Una sociedad enferma. En el cine de Asghar Farhadi se unifican el talento y la paciencia, los dos componentes fundamentales de ese naturalismo -marca registrada del realizador- apuntalado en el día a día de personajes que arrastran problemas de manera cíclica hasta que un catalizador al paso magnifica sus disgustos. Los melodramas de suspenso del iraní, tan deudores de John Cassavetes como de Alfred Hitchcock, constituyen una anomalía en lo que respecta a la cartelera internacional contemporánea porque por un lado analizan con una enorme eficacia y complejidad la sociedad musulmana y por el otro cuentan con un sex appeal de corte occidental, ya que incorporan andamiajes y motivos exógenos sin perder jamás la fluidez y logrando que los mismos no se sientan fuera de lugar en el planteo general. De hecho, en El Viajante (Forushande, 2016), su último film, regresan sus intérpretes habituales Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti y Babak Karimi y en el devenir adquiere una gran importancia La Muerte de un Viajante (Death of a Salesman), la famosa obra teatral de Arthur Miller. La trama comienza con Emad (Hosseini) y Rana Etesami (Alidoosti), una pareja burguesa, teniendo que abandonar el departamento donde viven debido a que el accionar de una excavadora de una construcción lindante provoca el colapso de la estructura del edificio. Ambos actúan en una puesta del clásico de Miller y por medio de un colega mutuo, Babak (Karimi), consiguen un nuevo hogar que parece ideal para su proyecto -no del todo asumido- de concebir a un hijo para revalidar su amor. Lamentablemente la tranquilidad se desvanece cuando una noche Rana es golpeada en un intento de violación en el baño de su casa, lo que deriva en una herida en la cabeza y un trauma psicológico. En las horas posteriores al ataque Emad descubre que el perpetrador -por su fuga motivada por los gritos de la mujer- se olvidó su celular y las llaves de su camioneta, a la que halla estacionada cerca del departamento. Mientras que ella decide no hacer la denuncia ante la policía, él se lanza a una investigación por su cuenta para dar con el paradero del agresor y ajusticiarlo. Aquí una vez más Farhadi se sirve del entramado de mentiras, “evasiones” y problemas no resueltos en el que deambulan sus creaciones para poner de manifiesto las diferentes facetas de la vida en comunidad y el choque entre el mandato social y los dilemas del ámbito privado. En este contexto, La Muerte de un Viajante aparece como un metadiscurso muy interesante porque permite a los protagonistas exteriorizar -en esa ficción dentro de la ficción- los sentimientos que no se animan a translucir en su cotidianeidad, una que estalla en pedazos tanto por el abuso en sí como por las circunstancias bizarras en que se llevó a cabo. La serenidad del director hace que el desarrollo se divida en segmentos neorrealistas que se toman su tiempo para tejer vínculos varios vía la sutileza y el detallismo, los ejes principales de la estrategia narrativa de base: la intolerancia internalizada del esquema religioso en que viven Emad y Rana demoniza a la víctima y hasta los deja en la más pura soledad al instante de buscar algún tipo de reparación ante la debacle inesperada de turno. Junto a la inoperancia tradicional del estado y una colaboración hipócrita por parte de los vecinos de la pareja, quienes se la pasan chusmeando y en el momento de la arremetida no levantaron ni un dedo para detener al perverso, es la falta de un horizonte moral que respete al prójimo el inconveniente central del colectivo que construye la película. Precisamente, nadie se salva de los dardos subrepticios de Farhadi porque si bien el humanismo está a la orden del día y nos aclara que cada uno hizo hasta cierto punto “lo que pudo”, tampoco se puede obviar que todos los personajes tuvieron algo de que arrepentirse a lo largo de la faena: Emad se va transformando progresivamente en un ángel ciego de la venganza como una forma de demostrar su cariño hacia Rana, la cual -al no hacer la denuncia- termina celebrando una impunidad vinculada a una cobardía errática que muta en una suerte de misericordia cristiana venida a menos durante el último capítulo del relato, cuando por fin conocemos al responsable del ataque y de a poco el patetismo se eleva a alturas inauditas. Ahora bien, esos 30 minutos finales de El Viajante rankean en punta entre los momentos más angustiantes del cine reciente, una síntesis perfecta de todo lo que se puede lograr cuando eclosiona la verdad y ésta se combina con el núcleo de lo “no dicho”, la matriz de una pugna metamorfoseada en la hipocresía familiar y el rechazo a situar a la mujer en el mismo escalafón que el hombre (por ejemplo, hay una marcada insistencia en evitar utilizar la palabra “prostituta” para referirse a la profesión de la inquilina anterior del departamento de los protagonistas, circunstancia que se condice con la indignación que sienten los personajes en torno al asunto, al extremo de desinteresarse por Rana). Farhadi enfatiza que los conflictos negados terminan siendo más nocivos que los enfrentamientos explícitos, lo que funciona como punta de lanza para examinar el popurrí de miserias de una sociedad enferma y de idiosincrasia bipolar que busca siempre olvidar las crisis en vez de resolverlas para mantener una fachada de paz mediante “desviaciones” que destruyen toda confianza…
El cine de Asghar Farhadi es un cine de silencios y de riesgos. Si en La separación, afrontaba las miserias de una pareja que sólo veía en la incompatibilidad su claro deterioro, en "El pasado" también había algo de eso de toda instancia pasada como mejor momento vivido. Con "The Salesman" el realizador vuelve a Irán, y se introduce en la historia de una pareja de actores, en un momento ideal, que tiene que abandonar su departamento al deteriorarse por las grietas que durante años los acompañaron en la estructura de las paredes, pero que ahora les hacen peligrar su vida, si es que deciden permanecer allí. Se mudan y deciden instalarse en una nueva casa, y mientras el cambio de improviso de vivienda que toma lugar allí, ensayan un clásico ("La muerte de un viajante") y se preparan para representarlo. Pero en el edificio al que se mudan habita gente de los bajos fondos, entre ellos una prostituta, o al menos es aquello que se deja entrever: Sin hacer caso a esto, el idilio en ese nuevo espacio avanza hasta que un día la mujer por error deja la puerta abierta, y en un hecho que se desprende, o al menos es aquello que se comprende, de una confusión, la mujer es atacada y vejada violentamente mientras se estaba duchando. El marido llega y encuentra rastros de sangre y a su mujer golpeada, lo que conduce a una serie de enfrentamientos, primero tratando de entender qué pasó y de desenmascarar al culpable, pero ante el silencio de ella y su traumática situación el hombre comenzará una suerte de pesquisa. Así la narración se vuelca del drama intimista a una película cuasi policial, pintoresca, por cierto, ya que se sigue contando desde la exoticidad, las relaciones que en el Irán profundo, aquel ajeno a los medios tradicionales, se tejen. Farhadi, es un hábil narrador, y aquí se rodea de dos de sus intérpretes fetiches, como los son Shahab Hosseini y Taraneh Alidoosti, quienes le otorgan verosimilitud y solidez a una historia dolorosa. Dolorosa no solo en relación a quién resulta ser el acusado en cuestión sino a la actitud que supuestamente deberían tomar una vez que se sabe quién es el culpable, algo que los dividirá de una manera aún más profunda que el hecho acontecido en sí. El director bucea en el intertexto de la pareja, en ese lábil límite que divide aquello que se debe pensar como lo moral y aquello que se dicta como norma. Las idas y vueltas de la relación de la pareja, después del incidente, le permiten construir su relato desde varios frentes narrativos. Una reflexión sobre el amor, desde su costado más ético, por decirlo de alguna manera, es el vector de un guion sin fisuras que supera cualquier mirada vacua sobre el hecho desencadenante de la acción. Aquellas grietas del edificio en el que los protagonistas habitaban en el arranque del filme, terminan siendo menos profundas que las que se encarnan en la relación entre ambos luego del incidente acontecido. Y allí donde la presunción termina por abofetear a lo establecido, y la incomodidad se hace evidente, es en donde Farhadi termina por construir su relato, que sin llegar a la intensidad de sus obras anteriores, es un gran ejercicio de tensión narrativa. Texto publicado originalmente en la Revista Godard número 39.
Un amor fragmentado El viajante (The Salesman), nuevo film de Asghar Fardahi (La Separación, El Pasado) nos presenta a Emad (Taraneh Alidoosti) y Rana (Shahab Hosseini), una joven pareja que debe abandonar el departamento que habitan, ya que éste corre peligro de derrumbe, por las condiciones de sus cimientos. Emad es profesor, y Rana es ama de casa; sin embargo, por las noches ambos comparten la pasión teatral, mientras ensayan La Muerte de un Viajante, obra de Arthur Miller. En en su grupo de teatro donde hallan una solución a su problema habitacional ya que un colega les ofrece mudarse a uno de sus departamentos. Al mudarse, consideran al nuevo hogar como el lugar posible donde ampliar su familia, pero la ilusión cae rápidamente al informarse sobre la persona que solía vivir allí; una supuesta prostituta. Más allá de esto, continúan en el lugar. Una noche, Rana espera a su marido para cenar, deja su puerta abierta y es atacada mientras se está duchando. A partir de esta situación traumática, Emad dedica su tiempo a buscar al culpable, y a tratar de entender qué originó tal ataque, conectándolo con la inquilina anterior. De esta forma, El Viajante vira desde un género dramático hacia un estilo más bien de suspenso, mientras el film avanza en la investigación que Emad, movido por su sed de venganza desmedida, lleva adelante. Su intención es proteger a Rana, de quien paradójicamente, se distancia cada vez más ya que él no logra entender lo que ella está pasando, y ella mucho no dice, pero se niega a hacer la denuncia, por la angustia que le genera revivir el hecho en cuestión. Así, Fardahi exhibe a una pareja conflictuada previamente y no a partir del ataque a Rana, situación con la que sólo salen a la luz viejas diferencias maritales. Dichas diferencias hallan lugar de escape arriba del escenario, único ámbito en el que ambos se permiten exteriorizar su malestar. El Viajante es una cautivadora producción que, plagada de tensos silencios, y acompañada por las excelentes actuaciones de Alidoosti y Hosseini, propone una interesante reflexión sobre el amor, así como del bien y el mal, y la diferencia entre ética y moral en los tiempos contemporáneos en general, y dentro de la comunidad islámica, y el rol de la mujer, en particular.
El silencio eterno La historia del cine iraní indica y ha demostrado ser distinto a los demás, orientándose hacia la forma francesa de hacer cine, con ese traslado lento de las acciones y los diálogos. El viajante de Asghar Farhadi, quien ganó como mejor director en el último Festival de Cannes, no se queda atrás y tarda casi una hora y media en entretener al espectador al contar la historia de una pareja de actores iraníes que estrenan “La muerte de un vendedor”, de Arthur Miller. La película cuenta cómo la actriz recibe una golpiza de un desconocido y la búsqueda de un culpable de parte de su marido. Lenta, poco entretenida y por momentos soporífera. Pero esperen, falta algo más: en los últimos premios Oscars, hace unos días, ganó en la categoría de Mejor Película Extranjera, superando a la clara candidata alemana Toni Erdmann. Se ve que la política fue más importante que la calidad.
Es la flamante ganadora del Oscar al “Mejor film en lengua extranjera”. Dirigida por Asghar Farhadi que ya había obtenido una estatuilla por “La separación” Una película muy interesante que realiza un paralelo inquietante entre lo que ocurre en la trama de “La muerte de un viajante” de Arthur Miller y lo que ocurre en un hecho extremo en la vida de la pareja de actores que protagoniza esa obra. El es un profesor, amado por sus alumnos. Ella una ama de casa que comparte con su marido su pasión por integrar una compañía de teatro independiente. Parecen intelectuales modernos hasta que los golpea un hecho violento contra ella. Y el marido decide encontrar al agresor de su mujer sin participación de la policía, con motivaciones que pocas cosas tienen que ver con lo que siente su compañera, y si con mandatos culturales. Planteada como una trama de suspenso, con situaciones muy tensas, con actuaciones muy bien logradas, con un clima asfixiante donde parece no haber salida. Como director y guionista, Farhadi ahonda en la psicología de sus personajes, revela su verdadera naturaleza y muestra una crisis de valores en toda su dimensión. Un film para no perderse.
Del suspenso a la trampa de la parábola. El director de La separación vuelve a algunas de las ideas que ya estaban en aquel film, con una pareja de clase media atravesando una crisis, en la que pesa el componente cultural y religioso de la teocracia iraní. Sin embargo, la resolución resulta forzada. Con un segundo Oscar en sus manos (aunque ausente durante la ceremonia de premiación, merced a las políticas inmigratorias de la era Trump), Asghar Farhadi se ha convertido en el realizador iraní con mayor proyección internacional, el único que ha logrado unir con creces los mares del prestigio autoral, vía el Festival de Cannes, con los de la distribución mundial. La fórmula del alquimista no es sencilla: desde los inicios de su carrera, hace unos quince años, el énfasis en el naturalismo social no ha hecho mella en una notable capacidad para elaborar sus relatos con una buena dosis de suspenso tradicional, sumada a un componente humanista que suele reflejarse en la puesta en tensión de ciertas problemáticas (en particular, aquellas referidas al rol de la mujer) que, sin dejar de ser universales, tienen una particular relevancia en su país de origen. En sus mejores películas (las inéditas en nuestro país Fireworks Wednesday y About Elly o la reconocida La separación), esos elementos se combinan para ofrecer una particular mirada sobre relaciones humanas a partir de las disyuntivas morales de sus personajes, sin estridencias ni excesos dramáticos. El viajante llega luego de su primera película rodada fuera de Irán, El pasado, y retoma algunas de las ideas que resultaban fundamentales en La separación, aunque aquí no haya un divorcio en proceso sino apenas el prólogo de una crisis que, posiblemente, horadará esa relación de manera definitiva. Los protagonistas, Rana y Emad (notables Taraneh Alidoosti y Shahab Hosseini, ambos miembros regulares de la troupe de Farhadi) integran, nuevamente, un matrimonio de clase media, en este caso una pareja de actores semi profesionales que, al comienzo del film, se encuentran dándoles los toques finales a los ensayos de una puesta de La muerte de un viajante (puesta no exenta de problemas de producción y, como se desliza en un breve diálogo, acosada por la censura de los comisarios culturales). La mudanza de urgencia a un nuevo departamento será el punto de partida del conflicto, que comenzará a avanzar como una mancha venenosa sobre su vida personal y profesional: la antigua habitante del lugar pudo haber sido una prostituta y uno de esos pequeños errores que se revelan fatídicos terminará dejando las puertas abiertas para que uno de sus clientes la confunda con la nueva inquilina. Corte al hospital, donde Rana es atendida por un grupo de médicos, fuera de peligro, pero con varias heridas en su cuerpo y las secuelas psicológicas del hecho a flor de piel. Esa elipsis se transformará en un arma de doble filo durante el resto del film: la mujer fue atacada, sin dudas, pero la narración le esconde al espectador (¿y al personaje del marido?) cierta información, punto de partida para una serie de notorios cambios en el carácter de Emad, que en pocos días dejará de encarnar a cierto arquetipo de liberal culto para obsesionarse con una búsqueda del culpable que lo mostrará en una novedosa faceta, exacerbado en varios niveles un componente machista que permanecía oculto. Si bien es cierto que El viajante no sería la misma película de haber sido rodada por otro realizador en otro país (el componente cultural y religioso de una teocracia se siente con fuerza), es evidente que el mecanismo mediante el cual Farhadi parte del punto A para llegar al punto B se lleva por delante varias sutilezas e, incluso, lo obliga a disponer más de una incongruencia en el relato, que no conviene revelar aquí ya que forman parte del bagaje de resoluciones finales. La película logra transmitir, en el silencio inicial de Rana, no sólo una respuesta a la violencia muy diferente a la de su marido sino, como se verá más tarde, una toma de posición muy férrea al respecto. Su punto de vista resulta esencial, más allá de que quien reacciona a partir del hecho inicial es Emad. La grieta comienza a ensancharse entre ambos y las escenas “teatrales” –aquellas que registran las representaciones de la obra de Arthur Miller– se transforman en el reservorio de aquello que no se dice, o se dice a medias, fuera del escenario. Pero a diferencia de lo que ocurría en la reciente El vecino, del rumano Radu Muntean, e incluso en El hijo, de los hermanos Dardenne –donde los dilemas éticos también iban de la mano de la construcción del suspenso–, Farhadi recorre en los últimos treinta minutos de El viajante el camino inverso al concepto de “menos es más” elaborado en esos films, cayendo finalmente en la trampa de la parábola, que había logrado sortear con bastante éxito durante la hora y media previa.
Cine de superficie sobre temas espinosos El iraní Asghar Farhadi ha conseguido dos Oscar a la mejor película extranjera -entre muchos otros premios- en apenas cinco años. El viajante comparte con su otra oscarizada -La separación- una tensión argumental fuerte, la cámara nerviosa cercana a los personajes, el montaje veloz, áspero, cortante. Ambas películas se siguen con interés, incluso con angustia. En El viajante estamos ante una pareja que debe abandonar su departamento por riesgos de derrumbe: las paredes resquebrajadas anuncian simbólicamente lo que viene. Ambos actores de teatro (él, además, es docente) están no solamente sin casa, sino además en los ensayos finales de La muerte de un viajante, y un compañero les ofrece un departamento del que se acaba de ir una inquilina anterior, aunque todavía hay muchas de sus pertenencias. La inquilina anterior era prostituta -en los diálogos hay diversos eufemismos para definirla- y un cliente entra cuando la nueva dueña de casa está sola y hay un confuso y violento episodio, que no vemos. A partir de ahí Farhadi construye con notoria habilidad -incluso al apoyarse en las representaciones de la obra de teatro para amplificar emociones de manera tangencial- este relato de dudas, fastidios, miedos, acusaciones, grises diversos y hasta solidaridades (los vecinos son modélicos). Hay una progresiva obsesión del marido de la agredida, un creciente malhumor, la noción de vida arruinada y el juego típico en el director -que es muy astuto para filmar el malestar y divertirnos con él- para que cambiemos las empatías, las identificaciones, los rechazos. Con gran pericia para que cada secuencia tenga suspenso, interés o al menos morbo, Farhadi despliega los diálogos a gran velocidad, como si su cámara huyera programáticamente del silencio. Cuando llega el tramo final, El viajante apuesta todavía con mayor fuerza por el trabajo vistoso y efectista en aras de la tensión. La película de Farhadi es entretenimiento con temas espinosos, y en ese sentido es una muy buena propuesta, ágil, entretenida. Pero como suele suceder con películas de mucho menor prestigio, la pericia y la astucia logran disimular las inconsistencias, pero no eternamente. Termina el relato y nos ponemos a pensar que tal detalle un tanto arbitrario fue fundamental para la trama, y que cómo se explica tal otra cosa, central para que podamos hablar de cohesión, coherencia o lógica. Farhadi propone un cine de la superficie, pero con sellos de profundidad. Divierte y distrae, y gana Oscar, a diferencia de sus compatriotas Kiarostami y Panahi, grandes cineastas.
Sociedad en reconstrucción Ganador del Oscar extranjero, el filme de Farhadi plantea una crisis que va más allá de lo individual. La película que ganó el domingo el Oscar como mejor filme hablado en idioma extranjero, tal vez le deba algo a Donald Trump y sus medidas antiinmigratorias, pero tiene suficientes valores propios como para haber llegado hasta donde la Academia de Hollywood la ubicó. Asghar Farhadi es dentro de los nuevos directores iraníes, uno que gusta del realismo, pero del realismo psicológico. Un hombre que construye sus historias al detalle, que hace que A lleve a B, y que B plantee más inquietudes que las que uno vislumbraba en A. Si en La separación, donde demostraba un enorme poder de observación, se centraba en una disputa que se alejaba de lo doméstico para focalizar, indagar qué pasaba en los corazones de la pareja, en El viajante retoma la relación, pero cambia el marco. La película abre con Amed (Shahab Hosseini, mejor actor en Cannes 2016) y Rana (Taraneh Alidoosti), que deben abandonar un edificio en ruinas, en peligro de derrumbe. Eufemismos al margen, difícil conseguir alquiler en Teherán para una pareja en la que él es profesor de literatura y ella ama de casa. Pero dan con un departamento, en el que la antigua inquilina dejó varias de sus pertenecías. Podría, o no, ser una prostituta. Una noche, Rana es atacada en la ducha antes de que Amed llegue al departamento. Lo que sigue es el silencio de la mujer ante el asombro de Amed, que quiere dar con el atacante, no comprende el encierro de Rana, que está asustada, e irá siguiendo pistas para dar con quien cree fue el intruso esa noche. El viajante -que debe su título a La muerte de un viajante, la obra de Arthur Miller, que la pareja representa en una producción casi amateur- tiene un punto en común con La sospecha, de Gilles Villeneuve, en la que el personaje de Hugh Jackman descubría a quien había atentado contra su hija. Cuando Emad descubra al responsable, ¿qué hará? El viajante es un drama, que explora la intimidad de la pareja, pero también la decadencia social, y por momentos se sigue con el suspenso de un thriller. Es un filme tenso, que a medida que avance, irá cambiando el sentimiento del espectador ante los personajes. Es devastador en el sentido que, aquí sí, el derrumbe del departamento juega con lo que llevan dentro los protagonistas. Historia dolorosa, de crimen y busca de venganza y castigo, en el que el espíritu de Willy Loman hará su parte, la película trata sobre el honor, sobre un hombre que siente su virilidad puesta en juicio, sobre la confianza, sobre una sociedad patriarcal en la que las mujeres parecen sometidas. Toda esa tensión acumulada desemboca en un final en el que cada espectador sabrá qué es lo que ve, o lo que decide entender, y con quién se siente identificado. Hay algo que implosiona y que se esparce, recubre la totalidad del filme. Gran película.
HAZ LO CORRECTO Emad Etesami (Shahab Hosseini) y Rana (Taraneh Alidoosti), son una pareja de clase media que deben abandonar el departamento en donde viven porque el edificio corre riesgo de derrumbe. Él es una amable profesor en un colegio secundario, ella es ama de casa y ambos son actores vocacionales y protagonistas de una adaptación de Muerte de un viajante, de Arthur Miller, la obra que están ensayando antes del inminente estreno. Un compañero de teatro les ofrece un departamento al que pueden acceder sin depósito, la pareja se muda y mientras se empiezan a adaptar a la nueva casa, ocurre lo inimaginable, un hombre ingresa al piso mientras Rana está sola. Lo que sigue es la búsqueda por parte de Emad del abusador de su mujer -la inquilina anterior había dejado sus cosas en una habitación cerrada y puede estar relacionado con la posible violación-, en una sociedad donde el Estado pauta todas y cada una de las relaciones de las personas. Entonces Emad, un buen progresista que hasta ese momento transitaba su vida con una sonrisa y aparentemente era feliz, empieza a descascararse, dando cuenta de que no alcanza con su optimismo, que la historia y el contexto en donde le toca vivir se filtra en su accionar -en relación a los otros, en su mirada hacia su propia mujer-, casi como el entusiasta Willy Loman de la famosa obra de Arthur Miller, que también se iba degradando a medida que el sueño americano le daba la espalda. El honor, la idea de la venganza, la culpa, el lugar de la mujer en un Estado patriarcal omnipresente recorren el relato de Asghar Farhadi, un autor que señala con rigor pero sin remarcaciones innecesarias cómo un hecho puede evaporar cualquier idea de normalidad, cuando la sociedad, en este caso la iraní, suma capas de opresión a la tragedia particular. En 2011 Farhadi había ganado el Oscar a la Mejor película en Idioma Extranjero con La separación -otra feroz radiografía de Irán- y el domingo pasado volvió a alzarse con el preciado galardón de Hollywood con El viajante. Ambas películas justifican que el gobierno de su país no esté demasiado feliz con las distinciones. Paradojicamente, la prepotencia de la administración Trump tampoco le permitió la visa para ingresar a los Estados Unidos para estar presente en la ceremonia de entrega de los premios. Y si, aun con diferencias que parecen insalvables, a veces los estados tienen una matriz que los emparenta. EL VIAJANTE Forushande. Irán/Francia, 2016. Guión y dirección: Asghar Farhadi. Intérpretes: Taraneh Alidoosti, Shahab Hosseini, Babak Karimi y Mina Sadati. Fotografía Hossein Jafarian. Música: Sattar Oraki. Edición: Hayedeh Safiyari. Duración: 125 minutos.
Tensa y por momentos asfixiante. El Viajante es un film tan redondo y sutil que pasa del drama ligero al thriller de suspenso vengativo sin que el espectador lo note. Un interesante estudio de los mandatos culturales en la sociedad islámica. Detrás de la controversia por el Muslim Ban y la política migratoria de la era Trump, una gran película quedó envuelta en el entramado de noticias: The Salesman (Forushande, 2016) la última obra de Asghar Farhadi. La película que comienza como un ligero drama intimista sobre la vida de una pareja en Teherán, al poco tiempo de presentar personajes se transforma en una devastadora trama de venganza que muestra el lado mas oscuro del alma de los protagonistas. Emad (Shahab Hosseini) y Rana (Taraneh Alidoosti) son una pareja de actores que interpretan “La Muerte del Viajante”, la obra de Arthur Miller, en un teatro local. Cuando el edificio en el que viven corre riesgo de derrumbe por una obra cercana, la pareja se ve forzada a buscar un nuevo hogar. Gracias a la ayuda de un colega logran conseguir un nuevo departamento y empiezan a pensar en tener hijos para fortalecer su relación. Todo cambia cuando Rana es violentada en un confuso episodio que involucra a la antigua habitante del departamento, una prostituta. Farhadi muestra de manera magistral cómo la vida normal de los protagonistas se desliza lentamente por un espiral de oscuridad que los lleva al límite. Rana no quiere denunciar a su agresor, niega todo y se encierra en su dolor tratando de ignorar el trauma; mientras que Emad es consumido por el deseo de encontrar al depravado que atacó a su esposa para humillarlo (y tal vez algo más) aunque eso le cueste su matrimonio. El Viajante es un intenso y poderoso drama con tintes de thriller que se destaca por sus sutileza para narrar y mostrar el cambio en los personajes. Cuando las películas se juzgan por lo que nos muestran, Farhadi decide poner el énfasis en aquello que apenas se sugiere o insinúa. Hay un interesante juego con la obra teatral que Rama y Emad representan, una “historia dentro de la historia” (de hecho, tanto el film como la obra tocan temas similares, aunque en este caso adaptados a los valores y al modo de vida de la sociedad Iraní). Farhadi tiene otro merecido Oscar (el anterior fue por La Separación, 2011) gracias a su inteligente planteo que triunfa al tocar temas sensibles de manera muy correcta e invitando a la reflexión y sus excelentes intérpretes que transmiten mucho, ya sea con encendidos monólogos o la sutileza de una mirada.
El viajante: Matrimonio en demolición. La ganadora del Oscar a mejor película de habla no inglesa se estrena en nuestros cines y nosotros te contamos qué tiene de especial. El director Asghar Farhadi ya se consagró con la obra maestra de “Nader y Simin, una separación” (Jodaeiye Nader az Simin, 2011) pero los momentos cambian y debe mantenerse a flote con otras producciones para demostrar si es o no merced de su posición de autor, la actual categoría en peligro de extinción. “El cliente” (The Salesman) cuenta la historia de Emad (Shahab Hosseini) y Rana (Taraneh Alidoosti) quienes tienen problemas estructurales en su departamento, el edificio está por derrumbarse, y son obligados a buscar otro hogar. Pero no todo será sencillo ya que la anterior inquilina de su nueva casa tendrá algún secreto, antiguos clientes, que será desvelado a través de la tragedia. El primer plano secuencia de la escena inicial es absolutamente devastadora donde vemos a los protagonistas salir de sus hogares por el temor de no caer presas del derrumbe provocada por una nueva contracción cerca del edificio. Cada detalle se muestra de forma agónica y asfixiante para dejarnos secos antes del inicio de la trama principal. Al llegar a su nueva residencia, la ama de casa comete un error garrafal (deja entrar a un desconocido a la morada por equivocación) que desencadena un largo duelo emocional y que llegará a su esposo mostrará su verdadera máscara. Pero la pareja demostrará todo su quiebre interno en los ensayos que realizan para una obra nocturna de Arthur Miller y la mirada de sus compañeros no se harán esperar. Es entonces donde el profesor emprende una búsqueda desesperada para encontrar a este negligente que usurpó su vida metiéndose donde no le correspondía. La venganza como primera propuesta y salida del dolor. El montaje del largometraje desempeña de noble manera para que la dirección de rienda suelta a expresión de los personajes y siempre confiando en las imágenes como en el campo afuera. Además, el guión que sin utilizar (ni abusar) de las palabras recrea el clima idóneo para la trama. La convicción misma del film es la de demostrar una realidad tangente en el país de Irán. Sus descontroles, sus falsedades y en especial sus silencios. El talento del cineasta asiático recae en convertir una tragedia minúscula en un valor universal. La propuesta funciona a la perfección aunque queda muy en discusión si le valía la estatuilla dorada en la última edición de los Oscars sabiendo que tenía a Toni Erdmann (2016) entre sus filas. Pero como ya nos tiene acostumbrando la Academia, la polémica siempre triunfa por estos prados.
Es de noche en Teherán cuando Emad y Rana deben abandonar su casa tan pronto como sea posible, por peligro de derrumbe del edificio que habitan. Los vidrios estallan, las paredes crujen, un hogar que se desmorona, espejo de lo que Asghar Farhadi hará con la pareja de Forushande (The Salesman). Un drama familiar y relato de venganza, es una historia íntima acerca del cómo un matrimonio lidia con un evento trágico pasible de ocurrir en cualquier lugar del mundo, pero que en el marco de la sociedad opresiva iraní se vuelve un acontecimiento tóxico y asfixiante.
EL ESPECTACULO DE LA REALIDAD Hay algo clave en el cine del iraní Asghar Farhadi: hace un cine que conecta con el público internacional sin por eso perder una pizca de identidad. Lo primero se da a partir de un trabajo con la puesta en escena que privilegia el ritmo interno de cada secuencia, teniendo como centro el nervio y la generación de tensión constantes. Lo segundo, se sostiene al hacer que las tramas de sus películas (un divorcio o un episodio de inseguridad, por ejemplificar con sus dos películas oscarizadas) se nutran de condimentos socio-políticos indisimulablemente locales. Sus películas tienen la superficie de cualquier relato industrial europeo, y con ello una respiración que no ahuyenta a un tipo de espectador modelado con esos ritmos, a la vez que aportan datos singulares. En El viajante, una mujer sufre un episodio violento mientras está sola en su hogar y el hecho dispara toda una serie de crisis en su matrimonio mientras deja en evidencia -sin subrayar demasiado- el rol secundario que la mujer adquiere en un país como Irán, aún siendo la víctima. Todo lo dicho anteriormente es una reflexión sobre por qué un director como Farhadi adquiere centralidad en el cine mundial (sin dejar de lado la necesidad del Oscar este año por remarcar los conflictos raciales y étnicos que atraviesa Estados Unidos en la era Trump). Podemos pensar un poco mezquinamente que hay en su proceder algo de oportunismo, pero en verdad sería negar una evidencia notoria: el director es un genio de la puesta en escena y lleva de la nariz al espectador cruzando el drama con la especulación del thriller a lo largo de dos horas que avanzan pausadamente pero que apuestan a un desencaje progresivo. Como decíamos, en El viajante una mujer es herida en su hogar: ella y su marido son actores y están interpretando una puesta de Muerte de un viajante de Arthur Miller. Esa representación, que avanza en paralelo a la historia central, sirve al relato para que el matrimonio de Rana y Emad exteriorice aquello que no puede de otro modo, una forma de catarsis que Farhadi trabaja un poco desde la obviedad. La Irán que muestra Farhadi es la de las clases medias; tal vez por eso es que en la película lo que aflora son esos miedos tan universales de determinado sector social, como la violación de la propiedad privada y de los bienes materiales: el coro de vecinos es notable. También, a partir del episodio que sufre Rana (confuso, ya que inteligentemente el director no cae en la tentación de lo explícito), lo que aparece es una mirada sobre la mujer y su rol de castidad en la sociedad. Lo mejor de El viajante está precisamente en esos momentos de intimidad donde el rumor del entorno convierte en tabú y en indecible aquello que ocurrió, o incluso en esos diálogos repletos de eufemismos para decir que la anterior inquilina del departamento donde viven Rana y Emad era una prostituta. No es menor, tampoco, que en la película la mujer tenga un rol secundario y no sea ella la que termine decidiendo sobre su integridad. El film trabaja desde el punto de vista de él y hay puertas que se cierran y espacios vedados a la mirada de ella. Esa tensión es positiva en el film, porque aborda el nervio desde una perspectiva socio-política y denuncia la composición machista de una sociedad, y se contrapone a aquella que surge en la última parte del relato, donde la obsesión de él por encontrar un culpable termina desencadenando otro tipo de tragedia. Lo que sucede en ese final pone a El viajante en otro lugar y lleva a preguntarnos, en definitiva, si los temas que la película venía desarrollando hasta ese entonces eran importantes o no. Por momentos, pareciera que Farhadi juega al suspenso con algunos datos un tanto morbosos. Y no es que lo juzguemos desde la corrección política, pero hay asuntos delicados que forman parte de la construcción del relato y que parecieran ser en definitiva meros accesorios para que el director demuestre su maestría para la puesta en escena. Al igual que en La separación, al final pareciera que todo no es más que un juego virtuoso de Farhadi que cuenta películas sólo como excusa. La diferencia aquí es que mientras en aquella esa exhibición exagerada de virtud estaba, la película lograba concentrarse en su drama sin licuarse y ser profunda y reflexiva. En El viajante hay cierta dispersión que se busca justificar en aras del espectáculo que se monta: el director termina siendo más un mago que trata de ocultar sus trucos lo mejor posible, aunque después que termina nos ponemos a pensar si no hay cosas demasiado arbitrarias. Y tal vez lo más cuestionable de todo sea que ese espectáculo es un poco desleal para sus personajes. Y también, claro, que está la sombra de la metáfora teatral dando vueltas constantemente.
Un eficiente thriller sobre gente común. El Cine Iraní habitualmente se distingue por un constante uso de simbolismos y un ritmo bastante cansino. Estas distinciones la han hecho por un lado, el objeto de afecto de una selecta comunidad de cinéfilos, y por el otro, el blanco de las burlas para definir lo que es un cine “aburrido”. Entonces llegan cineastas como Ashgar Farhadi para patear el tablero, contando historias autóctonas pero con ribetes universales, valiéndose de un minucioso clasicismo y un uso fluido del ritmo. El Viajante es otro de sus aportes. La impotencia más allá del escenario: Emad y Ranaa son una pareja que interpreta la obra Muerte de un Viajante de Arthur Miller, pero una noche se ven obligados a evacuar su edificio por estar cayéndose a pedazos. Ante esto, un compañero del reparto les ofrece un departamento de su propiedad. Lo que no les revela es que la inquilina que habitaba previamente el departamento era una prostituta que desempeñaba su labor en dicho inmueble. Esto sería un dato al pasar si no fuera porque un hombre irrumpe en la vivienda y golpea brutalmente a Ranaa, creyendo que se trata de la prostituta en cuestión. A partir de acá, Emad comenzará una búsqueda frenética del perpetrador que podría costarle todo, incluso su matrimonio. Si hay algo que hay que destacar del guion de El Viajante es que mantiene un balance equitativo entre la pesquisa investigadora del protagonista, y la historia más intimista, que tiene como motor el descenso del mismo al lado mas oscuro de su psiquis, sumado a las repercusiones psicológico-emocionales padecidas por su esposa. Se vale de la intriga cuasi policial para mantenernos curiosos por si se descubrirá la identidad del golpeador, pero una vez que nos tiene enganchados, el guion nos adentra en la alienación de esta pareja, que es la historia, el tema, que el realizador verdaderamente está interesado en contar. Si bien hay escenas que denotan una clara idiosincrasia ética de su país de origen, estas no son abusivas, durando lo justo y necesario sin arriesgar a alejar al espectador de los aspectos más universales que posee la historia. En un cine que se desataca por su excesivo uso de simbolismos, es aplaudible que el director y guionista, Ashgar Farhadi, se haya valido de uno solo, constante y potente a lo largo de la película; es decir, elegir a Muerte de un Viajante, como la obra que actúan los protagonistas, dado a que la impotencia que padece Emad a lo largo de la película no está muy alejada de la que siente Willy Loman en aquella obra. En el aspecto actoral la pareja protagonista entrega un muy sentido trabajo, haciendo muy creíble a la pareja que conforman. No obstante, a quien destaco es a Shahab Hosseini, que entrega un amplio abanico de emociones desde la primer hasta la última escena. Es dueño de una gran sensibilidad y sutileza, haciendo natural la transición de la emoción más inocua a la más iracunda. Por el costado técnico tenemos una lúcida fotografía basada en la cámara en mano y el uso de los contrastes, apoyada por un montaje que le lleva el apunte al lucimiento actoral. Conclusión: El Viajante consigue escapar a los estereotipos del cine iraní de la mejor manera: con una narración clara, directa, y fundada en las emociones de un afilado reparto.
La película del director de “La separación”, que compitió en el Festival de Cannes y acaba de ganar el Oscar a la mejor película extranjera, es un drama sobre una pareja que entra en crisis tras una confusa situación en la cual la mujer es abusada sexualmente y el marido reacciona de la peor manera posible. Tal vez la más efectiva y ajustada de las películas que, dentro de la competencia del Festival de Cannes, pueden integrar el grupo del llamado “realismo socio-cultural” (las otras serían las de Mungiu, Loach y los Dardenne), el nuevo filme del iraní Ashgar Farhadi retoma un tema relativamente similar al de LA SEPARACION, en el cual un hecho confuso e incómodo desarma la vida de varias familias. La película comienza con un edificio cuyos cimientos empiezan a temblar, lo que obliga a una pareja (Emad y Rana) a escapar del lugar y mudarse. Ambos son actores y están trabajando en una puesta de LA MUERTE DE UN VIAJANTE y no les queda otra que mudarse a otro departamento, uno que pertenece a una mujer que, se deja entrever, se prostituye. Esto terminará conduciendo a una confusión en la cual un hombre entra a la casa a buscar a esta mujer y se encuentra con otra, la nueva habitante… Cuando Emad llega a su casa encuentra rastros de sangre y a su mujer golpeada, lo que conduce a una serie de enfrentamientos y problemas. Emad, por un lado, tratando de entender qué pasó y de desenmascarar al culpable. Ella, Rana, prefiriendo el silencio, con miedo, tras la situación que suponemos traumática. Y si bien ella parece querer olvidar el asunto, él está decidido en encontar a la persona que la golpeó o, acaso, la violó. Eso lo llevará a más de una sorpresa, no solo en relación a quién resulta ser el acusado en cuestión sino a qué actitud tomar una vez que se sabe quién es el culpable. Y eso los dividirá acaso de una manera más profunda que el hecho en sí. Drama realista con elementos de suspenso a la manera de sus anteriores películas, con extensos diálogos, confusas situaciones de violencia y diferencias de criterio sobre qué actitudes tomar al respecto (tanto LA SEPARACION como su anterior ABOUT ELLY tenían temas similares), EL VIAJANTE ahonda en cuestiones específicas de la sociedad iraní al respecto de situaciones de este calibre, que seguramente serían tratadas de otra manera en una sociedad con menos influencia religiosa. Las idas y vueltas de la relación de la pareja, especialmente a partir del incidente, se develarán no solo en una secuencia larga e intensa de investigación del orden policial, sino las profundas diferencias que se pueden manejar en una pareja respecto a temas centrales como son la familia, la culpa, el miedo, el perdón y el sometimiento. Y, especialmente, esa cosa posesiva –y potencialmente tan agresiva como la violencia física– que muchas veces se confunde con aquello que llaman amor.
Venganza y culpa en esta historia de mujeres atacadas y parejas rotas Un matrimonio debe dejar su casa porque el edificio está por venirse abajo. El es profesor y actor de teatro. Ella lo acompaña como actriz. Están representando “Muerte de un viajante”. Todo apunta al mismo lado. El matrimonio se contagia de esa muerte teatral y de ese derrumbe material. Ellos se mudan a una casa que estuvo habitada por una prostituta o algo así, porque todo está aludido. Por culpa de un equívoco, la nueva dueña de casa es atacada ¿por un cliente de la anterior ocupante? A partir de allí el aire se enrarece. ¿Qué pasó en ese baño donde la mujer fue atacada? El ladrón huyó y dejó olvidado plata y un celular. ¿Pagó por algo? El marido inicia la investigación. Se obsesiona. Quiere atrapar al agresor pero también saber hasta dónde llegó. Y esa interrogante ocupa todo. Los efectos indeseables que produce la violencia saltan a la vista. La duda gana lugar. El hombre apuesta a la venganza y la mujer al olvido. El ataque lastimó una armonía hogareña que deja más marcas que las heridas. Este film ganó el Oscar como mejor película extranjera. Y Farhadi, que nos había deslumbrado con “La separación”, propone otra reflexión sobre las relaciones humanas, con la pareja en el centro de la escena. Lo hace de a poco, como es su estilo, sin estallidos grandilocuentes, permitiendo que la historia vaya envolviendo a sus personajes hasta hacerlos cambiar. Sensible, ambigua, sin tomar partido, dejando que cada criatura se explique, el film es una meditación sobre los aspectos morales que rodean a una pareja más que sobre el amor. Hay humanismo, gusto por los detalles, mirada profunda sobre los vínculos matrimoniales que están más allá del amor. Y da gusto ver a estos seres luchar contra ellos mismos, contra sus dudas y sus interrogantes y poder valorar la intensidad de las actuaciones y el peso de lasa palabras. Al final, cuando el film entra en su tramo definitivo, el argumento parece apresurarse demasiado. Hay suspenso, hay reproches, pero hay mucho para ver debajo de esa venganza que se queda a medio camino y que curiosamente le devuelve paz a un matrimonio a punto de quebrarse y llena de incertidumbre a una pareja que parecía feliz y armoniosa. Es que en los vínculos -dice Farhadi- todo está siempre a tiro de ruptura. Y no hay personajes salvadores en medio de una trama que no necesita la verdad sino saber mirarse hacia dentro. Cada uno tiene sus razones. Y todos dudan. En esas idas y vueltas el film demuestra que la vida se va haciendo de pequeñas revelaciones y de secretos, que el amor está poblado de contradicciones y que en ese clima de recriminaciones, ocultamientos y desvelos, la culpa pasa de uno a otro sin anclarse Merecido premio para esta historia cargada de una furia callada, sentida y dolorosa
Reciente ganadora del Oscar, por segunda vez para su director, el ausente de la ceremonia Asghar Farhadi, El Viajante es un drama tenso y atrapante sobre todo eso que pasa a partir del ataque a una actriz -mientras se ducha en su casa-, casada con un actor y profesor secundario con el que además pone en escena Muerte de un viajante de Arthur Miller. La carga moral que da peso a cada plano de esta historia mínima, entre el thriller y el drama intimista, tiene eco en el afuera, una pintura de una sociedad a través de lo que producen sus usos y costumbres en la culpa, la vergüenza y las miserias individuales. La tensión que generan estos asuntos en juego sobre sus dos protagonistas -y los secundarios que pivotean alrededor de ellos- es tan enorme que Farhadi no necesita arreglos, ni música, ni adornos visuales. Las acciones están arropadas en silencio y palabras rotas, a veces como escupidas, de personajes que no quieren decirlas, ni estar ahí, ni en ninguna parte. Sí, El Viajante transmite una gran desazón, una desesperanza que parece describir un mundo que se resquebraja, como el edificio de su magnífica secuencia inicial.
Este film del iraní Farhadi narra la vida de una pareja que debe mudarse y se ve alterada por la historia del lugar donde van a vivir. Es en parte un estudio de costumbres y, en parte, un film de venganza que se transforma en algo así como un thriller común a reglamento. Ganó el Oscar a la mejor película extranjera, lo que –se sabe– no es una verdadera garantía. Funciona, tiene algo de tensión y se nota la fórmula.
Una historia de venganza El viajante" es un relato eminentemente urbano —los reflejos de los edificios de Teherán se cuelan a cada rato en el filme— y es una historia de venganza. La de Emad, sobre el hombre que entró y salió de su casa en su ausencia y golpeó a su mujer que estaba en el baño a punto de ducharse. Lo que pasó en ese instante y en ese departamento será un misterio que recorrerá la película de punta a punta. La historia de "El viajante" es la de un matrimonio de actores de teatro de Teherán que abandona su departamento por peligro de un derrumbe. Por fortuna, uno de sus compañeros de elenco de la puesta "Muerte de un viajante" (que no tiene correlato ni metáfora alguna con la historia que cuenta el filme) les ofrece una vivienda por un tiempo. Claro que ninguno sabe hasta ese momento los problemas que le acarreará a la pareja el nuevo departamento. Es de destacar la maestría de Farhadi para ir formando una enorme bola de nieve desde un incidente doméstico, a partir del cual aparecen revelaciones relacionadas a lo lejana que siente la gente a la Justicia y al patético honor masculino. Una gran película, ganadora del Oscar al mejor filme extranjero; drama familiar, intriga, emociones fuertes y sentimientos miserables, con una cámara siempre inquieta y pegada al ritmo nervioso de los personajes.
Me pregunto cómo sería una remake de esta película. En Hollywood, por ejemplo. Seguro cambiarían todo el ritmo para crear un thriller convencional, lo cual automáticamente arruinaría la película porque la historia que cuenta no es un thriller. Más interesante aún sería una versión argentina, con una dupla de actores comercial y publicidades engañosas; sería un gran éxito. Pero no habría forma de que sea tan buena como The Salesman (título original del film), por dos razones: una, por el sutil manejo del director/escritor Asghar Farhadi, y otra, porque esta es una historia que drena gran parte de su fuerza de la cultura que enfoca. Es la cultura iraní, por si se lo preguntan. Es la cultura de una sociedad definida por la religión musulmana, en la que los hombres están obligados a ser buenos samaritanos y las mujeres están obligadas a usar hiyab todo el tiempo. Hay que decir que no es un mundo tan opresor como muchos de ustedes tal vez crean: más allá de las restricciones (la mayoría ni mencionadas en filmes, porque existe una censura), la gente de Irán no es ajena a la felicidad, que vence cualquier censura. Esta es la felicidad que ansían Emed y Rana, la pareja que protagoniza esta película. Actúan en una producción amateur de la obra de teatro "Muerte de un vendedor", haciendo de un matrimonio ya entrado en años y estresado, pero su realidad no podría ser más diferente. Sin embargo, después de que un desconocido golpea brutalmente a Rana, la búsqueda obsesiva de Emed por encontrar al atacante termina empujándolos al borde, y la paz entre los dos se resquebrajará. Aunque suene como uno, les repito que El Viajante no es un thriller ni trata de serlo. Es un drama impecablemente escrito y diestramente dirigido, que nunca se distrae buscando un efecto poco realista pero quizás agradable a corto plazo. Eso es lo que haría una película estadounidense. Se vuelve imprescindible destacar las actuaciones excepcionales de Shahab Hosseini (quien ganó el premio a Mejor Actor en el Festival de Cannes por su intensa interpretación de Emed) y de Taraneh Aradoosti (quien, como la esposa traumada por el ataque, brinda una de las actuaciones del año). El Viajante también ganó en Cannes el premio a Mejor Guión, y recientemente recibió el Oscar a Mejor Película Extranjera (por encima de la favorita, Toni Erdmann). Lamentablemente, debido a un decreto del Presidente de los Estados Unidos Biff Tannen, se ha prohibido la entrada al país de cualquier persona de origen musulmán. Así que el brillante director y el extraordinario elenco de esta maravillosa película no pudieron asistir a su noche de gloria. Qué mundo de mierda, ¿no? VEREDICTO: 9.0 - BRINDEMOS (PERO SIN ALCOHOL) El Viajante es un drama estupendo, realista en todo momento e intenso por naturaleza en los mejores momentos, con un gran trabajo actoral y de realización. Si quieren una buena dosis de cine internacional y al mismo tiempo meterle un dedito en el tuje al "Hitler bronceado", no hay mejor opción. Y lo de "sin alcohol" no es por ortiva; es porque los musulmanes no escabian.
Todo queda en familia Abordar el cine iraní no sólo resulta todo un desafío, sino que no siempre deja en el espectador la misma sensación al abandonar la sala. Ya estamos muy acostumbrados al cine pochoclero hollywoodense, por lo que el arribo de una obra como El viajante resulta un toque de aire fresco para la cartelera de hoy en día. La historia es sencilla desde el comienzo: un matrimonio joven, él llamado Emad (Sahab Hosseini) y ella llamada Rana (Taraneh Alidoosti) trabajan junto a sus amigos en una obra teatral de bajo presupuesto, a la vez que deciden dar un paso más en sus vidas mudándose a un nuevo departamento para comenzar su propia familia. Los problemas empiezan cuando de un día para el otro descubren que la inquilina que habitaba ese lugar era prostituta y la comidilla de todos los vecinos, ya que a todos sus clientes los atendía en el departamento. El guión, escrito por el mismo Asghar Farhadi, nos conduce dentro de un matrimonio, simple y sin complicaciones, cuyo objetivo no es más que encontrar un poco de paz en medio de sus vidas cotidianas. Si bien seguirle el ritmo a un film de medio oriente no es tarea fácil, podría decirse que narrativamente es llevado a buen puerto, ya que las dos horas que dura la película no se sienten tan tediosas como habitualmente ocurriría. En cuanto a los aspectos técnicos, habría que tomarse un tiempo para observar que cada plano e incluso cada escena no tienen ningún tipo de pretensión artística, nada está diseñado como para atraer algún tipo de atención. Todo está filmado de manera simple, buscando retratar una vida que al principio se ve sencilla, hasta que luego el relato toma forma hacia un desenlace inesperado. Hay que atravesar la experiencia para poder entenderla. El viajante no escapa a las reglas básicas de un drama, pero a la vez presenta tintes muy marcados del thriller tradicional. La cotidianeidad se rompe de un momento a otro, la vorágine en la que se ve sumergido el espectador va incrementándose conforme avanzan los minutos del largometraje, todo encaja donde tiene que estar, no hay personajes de más ni situaciones de relleno. Pero más allá de todo lo que pueda decirse sobre la película, hay que hacer una salvedad en cuanto a su repercusión. Cabe destacar que no es ninguna casualidad que un film iraní se estrene en la cartelera porteña en estos días, de no haber sido por su nominación al Oscar. Eso es lo que hace replantear un poco qué tanta variedad se puede disfrutar en el cine, tiene que existir una nominación a un premio reconocido para que este tipo de películas se hagan conocidas y puedan tener una mejor difusión, lamentablemente es lo que se percibe. De todas maneras, es un motivo para celebrar que esta historia haya llegado a hacerse conocida, nunca viene mal tener otra visión de lo que es el cine, sobre todo si puede ser contada por gente que no tiene el mismo prestigio ni la misma popularidad que todos los que ocupan el mainstream. Es simplemente diferente…sólo hay que animarse a atravesar la experiencia.
Emad (Shahab Hosseini) y Rana (Taraneh Alidoosti) son una joven pareja en busca de hogar, luego de que el edificio donde vivían entre en peligro de derrumbe. Él es profesor de escuela, ella, ama de casa, y ambos actúan en una obra de teatro -una versión de Muerte de un viajante, de Arthur Miller. Un conocido de la obra les ofrece un lugar para alquilar y ellos, urgidos por no tener techo, se mudan allí, aunque las pertenencias de su antigua inquilina aún no fueron sacadas. Los dolores de cabeza comienzan cuando comienzan a insistirle a la mujer y al dueño para que se lleven los bártulos puesto que necesitan ese espacio para sus cosas, pero ni uno ni otro hacen caso, y los objetos perduran en la casa. Una noche, mientras Rana espera a su marido, un extraño se mete en el departamento y abusa sexualmente de ella. Cuando Emad llega a su domicilio, observa manchas rojas en la escalera y un charco de sangre en el baño. Su esposa no está en el domicilio, fue llevada al hospital por sus vecinos.
“Gradualmente” contesta Emad cuando un alumno le pregunta, a propósito de esta película de 1969 exhibida y analizada en clase, cómo las personas pueden convertirse en vacas. Sin darse cuenta, el profesor también se refiere a la transformación -subrepticia, escalonada, paulatina- que amenaza con deshumanizarlo y reducirlo a cabeza de ganado, y que Asghar Farhadi describe con maestría en su nuevo largometraje El viajante. El devenir vacuno de Emad arranca tras la agresión que su esposa sufre a manos de un desconocido, o tal vez antes si consideramos cierta causalidad. Es que el ataque ocurre en el departamento donde el matrimonio acaba de mudarse después de abandonar el suyo en un edificio que está resquebrajándose, también de a poco. Farhadi expresa gradualidad en repetidas ocasiones. Parece un artilugio del cine de terror la secuencia de la puerta que sigue abriéndose sola luego de que la incauta Rana la destraba para su marido. Además de docente, el protagonista es actor de teatro independiente. Aunque acostumbrado a interpretar un rol (algo o nada parecido a sí mismo) frente a un público (alumnos; espectadores), reconoce apenas el proceso que lo lleva a convertirse en otro… tipo de hombre. Farhadi ambienta su largometraje en una Teherán contemporánea, sin relación con la imagen de Irán que el cine y la prensa occidental suelen proyectar. De hecho, muestra una ciudad inmersa en un proceso de modernización arquitectónica, también gradual y un tanto caótica, y hace coincidir la transformación de Emad con el momento en que éste encarna a Willy Loman en una reposición de La muerte de un viajante de Arthur Miller. El realizador iraní teje alrededor de la obra del dramaturgo neoyorkino una red de causalidades y casualidades que condicionan el accionar del protagonista. Desconocer el argumento de la pieza teatral escrita en los Estados Unidos de mediados del siglo XX limita pero no invalida el juego de interpretaciones que el film propone. Además de señalar la vigencia de la obra de Miller (y de la película La vaca del también iraní Dariush Mehrjui), El viajante invita a pensar en la complejidad y la fragilidad humanas en general y, en particular, en el -a veces indómito- deseo de justicia por mano propia. La evolución (o involución) escalonada que vemos en Emad amenaza con convertirlo en parte del ganado que, cansado de la inoperancia judicial, defiende la aplicación personal de la Ley del Talión. Farhadi concluye su fábula antes de que podamos corroborar si el docente y actor cambió definitivamente. El final abierto confirma la intención autoral de estimular la imaginación y la discusión. Como La separación y El pasado, este largometraje también evita barajar respuestas; en parte por eso se instala durante días en la cabeza del espectador.
Venganza, culpa y redención “El viajante” (The Salesman” / Forushande”), reciente ganadora del Oscar, de Asghar Farhadi, cuya ausencia a la entrega del premio fue notoria gracias a la política anti-inmigratoria de Trump, es el segundo premio que conquista en Hollywood, el primero había llegado con “La separación”, en 2011. En “El viajante”, Asghar Farhadi, vuelve a situar la trama en el corazón de Therán, y en el de una pareja cuya vida se ve sacudida por un hecho fortuito y aterrador, la violación de Rana (Taraneh Alidoosti - “A propósito de Elly”, 2009). la joven ama de casa. “El viajante” posee un denominador común con “La sospecha” (Prisioners”, 2013) del director canadiense Gilles Villeneuve, la búsqueda desesperada de un padre en un caso y un marido en el otro, por saber quién fue el atacante. En ambas existe un crimen, y por lo tanto debe haber un castigo. En las dos hay deseos de venganza y una cruel mirada sobre la realidad. “El viajante” es un filme homodiegético, es decir contado en primera persona por, Ermad (Shahab Hosseini), un profesor de literatura que le interesa que sus alumnos aprendan a pensar, a cuestionar y a sacar sus propias conclusiones. En el momento de la acción éstos están leyendo el guión de la película “Gav” (“La Vaca”, dirigida por Dariush Mehrjui, 1969), escrito por de Gohlam–Hossein Sa´edi, muerto en el exilio en París, 1985, y quien proyectó el cine iraní a la segunda Nueva ola, que poco a poco se convirtió en una tendencia cultural, dinámica e intelectualmente prominente. “La vaca” al igual que la “Metamorfosis” de Kafka o “Rinoceronte” de Eugène Ionesco, habla de la masificación del hombre, y de la lucha solitaria de aquellos que se rebelan contra todo sistema totalitario. En los tres el individuo se convierte en un animal o un bicho, en algo amorfo y ajeno a su propia idiosincrasia. En los tres prima la voluntad de escapar de una realidad sobrecogedora. En los tres se suscitan múltiples preguntas sobre la responsabilidad tanto individual como colectiva. Como también cual es la postura que se debe adoptar con respecto a la degradación generalizada de la sociedad, o ante determinadas propuestas de su radical transformación. Asghar Farhadi no eligió al azar el texto de Gohlam – Hossein Sa´edi, sino que a través de él propone la ruptura con un pasado opresor, y a la vez al tomar “La muerte de un viajante” de Arthur Miller pone de relieve el contrapunto entre la realidad y ficción que viven los personajes y, porque también habla de la decadencia de una sociedad tan lejana física como culturalmente, pero tan cercana en una semejante crisis existencial, unos en el sueño de una clase media que ambiciona otro status, y el otro en un sueño de libertades arrebatadas por un sistema casi feudal, por tradiciones y costumbres. Ni el edificio con fallas estructurales, que se cae a pedazos, ni la obra de Miller ni el guión de Sae´di son aspectos que pueden pasar desapercibidos, sino más bien es la estructura fundamental de una metáfora que sintetizará la realidad del Irán actual, con un sistema teocrático, y una gran concentración de poder fundamentalista, establecido desde 1979, cuando el entonces Sha Reza Palevi huyó a occidente. La narración que aborda Asghar Farhadi en su película es similar al de la degradación de aquellos otros personajes de Sae´di, Kafka o Ionesco. En un comienzo Ermad es un hombre ejemplar, buen marido, excelente profesor, y actor talentoso durante la noche, pero a raíz de la violación de su mujer se inicia en él un lento proceso transformativo que paulatinamente lo va convirtiendo en una animal acorralado y desconocido para su esposa y amigos. Cuál es la semejanza de Willy Loman con Ermad, casi ninguna y todas. Willy Loman es víctima de un sistema, pero también de sus propios errores, que son los que humanizan y universalizan al personaje y al conflicto que encarna. Willy es un personaje débil, a pesar de aparentar en la escena seguridad y fortaleza, es un ser inconsecuente y mentiroso. Miente a todos para sobrevivir, pero no puede engañarse a sí mismo. La crisis que se desata en Willy Loman es cuando siente que ha perdido el apoyo de los demás, cuando siente que la sociedad conoce su verdadera condición de fracasado, cuando siente que ya no puede sostener más las mentiras que fue creando para tratar de encubrir su verdadera situación. La crisis que se desata en Ermad, es cuando se da cuenta que debe luchar solo para lograr descubrir al violador, que los secretos lo rodean y todos tratan de desestimar su búsqueda por inútil. Ermad está desencantado con una sociedad que no siente respeto por la mujer, ni por valores inalterables como la honradez y la lealtad. Asghar Farhadi recurre a varios recursos cinematográficos que consiguen reflejar con brillantez el estado de ánimo de los personajes. e incluso de los secundarios que sirven para inquietar al espectador, y crearle una atmósfera casi irrespirable. Una vez más pone la sociedad iraní al desnudo con una narración natural y realista bajo la excusa que entrelaza un thriller psicológico, la denuncia social y una obra teatral. De factura minimalista el filme transcurre en paralelo entre la obra de teatro y la realidad de una pareja en plena crisis, entre los ensayos de la obra y la puesta de la vida misma, captada por el ojo de una cámara obsesionada por el ínfimo gesto de sus personajes y los detalles cotidianos. Asghar Farhadi expone frente a su cámara sobre el sentimiento de venganza y culpabilidad, impotencia y desolación, El filme desarrolla como trama central el crecimiento de la furia, de la necesidad de reparación sobre esa miserable ofensa íntima, y sobre su bastardeada hombría. La maestría del director consistió en mostrar ese vacío interior en contraposición con un espacio exterior poblado de mentiras y sucias argucias para esconder al verdadero culpable. La odisea de Ermad es no sólo un descenso a los infiernos, sino un viaje hacia la recuperación de su dignidad.
Para quienes no conozcan a Asghar Farhadi, les cuento que es el primer director ganador del Oscar iraní. Cineasta de vasta trayectoria, el mundo se rindió a sus pies con "A separation" (2011) que fue premiada en cuanto festival haya sido exhibida. Ahora, regresa con otro relato intimista y de pareja, en línea con lo que es su fuerte, el indagar y describir las emociones desde dentro de los vínculos maritales en el contexto de su tierra. Emad (Taraneh Alidoosti) y Rana (Shahab Hosseini) son una pareja que tiene problemas de viviencia. Su departamento tiene algunos problemas y deben mudarse a la brevedad. Uno trabaja y la mujer es ama de casa, pero ambos son actores aficionados y por la noche realizan el ensayo de una obra teatral ("La muerte de un viajante" de Miller). En ese devenir, alguien del grupo les ofrece un nuevo lugar, en otro espacio. Y lo que al principio se presenta como una solución esperanzadora, se oscurece cuando descubren que en ese departamento vivía una supuesta prostituta. Eso genera cierto resquemor pero a sabiendas de la cuestión, deciden quedarse y establecerse ahí. La inquilina anterior aún tenía todas sus pertenencias en la vivienda, y al parecer esperaba volver a retirarlas... Cierta noche, accidentalmete, Rana deja su puerta abierta mientras espera a su marido y es atacada y sometida por alguien en una situación de la que sabremos poco, en principio. Rana no quiere hablar del tema y su marido desespera ante la búsqueda del culpable. El relato avanza lento y los protagonistas se lucen en sus interpretaciones. El enigma de la entrada y las razones del mismo, sumada a la pesquisa que Emad comienza a hacer, profundizan la crisis de la pareja. Farhadi tiene una puesta austera pero sabe obtener el máximo de sus actores y el medio en que filma. Esta caracterización de lo cultural en Irán, apoya la tensión del relato y empuja al espectador a aferrarse al sufrimiento de esta pareja. Hay identificación y desconcierto, verguenza y tristeza, todo, dentro del marco de una pareja que también parece tener mucho por trabajar puertas adentro. Si bien el final, a mi gusto, no está a la altura de lo previo, esta película es sólida y exótica. Vibra en la dirección correcta y vuelve a poner a Farhadi en los primeros planos, luego de ganar el Oscar y además, debatir con Trump acerca de su posible visita a EEUU (por el tema de los visados). Muy recomendable.
Una de las primeras escenas que vemos de esta película iraní es una luminaria teatral siendo acomodada sobre el escenario, lo cual capta mi atención de entrada. Se está montando “Muerte de un viajante” de Arthur Miller. La pareja principal de la obra es la pareja que seguiremos a lo largo de la película. Debido a un posible derrumbe del edificio donde viven deben mudarse. Un colega de la obra les ofrece un departamento que “casualmente” tenía en alquiler ya que la inquilina anterior (que al parecer era bastante promiscua) se había ido. Parece que la suerte está del lado de nuestro protagonista. Luego del estreno él se queda en el teatro y ella vuelve a casa, esperándolo. Suena el timbre y ella sin preguntar quién abre la puerta y se mete a la ducha. En el cine, que está lleno de gente mayor, se escuchan murmullos. Los vecinos la encontraron sangrando y está en el hospital, por suerte nada grave ella está bien, lo que va a empeorar va a ser la relación. Él por orgullo o por temor no indaga mucho y hasta le tiene poca paciencia a su mujer. Ella reticente a hacer la denuncia miedo a la humillación (todos sabemos cómo se las tratan a las mujeres en países como Irán) y temerosa de quedarse sola en ese departamento. El agresor olvidó su camioneta y a través de ella él comienza en búsqueda de la venganza. La mezcla de teatro y cine es algo que a cualquier teatrista le fascina. Ver por momentos la obra, por momentos la película es hermoso. El problema es la lentitud por momentos y la longitud del film. El director de este film nos muestra lo que un hombre puede hacer para escapar la humillación de su familia, cambiando radicalmente a lo largo de la película. También nos muestra la sociedad patriarcal quedad en el pasado de ese país, donde las mujeres están tapadas a más no poder y tienen derechos válidos. Es la ganadora al Oscar como mejor película de lengua extranjera, no he visto las otras, pero no pareció digna de un premio de la academia. Mi recomendación: Si te gusta ver películas que no sean las típicas yankees, mirala en tu casa tranqui un finde. No vayas al cine. El motivo por cual deberías verla es por la forma en que el director expone la sociedad hegemónica iraní.
Emad (Shahab Hosseini) y Rana (Taraneh Alidoosti) deben abandonar, junto al resto de los vecinos, el edificio donde viven, ya que éste se está colapsando y hay peligro de derrumbe. La pareja, ante la imposibilidad de quedarse en su departamento, busca un nuevo lugar para habitar, tarea para nada fructífera. Babak, un amigo en común, integrante de la compañía teatral en la que también Emad y Rana forman parte, les propone que se muden a un departamento que él mismo alquila. Los protagonistas se mudan, conformes con el amplio espacio de la vivienda y aun sabiendo que las pertenencias de la inquilina anterior están guardadas en una habitación. El ignorar el pasado de la anterior ocupante provocará una situación que disolverá a cuentagotas la armonía de la pareja. Así es como comienza “El viajante”, drama franco-iraní, dirigido y escrito por Ashar Farhadi, que competirá hoy representando a Irán como mejor película de habla no inglesa en la 89º edición de los Premios Oscar. Recordemos que el director iraní, en el 2012, consiguió dicho premio con “La separación” (“Jodaeiye Nader az Simin”), además de un Globo de Oro como mejor película extranjera y, en el Festival Internacional de cine de Berlín, el Oso de Oro a mejor película y dos Osos de Plata (mejor actriz y mejor actor). No puede quedar en el tintero saber que en el Festival de Cannes del 2016, por “El viajante”, Shahab Hosseini y Farhadi obtuvieron premios, como mejor actor y mejor guión, respectivamente. Sin entrar en detalles sobre la película, el derrumbe del edificio es tanto activador de la trama como metáfora del deterioro posterior de la pareja, y, como en el resto de su filmografía, Farhadi recurre a las emociones introspectivas de los personajes para hacer avanzar la acción. Esto se percibe a través de las angustias internas de Emad y Rana, permeabilizadas de forma tangible en sus rostros y sus acciones pero que, al mismo tiempo, se reprimen ante el ocultamiento de una verdad. Este no desbocamiento de los sentimientos permite que “El viajante” transcurra y no eclosione con sentidos golpes bajos. Puntaje: 3/5
Farhadi decidió dedicarse al cine por una vivencia accidental. Fue a ver una película y se metió en la sala equivocada. La proyección había empezado hacía rato, por lo que comenzó a verla a partir de la mitad. Cuando terminó y se fue a su casa pasó el resto del día pensando y especulando con cómo sería ese principio. En ese momento se dio cuenta de que quería filmar un cine así, historias que pudiesen propiciar, en la mente de sus espectadores, esa clase de dudas posteriores. Es por eso que sus películas suelen contar con un enigma fuerte, poderoso; aun después de terminadas dejan espacios de sombra en torno a los cuales quedan un montón de piezas dispersas. Puede decirse que sus obras recién empiezan ni bien terminan; no existe mejor lugar para completarlas que en una mesa de bar, conversando, discutiendo sobre aquello que se vio. Ese es uno de los principales diferenciales: aunque los conflictos presentados sean nítidos y claros, muchos de los puntos fundamentales quedan incompletos, propiciando reflexiones profundas. Es tarea del espectador recoger las piezas e intentar armar el puzle a su manera. El comienzo de El viajante es imponente. El edificio que habita la pareja protagonista sufre una gran sacudida: las paredes tiemblan, los vidrios se resquebrajan, los vecinos entran en pánico, piden ayuda, corren bajando las escaleras, los viejos fantasmas de los bombardeos contra Teherán durante la guerra entre Irán e Irak sobrevuelan. Pero la escena culmina mostrando la verdadera y absurda razón del cataclismo: una excavadora está haciendo estragos en el predio lindero. La capital de Irán hoy sufre de lo mismo que tantas otras grandes ciudades del mundo: una modernización arquitectónica forzada; se desmantelan viejos edificios y se construyen nuevos constantemente. La fiebre edilicia es tal que este trabajo compromete y pone en riesgo las estructuras antiguas, que acaban resquebrajándose o directamente desmoronándose por su cercanía con obras y demoliciones. Pero esto es sólo una escena al comienzo, y el tema no vuelve a tocarse. La pareja –en la ficción ambos son actores de teatro– se muda a un departamento que un colega les facilita y, al poco tiempo de hacerlo, surge lo inesperado. Un extraño se cuela en el nuevo domicilio, va al baño donde la mujer se está duchando y la ataca violentamente. Cuando el marido llega, encuentra sangre por todas partes, vidrios rotos. Su mujer está hospitalizada, con una gran herida en el cráneo. A partir de este trágico hecho la película sigue su abordaje naturalista, la pareja continúa su vida cotidiana, pero entramos en lo que es una constante del cine de Farhadi: un hecho fortuito generó una inflexión, un punto de no retorno. Nada vuelve a ser como antes, y se intuye que las consecuencias serán nefastas. En una entrevista el director ilustró claramente este tipo de momentos: “Es como una mesa de billar. Se ponen todas las bolas en la mesa, se les pega con otra bola y todas se expanden por la mesa. Al principio de mis películas los personajes suelen estar en situaciones normales. Pero entonces algo los golpea fuerte y empiezan a ver otro lado de ellos mismos que no sabían que existía”. Así el comportamiento de ambos protagonistas cambiará sutil pero radicalmente. El trabajo actoral es, como siempre en el cine de Farhadi, sobresaliente. Los intérpretes Taraneh Alidoosti y Shahab Hosseini son viejos colegas de la troupe del director, y su desempeño en el papel de los personajes que intentan ocultar con grandes esfuerzos el “elefante dentro de la habitación” es brillante. Es gracias a estas sutilezas que comienzan las grandes dudas: mientras el protagonista masculino va enloqueciendo soterradamente y reúne pistas para dar con el culpable, la esposa intenta apaciguar su impulso y hasta boicotear su investigación. Ella sabe que nada bueno puede pasar si da con el responsable. Pero aun en este accionar le resulta imposible disimular las secuelas de su trauma. Esto lleva a que su marido –y el espectador– especulen y sospechen lo peor: en ese baño ocurrió mucho más de lo que ella cuenta. Su negativa a hacer la denuncia ante las autoridades puede entenderse por la inoperancia judicial y la posibilidad de que se ensañen con ella –el solo hecho de que haya dejado la puerta abierta puede ser interpretado como un “incentivo” para que se colara un extraño–, lo que podría dañar su reputación. Pero también puede ser que no quiera pasar por la re-victimización que sufren las mujeres violadas al hacer la denuncia, y tal vez pretenda apaciguar el inevitable cataclismo que propiciarían esos hechos. Si bien el punto de no-retorno de la película es ese posible abuso sexual –cómo y hasta dónde llegó es el espacio de sombra que carcome a su marido–, Farhadi nos lleva, como es su costumbre, a la acumulación de crisis, a las situaciones límite a las que pueden llegar los seres humanos bajo presión. La narrativa es así llevada hasta puntos de tensión extrema, cuando la “investigación” del marido lo enfrenta por fin con el posible responsable. Así, la última media hora de El viajante es de un incómodo, intenso y casi insoportable dramatismo. La opresión gubernamental y su fundamentalismo religioso son elementos que están tangencialmente presentes en las películas de Farhadi. El conflicto aquí refiere, cómo no, a una situación facilitada por el patriarcado, al orgullo machista vulnerado, al destrato de las mujeres. Pero pensar esta película y su nudo como algo exclusivo de la idiosincrasia iraní sería tomar una posición de una esquizofrenia proyectiva, ya que es probable que una situación similar se pueda generar en cualquier parte del mundo, y que la reacción de los diferentes personajes ocurra del mismo modo, tanto en Vladivostok como en Montevideo. De ahí la puntería y la pertinencia de esta película, y su brutal universalidad.
El misterio inesperado. Asghar Farhadi es el director que le ha dado a Irán sus dos premios Óscar por Mejor Película de Habla no Inglesa, nada más y nada menos. Luego de triunfar con “A separation” (2012) , este año se ha llevado otra estatuilla por “El viajante”, su obra más reciente. ¿De qué se trata El Viajante? Emad es profesor y Rana, ama de casa. Ambos son miembros de un grupo de teatro. Pero sus vidas entran en crisis cuando deben evacuar el departamento que alquilan por daños en la estructura. La mudanza a un nuevo lugar tendrá inesperadas consecuencias a raíz de una misteriosa habitación cerrada que dejó la antigua inquilina. Razones para ver ‘El viajante’ Cuando no te lo esperás, la película va construyendo una trama cada vez más oscura hasta llegar a ser un inesperado thriller. El director domina con mano maestra el arte del relato entregando un film que atrapa cada vez más a medida que avanza la historia, hasta su sorpresivo desenlace. Quiero decirte: si no solés ver cine iraní, no tengas miedo. No te vas a encontrar con una película lenta, larga, contemplativa o una historia con la que no empatices. Todo lo contrario: “El viajante” es sumamente accesible, sin por eso perder complejidad, y retrata unos personajes con los que es fácil identificarse, más de lo que suponés. Farhadi va a puro ritmo construyendo un relato sólido, lleno de metáforas y sumamente humano. “El viajante” es todo lo que está bien en el cine. Imperdible. Puntaje: 10/10 Título original: Forushande Duración: 125 minutos País: Irán / Francia Año: 2016 Nota: pese a que el gobierno de Estados Unidos hizo una excepción para que pudiera ingresar a Estados Unidos, el director Asghar Farhadi no asistió a la entrega de los Óscar en solidaridad con sus compatriotas y los ciudadanos de los países que, debido al veto musulmán de Donald Trump, no pueden entrar al país. Este fue parte del discurso de aceptación que leyó la ingeniera y astronauta iraní-estadounidense Anousheh Ansari en nombre del director: “Es un gran honor recibir este valioso premio por segunda vez. (…) Mi ausencia se basa en el respecto a la gente de mi país y a la de los otros seis países a los que la ley inhumana que prohíbe la entrada de inmigrantes en EE.UU. ha faltado al respeto. Dividir el mundo en la categorías “nosotros” y “nuestros enemigos” es fuente de temor. Una justificación engañosa para la agresión y la guerra. Guerras como las que impiden la democracia y los derechos humanos en países que ya han sido víctimas de estas agresiones. Los directores tienen el poder de enfocar sus cámaras para capturar las cualidades humanas que compartimos y romper los estereotipos sobre religiones y nacionalidades; para crear empatía entre nosotros y los demás. Una empatía que hoy necesitamos más que nunca”.