DOS NO ES SOLO UN NUMERO La nueva realización de Pierre Salvadori habla de cómo a veces uno más uno no siempre da dos. O al menos intenta profundizar en algunas cuestiones que escapan a que desde su título “En un patio de París” (Francia, 2014) hagan siquiera al menos pensar en una trama que en el avance narrativo desplegará una sinergia de posibilidades de abordaje a un tema tan delicado como lo es el de la depresión y los trastornos psiquiátricos. Sólo dos personajes le bastan a Salvadori para que el patio a que hace referencia el título, se transforme en el escenario y campo de batalla de dos personajes: Antoine (Gustave Kervern) y Mathilde (Catherine Deneuve) quienes se mostrarán como antagonistas en un primer momento para luego congeniar y llegar a muchos más puntos en común que los que pensaban. Antoine escapa de algo y cree que en el aceptar el trabajo de portero del edificio en el que Mathilde vive desde hace tiempo con su marido puede darle una razón para vivir. Pero él es nocturno, cocainómano, heroinómano y alcohólico, algo que seguramente no irá bien con las tareas de portería que deberá asumir. Ya desde un primer momento Salvadori nos coloca en un lugar de conocimiento del que no querrá corrernos, sumándonos además información sobre Mathilde, con sus obsesiones y particularidades. Con el correr del tiempo el vínculo entre ambos se fortalecerá y Antoine se sumará a las elucubraciones conspirativas que la dama creará sobre el estado del edificio en el que viven. Película pequeña, con actuaciones logradas y una puesta en escena más teatral que cinematográfica, “En un patio de París” es una buena oportunidad para conocer hábitos y costumbres de la rutina parisina, alejada del glamour que siempre le impregnan los filmes. También es una posibilidad de trabajar sobre una de las enfermedades más frecuentes de estos tiempos y la que, a pesar de las miles de pastillas que se han inventado, avanza sobre las personas con más fuerza que nunca. PUNTAJE: 6/10
Extraña y melancólica comedia que se inicia con la crisis existencial de un músico que huye de su vida y toma el trabajo de portero de un edifico donde descubre que él puede ser el más cuerdo y amigable de los vecinos. Ternura, obsesiones, mucha soledad e incomprensión, vacío existencial. Un film con grandes actores: Catherine Deneuve, Gustave Kerven.
Sobre la depresión suburbana. En la vereda diametralmente opuesta para con la mayoría de comedias que suelen llegar a la cartelera argentina desde tierras galas, En un Patio de París (Dans la Cour, 2014) es una rareza que consigue lo que parecía imposible a esta altura del partido, hablamos de inyectar un poco de vitalidad a una cinematografía nacional que en el campo de la farsa está volcada hacia el populismo y una irreverencia hueca que pretende convalidar la levedad general. Justo en este punto mucho no le podemos reprochar a los franceses porque su industria padece los mismos problemas que aquejan al resto del globo, léase el tratar de armonizar el sentir local, los recursos disponibles y el gusto de un público acostumbrado a Hollywood. Si dejamos de lado a propuestas fallidas en la línea de Entre Tragos y Amigos (Barbecue, 2014), deberíamos abrir un paréntesis para aclarar que no todas fueron pálidas en lo que respecta al contexto inmediato comercial, pensemos para el caso en las recomendables -y bien diferentes- Yo, mi mamá y yo (Les garçons et Guillaume, à table!, 2013) y Dios mío, ¿qué hemos hecho? (Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu?, 2014), dos films que supieron quebrar esa tradición de mediocridad a la que nos referíamos anteriormente. El presente trabajo de Pierre Salvadori, todo un especialista en el devenir del corazón, combina la melancolía más meditabunda, cierta frialdad espástica y un cúmulo de ironías algo bizarras. La premisa es muy sencilla y viene a iluminarlos -una vez más- acerca del hecho de que la ejecución concreta siempre es mucho más importante que los planteos narrativos de turno: Antoine (Gustave Kervern) es un músico que entra en una depresión aguda y decide abandonar su banda de rock, lo que eventualmente deriva en un empleo como conserje en un edificio de departamentos avejentados y una especie de amistad con Mathilde (Catherine Deneuve), una vecina obsesionada con la posibilidad de que el inmueble se esté hundiendo/ resquebrajando paulatinamente. Por supuesto que los “condimentos” tragicómicos de la trama pasan por los habitantes del complejo, sus caprichos y sus disfunciones psicológicas. Aquí se destacan el retrato de un microcosmos suburbano en decadencia, en el que la pugna de voluntades desencadena roces sutiles, y el maravilloso desempeño de los protagonistas, con unos Kervern y Deneuve insuperables a la cabeza del elenco. Quizás por momentos Salvadori achata demasiado la progresión del relato, como si quisiera reproducir el tono monocorde del cine independiente norteamericano, pero por suerte complementa con gracia y desenfado el derrotero nostálgico de Antoine, nunca cae en el costumbrismo simplón y hasta se luce en el pequeño detalle de evitar las explicaciones alrededor del estado mental del señor, dejando a interpretación del espectador toda su liturgia del fracaso y la tristeza…
De amistad y sentimientos Dirigida por Pierre Salvadori, En un patio de Paris (Dans la cour, 2015) refleja la búsqueda de nuevos rumbos y las preguntas sin respuesta que suelen surgir en un momento determinado de la vida. La química entre Catherine Deneuve y Gustave Kervern acentúa un vínculo entrañable que traspasa la pantalla. Deprimido y cansado de dedicarse a la música, Antoine (Kervern) abandona la rutina y consigue trabajo como encargado de un edificio. Lejos de ser un empleo que lo motive, pero al ser el único que obtiene, comienza a transitar la ardua tarea de solucionar los problemas típicos de cualquier consorcio. Allí conoce a Mathilde (Deneuve), una jubilada que vive junto a su esposo en uno de los departamentos. Lo que empieza como una relación cordial se consolida, cuando la mujer descubre una grieta en la pared de su casa. Y la incipiente rajadura se convierte en una gran preocupación, por miedo a que el edificio se desmorone. Como el esposo no la comprende, y hasta piensa que está enferma, Mathilde se respalda en Antoine y en la amistad que se forja. El film de Salvadori entretiene por las diversas situaciones que plantea, y que pueden ocurrir en cualquier consorcio. Pero también invita a reflexionar sobre aquellos períodos de la vida en los que se intenta dar una vuelta de página, sin conocer el rumbo. Antoine está atravesando ese momento, mientras que Mathilde se muestra estable y parece tener todo resuelto, hasta que una grieta la desequilibra. En un patio de Paris presenta de excelente manera la comedia y el drama. Intercala instantes que relajan un argumento profundo, con el que el espectador se identificará. Si bien el final puede llegar a esperarse, las actuaciones de Deneuve y Kervern permiten encariñarse con sus personajes de tal forma, que no deja de ser un golpe bajo. La importancia de los afectos y que todo se sobrelleva mejor acompañado es un mensaje explícito de la película. Salvadori exhibe una historia cálida y realista, que tiene varias aristas unidas por los sentimientos y la ausencia de éstos.
Tristeza y melancolía Extraño film de Pierre Salvadori, un menos que discreto realizador de la abundante producción industrial de origen francés. Extraño y sugerente por la elección de un tono melancólico que describe a algunos personajes que conviven en un viejo edificio de departamentos de París. Un nuevo cuidador del lugar (Gustave Kervern), una pareja de jubilados (Catherine Deneuve, Fedor Atkine) y otras criaturas que parecen salidas de un vodevil de atmósfera densa y taciturna. Un par de situaciones menores que conectan a los personajes y el sutil retrato de un micromundo lejos de la Torre Eiffel y el Arco de Triunfo, recorren una trama dedicada a sumar por medio de pequeños instantes, leves conversaciones, cruces de miradas y nada de gritos y voces estentóreas. En ese sentido, Antoine, el nuevo custodio del lugar, es el sujeto actuante y el punto de vista del relato; también, el personaje mejor trabajado desde el guión y el de mayor carnadura dramática ya que a partir de su fuerte e inestable presencia rondan los otros habitantes del edificio, especialmente Mathilde, que personificada por la diva Deneuve adquiere un mayor peso que aquello que le ofrece la misma historia. Extraño y curioso film En un patio de París, ubicado en un punto medio entre la comedia gris y el drama de perfil bajo, donde supuestamente sucede poco y nada, pero que en su delicada exposición se atreve a contar el paso del tiempo y las cicatrices y derrotas que no puede disimular un grupo de personajes particulares, metidos entre cuatro paredes, sobrevivientes de un mundo lejos del triunfo y de las bondades que ofrece la llamada Ciudad Luz.
Comedia de los desdichados Con Catherine Deneuve. Empieza como comedia y termina como drama. En el medio, personajes queribles y estrafalarios. “Perdone la pregunta, pero me pareció haberlo visto la otra noche ladrando”. Lo que le dice un vecino a otro en En un patio de París, así suelto, puede sonar increíble, pero tiene todo su sentido. Con un aire lejano a, si se quiere, La comunidad, de Alex de la Iglesia, este filme francés con Catherine Deneuve y Gustave Kervern transcurre prácticamente entre consorcistas. A ese edificio parisino llega Antoine (Kervern), un tipo cansado de la vida, que abandona la banda en la que se desempeñaba como cantante. Abúlico, consigue casi por desidia el puesto de conserje y, pese a que el que parece necesitar más ayuda es él, termina siendo consejero y medidor de conflictos de los inquilinos o dueños del lugar. Los personajes en realidad son más o menos como Antoine. Llevan arrastrando sus frustraciones, pero como En un patio de París es una comedia, las pinceladas son más o menos sabrosas, hasta que la comedia va girando hacia el drama. Una de las vecinas es interpretada por Catherine Deneuve. La actriz mantiene su belleza gélida en un personaje atípico. Obsesiva y casi descuidada por su marido (Féodor Atkine), la grieta que ve en una pared en su departamento desencadena una serie de peripecias que va creciendo hasta desnudar los problemas de Mathilde, que pasan más por la cabeza que por el edificio. El director Pierre Salvadori (El restaurante, con Daniel Auteuil) pega un giro a la tragedia que parecía innecesario, porque con lo estrafalarios que eran los vecinos ya tenía bastante. Deneuve fue candidata al César (una exageración, por cierto) y el que está mejor es Kervern: no sólo porque Antoine es el protagonista, sino porque con escasez de recursos (miradas, poco gestos), es más rico que todo el vecindario de la Ciudad Luz.
Amargo drama en un París nada turístico El título local, "En un patio de Paris", suena romántico. Hace pensar en esos patios bien arreglados que alguna parejita descubre en una tarde veraniega, patios donde la gente es agradable y da la bienvenida. El título original, "Dans la cour", es más seco. El patio está venido a menos como el edificio, no hay parejita alguna, la única salida de paseo deriva en amargura, y no hay nadie agradable que dé la bienvenida. No es una película turística. Un gordo cuarentón abandona su puesto de cantante en la banda. Abandona su vida anterior. Está emocionalmente bloqueado, o algo así. Como igual debe comer todos los días, acepta el trabajo de portero en un viejo edificio de departamentos. Aprende el trabajo, sin mostrar entusiasmo. Atiende sin inmutarse los berrinches y las chifladuras de los propietarios. Lo banca una señora del consorcio, reciente jubilada y única persona que se preocupa por el evidente deterioro del lugar. Parece que entre ambos se entienden. Pero no puede hablarse de enamoramiento. Son dos depresivos, él a tiempo completo, ella a tiempo parcial. No es mucho lo que pasa, pero algo pasa. Hay gente a la que más o menos entendemos recién cuando ya es tarde. La aparición de su esposa nos da una idea de la profundidad del dolor del hombre, y de la angustia que la esposa tiene, pero no nos alcanza. Ni los alivia. Mientras, la vida sigue. El camión de basura hace su recorrido, el día transcurre, la noche llega. ¿Dónde dejó él esas dos bolsas de consorcio que llevaba en la mano, cuando se sentó solitario en un banco del parque? Pierre Salvadori, ya veterano, hizo la pintura de una persona apagada, difícil de reanimar aunque físicamente pareciera sana. Y el retrato de una señora que insiste en moverse aunque ni siquiera el marido la acompañe. Realmente bien Catherine Deneuve en esta composición sin peinadora ni photo-shop. Es ella, a su edad, y punto. Exacta, además, en la escena donde su personaje descubre lo que hicieron los nuevos inquilinos con su casa paterna (una de las pocas escenas con nervio en esta obra). Bien l Garance Clavel, en breve aparición. Adecuado Gustave Kervern, aunque más nos gusta como director de comedias locas a dúo con Benoit Délepine ("Aaltra", "Louise-Michel", "Mammuth", etc.). Se recomienda llevar antidepresivos.
Dos almas en pena Lo que empieza como comedia costumbrista termina muy cerca del melodrama lacrimógeno en En un patio de París, el más reciente trabajo del inclasificable e irregular director Pierre Salvadori. Se trata de un film desconcertante (para bien y para mal) que parece vendernos algo de entrada para luego darnos algo bastante distinto a lo prometido. Gustave Kervern (sí, el codirector con Benoît Delépine de varias joyas del humor negro francés) interpreta a Antoine, un músico que en plena gira abandona los escenarios con ataques de pánico, angustia y depresión. El artista terminará como portero de una suerte de conventillo en cuyo quinto piso vive Mathilde (la enorme, interminable Catherine Deneuve), una mujer que se dedica al voluntariado pero cuya sanidad mental es aún peor que la del encargado recién llegado, al punto de que su marido (Féodor Atkine) piensa en internarla. Las cosas arrancan mal entre Antoine y Mathilde (¡ella le arroja ciruelas desde su departamento mientras él derrocha agua jugando como un niño con la manguera!), pero poco a poco estas dos verdaderas almas en pena, estos personajes decididamente borderline, irán conectando, estableciendo lazos de amistad en medio de sus traumas y sus coqueteos con la locura. Es sobre todo la convicción con que los protagonistas sostienen las situaciones (varias de ellas bastante ridículas) lo que hace que En un patio de París no se derrumbe por completo en un grotesco obvio y ramplón. Por ellos y por cierta deformidad en las vueltas de tuerca finales, la película se convierte en una rareza que incomodará a algunos y emocionará a otros. Hay sorpresas…
Notable química entre Cathérine Deneueve y el poco conocido Gustave Kervern “Dans la cour”, literalmente sería “En el patio”, se conoce en Argentina como “En un patio de Paris”. El agregado del nombre de la capital francesa no traiciona el título original pero puede generar la curiosidad de saber dónde exactamente transcurre la acción de la película. Para ello el director Pierre Salvadori (“El restaurante”, “Mujer de lujo”) nos ayuda con una escena en que Antoine (Gustave Kervern), uno de los dos personajes centrales, entra en la estación de métro (subte) “Goncourt”. La ciudad de Paris está dividida en 20 distritos conocidos como “arrondissements”. Entre los más turísticos se encuentran el 1º (Louvre), el 8º (Elysée) con la famosa avenue des Champs Elysées y el 9º (Opéra). La estación “Goncourt” se encuentra en el límite del 10º y 11º “arrondissement” y seguramente muchos turistas nunca pasaron por dicho barrio. Para los cinéfilos vaya el dato de que el subte que pasa por “Goncourt” sigue en la dirección noreste hacia la “Porte de Lilas”. Sin duda estamos en una zona popular y de clase media baja a la cual claramente pertenecen la galería de personajes que van desfilando durante la historia. En el inicio nos encontramos con el nombrado Antoine que abruptamente abandona un grupo musical y decide buscar trabajo. A falta de antecedentes laborales acepta lo que venga, que en este caso es ser portero en un edificio venido a menos. Cuando llega lo recibe un matrimonio y Serge (Féodor Atkine) el marido se resiste a aceptarlo y le dice literalmente a su esposa que “el nuevo portero miente” y lo peor es “que miente mal”, agregando que “además habla sólo”. Pero a Mathilde, la mujer, le cae bien y lo expresa al afirmar que “al menos, no nos aburriremos”. Del abundante elenco se destaca netamente Cathérine Deneuve en el rol de la jubilada Mathilde y sorprende con la maestría con que va desarrollando su personaje. La película fue filmada en la primera mitad del año pasado justo cuando ella cumplía 70 años y llevaba más de 50 como actriz. Su temprano debut fue a los 14 años en corto papel en “Les collégiennes” pero su salto a la fama fue siete años después con “Los paraguas de Cherburgo”. Un año más tarde Polanski la dirigió en “Repulsión” a los que seguirían Buñuel con “Belle de Jour” y “Tristana” y Truffaut con “La sirena del Mississippi” y “El último subte”. Lleva filmados 110 largometrajes y además de la estrenada esta semana se la podrá ver en pocas semanas (“Les avant premières”) en las otras dos películas que protagonizó en 2014: “L’homme qu’on aime trop” de André Techiné (“Mi estación preferida”) y “3 corazones” de Benoit Jacquot. “En un patio de Paris” tiene tono de comedia pero en verdad hay también cierto dramatismo, pues la mayoría de los personajes en el fondo están “solos”. Lo destacable en el film de Salvadori es la empatía que él logra con el público con diversos personajes secundarios como el obsesivo Maillard (Nicolas Bouchard), el drogadicto Stéphane (Pio Marmai), el ruso Lev (Oleg Kupchik) y su perro o la vecina Colette (Michèle Moretti). La mayoría de estos actores secundarios son bastante conocidos en Francia, no así en Argentina. Pero por sobre todo vale la pena destacar la química que se desarrolla entre Mathilde y Antoine, con dos estupendas interpretaciones que por sí solas justifican la película.
De la comedia ligeramente depre a la tragedia La gente puede fisurarse, como las paredes, sugiere En un patio de París. Con una grieta en la pared del antiguo departamento se obsesiona el personaje de Catherine Deneuve, hasta el punto de imaginar que el barrio entero está a punto de desmoronarse. Fisurado está el protagonista, Antoine, tan desmotivado y ocioso que jura ser “capaz de matar” con tal de conseguir el puesto de encargado de un edificio. Fisurado económicamente, el ruso que trabaja en una empresa de vigilancia y se mete de okupa en el sótano del edificio. Por el lado de la fisura psíquica, qué decir del arquitecto del tercero, que se asoma a la ventana a ladrar por las noches. O de la dueña de la librería especializada en esoterismo, que se pone a revisar la historia entera de los derrumbes edilicios. O el propio Antoine, que para recordar los buenos viejos tiempos de la infancia se sienta a ver jugar a los chicos en la plaza.Resistente a toda acción, Antoine (Gustave Kervern, conocido por sus películas codirigidas y coprotagonizadas junto a Benoît Delépine) parece salido de una novela existencialista. En plan cómico, al comienzo, cuando En un patio de París se presenta como comedia deadpan. Esas de personajes impasibles, en las que el dúo Kervern-Delépine son paradigmáticas. Películas como Aaltra, Avida o El mamut. A Antoine lo echaron de un delivery llamado “Flying Pizza” por resultar “desmotivador para el resto del personal”. Al comenzar la película, hace quince días que no duerme. Por lo cual vive, claro, en estado de sopor. Como si su insomnio fuera contagioso, nomás entrar a trabajar como encargado de uno de esos edificios parisinos con patio al medio, una de las vecinas, Mathilde (Catherine Deneuve), empieza a revisar sus paredes a las 3 de la mañana. La misma hora en que Antoine se pone a barrer los pasillos. Al final, el contagio dará lugar a la transferencia, la novela existencialista al melodrama terminal: alguien deberá morir para que otro se decida a vivir.Coescrita y dirigida por el batallador de género Pierre Salvadori (de quien se estrenaron las estandarizadas El restaurante y Mujer de lujo), En un patio de París pasa de la comedia ligeramente depre a la tragedia con bombos y platillos, con final reparador. Todo suena forzado, tanto la latente comicidad inclinada al absurdo de la primera parte (la pequeña subtrama de una secta demasiado desabrida para ser graciosa, un solitario manguereo chapliniano de Antoine, una remera que parece condenada a mancharse, siempre en el mismo hombro) como el giro al melodrama tremebundo de la segunda, con sus referencias a la infancia perdida, la adicción del protagonista (que mucho efecto no parece hacerle), la visita “casual” a la vieja casa familiar, la locura progresiva, la muerte trágica. Todo está armado demasiado a los ponchazos en el film En un patio de París, más empujado que construido.
Ya no sé que puedo hacer si ya me quedé sin voz You are a splendid butterfly it is your wings that make you beautiful and I could make you fly away but I could never make you stay… Con All My Little Words, el mega hit emotivo y melancólico de los fantásticos The Magnetic Fields, comienza En un patio de Paris, el nuevo film de Pierre Salvadori -De vrais mensonges (2010) ,Hors de prix (2006)-. La elección musical no es casual, ya que la canción habla de cierta belleza natural, que se pierde, disipa, desaparece o bien se despide de nosotros… La historia inicia al presentarnos a Antoine (Gustave Kervern, quien anteriormente ofició de co-director de distintas producciones francesas), un músico que a partir de una crisis previa a un recital que desencadena ataques de pánico y depresión; decide abandonar todo, al punto de dejar su trabajo y a su pareja. Un buen día asiste a una entrevista de trabajo para obtener un puesto como portero/encargado de un edificio -tipo conventillo parisino-, sus empleadores tienen sus propios problemas, por lo que lo contratan pese a las dudas que éste personaje les genera. Poco a poco la historia va centrándose en el desfile de rarezas que circulan por ese edificio y ese patio: desde un miembro de una secta religiosa, hasta un vecino obsesionado con los ruidos y con perros que por las noches LADRA. A esto se suma Mathilde (Catherine Deneuve), quien es la esposa del empleador, y habita el quinto piso del conventillo. Ella es voluntaria en distintas organizaciones, pero también tiene algunas irregularidades en su sanidad mental -mayores a las de Antoine, el nuevo encargado- y está aterrada por grietas que aparecen en las paredes de su departamento. Poca a poco esa preocupación, vira a obsesión y esto lleva a la mujer a convocar y movilizar a todo el vecindario para hacer algo al respecto, por más que especialistas ingenieros y arquitectos le afirmen que no hay peligro alguno en las viviendas. Sin embargo, esas grietas están diciendo algo más, hablan de su propia fractura emocional y del momento gris que está atravesando. La depresión de Antoine y Mathilde se va conectando y empiezan a forjar una amistad a la par que ambos continúan con sus padecimientos y sus locuras. En definitiva, En un patio de París parece comenzar como una comedia costumbrista plagada de gags típicos de las producciones de este origen, pero es mucho más que eso; incluye drama y situaciones angustiantes sin caer en el golpe bajo, en una puesta en escena digna de un relato teatral que si bien tiene lugar en una de las cuidades más bellas y glamorosas del mundo, se narra de forma simple, sencilla y cotidiana. Aplausos extras para la eterna maravillosa Deneuve y la dupla actoral que conforma con Kervern.
La sabia mezcla de Salvadori El terreno en el que Pierre Salvadori (El restaurante, Mujer de lujo) ha sabido destacarse es la comedia y en las suyas nunca falta la equilibrada mezcla de risas y drama, como no faltan los apuntes agridulces sobre el mundo que nos rodea ni sobre temas tan graves como el paso del tiempo, el malestar existencial o algunas formas de la frustración o la marginalidad. En un patio de París se atreve a abordar cuestiones tan poco propicias para la comedia como la soledad o la depresión, y, sin embargo, al mismo tiempo sabe transmitir detrás de su dulce melancolía la sana voluntad de descubrir los aspectos más bellos de la vida, los que perduran y florecen como las rosas del taciturno Antoine. O como la amistad que salva a los dos protagonistas: este oso barbudo y triste que se autodefine como experto en depresión y ha abandonado su casa, su mujer y su trabajo como músico para refugiarse de la realidad en la conserjería de un edificio del Este de París y la propietaria que lo contrató, una jubilada reciente que se ha volcado al trabajo como voluntaria para llenar el tiempo vacío mientras su marido observa su conducta con explicable preocupación. Por el patio que comparten estos vecinos ni pobres ni ricos circula todo un muestrario de personajes que Salvadori pinta con pinceladas certeras y sutiles, sin ceder al trazo grueso ni buscar la emoción fácil. Su escritura es pudorosa, discreta y elegante: el malestar interior se traduce en las acciones de esta ronda de depresivos frágiles y fatigados, que abarcan desde el ex futbolista que amontona en el patio las bicicletas robadas que intenta vender y generan las quejas del maniático caballero muy atento a las reglas del consorcio hasta el agente de seguridad venido del Este, miembro de una secta y sin domicilio fijo. De a poco todos se han vuelto un poco confidentes del paciente Antoine a pesar suyo, que igual tiende a protegerlos, aunque a él tampoco le sobren las fuerzas. El hermoso poema de Carver que él mismo lee resume su estado mejor que cualquier línea de diálogo. No es difícil interpretar a la pequeña comunidad como una metáfora del mundo en que vivimos, como tampoco cuesta ver la angustia del envejecimiento en el avance de las fisuras que crecen día tras día en las paredes y que la protagonista vigila y estudia hasta volverse obsesión en ella y llevarla cerca de la locura. En la magnífica escena de la visita a la casa donde vivió de chica -transformada por sus actuales propietarios-, se ilustra el estallido. También hace visible el camino que se le abre hacia la salvación: está en los otros. Todos los personajes de este film íntimo y emotivo están, gracias a un elenco espléndido, llenos de vida, valga la paradoja. Pero si Catherine Deneuve vuelve a lucirse en el papel que mejor le cuadra actualmente -el de la mujer común, sin misterios ni rastros de divismo-, la gran revelación es Gustave Kervern, un Antoine irreemplazable.
Extrañas criaturas Después del norteamericano y -obviamente- del argentino, el cine francés debe ser el que más llega a las salas del país. Y eso se debe en buena parte a que todavía mantiene vivo cierto poder iconográfico, con una serie de nombres que se instalan fuertemente tanto en la categoría de autor como en la de creadores de masividad, como en la de mitos vivientes o artesanos más o menos competitivos. En definitiva, un cine industrial variado y complejo, que da una idea de cierto orden y ambición para instalar una presencia audiovisual en el mundo. En este contexto, una película como En un patio de París es una verdadera rareza. Bienvenida, más allá de que su resultado final sea un poco decepcionante en función de cómo se iban articulando los varios elementos que la integran. En un patio de París es, también, un resumen de lo apuntado. Su director, Pierre Salvadori, es uno de esos artesanos más o menos efectivos, que viene a representar al cine francés menos exigente y más universalizado, ese de las comedias simpáticas y amables, y poco arriesgadas. Pero la película, además, se define a partir de sus dos protagonistas, Catherine Deneuve y Gustave Kervern; la primera la diva histórica, el segundo el referente de un cine incómodo y freak. En ese choque generacional pero también de registros y tonos, el film encuentra una cima de originalidad. Decíamos de Deneuve, la diva por excelencia del cine galo. Una mujer que en su tercera edad tal vez haga menos películas brillantes que las que hacía antes, pero que sabe llevar su vejez con dignidad tanto personal como profesional. Y decíamos de Kervern, un director que en dupla con Benoît Delépine ha construido las comedias más deformes y revulsivas del cine francés contemporáneo (Aaltra, Mammuth). Ese cruce, entre la actriz consagrada y el referente cool, hace avanzar el film por un camino sinuoso, donde el acercamiento a un consorcio de vecinos bastante particular, resulta un muestrario melancólico y lunático, que tiene la distinción que le aporta Deneuve y mucho del grotesco oscurísimo que le da Kervern. Con todo esto, Salvadori sólo tiene que sumar las partes, pero se confunde al querer ir más allá y tratar de dejar alguna lección de vida un poco simplona. Es verdad que algunas metáforas del film son la obviedad caminando -esa grieta que vuelve loca al personaje de Deneuve-, pero también es cierto que En un patio de París es una de esas películas que se valen de ciertos clichés para poner todo su esfuerzo en el desarrollo y la construcción de vínculos. Y ahí es donde triunfa, en cómo dispone a los personajes y cómo los va llevando progresivamente por el lado de una comedia contenida, pero no por eso menos efectiva; alocada en la psicología de sus criaturas pero sostenida bajo un manto de normalidad, que es en definitiva lo que busca su protagonista, Antoine: un músico depresivo que abandona todo y encuentra en un trabajo como portero de edificio ese espacio off de la sociedad que lo contiene y lo aísla de aquello que le hace daño. La película es un relato fragmentario que funciona a partir del entramado de personajes peculiares y las situaciones que se dan entre ellos, y que encuentra su mejor expresión cuando hace eso sin buscar un sentido, dejando ser a cada uno de esos propietarios e inquilinos, incluso sin juzgarlos en algunas decisiones que toman. Pero se traiciona a sí misma cuando pretende cerrar la historia con algún tipo de enseñanza, echando mano -incluso- a lo sacrificial. Ahí es donde lo libertario del asunto se siente más una pose que algo sentido, y donde el film de Salvadori pierde parte de la magia que la había sostenido hasta ese momento. Eso sí, Kervern está notable y su personaje es el que sostiene el conjunto.
En la cornisa Personajes en la cornisa pululan en el micro universo de En un patio de Paris, comedia dramática, -por así decirlo- dirigida por Pierre Salvadori que cuenta con la participación de la gran Catherine Deneuve, rodeada de un elenco sólido entre quienes se destaca su coprotagonista Gustave Kervern. A pesar de la poca diferencia etaria, ambos comparten la soledad y algunos rasgos de excentricidad que genera un vinculo lo suficientemente sólido para que se complementen en una relación que pasa de lo laboral a lo afectivo en un in crescendo de situaciones donde se mezclan los dramas cotidianos de la protagonista en un rol de desquiciada para los ojos de su marido, con escenas un tanto absurdas que aportan los personajes secundarios que forman parte de una galería atractiva, en términos de construcción de personajes. En un patio de Paris parece abordar desde un punto de vista más simbólico que literal los resquebrajamientos de las grietas del alma. Tal vez ocasionados por una rutina aplastante en el caso de Antoine (Gustave Kervern), quien abandona o fuga hacia delante de manera forzada al quedarse sin trabajo en un delivery, bajo la acusación de desmotivador y que busca nuevos horizontes como encargado de un edificio parisino con patio en el medio (de ahí el título local), o quizá para Mathilde (Catherine Deneuve) es sencillamente acercarse a la vejez y vivir en carne propia la crisis de una pareja que ya no la comprende ni la acompaña en sus aventuras, por más descabelladas que resulten. Antoine y Mathilde se entienden en esa dinámica y caos, pero el film se contagia demasiado rápido de ese ritmo de acumulación de pequeñas viñetas o ideas que terminan por no explotar en términos dramáticos siempre unidireccionales. El humor absurdo por momentos desentona teniendo en cuenta que todo apunta siempre hacia el lado del drama personal de la mujer y existencial del encargado del edificio. Queda inestable, valga la paradoja, la relación que se establece entre la estructura edilicia al borde del colapso y el derrumbe emocional de cada criatura a quien la noche parece sentarle mejor que las mañanas, entre ellos el hombre que aúlla para dialogar con los perros de la cuadra. En un patio de Paris es un film irregular a pesar de contar con una gran actriz, como Catherine Deneuve, capaz de insuflarle a su Mathilde su propia impronta y hacerla más querible que reprochable.
Amigos en las malas. En un patio de París, Catherine Deneuve interpreta a una mujer jubilada que conoce a un cantante en retirada. Un derrotado está menos derrotado si tiene un amigo. Esa es la relación que une a Mathilde (Catherine Deneuve) y Antoine (Gustave Kervern), en el filme En un patio de París, del director Pierre Salvadori. Ella es una recién jubilada que se siente extraña en su nueva vida y se obsesiona con una grieta que cruza la pared de su casa, él es un cantante que decide no volver a subirse al escenario y acaba siendo el portero de un edificio poblado de seres extraños. Ninguno de los dos puede dormir de noche y rápidamente empatizan por su condición de desahuciados. La cinta es efectiva porque muestra un descenso del estado de ánimo casi sin acudir a historias clínicas ni revisión de prontuarios. Tampoco hay cumbres de euforia ni valles dramáticos. Ahí están ese hombre y esa mujer mayor, caminando juntos por la delgada medianera que separa la cordura de la locura, atravesando momentos oscuros y de luminosa ternura, buscándose el uno al otro en una pequeña geografía abúlica. En un patio de París no es una película absolutamente nihilista ni descaradamente esperanzadora, es más bien una pequeña historia (o dos) sobre gente insómnica que no puede ser indiferente a la luz que se prende en la ventana del frente.
El encanto del erizo Film atravesado y sostenido por sus personajes, tanto principales como secundarios, y no tanto por el desarrollo de una historia que atrape, ni siquiera por estar en presencia de algún conflicto que genere la atención. El director elige hacer peso en la interrelación de sus personajes, con algunas cuestiones cotidianas, mientras que cada uno de ellos está construido desde su interior más profundo planteándolos como que se encuentran en etapas diferentes y en pos de vivenciar los opuestos. De ahí el tono de comedia que le imprime el realizador, un tono que nunca deja de lado la parte trágica vista de cerca, poniéndole distancia para efectivizarse en la comedia. La historia nos hace presenciar la vida en un peculiar edificio de vecinos de París donde cada uno es diferente a los demás: un traficante de drogas que roba bicicletas y las almacena en el patio común, un vecino con trastorno obsesivo compulsivo que no puede lidiar con el desorden. Antoine (Gustave Kervern) es un músico que a los 40 años entra en una crisis existencial, abandona todo su mundo y se presenta para ejercer como el nuevo conserje que llega a un edificio a punto de desmoronarse, lo mismo que él. Entre los nuevos inquilinos que conoce se encuentra Mathilde (Catherine Deneuve), una agradable señora que acaba de jubilarse y todavía tiene que acostumbrarse a su nueva rutina. Entre los dos surge una buena relación desde el primer momento, y convierten las conversaciones en el patio en su terapia particular. Trabajada a buen ritmo, bien aceitado, pero que termina reposando en los hombros, y en todo el cuerpo de posibilidades expresivas de los actores. Se construye, sobre todo en la dinámica del dúo antagonista integrado por el encargado, ese hombre inescrutable, deprimente e insensible en apariencia, y la extravagante, vanidosa también en apariencia, pero extremadamente bondadosa propietaria. Una tragicomedia en formato fílmico, sin demasiadas pretensiones ni búsquedas estéticas, que incita constantemente a deliberar sobre la importancia de los otros, a escudriñar sobre las soledades, los miedos sin compartir y la vida en general.
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UN PATIO SIN GRACIA No pasa nada en este patio. Las fisuras del edificio son apenas un adelanto de las grietas que padecen sus ocupantes. El flamante conserje viene de una crisis depresiva y habla poco; Mathilde tiene sus obsesiones y con eso ya tiene bastante. Hay un vendedor ambulante, un ocupante que llena el patio de bicicletas, otro que ladra por las noches. Una sarta de tontos que se ajustan perfectamente a la mirada liviana y aburrida de esta desabrida estampa parisina. Da pena verla a Catherine Deneuve metida en semejante consorcio. Ella es el centro de esta decepcionante muestra de un costumbrismo francés que de a poco ha ido abandonando los buenos temas para poner en escena las bobas preocupaciones de un vecindario que sin gracia. ¿Qué hacer cuando la historia no interesa, los personajes no existen, faltan ocurrencias y está filmada con pocas ganas? Siempre se puede acudir a un final trágico para hacernos creer que al final la grieta era más una faena para psicólogos que para albañiles.
Historia de soledades y de extravíos Una anónima comedia humana viste ropa de entrecasa y despierta al asombro desde el vacío existencial en el patio de un escondido edificio de un alejado suburbio parisino. Sensaciones inesperadas que asoman a partir de una rajadura Era muy difícil imaginar entonces, en aquellos primeros años de su actuación, que esta nueva criatura alentada por Roger Vadim, en los primeros años '60, ícono de una refinada y perversa sexualidad, a medida que pasaran los años podría llegar a mostrarse en ropa de entrecasa o bien como en el excepcional film de Lars Von Trier, Bailarina en la oscuridad, del 2000, vistiera un overol en esa fábrica en la que tiene como amiga a una sufrida inmigrante, rol que asume la cantante Bjork. Hace ya años que la actriz marcó un giro en la construcción de sus personajes y que logró ir más allá de los enigmáticos personajes de Belle de Jour, Tristana, ambos del eximio Luis Buñuel. E igualmente de aquel alucinado personaje que nos ofreció en la polémica y muy debatida Repulsión, de Roman Polanski, el primer film que coloca al hoy tan controvertido y aclamado director en la escena internacional. Fue en Repulsión en donde Catherine Deneuve, componiendo a una manicura, se nos muestra presa de una obsesión, en espacios claustrofóbicos, entregada pacientemente a una mirada amenazante respecto del sexo. Una rajadura en una pared abre a una historia surreal, pesadillesca; una fisura en su cotidianeidad nos arroja al abismo. A sesenta años de aquel film, la grieta se vuelve a hacer presente en este film de Pierre Salvadori que escenifica el vacío existencial y el sinsentido en el patio de entrada de un escondido edificio de un alejado suburbio. En ese espacio se entrelazan diferentes modos de saludarse y temerse, de acercarse y rechazarse, de protegerse y exhibirse. Es una comedia humana que se representa entre los bastidores de un relato que dispara en tono de comedia, que nos regala momentos de gran regocijo; pero, que, pausadamente, nos lleva a percibir ese espacio desconocido que comienza a asomar a partir de esa temible rajadura. Una fisura que se irá extendiendo y logrando un efecto multiplicador, no sólo en esa casa que acusa desgaste, deterioro, sino en las zonas vecinas. Personajes que, desde su singularidad, nos abren las puertas para que descubramos sus pequeños mundos, sus secretos y mañías.Y una Mathilde volcada generosamente a labores solidarias, a la lectura de un inquilino no vidente. Asimismo, personajes que irrumpen en el medio de la noche, que vagan insomnes, uno que ladra desde su balcón a la luna; otro que deja sus mesiánicos anuncios en desgastados buzones. En la parte de arriba, mirando hacia un recortado cielo, cada uno de ellos modela su diario vivir desde su condición de antihéroe. Y en el subsuelo anida una creciente sospecha. Entre ambos territorios, bicicletas acumuladas que despiertan mucho más que un interrogante. Desde la mirada de alguno de ellos, o bien de varios, reconocemos al personaje capturado por sus obsesiones, el mismo que asumía Roman Polanski en su magnético film, El inquilino, de 1976. Por sus pasillos oscuros desfila ese temor como una vaga atmósfera que se expande, sacudido, ocasionalmente, por momentos que mueven a la risa. Y hay situaciones, como la de la visita de Mathilde junto con su amigo portero, Antoine, un ex músico desesperanzado, ese gran confidente, a su casa de la infancia que pone en entredicho la linealidad del tiempo. Y aquí una Deneuve que nos lleva al aplauso en su reclamo, en su manera de ubicarse y comportarse en un ámbito que ya no le pertenece. Bien podríamos decir que todo esto comienza cuando un día, señores lectores, llega a este edificio, guiado por una agencia de empleos, un hombre de mediana edad, un tanto desaliñado, apoltronado en su dolor, que a medida que pasan las horas comenzará a escuchar a los tan queribles, particulares y tan cercanos a nosotros, residentes de ese lugar. Desde sus gestos de ternura y su comprensión, en ese espacio poblado de viejos residuos, comenzarán a florecer otros vínculos.
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Una descripción agridulce de la vida cotidiana “Quería reflejar el miedo pero de una forma global”, dice Pierre Salvadori en una entrevista al referirse a su película “En un patio de París”. Salvadori es francés, nacido en 1964, y ha rodado varios filmes dentro del género de la comedia romántica. En este caso, sin abandonar la comedia, el tema central no refiere a cuestiones de pareja. Los protagonistas de esta historia son una mujer mayor, Mathilda, que atraviesa un período de confusión con rasgos de senilidad, y un hombre cuarentón solitario, Antoine, afectado por una profunda depresión. Ella vive con su marido en un condominio de París, lugar adonde él llega buscando trabajo. Antoine es músico y toca en una banda, pero de pronto, un día, cae en un pozo de angustia y decide dejar todo, no solamente abandona la música, también deja a su esposa y busca empezar de nuevo, aunque sin demasiadas pretensiones. Es un hombre tranquilo pero ensimismado, cuyo problema más grave es que no puede dormir. En el edificio necesitan un conserje que se encargue de la limpieza, el mantenimiento y de hacer respetar las reglas de convivencia. Se trata de una propiedad horizontal que ya tiene muchos años encima y donde cada vecino hace la suya, sin tener en cuenta a los demás. Pero Mathilda y su marido, ambos jubilados, son un matrimonio que ha decidido ocupar su tiempo en tareas solidarias y tienen más sentido social, por eso son los que asumen la responsabilidad de contratar al nuevo encargado. Antoine tiene la suerte de ser aceptado y se instala en el pequeño departamento destinado al conserje. Poco a poco se va adaptando a su nueva vida, aunque deba lidiar con nuevos problemas, que tienen que ver más bien con los pintorescos personajes de la vecindad, más algún que otro “agregado”. Por un lado, está Mathilda que empieza a obsesionarse con algunas grietas que aparecen en el edificio y teme que todo termine en una catástrofe, temor que logra contagiar a la dueña de una librería especializada en esoterismo, con quien inician una campaña de alerta por todo el barrio. También hay un joven que acumula bicicletas en el patio común, con la intención de venderlas, situación que molesta al ocupante de otro departamento que se queja por ese motivo y además porque dice que escucha ruidos provenientes del sótano, entre ellos, el ladrido de un perro. Antonio tiene que hacerse cargo de todos los reclamos, aunque no tenga una respuesta adecuada para cada caso. Trata de ayudar a Mathilda con el tema de las grietas y de mantener a raya al “ocupa” ruso que por las noches se oculta en el sótano con su mascota porque no tiene adónde ir. Advierte al bicicletero sobre las quejas de su vecino y a éste intenta satisfacer en sus demandas. Pero el caso es que entre Antonio y Mathilda empieza a surgir una rara amistad, como suele ocurrir entre personas disfuncionales que el azar reúne en circunstancias inesperadas. Esa mujer frágil y atormentada logra despertar un sentimiento solidario en ese hombre que se ha vuelto insensible a casi todo y desinteresado con respecto al resto del mundo. El logro de Salvadori es que consigue mostrar algunos aspectos muy crueles de la vida, reunidos en un puñado de personajes que a todas vistas no figuran entre los más favorecidos de la sociedad, a través de una mirada cariñosa que despierta más carcajadas que tristeza. Se trata de una descripción agridulce de la vida cotidiana en un rincón de París, que no es ajena a la tragedia existencial ni al dolor pero que sin embargo, no cae ni en lo cursi ni en una amargo pesimismo. Se destaca el trabajo excelente del actor Gustave Kervern en el papel del atribulado Antonio y la siempre encantadora Catherine Deneuve que da vida a una mujer entrada en años, un poco desequilibrada pero de buen corazón.
En un patio del París: poética y emotiva comedia francesa Catherine Deneuve vuelve a mostrarnos todo el talento y su -siempre presente- belleza en una amorosa comedia de sabor agridulce. Pierre Salvadori es el director y coguionista de una nueva comedia francesa que se estrena en nuestro país. De un tiempo a esta parte, las comedias francesas han logrado tener un timming que en otro momento (pese a también se veían grandes películas galas) no poseían. Salvadori ha conseguido dar a esta comedia, que tiene en algún momento un sabor amargo, ritmo y profundidad a un tema simple y denso a la vez. El film narra la historia de Antoine, un músico que se aburre de su carrera y, en busca de trabajo, termina como encargado de un edificio. Allí conviven diferentes personajes, pero él sentirá afinidad con Mathilde, una mujer casada y jubilada que se dedica a la solidaridad, hasta que una obsesión la saca de su cauce. La dupla que conforman las actuaciones de Gustave Kervern, como Antoine, y la siempre increíble Catherine Deneuve (quien con el paso de los años no pierde belleza ni talento) son realmente de una química y una ternura que llevan adelante el film solamente con sus emociones, las cuales logran trascender la pantalla hasta en los silencios. “En un patio de Paris” es una excelente comedia para disfrutar. Un film bello y poético de la nueva comedia francesa.