) y con otras pausas necesarias para recapitular en qué punto de la intriga nos encontramos y anticipar qué es lo que puede estar por venir. En el enredo tiene decisiva importancia una daga con empuñadura de cristal que, cargada con las llamadas arenas del tiempo, permite a quien la manipula volver atrás las horas y los días, de manera que le es posible cambiar los hechos, revivir a los muertos? o viceversa. Se comprende que en las manos equivocadas esta joya única puede poner en peligro al planeta entero. Ahí están Dastán y su princesa para impedirlo, como está Mike Newell para poner de vez en cuando un poco de orden en la narración y como está Alfred Molina para hacer el aporte risueño gracias a su jeque bribón, enemigo mortal de los recaudadores de impuestos. Para qué están los guionistas queda menos claro, teniendo en cuenta la cantidad de clichés a los que recurren. Gemma Arterton es bella y tiene carácter; a Ben Kingsley le sobra maquillaje; la escenografía imagina (poco) una Persia aproximadamente medieval, y los efectos son apenas correctos. El film entretiene (sobre todo a su público natural, masculino y más bien adolescente), pero es difícil que perdure demasiado en la memoria. Probablemente tampoco era ése su propósito.
Cuando comencé la crítica de Furia de titanes aclaré que a mi el género de aventuras ya me había cansado y que todas arrancaban con una B – Y creo que la mejor manera de hablar de Persia, es trazar un paralelismo con Furia de titanes. Las dos son películas de aventuras, pero mientras una es una remake sin mucho sentido y bastante mal lograda, la otra es una película bien filmada, adaptando bien un video juego, y con buenos personajes. Y la mejor comparación entre las dos, es ver el personaje que hace Gemma Artenton, la heroína en las dos películas. Mientras en Furia es un personaje tonto e insulso, acá es una reina maravillosa y colorida… De hecho no vas a poder creer que esta misma mujer sexy y atractiva de Persia, sea la misma monjita deprimida de Furia de titanes. Y eso también se traslada al resto de la película. Por el resto, Furia de titanes es una Piratas del Caribe con arena en vez de agua, una Momia sin vendas… es una clásica película de aventuras. Y además al estar el Rey del Pochoclo detrás, Don Jerry Bruckheimer, todo parece una gran propaganda de Coca Cola, “colorida y fresca”. Los efectos son muy buenos, y bien aplicados. Hay una escenita que no quedó del todo bien… pero el resto está perfecto. Los actores están bien en sus personajes. Jake Gyllenhall se pone en su espalda, que por cierto crecó mucho, al personaje y se lo banca muy bien. Tiene la dosis de personajes malos pero alegres necesaria, y la historia está bien llevada. Creo sin lugar a dudas que es una de las mejores adaptaciones de un video juego que se hicieron, ya que se mantiene el espíritu de la aventura, mezclada con algunos movimientos clásicos del juego bien aplicados. Lo admito… en mi primer PC, que era una XT con el monitor naranja, yo tenía El príncipe de Persia, pero nunca terminé de pasar un pozo que había. Jake sabe salir del pozo… Como dije al comienzo, el género de aventuras a mi ya no me sorprende. Pero sin lugar a dudas Persia es un gran producto dentro del género, que está hecho para satisfacer a los espectadores deseosos de ver gente correr y a héroes quedarse con la más linda… Y Persia en eso, no defrauda. Es una película para toda la familia.
Como pasa el tiempo… Si pudiera retroceder al pasado, y remontarme a la época, en la que por primera vez, a los 11 años, tocaba un PC… en el laboratorio de computación de mi querida escuela primaria… Monitores en blanco y negro, tiernos infantes, aprendiendo a usar el DOS, y al final de la clase, la recompensa era jugar 10 minutos, al Pac Man, el Galaxy (o algo similar) y, principalmente, el más desafiante de todos… El Príncipe de Persia… Que tiempos aquellos, parece que hubiese sido ayer: un joven con turbante caia en los túneles de una prisión y daba vueltas, tratando de no caer en trampas, con estacas metálicas, pósimas que daban o quitaban vidas, a la búsqueda de una princesa protegida por un malvado persa. No voy a mentir, tantas vueltas me terminaban mareando y aburriendo, y pasaba a jugar al Carmen San Diego, un juego donde ponías en práctica tus conocimientos de historia y geografía. Era tan divertido para mí, en ese momento, que incluso creé una historia, en base a él: con detectives que recorrían el mundo, buscando a la famosa ladrona del título. Lamentablemente, tres años después, Disney tomó el mismo juego, y lo convirtió en serie animada: trataba de un grupo de jóvenes detectives que buscaban a Carmen San Diego alrededor del mundo… Duró cuatro años, dicha serie. Ya tendré mi revancha… Pero aca no estamos para hablar de mi no tan tierna infancia o de Carmen San Diego… todavía. Sino de Príncipe de Persia, que irónicamente, también fue comprada por Disney para su adaptación cinematográfica, con la colaboración de Jerry “Dame Acción” Bruckheimer. Ambas empresas quieren empezar a planear una nueva saga de aventuras exóticas, por las dudas, que la cuarta y (esperemos) última parte de la saga de Piratas del Caribe, solamente con Johnny Depp y Geoffrey Rush del reparto original, bajo la dirección de Rob Marshall, se hunda antes de partir. Así que, se salto por la borda, y se cambio el escenario: el mar por el desierto. El Caribe por Medio Oriente. El paisaje es igual de bello, exótico… y artificial… Para la dirección de la adaptación, los productores eligieron a Mike Newell, que a los 68 años aceptó el “desafío” de llevar este producto pochoclero a la pantalla, o porque ya no le interesa el prestigio de su carrera, o porque la jubilación de los directores británicos no es demasiado buena. No se puede decir, que se trata del mejor director british que ha dado el Imperio en el último cuarto de siglo (Newell debuto a principios de los ’70, donde dirigió más de 30 series y películas para TV), pero nos ha dado algunas películas interesantes, como Un Abril Encantado, Cuatro Bodas y un Funeral, Donnie Brasco… Después se vendió a la gran maquinaria hollywoodense y realizó las paupérrimas La Sonrisa de Mona Lisa y El Amor en los Tiempos del Cólera… y por supuesto, en el medio, la cuarta parte de la saga del niño mago. Pero si en Príncipe de Persia, uno cree que finalmente va a encontrar al verdadero Newell… bueno, pues, se equivoca. Que la gente de Disney, hayan tratado como reyes a los corresponsales de prensa, regalándoles pochoclo, bebidas, relojes, mochilas, remeras y agendas, no cambia la opinión que tenga uno de la película, lamento informar. Agradezco (y admiro) la atención, pero el producto final es lo que realmente importa acá. No busquemos verosimilitud en el relato. Sabemos lo que venimos a ver… Pero lo cierto, es que cuando a un realizador británico le dan un trabajo por encargo en Hollywood, lo encara de la forma más fría posible. En piloto automático. Da lo mismo que la haya dirigido Newell o el propio Bruckheimer. El carisma de Gyllenhall (le quedan mejor los roles dramáticos) o la “hipócrita” simpatía y falsa sensualidad de Arterton no levantan esta obra escrita y forzada a tres manos bastante torpes. No solamente el guión cae en cada lugar común atravesado previamente por las 40 mil (y mucho más divertidas y originales) versiones de El Ladrón de Bagdad, Aladino, Ali Baba, Las Minas del Rey Salomón, La Tumba India, Indiana Jones (infaltable), sino que también se alimenta (y demasiado) de las recientes películas de La Momia con Brendan Fraser, pero con menos humor, menos resoluciones originales, y sobretodo, poco espíritu de aventura. Algunas peleas a capa y espada, y acrobacias en el aire no son el “género de aventuras”. Más bien se trata de una fiel adaptación o lo más cercano que un video juego puede hacer con el género. Gyllenhall salta esquivando obstáculos, de un edificio a otro, colgado de las ventanas… igual, igual que un video juego… ahora la tensión, el suspenso, el clima cinematográfico está completamente ausente. Los decorados, en su mayoría creados por CGI son poco convincentes, al igual que la fotografía, que parece haber sido diseñada en los ‘50s, cuando a nadie le importaba que todo fuera filmado en estudios. Volvimos a esos tiempos. Entretiene, sí, es divertida. Pero muchas películas divierten, pero al menos transmiten emociones al espectador. Príncipe no… Será porque no hay sorpresas: las traiciones son previsibles, los giros narrativos y reacciones de los personajes son obvias. El abuso de los clisés, lugares comunes y estereotipos, llegan a un nivel de previsibilidad que tornan al relato no solamente ridículo de seguir avanzando, sino que además, un poco monótono. Inclusive las interpretaciones de Kingsley y Molina rememoran, actuaciones pasadas. Como si hubiesen hecho un copiar / pegar, y nos mostrarán personajes que ya vimos. Especialmente de Kingsley. ¿Dónde quedó el gran actor de Gandhi? Nada alcanza para que salgamos de la sala deseando inmediatamente meternos en otro cine, a ver algo un poco más digno. Esta mezcla de batallas árabes y viajes en el tiempo, poco convencen (para eso vuelvo a ver Lost). Personalmente, solo me he reído ante las bastante obvias (aunque atrasadas, como advierte mi colega Tomás) referencias acerca del gobierno de Bush y la invasión a Irak: la inutil búsqueda de armas de destrucción masiva, la suba de los impuestos, la borrachera del mandatario, y las comparaciones entre el tío malo (Kingsley) y Dick Cheaney. Admito, que en esos momentos, pensaba que había otra película más allá de la que estaba viendo, una más sutil y autocrítica… que podrían hacer valer subir la calificación… que algunas escenas de aventuras atrapan mínimamente, pero ante un guión tan xenófobo, amateur, básico, explicativo e inverosimil dentro de la inverosimilitud (Dastan razona más rápido que Sherlock Holmes, y repite claramente todo lo que pasa, para que ningún chico salga del cine diciendo “no entendí”) que se me hace imposible poder recomendar este producto mediocre y manufacturado. De por sí, nunca me interesaron demasiado (a contracorriente de la fascinación mundial) los piratas fantasmales de Verbinsky, pero ahora los extraño. Y tras releer la nota, más que al Príncipe de Persia, me volvieron a dar ganas de jugar al Carmen San Diego, y volver a escribir la adaptación. En una de esas, Bruckheimer y Disney, algún día, me la compran. Les aseguro que será más interesante, que Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo… una película, que tan solo verla es una pérdida de tiempo, y merece enterrarse en la arena.
Imperio persa, imperio yanqui En un calco del modelo de acción que impera en el Hollywood actual, el productor Jerry Bruckheimer deja su sello para una historia legendaria que no termina de fraguar, pero se permite un par de chistes y paralelismos con la época actual. Los hombres de negocios no suelen equivocarse cuando deciden invertir en algo, lo que fuera, en este caso una película. Saben hasta dónde es seguro y en qué punto empieza el riesgo, y que a veces es más osado invertir en un film de bajo presupuesto y guión novedoso, que gastarse 150 millones en un refrito de viejas ideas. En el afiche de Príncipe de Persia: Las arenas del tiempo podría sin problemas leerse el tagline “Jerry Bruckheimer lo hizo” y a nadie le sorprendería. Es que Bruckheimer se ha cansado de producir éxitos, a tal punto que su nombre es más importante en películas como esta que el del propio director, por caso el británico Mike Newell. Sólo con la trilogía (pronto tetralogía) Piratas del Caribe, Bruckheimer recaudó casi 2700 millones. Príncipe de Persia es su nueva apuesta por la saga épica. Basada en un popular videojuego, cuya primera versión fue jugada por señores que hoy han pasado de largo los 40, Príncipe de Persia utiliza para su paso al cine el molde de los mencionados Piratas, al punto de que cualquier adolescente podría intentar el ejercicio de encontrar las correlaciones entre una y otra. Una historia que en este caso cambia los mares de la colonia por el desierto, escenario de las conquistas del Imperio... el de Persia: no faltarán los intencionados que buscarán enseguida el pelo, trazando un paralelo entre aquellas campañas persas de antaño y las más actuales incursiones estadounidenses en la arena. Y como Bruckheimer está más allá de todo, hasta se permite volverse obamista en tiempos de Obama. Dastan (Jake Gyllenhaal) es uno de los tres hijos del emperador, pero a diferencia de los otros él fue adoptado de niño, cuando el monarca descubre en él un valor y una nobleza inusuales. Ya grandes, los tres hermanitos parten en campaña para someter a quienes no guardan fidelidad al Imperio. Llegan así a las puertas de una ciudad sagrada que su padre ordenó no atacar. Sin embargo Tus, el mayor de los hermanos y comandante del ejército, ante la sospecha de que en esa ciudad se fabrican armas que son vendidas a los enemigos de Persia, reúne a los suyos para decidir si se debe o no respetar la orden paterna. A instancias de Nizam (Ben Kingsley), tío y consejero de los príncipes, y en contra de la percepción de Dastan, Tus decide atacar. Las escenas de acción en Príncipe de Persia son subsidiarias de la nueva escuela del cine de ese género, cuyo mejor y tal vez fundacional exponente sea la saga Bourne: mucha acrobacia, parkour y persecuciones a la carrera en opresivos escenarios urbanos. De ese modo y con Dastan como héroe, la ciudad es tomada, pero las fábricas de armas no aparecen. Tamina, la bella princesa/vestal de la ciudad sagrada, les espeta a los herederos que “ni la tortura más terrible hará que aparezcan armas que no existen”. Es posible imaginar a Bruckheimer muerto de risa, disfrutando de la picardía de esa declaración inesperada en una de sus películas. A partir de allí entrarán en juego una reliquia sagrada, una conspiración y un magnicidio, que acaban con Dastan y Tamina como prófugos, dando inicio a la esperable historia de amor-odio. En el camino la narración deviene fantástica, dando la vuelta de tuerca definitiva a la película. Que si bien mantiene su pulso no termina de fraguar. Como el protagonista, Jake Gyllenhaal, que con muy buenos antecedentes sobreactúa su Príncipe casi tanto como Orlando Bloom (un actor de menor valor) hacía con su pirata. Gemma Arterton contribuye con su belleza fría; Kingsley desarrolla su personaje con una ambigüedad que conoce de otros trabajos y Alfred Molina (de barba y pelo largo, casi un doble de Tom Araya, voz de los metaleros Slayer) da con gracia los infaltables pasos de comedia. Nadie duda del éxito de Príncipe de Persia en las boleterías, pero no estaría mal que Jerry B. le aportara algo al cine, que tantos favores (dólares) le ha hecho (ganar).
Super Mario Bros, Mortal Kombat, Resident Evil, Tomb Raider. Son sólo algunos de los videojuegos que fueron adaptados al cine. Los resultados mordieron el polvo, aunque algunos zafan debido a su sentido del entretenimiento y el carisma de los protagonistas (Resident Evil, Tomb Raider). En El Príncipe..., adaptación del mítico juego de PC, sucede algo similar. Jake Gyllenhaal es muy convincente como héroe de acción. Más que, por ejemplo, Orlando Bloom, quien suele aparecer en esta clase de superproducciones épicas. Y hasta es más humano y más creíble que Sam Worthington (al menos, S. W. en su etapa Hollywoodense). Más allá de la destreza física, sigue siendo un personaje como todos los que suele interpretar este actor: marginales, un poco perdedores, siempre en busca de su lugar en el mundo. Lástima que el guión le quede chico: está más cerca de un film de aventuras convencional que de Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra y sus secuelas. Porque además de Johnny Depp, esas películas estaban muy bien escritas y ejecutadas con imaginación y sanas dosis de delirio. Dentro de los lugares comunes y las piruetas, en el guión aparece una subtrama de con algo de tragedia Shakesperana, que incluye traiciones y muertes entre miembros de una familia Real. Se nota que Ben Kingsley tiene experiencia en el Bardo, ya que su personaje es tan manipulador como Yagó de Otelo y tan ambicioso como Macbeth (ya saben de qué obra). Queda claro que, después de ganar el Oscar al Mejor Actor por hacer de Gandhi, todavía sigue compensando la cosa cada vez que encarna a un villano de la pantalla grande. Gemma Arterton cumple con su rol de chica-de-la-película, aunque sigue mostrándose demasiado fría. Por su parte, Alfred Molina saca alguna que otra sonrisa gracias a su papel de “empresario” con más artimañas que un chanta argentino. Más allá de gemas como Cuatro Bodas y un Funeral, el director Mike Newell está lejos de ser un autor. Pero sí entra en la categoría de todoterreno, con un interesante manejo de la aventura en Harry Potter y el Cáliz de Fuego, para luego despacharse con El Amor en los Tiempos de Cólera, en la que actores latinos debían hablar en inglés. Aquí vuelve a hacer una tarea correcta, aunque es posible pensar que Gore Verbinsky hubiera logrado un producto más descontracturado. Jerry Bruckheimer es el rey de esta clase de film y seguro siga haciendo más. Esperemos que sus próximas superproducciones de aventura trasciendan el género como lo hicieran Jack Sparrow y compañía. Por ahora, a conformarse con El Príncipe de Persia.
Las vertiginosas arenas del tiempo El futuro puede corregirse a cada paso y cada uno forja su propio destino, es algo de lo mucho que dejó esta súper producción cinematográfica de los estudios Walt Disney que prometía acción, entretenimiento y muchísimo despliegue. Y cumplió. El argumento en que se basa la película de uno los estudios que más sabe de entretenimiento, cuenta las andanzas del hijo adoptivo del rey Sharaman, protagonizado por Jake Gyllenhaal (El día después de mañana), el Príncipe de Persia (cuyo verdadero nombre es Ervey) en su travesía por las lejanas tierras de oriente. Después de equivocadamente atacar una ciudad sagrada, obtener la daga misteriosa y capturar a la hija del Maharajáh, juntos continuarán un viaje en busca de la verdad, pero plagado de obstáculos que no le darán respiro a los protagonistas, ni al espectador. La película es sumamente divertida y no decae en ningún momento, con pasos de Indiana Jones, Robin Hood o La Momia y potencia cada momento con un toque muy personal y gags en la medida justa. El film de director Mike Newell está cargado con un reparto de actores como Alfred Molina (El Código Da Vinci) a quién también se lo verá este año en El Aprendiz de Brujo; Gemma Arterton, a quien se vio en la remake de Furia de Titanes y un hombre X como es Ben Kingsley, que hace muy poco se lo pudo disfrutar en La Isla Siniestra. (Todos sumamente correctos). Saltos, corridas, magia negra, traiciones, amor y mucha acción en esta historia que de seguro traerá secuelas.
Un juego que sin dudas se volvió muy popular, poco después de su lanzamiento fue "El Príncipe de Persia", seguramente muchos de ustedes lo han jugado al menos una vez. Y algunos años más tarde, Disney, decidió hacer una película basada justamente en este videojuego. Lo primero que me llamó la atención fue que durante los primeros minutos, queda muy en claro, que para hacer esta película se ha tenido bastante en cuenta al juego, ya que algunas escenas son muy similares de los niveles del juego, y mantienen muy bien la esencia del mismo. Las actuaciones de los dos protagonistas Jake Gyllenhaal y Gemma Arterton, verdaderamente dejan bastante que desear. Son dos actores que no creo que tengan las cualidades necesarias para llevar los adelante sus personajes (en esta película). Pero por suerte, el maestro Ben Kingsley y Alfred Molina, logran levantar el nivel, actoralmente hablando. De todas formas, es una película de aventura, en donde priman los efectos especiales, las persecusiones, y las peleas, así dudo que esto que mencioné anteriormente afecte demasiado al producto final. En lo personal tuve la oportunidad de verla en IMAX, y obviamente siempre que una película se estrena allí no es un capricho simplemente, sino que es porque realmente vale la pena aprovechar esta pantalla gigante, para ver una buena película, y al menos por un rato, ser parte de la historia que el director nos quiere contar y mostrar. "El Príncipe de Persia: Las arenas del tiempo" es una buena película de aventuras, entretenida, y que seguramente les traerá lindos recuerdos a todos los gamers :)
El imperio de las plataformas Para todos aquellos que crecimos en los ’90 el Prince of Persia representó un verdadero oasis dentro del mundillo de los juegos de plataformas de la época. El original de 1989 y su secuela de 1994 fueron dos maravillas no sólo por la fluidez de los movimientos de los personajes, los detalles de los gráficos y la ansiedad que despertaban los desafíos: el elemento central era el espíritu de aventura que tan pero tan bien transmitía aquel protagonista, ese diminuto acróbata obsesionado con rescatar a la princesa. Ahora tenemos una adaptación cinematográfica basada en un guión de Jordan Mechner, creador de la saga, inspirado a su vez en su aclamada obra del 2003, el Prince of Persia: The Sands of Time. Antes que nada debemos sincerarnos: el realizador inglés Mike Newell no entregaba algo interesante desde la lejana Donnie Brasco (1997). Aquí por suerte levanta la puntería y consigue redimirse de la vergonzosa El amor en los tiempos del cólera (Love in the Time of Cholera, 2007), sin lugar a dudas una de las peores películas de la década. Intercalando ingredientes de las últimas encarnaciones en 3D, la historia retrata el periplo de Dastan (Jake Gyllenhaal), un príncipe aguerrido que es utilizado como chivo expiatorio en una conspiración para matar a su padre. En su huida une fuerzas con Tamina (Gemma Arterton), una hermosa monarca con muchos secretos que lo ayudará a limpiar su nombre. Por supuesto el contexto fantástico está a la orden del día y en este caso involucra la posibilidad de deshacer sucesos recientes mediante una daga con poderes extraordinarios, objeto de disputa entre bandos antagónicos. La trama trabaja en forma eficaz gran parte de los arquetipos del cine de aventuras: el antihéroe bonachón aunque diestro para las armas, su compañera astuta e hiperquinética, un compinche un tanto contradictorio y el infaltable villano que no se detiene ante nada ni nadie. En lo que respecta a estos dos últimos, destaquemos en especial la excelente labor de Alfred Molina como el Sheik Amar, un empresario adalid de la desobediencia civil, y Ben Kingsley como el malvado Nizam. La película está producida por el equipo responsable de la exitosa franquicia de Piratas del Caribe, Walt Disney Pictures y Jerry Bruckheimer Films, circunstancia que pone de manifiesto los rasgos estilísticos del convite. Por momentos El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo (Prince of Persia: The Sands of Time, 2010) parece una versión corregida de Furia de Titanes (Clash of the Titans, 2010): aquí sí han aprovechado a Gemma Arterton, las secuencias de acción son muy retro y los homenajes al original resultan pertinentes. Con diálogos graciosos y una generosa tanda de CGI no intrusivo, la propuesta entretiene edificando un imperio de plataformas sobre las cuales saltar y saltar…
Habrá que ver cuál será el futuro de esta versión cinematográfica sobre el popular videojuego amparado bajo la tutela del Midas Hollywoodense Jerry Bruckheimer, en un intento desesperado por reemplazar a la franquicia de los Piratas del Caribe. Por el momento la primera entrega de El Príncipe de Persia convence, entretiene y demuestra el buen ojo por parte de los productores en la elección del protagonista Jake Gyllenhaal, quien se erige a partir de este momento como un nuevo héroe del mainstream y como otra gallina de los huevos de oro para la industria. Una historia básica que utiliza de manera funcional los efectos especiales y visuales, que abandona con inteligencia los vicios del videojuego para abrazar los principios del cine de aventuras. Sin duda Alfred Molina se roba los aplausos como uno de los mejores relevos cómicos de los últimos años.
Las mil y una aventuras El cine ha bebido siempre de todas las demás artes, y los videojuegos se suman a esta paleta en las últimas décadas. Los derechos de este filme fueron adquiridos hace unos seis años atrás y durante el tiempo posterior se sopesó la idea de rodar una película animada, hasta que el productor Jerry Bruckheimer (Piratas del Caribe) y el departamento de cine de acción real de Walt Disney volvieron irresistible la tentación de hacer una versión de carne, hueso y efectos especiales. Disney incluso encaró el filme como la gran producción del estudio para 2010, o sea, la película que espera que dé las ganancias suficientes como para equilibrar el resto de las inversiones del grupo económico y que se planificó como el primero de una saga que estaría conformada por siete capítulos. La elección de Mike Newell como director fue el siguiente paso. Parecía ser (y es) uno de los mejores para encauzar la enorme cantidad de fantasía que circula por esta historia ambientada en la antigua Persia (un imperio musulmán hoy extinguido que abarcaba porciones de Asia y África) y rodada durante ocho semanas Marruecos, uno de las actuales ciudades ícono de esa porción del mundo árabe. Como lo hizo en Harry Potter y el cáliz de fuego, brinda aquí poco menos que una lección acerca de cómo deben usarse los trucos visuales a gran escala, sin que estos interfieran con el contenido épico de un relato. Por ello mismo, la fábula de las traiciones y las lealtades que se desatan alrededor de una daga mágica, tiene el basamento humano para interesar al espectador de esta película, sin distraerlo y paradójicamente sin sepultarlo bajo el gran espectáculo que rodea al cuento. En la pantalla, el oro, ébano, marfil, esmeralda y azahar parecen volverse reales cuando los reyes, princesas y guerreros los rozan con sus cimitarras, dagas y venenos, asaltando palacios o resistiendo el sol del desierto a lomo de sus camellos, en busca de un destino que pareciera o no estar escrito de antemano. Las aventuras son el camino para averiguarlo.
Finalmente llegó la aventura épica El Príncipe de Persia, luego del estreno de dos fuertes competidoras dentro de su mismo género como los son Furia de Titanes y Robin Hood. Siempre al momento de recomendar una película trato de explicar que uno como espectador debe saber lo que va a ver para poder fijar un parámetro y así esperar lo que uno pretende de la obra en cuestión. Si yo voy a ver El Príncipe de Persia y espero ver un guión sólido, excelentes actuaciones dramáticas y una fuerte estructura narrativa, seguramente que saldré totalmente maldiciendo a todos los dioses del olimpo por tamaña decepción. En cambio si voy con las expectativas de asistir a un espectáculo pochoclero de muy buenas escenas de acción, con diálogos medianamente interesantes y una historia entretenida que sirva de conexión para conectar, justamente, esas secuencias de acción, estoy más que seguro que la entrada del cine será pagada con creces. Jerry Bruckheimer es un exitoso productor que ha recaudado buena parte de sus arcas con la saga Piratas del Caribe y que sabe vender muy bien un producto, de hecho Piratas... es una prueba de eso. Esta película fue la adaptación del famoso juego que todos conocemos y en ella se pueden ver bastante los saltos y las escenas que tenía que enfrentar el Príncipe Dastan en las Pc de los años 90. Tanto las acrobacias, como las piruetas, saltos y corridas están presentes, quizás demasiado, a lo largo de toda la película. Las escenas de acción que nombro más arriba están muy bien logradas y se vio un gran laburo de los encargados de ello. Mike Newell fue el director que hizo un buen trabajo respetando y uniendo de muy buena manera los aspectos fundamentales que nombro arriba. Jake Gyllenhaal es un gran actor que aquí no terminó de convencerme. Su interpretación de Dastan es llevada a cabo a la perfección en los momentos "felices", pero en cambio no "compré" los momentos en los que la tristeza llegaba a su personaje. O sea, no es que actuó mal pero sinceramente no me cerró la caracterización de su personaje. En cambio Gemma Aterton realmente esta muy bien, al igual que los consagrados y siempre cumplidores Ben Kingsley y Alfred Molina. El Príncipe de Persia es una entretenida película dentro del género de aventuras y una muy buena adaptación del videojuego, con esas dos premisas como estandartes creo que puede ser recomendada sin ninguna duda.
Quizás la actuación de Jake Gyllenhaal como Dastan o la forma en la que el director diseñó al personaje, no terminan de enganchar al público del todo, ya que si bien tiene carisma, no tiene la suficiente como para...
Los videojuegos han sido, desde hace unos años, una fuente muy potable de historias para los grandes estudios de Hollywood, que han agotado sus ideas y se decidieron a lanzar remakes y secuelas de viejos éxitos taquilleros. A esta altura se podría decir que prácticamente todos los títulos conocidos de las viejas consolas ya han vendido sus derechos de realización. El Príncipe de Persia, fue un gran juego que revolucionó los ochenta en su versión para PC, y hasta el día de hoy sigue lanzando nuevas versiones. El protagonista de la historia es el príncipe Dastan –interpretado por Jake Gyllenhaal– el cual luego de ocupar una ciudad sagrada es traicionado por un miembro de su familia y acusado de asesinar a su propio padre. Junto a la princesa Tamina (Gemma Arterton) harán todo lo posible por mostrar la inocencia del príncipe y a la vez enfrentar las fuerzas oscuras que quieren apoderarse de una daga antigua que custodia la princesa. El realizador Mike Newell (Harry Potter y el Cáliz de Fuego) fue convocado por el productor pochoclero Jerry Bruckheimer –creador de la saga de Los Piratas del Caribe– para realizar esta película debido al buen resultado que logró el director con la cuarta entrega cinematográfica de los libros de J.K. Rowling. El filme se gesta y nace con un estigma que lo marcará hasta los títulos finales y es el de ser una película producida por Disney. Ni bien comienza uno se da cuenta que está ante un producto realizado en la matricería de la casa del ratón. Con una estética muy similar a Los Piratas del Caribe, pero esta vez con personajes similares a los pelilargos de las nuevas novelas brasileras, nos adentramos en la trama y rápidamente todos los personajes son presentados. Newell realiza un trabajo casi perfecto desde la dirección. Su cámara nunca se queda quieta le imprime mucha dinámica a un film plagado de escenas de acción y riesgo. Los actores entendieron el mensaje del director y están muy bien en sus papeles. Dos grandes como Sir Ben Kingsley y Alfred Molina también forman la partida. El uso de los efectos especiales está medido y son excelentes. Los escenarios están muy bien creados por lo que desde el punto de vista técnico y actoral nada puede recriminársele. Los problemas de la película surgen en el campo narrativo. Lo que se construye en la primera media hora comienza poco a poco a desmoronarse. Muchos personajes cambian de bando y pasan de ser antagonistas a aliados (o viceversa) en un abrir y cerrar de ojos y la daga de la princesa –la cual contiene arena mágica y permite al portador viajar en el tiempo– cambia un sinfín de veces de poder hasta cansar al espectador. Otro gran escollo es lo que yo llamo “las cosas Disney”, actitudes y guiños inexplicables de los actores, que en una situación de vida o muerte se tientan de hacer gestos extraños o soltar un latiguillo supuestamente cómico que no ayuda en nada al filme. En síntesis, una película técnicamente impecable, que peca en su duración –es por demás larga– y en la construcción de la historia. Destinada a niños y preadolescentes los cuales, sin duda, saldrán satisfechos.
Antes que Lara Croft hiciera piruetas en el aire en Tomb Raider (1996), había un jueguito que venía dando vueltas desde 1989 y hacía furor en las Apple y PCs de aquella época. Era un guerrero árabe dotado de una animación inusualmente fluída para esos años, que se la pasaba saltando plataformas plagadas de trampas, y tenía que recurrir a sorprendentes acrobacias para superar las etapas. El juego había sido desarrollado por Jordan Mechner, quien pronto se volvería millonario y dispararía una chorrera de secuelas que llegarían hasta nuestros días. Y como en Hollywood las neuronas vienen bastante quemadas desde hace rato, lo único que están produciendo últimamente son remakes de peliculas y series de TV, cuando no adaptaciones de videojuegos y cuanta otra cosa que exista y tenga una marca famosa (como el parque de diversiones de la Disney que terminó por convertirse en la franquicia de Piratas del Caribe). Precisamente el mismo productor - Jerry Bruckheimer - se prendió a la movida de llevar Principe de Persia al cine, lo cual no lo veo nada mal. A final de cuentas, Bruckheimer ha tenido la destreza de generar cosas potables partiendo simplemente de un nombre y un concepto ... Aquí Bruckheimer subió al proyecto al director Mike Newell, quien además de Cuatro Bodas y un Funeral ha sabido dirigir Harry Potter y el Caliz de Fuego. Las buenas nuevas es que Newell ha sabido montar un espectáculo realmente entretenido y colorido, el cual funciona muy bien el 90 % del tiempo; el problema es ese 10% restante, que es cuando el guión debe poner los pies en tierra y empezar a atar todos los cabos sueltos de la historia. La resolución del filme tiene un fuerte tufillo a trampa de las propias reglas que se había impuesto la trama, y no termina de ser demasiado convincente. Acá hay una historia propia de Las Mil y Una Noches, pero con menos magia y mucho más parkour. Está el consejero traidor (en este caso, el hermano del rey; esto no es ningún spoiler, ya que el casting del filme clama a gritos que Ben Kingsley es el villano de la historia), el principe traicionado, y la búsqueda del objeto mágico que reestablecerá el equilibrio en el reino y el buen nombre del heredero. En la fuga del príncipe se prende la princesa regente de la ciudad capturada, la cual tiene su propia agenda - recuperar la daga mágica que lleva el protagonista, y de la cual éste aún no conoce sus poderes -, y pone la cuota sexy al relato. Pero lo cierto es que la huida en sí no aporta nada demasiado substancial a la historia, mas de ser la excusa para que los protagonistas vayan de una ciudad a la otra y de un peligro al otro. El punto es que El Principe de Persia: Las Arenas del Tiempo tiene un defecto excusable y otro realmente importante. El primero es que el protagonista Jake Gyllenhaal tiene carisma cero como héroe de acción. Aquí aparece Gyllenhaal con un físico descomunal, haciendo piruetas de todo tipo y color; el tipo no es malo para hacer los chistes, e incluso tiene bastante química con Gemma Arterton (una chica que, después de un insípido papel en Quantum of Solace, terminó aterrizando de manera increíble en un protagónico como este; al menos acá se ve realmente hermosa y demuestra mucho más vida que en sus filmes anteriores). Pero su cara de muñeco y su falta de angel lo hacen un héroe bastante hueco - un tipo de Orlando Bloom en el desierto -, cuando el relato precisaba una especie de Burt Lancaster joven. Esto en realidad no es algo tan grave - en todo caso, Gyllenhaal no desentona pero es bastante anónimo -; pero el manejo que hace el guión del dispositivo mágico de turno (la daga que hace retroceder el tiempo) sí es un problema serio y uno que resuelve de manera altamente insatisfactoria. Gemma Arterton detalla una serie de advertencias en un punto, las cuales funcionan completamente al revés al momento del clímax, amén de que los cinco minutos finales se ven estúpidamente forzados. No sólo el libreto traiciona sus propias reglas sino que lo hace de una manera tan descarada que resulta frustrante. Eso arruina la buena puesta en escena del director Newell, con masivos ejércitos chocando sobre las arenas del desierto, divertidas coreografías de freerunning (que calcan algunas de las piruetas más famosas del videojuego), y exóticos Hassansins surgiendo de las dunas. Si los libretistas se hubieran puesto un poco las pilas y hubieran pulido el climax, el filme podría haber llegado a ser excelente. El Principe de Persia: Las Arenas del Tiempo es muy entretenida, aunque algo hueca, con un final artificial y con un protagonista algo opaco. Quizás el tema pase porque los productores no se avivaron de repetir la fórmula de Piratas del Caribe - pongan a alguien realmente gracioso al lado del insípido carilindo de turno, y hagan un equipo de protagonistas que se compensen entre sí -. Acá intentaron hacer algo medianamente parecido con Alfred Molina - el que sintoniza a la perfección a Johnny Deep -, pero el libreto comete el sacrilegio de ponerlo muy poco tiempo en pantalla. Por lo demás - y si uno pone el switch del cerebro en off -, verá que El Principe de Persia: Las Arenas del Tiempo ameniza muy bien el rato, salvo al momento de aplicar las leyes de la lógica en el universo que él mismo ha creado.
Todo es historia Juro que me senté en la butaca deseando que el Príncipe de Persia me gustara, que la aventura me sacara de las butaca y me lanzara junto a los protagonistas a una aventura en el legendario imperio Persa que se extendía desde las estepas rusas hasta el mediterráneo. Pero nada de eso pasó. El príncipe de Persia es otro fiasco más, otra muestra alarmante de que Hollywwod ya casi no sabe filmar aventuras y de que el crecimiento técnico vino acompañado de una pérdida del sentido del espectáculo y de lo cinematográfico. No es sólo que los momentos de CGI aplasten a los atores y transforme todo en excesivamente virtual al punto de que al espectador deja de importarle lo que les pasa a los personajes. El déficit está en la falta de ritmo entre momentos espectaculares y no solo eso, las peleas está mal filmadas y llenas de planos detalle que sólo quitan continuidad y hace que el espectador se pierda. En fin, El príncipe de Persia no pasará a la historia, peor aún, ya es historia en cuanto termina su proyección y el público abandona la sala.
El príncipe de los pochoclos Asistir a funciones de películas como El príncipe de Persia implica obligatoriamente que la sala esté llena de un público de todas las edades, cada cual con su respectivo recipiente de pochoclos o nachos. Y es que no puede pasar desapercibida una película que contó con un presupuesto de 150 millones de dólares y cuyo guión está basado en uno de los tantos exitosos videojuegos sobre El príncipe de Persia, en este caso la primera parte de la tetralogía de Las arenas del tiempo. Para dejar bien en claro que el presupuesto fue usado bien, ya en sus primeros cinco minutos se encargará de desplegar toda una “artillería” de efectos, planos cortos y acelerados, golpes, acrobacias y saltos con una estética que recuerda el videojuego en 3D. Obviamente el espectador no tendrá descanso entre una pelea y otra, entre las huidas de los protagonistas y la aparición de nuevos enemigos y esto se verá potenciado por la ambientación de escenarios esplendorosos, palacios del mundo persa llenos de lujos y riquezas, ciudades laberínticas rodeadas por el desierto, pasadizos secretos y trampas. De no ser por todo esto, se trataría simplemente de la historia del príncipe Dastan (Jake Gyllenhaal) y de la misteriosa princesa Tamina (Gemma Arterton) que escapan juntos de las fuerzas del mal para proteger un puñal que permite viajar en el tiempo y tener poderes ilimitados. Como podrán percibir los fanáticos del videojuego, el guión original ha sufrido algunas modificaciones, sobre todo en lo que respecta a la historia entre los dos protagonistas. Siendo Walt Disney Pictures una de sus dos productoras el romance con final feliz y el contenido moral sobre la hermandad y el enfrentamiento contra las fuerzas del mal eran inevitables. Para personificar a los más malvados fueron utilizados los hashashin, una secta religiosa de asesinos que existió entre los siglos VIII y XIII en Medio Oriente. Una vez más Hollywood tratando de mostrar la supuesta heroicidad americana en oposición a la supuesta maldad de los islámicos. Y como si no fuera demasiado, la película muestra a los hashashin bailando de la misma forma que lo hacen los derviches, una equiparación que es literalmente un insulto para estos religiosos cuyos principios son, entre otros, la solidaridad, la compañía espiritual y la enseñanza de los principios de la religión. Pero no debe sorprender que, una vez más, una película supuestamente inocente esté plagada de contenido político a favor de Estados Unidos. Sorprende que Mike Newell, director de películas taquilleras e inolvidables como La sonrisa de la Mona Lisa, Harry Potter y el cáliz de fuego o Cuatro bodas y un funeral, nos traiga en esta oportunidad una película llena de efectos llamativos que intenta mantenernos alerta pero que, cuando concluye, nos deja en la boca solo el sabor de los pochoclos y no mucho más que eso.
Playstation pochoclera: Basada en el videojuego de Playstation, “Príncipe de Persia, las arenas del tiempo”, que a su vez es una versión moderna del clásico juego de PC “Prince of Persia” de 1982. Cuenta la historia de Dastan (Jake Gyllenhall), un niño huérfano que se dedicaba a sobrevivir las arenosas calles del antiguo imperio persa (que se extendía desde Turquía hasta el norte de India). Un día al ver como una de sus amigos es atacado por los soldados del rey, Dastan le arroja una manzana a uno de los temidos guerreros y escapa corriendo y saltando por los techos de las por entonces bajas casas de adobe. Si bien, luego el niño es atrapado, el rey ve en el un héroe en potencia, y por su gran muestra de valentía, decide adoptarlo como si fuera hijo propio, llevándolo así a vivir en el palacio real junto a sus dos hijo legítimos, Garsiv (Toby Kebell) y Tus (Richard Coyle). La historia nos lleva 15 años después de esto, cuando los tres príncipes se encuentran festejando la conquista de Alamut, ciudad sagrada, que supuestamente es atacada por tener poderosas armas ocultas y comerciarlas con el enemigo (cualquier parecido con la guerra en Irak es pura coincidencia). En esta cuidad, habita la bella princesa Tamina (Gemma Arterton), quién es la guardiana del templo y de una extraña daga. Pero cuando Dastan, olvida hacerle un regalo a su padre por la conquista, su hermano Tus, le ofrece un manto sagrado real en agradecimiento por su importante colaboración en la batalla. Resulta que el rey, al ponerse este manto, muere asfixiando, por lo que Dastan, quien obsequió este objeto al rey, es acusado de asesinato real, y se convierte en un mercenario, buscado por toda Persia. Es entonces cuando el protagonista, gracias a la colaboración de Tamina, descubre que en realidad su hermano, que luego del fallecimiento de su padre de convierte en el nuevo rey, quiere la daga, la cual posee un enorme poder de “viajar en el tiempo” y poder revertir los eventos pasados, así se haría realmente invencible y pasaría ala historia como el mejor rey de su imperio. Por lo que Dastan, tendrá que acompañar a la princesa hasta otro templo sagrado, y esconder la daga, en donde supuestamente estará a salvo. Con una gran catarata de efectos especiales, fiel casi 100% al videojuego, con el personaje colgándose de barrotes de madera y saltando piedras movedizas y lucha contra los malvados. Es casi como ir pasando de pantallas o niveles mientras uno va viendo el film, solo falta que a uno le dieran un “joystick” a la entrada de la sala. Se destaca las actuaciones de Alfred Molina, en el papel del “Sheik Amar”, en un personaje atípico, vulgar y bastante indeseado, (al mejor estilo de Danny de Vito en “Tras la esmeralda perdida” o “La joya del Nilo”) También sobresale el “Tio Nissam” encarnado por Ben Kingsley.
El mejor transporte sigue siendo el DeLorean. La saga de El príncipe de Persia, basada en el popular videojuego del mismo título (a su vez basado en el mítico juego en 2D) es un intento de Jerry Bruckheimer de repetir el éxito de Piratas del Caribe, la serie que ya está esperando su tercera secuela. Y a decir verdad, los tres juegos en los que basarían la historia de este príncipe corredor, dan una base más que tentativa para la adaptación cinematográfica. El problema, como se sabe, es que un buen juego no es garantía de nada. Los juegos tienen un concepto totalmente distinto al de las películas, y muchas veces eso se confunde y lo que nos parecía divertido en una consola de video, es un bodrio en la pantalla grande. Aquí están todos los roles típicos de la aventura familiar: el protagonista tímido pero valeroso, pobre pero sincero, algo torpe pero ágil, etc. La princesa bonita e inteligente, no muy afín a las armas, el compañero obligado que nunca se siente satisfecho con la travesía y aporta las mayores dosis de humor, y así podríamos seguir, para rellenar los otros personajes stock cuyo destino los confina a una sóla película. No tengo nada contra este conjunto de clichés, de hecho, cuando está bien hecho, lo celebro (La momia 1 y 2, Piratas del Caribe 1 y 2) y cuando no, lo destesto (La momia 3, Piratas del Caribe 3). El principal problema aquí es que el guión no proporciona ni diálogos punzantes ni situaciones más o menos inteligentes, y la acción en pantalla es bastante confusa. Los tres montajistas con los que contó el film no pudieron dejar las cosas del todo claras, y nos tenemos que conformar con avisorar algún saltito parecido al del juego o un zoom en slow-mo de una flecha que casi le pega al príncipe Dastan. Ese es el ideal de acción para Mike Newell. El lineamiento general de la historia, como para darle a cada uno su cuota de pantalla es el siguiente: Dastan es un húerfano que tiene como hermanos a 3 herederos del trono de Persia. En un ataque a una ciudad que esconde supuestas armas destructivas (¡inesperada crítica tardía a la política exterior de la era Bush!), Dastan encontrará una suerte de daga que permite a su poseedor viajar en el tiempo. A decir verdad, son viajes bastante amarretes y caprichosos. Generalmente sirven para retroceder unos instantes nomás. Y cuando se debería usar (supongamos, la muerte de algún personaje no tan importante) no se usa. Ahi la culpa no es de la daga, sino de los guionistas. Los viajes espacio-temporales o son entretenidos y funcionales a la historia o directamente son accesorios inservibles listos para dar el deus ex-machina de último momento. Esta daga sirve a ese último propósito. Sin adelantar nada, el último acto es de lo más anodino de todo el film. Si este es el grand finale de un blockbuster, la verdad, no se notó. La daga es una excusa para la invasión. La princesa Tamina (la linda Gemma Arterton, o la chica de 5 segundos de Quantum of solace) es una especie de guardiana de este artefacto. Claro que los demás no lo saben, y son manipulados por Nazim, un Ben Kingsley correcto y gritón. La daga debe ser guardada en un territorio lejano y peligroso, y bueno, ahi ya tenemos en principio a los dos protagonistas, en un viaje de aventuras y desencuentros amorosos como para emocionar a los más chiquitos. Como sea, todos los erroes podrían aguantarse más, digamos, con un buen cast. Por ahí está Alfred Molina como un secuendario de escasa duración. Que así y todo se agradece para solventar la falta de carisma de Jake Gyllenhaal como el aventurero príncipe, que prefiere dar saltos de free-runner (free-runner CGI, claro) y hacer acrobacias imposibles como para que no se note su blanda performance. Si alguno esperaba encontrar algo tan divertido como la creación de Johnny Depp en la saga de los piratas, mejor que piense en ir a ver otra cosa, o esperar a alguna buena película de aventuras. Jerry Bruckheimer es quien produjo el film, y es también el que cada tanto nos depara un blockbuster insospechado, como aquel donde Bruce Willis para un meteorito con un cable (ah, perdón: spoiler). Nunca fue un productor de mi agrada (sigue sin serlo) ya que innevitablemente siempre lo asocio con el terrible Michael Bay. Me resulta imposible siquiera simpatizar o esperar ansioso la nueva película del productor de Con Air o Pearl Harbor. Aquí es su intento menos sutil de copiar un éxito anterior. ¿Si lo va a lograr? Seguro que sí y en un par de años estará la crítica de la segunda parte. Sí: también es seguro que va a haber breves viajes temporales. Pero lo peor es que nosotros no recuperamos el tiempo perdido por ver esta película.
EL GRAN SALTO Basar una película en un video juego parece ser en principio un punto de partida muy limitado, salvo que éste posea una gran historia detrás. El principe de Persia, gran clásico de todos los tiempos, es ahora también una película que, por suerte, respeta y excede a la vez su no tan noble origen. Basar una película en un video juego tiene, entre otras cosas, una intención fundamental que es la de subirse a la fama del juego y apoderarse de su público cautivo. El príncipe de Persia tiene como base uno de los video-juegos más famosos de la historia, y también uno de los que en su origen significó una revolución. Es importante darse cuenta de que ese punto de partida es apenas una excusa ya que el film va mucho más allá. El mencionado público cautivo encontrará, de todas maneras, una importante cantidad de elementos reconocibles, en particular en los movimientos acrobáticos que realiza el personaje protagónico y algunas de las situaciones que éste atraviesa a lo largo de la historia. Para los que no conocen el juego, por el contrario, algunas de estas cosas podrán ser o bien indiferentes o tal vez incluso, un poco absurdas. El héroe de la historia es el príncipe Dastan, un niño de la calle, cuya nobleza y generosidad impresionan al Rey de Persia hasta tal punto que termina adoptándolo. Dastan crece y lucha por defender el reino junto con sus dos hermanos, hijos de sangre del rey. En la larga tradición del héroe clásico, Dastan es un elegido que no se sabe tal, y aunque no hay nobleza en su sangre, sin duda sí la hay que sus actos. Dastan podrá tener un destino, pero también tiene la fuerza para contradecir el destino y luchar con convicción por lo que cree correcto. Esta nobleza se pondrá nuevamente a prueba cuando sea parte de una invasión a una ciudad que amenazaba, en teoría, al reino de su padre adoptivo. Hasta el espectador más desinformado descubrirá en ese punto clave de la trama una fuerte conexión con la historia reciente. La ciudad invadida no tiene las poderosas armas como se pensaba y por lo tanto no era cierto que existiera una amenaza real, sino sólo una excusa para apoderarse de algo muy valioso. La invasión a Irak de los Estados Unidos con la excusa de las supuestas armas de destrucción masiva se adivina como el origen de este curioso comentario político que el film se permite. Pero más allá de este guiño, el gran logro se basa en la potencia dramática que logra. El director del film, Mike Newell, el mismo de algunos buenos films, como Cuatro bodas y un funeral y Donnie Brasco y de algunos no tan buenos Harry Potter y el cáliz de fuego o El amor en los tiempos del cólera , mantiene siempre el ojo en el drama, aun cuando el film realice un imponente despliegue visual. Por momentos, este drama familiar que el film contiene, lo emparenta más con la obra de Shakespeare que con un video juego. Hermanos, padres, hijos, tíos, todos forman parte de una historia, no sólo de un sinfín de escenas de acción. El sentido del humor del film se lo aporta con indiscutible habilidad Alfred Molina, en su papel de sheik, líder de una banda de ladrones. Los ingredientes funcionan y aunque El príncipe de Persia no alcanza jamás una identidad visual ni un impacto emocional a la altura de los grandes films del género, igual consigue su objetivo y se diferencia de otros films del cine industrial actual. En parte, tal vez, porque es capaz de recordar la importancia de que, además de todo el despliegue visual, siempre es fundamental contar una buena historia. El gran salto del juego a la pantalla que da aquí el príncipe le permite aterrizar sano y salvo, dentro del terreno seguro de la buena narración cinematográfica.
PERSEVERA Y TRIUNFARÁS Varios son los videojuegos que llegaron a la pantalla grande, pero no podemos decir que todos lograron satisfacer las expectativas tanto de los fanáticos como de los espectadores corrientes. Año tras año tuvimos que sufrir con malas adaptaciones - muchas de ellas consideradas algunas de las peores películas de la historia - como SUPER MARIO BROS. (1993), HOUSE OF THE DEAD (2003), DOOM (2005), SILENT HILL (2006), HITMAN (2007), la saga de RESIDENT EVIL o muchas otras. Pero el cine siempre nos sorprende. Ya sea con la película sobre el videojuego más sangriento de lucha (MORTAL KOMBAT), con el film de acción que catapultó a Angelina Jolie a la fama (LARA CROFT: TOMB RAIDER) o con la nueva aventura de Disney, EL PRÍNCIPE DE PERSIA: LAS ARENAS DEL TIEMPO (2010), dirigida por Mike Newell (HARRY POTTER Y EL CALIZ DE FUEGO). Después del estreno de la exitosa PIRATAS DEL CARIBE: EN EL FIN DEL MUNDO (2007), y al ver que el género de aventuras tan bien les había funcionado, Walt Disney Pictures y el productor Jerry Bruckheimer se pusieron en búsqueda de una nueva franquicia capaz de otorgarles tantas ganancias como la trilogía protagonizada por Johnny Depp. Así fue como dieron con un popular videojuego de plataforma creado a fines de los 80, llamado “El Príncipe de Persia”, y aprovecharon para filmar una adaptación de este haciendo unos cuantos millones mientras pensaban en la cuarta parte de la saga de los piratas. Y es que, en resumen, EL PRÍNCIPE DE PERSIA: LAS ARENAS DEL TIEMPO es eso: Un film para mantenernos dentro del cine hasta que PIRATES OF THE CARIBBEAN: ON STRANGER TIDES (9 de Junio 2011) se estrene. Pero esto no quiere decir que sea una mala película porque, si desde el principio la plantearon solo como una aventura para toda la familia, entonces no hay nada de malo en ella. El film no aspira muy alto y en ningún momento supera a PIRATAS DEL CARIBE - tal vez sí a la última de sus secuelas -, pero también brilla por si solo con espectaculares escenas llenas de adrenalina, actuaciones correctas y una historia entretenida y para nada compleja que nos presenta a Dastan (Jake Gyllenhaal), un huérfano adoptado de niño por el rey de Persia, que crece para convertirse en un rebelde príncipe. En medio de traiciones y muertes familiares, el destino convertirá a Dastan en héroe cuando una daga con el poder para volver en el tiempo caiga en sus manos. Acompañado por la bella princesa Tamina (Gemma Arterton), el príncipe cruzará el desierto para vengarse de Nizam (Ben Kingsley), su perverso tío que buscará usar la daga para convertirse en el nuevo Rey de Persia. Hay que reconocer que, dejando de lado algunas fallas en el guión, la historia es redonda, original - para lo que el género nos tiene acostumbrados - y logra entretener durante sus 116 minutos de duración presentando todos los elementos necesarios para considerarla una película de aventuras. Llevándonos por paisajes espectaculares, EL PRÍNCIPE DE PERSIA: LAS ARENAS DEL TIEMPO incorpora varios simpáticos personajes, escenas de acción bien filmadas y algunas dosis de inocente humor. Pero también presenta momentos que están de más, que alargan y aportan muy poco a la trama (Ejemplo: La presentación del personaje de Alfred Molina, la escena de los avestruces o el extenso final), explicaciones incoherentes o rebuscadas (como el rídiculo plan de Nizam), y viajes temporales que no encaja del todo en este tipo de films al estar mal planteados, peor aprovechados y no muy bien explotados dentro del guión. Sumando que sus efectos especiales no son de los mejores que se han visto en el cine, que cuenta con algunos lugares comunes dentro del género y que el director Mike Newell dejó su talento artístico de lado para contar una historia que, de a momentos, es visualmente chata, tenemos entonces una película divertida pero simple, que no decepciona pero que tampoco nos deja con muchas ganas de ver más. Sin embargo, como Hollywood es Hollywood, nos esperan varias secuelas de PRINCE OF PERSIA por delante. Sin duda será una buena oportunidad para explotar aún más los mejores exponentes de esta primera parte: Las escenas de acción llenas de adrenalina y muy fieles al videojuego (en las que Dastan salta y hace piruetas al mejor estilo Parkur), las buenas actuaciones (entre las que se destacan las de Alfred Molina y Ben Kingsley), y la química entre los dos protagonistas Jake Gyllenhaal y Gemma Arterton, quienes son la perfecta pareja de aventuras y que, con su relación de amor-odio, nos recuerdan a personajes tan entrañables como Han Solo y Leia en STAR WARS, Rick O’Connell y Evelyn en LA MOMIA (1999), o Indiana Jones y Marion (o alguna de sus otras chicas) en la saga del legendario aventurero. Ella al fin lograr mostrar todo el talento y belleza que no pudimos apreciar en FURIA DE TITANES (2010). Aunque su personaje es a simple vista el estereotipo de la princesa insoportable, Arterton resulta ser muy divertida y para nada cansina. Gyllenhaal, por su parte, logra soportar el peso de la película en sus hombros con una buena interpretación, pero sus papeles previos (SECRETO EN LA MOTAÑA, BROTHERS, ZODIAC, JARHEAD) lo encalillaron en géneros y personajes “serios” que nada tienen que ver con EL PRÍNCIPE DE PERSIA, causando que su Dastan no sea del todo creíble y no termine de convencer. Aun así, su picardía y su destreza lo vuelven un héroe simpático, muy parecido a lo que queríamos ver en la ROBIN HOOD (2010) de Ridley Scott, pero nunca a la altura de Jack Sparrow. Dejando de lado las comparaciones con PIRATAS DEL CARIBE, la fidelidad que tenga o no con respecto al videojuego, las críticas que la acusan de ser un film bobo, o el rebuscado trasfondo político que le dan algunos y que comparan la invasión a la Tierra Santa de Alamut con la guerra en Irak (¡!), EL PRÍNCIPE DE PERSIA: LAS ARENAS DEL TIEMPO no es nada más que el comienzo de la nueva franquicia de Jerry Bruckheimer: Una clásica aventura muy entretenida, con mucho potencial para convertirse en una buena saga.
VideoComentario (ver link).
En 1987 Jordan Mechner revolucionó la era de los videojuegos con "El Principe de Persia", la gran sorpresa de la década al mostrar en pantalla los más fluidos movimientos humanos vistos hasta el momento. Luego de varias secuelas y mejoras en los aspectos visuales, sonoros y de jugabilidad, poco más de 20 años más tarde, al príncipe le tocó adentrarse en una de sus máximas aventuras: el cine. Esta cinta es, sin duda alguna, una de las mejores adaptaciones creadas, pero es también, floja es su guión, en sus planteos y en algunos aspectos técnicos.
Para los fanáticos del video juego en el que El Príncipe de Persia y las arenas del tiempo está basado, supongo que será un tanto imposible no comparar uno y otro aun cuando los formatos (como comparar una obra literaria con su film derivado) sean completamente diferentes. Lo cierto es que para los suertudos ignorantes, la nueva aventura de Disney es entretenida, un poco semejante a aquellas aventuras primeras de Indiana Jones (salvando las diferencias) y se disfruta en familia a pesar de su previsible argumento.La historia del mendigo devenido en príncipe, como una especie de Cenicienta versión masculina, es atractiva y si a eso se le agrega el condimento de la aventura, el romance, persecuciones y una ambientación exótica, la fórmula - mejor para algunos, peor para otros- funciona y vende. Será por eso que este film recientemente estrenado en Argentina ha logrado en pocos días una recaudación puntera. La historia nos cuenta la historia de Dastan (Jake Gyllenhaal) quien gracias a su habilidad para escapar de la autoridad atrae la atención del Rey y es adoptado como un hijo más. Así crece como príncipe de Persia junto a sus otros dos hermanos Garsiv (Tobby Kebbell) y Tus (Richard Coyle) hasta que lo culpan por la muerte de su padre y es perseguido. Junto a Tamina (Gemma Arterton), una princesa a la que han atacado y quien guarda el secreto de las arenas del tiempo, deberá desentrañar el maléfico complot que incluye viajes en el tiempo para cambiar la historia de Persia y, por supuesto, evitar que el mundo acabe. Mike Newell, a quien ya hemos visto tras la dirección de Harry Potter y el cáliz de fuego o La sonrisa de Monalisa entre otros, hace buen uso de la cámara con una muy buena fotografía de la mano de John Seale. La ambientación está bien lograda, digno de un posterior parque temático. Y las actuaciones se dejan ver en un reparto donde más que nada sobresale el personaje carismático de Sheik Amar en la piel de Angel Molina, ya que personalmente Mr. Gyllenhaal no parece del todo cómodo en su rol protagónico y Ms Arterton como la bella princesa quizá hubiera quedado más creíble a mi gusto con la actriz iraní Golshifteh Farahani si no la hubieran encarcelado antes de comenzar siquiera con las pruebas de cámara. Se dice que esta peli se trae secuelas, pensada como una trilogía en la que vaya uno a saber qué nuevas aventuras se sucederán. Lo cierto es que esta servidora no cree que de para mucho más una historia que ha quedado cerradita con moño y todo, previsible como dijeramos, pero efectiva. No obstante no olvidemos que de tratarse de "las arenas del tiempo" siempre puede haber tela que tramar. Efectos especiales correctos, mucha patada al estilo matrix y misterio que incluye a la mítica banda de Hassansins a quienes la leyenda les atribuye consumo de drogas extrañas y el poder de controlar la mente; algo un tanto sugerido en la figura del líder de esta, dícese, secta. Los chicos adorarán el film, los grandes pasarán un grato momento y los cinéfilos exigentes quizá resoplen. Una película de aventuras que de haberse hecho en forma de animación, tratándose de Disney, quizá hubiera quedado fantástica. Para ver sin mayores expectativas!
“El Príncipe de Persia: Las arenas del tiempo” nos presenta al hijo del Rey Sharaman, el Príncipe de Persia, derrotando al todopoderoso Maharajá de la India en una portentosa batalla. Tras la victoria llegó el saqueo de sus posesiones. Y entre ellas se llevaron un par de objetos misteriosos: la daga del tiempo. Además capturaron a la bella hija del Maharajá. Un traidor del reino del Maharahá, y que ayudó al Príncipe en su conquista, engaña a éste para que rompa el misterioso reloj de arena. Desde ese momento se desatarán las temidas "arenas del tiempo". Y la aventura comenzará. Los orígenes de dicha realización es a base de una saga de videojuegos del género de plataformas iniciada en 1987; aunque sólo se trata de una adaptación y no una réplica exacta. La historia trascurre a través del joven Príncipe Dastan (Jake Gyllenhaal) un valiente guerrero adoptado por el Rey de Persia cuando apenas era un niño. Llegará misteriosamente a sus manos la daga del tiempo la cual le causará muchos inconvenientes; se le va a adjudicar la muerte de su padre adoptivo y la traición a su reino. Este será el detonante y Dastan tendrá que demostrar su lealtad y todos los valores aprendidos durante su vida. Nos encontramos con una excelente ambientación; nos muestran una Persia en donde era una gran Imperio lo cual hace más verosímil la historia. Además de contar con mucha acción, efectos especiales en concreto cuando el joven Príncipe hace uso de la daga del tiempo en donde podemos ver como todo se rebobina en cama lenta para volver a empezar. También hay que destacar las acrobacias del musculoso y buen mozo Dastan cuando salta de muro en muro. Estos movimientos si fueron sacados exactamente del videojuego. Tal vez el “Príncipe de Persia: ...” dentro de unos años va a ser olvidada por los espectadores, pero no quita que sea una buena realización para que grandes y chicos pasen un buen rato de diversión y aventura en un nuevo mundo maravilloso de Disney.
Entre la espada y la pared “El príncipe de Persia: las arenas del tiempo” marca el nuevo intento de Hollywood por trasladar un videojuego a la pantalla grande. Y aunque detrás de esta superproducción hay nombres de relevancia, el film sólo entretiene a medias. Es sabido que prácticamente ninguno de los juegos electrónicos que se han adaptado al cine tuvieron exitosos resultados: ni ese engendro llamado “Mario Bros”, ni “Street Fighter”, mucho menos “Doom” e incluso “Tomb Raider” con Angelina Jolie (y la lista sigue); todos fueron productos regulares para abajo. La apuesta de Disney por transformar al clásico Príncipe de Persia en una nueva franquicia rentable intenta dar un paso más allá. Además de caras fácilmente reconocibles, y un presupuesto que superó los 150 millones de dólares, la empresa llamó a Jerry Bruckheimer, algo así como el hacedor de blockbusters hiper populares, que han tenido diversos resultados (desde “Un detective suelto en Hollywood”, hasta la ultra conocida saga “Piratas del Caribe”) para ver qué se podía hacer con este nuevo tanque. Y Allí es donde tal vez este Príncipe de Persia cometa su peor pecado: se trata de un film de aventuras cuya influencia del productor se nota aún más que la del propio director, un Mike Newell desdibujado cuyos mayores talentos fueron demostrados en géneros como la comedia romántica (“Cuatro bodas y un funeral”), pero que aquí desentona hasta con el propio timing que la película exige. La historia nos muestra a Dastan un joven que, tras ser adoptado por el rey, debe encabezar la invasión a una ciudad vecina acusada de vender armas a enemigos (guiño sorprendente teniendo en cuenta el conservadurismo de la empresa que respalda el proyecto). Luego de una serie de sucesos, el protagonista se verá envuelto en una trama de mentiras, fantasía, viajes al pasado y elementos mágicos. Poco más por contar respecto a su trama. El punto en contra del film radica también en su propia ingenuidad; si bien El Príncipe de Persia logra ser entretenida durante la mayor parte del relato, el respeto por las formas, la ausencia de riesgos por ofrecer algo nuevo y la facilidad con la que cae en el estereotipo le juegan en contra a un potencial público adulto, al cual evidentemente no está dirigida la película. De esta manera, partiendo de un interesante elenco, los personajes sólo conforman la “norma” que toda cinta debe presentar: Gyllenhaal es el héroe noble, Arterton la belleza con carácter, el gran Ben Kingsley es el hombre de confianza de la familia real y un desperdiciado Alfred Molina se transforma en el còmic relief que intenta aportar gracia a la historia. El Príncipe de Persia: las arenas del tiempo es eso y no mucho más: aventura, acción, CGI, humor y fantasía; pero en justas medidas, sin mayores hallazgos (ni intenciones, asumámoslo). Cualquier semejanza con “Indiana Jones”, “La Momia”, “Piratas del Caribe” o incuso la antes mencionada “Tomb Raider” no son pura coincidencia. Estamos ante un título que quiere atrapar al público que redescubrió al protagonista de los juegos en la actual generación de consolas (Ps2 y Ps3, Xbox). Como tal, poco queda de aquel héroe pixelado que saltaba pinches para rescatar a la princesa. Esta vez, su destino no está determinado por el jugador; el enemigo a vencer es uno solo: la taquilla.