La actriz y directora Sarah Polley tenía 10 años sin trabajar en una película. Su vida personal y un accidente que le produjo una contusión la alejó de la gran pantalla. Bien conocida por ser una activista social y una bandera para cualquier mujer en la industria, era sabido que su vuelta iba a ser grande. Para ello elijó, bajo la iniciativa de Frances McDormand, Women Talking, novela basada en la novela con el mismo nombre de Miriam Toews. Un film poderoso y reflexivo que proviene de un acto imaginario femenino. Women Talking sigue a un grupo de mujeres de una pequeña comunidad religiosa alejada de la sociedad que, hartas de los constantes ataques de los hombres (en su mayoría violaciones sexuales) debaten si deben marcharse o quedarse en el lugar. Durante varias reuniones secretas discutirán y analizarán los pros y contra de la decisión que tomen. El escenario se construye con pensamientos sobre el lugar de la mujer en el mundo y el accionar que debe tomar. El perdón, el amor, la culpa, el bien común, la venganza, la democracia. Todos son temas que son abordados de manera muy eficaz. El mayor éxito de la película es que sin necesidad de grandes explosiones ni giros en la trama, logra mantener el suspenso y el tono en todo momento. Incluso, está la decisión consciente de no mostrar la violencia física con la cual viven estas mujeres, sino que la cámara le dedica minutos a esos momentos de realidad que pasan justo después del atroz acto. Women Talking no busca complacer a nadie. Habrá más de uno que la quiera instalar como un «panfleto feminista». Lo cierto es que el film tiene como objetivo poner en palabras aquello que necesitaban expresar todas las mujeres que sin herramientas adecuadas (no sabían leer, ni escribir) sufrieron esta situación. Luego de ver la película es imposible pensar en un elenco más completo. Cada una de las actrices, bajo un esquema casi teatral, logran modular a su manera el sufrimiento y odio que conllevan consigo. Claire Foy destaca con un monologo frenético. Rooney Mara es el alma de la película, un personaje roto que debe negarse al amor. Jessie Buckley muestra una vez más que es la actriz para seguir de esta nueva generación. Judith Ivey y Sheila McCarthy traen consigo la serenidad y sabiduría, sin dejar un lado la memoria. Ben Whishaw, el único hombre del reparto conecta bien con la historia. Incluso la misma Frances McDormand, que tiene escasos minutos en pantalla, invade toda la pantalla. Ciertamente Women Talking por su carácter teatral y por como fluye la historia se puede sentir lenta. Pero en allí en las tertulias en la cuales se puede ver un mundo que abarca más allá a las palabras. Hay una idea del que significa ser mujer de manera colectiva. Es arriesgarse por un bien común. Un salto de fe. Acto como esos son los cambian el mundo.
La cultura del control Junto con los amish y huteritas, otras dos sectas cristianas ortodoxas que han sobrevivido a lo largo de las centurias sin demasiados cambios, los menonitas son un típico producto de la Reforma Radical de los Siglos XV y XVI, vertiente todavía más conservadora y ascética de la de por sí ya bastante conservadora y ascética Reforma Protestante de Martín Lutero y Juan Calvino contra aquella Iglesia Católica. Siguiendo las enseñanzas del teólogo y líder religioso Menno Simons (1496-1561), sujeto que adoraba pelearse con las faunas católica, luterana y calvinista, el menonismo forma parte del movimiento evangélico anabaptista pacifista, una acepción no confrontativa del protestantismo que pretende aislamiento social y por ello se ha pasado prácticamente toda su historia huyendo de país en país cuando los Estados modernos procuran asimilarlos dentro de la cultura hegemónica de cada estructura administrativa nacional y/ o imponerles un idioma que no sea el plautdietsch, un dialecto arcaico del alemán, así las comunidades en cuestión pasaron de vivir en Prusia a mudarse primero a territorio ruso en el Siglo XVIII y después a Canadá y Estados Unidos ya en el Siglo XIX. A partir de la Primera Guerra Mundial se acrecienta el chauvinismo belicista en gran parte del globo y lo que interpretan como ataques a su identidad y modo de vida, por ello comienza un éxodo paulatino hacia Latinoamérica que abarca países como Argentina, México, Uruguay, Colombia, Brasil, Paraguay, Perú y Bolivia, donde su puritanismo suele chocar con el hedonismo tecnófilo moderno y el clientelismo político de cada población. Fue precisamente en Bolivia donde las comunidades menonitas se ganaron la fama de monstruosas por dos sucesos, primero la contaminación y deforestación extensiva para la producción de soja comprando tierras fiscales, movida que se lleva adelante mediante empresas agrarias de estos colectivos fundamentalistas que incluso expulsan a indígenas y pequeños campesinos autóctonos, y segundo un episodio de violaciones masivas en la denominada Colonia Manitoba, donde entre 2005 y 2009 un centenar de mujeres y niñas fueron ultrajadas mientras dormían por un grupo nunca del todo definido de hombres del propio asentamiento, lo que derivó en 2011 en una condena de 25 años de cárcel para siete de los perpetradores y una de doce para otro sujeto que suministró la droga utilizada para las violaciones, una destinada a anestesiar a los toros antes de castrarlos y que se usaba en spray por las noches sobre las víctimas para que no puedan defenderse ni recuerden los hechos. Lo acontecido en Bolivia repercutió más en la prensa internacional que en la misma Latinoamérica, completamente desinteresada de los cultos protestantes, y eventualmente motivó a la canadiense Miriam Toews, una hija de menonitas, a escribir Ellas Hablan (Women Talking, 2018), novela que imagina desde una ingenuidad muy primermundista -y desde esa “superioridad moral” de cotillón de los estratos acomodados y la intelligentsia cultural posmoderna- las deliberaciones de ocho mujeres a lo largo de 48 horas para decidir entre quedarse o abandonar para siempre la colonia, en las páginas rebautizada Molotschna. La adaptación cinematográfica a cargo de la actriz reconvertida en directora y guionista Sarah Polley, Ellas Hablan (Women Talking, 2022), respeta el planteo de discusiones pragmáticas, punitivas y teológicas del libro original en un margen de tiempo específico, esos dos días enmarcados entre la partida de casi todos los varones de Molotschna hacia una metrópoli, con vistas a pagar la fianza de los ocho acusados de las violaciones para que puedan esperar el resultado del juicio en sus hogares, y su regreso a la comunidad, algo que a su vez tiene que ver con el ataque colérico de las hembras contra los machos, una vez que atraparon a uno in fraganti, y con la entrega a la policía de los susodichos por parte de los ancianos/ líderes de Molotschna para salvarlos de un linchamiento vernáculo. Las mujeres, iletradas por una cultura de control muy sexista, votan entre tres opciones, no hacer nada y perdonar a los agresores como se espera de ellas, quedarse y luchar con los hombres por la igualdad o directamente irse para descubrir un mundo exterior que desconocen cual utopía, por ello el empate entre estas dos últimas alternativas deja todo servido para un debate final en un granero que decidirá la siguiente maniobra y en pantalla se extiende a lo largo de todo el derrotero dramático, pugna entre la postura del perdón de Mariche (Jessie Buckley), la confrontación extasiada de Salomé (Claire Foy) y ese pacifismo de la partida silenciosa de Ona (Rooney Mara), mujer embarazada por los ataques y en una relación platónica con el pollerudo de August (Ben Whishaw), el docente de la comunidad y granjero fracasado. Polley, una canadiense que trabajó con Terry Gilliam, Atom Egoyan, David Cronenberg, Doug Liman, Kathryn Bigelow, Michael Winterbottom, Isabel Coixet, Zack Snyder, Wim Wenders, Jaco Van Dormael y Vincenzo Natali antes de saltar a la realización, construye un relato verdaderamente soporífero que en vez de centrarse en el caso criminal en sí aburre con un combo trasnochado de tomas preciosistas/ líricas a lo Terrence Malick, planteos formales varios de índole teatral y un esquema discursivo que se asemeja a una versión hollywoodense del sacrificio piadoso y existencial símil Ingmar Bergman o Carl Theodor Dreyer, dejándonos apenas con un buen desempeño por parte del elenco y cero empatía para con estas puritanas inmundas violadas por puritanos inmundos, parte de un culto tan anacrónico e ignorante como hipócrita y capitalista. La directora parece decidida a no dejar cliché del cine indie sin explotar y por ello después del Alzheimer terminal de Lejos de Ella (Away from Her, 2006), el triángulo amoroso tragicómico de Triste Canción de Amor (Take This Waltz, 2011) y la identidad familiar escurridiza de Historias que Contamos (Stories We Tell, 2012), ahora se mete con la emancipación rosa aunque desde una lectura menos misándrica que de costumbre que se corresponde con el lento retroceso contemporáneo del feminazismo o feminismo blanco burgués sin conciencia social, hoy aclarando una y otra vez que “no todos los hombres son malos” y situando al August de Whishaw en un rol preponderante como encargado de la minuta del simposio de las mujeres del lugar, quienes se la pasan hablando y hablando para en última instancia optar por una fuga hiper previsible que vuelve a poner en primer plano el sustrato algo patético de la feminidad que se define todo el tiempo por oposición con respecto al varón y se la pasa llorando desde el pancismo, la cobardía y ese reduccionismo conceptual incapaz de incorporar nociones como raza, clase social y edad porque lo único que ven son penes y vaginas a lo caricatura doctrinaria prejuiciosa. Ellas Hablan es un poco más sincera que la película tradicional del mainstream de hoy en día porque abandona en buena parte la corrección política y el empoderamiento risible de los tanques hollywoodenses y sus clones de todo el planeta, no obstante las redundancias de los diálogos y las nulas ideas novedosas en materia del conflicto entre fe individual y fe colectiva o institucional ponen de manifiesto el poco vuelo de la propuesta y ese carácter anodino biológico mujeril que señalábamos antes, el de las eternas desvalidas que suelen aprovechar su condición cuando les conviene para sermonear a la sociedad…
Ellas hablan cuenta la historia de un grupo de mujeres que vive en 2010 en una colonia menonita en algún lugar innominado. A la lista de sometimientos que, dicta el prejuicio, deben sufrir las mujeres en esas comunidades, se le agrega que los hombres del sitio las duermen con tranquilizantes de vaca para violarlas. El relato empieza cuando una madre defiende a la hija de un atacante. Las mujeres hacen la denuncia, el acusado implica a dos varones más y los tres permanecen detenidos en un pueblo cercano. Cuando los hombres van a tratar de liberar a sus compañeros, las mujeres se quedan solas y discuten qué curso de acción tomar: no hacer nada, quedarse y pelear, o irse. La localización geográfica de la historia es totalmente prescindible: no hay signo alguno que remita a un lugar concreto, aunque la novela original esté inspirada libremente en hechos reales ocurridos en Bolivia. Pero no se trata de un error, sino de algo deliberado: la película no presenta un relato anclado en una cultura sino una fábula de carácter universal. La ficción es delgada, casi inexistente, y así quiere que lo comprendamos la directora Sarah Polley: las discusiones de las protagonistas se refieren a las relaciones globales entre hombres y mujeres; los diálogos no quieren ser líneas de guion sino testimonios; la idea de la mujer doblegada bajo el dominio masculino se proyecta más allá de los confines del relato, es una clave para pensar la sociedad. Como pasa en películas parecidas, en las de juicio, o en otras como Doce hombres en pugna, la ficción tiene ambiciones metonímicas: lo que vemos en pantalla habla de lo que vivimos fuera de ella. Y en Ellas hablan se dicen muchas cosas. Las más sorprendentes seguramente sean las que se refieren a los grandes ausentes: los hombres. Como el monstruo de alguna película de terror clase B, los hombres están fuera de escena, pero acechan; las protagonistas llevan en el cuerpo las huellas de su ferocidad (por esto mismo, la película más feminista de los Oscars 2023, curiosamente, no pasaría el “test de Bechdel”). En un momento de la discusión se plantea la cuestión de la culpa: ¿qué pasa si los acusados por el atacante son inocentes? El debate posterior despeja cualquier duda: no pueden ser inocentes si sabían lo que pasaba y no actuaron para evitarlo. El desplazamiento metonímico se activa de nuevo: los tres violadores trasvasan su culpabilidad a todos los hombre de la comunidad, incluso a los chicos, a los que se los ve, justamente, no como niños sino como hombres en miniatura, atacantes larvados prestos a cometer tarde o temprano las mismas atrocidades que los padres. La película replica así el ecosistema de las discusiones contemporáneas sobre el género: las mujeres son víctimas necesarias de una sociedad opresora fundada por varones, cuya condición hace necesariamente de todos ellos abusadores y maltratadores, sea potencialmente o en ejercicio, que solo con el paso del tiempo, la educación y distancia puedan, tal vez, reformarse. Nada de esto es nuevo, nada que el cine, la literatura o el periodismo no digan o estén diciendo ya. La premisa que guía la película representa cabalmente las proclamas del activismo feminista actual, que no concibe su praxis política como una búsqueda de igualdad sino como una guerra entre géneros. Solo los hombres como August (Ben Whishaw), el maestro, tienen reservado un sitio en el horizonte moral de la película. August es amable, delicado y asexuado; colabora activamente con la causa de las mujeres confabuladas, pero así y todo se vuelve objeto de toda clase de reprimendas y lecciones. Cualquier ocasión es buena para que cualquiera de las mujeres ponga a August en su lugar a, cualquier acción suya puede servir como recordatorio de los privilegios de los que gozó por haber nacido hombre y de la mácula que carga por su sola pertenencia al género. August duda, pide permiso para hablar, sugiere con temor, se deja corregir, hasta pide disculpas cuando le pegan dos gritos y a veces directamente calla lo que iba a decir. A August se le permite participar de las deliberaciones secretas y es el único hombre al que se ve en plano, tal vez porque el modelo de varón que la película imagina no es ya un hombre o siquiera una persona, sino un monigote tristón que cumple sin chistar con los trabajos asignados, y al que se puede contentar con algún gesto de aprobación. La muy buena recepción que tuvo Ellas hablan en la crítica y la candidatura al Oscar como Mejor Película indican que existe un acuerdo cultural acerca de esas ideas. Pero el problema no es tanto eso, las ideas, de las que la película funciona apenas como una caja de resonancia o un megáfono, sino la inverosimilitud total de los hechos. Uno de los reclamos de las protagonistas es que no se las deja estudiar y que, por lo tanto, no saben leer ni escribir. Sin embargo, la mayoría habla con elegancia, maneja un vocabulario bastante amplio y posee destrezas retóricas. Ona (Rooney Mara) propone, por ejemplo, que el sistema fundado por los hombres de la comunidad los oprime también a ellos y que, por lo tanto, eso convierte a los atacantes, de alguna forma, en víctimas. ¿Cómo puede una persona sin educación, cuya vida se redujo a cuidar chicos, trabajar la tierra, atender los caprichos del marido y guardar los preceptos de la fe, pensar su propia realidad en esos términos, menos propios de una creyente separada fatalmente del mundo y de la cultura global que de un lector de Foucault o una feminista de tercera ola? Lo mismo vale para Nettie, que nunca se sintió del todo mujer y, después de ser violada por su hermano y abortar, decide dejar de hablar, vestirse como hombre y adoptar el nombre de Melvin. ¿Cómo puede una chica que solo conoce las reglas severas de la fe y de un grupo social hermético no solo concebir sino llevar adelante y sostener ese cambio de identidad? ¿Y cómo es que la comunidad que somete sin piedad a las mujeres tolera la transformación? Si una película va a decir que todos los hombres son, por transferencia metonímica, abusadores o violadores, mejor poner el diálogo en boca de un puñado de mujeres iletradas y ultrajadas (aunque, sin embargo, puedan expresarse igual o mejor activistas universitarias). Por otra parte, eso es lo que quiere que escuchemos la directora, no la palabra de una menonita real, modelada por el fuego lento de la tradición y la sumisión; no el habla inmemorial de quienes vivieron, igual que sus antecesores, fijadas a la tierra, la familia y la casa, sin otro horizonte vital que el de los mandatos y las promesas de la fe. Las protagonistas de Polley no son, por caso, los campesinos que filmaron Pasolini, los Straub o Cecilia Mangini, depositarios de un primitivismo esencial que certificaba la autenticidad de sus palabras o sus gestos, y a los que se respetaba, justamente, no obligándolos a ajustarse a un verosímil de época (y occidental, y urbano, etc.). Ningún espectador cree que las protagonistas de Ellas hablan sean menonitas viviendo una vida como la del siglo XIX. Pero como el cine (el arte) suele ser algo más que realismo, algo más que un verosímil, hay que pensar entonces que la película es perfectamente consciente de ese desfase narrativo y que, en todo caso, esa grieta insalvable entre el origen de las mujeres y su discurso cumple una función muy específica, la de enunciar ideas que de otra manera resultarían intolerables. La ficción aparece así como cobijo de consignas impracticables, pero cuya representación puede igualmente resultar atractiva a una buena parte de la cultura estadounidense. Cuando August, a pedido de las mujeres, obtiene finalmente un mapa, se lo muestra a Ona, que nunca vio uno y no sabe cómo usarlo. August le explica cómo orientarse levantando el puño y el pulgar apuntando hacia una constelación. Ona escucha la lección y lo hace bien al primer intento. August desconfía: “¿vos ya sabías esto?”. Ella responde que sí. Incluso cuando se trata de un conocimiento científico al que Ona y sus compañeras nunca podrían haber accedido (porque les fue vedado), al maestro, nada menos, se le recuerda nuevamente el tamaño de su ignorancia. La campesina iletrada, una vez más, suavemente y sin el rigor de escenas previas, vuelve a ponerlo en su lugar. De eso se trata.
Vamos a definirla con una expresión poco coloquial: UN MAZAZO, que invita a reflexionar sobre aquello que todavía debemos trabajar como hombres y sociedades para lograr un lugar equitativo. Además, no puedo creer que esta intensa e inteligente propuesta sólo tenga dos nominaciones a los Premios Oscar. Insólito.
Las palabras pesan y dan forma a nuestras experiencias, nos permiten contar nuestras historias y dar sentido a nuestro lugar en el mundo. También permiten denunciar injusticias e imaginar futuros alternativos. Women Talking (Ellas Hablan), dirigida por Sarah Polley, sigue a un grupo de mujeres mientras encuentran las palabras para decir sus experiencias de violencia e imaginan colectivamente un futuro que podría poner fin a los abusos que soportan. Saben que el silencio no las protegerá, que el horror debe convertirse en palabras, y esas palabras en acción.
La película comienza con una violación y la persecución del agresor. Un hecho que lo cambia todo. Durante años las mujeres y las niñas de ese grupo menonita fueron drogadas con fármacos para vacas y atacadas sexualmente, pero para esa comunidad patriarcal solo eran intervenciones del demonio . Hasta que descubrieron que eran un grupo de hombres de su propia congregación. Un hecho inspirado en la realidad. Los atacantes son detenidos, los hombres del grupo deciden pagar la fianza y se van de la aldea con ese objetivo. Las mujeres, analfabetas, porque les niegan educación, deben debatir que hacen: Aceptar o perdonar bajo amenaza de ser excomulgadas y echadas, quedarse y luchar por cambiar su situación o irse. Y ese debate ocupa la película, titulado “un acto de imaginación femenina”. Durante el largo viaje del día hacia la noche, en ese granero, con la sola presencia de un hombre, el maestro para que labre las actas, ellas expondrán la ira, la rebelión, los ideales, la beligerancia, para encontrar un camino solidario entre tanta vida sojuzgada, golpeada y maniatada. Pocos ejemplos sirven para pintarlo todo: una señora mayor que tiene una dentadura postiza que le molesta, la única que consiguió después de un castigo físico. Las heridas en la cara de algún personaje callado. El debate que se desarrolla tiene tanta actualidad que impresiona, preguntas que puede hacerse una mujer contemporánea ante la injusticia, visiones elaboradas desde la calma y la rabia, son mujeres que pueden ser revolucionarias. La directora y guionista Sarah Polley además de contar con enormes actrices aprovecha cada réplica, cada gesto, las interacciones, el humor, los cantos y la profundidad de una situación límite. La película interpela al espectador, no se deje influir o atemorizar porque alguien les diga que solo son mujeres hablando, tal como reza el t{itulo original. Son mujeres despojadas de todo que se levantan para poner el palabras su tragedia, para tomar y apropiarse de sus vidas frente a quienes pensaron que las tenían en su poder. Actuacioners brillantes, con grandes actrices como Rooney Mara, Clare Foy (The Crown), Frances McDormand ( que también produce) en un grupo maravilloso donde destaca también Ben Whishaw.
Con estructura teatral, y ambientada en 2010, aunque parece una película de época, "Women Talking" está inspirada en la novela de Miriam Toews basada en un caso real acerca de una colonia menonita de Bolivia ultra conservadora y religiosa. Llevada al cine con guion y dirección de Sarah Polley en la película se cuenta lo que deben sufrir, niñas y adultas al ser violadas y golpeadas reiterada y brutalmente por los hombres de la colonia. Para hacerlo usaban tranquilizante para vacas, con lo cual, al día siguiente no recordaban nada, sólo quedaban las marcas, signos del violento abuso. Ahora ellas deben tomar una decisión, y tienen tres caminos: perdonar y aguantar, quedarse y luchar o abandonar el lugar junto a sus hijos. Para votar se reúne un grupo en el granero. Sin hombres por dos días, ya que fueron arrestados, no hay tiempo para llegar a una conclusión. Lo que sigue es una clase magistral de actuación de un maravilloso elenco donde se destacan Ona (Rooney Mara), embarazada producto de una violación, Salomé (Claire Foy) y Frances Mc Dormand (en un rol breve pero extraordinario), Mariche (Jessie Buckley), Greta (Sheila McCarthy) y Agata (Judith Ivey) y un gran, Ben Whishaw como el dulce y sensible August, maestro de la comunidad y enamorado de Ona, único personaje masculino que es requerido para tomar nota, ya que al estar prohibida la educación para niñas (no así para los niños) son analfabetas. En las charlas hay llanto, furia contenida, trauma, miedo, complicidad y empatía. Con una fotografía de gran belleza, el guion hace foco en el hermoso lugar donde viven, y a la vez refleja en la negrura del vestuario lo que habita en el interior de cada alma. El film es sensible, crudo, reflejándonos aún hoy. No olvidemos que todavía sufrimos opresión por más que se reconozca que estamos en camino a un cambio. Cada personaje está bien construido, bien delineado, cada una con una personalidad marcada. Nominada al Oscar como Mejor Película y Mejor Guion Adaptado, "Women Talking" nos atraviesa con su dureza, nos interpela a pensar en nuestra sociedad, todavía patriarcal y en el rol de las mujeres, dispuestas a romper cadenas
Contra la violencia machista. En su cuarto largometraje como directora, Ellas hablan (2022), la también actriz de origen canadiense Sarah Polley (El amanecer de los muertos, Exótica, El dulce porvenir, Mi vida sin mí) tomó como punto de referencia la novela «Women Talking» escrita por la autora Miriam Toews. Esta escritora, nativa del mismo país que la cineasta, fue criada en una estricta comunidad menonita, bajos fuertes mandatos religiosos y moralistas, y cuyos líderes eran desde tiempos remotos solo hombres. Para redactar su libro se basó un poco en su experiencia en esta comunidad de fe y mandatos; y por otro en un terrible caso real de abuso que sufrió un grupo de mujeres en una colonia menonita en Bolivia en el año 2005. Tras los detalles escabrosos y brutales de los abusos que tuvieron que tolerar sin ningún tipo de derechos en la sociedad (no se les permite ni leer ni escribir), Toews logró que los lectores sepan de estos delitos silenciosos, que no poseen justicia, y más que nada proponer que el diálogo y la unión entre estas mujeres quizás sea su única vía de escape a una vida injusta. Tras leer esta impactante novela, Sarah Polley decidió juntarse con la autora Miriam Toews y juntas escribieron el guion para la transposición/adaptación de la novela al cine, aunque con una fuerte impronta y puesta teatral en la mayoría de su metraje. En la película Ellas hablan las protagonistas son ocho mujeres de diferentes edades y generaciones. Todas están reunidas en un viejo granero para debatir qué hacer o cómo seguir reaccionando frente a las temibles situaciones que vienen soportando desde hace mucho tiempo. En su cerrada comunidad, todas las mujeres son drogadas por la noche con tranquilizantes para animales, para luego ser violadas y golpeadas sin piedad por hombres de la propia congregación. Estos hechos aberrantes, dadas las condiciones y regímenes de la comunidad, nunca fueron denunciados en la justicia como corresponden por su gravedad. Hasta que deciden decir basta y tomar sus propias decisiones, que debido a la formación patriarcal menonita lógicamente no son aceptables, pero ahora son más que nunca necesarias. En primera instancia por su sufrimiento y valor, y en segundo para intentar cortar con futuras generaciones de abusadores seriales que se apoyan en la fe para cometer actos tan horribles. Estas mujeres están interpretadas por grandes y reconocidas actrices como Claire Foy, Jessie Buckley, Rooney Mara, Frances McDormand, Judith Ivey, Michelle McLeod, Sheila McCarthy y Kate Hallet. Increíblemente las acompaña en su reunión un hombre (Ben Wishaw), quien fuera expulsado tiempo atrás de la comunidad debido a no querer ser partícipe de estas situaciones de violencia, y será quien tomará nota de sus dichos, pensamientos y propuestas (a ninguna de ellas se les permitió algo tan básico como aprender a leer y escribir). Los temas para debatir serán: seguir soportando y apoyarse en la fe, perdonar y entender a los hombres o huir del infernal lugar. También intentar superar algo de la toxicidad masculina más atroz. La directora Sarah Polley propone en Ellas hablan (nominada en las categorías a mejor película del año y mejor guion adaptado en los próximos premios Oscar) una sentida reflexión acerca del lugar que ocupan las mujeres en la sociedad actual. Después de colectivos femeninos contra la violencia machista como el #MeToo, su firme palabra y su empoderamiento son necesarios y para siempre. Hay situaciones abusivas que no deben ser contempladas nunca más y hasta en un tipo de sociedad tan arcaica y arraigada a costumbres como la menonita, las mujeres hablan y alzan su voz. Los primeros planos en los rostros golpeados de algunas de las mujeres de la historia son el reflejo de un flagelo sin final. Este casi único espacio o escenario donde transcurrirá la mayor parte de la acción es fotografiado virtualmente en penumbras y con la sensación de ser prisioneras de los hombres. Una película como Ellas hablan, con su concepto valiente, es profundamente necesaria. Ese granero, que está ubicado temporalmente en el 2010, pero bien podría ser a principios del siglo pasado debido a la vestimenta y costumbres de esta comunidad, quizás será el comienzo liberador para estas mujeres por fuera de una estructura patriarcal destructiva y cruel.
Nominado a Mejor Película y Mejor Guion Adaptado, el nuevo largometraje de la directora de Lejos de ella (2006), Take This Waltz (2011) y Stories We Tell (2012) despierta más interés en el terreno sociopolítico que en el estrictamente cinematográfico. Producida por figuras como Brad Pitt y Frances McDormand, quien tiene además un pequeño papel, esta transposición de la novela homónima publicada en 2018 por la canadiense Miriam Toews aprovecha el talento de un elenco pletórico de figuras para abordar cuestiones muy pertinentes en estos tiempos. Women Talking muestra, como su título lo indica, a mujeres hablando. Son personajes de tres generaciones discutiendo qué hacer frente a la violencia machista. Estamos en 2010 (aunque bien podría ser el siglo XVIII o XIX) en el seno de una rígida y conservadora comunidad menonita. Varias de las protagonistas han sido víctimas de múltiples abusos (incluidas violaciones) por parte de los hombres de la propia congregación (no parece que vaya a haber castigos demasiado contundentes para los agresores) y ellas debaten sobre si quedarse y luchar, no hacer nada o directamente dejar el lugar, sobre si perdonar o abandonar en masa a esos exponentes de la masculinidad tóxica. Las que llevan la voz cantante son Mariche (Jessie Buckley) y Salome (Claire Foy), ambas madres de niños pequeños; y Ona (Rooney Mara), una mujer soltera que está embarazada fruto de una de esas violaciones; también están las ancianas, sabias y queribles matriarcas Agata (Judith Ivey) y Greta (Sheila McCarthy); y luego las representantes de la generación más joven (Liv McNeil, Michelle McLeod y Kate Hallett). Y, entre todas esas mujeres, un solo hombre, August (Ben Whishaw), un maestro de formación universitaria que, al ser el único que sabe leer y escribir, toma nota de todas las discusiones y de alguna manera es el fascinado y conmovido observador externo de todo ese movimiento femenino. Si dijimos que Ellas hablan muestra dos días de acaloradas discusiones entre estas mujeres queda claro que los diálogos y las actuaciones son los elementos distintivos de la propuesta. Una propuesta que tiene mucho de teatral, ya que hay escasos movimientos de cámara y pocas escenas en exteriores. La escritora Miriam Toews fue criada en una comunidad menonita y ella sugirió que los hechos de su libro están inspirados en situaciones reales que ocurrieron entre 2005 y 2009 en una colonia de ese origen en Bolivia. Cuánto hay de cierto y cuánto de licencia poética en la trama del film es algo que a esta altura no importan demasiado, ya que la búsqueda pasa por exponer cuestiones ligadas a la estructura patriarcal ya no solo de una secta cerrada sino de la sociedad en general en tiempos de #MeToo. No es casualidad que la autora Margaret Atwood (canadiense como Toews y como la propia Sarah Polley) se haya manifestado de forma pública como una admiradora de la novela porque en varios aspectos Ellas hablan expone problemáticas similares a las de The Handmaid's Tale / El cuento de la criada. Un presente, una realidad que puede ser vista como distópica, y una historia que tiene mucho de fábula pero también de denuncia, de sororidad, de empoderamiento, de moraleja y de advertencia.
Al comienzo del film, una leyenda advierte que lo que se está a punto de ver es una ficción resultante del poder de imaginación de las mujeres. Una cita derivada de la novela de Miriam Toews en la que se basó la actriz, guionista y directora Sarah Polley para construir su extraordinario relato. Más adelante en la trama del film nominado en las categorías de mejor guion adaptado y mejor película en los premios Oscar se menciona que muchos de los abusos sufridos por los personajes principales fueron descartados e invalidados durante años por sus victimarios por considerarlos producto de su imaginación, según ellos un defecto de la naturaleza femenina. La recuperación del mismo acto de imaginar, de elevar el pensamiento por encima de la opresión del extremismo religioso en el que viven inmersas las mujeres en el centro de la trama, sin voz, voto ni derecho alguno, funciona como el catalizador de una narración que esquiva las respuestas sencillas y los discursos aleccionadores con gracia y contundencia. En su lugar, el film de Polley plantea un escenario en el que hay espacio para la duda, el disenso y los cambios de opinión. Casi un concepto revolucionario cuando se trata de tópicos tan sensibles como los abusos sexuales y las manifestaciones más violentas del patriarcado. El caso real en la que se basó Toewsy que la realizadora canadiense recupera en la película ocurrió en una colonia menonita afincada en Bolivia en la que en 2009 se descubrió que un grupo de hombres llevaba años utilizando un tranquilizante usado en ganadería para dejar inconscientes a las mujeres con el fin de abusar sexualmente de ellas. Y cómo, ante su desconcierto al despertar ensangrentadas y golpeadas, las convencían de que se trataba de la obra del demonio. O de su imaginación. Con semejante material como catalizador, Polley decidió no dar detalles específicos sobre el lugar en el que se desarrolla la trama, ni fijar una ubicación temporal más allá de una referencia indirecta, ya que tanto el escenario como la vestimenta y el peinado de las protagonistas evocan las costumbres de los menonitas. Esa elección de puesta en escena no es casual ni arbitraria sino que contribuye a instalar un sentido de otredad en la narración. Mientras otros autores optan por aplicar herramientas de los géneros como la ciencia ficción y el recurso de la distopía para abordar los derechos de las mujeres, en este caso esa otredad propuesta desde el discurso cinematográfico permite procesar lo que se está contando sin que las emociones le ganen al intelecto. Es exactamente lo que intentan sus personajes en pantalla. Una tarea monumental que la ficción logra hasta las instancias finales del film, cuando la resolución le da rienda suelta a las emociones. En gran medida, la cuidadosa construcción de Polley también permite que los diálogos entre los personajes existan en un presente eterno sin que por eso queden anclados en las particularidades del contexto actual. No se trata de que la historia forme parte o no de una nueva ola feminista ni de los cambios de la cultura en proceso sino de una profunda reflexión sobre la fe, el dolor, la democracia y la naturaleza del perdón. Reunidas en un granero puestas a decidir si, como les exigen sus líderes, perdonarán a sus victimarios, un grupo de mujeres analfabetas se las ingenia para votar qué harán a continuación. Perdonar y seguir adelante como siempre o dejar su hogar. A pesar de que la mayoría de las escenas transcurren en ese mismo escenario, la puesta evita siempre las rigideces de la teatralidad y si lo consigue es gracias a los vivaces personajes, que representan un abanico de reacciones y opiniones tan variadas como las actrices que las encarnan. De la iracunda Salome de Claire Foy a la reactiva Mariche de Jessie Buckley y la reflexiva Ona de Rooney Mara, todas construyen un tapiz extraordinario en el que hasta se da el espacio a pequeñas burbujas de humor, oxígeno a las opresivas imágenes que se muestran (los abusos físicos y emocionales se discuten pero apenas se vislumbran en pantalla). No se necesitan más que retazos de los recuerdos que les arrebataron a los personajes para comprender los efectos de la tragedia de la que fueron víctimas. Y tampoco se precisa de la presencia de los victimarios, a los que solo se ve parcialmente o fuera de foco, como si su amenaza ya empezara a desdibujarse en la mente de las mujeres, concentradas en la odisea de recuperar la esperanza y el preciado tesoro de su imaginación.
En un entorno patriarcal se encuentra la trama de Ellas hablan, la película de Sarah Polley que tiene dos candidaturas para el Oscar que se entrega este domingo 12 de marzo: mejor película y mejor guion adaptado. Pero los hombres tienen presencia por omisión, ya que ésta es la adaptación de la propia escritora y directora Sarah Polley de una novela de Miriam Toews, publicada en 2019, centrada en los miembros femeninos de una colonia menonita (aunque en el filme no se menciona que sea menonita). En el original, transcurría en Bolivia. Aquí, es algún lugar de los Estados Unidos, a comienzos de la década de 2010. Lo troncal es la conspiración de abuso sexual descubierta en esa comunidad aislada de la civilización, y la resolución que por primera vez tomarán las mujeres de la congregación. Ellas hablan bien podría ser una obra teatral, ya que las acciones transcurren prácticamente en su totalidad en el interior de un granero en esa comunidad rural, pero, de ser así, se perdería el laborioso entramado visual que la directora canadiense pergeñó junto a su director de fotografía Luc Montpellier, que ya había trabajado con Polley en Lejos de ella (2006). La paleta que elabora Montpellier tiene sepias, negros y azules, que se resalta como suele suceder en estos casos con el trabajo del diseño de producción y de vestuario. La música de la islandesa Hildur Guðnadóttir (Oscar por la de Joker; Chernobyl) también remarca más que acompaña, y la banda sonora es disruptiva: incluye Daydream Believer, la canción de 1968 de The Monkees. “Lo que sigue es un acto de imaginación femenina”, se lee al comienzo de la proyección. Las mujeres, reunidas en ese granero, están por dar su respuesta a años de acoso y abuso sexual. Los líderes -obviamente, masculinos- insistían en que los horrores que experimentaban pertenecían a “los demonios” o, peor, la "imaginación femenina salvaje". Pero ha llegado el momento de los hechos y no de las palabras. Más todavía para aquellos -aquellas, aquí- que nunca levantaron su voz. Cada una con su monólogo Por cierto, en el filme, que no es extenso, pero por momentos se hace largo debido a la profusión de los textos, hay superpuestos planteamientos y discusiones filosóficas y religiosas, que atentan contra el público que no sea muy proclive a escuchar tantas alegorías. El único hombre que está allí, en el granero, es August (Ben Whishaw, el nuevo de las películas de Bond), el maestro de escuela en el que las mujeres confían, para que escriba las actas de las reuniones. La educación no era una moneda corriente: cuando llegue el momento de la votación, será con sumatoria de cruces. En síntesis, las mujeres votan sobre tres posibles respuestas: no hacer nada, quedarse y luchar, o irse. Finalmente, quedan las últimas dos opciones, y son las mujeres de dos familias las que terminarán votando cuál gana. Ellas hablan es un filme coral, con ocho mujeres que representan a tres generaciones distintas, y cada una tendrá su tiempo, su monólogo propio -en eso sí, la puesta vigorosa de Polley se asemeja a una de obra teatral-. Entre ellas están la más joven, Autje (Kate Hallett), que da la narración de voz en off, Ona (Rooney Mara), que está embarazada víctima de una violación, la más beligerante Mariche (Jessie Buckley), madre de Autje. También, la desafiante Salomé (Claire Foy, de The Crown), que fue a buscar tratamiento médico para su hija enferma, quebrando las reglas de los hombres. Una adolescente que sufre ataques de pánico, Mejal (Michelle McLeod) y las dos ancianas, Agata (Judith Ivey) y Greta (Sheila McCarthy), que brindarían algo así como la sabiduría de las que más vivieron, y sufrieron. Párrafo aparte merece la inclusión del personaje de Frances McDormand, -una de las productoras de la película-, que luce heridas en sus mejillas y que no puede imaginarse una vida fuera de esa comunidad en este filme más valiente que logrado.
Una de las nominadas a Mejor Película en los Oscars y una de las últimas en llegar al cine de nuestro país es «Ellas Hablan» («Women Talking»), película de Sarah Polley basada en la novela homónima de Miriam Toews escrita en 2018. La misma se inspira en hechos reales para contarnos la historia de un grupo de mujeres que integran una colonia religiosa y que tratan de reconciliarse con la fe tras haber sufrido una serie de agresiones sexuales. Es así como se juntarán las representantes de cada familia para tomar una decisión: quedarse y luchar o huir hacia otro destino. Si bien «Ellas Hablan» tiene muy buenas intenciones porque logra abordar temas importantes y necesarios como el abuso sexual, la religión, y el rol de los hombres y las mujeres de la sociedad, casi toda la película resulta ser una simple interacción entre un grupo de mujeres. Literalmente es lo que se nos cuenta en el título: mujeres hablando. No solo la puesta en escena se vuelve bastante teatral y monótona, sino que los diálogos por momentos son repetitivos, aunque plantean varios conceptos interesantes. Puede ser que este ritmo pausado y sin variaciones haga que la historia también se torne un poco aburrida. Por otro lado, se intercalan algunas imágenes que sugieren lo que les ocurrió a estas mujeres para brindarnos un contexto mayor, algo que tal vez las palabras no terminan diciendo por el dolor que eso conlleva. Está bueno que no le den todo servido al espectador y uno se pueda imaginar más allá de lo que nos cuentan. En cuanto a los aspectos técnicos, su fotografía es lo que más destaca porque resulta ser bastante particular. Va un poco de la mano de las sensaciones de estas mujeres, con colores opacos y sin brillo alguno. Es como un tono sepia constante. Las actuaciones de su elenco son muy buenas. Rooney Mara, Claire Foy y Jessie Buckley logran plasmar sus pensamientos sobre quedarse y luchar o decidir huir de aquella realidad con buenos y lógicos argumentos, como también los sentimientos que le provoca aquella situación. También Frances McDormand forma parte del film pero está bastante desaprovechada. Aparece solamente durante dos escenas sin hacer nada demasiado trascendental. Podría haber sido lo mismo si participaba o no, a pesar de oficiar también como productora. Ben Whishaw sirve como la contraparte masculina, que tiene poca voz y voto pero que muestra que los hombres también pueden ser de otra manera. En síntesis, «Ellas Hablan» es una película interesante, que nos permite reflexionar a base de conceptos bastante actuales e importantes, pero que podría haber sido mucho más dinámica para llegar de una mejor manera al público. Se destacan las interpretaciones de su elenco y lo que plantean pero puede ser un film un poco difícil de ver por su costado teatral y monótono.
La música de la ganadora del Oscar Hildur Guonadottir ayuda a elevar las emociones de los personajes, en ningún momento está sobre la escena o encima de los diálogos, siempre está de fondo sin estorbar o subrayando lo que estamos viendo en imagen. Sumado a actuaciones impecables, donde cada una de las actrices entregan un trabajo brillante y emocional, que se vuelve más intenso en conjunto e ilustra una comunidad que oscila entre la rabia, el dolor y el entumecimiento por los horrores que han enfrentado.
La actriz y directora canadiense Sarah Polley se encuentra a cargo de la dirección y el guion de “Women talking”, nominada al Oscar como mejor película y mejor guion adaptado. Si bien el filme pasó casi desapercibido en la temporada de premios, el mensaje que transmite y la potencia de su guion no lo harán respecto a quienes decidan adentrarse en esta historia. Basada en la novela de Miriam Toews, escritora canadiense de ascendencia menonita que ha ganado los premios Governor General’s Award for Fiction y el Writers’ Trust Engel/Findley Award, “Women Talking”, tal como su título lo indica, la historia traslada al espectador a una pequeña y aislada comunidad en la cual un grupo de mujeres se reúne a diario para intentar idear el plan que las proteja del peligro al que son sometidas; la violencia de los hombres. Por motivos que no vale la pena revelar y que tampoco importa demasiado, la mayoría de ellos no se encuentra presente, motivo por el cual las niñas, adolescentes, jóvenes y adultas del lugar se juntan en un establo para definir un plan de acción. La ambientación de época y el vestuario ubica al espectador a mediados del siglo XVIII o principios del XIX, pero el espectador advertirá a la brevedad que el film transcurre en 2010. La violencia a la cual son sometidas estas mujeres incluye golpizas, insultos y hasta violaciones. Seguir siendo víctimas de tales atrocidades implica en muchos casos peligro de vida, por lo cual el “perdón” no sería una opción viable. ¿Qué hacer? Quedarse y luchar o huir. ¿En qué lugar se para cada una de ellas para adoptar una postura? ¿Qué experiencias propias las atraviesan y por ende motivan sus dichos? Largas escenas con pocos movimientos de cámara (por momentos la película adopta una acertada sensación de teatralidad), una narrativa que recurre de forma expresa a lo imaginario y un relato que se apoya en un guion impecable (la película tiene grandes chances de llevarse el Oscar a mejor guion adaptado este domingo), y sólidas interpretaciones son algunos de los elementos de “Women talking”. El tema es universal y atraviesa todas las generaciones: la violencia del hombre sobre las mujeres. La película se transforma por momentos en un debate de ideas sobre qué es lo que les conviene a ellas más allá de lo que podría ser justo, y eso la hace más interesante aún, no hay una única mirada que recorra la película, las lecturas pueden ser varias y cada espectador simpatizará o no con las ideas y planes que se arrojan en aquellas reuniones, encabezadas por los personajes que interpretan Rooney Mara, embarazada fruto de una relación violenta, Jessie Buckley, víctima de violencia física, y Claire Foy, cuya historia personal la llenó de ira y venganza física. Se puede reflexionar sobre “Women talking” como una distopía de la cual las mujeres desean liberarse para intentar construir – si eso es posible – un lugar donde puedan ser libres y estar seguras, lo que en principio parece algo utópico. Un film por momentos desgarrador que logra construir cierta esperanza a costa de mucho sacrificio. Se alcanzan climas íntimos muy bien logrados, un sólido guion y brillantes actuaciones. Opinión: Excelente. Esta mirada será publicada en Diario La Prensa y Voces de la Comuna 15. Titulo: “Women talking”. Dirección: Sarah Polley. Elenco: Rooney Mara, Claire Foy, Jessie Buckley, Judith Ivey, Sheila McCarthy, Michelle McLeod,Kate Hallett, Liv McNeil, August Winter. Guion: Sarah Polley. Basado en el libro deMiriam Toews. Fotografíaa: Luc Montpellier. Duración: 104 minutos. Estreno 9 de marzo en salas. Apta para mayores de 13 años con reservas. Comparte esto: Publica EstoTwitterFacebook Personalizar botones
Ella hablan (Women Talking, Estados Unidos, 2022) es una película infame. Uno de los largometrajes más cobardes y demagógicos que se hayan hecho en toda la era del Me Too. Pero aun pasando por alto ese aspecto lo que impresiona es la torpeza casi amateur con el cual está filmado, una película que termina nominada a mejor película del año en los premios de la Academia solo para limpiar las culpas de una industria cómplice de abusos sistemáticos que todos conocían y callaban. Aprobar Ellas hablan es una manera de ubicarse políticamente del lado correcto. Esto produce un enojo extra ya que la historia que cuenta es real y el abuso que sufren las mujeres, tanto en una comunidad menonita o en pleno Hollywood es real y debe combatirse. Se debe luchar con buen cine si uno quiere hacer de su película una herramienta de denuncia. Ellas hablan está escrita y dirigida por la realizadora y actriz Sarah Polley. El guión de la película se basa en el libro escrito por Miriam Toews en el año 2010. Dicho texto se inspiró en los crímenes cometidos dentro de una comunidad menonita ultraconservadora durante los años 2005 y 2009. En dicha comunidad, ubicada en Manitoba, Bolivia, un grupo de hombres drogó y violó a varias mujeres, todas integrantes de la misma comunidad. La película no es tanto sobre dichos crímenes, sino sobre el debate de las mujeres acerca de que hacer a partir de que se conocen dichos delitos y son denunciados. La historia es conmovedora y no era tan fácil arruinarla, pero la película lo consigue. Frances McDormand con cara de mucho enojo es un género en sí mismo. La actriz abandona su acomodada vida de estrella para maquillarse de pobre o víctima y nos tira todo el horror del mundo durante un par de horas para luego volver a disfrutar de alfombras rojas y premios. Es cierto, no hay nada de malo con que sea feliz, el problema es que ya se ha vuelto un lugar común su cara de compromiso y eso le resta valor actoral. Aunque aquí hace un papel menor (posiblemente para aumentar el valor comercial de la película) también es la productora. La gravedad actoral les corresponde mayormente a otras actrices, todas ellas muy importantes. Rooney Mara, Claire Foy, Jessie Buckley, Sheila Mc y Judith Ivey tienen los roles centrales. También está Ben Whishaw, representando al solidario y sensible, el único del grupo que sabe leer y escribir, porque las mujeres de la comunidad no tenían autorización para hacerlo. También integra el elenco August Winter, quien interpreta a un hombre trans en la historia. Por supuesto también lo es en la vida real, porque cada uno debe ser en la pantalla lo que es en la vida, al menos en ese aspecto. Imagino la alegría y la paz de todos al poder incluir a una persona trans en el elenco y ganar más puntos dentro de la cultura actual. ¿Se justifica dentro de la película? Ay, por favor, que tendrá que ver el buen cine con los planes de Sarah Polley y Frances McDormand. Ellas hablan consiste, principalmente, en este grupo de mujeres que en un granero debate acerca de cuáles son las medidas que deben tomar luego de que los violadores han sido arrestados. Tienen un tiempo límite para decidir, porque los apresados pueden volver a sus hogares en cualquier momento. No es sólo el presente lo que les preocupa, también el futuro de sus hijas, si estos crímenes quedan impunes. El debate es interrumpido por los obvios flashbacks para ilustrar lo vivido, pero son pocos, ya que son las mujeres hablando casi toda la película. Estéticamente no ofrece nada. Teatro filmado donde incluso los paisajes fueron insertados en posproducción como si fuera un programa de televisión con un croma. Esto distrae y distancia. La historia más conmovedora convertida en un show frío y distante. Cada actriz tiene su show y la mayor parte del tiempo se ve que son estrellas de Hollywood protestando más contra la propia industria del cine que preocupadas por la comunidad menonita que da origen al largometraje. Si la historia es universal, puede abarcar todos los espacios donde las mujeres han sido abusadas. Pero la película carece de autenticidad, aún basado en una historia tan reciente y terrible. Los premios son la forma en la cual la propia industria y el mundo de la cultura aprueba de forma rápida y nerviosa para sacarse de encima sus conductas pasadas. Pobre el cine si Ellas hablan es considerada una buena película. Ojalá esta historia tenga alguna vez un largometraje que le haga honor a estas mujeres víctimas de estos crímenes.
Basada en la novela homónima de Miriam Toews, la película recrea los acontecimientos reales acaecidos en una comunidad menonita en Bolivia en 2010. Trabajada desde lo estético en colores pasteles, una fotografía sin el menor brillo, salvo el último plano del filme, es desde esta impronta que Sarah Polley, la directora, termina dando mayor preponderancia desde las imágenes que apoyarse en el texto, intenta sumergirnos en un mundo gris. El filme esta narrado por uno de los personajes, quien le cuenta a su hijo esta historia anterior a su nacimiento. En principio da la sensación de atemporalidad y
"Para poder hacerlo, primero hay que imaginarlo" Esta semana llega a las salas de cine argentinas la película Ellas hablan, que posee dos nominaciones a los premios Oscars, cuya entrega es el próximo domingo 12 de marzo. Por Denise Pieniazek “Toda mujer que quiera proyectarse en la acción debe matar al dragón de la inseguridad que lleva en sí misma.” María Luisa Bemberg Ellas hablan (Women Talking, 2022) es una transposición de la novela homónima de Miriam Toews, escrita y dirigida por Sarah Polley. Mientras la novela se inspiró en eventos reales sucedidos en una colonia Manitoba, una comunidad Menonita aislada en Bolivia, el filme transcurre en un paisaje rural -sin rasgos distintivos- donde un grupo de mujeres de una comunidad religiosa aislada, cansadas de la opresión patriarcal, intentan reconciliar su deseo de libertad con sus creencias religiosas. Si bien se supone que la historia se sitúa en el 2010 según explica la síntesis argumental, lo cierto es que desde su tratamiento resulta acertadamente atemporal. Esto torna a la obra más interesante, porque le da cierto clasicismo al relato. Es decir, Ellas hablan podría interpelar lo que les sucedió a muchas mujeres ya sea hace siglos, en el 1900, en la actualidad o en el futuro, y seguramente continúe haciendo sentido. El consejo de diversas mujeres conversa incansablemente para votar si irse, quedarse y pelear o no hacer nada, y la decisión no es para nada simple. A medida que avanza el relato se va entregando al espectador misteriosamente más información sobre qué es lo que sucede en esa comunidad patriarcal y desigual. El dominio varonil es justificado desde la tesis religiosa, en donde cualquier expresión mujeril de disconformidad o hasta la pérdida de embarazos (resultado de las violaciones sistemáticas) es calificada como una respuesta de lo “femenino salvaje”. Asimismo, las violaciones brutales que estas mujeres y jovencitas padecen son ignoradas y atribuidas -injustamente y convenientemente- a un “acto del demonio”. En esta reunión están presentes mujeres de distintas edades, unidas por el hartazgo de la violencia de género de las cuales son víctimas sistemáticamente hace años. Algo curioso del relato, es que las niñas son las que pronuncian los parlamentos más sensatos, mientras que algunas adultas -quizás por miedo y culpa (religiosa)- les cuesta ver la posibilidad del cambio, como por ejemplo a Mariche (Jessie Buckley) quien se muestra reticente, aunque es, sin embargo, una de las más sufridas al igual que “Scarface” Janz (Frances McDormand). Por otro lado, Salomé (Claire Foy), contrario al significado pacífico de su nombre, es la más belicosa. Mientras que en una actitud más reflexiva se encuentran Ona (Rooney Mara), Agatha (Judith Ivey) y Greta (Sheila McCarthy). También con menor presencia escénica, se encuentra Melvin, un joven transgénero, que cuando era una niña fue violada y desde entonces ya no habla excepto con los niños a quienes cuida. Es complejo que esta descripción pueda transmitir lo acertada y atrayente que resultan las discusiones y los disímiles puntos de vista que expresan las distintas mujeres, que tienen como resultado un intercambio enriquecedor que da cuenta de la perspectiva de género que posee la enunciación. Prácticamente todo el largometraje transcurre en un mismo espacio y se centra en un grupo reducido de personajes, que lo acercan a una puesta en escena muy teatral y que a pesar de su inacción resulta atrapante. En adición, los hombres están mayormente fuera de campo, a excepción, de August (Ben Whishaw), un joven maestro de escuela, cuya familia ha sido excomulgada y que por ende posee la confianza de las mujeres, debido a la militancia de su difunta madre. Su tarea es documentar todo lo conversado en la reunión, puesto que a ninguna de las mujeres se les enseña a leer o escribir. Al respecto, de forma sutil y brillante la película esboza una reflexión sobre la importancia del lenguaje y sobre aquello que no se habla, el silencio de lo que todas saben, pero nunca se explicita: las violaciones. No hay lenguaje para semejante aberración. Pero ellas son conscientes de la importancia de documentar lo sucedido, no sólo a través de la historia oral, sino también a través de la escritura y de los dibujos que funcionan como “jeroglíficos”. Porque el lenguaje está ligado a poder imaginar un mundo distinto, como expresa Ona “es fácil olvidar que es posible”. En adición, el lenguaje está ligado a la capacidad de pensar, como expresa Ona “poder pensar quiénes somos (…) A nadie nunca le importó qué pensamos”. En consecuencia, una de las cuestiones más inquietantes de la narración es que cuando comienza el relato una voz over de una joven dice: “Lo que sigue es un acto de imaginación femenina (…) Esta historia termina antes de que nacieras” y en el desenlace “…Tu historia será distinta a la nuestra”. Lo que resulta muy realista porque un cambio de paradigma, lleva mucho tiempo. Tal como se expresó al inicio del texto, lo poderoso de Ellas hablan es cómo abre sentido a través de este microcosmos que puede trasladarse a diversos tipos de sociedades y que resulta actual. En conclusión, merecidamente la película se encuentra nominada a dos premios de la Academia, conocidos popularmente como Oscars, en las ternas Mejor película y Mejor guión adaptado.
Reseña emitida al aire en la radio.
Con dirección de la actriz Sarah Polley (“Mi Vida sin Mí”), nos llega esta interesantísima opción a la cartelera. La autora, poseedora de una dilatada y destacada trayectoria, tanto delante como detrás de cámaras, concibe una obra sensible y favorablemente recibida por la crítica internacional, contando con dos nominaciones al Premio Oscar. Un hecho real, ocurrido entre 2005 y 2009, en una colonia menonita, inspira el relato al que otorga vida un espectacular elenco encabezado por Claire Foy, Jesse Buckley, Rooney Mara, Ben Wishaw y Frances McDormand (quien, además, oficia de productora). Veinticuatro horas serán decisivas para la vida de un grupo de mujeres que dirimirán qué hacer respecto a los actos de violencia que asolan el poblado. Disimiles puntos de vista acerca de traumas sufridos otorgan riqueza a una propuesta que se encumbra como una introspectiva mirada acerca de la criminalidad de los actos. Un ensayo de conciencia, porque las verdades nunca son absolutas. Polley, acertadamente, indaga en la fe, en el perdón, en la educación y en lo que provoca la falta de libertad. Estar a salvo es el objetivo, ajenas al alcance del hombre que las priva de ser. Tres palabras no se pronuncian a menudo: lo siento mucho. La base estructural de la propuesta es el diálogo continuo que se lleva a cabo en un único escenario, entre mujeres de diferentes edades que discuten sobre sus vidas. Con una mirada esperanzadora, “Ellas Hablan” puede entenderse como un canto al feminismo desde el respeto, la igualdad y el amor. Ellas habitan un mundo resquebrajado; delimitado espacio que no deja lugar al instante lúdico por parte de los pequeños que integran la comunidad. No ajenos al poder opresivo… ¿desampara Dios a sus hijos? Amenaza la seguridad aquello de lo cual no se quiere volver a hablar. Mejor huir, o reír. Porque la gente se ríe tan fuerte como llora. El tiempo cura, se anuncia, pero no hay camino cierto. El sendero de la violencia olvida el amor y violencia con violencia se paga para proteger a sus hijos. Ese amor allí no es fruto que inspire pensamientos violentos. Una sugerente banda sonora, rural y folclórica, interpreta con sentimentalismo este guion adaptado de la novela de Miriam Toews, mientras una fotografía ínfimamente saturada viene a fungir como perfecto simbolismo: el entorno no tiene ninguna belleza alguna de la cual presumir. El mañana persigue una historia diferente a las de ‘ellas’. La gama de grises elegida refleja la vida de estas mujeres, entre atardeceres y amaneceres que no deslumbran. La opacidad es total. La actriz y directora, musa del cine indie de los ’90 (preferida de autores como Atom Egoyan, Michael Winterbottom y David Cronenberg) logra transmitir el dolor con sólidas claves narrativas. Un grupo de mujeres a las que ciertas prácticas avaladas despojaron de sus bocas el vocablo ‘piedad’ tendrá entre manos la decisión más urgente e importante. El interrogante indica si huir o quedarse. El miedo a Dios manda y el pecado que prohíbe la entrada al reino de los cielos, implacable, promete castigo. El miedo apremia, por partida doble. Al hombre (sus respectivos maridos) y a qué se van a convertir sus hijos. El hombre es una figura sin rostro. Su presencia, amenazante, potente, no necesita rasgos faciales reconocibles. ¿Qué será de nuestra descendencia? El monstruo replicado, la peor amenaza. De modo inteligente, el largometraje hace hincapié en la injerencia de la educación para mejorar a las generaciones venideras. Educar para la toma de conciencia. Film de fuerte componente teatral, evidenciamos el reflejo de una lucha, noblemente encauzada. La disparidad de caracteres buscando convencerse, unas a otras, implica favorablemente al espectador. Como telón de fondo, la idealización de un mundo cerrado sobre sí mismo prefigura las fronteras de esta sociedad en capsula. Aislada y fuera de su tiempo, cuyas reglas y códigos de conducta son fuertemente machistas. “Ellas Hablan” visualiza y denuncia sobriamente una realidad aberrante, en donde niñas y mujeres son recurrentemente drogadas, violadas, apaleadas, humilladas y vejadas. Una situación abominable, terrorífica. Y lo más alarmante: establecida a lo largo de los años. El comportamiento perverso se reproduce, de generación en generación.
EL CINE CON CONSIGNAS Son tiempos difíciles para el cine y para las artes en general. Ciertas poses, ciertas actitudes, ya no se distinguen de sus campos de procedencia. Hoy, la tosquedad es un fantasma que se come a las películas, vengan de festivales, plataformas o de la industria más poderosa. El discurso, los imperativos sobre lo que hay que decir y cómo hay que decirlo, se imponen por sobre cualquier gesto de libertad, de espontaneidad, y entonces, comienzan a aparecer las antologías de cataratas verbales interpelando a los espectadores desde los lugares más básicos que se puedan pedir. Ni siquiera se trata de un cine militante porque, paradójicamente, la supuesta ruptura contra paradigmas dominantes se sostiene con un feroz conservadurismo. El resultado: la corrección al palo o una misantropía barata sin zapatos de goma. Ellas hablan, la película de Sarah Polley, es un manual de pertenencia al control estético, cerrado a un universo donde la homogeneidad apesta. “Lo que sigue es un acto de imaginación femenina” reza un epígrafe, aunque debiera sonrojarnos que en nombre de la imaginación femenina pudiera inscribirse esta película a una tradición (justamente revalorizada en la última década) que incluye a cineastas como Alice Guy, Chantal Akerman, Agnès Varda, Ida Lupino, María Luisa Bemberg, entre tantas. Si algo distingue a Polley de todas ellas es la falta de matices, la cara sucia para dar lugar, incluso, a los actos fallidos. Planos rigurosamente vigilados, tono qualité que apesta y un guion forzado son apenas algunos eslabones de esta historia donde un grupo de mujeres discuten qué decisiones tomar frente a la violencia de los hombres. El principal problema es que, lejos de circunscribir tal debate al universo ficcional y autónomo de la película, cada una de las líneas de diálogo se pretenden desde la ampulosidad de los grandes temas, el carácter solemne y la apariencia de pajaritos que quieren salir de la pantalla para chocar con nuestras cabezas pensantes. En otras palabras, los temas de turno importan más que sostener un relato dramáticamente, gritar que los hombres son una especie alienígena indeseable con alegorías baratas donde ni caballos se permiten, sino yeguas, se torna insoportable. Esta visión del mundo, que anula cualquier idea de humanidad y se refugia en una mirada de hosquedad garantizada, es parte de la actualidad, la de un cine con consignas (igual al de El triángulo de la tristeza, de Ruben Östlund) destinado a fenecer en su propio gesto de ostentación. Y en esa cualidad de oportunismo, ni siquiera se atreve la película a hacerse cargo del hecho que le presta la historia real: el horrible episodio de violación masiva acecido en la Colonia Manitoba entre 2005 y 2009 en Bolivia, donde un centenar de mujeres fueron sedadas y abusadas por hombres de la misma comunidad. Esta aberración, y el posterior juicio, quedaron registrados en el libro de Miriam Toews que, al igual que Sarah Polley, encuentra la excusa perfecta para desviar la atención al ombligo primermundista posmoderno con ficciones edulcoradas. Entonces, en el colmo de la obviedad, ambas se centran en las deliberaciones de las mujeres mientras se desarrolla fuera de campo el juicio y ellas deben optar por quedarse y luchar o irse y comenzar una nueva vida. El empate complica las cosas. Deslindar esta situación del contexto original (lo que sucedió en Bolivia que, lógicamente vende menos que los intereses de la Unión Europea y EE.UU.) es una iniciativa que da cuenta de regodeo, de egoísmo y de orientación definitiva hacia la burda pretensión que toda paja mental supone. El único hombre en la película se llama August, docente y granjero fracasado, que da forma a las actas y no tiene, por supuesto, voz ni voto. En todo caso, es la cuota moderada de lo masculino entendido como amenaza (para que no se note tanto la aversión). Mientras todo esto se declama, no han de faltar las postales bonitas, los encuadres fabulosos, el preciosismo que envuelve como papel de caramelo, porque Polley no quiere jamás salirse de ese lirismo al que premia y se traga el sistema y aplauden las buenas conciencias. Teatro de caricaturas y prejuicios, Ellas hablan es de un reduccionismo conceptual y cinematográfico alarmante. Con seguridad, el show debe continuar en la entrega de los Oscar con los discursos preparados para la ocasión por parte de McDormand y compañía.
Critica en link.
Critica en link.
Critica en link.
La última película de la directora canadiense Sarah Polley, ocupa el lugar más coyuntural de esta entrega de Oscars. Tan solo un par de nominaciones, pero también la máxima estatuilla. Sin dudas es desafiante y aborda desde una premisa muy original la misoginia extrema y el lugar de la mujer. Su título es muy gráfico ya que casi todo el tiempo somos espectadores de este grupo de mujeres que habla para decidir su destino dentro (o fuera) de esa comunidad que se ha quedado en el tiempo Basada en la novela homónima de Miriam Toews, la dirección de Polley es sutil y potente a la vez. Logra crear una atmósfera intensa y emotiva con una narrativa cuidadosamente construida, que se mueve entre el pasado y el presente de las mujeres. La directora utiliza una fotografía magnífica mediante una progresión en la paleta de colores y un sonido ambiente sugerente para crear una sensación de intimidad que hace que el espectador se sienta parte de las conversaciones y confesiones. Pero lo que realmente hace que Woman Talking destaque son las actuaciones de su elenco, ya sea la consagradísima Frances McDormand o Rooney Mara, pero también el resto del reparto tal vez no tan conocido. Ahora bien, lo que me sucedió es que me aburrí bastante pese a su corta duración (una hora cuarenta). Muchos de esos elocuentes y bien escritos diálogos se me hicieron un tanto tediosos. Pero supongo que pasa por un tema de conexión con los personajes que yo no tuve pese a la empatía que generan. En resumen, Woman Talking es una película potente que hará reflexionar al espectador sobre temas importantes como la religión, el patriarcado y el trauma. Es conmovedora y contundente sin dudas, pero la pregunta que no puede dejar de hacerme fue: ¿Está para el Oscar?
En una comunidad religiosa aislada del mundo, un grupo de mujeres se pregunta qué hacer: durante años las han drogado y violado para después echarle la culpa al diablo. Así que, cansadas, hartas, desesperadas, debaten qué hacer. Es decir, el tipo de películas que nace blindada a la crítica porque el tema es “importante” y dice “cosas fuertes”. El crítico que diga que es mala, que aburre, que es un festival de sobreactuaciones y que carece de sutileza, podría ser tildado de, bueno, el diablo, que ahí está para echarle la culpa. Pero arriesguemos: sí, es bastante mala. Son actrices haciendo un show teatral a veces demasiado declamado cuyo sufrimiento en pantalla es de la misma naturaleza artificial que la telaraña de Spiderman. Con una diferencia: a Spiderman uno le cree el balanceo entre edificios. Aquíe el proyecto didáctico-esclarecedor es tan evidente y en primer plano, que se fagocita a sus criaturas. No hay un mundo propio: solo un marco para el discurso. Al diablo con ella.