La historia es tan auténtica y fuerte que llega a hacer doler al espectador, y a la vez es tan atrapante que es imposible despegar los ojos de la pantalla. Si hacés la lectura de la sinopsis de este film, podés ver que es...
Acariciando lo áspero Esta segunda película de la talentosa directora de Red Road (opera prima ganadora del Premio del Jurado en Cannes 2006) repitió el mismo galardón (en este caso, compartido con Thirst) en la edición 2009 del prestigioso festival francés. La realizadora británica describe las vivencias de Mía (consagratorio trabajo de Katie Jarvis), una quinceañera inestable y solitaria que vive en un barrio gris de monoblocks en la zona de Essex con su desbordada e irresponsable madre (Kierston Wareing) y con su pequeña hermana Tyler. Rechazada por el sistema escolar y por la gente de su edad, la protagonista manifiesta un profundo y violento rechazo por cualquier tipo de contacto, hasta que un día su mamá lleva a la casa a Connor (el gran Michael Fassbender), un misterioso y extrovertido desconocido de origen irlandés que será capaz de conmover las atribuladas y previsibles existencias en ese cerrado y tenso universo femenino. En la línea del cine social de Ken Loach y de los hermanos Dardenne, Arnold sostiene el relato, alejándose lo más posible de los golpes bajos, aunque sin por eso dejar de ser impiadosa ni sensible en su retrato humano de seres que, tras su fiereza, su hostilidad, su rebeldía y su cáscara de dureza, esconden un vacío existencial que los angustia, una precariedad, una falta de expectativas, una fragilidad y una inmensa vulnerabilidad, producto de tantas carencias económicas y, sobre todo, afectivas.
Rebelde con causa Con un registro cercano al género documental El rebelde mundo de Mía (Fish Tank, 2009) retrata la vida de una adolescente en los suburbios de Inglaterra, con una familia disfuncional y en un ámbito que la desafía a cada paso a perder sus últimos rasgos de inocencia. La directora Andrea Arnold explotó eficazmente las dotes de la joven actriz. Esto, sumado a la mirada subjetiva de Mía que adopta el film, produce la dosis justa de densidad dramática sin caer en un drama angustiante sobre la marginalidad. El mundo que rodea a Mía (Katie Jarvis) es inarmónico y se refleja en ella a través de sus modos agresivos hacia los demás. El espacio que transita son los pasillos sucios y angostos de un monoblock y los ambientes precarios apenas subdivididos de su casa. Una casa pequeña, desordenada y, de no ser porque se trata de cine, se podría decir hasta maloliente. Su madre alcohólica con toda su carga violenta y su pequeña hermana grosera y enviciada como la madre son sus personas cotidianas. A ellas se sumará Connor (Michael Fassbinder), el novio de turno de la mamá de Mía y al parecer el único que despierta su atención con sus intenciones entre dulces y paternales. El título original de la película posee su simbolismo en esta historia: fish tank es una pecera y el film habla también del espacio y por metonimia de ocupar un lugar. Pero parece haber también dos imágenes que el film busca cargar simbólicamente en la identidad de esta muchacha. Una de ellas es un caballo blanco, propiedad de unos chicos que viven en un descampado, y al cual mantienen atado con cadenas. Mía irá en repetidas oportunidades a intentar liberarlo. Por otro lado, ella quiere ser una bgirl, o bailarina de Hip Hop, una danza originaria de los barrios marginales de Nueva York. Este baile tiene algo de masculino, a la vez que, en la mujer, los movimientos deben tener una carga de sexualidad. En fin, una baile que representa fuertemente la personalidad de Mía. Será Connor quien le ofrecerá su ayuda para entrar a una audición de baile y al parecer el único que desde su carisma y seducción puede penetrar en el mundo de esta quinceañera. Pero eso no es todo lo que Connor parece querer de Mía, y se relacionará con ella por momentos como un padre y en otros como hombre. En ese juego límite de tensión y ambigüedad queda atrapado el film y por supuesto Mía. A veces la realidad mostrada de manera tan cruda moviliza por sí sola y esto es algo que el film aprovecha significativamente. Pero el principal mérito es haber logrado y captado el trabajo impecable desarrollado por Katie Jarvis. Todo acontecer aparece reflejado en su cuerpo y en su rostro y así se logra esa sensación del presente que por momentos agobia y que pide un respiro. Y en cada detalle el film rebela lo que, al final de cuentas, ella verdaderamente es: una adolescente más, con sus deseos de descubrir, de buscar a alguien o algo que la identifique, y ennoblecida con una inesperada dulzura.
Una Pecera a Punto de Explotar Un jueves hecho y derecho para la visión femenina. Además del estreno de la película a la cuál me referiré en las próximas líneas, quiero mencionar una curiosidad. Tanto, esta, como Comer, Rezar, Amar con Julia Roberts, Ni Dios, ni Patrón, ni Marido, Sofía Cumple 100 años, e inclusive, Mis Días con Gloria comparten algo en común: la mujer como centro de la historia. Puede tratarse de una visión un poco misógina de mi parte, pero es cierto. Debería darse más seguido, pienso. Es más difícil satisfacer el gusto femenino. Las mujeres son más selectivas y críticas. Necesitan varias propuestas en la cartelera para poder elegir la adecuada. Los hombres somos más simples. Nos ponen delante de la nariz, un afiche con Stallone, Statham, Li, Rourke, Lundgren, Willis, Roberts, Couture, Austin y Schwarzenneger y ni dudamos sobre lo que queremos ir a ver. El Rebelde Mundo de Mía, la vi hace casi un año atrás en la Semana del Cine Europeo en Buenos Aires que contó con la presencia de Thierry Fremaux. No hice reseña en su momento porque básicamente no hizo falta. De hecho, si cliquean acá, van a ver una excelente críitca de una ex compañera de la página. Pero como en A Sala Llena nos gusta la polivisión, voy a hacer un breve comentario sobre este demorado estreno. La directora Arnold (Red Road, inédita), construye el micromundo de Mía, una adolescente de 15 años que vive en los suburbios industriales de una ciudad inglesa. A pesar de ser atractiva y que los hombres la buscan, ella tiene un carácter especial y se anima a hacerle frente a aquellos que tratan de aprovecharse de ella. Digamos que no es buena estudiante, tampoco le interesa demasiado serlo. Es independiente, y necesita escapar de su ambiente familiar: su madre es alcohólica y vive organizando fiestas como si fuera también una adolescente. Entre los hombres que llegan a su casa, se encuentra Connor (el muy solicitado Michael Fassbender), quien demuestra cierto interés por Mia y su sueño: llegar a ganar un concurso de baile hip hop. Entre ambos empieza una relación casi incestuosa. Película que no deja de lado la crítica social contra los prejuicios económicos que existen sobre la clase industrial ingles en la línea de los films de Loach (como mencionó mi compañera) Arnold pone el ojo sobre la discriminación femenina, pero también hace hincapie sobre los dilemas de ser adolescente: madurar de golpe, tener que ser madre y hermana al mismo tiempo (Mía tiene un hermanito y lo tiene que cuidar constantemente). Si bien hay algunos momentos golpe bajos, logra sortearlos bastante bien, gracias a una gran adrenalina estética: cámara en mano, planos secuencia en constante movimiento, montaje abrupto. La banda sonora también ayuda. Especialmente el tema California Dreamin, que básicamente coordina con los sueños imposibles de escape que tiene Mia. Los personajes se mueven por un entorno real: los actores provienen de esas zonas. Arnold trata de mantener la verosimilitud en cada cuadro. Retrato duro, crudo y a la vez sensible, identificable. Notable trabajo de la debutante Katie Jarvis, poniéndose a los hombros la película entera. Austera, con unos bellos ojos claros, que denotan mayor inestabilidad emocional que cualquier diálogo. Fría, pero a la vez inocente y dura, la composición de Jarvis es para tener en cuenta para futuros trabajos. Una versión joven de Samantha Morton. El resto del elenco es soberbio Ganadora en Cannes, este segundo trabajo de Arnold nos demuestra que el lugar de la mujer en el cine es cada vez más prominente y preponderante. Años de discriminación y misoginia por parte de la industria cinematográfica mundial provocaron que la mujeres salgan a rebelarse con todas las ganas. Y lo festejo cada día más.
Un universo conflictivo Este es el segundo largometraje de la directora Andrea Arnold y con su primer trabajo, Red Road, logró el Premio del Jurado en el Festival de Cannes en el 2006. En este caso, la mirada se centra en Mía, una joven quinceañera algo inestable y con problemas para encajar en una familia compuesta por una madre sobrepasada (Joanne) y su pequeña hermana. Mientras todas las piezas en la vida de Mía están desencajadas, la llegada de Connor, un extrovertido personaje que mantiene una relación con su madre, parece poder traer algo de calma a su hogar. Por otro lado, desemboca en algo peor y le dará a Mía la decepción que no necesitaba. Connor es interpretado por un rostro conocido, el actor Michael Fassbender, quien dejó su marca en la pantalla grande gracias a la reciente creación de Tarantino, Bastardos sin Gloria. El Rebelde Mundo de Mía es una pequeña historia, narrada correctamente, y las actuaciones acompañan, pero el argumento quizás quede chico para los conflictos que se suelen ver de manera cotidiana.
A punto de explotar La difícil vida de una chica de 15 años, explorada en este filme de Andrea Arnold. Esa especie de subgénero que es el realismo social británico ha dado para todo tipo de películas, desde obras maestras indiscutibles (los primeros filmes de Ken Loach, Stephen Frears o Shane Meadows, la obra de Alan Clarke, etc.) hasta experimentos insoportables en miserabilismo (lo más reciente de Mike Leigh, sin ir más lejos) y/o condescendecia. Pero seguramente dio pocas películas como El rebelde mundo de Mia . Obviando el desafortunado título local (el original es Fish Tank ), el filme es un conciso, poderoso, original y muy inquietante retrato, sí, de una familia de clase baja de un suburbio, con madre soltera alcohólica y sus dos hijas, con noches de sexo y violencia, un amante posiblemente peligroso y una protagonista siempre al borde hacer algo extremo. Pero más allá de que esos “estereotipos” de la vida de pueblo chico inglesa, lo que la directora Andrea Arnold ofrece es un retrato de una chica de 15 años (encarnada por la debutante y muy talentosa Katie Jarvis) a la que no resulta fácil catalogar. Con algo del personaje de Rosetta de los hermanos Dardenne (clara influencia en la directora de Red Road ), Mia vive peleada con el mundo: discute a los gritos con su madre, tiene pésimas relaciones con sus pares y sueña con transformarse en bailarina de hip-hop, llevando su grabador a todas partes aunque lo suyo va más por descargar agresión a través del baile que por tener real talento para la cuestión. El conflicto estallará del todo con la aparición de Connor (el muy de moda Michael Fassbender, de Bastardos sin gloria ), un hombre que su madre trae a su casa, que se convierte en su nueva pareja y que, en una inesperada vuelta de tuerca para este tipo de películas, hasta parece un buen tipo y todo. La que no vive bien esa situación es Mia. Bien por celos o bien por la obvia atracción que le produce, empieza a interesarse más de “lo permitido” por Connor, por más que el tipo resista una y otra vez sus avances. Lo que pasará luego testeará los límites de la convivencia familiar y de la empatía del espectador con Mia -que va poniéndose cada vez más agresiva-, pero Arnold siempre elegirá rutas poco transitadas para contar su historia, aún cuando le sale mal, como una subtrama en el que Mia quiere liberar un caballo blanco, encadenado, que pide a gritos llamarse Metáfora. Arnold le escapa al paternalismo, a la condescendencia, a juzgar rápidamente a sus personajes por las apariencias y entiende que en ellos conviven gestos nobles y otros muchos más discutibles. Y que esa ambigüedad, esos grises, son los que los tornan reconocibles y humanos.
Rebeldía que se diluye El galardonado segundo opus de la directora británica se “normaliza” después de una primera media hora cruda e intensa. Parece algo excesiva la recepción que este film británico tuvo desde el momento mismo de su presentación en sociedad, ya que resultó ganador de buena cantidad de galardones internacionales, entre ellos el Premio Especial del Jurado otorgado en Cannes 2009. Opus 2 de la realizadora Andrea Arnold (ganadora del Oscar al Mejor Cortometraje, en 2002), Fish Tank, tal el título original, se pone interesante cuando sintoniza con el espíritu camorrero de su protagonista, una chica de 15 que parece en estado de pelea con el mundo. Pasada la cruda e intensa media hora inicial, la película parece esperar de ella que se convierta en una chica como las demás, convirtiéndose de a poco, la película misma, en una como las demás. El rebelde mundo de Mia (teniendo en cuenta que Juno se estrenó aquí con el título La joven vida de Juno, puede presumirse que si Los 400 golpes se reestrenara en la Argentina le pondrían La callejera infancia de Antoine) entronca resueltamente con el realismo social, tradición central del cine inglés durante el último medio siglo. Con un padre ausente, una madre platinada de peluquería y una hermana menor con la que se intercambian puteadas las pocas veces que se cruzan, Mia es una chica de interior (la película transcurre en los arrabales de Essex) que, tras haber sido expulsada del cole, no tiene mucho para hacer. Como la otra gran tradición inglesa que la película hereda es la del punk (dicho en sentido existencial, no musical), al no tener mucho para hacer, lo que Mia hace es pelearse con la mamá, la hermana, las amigas y quien se le cruce. La mamá mucho no ayuda: “¿Sabés que yo no quería tenerte? Intenté abortar”, le comenta así como al paso, mientras está de fiesta en casa con amigas y amigos. Fuera de casa, Mia no se esfuerza mucho en hacer amigos. A una que baila en la calle la provoca y le pega un cabezazo en la frente. Después ve una yegua atada e intenta soltarle el yugo a adoquinazos. Vienen los dueños, la corren y parecen a punto de violarla. Mia logra zafar... y al día siguiente vuelve, con un martillo. Todo eso sucede en esa primera media hora, en la que la película cobra su mayor interés. Como la de unos Dardenne menos nerviosos, la cámara de Arnold no se despega de la chica, la sigue de aquí para allá, se contagia de su energía. Su obstinación a toda costa recuerda, por otra parte, a los chicos de las películas de Kiarostami, que cuando se les mete algo en la cabeza, no paran. Pero entonces sucede que mamá aparece un día con novio nuevo (Michael Fassbender, el crítico de cine de Bastardos sin gloria), y el tipo resulta ser muy atractivo. Lo que viene de allí en más es un film de iniciación y un drama de rivalidad madre-hija infinitamente más estándar. Como a su vez la realizadora no parece empeñada en sostener sus premisas con demasiado rigor (la crudeza visual da paso a exquisitismos fotográficos, el pragmatismo conductista deriva en alegorías con peces, caballos y globos), El rebelde mundo de Mia va perdiendo rebeldía a cada paso. Lo mejor terminan siendo las actuaciones. En la mejor tradición del realismo social inglés, son todas excelentes. Empezando, claro, por la protagonista, Katie Jarvis, que si algún día la BBC produjera una versión británica de la saga Millennium, sería una perfecta Lisbeth Salander.
Diamante en bruto La directora británica Andrea Arnold ganó multitud de admiradores y algún que otro premio en el Festival de Cannes de 2006 (se alzó con el gran premio del Jurado), gracias a Red Road, un thriller cargado de alto voltaje erótico donde una mujer cobraba venganza de un viejo amor gracias a su trabajo en Glasgow como vigilante de las cámaras de seguridad del ayuntamiento. Ahora nos llega Fish Tank (cuya traducción castellana sería algo así como cisterna de peces), traducción porteña para El rebelde mundo de Mía, reconocida igualmente en el certamen francés. Se trata de un drama social tan bucólico como mugriento, donde asistimos a un clamoroso y magnífico trabajo de la debutante Katie Jarvis (descubierta a los diecisiete años en una estación de tren), quien interpreta a Mía, una adolescente de temperamento feroz que pasa su tiempo entre continuos enfrentamientos familiares contra su abusiva madre,y su contestataria hermana pequeña y entrenamientos de hip hop en un destartalado apartamento, ya que tiene la secreta ilusión de convertirse en bailarina profesional. El resto del tiempo lo pasa vagabundeando por las calles de Essex, un condado situado al este de Inglaterra, entrando en constantes conflictos con los vecinos del lugar. Son impagables las escenas donde la protagonista se enfrenta verbal y físicamente con el grupo de chicas que no permiten que entre a formar parte de su conjunto de baile, o aquélla en la que Mía se cuela en una propiedad privada con la intención de soltar a un rocín famélico y es sorprendida por los dueños del solar, quienes no dudan en asustarla simulando una violación. La actriz británica carga sobre sus hombros con el peso de la historia, con la cámara pegada a ella durante todo el metraje como si se tratase de una película de los hermanos Dardenne: la estructura del film nos recuerda en más de un aspecto a Rosetta, la más reconocida de las obras de estos directores. Con el apoyo de actores experimentados, como Kierston Wareing (la protagonista de Free world, de Ken Loach) y el alemán Michael Fassbender (Bastardos sin gloria, Hunger) Katie Jarvis irradia la pantalla. Igual de detestable que encantadora, tan frágil como indestructible, la actriz sabe inyectar a su personaje altas dosis de riqueza y complejidad, lo que en definitiva dota de eficacia el conjunto y la labor de su directora, quien se consolida como una de las voces más originales del cine británico actual gracias a este inolvidable cuento sobre la inocencia perdida. Se ha de agradecer mucho que la realizadora no cargue las tintas en el aspecto emocional y que no caiga en un sensacionalismo que no le hubiera venido nada bien al desarrollo de la historia. Muy al contrario, la crudeza y realismo de sus imágenes tiñe cada fotograma, ganando en profundidad y sustancia. Y así el espectador tan sólo puede observar atónito como Mía sufre las consecuencias de los avatares propios de su adolescencia de forma brutal, sobre todo en cuanto a la relación que se establece entre Connor, el nuevo novio de su madre, y ella. Cuando Connor aparece por primera vez en la acción, Mía reacciona como un ciervo encandilado ante lo que parece ser una figura paterna recién adquirida. Pero a medida que los encuentros se sigan produciendo, lo que parecía ser un sentimiento bondadoso mutará progresivamente en una inquietud y ansiedad incómodas que acarreará gravísimas consecuencias luego. El mayor acierto de Arnold, en este caso, es jugar muy acertadamente con las ambigüedades derivadas del relato: ¿Cuáles son las intenciones reales de Mía y Connor? ¿Ella tiene conciencia de la tela de araña que se va tejiendo a su alrededor? Las líneas nunca quedan claras, y la curiosidad malsana del atribulado espectador crecerá a medida que avanza el metraje. A pesar de su truculenta y sórdida temática, El rebelde mundo de Mía se destaca por su minimalismo y su calidez. Hay mucho para admirar: desde un guión fantástico, pasando por una fotografía de gran nivel y unas interpretaciones portentosas. No nos extraña entonces que haya arrasado en los premios Bafta y en los Brittish Independent Films Awards consiguiendo nada menos que el premio a la mejor película y a la mejor directora y actriz, respectivamente. Además de adjudicarse el Premio a la mejor película Europea de la temporada, galardón completamente merecido.
Sutileza en el retrato de una adolescente En unas pocas imágenes al comienzo, la inglesa Andrea Arnold -ganadora del premio del jurado en Cannes con este film- describe los personajes y el ambiente en que se desarrollará su historia y anticipa el estilo conciso y ceñido que adoptará el relato. Es un suburbio de Essex donde viviendas populares sobreviven entre el ruinoso panorama posindustrial y los márgenes del campo. Por allí vagabundea Mia con su gesto brusco, su desorientación y su vaga cólera lista a manifestarse ante el primer contratiempo; quizás anda en busca de algún rincón donde poder entregarse a ensayar sus modestos pasos de hip hop, la única actividad que aparentemente le da placer. A los 15 años es toda confusión y hostilidad: no hay lugar para ella en la escuela, ni entre sus pares, que la rechazan; ni siquiera en casa -la claustrofóbica pecera del título original- donde las relaciones -con una muy avispada hermanita menor y una madre alcohólica demasiado ocupada en atender su propia vida sexual- suelen establecerse en términos de violencia, aunque en cierto momento pueda intuirse que bajo la indiferencia o el desapego existe alguna conexión afectiva entre ellas, mezcla de compasión, solidaridad y pena. Arnold se interna en el mundo de Mia observando su conducta pero también buscando en el lenguaje de las imágenes (notable trabajo de Robbie Ryan) un equivalente de sus estados de ánimo. En ese sentido, puede excederse a veces en su voluntad metafórica (como en el episodio del caballo o el pez ahogándose fuera del estanque), pero a ese primer gran acierto (la pintura del ambiente de clase baja que puede remitir al cine de Ken Loach, aunque sin intención de crítica social), debe sumarse la sutileza con que expone el proceso de maduración que Mia experimenta a partir de la aparición del nuevo y apuesto novio treintañero que la madre instala en casa y que le presta una atención que nunca recibió antes. La aparente indiferencia inicial de la chica encubre su perturbación interior: la infantil necesidad de cariño se confunde en ella con el despertar del deseo: la tensión crece. Arnold la administra con maestría y destapa la vulnerabilidad de su personaje con trazos tan sutiles que el retrato resulta, aunque duro y lacónico, persuasivamente conmovedor. No se sabe si la debutante Katie Jarvis es una actriz prodigiosa o se representa a sí misma, pero su presencia es fundamental: un hallazgo de casting, lo mismo que la elección de Michael Fassbender para el papel del carismático galán. Sus labores y las del resto del elenco hablan de la mano firme de la joven cineasta como directora de actores.
Alabada en el último festival de Cannes con el premio del jurado, Fish Tank es un film intimista que nos expone en forma real y creíble la vida de una adolescente quinceañera que vive con su madre- de actitud tan adolescente como ella, o más- y una hermana menor a la que no soporta. Y si bien es aberrante esto de las comparaciones, no puedo menos que pensar en la última Precious de Daniels con la cual este film inglés guarda algunos puntos de contacto: la pésima relación con su madre, problemas de aprendizaje (de hecho durante el film aparece también la idea de una educación especial para la protagonista) y una especie de ensoñación o evasión que viene de la mano de la música. Pero lo que en la primera parecía una saturación ya de contratiempos, en esta el realismo con el que se presenta es soberbio. Cabe destacar acá la estupenda labor de Katie Jarvis, que personifica a Mia, una actriz novel a la que la directora- Andrea Arnold- vio discutir en la calle con su novio e inmediatamente le ofreció el papel. Es que es impresionante ese gesto siempre adusto, enojado, sombrío de la quinceañera a la que la vida la está criando sola. Fish tank, como su nombre lo indica, sumerge al espectador en una inmensa pecera donde 1 solitario pecesito va y viene perdido y aburrido en un mundo escueto. Sofoca por momentos y hasta molesta ciertas actitudes de la protagonista, nos molesta tanto como las actitudes de muchos jóvenes que como ella, van por la vida como pueden usando la agresión como único lenguaje posible para hacerse entender. El film se presenta con una narrativa lineal, pausada pero entendible. Si ha algo que no se le puede achacar a este film es que sea pretencioso o retórico. Aquí el conflicto y cómo se mueve su protagonista es el ojo de la tormenta que se desatará más tarde sin dramatismos histéricos ni golpes innecesarios. Desde ese punto de vista, la película de Arnold es inmejorable. Aquellos que gusten del cine independiente a rajatabla, este es uno de esos films donde pareciera que no se cuenta nada, que lo evidente está a la vuelta de la esquina todo el tiempo, que no vemos nada interesante, su ritmo lento pareciera exasperar por momentos. Sin embargo a diferencia de El silencio de Lorna- hoy estoy con ganas de comparar sepan disculpar- este film tiene ciertamente actitud inglesa pero con mucha vena, mucha fibra que le faltaba a esa Lorna inexpresiva a la que no podía (yo al menos) llegar a indagar como quería. Fish tank es un film simple que por momentos aburre, hay que admitirlo, pero su simpleza nos conduce por la vida de Mia de forma precisa, sin alardeos vacuos ni estereotipos aberrantes. Es lenta, es simple, pero es humana a más no poder. Uno de esos films que uno termina de ver un poco indiferente y de pronto va procesando hasta quedar pegado.
En toda película con conflicto de familia disfuncional hay una lógica que nunca se altera pero afortunadamente ese no es el caso de esta película donde la debutante Katie Jarvis se luce en un rol dotado de matices y de gran exposición emocional. La directora Andrea Arnold confirma la precisión a la hora de dirigir, como ya lo había demostrado en la sugestiva Red road. En este caso moviéndose por los recovecos de lo políticamente incorrecto evitando caer en lugares comunes y con un fuerte despojo de sentimentalismo que le permite tomar la distancia justa en el retrato crudo de sus personajes y situaciones…
Una vida al límite que revela a Katie Jarvis, una actríz con gran futuro Este personaje, que le da nombre al titulo, aquí en Argentina, originalmente sería “La Pecera”, es una joven de 15 años, en apariencia rebelde, más cercana a un trastorno limite de personalidad, que vive en un departamento tipo monoblock, a las afueras de Essex. Esto desde el punto de vista de un narrador omnipresente, no es ingenuo y mucho menos casual. Esta “pecera” es un micromundo con un limite muy preciso, pero transparente, donde la sensación de afuera o adentro sólo se concreta con la acción de la trasgresión de ese limite. Si estamos hablando de una “borderline”, tal el término en ingles de la patología de la joven, también estamos haciendo referencia a la ubicación geográfica en donde se desarrollan las acciones, no es la ciudad propiamente dicha, ni es el campo a pleno. Mía (Katie Jarvis) vive allí con su madre Joanne (Kierston Wareing) y su pequeña hermana Tyler (Rebecca Griffiths). En un micromundo constituido sin la menor intención, ni proyecto, es dable suponer que la disfuncionalidad esta a la orden del día. Su madre es otra adolescente, con todo el peso de la palabra, no puede constituirse como madre, sólo lo hace desde una faceta biológica y etaría. El presente y el futuro de esta joven es tan desolador como uno podría presumir sería su diagnostico y pronostico. Lo que es común en las tres mujeres, repetitivo desde la necesidad, pero diferenciada en las formas es la búsqueda de afecto. De las relaciones peligrosas con sus pares, entre celos y lealtades construidos y sostenidos por la música y el baile, como elementos de identificación adolescente, hasta la perturbadora relación con el nuevo novio de su madre, Connor (Michael Fassbender) es que va circulando por la vida y como puede Mía. Ella tiene un sueño, ganar un concurso de baile de Hip Hop, lo que le daría la posibilidad de alejarse de ese “mundo”, y para ello cuenta con el apoyo incondicional de este nuevo personaje que entro en su vida. A todo esto se le va a sumar un joven tan marginal como ella, miembro de una familia de gitanos, quien si tiene la posibilidad de dar y recibir afecto. La estética utilizada por la realizadora, va de la mano del mundo que quiere retratar, cámara en mano, la utilización de planos secuencias con el sólo fin de seguir a su personaje, y en otros momentos con un diseño de montaje quebrado, como si las escenas no terminaran, sino que se cortan. También el diseño de arte esta en consonancia con la historia y el espacio, en algún punto haciendo recordar al mejor Ken Loach. Otro dispositivo importante es la fotografía mayormente de tonos fríos, aplica a lo distante del personaje, a lo mismo que la banda de sonido, que incluyendo el tema musical “California Somnolienta” entra en el mundo más intimo de Mía y que esta jugado desde su deseo y su fantasía. Para destacar o subrayar por sobre todas las cosas el nivel actoral de esta producción, principalmente en la, de ahora en más a tener en cuenta, joven Katie Jarvis, quien compone de manera magistral a su personaje. Calificación: Muy buena (Lic. Héctor Hochman). * * * * * * * * * * Información complementaria Apreciaciones de Andrea Arnold “Todas mis películas parten de una imagen. Generalmente, se trata de una imagen fuerte, cuyo origen desconozco. Al principio no entiendo su significado, pero quiero saber más y empiezo a profundizar. Así es como empiezo a escribir los guiones. Desde el primer momento, me propuse reunir el mayor número posible de actores no profesionales. Para el papel de Mia, quería a alguien auténtico, que no tuviera que actuar sino que simplemente fuera ella misma. Yo buscaba a una joven a medio camino entre la infancia y una edad adulta. Fue muy difícil, porque muchas chicas de 17 y 18 años son ya adultas. Cuando ves la película, Katie Jarvis tiene un aire más juvenil, más frágil, que en la realidad. Me he dado cuenta de ello durante el primer montaje y ha quedado reflejado mucho mejor de lo que podía imaginarme. Descubrimos a Katie Jarvis (17 años) cuando ya habíamos visto a una serie de chicas que nos enviaron algunas agencias y clubes de baile y habíamos extendido la búsqueda a la región de Essex y habíamos recorrido las casas de juventud, los mercados, los centros comerciales... todos los lugares donde podríamos encontrar adolescentes. Descubrimos a Katie en la estación de Tilbury Town, mientras discutía con su chico. Cuando la abordamos, ella no se creyó que se tratara realmente de un rodaje y no quiso darnos su número de teléfono. Katie tiene una energía desbordante, pero también tiene una parte de fragilidad e inocencia que nos interesaba. Es originaria de la región en la que íbamos a rodar, y nos pareció muy auténtica. Nunca había actuado y no había hecho nada de baile, de hecho no sabía bailar y no le gustaba. La primera vez que le pedí que bailara un poco, no se atrevió. De repente, salimos de la habitación y dejamos la cámara rodando para que pudiera bailar sola. Al visionar la cinta, me di cuenta de que, aunque no sabía nada de baile, era realmente ella misma cuando bailaba. No tenía ni caretas ni pretensiones. Era capaz de ser ella misma, incluso cuando hacía alguna cosa que no le gustaba. Me dije que valía la pena arriesgarse. Yo no estaba nada segura de que aquello pudiera funcionar, puesto que Katie no tenía ninguna experiencia como actriz, pero de todas formas yo estaba segura de que sería ella misma, que es lo que contaba para mí. Katie ha sido muy valiente en muchos aspectos, porque tenía que acostumbrarse a muchas cosas. Estaba en todas las escenas y algunas veces eso era duro para ella. Pienso que ha ido madurando a lo largo del rodaje, que ha cambiado un poco. Lo hizo muy bien, y creo que quiere seguir actuando. Ahora, incluso tiene un representante. Para el personaje de Connor, no pensé de inmediato en Michael Fassbender. Al principio, me propuse que todos los papeles fueran asignados a personas no profesionales, pero luego me dije que sería interesante trabajar con un actor profesional y enfrentarlo con la inocencia de Katie, porque eso podría repercutir en su relación en la película y funcionar. Fassbender me parecía perfecto para el papel, y siempre confío en mi instinto. Fue valiente al hacer esta película porque no entregué previamente el guión ni a él ni a nadie y no sabía qué podía esperarle, pero yo quería rodar con continuidad, para que cada uno fuera descubriendo la historia a medida que se iba desarrollando el rodaje. Esto era especialmente importante para Katie porque yo quería que ella supiera todo el tiempo dónde se encontraba. Además, yo no quería que nadie añadiera nada significativo a lo que íbamos haciendo, y como ningún actor sabía lo que iba a pasar a continuación, todos tenían que contentarse con trabajar la escena en la que estábamos, sin intentar saber más. En cierto modo, como pasa en la vida misma, creo yo. No sabemos lo que va a pasarnos dentro de una hora o al día siguiente, y yo quería que cada instante tuviera esa inocencia. Michael se adaptó perfectamente a este método y se tomó las cosas con serenidad. Ni hubo que ensayar ni discutir, simplemente trabajamos tomando las cosas como venían. Kierston Wearing, que interpreta a Joanne, la madre de Mia, me gustó desde el primer momento y sentí que la conocía desde siempre. Es una sensación muy agradable y le ofrecí el papel sin dudarlo. Resulta que Kierston se había criado en la región en que rodamos y ése era sin duda un aspecto que me interesaba. Tenía una autenticidad increíble, desde su acento hasta su personalidad. El rodaje de "Fish tank" se desarrolló durante seis semanas en el verano de 2008, en Essex, al este de Londres. Al escribirla, pensé en el estuario de Kent, que conozco bien, pero me decidí por Essex porque sabía que había paisajes parecidos. Rodamos mayoritariamente en un bloque donde estaría la casa de Joanne y Mia. En general, los equipos de rodaje son muy arrogantes y se comportan como si los lugares que ocupan les pertenecieran. Yo esperaba que los habitantes se quejaran de nuestra presencia y nos mandaran a freír espárragos, pero no pasó nada de eso. En esos bloques de viviendas hay mucha gente, muchos niños, mucha energía. No los veo como malos sitios, y a pesar de que hay el tópico de que esos edificios son horribles, no lo son en realidad. Siempre hay presión para tener el título de la película cuanto antes, pero yo necesito sentir antes la película. En el acuario, en ese espacio que muestra "Fish tank" (acuario) hay mucha vida, y este título es una buena metáfora.” (Trascripción del material de prensa recibido). * * * * * Sobre la realizadora Andrea Arnold, nacida el 5 de Abril de 1961, es una realizadora inglesa ganadora del Oscar, y ex actriz. “Red Road” (2006) fue su primer largometraje. Se hizo conocida como actriz y presentadora en el show televisivo infantil “No. 73”. Este show emitido en los ochenta por ITV los sábados por la mañana, en el cual personificaba a Dawn Lodge, programa que tenía la combinación usual de música, concursos y dibujos animados, formula característica de los programas ingleses para niños de los sábados por la mañana en los ochentas. En 1988 “No. 73” se convirtió en “7T3”, mudando el set de una casa londinense a un parque temático. En 1990 era presentadora y guionista de un programa educativo para adolescentes sobre el medio ambiente, “A Beetle Called Derek”. En 2005, ganó un Oscar por su cortometraje “Wasp”. “Red Road” ganó un premio BAFTA en 2007 a Mejor Ópera Prima, y se la ha asociado con obras de reconocidos directores como Michael Haneke y Lars Von Trier. Es la primera parte de una trilogía conceptual titulada “Advance party”, dirigida por distintos directores de primeras películas y gestada por Lars Von Trier, Lone Scherfig y Anders Thomas Jensen. Al igual que el Dogma 95, los tres filmes se deben realizar según una serie de reglas estrictas: deben ser filmados digitalmente, en locaciones ubicadas en Glasgow durante seis semanas y usando los nueve personajes (y los actores que los interpretan) ideados por los guionistas daneses Lone Scherfig y Anders Thomas Jensen. Como realizadora a concretado cinco producciones a la fecha. Tres cortometrajes: “Milk” (1998), “Dog” (2000) y “Wasp” (2003), este último gano 38 premios internacionales, incluido el Oscar al Mejor Cortoimetraje. Dos largometrajes: “Red Road” (2006), y “El mundo rebelde de Mia” (“Fish tank”, 2209) galardonada con 16 premios internacionales, entre ellos el Premio del Jurado en Cannes 2009, los Premios BAFTA 2010 Mejor Film Británico, y los premios Mejor Film Británico, Mejor Director Británico, Mejor Actor Secundario (Michael Fassbender) y Mejor Actriz Joven (Katie Jarvis) por parte del Circulo de la Critica de Londres.
En El rebelde mundo de Mía la respiración agitada se escucha, se siente y está vinculada con la obsesión por el baile, con alguna huida y con el deseo reprimido, tópicos que van construyendo la cotidianeidad de su gris vida en la periferia de Essex Siempre que se habla de “respiración” en el cine se lo hace de manera metafórica, queriendo destacar el tiempo de la narración, su aliento. Pero pocas veces como en El rebelde mundo de Mía, la respiración se convierte en un elemento dramático a partir de un intenso trabajo con el sonido. La respiración es la de Mía (la notable Katie Jarvis), adolescente de clase trabajadora involucrada en todo tipo de conflictos, peleada con su madre y su pequeña hermana, fanática del hip-hop y con deseos de convertirse en bailarina. Pero El rebelde mundo de Mía es un drama y, para más datos, uno de esos vinculados con el realismo sucio británico. Por eso no habrá aquí posibilidad de cuento de hadas: el miserabilismo y la sordidez estarán a la orden del día. Decíamos de la respiración. La directora Andrea Arnold (que con este film obtuvo premios internacionales, Cannes sobre todo) trabaja esto de manera expresiva, a partir de poner en primer plano sonoro las exhalaciones de la protagonista. Aquí, la respiración agitada puede estar vinculada con la obsesión por el baile, con alguna huida o con el deseo reprimido, tópicos que van construyendo la cotidianeidad de su gris vida en la periferia de Essex. A Mía, en plena edad del despertar sexual, la respiración se le agitará, más aún, con la aparición de Connor (Michale Fassbender), el novio de su madre. La forma en que la directora muestra esto, cómo pone la cámara continuamente detrás de la protagonista, asemeja al film con algo del estilo de los Dardenne. Y es precisamente este vínculo el que deparará los mejores y los peores momentos de El rebelde mundo de Mía (de hecho lo de Mía con su madre y su hermana no sobrepasa la explotación de la disfuncionalidad ya cientos de veces vista, sobre todo en este tipo de cine británico). Arnold trabajará la relación, durante muchos minutos, en el límite de la ambigüedad: nunca sabemos bien qué pasa por la mente de ambos personajes, pero Mía y Connor se tienen un aprecio especial, con brotes de ira por parte de ella que bien pueden significar más amor que odio. Para más detalles, estamos en un núcleo familiar donde lo afectivo no encuentra cauce, los maltratos son cotidianos. Esos pasajes, los mejores, llegarán al clímax con una escena notable, donde una actitud aparentemente reprobable es mostrada con la mayor naturalidad del mundo y con conciencia por parte de los protagonistas. Pero a partir de ahí el film se enredará. Si bien disimuladas y aligeradas, algunas condenas comenzarán a caer sobre los personajes, que parecen no tener forma de salir de su universo reducido y sórdido. Y, para peor, se sumarán elementos (un caballo, un pescado, un perro, un globo) que tienen todos los números para convertirse en metáforas sobre las etapas que va quemando Mía, aceleradamente. Habitualmente este tipo de películas, con un personaje principal tan fuerte, pierden espesor cuando abandonan ese punto de vista. No es este el caso, ya que Mía permanece constantemente en plano. Lo que falla aquí es la sobreescritura del guión, en donde cada movimiento de los personajes se descubre a posteriori como una manipulación para que ese mundo sin salida no sufra ninguna modificación. Uno duda, por la forma en que Arnold trabaja determinadas instancias, que ese haya sido el deseo de la directora, pero hay por momentos un regodeo en el miserabilismo y una condena excesiva, que impide darle mayor aire a la historia y animarse a dejar algunas situaciones en el marco de la indefinición: la ambigüedad le sentaba bien. Al final de todo, un globo con forma de corazón, por si hacía falta, nos explicará lo que no entendimos.
Hip-hop de arrabal. El rebelde mundo de Mia es una de esas películas que, más allá del relato particular, transmiten la sensación de estar inscriptas en su tiempo. Andrea Arnold capta, en un barrio obrero al este de Londres, una porción del mundo contemporáneo que utiliza como telón de fondo para contar la historia de Mia, una adolescente rebelde de quince años cuyo único objetivo parece ser no dejarse domesticar. Mia detesta a sus compañeras de colegio, a su madre inmadura y a su pequeña hermana con quien practica el insulto como deporte. Con los nervios a flor de piel y la amenaza latente de un centro de internado escolar, la joven se refugia en un departamento deshabitado, pone el volumen al máximo y ensaya una rutina de baile hip-hop. La danza expresa su rabia y su deseo de huir del lúgubre suburbio. La escritura precisa, ajustada y sensible de Arnold genera diálogos contundentes, aunque también dosifica el humor a través del personaje de la hermanita que, con su entusiasmo y sus expresiones alambicadas, logra que la narración sea más ligera. El diario de Mia se perturba de la noche a la mañana con la llegada del nuevo amante de su madre. La película abandona el realismo social característico del último cine inglés para internarse en terrenos más escabrosos que bordean la anarquía moral. Arnold transita el peligroso territorio de los fantasmas prohibidos de una adolescente en pleno descubrimiento de su libido, y se atreve a erotizar su mirada hacia el hombre que se acuesta con su madre. La directora hace foco en esta relación ambigua, que desplaza el interés de la pintura social que se dibuja en torno a Mia. El hombre en cuestión propone un día de campo al trío femenino, se muestra asombrosamente paciente y establece una complicidad con la joven. En lugar de quedarse a mitad de camino, la película toma un rumbo inesperado, empujando al personaje de Mia hasta extremos que yacían bajo la provocación verbal y el mal humor. La puesta en escena muestra una suerte de realismo bruto que no cede nunca a la dramatización excesiva. Sin embargo, el cuidado formal no va en detrimento del peso emocional del retrato. La directora entrega magníficos primeros planos de sus actores, sobre todo en una escena cargada de tensión en la que Mia baila delante del amante de su madre. La directora crea ambientes íntimos, con un notable manejo del espacio, dentro de un departamento familiar que impresiona por su promiscuidad. La poesía sobria de las escenas de exteriores se manifiesta en las fábricas, en los coches rotos y en los paisajes tristes donde evoluciona la protagonista. Andrea Arnold construye personajes cargados de matices y teje sus relaciones con inteligencia, Mia resulta en ocasiones insoportable pero inspira una constante empatía (un logro que corresponde en parte a la actuación intensa y natural de la joven Katie Jarvis). El rebelde mundo de Mia es una película seca, sin concesiones y con un crescendo emocional que en su punto culminante incluye uno de los grandes momentos cinematográficos del año: la espléndida escena de reconciliación entre Mia y su madre, resuelta con un par de sonrisas y unos modestos pasos de hip-hop.
LOS CHICOS (NO) ESTÁN BIEN Mia respira jadeando, agitada. Acaba de terminar de repasar una coreografía de hip-hop que parece disfrutar. Tiene 15 años, es rebelde, machona y peleadora, tanto como para darle un cabezazo a cualquier chica del barrio que le haga frente. En los desolados suburbios, cerca de su departamento, hay una yegua vieja encadenada, que Mia intenta liberar, pero nunca puede romper el candado que la tiene presa. Su madre, que luce como una hermana mayor (por lo joven, por cómo se viste, por cómo fuma y bebe constantemente) la trata de mentirosa y de puta y no le presta atención. Mia no tiene nada que hacer, más que ver videos, tomar cerveza, escuchar música y practicar “coreos”, siempre con su viejo jogging gris. Su hermanita menor no hace más que mirar tele, fumar y jugar con su perro. Son una familia de 3 mujeres solas de clase obrera, abandonadas, con una existencia aparentemente sin objetivos ni metas a la vista, más que la subsistencia diaria. Un día hace su aparición Connor, el nuevo novio de su madre, un atractivo hombre que jugará el rol de hombre de la casa, y ensayará una figura paterna para esa casa habitada por mujeres, confundiendo a Mia y alterando su comportamiento. Ella es una adolescente vacilante, que no ha conseguido adaptarse al sistema educativo, y mucho menos articularse con la gente de su edad. Su juventud está siendo un ciclo complicado, algo en lo que no ayuda la mala relación con su familia. Forzada a convivir con el novio de su madre, la joven irá cayendo en un barranco, a pesar de que Connor ha prometido llevar el amor a esa casa, aunque los límites se vayan traspasando paulatinamente, sin retorno... "Fish tank" es una de las sorpresas independientes de este año, especialmente por ganar el BAFTA al mejor filme británico y alzarse con el Premio del Jurado en Cannes. La cámara en steady cam sigue a la jovencita en su deambular por la vida, casi nunca dejándola sola. Cuando la yegua que estaba atada finalmente es sacrificada, uno de los personajes le dice a Mia: “Tenía 16 años, le llegó su hora”. Inevitables asociaciones surgen, al ver a Mia quebrarse por primera vez y llorar casi sin consuelo. La directora Andrea Arnold quería mezclar en su casting la frescura de los actores no profesionales y el talento de los consolidados, pero nunca imaginó que encontraría a su rebelde protagonista en plena calle. Katie Jarvies estaba discutiendo con su novio cuando alguien se le acercó para proponerle ser actriz, convirtiéndola en la protagonista absoluta de “El rebelde mundo de Mia”, una película tan bella como desoladora, angustiante y desesperanzada. No por nada madre e hijas bailan al son de una canción que reza “La vida es una putada y después te mueres, por eso nos drogamos, porque no sabes cuándo te irás”.
Esta historia dolorosa tiene como protagonista excluyente a Katie Jarvis, excelente actriz lookeada en un estilo demasiado similar al de la cantante Lily Allen (¿algún tipo de mensaje subliminal?). La historia pone su foco en la juventud a la deriva, en los padres que aún no han podido resolver que quieren hacer con sus vidas y por consiguiente en los desbordes que esta falta de contención produce en sus hijos.