Sara vive con su pequeña hija Olivia en una zona rural de Entre Ríos, cerca de unos campos de soja. Un día la beba empieza a presentar síntomas que darían a entender que se intoxicó con agrotóxicos. La nueva película de Emiliano Grieco nos presenta la exposición de una problemática compleja a partir de una historia particular, que puede ser universalizada hacia otras personas. Es un film de denuncia donde no solo se muestran las consecuencias de los agrotóxicos en la salud, sino también las amenazas de aquellos involucrados hacia los denunciantes (tanto las familias perjudicadas como los médicos que tratan estos casos). Se puede ver la impunidad con la que actúan las empresas, sin ningún tipo de límite. Al mismo tiempo, observamos la lucha de una madre soltera por conseguir los medios necesarios para trasladar a su hija a Buenos Aires. La protagonista, Daiana Provenzano, hace una buena labor al retratar a esta joven desesperada, mientras que la beba se comporta muy bien. Es muy difícil trabajar con niños y ella responde muy bien a los estímulos presentados. De todas maneras, esta lucha por momentos le termina usurpando el lugar central que ocupa la denuncia y las consecuencias del uso de contaminantes. Si bien funciona como una buena subtrama y se relacionan de una forma coherente (sin dinero no puede tratar a la hija) en un pasaje del film esta historia corre un poco el eje central del relato y se pone en un primer plano. La música cumple un rol fundamental a la hora de generar un clima de tensión constante, provocándonos esa sensación de que en cualquier momento algo va a suceder. En síntesis, “El rocío” es una película que expone una problemática grave a partir de una historia emotiva. Sin embargo, por momentos se siente que la subtrama cobra mayor importancia que la denuncia.
Una brisa que envenena Basta una escena para introducirse de lleno en la lucha silenciosa de la protagonista de este relato que crece de manera dramática a medida que transcurre el tiempo. Las poblaciones aledañas a espacios donde se fumiga indiscriminadamente, en pos de un rendimiento de la producción, en detrimento de la salud de la gente ocupan el centro de un debate que muchas veces gana conocimiento público por estar en juego intereses contrapuestos y realidades distintas. La necesidad de un trabajo por encima de las consecuencias que genera ese fin muestra claramente dos caras de una moneda, que ya fue lanzada sin preguntar por anticipado. Lanzada por la codicia y con una amenaza latente a la destrucción parcial del ecosistema. Pero cuando está en juego el futuro de los niños, víctimas de las inescrupulosas maniobras de algunos adultos, el panorama nos traslada a una sensación de pérdida mayor y donde el tiempo apremia, sin ninguna alternativa posible cuando la maquinaria del capitalismo comienza a marchar y a modificar economías domésticas o alterar la producción de cultivos. El rocío llega a esa premisa, la expande y acuña como motor del conflicto individual pero que representa, sin lugar a dudas, a lo colectivo. Una niña presenta síntomas extraños a partir de tomar contacto con material de fumigación esparcido por el viento. La brisa que llega a su piel con el tóxico hace estragos y complica su cuadro con el correr de las horas. Su madre entonces debe viajar desde Entre Ríos a Buenos Aires para que la revisen médicos de acuerdo al consejo del médico de la salita que la recibió en la guardia de su pueblo (Tomás Fonzi) y así hagan estudios más complejos. Mientras tanto, en las plantaciones de soja continúan fumigando y los apremios económicos obligan a la protagonista a involucrarse en un negocio oscuro. Sobrevivir a cualquier precio es la meta de este drama -sin aditivos de chantaje emocional- y con la violencia creíble de situaciones límite donde quedan bien definidos los roles de villanos y héroes. Sin embargo, gran parte de esta historia de supervivencia en una Argentina real por momentos roza el registro documental y de esta manera los villanos y los héroes se desdibujan como en la propia realidad. Mientras tanto, la brisa que envenena continúa invadiendo a cada uno y pareciese que al viento eso no le importa.
Todo por mi hija Un drama ambiental que tiene como telón de fondo al mundo de los agrotóxicos y el cultivo de soja es lo que propone Emiliano Grieco (Diamante, La huella en la niebla) en su tercera película El rocío (2018), una historia con demasiadas ramificaciones y mucha previsibilidad. Sara (Daiana Provenzano) vive en un campo entrerriano donde la soja es el motor que mueve la economía. Tiene una hija pequeña que tras un accidente doméstico comienza con alguna sintomatología extraña. En pocos minutos la pequeña es diagnosticada de un posible envenenamiento por los agroquímicos con que se fumigan los cultivos, y debe viajar a Buenos Aires. Sara, que no tiene dinero, recurrirá a un narcotraficante, para oficiar como mula, y poder costear el tratamiento de su hija. El punto de partida de El rocío es de por sí atractivo y sobre todo por sus similitudes con un reciente caso real que alcanzó connotaciones mediáticas cuando una mujer termina presa en Bolivia por traficar drogas para poder pagar el tratamiento contra el cáncer de su hijo, que finalmente muere. Pero más allá del planteo inicial, El rocío se desmadra por lo vertiginoso de una narración previsible que abre un abanico de temas innecesarios que vuelven a la historia totalmente inverosímil. En El rocío no solo pasa lo obvio sino que todo termina siendo tan increíble que se pierde la verosimilitud del relato con giros narrativos insostenibles, subrayados, explicaciones y escenas que no solo no aportan nada sino que carecen de sentido dentro de la historia. Filmada con una cámara en mano y con un estilo crudo similar a los hermanos Dardenne en esa búsqueda del realismo social, El rocío es una película fallida, que busca el golpe de efecto sin lograrlo, bien actuada y con intenciones honestas, pero que termina naufragando en un mar decisiones narrativas incorrectas.
La Codicia y la Necesidad. Crítica de “El Rocio” de Emiliano Grieco. Sara vive junto a su pequeña hija Olivia en una zona rural de Entre Ríos, al lado de unos campos de soja, y trabaja en una granja cercana. La niña comienza a presentar problemas de salud debido a los pesticidas usados en los campos, y el médico del pueblo le sugiere ir a Buenos Aires para que le haga unos estudios. Sara va a los campos a quejarse, pero la ignoran; intenta hacer una denuncia policial y no se la toman. Para pagarse el viaje, accede a llevar unas drogas a la ciudad. Por Bruno Calabrese. Cada año en el mundo se intoxican cerca de 3 millones de personas por el uso de agrotóxicos. Mueren más de 220 mil por año. Esto significa 660 muertes por día, 25 muertes por hora. El programa de vigilancia epidemiológica de los Ministerios de Salud y la Organización Panamericana de la Salud en 7 países de Centro América, estima que cada año, 400.000 personas se intoxican por plaguicidas. Naciones Unidas considera que la tasa de intoxicaciones en los países del Sur podría ser unas 13 veces mayor que en los países industrializados, por lo cual declaró a los plaguicidas como uno de los mayores problemas en el ámbito mundial. Para 1991 se calculaba que 25 millones de trabajadores agrícolas sufrirían un episodio de intoxicación por plaguicidas y que éstos serían responsables de 437.000 casos de cáncer y de 400.000 muertes involuntarias. La película de Emiliano Grieco pone sobre el tapete el tema, pero no se queda en los números y estadísitcas. Rocio vive en el medio del campo, sola con su hijo, en una zona de alta exposición a los agrotóxicos. La belleza del lugar contrasta con el veneno que corre en el aire y las condiciones de precariedad en la que viven ambos. El director lo retrata de manera eficiente, con tomas de cortinas que se corren con el viento y un rocio que se ve en el reflejo del sol que entra por la ventana. Luego de eso, la niña, sola en la cama, respirando el aire infectado. Preámbulo perfecto de lo que se vendrá: tos seca, zarpullido por todo el cuerpo y un doctor (Tomás Fonzi) que le recomienda a Sara que vaya a Buenos Aires a tratar a su hija porque en ese lugar no le pueden hacer los estudios correspondientes. Pero le advierte que no le puede hacer un informe sobre el cuadro para derivarla por miedo a represálias. Las condiciones económicas de Sara no le permiten costear el viaje, por lo cual deberá acudir a un extraño dealer que le pagará para traficar droga a la gran ciudad. Más allá de la denuncia por el uso de glifosato, la película plantea las maneras diferentes que pueden conducir a una persona a cometer un ilícito o traspasar el límite de la legalidad. Mientras los terratenientes rurales contaminan los campos para conseguir mayores cosechas de soja, Sara debe haccerlo por una cuestión de necesidad. Su hija requiere un tratamiento, que la precariedad del sistema de salud del lugar donde ella vive no puede brindarle. Por eso se ve obligada a meterse en el submundo del tráfico de drogas, poniendo en riesgo, no solo su vida, sino de quienes viven junto a ella. En la película la moneda corriente es el dólar (todos los negocios que lleva a cabo Sara se llevan a cabo bajo esa modalidad), de esta manera se pone en igualdad de condiciones ambos ilícitos, el de la droga y la producción de soja con productos que están prohíbidos en la mayoria de los países, pero que acá aún es utilizado pero también la peligrosidad de ambas formas de proceder. La desesperación silenciosa de Sara es interpretada por Daiana Provenzano, quien se luce como una madre arrolladora y fuerte. Quien no baja los brazos, ni se calla ante cada injusticias que sucede a su alrededor. Con sus armas, muchas veces en las sombras y sola, con su hija a cuestas casi siempre. Haciendo frente al dueño del campo que envenena a la gente del pueblo y plantándose frente al dealer. Con pocas palabras se carga con el peso dramático de la película. Tomás Fonzi es el otro protagonista que se destaca, interpretando al típico doctor de campo, atado de manos por los poderosos del pueblo, que le cierran todos los canales de denuncia, y cuando lo logra hacer es transferido. “El Rocio” es una muestra de las dos caras de la moneda. Una, la de la codicia de los empresarios agrarios, capaces de envenenar a sus tierras y sus vecinos en pos de producir más, sin escuchar las advertencias ni las denuncias. La otra, la cara de la necesidad y de la desesperación. La de una mujer que se expondrá a situaciones riesgosas, víctima de la desidia y la precariedad en la que está sumergida por culpa de otros. Puntaje: 75/100.
Veneno en el aire En un pueblo entrerriano donde la soja y el tambo sostienen a su puñado de habitantes, una joven madre soltera (Daiana Provenzano) y su hija que apenas camina conviven en una pequeña casa junto a una plantación. Es el nuevo médico del pueblo (Tomás Fonzi) quien la pone sobre aviso de que esos problemas respiratorios que muestra la bebé no son tan normales como le hizo creer el médico anterior: es posible que el rocío de los químicos con los que fumigan el campo vecino tengan mucho que ver. Con furia y angustia intenta sin éxito llamar la atención de los responsables y las autoridades, pero cuando entiende que nada va a suceder si no es ella el motor de esas acciones, recurre a los medios que hagan falta para que su hija reciba la atención médica que necesita. Aunque eso implique ponerse en la mira de gente peligrosa para quien no es más que una pequeña molestia. Fiera combativa Es evidente que El Rocío tiene mucho para contar, a consciencia de que el problema que denuncia tiene más de una cara. Sara podrá sentir impotencia y desprotección, pero no está dispuesta a resignarse y quedarse en esa posición. Es eso lo que le vuelve un personaje interesante, facetado. No tiene todas las respuestas ni cree tenerlas, pero no va a quedarse sin hacer nada por ello. Pero al mismo tiempo, ese intento de abarcar como se debe un problema tan complejo, le juega en contra; porque no parece tener los recursos necesarios para lograrlo. El ritmo de la narración no termina de encontrar su punto ni atrapar como debería, con mucho relleno donde se nota que falta material para desarrollar mejor la trama, si hasta parecen faltar un par de escenas en el medio. Es un detalle difícil de dejar pasar cuando dura menos de 80 minutos, los que se sienten como unos cuantos más. Visualmente propone algunas ideas interesantes. Lejos de quedarse en el preciosismo pictórico, en general forman parte orgánica de la narración y le aportan algo de síntesis donde las palabras sobrarían. Siendo que algunas de las actuaciones no terminan de convencer por acartonadas o exageradas, es una apuesta que le suma al conjunto de El Rocío aunque a veces abuse de la repetición de algún recurso. La voluntad de abarcar muchas caras de una misma historia no la vuelven demasiado compleja, pero si más de lo que parece estar al alcance de esta producción. Con esa intención abre varios hilos que no desarrolla y quedan en el aire, por lo que parece válido decir q la síntesis es uno de los problemas con que más le cuesta lidiar a El Rocío. Seguramente sea más que nada fruto de cierta inexperiencia o limitaciones de recursos, pero todo insinúa que es algo que debería mejorar en las siguientes producciones del director.
Un salpicón de realidad Con guion de Bárbara Sarasola Day y Emiliano Grieco, el proyecto encabezado por el realizador oriundo de Paraná, Entre ríos, quien cuenta en su haber con películas como Diamante, de 2013, y La huella en la niebla, 2014 grafica un tema candente por estos días en que las cuestiones de lucha por el medio ambiente y los efectos del cambio climático se han hecho sentir fuertemente, pero cuya vigencia en el ideario popular llevan años; y si bien hay asociaciones que le hacen frente desde diversas acciones físicas tanto como políticas, el cuerpo lo ponen quienes viven y quedan afectados por resultados de la utilización de químicos para mejorar, teóricamente, la vida y el futuro. Claro, los efectos no deseados son como las contraindicaciones del prospecto de cualquier remedio y, como esos indeseados malestares que aparecen para curar algo y generan una nueva dolencia, allí está, otra vez, un mal menor, un resultado indeseado para que venga la “bonanza”. De eso va El rocío, la película que nos convoca en la reseña de hoy. Las actuaciones son ajustadas pero podrían tomarse como “naturalistas” y, como encajan con la temática y las circunstancias de los personajes en la historia a contar, se entiende y adapta a ello. El salpicón de realidad es fuerte y atraviesa cuestiones de la vida en pueblos y lugares pequeños, la presión de trabajos mal pagos para sostener una familia de parte de una mujer sola y la exposición a situaciones border por una necesidad mayor, generada, al fin, por políticas que nada más son ideadas considerando la inmediatez sin pensar en las consecuencias a mediano y largo plazo. Es entonces que la madre (Daiana Provenzano, en el rol de Sara) lleva a Olivia al médico (interpretado por Tomás Fonzi). Al verla afectada por una tos recurrente, él le pide se realice estudios más específicos. El contexto de los campos sembrados con soja y los agrotóxicos toman un nuevo relieve luego del planteo inicial por el modo en que afecta a la protagonista y a su hija, cambiando todo para ellas y, por supuesto, el enfoque y camino del relato. Las imágenes tienen cuidado en el estilo y el trabajo general. El rocío es una película que apunta a abrir los ojos del espectador sobre realidades complejas que escapan a la simplificación de los intereses en los avances tecnológicos relacionados con los cultivos y se propone profundizar en realidades que afectan a quienes también son, aunque parece que no se los considere así, sujetos de derecho en el contexto de un manejo de la realidad a manos de gente sin corazón, que peca más que ocasionalmente de miopía selectiva. El rocío es una película con deseo de ser una crítica profunda sobre cuestiones que son políticas, económicas, de protección del ambiente, y se vuelven luego de salud pública por descuido, desinterés, con buen trabajo de guión, dirección y fotografía. O ambas.
La primera escena de El rocío plantea su tema sin demasiadas sutilezas. Allí se ve a un par de hombres con trajes amarillos empuñando un rociador con el que fumigan varias plantaciones ubicadas muy cerca de la casa de Sara (Daiana Provenzano). Le sigue un plano a contraluz de las pequeñas partículas del líquido venenoso ingresando por la ventana, muy cerca de donde juega su hija. Los progresivos malestares de la pequeña encienden las luces de alerta de esa madre que, como se verá más adelante, estará dispuesta a todo con tal de salvarla. El problema con la película de Emiliano Grieco es que ese “todo” es lo suficientemente amplio para volver el relato inverosímil. A fin de cuentas, Sara atravesará un sinfín de peripecias durante su largo recorrido para saber la verdad. En medio de todo eso se cuela una evidente voluntad de denuncia ilustrada en el médico interpretado por Tomás Fonzi. Este personaje articula a los distintos vecinos con síntomas similares a los de esa pequeña, subrayando así el carácter bienintencionado de este drama ambientalista algo obvio aunque filmado con nervio y tensión.
El rocío, dirigida por Emiliano Grieco, quien también escribió el guion junto con Bárbara Sarasola Day, está en constante lucha entre una ilustración del mensaje sobre las consecuencias para la salud del uso de agroquímicos y la confianza en comunicarlo a través del relato de ficción sobre una madre dispuesta a todo para salvar a su hija enferma. La película termina siendo un poco esquemática en su afán de denuncia, pero cuando se concentra en la relación entre la joven madre y su hija consigue momentos de belleza. Así, le da un marco muy humano al retrato sobre cómo la desesperación influye en las decisiones que toma la protagonista, una mujer con total autonomía, a pesar de las circunstancias que la rodean.
El rocío es una película políticamente correcta, un drama ambientalista sobre el peligro y el horror que causan los agrotóxicos a gente indefensa y la falta de controles. La historia tiene como eje a Sara (Daiana Provenzano), madre soltera cuya hija Olivia padece una enfermedad. En la salita de guardia la atiende un médico (Tomás Fonzi). Le diagnostican que es por producto de los agroquímicos con los que se fumigan los cultivos de soja allí en Entre Ríos, en la zona rural donde viven. La deriva a Buenos Aires, pero como no tiene el dinero para costearse el viaje para hacerle el tratamiento, recurre a un narcotraficante. Sara oficiará de mula. La película de Emiliano Grieco (el documental El diamante) pasa de esa noble intención de reflejar una realidad dolorosa, lacerante y lamentable a tener tantas ramificaciones que lo inverosímil comienza a formar parte y apoderarse de la trama. La impunidad de unos y el destrato hacia los denunciantes (le dicen que no tiene pruebas; la amenazan telefónicamente) se ponen en el centro del filme cuando éste se convierte en denuncia, pero son las subtramas las que lo vuelven algo engorroso.
Texto publicado en edición impresa.
Una historia que comienza con los peligros para la salud de una niña que vive en una zona rural constantemente rociada por glifosato y la lucha de su madre por conseguir el suficiente dinero como para tratarla en Buenos Aires, porque los poderes de la zona donde vive se concentran en discutir esos peligros Pero lo que comienza como el drama de una madre soltera enfrentándose al poderío que busca ignorar las denuncias luego es una historia que se ramifica demasiado. Esa madre que trabaja en el ordeñe de una granja lechera, recurrirá a un conocido traficante para obtener dinero como transporte de droga. Eventualmente su venta como cuentapropista. Y un itinerario de la noche, la violencia mafiosa y temible, las amenazas, una historia de amor trunco y hecho policial sangriento. El argumento sobrevuela los temas sin profundizarlos y en eso es una película fallida. El director Emiliano Greco film con brío e intensidad, cámara en mano logrando buenos climas. Tiene a una buena protagonista, un tanto demasiado sofisticada, pero intensa y de interesante desempeño el de Daiana Provenzano. En el elenco grandes actrices como Eva Bianco y Lorena Vega.
Una zona rural en Entre Ríos. Allí, cerca de los campos de soja donde se realizan fumigaciones constantes, vive y trabaja Sara, una mujer joven con su pequeña hija. Ante la aparición de algunos problemas de salud en la niña, el médico recomienda una consulta en Buenos Aires. Está casi seguro que es un caso más de envenenamiento por agrotóxicos en su primer estadio. Como Sara no puede pagar el pasaje, deberá involucrarse en un traslado de drogas. La médica de Buenos Aires confirmará los síntomas sugiriendo una mudanza. Sara deberá buscar una solución porque la cosa se complica: los que fumigan reaccionan ante sus ingenuas protestas y el médico que concientiza en el lugar sobre el uso de pesticidas es trasladado lejos. El filme utiliza el formato de ficción para hacer efectiva la denuncia contra la utilización de agrotóxicos en las plantaciones sojera. Denuncia que "Viaje a los pueblos fumigados", de Pino Solanas, reactualizó con un recorrido a siete provincias argentinas donde la utilización de pesticidas provoca enfermedades, malformaciones, lleva incluso a desplazamientos indiscriminados de núcleos poblacionales. DOS DRAMAS "El rocío" enfatiza el problema en la media hora inicial (la mejor del relato), pero se desplaza luego hacia subtramas en las que situaciones relacionadas con la droga y el ambiente mismo en que se nuclea, distraen la atención sobre lo que podría haber sido el núcleo central del relato. Vale el relato por los señalamientos de denuncia social del envenenamiento de la comunidades rurales, problema que parece no tener respuesta estatal ni intentos de reconversiones productivas sugeridas por estudiosos y profesionales de la salud. También pesa el aspecto de denuncia social en cuanto al hecho de que un mal se soluciona con otro mal (la joven madre debe recurrir al delito para poder acceder a un diagnóstico en la Capital, viaje y estadía que su situación social le impide realizar). Es bueno el nivel de actuaciones acompañado de recursos musicales que remarcan el juego de tensiones, pero la falta de focalización del asunto clave y un decaimiento del ritmo inicial dificultan el equilibrio general del filme.
“El rocío”, de Emiliano Grieco Por Ricardo Ottone Las primeras imágenes de El rocío son bucólicas, de una belleza engañosa. La naturaleza, los cultivos, el sol, la presunta placidez. Los trabajadores rociando el campo con trajes protectores ya da una pauta para sospechar. El rocío que vemos goteando en las hojas o flotando en el aire no es el de la naturaleza y el agua cristalina sino el venenoso de los agroquímicos. Y al ver chicos jugando por ahí ya empieza a encender la alarma. Sara (Daiana Provenzano) vive en una localidad de Entre Ríos junto a un campo periódicamente fumigado y, cuando su hija Olivia empieza a tener problemas de salud a causa de los pesticidas, se encuentra ante la necesidad de viajar a Buenos Aires para poder realizarle a la niña estudios más específicos. Para poder costearse el viaje se pone en contacto con un ex-compañero de su marido ahora preso y acepta el encargo de traer una cantidad de cocaína a la ciudad. Hay en El rocío dos tramas principales que parece que van juntas pero no tanto. Por un lado aquella que tiene que ver con el envenenamiento de Olivia, la desesperación de Sara y el descubrimiento de otros casos en la zona a través de un médico del hospital local (Tomás Fonzi) que quiere juntar pruebas de la exposición de los pobladores a los agrotóxicos (aquello que Pino Solanas denunciaba en su documental justamente titulado Viaje a los pueblos fumigados). A partir de ahí, las amenazas, el abuso de poder, la falta de interés por la salud y la vida de la gente más humilde, la corrupción de las autoridades tanto policiales como sanitarias para acallar las denuncias. Un cuadro de situación que termina expresándose en salidas individuales y en un sálvese quien pueda. Por otro lado, la línea que va por el lado del thriller policial, con su cuota de sordidez, drogas, violencia, personajes marginales peligrosos e imprevisibles. El problema es que estas dos líneas están unidas de manera bastante arbitraria. Quizás como forma de mostrar las falta de salidas de la protagonista que la obliga a meterse en esta situación delictiva y peligrosa, pero lo que sucede es que a medida que avanza el relato se abandona a la cuestión policial perdiendo el eje de lo que se denunciaba en un principio, sin decidirse qué película quiere ser. El film de Grieco está filmado con cierto preciosismo visual, con cuidados encuadres y movimientos de cámara y también una bella fotografía por parte de Alejandro Baltasar Torcasso. Pero también es un film que en varios momentos abusa de la cámara lenta y el subrayado musical para crear climas. Hay también momentos de belleza en pasajes más contemplativos donde a veces se detiene en un paisaje o en un momento familiar. Un virtuosismo formal que no está del todo acompañado por una trama, o más bien dos, la de denuncia y la policial, que repite gran parte de los tópicos habituales a ambos tipos de cine. EL ROCÍO El Rocío. Argentina. 2018: Dirección: Emiliano Grieco. Intérpretes: Daiana Provenzano, Tomás Fonzi, Olivia Olmedo, Eva Bianco, Lorena Vega. Guión: Bárbara Sarasola Day, Emiliano Grieco. Fotografía: Alejandro Baltasar Torcasso. Música: Juan Nanio. Edición: Leandro Aste, Emiliano Grieco. Dirección de Arte: Ángeles Frinchaboy. Dirección de Sonido: Nahuel Palenque. Producción: Daniel Werner. Distribución: Compañía de cine. Duración: 78 minutos.
Agudo retrato de una problemática silenciada: La fumigación de un campo de soja, y cómo imperceptiblemente esa llovizna ingresa por la ventana de una vivienda, son las imágenes con las que comienza El rocío (2018), película del realizador argentino Emiliano Grieco. Se trata de una ficción en clave de realismo social que aborda la silenciosa y silenciada problemática ecológica que involucra a los agrotóxicos, cuando se emplean sin miramiento alguno por sus consecuencias sobre el medioambiente. Sara (Daiana Provenzano) es una joven madre que vive en un pueblo rural en la provincia de Entre Ríos junto a su pequeña hija Olivia. Está separada del padre de la niña en circunstancias que no desarrolla la película pero que podemos intuir. Trabaja en un tambo de la zona y su situación de vulnerabilidad social determina que su pequeña hija quede durante la jornada laboral al cuidado del hijo de la vecina, un niño de edad escolar, con todos los peligros que esto implica al no contar con la supervisión de un adulto, como lo evidencia la lograda escena de tensión dramática del incendio en la cocina. Los momentos de luminosa felicidad entre madre e hija, situados en la apacible naturaleza del entorno agreste, comienzan a verse afectados cuando lo familiar muta hacia la atmósfera inquietante de lo siniestro que transmiten los efectos sonoros. Hay animales que aparecen muertos y la pequeña niña presenta un ataque de tos y llanto descontrolado. En la consulta con el médico local (Tomás Fonzi) se revela que puede tratarse de síntomas de una extraña enfermedad respiratoria provocada por el glifosato empleado en las fumigaciones, pues la casa de Sara se ubica muy cerca de una plantación de soja. El médico le aconseja a Sara viajar a Buenos Aires para que una colega suya pueda realizarle más estudios y así poder tener evidencia concreta de varios casos como para poder hacer una denuncia. Los hombres de mameluco amarillo que lucían tan gentiles saludando a la niña al pasar por las calles del pueblo revelan ahora sus rostros sombríos, emblema de la codicia económica de grandes terratenientes y empresas agrícolas. Son gigantes protegidos por la ley, capaces de amedrentar y remover a funcionarios, médicos y a cualquiera que ose inmiscuirse en sus negocios. Se plantea así una lucha desigual para un pueblo sumido en la miseria y al que sólo le queda recurrir al vandalismo ecológico como práctica para hacerse escuchar. La gravedad de la salud de su hija coloca a Sara en un gran aprieto al no contar con recursos económicos para costear los gastos que implica tamaño viaje a Buenos Aires. Pero Sara no es la típica mujer dócil y sumisa. Es una luchadora, una leona guerrera. Como da cuenta su porte duro y su pelo rapado, está dispuesta a todo para salvar a su hija. No pudiendo contar con el padre de la niña ni con su madre (también en situación precaria), no le queda otro camino que recurrir al menudeo de la cocaína que se trafica del campo a la ciudad. Queda planteado entonces el descenso al infierno de la heroína, donde debe enfrentar los peligros y abusos que pueden venir no sólo por parte de la policía sino también del traficante para el que trabaja. Aunque una salida airosa de ese mundo oscuro y predominantemente indiferente y hostil no sea posible para Sara sino a costa de cruzar ciertos límites, la mirada del director sobre la protagonista es compasiva y la acompaña, sin caer en golpes bajos ni juicios de valor ya que sus actos son efecto de la realidad social que habita. La película de Grieco resulta valiosa por ser una de las primeras ficciones que aborda el profundo impacto que el abuso de agrotóxicos en manos de empresarios inescrupulosos produce sobre el medioambiente y la salud de las personas. Al trabajar desde el realismo con tensión dramática y cierta atmósfera siniestra, puede relacionarse con la nouvelle Distancia de rescate (2014) de la escritora argentina Samanta Schweblin, aunque sin los elementos del terror y del desconcierto narrativo que están presentes en ella. El Rocío es una película austera y prolija, que logra transmitir el profundo lazo de cuidado y afecto que une a madre e hija y que se construye a partir de destacar pequeños detalles que dan cuenta del peligro que acecha, sin descuidar el efecto estético. El director logra mostrar la profunda ausencia del Estado y de la justicia frente a los excesos de las corporaciones agrícolas así como la falta de redes de contención social, que dejan libradas a las poblaciones más vulnerables de nuestro país a la soledad de sus pocas opciones de vida. De este modo, el cine se revela como una herramienta de transformación social, al visibilizar a las victimas y al sembrar conciencia ecológica.
En su tercer largometraje, luego de “La huella en la niebla” y “Diamante”, Emiliano Grieco con “EL ROCIO” plantea abiertamente un cine de denuncia: la historia que vive la protagonista, es sólo un ejemplo de entre las muchas historias de los habitantes de poblaciones rurales cercanas a las fumigaciones con agrotóxicos - que obviamente van a favor de la producción pero en el detrimento de la salud de la gente-. Fernando “Pino” Solanas ya lo había abordado en forma documental en su trabajo “Viaje a los pueblos fumigados” y en este caso, Grieco lo toma como disparador para una narrativa de ficción pero que claramente tiene su base en los casos de la vida cotidiana que se han presentado en cualquiera de esas localidades. Sara (Daiana Provenzano) tiene un primer acercamiento con un médico del lugar (Tomás Fonzi) por un accidente doméstico del cual su pequeña beba sale casi milagrosamente indemne. Pero luego, deberá consultarlo por ciertos problemas respiratorios que su hija presenta, totalmente emparentados con los temas de las fumigaciones que se realizan en las cercanías: la situación se torna cada vez más delicada y será imprescindible que viaje a tratarla a Buenos Aires, a pesar de su precaria condición económica y la total falta de apoyo por parte de cualquiera de las instituciones que debiesen hacerse cargo. Así como recientemente, en el film boliviano “Muralla”, acompañábamos el derrotero de un padre que hacía hasta lo imposible para poder salvar la delicada vida de su hijo que se encontraba hospitalizado esperando ser trasplantado, empujándolo irremediablemente a llegar a situaciones delictivas como para poder generar los fondos necesarios para solventar todo tipo de tratamientos. Sara entonces comenzará a contactarse con viejos conocidos que la utilizarán de “mula” para que en su viaje a Buenos Aires pueda llevar “mercaderías” y de esta manera, ella podrá costearse el viaje y los gastos que involucran el tratamiento de su hija. Si bien el relato que plantea Grieco en su film se construye en un terreno enteramente ficcional escrito por Bárbara Sarasola Day, los puntos de contacto con el conocido caso de Antonella son múltiples y permite comenzar a tratar el tema en pantalla y visibilizar la lucha silenciosa de pequeñas organizaciones que han surgido sobre todo en la provincia de Entre Ríos como la Coordinadora “Basta es Basta” que lucha en forma permanente contra las fumigaciones indiscriminadas y el uso de herbicidas como el glifosato, de alta toxicidad. La trama no solamente encara el tema de la lucha de una madre completamente sola frente al sistema, sino la desprotección que se plantea desde el aparato estatal más las subtramas que deben abrirse a partir de la necesidad de juntar dinero para emprender el viaje y costear el tratamiento. Es así que el guión trabaja a dos bandas, tanto desde el cine de denuncia de un tema tan grave como éste, como así también la temática del narcotráfico y la violencia de género. Es quizás en ese momento donde “EL ROCIO” deja demasiados flancos abiertos y pierde la contundencia y el eje en el drama que había planteado desde el inicio, para nutrirse con algunos momentos de thriller que dispersan, en parte, el eje fundamental de la historia. Acierta en la presentación del personaje de Sara, su fortaleza y su valentía para poder ponerse en contra de las corporaciones tan poderosas, alzar la voz a favor de todos los que sufren este flagelo y no son escuchados y romper ese manto de silencio que aparece en las provincias y poblaciones damnificadas. El perfil de denuncia que transmite en la temática elegida es de por sí una novedad dentro del cine nacional, poniendo en juego un tema que no se ha visto en pantalla y del que no se ha hablado más que a nivel periodístico y en el que se sabe que están involucrados diversos actores tanto de la política nacional y provincial, como del empresariado y profesionales vinculados con la agricultura que prefieren acallar el tema por completo. Narrarlo desde la ficción, incorporándolo a la historia, es un aspecto positivo aún cuando el guión se empeña en subrayar y explicar en varias ocasiones, lo que ya queda explicitado desde las primeras escenas. La destrucción del ecosistema por medio de los desmontes, la soja, los agroquímicos, manipulaciones genéticas en las explotaciones agrícolas y la destrucción de los pequeños pueblos, son temas que no aparecen con frecuencia en los medios y que de alguna manera “EL ROCIO” los expone y saca a la luz. Daiana Provenzano tiene un protagonismo absoluto dentro de la historia y con herramientas nobles intenta darle fuerza a esta Sara que es puro coraje y rebeldía frente a un sistema que la excluye violentamente y logra en todo momento transmitir esa seguridad que la impulsa, aunque en ciertas escenas cueste sostener la credibilidad y algunos diálogos pierdan ductilidad y suenen demasiado forzados. Pero cuenta con un elenco de secundarios de primer nivel que la acompañan en la historia, con un buen lucimiento de Tomás Fonzi como el médico del pueblo, Lorena Vega como la médica que les dará ayuda en la Capital Federal y la participación de Eva Bianco como su madre, que demuestra que para una gran actriz no hay pequeños papeles. Aún con los reparos que puedan presentarse frente a las derivaciones algo caprichosas que toma el guión en la segunda mitad del filme, “EL ROCIO” presenta valientemente un tema sumamente importante, muy poco transitado en la ficción nacional.
"El rocío": cuando la muerte entra en escena En clave ficcional, la historia remite a las denuncias por el uso de glifosato en la fumigación de plantaciones cercanas a zonas habitadas. La primera secuencia de El rocío, último trabajo de Emiliano Grieco, es aterradora. Pero no en un sentido fantástico, vinculado al cine de género y sus trucos, sino a partir del diálogo que necesariamente el cine establece con la realidad. En ese comienzo un grupo de hombres enfundados en trajes estancos color amarillo que los aíslan del entorno (y alegóricamente también de la realidad), rocían una plantación de soja. Los planos detalle se encadenan en cámara lenta. El mecanismo permite apreciar como las partículas atomizadas del líquido se esparcen sobre la alfombra verde del cultivo que desde la década de 1990 es la estrella de la agricultura nacional. Corte al primer plano del piecito de una bebé acostada. Con la misma calma de la secuencia precedente, la cámara realiza un paneo sobre la cama hasta detenerse en una ventana abierta. Junto con la luz del sol y la brisa que empuja levemente la cortina, por ahí se meten aquellas mismas partículas de rocío, que comienzan a descender sobre las sábanas y la piel de la nena como si se tratara de la niebla en una película de John Carpenter. La metáfora es la misma: se trata de la muerte que hace su dramática entrada en escena. Ambientada en escenarios rurales (la película se filmó en Entre Ríos, aunque ese detalle no se menciona), la historia remite inevitablemente a las reiteradas denuncias por el uso de glifosatoen la fumigación de plantaciones cercanas a zonas habitadas. Tema muy abordado desde el documentalismo (ver la reciente Viaje a los pueblos fumigados, de Pino Solanas, por ejemplo), pero no tanto desde la ficción. Que los orígenes de Grieco como cineasta se encuentren en el documental puede ayudar a explicar no sólo su interés por el mismo, sino también a entender el contundente naturalismo que define a su relato y la proximidad palpable entre el narrador y sus personajes. El rocío cuenta las contingencias que atraviesa Sara, madre de la nena, que no solo tienen que ver con el drama derivado del uso de agrotóxicos. La película aprovecha para presentar de manera más amplia el contexto en el que ella vive. La alarmante cercanía entre la clase obrera y el campesinado con la marginalidad; las diferencias de clase; la misoginia; las deficiencias del sistema de salud; el narcotráfico o la responsabilidad cómplice de las instituciones en determinadas realidades son algunos de los tópicos que la película aborda, a veces de lleno y otras de manera tangencial. Puestos en una lista, todos estos temas juntos justifican el temor de que la película se convierta en un pastiche de buenas intenciones. El mérito de Grieco como narrador (y guionista, junto a la también cineasta Bárbara Sarasola Day) se encuentra en la doble capacidad de manejar los elementos del relato con mesura, evitando caer en el exceso, y de no cargarle a la protagonista el estigma de la víctima también en el plano de la ficción. Acá el cine imagina una salida, terrible también, pero que la realidad por lo general no ofrece.
En torno a la madre de una niña envenenada con agrotóxicos gira el nuevo largometraje de Emiliano Grieco, El rocío. La falta de contención familiar, vecinal, institucional, el costo económico del tratamiento, el accionar patotero de los dueños de los campos fumigados, la presión de estos mismos terratenientes sobre el médico de pueblo que documenta el alcance del daño conforman las circunstancias de la joven entrerriana interpretada por Daiana Provenzano. El guion co-escrito con la salteña Bárbara Sarasola Day presenta virtudes y aspectos cuestionables. Entre las primeras, sobresale la decisión de apostar a la elocuencia de la imagen. Por momentos, la economía de palabras parece reeditar el «silencio de las mayorías» que el también entrerriano Fabián Tomasi denunció antes de morir. Por otra parte, el director de fotografía Alejandro Baltasar Torcasso ofrece postales de una zona agrícolo-ganadera en principio luminosa, que contrastan con el presente oscuro de la protagonista y su pequeña hija. La actuación de la debutante Provenzano constituye otra arista destacable de esta ficción que circuló por una decena de festivales de cine, incluido el 33º de Mar del Plata. A cargo de roles secundarios, la acompañan Tomás Fonzi y la siempre impecable Eva Bianco. El rocío pierde pie cuando pretende abarcarlo todo: el daño irreversible que los agrotóxicos provocan en la salud de seres humanos y animales, la impunidad de quienes fumigan sus campos, la presión de laboratorios y terratenientes sobre los médicos que denuncian la aparición de patologías atribuibles al uso indiscriminado de pesticidas, las exigencias del tratamiento que –dato nada menor– sólo se realiza en Buenos Aires, las implicancias de la solución que la protagonista encuentra para financiarlo. Dicho esto, algunos espectadores celebramos el estreno de la primera ficción argentina que aborda un tema apenas visibilizado por nuestra prensa. Cuando la relacionamos con el –más o menos reciente– documental de Fernando Pino Solanas, Viaje a los pueblos fumigados, volvemos a valorar el compromiso que una buena porción de realizadores argentinos asume en tanto cronista de nuestra compleja realidad nacional.
Una madre desesperada lucha por la salud de su hija. En el medio toma decisiones que no son favorables para nadie. Emiliano Grieco cuenta con sencillez y lograda tensión una historia de sobrevivientes, resistencia y coraje, en medio de un contexto hostil que repele a los más carenciados.
Sobre los campos de soja ubicados en la zona rural entrerriana cae el rocío de pesticidas. Sara Godoy (Daiana Provenzano) vive junto a su hija Olivia en una pequeña casa aledaña a dichas plantaciones. Allí trabaja en la ordeña de vacas, y transcurre sus días dedicándose a la crianza de la niña. Su relación es intensa y al mismo tiempo frágil. Esta última cualidad se volverá notoria a partir del suceso central de la historia. Una noche, Olivia comienza a experimentar problemas respiratorios y su madre la traslada urgentemente al hospital de pueblo. Una vez en el establecimiento, el médico (Tomás Fonzi) le comenta que la niña presenta los síntomas usuales de las personas que sufren contaminación por agrotóxicos y que para poder realizar un tratamiento óptimo debe viajar a Buenos Aires, ya que el hospital no cuenta con los materiales necesarios para hacerlo. Frente a este panorama dificultoso, lejos de bajar los brazos, la protagonista toma la drástica decisión de involucrarse en el tráfico de drogas para poder costear la curación.
El delicado equilibrio que existe entre los productores o fabricantes y la población general puede desbalancearse peligrosamente cuando los primeros no cumplen con las leyes y hacen las cosas a su conveniencia, sin respetar a nadie. Eso lo podemos observar claramente en ésta película, rodada en gran parte en un pueblo entrerriano, con algunas escenas, desarrolladas en Buenos Aire El director Emiliano Grieco realizó una ficción sobre la contaminación y las enfermedades que generan en los seres humanos, y también en los animales, la utilización de agroquímicos y pesticidas, en este caso el glifosato La estructura del film oscila entre el drama y el thriller. Protagonizado por Sara (Daiana Provenzano), quien interpreta a una madre de una beba que se mudó hace poco a una humilde vivienda ubicada frente a unos campos de cultivo. El padre de la nena, como lo llama ella, está preso, así que debe hacerse cargo de todo trabajando en el ordeñe de vacas. Tiene otros familiares que están relativamente cerca, pero no recibe ayuda de nadie. Sara es decidida y valiente. Cuando se entera que su hija está enferma por culpa de las fumigaciones que hacen frente a su casa, el médico del pueblo, Fernando (Tomás Fonzi), le recomienda que vayan a un hospital de Buenos Aires para tratarla.6 Frente a esta dramática situación, y al no tener dinero para los viajes, acepta convertirse en una mula para llevar cocaína en el micro que la lleva a la Capital. La protagonista se convierte en una suerte de “Erin Brockovich” (2000) del subdesarrollo, peleando contra los poderosos de turno, transando con un narco, ocupándose de su hija, llevándola siempre a upa, no siendo escuchada ni apoyada, etc. El relato tiene un ritmo lento pero contundente. Hay muy pocos momentos de esparcimiento. Con un criterio estético distintivo hay en ciertas ocasiones, imágenes de similares características, con un mismo sentido dramático, que, junto a una música incidental potente, construye atmósferas inquietantes. Sara no es una heroína ni una justiciera, sólo quiere ver bien a su hija y vive para ella. Hace lo que puede y sin respaldo familiar, emocional, o jurídico. Durante esa desesperada búsqueda establece los mecanismos que considera necesarios para lograr el tan deseado bienestar, cueste lo que cueste.
TIERRAS ENVENENADAS El nuevo film de Emiliano Grieco gravita en torno a la problemática del uso de agrotóxicos en las plantaciones del país, más específicamente la soja. Es un tema complejo de una densidad que puede terminar ahogando cualquier narración si no se encuentra bien sobrellevada desde el guión. Con El rocío sucede parcialmente eso, el tema por momentos termina devorándose a los personajes, a pesar de la apertura de subtramas que terminan resultando satisfactorias en algunos casos y desprolijas o forzadas en otros. En todo caso, es un film que concientiza sobre los peligros de esta amenaza y la invisibilidad del Estado, pero a la hora de focalizarse en la vida de Sara (Daiana Provenzano) y su hija resulta un drama previsible que se resuelve de forma apresurada. La historia se centra en una zona rural de la provincia de Entre Ríos donde comienzan a utilizarse pesticidas en los campos. Allí vive Sara junto a su hija Olivia, sobrellevando el hogar al mismo tiempo que sostiene su fuente laboral para poder tener un ingreso. Sus vidas se verán trastornadas primero por un accidente doméstico y segundo por los problemas respiratorios que comienza a padecer Olivia, la matriz del relato. El médico local, interpretado por Tomas Fonzi, recomienda inmediatamente que viajen a Buenos Aires para que pueda realizarse los estudios adecuados para hacer el diagnóstico, mencionando que no es la primera vez que ve un caso así cerca de una plantación donde se utilizan pesticidas. Ante la carencia de respuestas para poder afrontar el costo del viaje, Sara decide involucrarse en el tráfico de drogas. Al mismo tiempo, verá en peligro su propio hogar cuando comience a denunciar los procedimientos con agrotóxicos en los campos. La trama en torno al efecto de los agrotóxicos en la sociedad y el drama de Sara por salvar a su hija e involucrarse en el tráfico de drogas no conviven de la forma más prolija. Hay elementos forzados que se adivinan en algunos diálogos torpes y pocos naturales (cómo informa el médico a una madre de la posible afección causada por los agrotóxicos y su investigación resulta, al menos, poco sutil, y la reacción espontánea de Sara, poco convincente) y la resolución es prácticamente un deus ex machina, un golpe de la fortuna que arriesga el verosímil pero garantiza de alguna forma un final aliviador ante tanto sufrimiento. El problema es que dentro del marco narrativo del film resulta un tanto torpe e irresuelto. Visualmente El rocío también se encuentra dividido entre algunas elecciones estéticas acertadas y otras que se diluyen rápidamente. La forma en que construye tensión a través del montaje de diferentes planos detalles y el montaje sonoro es un ejercicio notable de economía narrativa, mostrando con muy poco los efectos del uso de agrotóxicos como una cadena de imágenes fugaces pero contundentes. A veces la metáfora es grosera (el chivo desangrándose es un ejemplo) pero estos segmentos descriptivos a lo largo del film tienen la solidez que no tienen las dos o tres secuencias de acción que reúne la película. En definitiva, El rocío es un film de intenciones nobles, con algunas elecciones estéticas notables, pero que se encuentra enmarcado en un drama previsible con subtramas confusas y resoluciones forzadas.
Uno de los estrenos de la semana pasada fue El rocío de Emiliano Grieco (La huella en la niebla) con Daiana Provenzano y Tomás Fonzi. La película sigue la historia de Sara que vive con su hija pequeña en una zona humilde de Entre Ríos. Su casa está cerca de unos campos que son fumigados constantemente. Su hija empieza a tener tos y su salud empieza a deteriorarse. Un médico local le indica que tiene que viajar a Buenos Aires para hacerla ver y evaluar. Sin muchos recursos, la única manera que tiene para ir es traficar cocaína para un viejo contacto. Grieco utiliza una realidad que sufren varias familias que viven cerca de campos fumigados. La película muestra también el padecimiento de un pueblo dividido. Por un lado, aquellos trabajadores a los que no les interesa el efecto que tienen los agrotóxicos en la zona y que, debido a la situación económica, buscan cualquier trabajo que les den. El dueño del campo es apenas visible, ausente y con oídos sordos a la problemática. Por el otro, un grupo de familiares que intenta unirse para solucionar las cosas por cuenta propia (aunque sea un arreglo momentáneo), un médico que utiliza los casos como denuncia de los hechos pero que pronto es acallado e incluso la policía que no acepta la denuncia de Sara. A la mitad, la película abandona un poco el tema de la denuncia para convertirse en un thriller apostando a la premisa «qué es lo que harías para salvar a tu hijo». Esta parte muestra otra realidad y, a pesar de que es clave para que se concrete el film, queda un poco desajustada con la idea principal de El rocío. El rocío de Emiliano Grieco genera un buen desarrollo de su idea original: mezcla la denuncia con un thriller y, de esta manera, presenta una realidad donde cada uno hace lo que puede para sobrevivir.
El mundo de los agrotóxicos, y una madre sola y desesperada es lo que plantea la nueva película de Emiliano Grieco, director de “Diamante” (2013) y “La huella en la niebla” (2014) Previsiblemente, “El rocío” (2018), es una denuncia ecológica sobre los efectos de los agrotóxicos en las personas que viven cerca de los campos de soja, mostrando la impunidad de las grandes corporaciones y, al mismo tiempo, es un drama sobre una mujer que haría cualquier cosa por salvar a su pequeña hija. La película cuenta la historia de Sara (Daiana Provenzano), quien vive con su hija en una zona rural de Entre Ríos, a la vera de los campos de soja. La nena comienza a tener problemas de salud y el médico de la zona (Tomás Fonzi) recomienda que la lleve a Buenos Aires para que le hagan los estudios pertinentes, aunque no puede dejar nada por escrito por miedo a las represalias de las empresas agroquímicas. Pero Sara no tiene dinero para hacer esos viajes, por lo que acude a un dealer para traficar cocaína a la ciudad y con eso poder costear los gastos. Daiana Provenzano se luce con el protagónico de la fuerte madre que haría (y hace) cualquier cosa por su hija. Ella se carga la película en la espalda y hace lo mejor que puede para que no caiga, a pesar del guion. La acompaña Tomas Fonzi, con una buena actuación, como el doctor de pueblo amenazado por los poderosos. El tema principal que plantea la película es interesante pero mientras transcurren los minutos de metraje, se va corriendo la atracción principal por la narración previsible, los giros insostenibles, y las escenas sin sentido. El rocío que el viento mueve y hace ingresar por la ventana de la casa donde la nena respira todo ese aire envenenado y se va enfermando, está eficientemente retratado. Se muestran dos planteos al mismo tiempo: por un lado, la denuncia ecológica sobre el uso de glifosato, el poder de los empresarios agrarios y su ridícula impunidad; y por otro la madre que envenena su mente y dignidad, para sortear la precariedad en la que vive con su pequeña, poniendo en riesgo su vida y la de los suyos. “El rocío” (2018) expone una problemática grave a partir de un drama familiar. Sin embargo, de a ratos, esta subtrama intimista cobra mayor importancia que la denuncia en sí. En síntesis, es una película fallida, que con giros y falta de solidez en el guion, no logra causar el efecto deseado.
Sara vive con su hija Olivia en una zona rural de Entre Ríos, la nena empieza a toser y parece una pavada, pero no. Se trata de una intoxicación a causa de los agrotóxicos utilizados en la siembra de soja. Desde aquí, parece que la película iría hacia un costado ambientalista y en contra de los empresarios agropecuarios poderosos. Pero la historia se cruza de carril. Sara comienza a vincularse con traficantes de cocaína de la zona y hará de mula en cada viaje a Buenos Aires, en los que supuestamente su primer objetivo era hacerle estudios intensivos a su hija. Primero se vinculará con un médico (Tomás Fonzi, correcto) que quiere denunciar el uso indebido del glifosato y después su personaje se irá desdibujando junto con la trama. Daiana Provenzano cautiva por su belleza pero carece de sutileza para interpretar el rol de Sara, a veces recita sus textos en vez de interpretarlos y le resta peso específico al filme, ya que el foco está puesto en ella. La contracara es Eva Bianco, que en un personaje secundario, con escena de sexo incluida, demuestra su talento como actriz en el rol de su madre. La escena que junta a mamá Sara, la hija Olivia y la abuela es la más lograda de la película. La denuncia del principio se resuelve de un modo heroico irreal y la verosimilitud de la película se cae a pedazos. Encima, el final abierto sabe a inconcluso.
Sara vive junto a su pequeña hija Olivia en una zona rural de Entre Ríos, al lado de unos campos de soja, y trabaja en una granja cercana. La niña comienza a presentar problemas de salud debido a los pesticidas usados en los campos, y el médico del pueblo le sugiere ir a Buenos Aires para que le haga unos estudios. Sara va a los campos a quejarse, pero la ignoran; intenta hacer una denuncia policial y no se la toman. Para pagarse el viaje, accede a llevar unas drogas a la ciudad. Algunos buenos momentos de tensión no alcanza para permitir que el didactismo de la trama termine arrastrando las posibles sutilezas que la historia podía tener. No se trata de un error, sin duda el realizador quiso no ser ambiguo ni sutil y prefirió que el discurso fuera claro y contundente. El que sale peor parado en todo esto es el cine.
En El rocío no hay medias tintas narrativas, tonos grises o sutilezas dramáticas para jugar esta trama que tensa el mundo de la maternidad con el de la contaminación ambiental, un conflicto real y paradojal para la vida del campo. El narrador ha tomado el blanco y negro como los dos tonos que diseñan el volumen narrativo del filme, más allá de los bellos colores plásticos con los que ha sido iluminado. Pero, todo lo que se polariza se empobrece sin excepción. Desde el minuto de inicio la película los planos con gran calidad y pulso componen la apertura y dejan ya en plena evidencia que el territorio público y privado son un campo minado, minado por veneno de ese ingenuo pero letal rocío sobre los sojales y sobre las ventanas abiertas que llevan la brisa hacia en interior de las casas. Este campo minado es el mundo que se construye para insertar allí la figura de una joven madre proletaria y su pequeña hija. La madre (Daiana Provenzano) es testigo cada día de una señal más de tantas que indican reiteradamente la presencia de un peligro al acecho, de una tensión amenazante que plano a plano anuncia instalarse en el argumento y en sus vidas. Los hombres de amarillo, esos fumigadores anónimos, la imagen de una vaca muerta, las gotas constantes del veneno como el rocío que humedece el aire. La sangre que gotea de las ubres de una vaca… Hasta que un día un accidente doméstico, el del aceite que se convierte en llamas, lleva a la protagonista al hospital y así se va disparando la que será la trama del conflicto central: su pequeña hija que no respira bien puede tener veneno en las vías respiratorias. Y, es cantando que el medico la deriva a realizarse sus estudios en Buenos Aires. A este paso obvio, le sigue otro tan obvio a la vez, ella no tiene dinero ni para viajar ni para quedarse en la ciudad y enfrenta con cuestionamientos al Doctor (Tomas Fonzi) que trata de ayudarla a sacar su fuerza y valentía y encontrar una solución. Esta trama que propone una épica de la madre justiciera y salvadora cae en dos desgracias radicales: una la inverosimilitud y la segunda la imposibilidad de generar empatía. Por nadie. Los caminos del infierno que una madre pueda tomar, y más en términos cinematográficos, para salvar a su hija son un canon de la historia del cine archi validados, pero, el peligro narrativo es el procedimiento del relato, o sea el “como llega allí”. Y si la vemos en el minuto quince del filme tratando de hacer ingenuamente una denuncia contra los sojeros en la comisaria, para verla en minuto veinte cargándose dos bloques de cocaína en la mochila así de simple, como un acto natural, como para que alguien confíe en ella que va y viene con ese “mandadito” que son cientos de dólares. En cuanto a la empatía hacia el personaje central de la MADRE SOLTERA/MUJER JOVEN/OBRERA/MARGINADA, cinco características de clase social y género que podrían ser sus fuertes para identificarnos y a la vez para proyectar al personaje hacia su lucha, esta construcción fracasa en el guion y termina de desarmarse en la actuación. La actriz, Daina Provenzano, con su gestualidad, y su dicción fallida sumado a los textos nada subtextuales la dejan bastante lejos de crear un arco emocional con el espectador e inclusive con otros personajes. Este tipo de personajes claramente funcionan por estar hechos de pura carencia y valentía a la vez, cosa que aquí funciona de manera totalmente inverosímil. Como relato de denuncia es fallido, porque al final el personaje no lucha con nada que represente al poder antagónico que la ha llevado hasta allí. Los manotazos de ahogado son esas muertes y afrentas entre otros personajes que no son más que estereotipos del mal o de la inmoralidad. Filmada con pulso tenso y dinámico, con nervio en los planos cortos y con una iluminación dramática muy cuidada no logra transmitir mucho más que un mensaje superficial de historias como estas que son bastante mas desgarradoras. Por Victoria Leven @LevenVictoria