Pese a que su único trabajo de ficción, El traductor, ha sido reeditado recientemente, y que no pocos comparten la opinión de Elvio Gandolfo acerca de que se trata de “la mejor novela de la literatura argentina”, el de Salvador Benesdra sigue siendo un nombre ajeno al gran público, quizá destinado a pertenecer a la ilustre categoría de los autores de culto. Pero además de sus virtudes literarias, este psicólogo, periodista y escritor tuvo una vida que merecía un documental como Entre gatos universalmente pardos. Dueño de una inteligencia fuera de lo común, políglota (dominaba siete idiomas), orador implacable, Benesdra era una de esas personas cuyo trato es difícil de olvidar. Con una trágica particularidad: desde su juventud tuvo brotes psicóticos que, finalmente, lo llevaron a suicidarse en 1996, a los 43 años, antes de ver publicada su novela, que había sido finalista del premio Planeta y rechazada en varias editoriales por sus escasas posibilidades comerciales. Ariel Borenstein y Damián Finvarb recabaron testimonios como para abordar la figura de Benesdra desde la mayor cantidad posible de ángulos: el literario (hablan Gandolfo, Silvia Plager y Raquel Garzón, entre otros), el político (compañeros de militancia trotskista), el periodístico-sindical (ex compañeros de Página/12) y el personal (amigos íntimos como Alejandro Mantero, y dos de sus ex parejas). Un procedimiento convencional que al aplicarse a un personaje como Benesdra puede tener resultados extraordinarios. Estas voces están acompañadas por algunas imágenes de archivo increíbles, como los videos caseros en los que él mismo se filmó imitando su modo de hablar en las asambleas. “Te hacía pasar de la euforia a la vergüenza ajena”, dice alguien sobre esos discursos en los que convivían la lucidez y un delirio del que Benesdra era consciente. Al punto de que su frase al separarse de una de sus mujeres fue: “Que mi locura no mate la capacidad de amor que hay en vos”.
Para quienes somos doblemente amantes, del cine y de la literatura, indudablemente “ENTRE GATOS UNIVERSALMENTE PARDOS” es uno de esos documentales que nos abre las puertas a un mundo (para muchos) completamente desconocido, basado en la compleja, interesante e inabarcable figura de Salvador Benesdra, autor de “El Traductor”: una obra abrumadora, un proyecto ambicioso de más de 600 páginas que devino en novela de culto después de su prematura muerte. El documental abre con un interesante collage de opiniones que invita al espectador a ir armando ese rompecabezas que forme la figura de este escritor, periodista, psicólogo y militante que tan perfectamente supo plasmar en su literatura, la mítica de los ’90, una época en donde él mismo concebía al mundo como en pleno derrumbe. Un personaje tan intenso que sería imposible abordarlo en una sola faceta. Es así como los testimonios se disparan en múltiples direcciones: lo comparan abiertamente nada menos que con la obra de Tolstoi, con Dickens, con Philip Roth e inclusive destacan que sus operaciones literarias complejas lo ubican muy cerca del mejor Arlt, al que tanto Piglia como Laiseca han querido homenajear en su estilo, pero nadie lo ha hecho con el nivel de Benesdra. “ENTRE GATOS UNIVERSALMENTE PARDOS” se presenta con un ritmo de novela: el documental se divide en diez capítulos y un epílogo y en cada uno de sus segmentos iremos descubriendo un nuevo y sorprendente punto dentro de este panóptico llamado Benesdra, aún hoy para muchos, una figura absolutamente desconocida. El interés crece y se multiplica gracias a un elaborado trabajo de guión que suscriben los propios directores, Ariel Borenstein y Damián Finvarb, quienes en sus obras anteriores han asumido siempre ese riesgo característico de abordar temas completamente infrecuentes en el género. Juntos han dirigido “En obra” –sobre Carlos Fuentealba, el docente asesinado por la policía neuquina- y “Viaje al centro de la producción” –sobre los crecimientos y retrocesos de la industria automotriz y su crisis en 2008-, mientras que Finvarb junto a Patricio Escobar realizó “La crisis causó dos nuevas muertes” –sobre la manipulación de la información en los medios-. La pericia de los directores es el eje fundamental que permite producir, ordenar y encaminar el torrente de datos, testimonios –desde Silvia Plager, la profesora Nora Avaro, Ernesto Tenenbaum, la periodista Raquel Garzón o Elvio Gandolfo-, filmaciones caseras, cassettes de contestadores automáticos profundamente reveladores y anécdotas variadas de la industria editorial y cinematográfica que rodean a “El Traductor”, esa novela que vio la luz cuando fue publicada por Ediciones de la Flor en 1998, dos años después que a los 43 años, Benesdra tomase la decisión de suicidarse en pleno brote psicótico. Comienzan a trazarse los paralelos entre la enorme novela –que había llegado a ser finalista del premio Planeta aún cuando posteriormente nadie quería tomar el riesgo de publicarla- y su vida personal en donde “El traductor” del título, Ricardo Zevi, termina por momentos transformándose en un perfecto alter-ego de Salvador Benesdra. Luchador en las asambleas gremiales, trotskista, trabajador en una editorial conflictiva, con una relación amorosa con Romina, una salteña intelectualmente muy elemental, todos y cada uno de los datos de este rompecabezas que invitan a armar Borenstein y Finvarb, se espejan cada vez más, unos con otros, y dialogan entre ficción y realidad con un entrecruzamiento permanente. Benesdra –o “el Turco”- era, sin lugar a dudas, una mente brillante: hablaba siete idiomas entre los que podíamos contar el ruso y el japonés, experimentado traductor e intelectual cuestionador, animal político y militante comprometido, que había logrado sobreponerse, a su manera, a una historia de abandono afectivo en su infancia pero que sin embargo no pudo escapar a un destino de internaciones psiquiátricas y problemas aparejados por una enorme depresión y medicación de todo tipo. Borestein y Finvarb se manejan con la misma precisión tanto cuando se refieren a la historia de esta novela inclasificable, o a la actividad gremial de Benesdra en Página/12 o, inclusive, cuando abordan el capítulo de la adaptación cinematográfica que tuvo “El traductor” de la mano de Oliverio Torre, en un film protagonizado por Alejandro Awada prácticamente desconocido en el mundo cinéfilo que no pudo tener mejor suerte. Y también –sabiendo tomar distancia como directores y dejando fluir naturalmente a los protagonistas- logran climas absolutamente conmovedores con los testimonios de su íntimo amigo Alejandro Mantero o los de Mirta Fabre, quien lo conoció en plenos años ’70 en la Facultad de Psicología y a quien Benesdra le propuso ser “la primera mujer de mi vida” y con quien emprendió el exilio a Francia en el ’77. Unas cintas en el mar serán una dulce despedida, una manera de desanclar una historia, de soltar y de compartir con todos los espectadores una fascinante personalidad como la que muestra “ENTRE GATOS UNIVERSALMENTE PARDOS” con una generosidad única, alejada de cualquier enciclopedismo y trazo académico y hurgando en cada uno de los rincones de Benesdra para mostrar su perfil más humano, más comprometido y más genial.
Tratando siempre de armarse, de unir piezas que ante cada intento se desarmaban, un mundo que solo en profundidad él conocía… Benesdra quería que lo reconocieran como autor de ficción. La vida de un hombre que sólo quería dedicarse a escribir. “Entre gatos universalmente pardos” lleva al cine la biografía de Salvador Benesdra, autor de “El traductor” (una novela sorprendente). Dirigida por Damián Finvarb y Ariel Borenstein, relata sobre aquel que sabía todo, el que escribía en ratos libres, quien realizó una obra significativa, quien fue derrotado en lo profesional y lo personal, sus desequilibrios, el del insomnio constante y las crisis paranoicas acompañadas de brotes. De familia sefardita, Benesdra fue “víctima” de un padre indiferente, clasista y xenófobo; de manera legendariamente precoz dominó varias lenguas extranjeras y terminó el secundario en dos o tres años. Un brillante periodista de política internacional, un oficio que ejerció en Página/12; ahí fue un líder sindical temible. El documental está realizado en actos, los cuales retratan al escritor, periodista, traductor militante, psicólogo. Salvador Benesdra fue un diccionario abierto, hablaba 7 idiomas e hizo posgrados en Alemania y Francia. Sus notas muy eruditas lograban hacer la diferencia, pero cayó en una serie de paranoias y terminó dos veces internado en hospitales psiquiátricos, donde organizó una revuelta entre los internados. Su vida era digna de una novela, y de hecho casi todos estos datos se encuentran en “El traductor” (una fotografía de la década del 90’). Un original escritor de imaginación sorprendente, mezclaba realidad con ficción todo el tiempo. El descendente de Roberto Arlt conseguía engendrar operaciones literarias muy difíciles de hacer. La lucidez que emana le dio a su autor prestigio póstumo y un aura mítica. Un fuerte destacado que se encontraba constantemente haciendo frente a sus propias tinieblas, entre la lucha de la luz y oscuridad, sobrellevando sus monstruos en medio de todo aquello que no aceptaba de sí, se volcó en potenciar y forjar una personalidad docta, podía cautivar a la gente que lo escuchaba, daba discursos impecables, convencido que a partir de la palabra se podía convencer. Era una figura literaria que vivía muy intenso todo, al igual que sus depresiones. Desmesuras extremas que a veces podía alcanzar una notoriedad positiva, pero a veces debido a los desequilibrios en su personalidad perturbaban el clima donde se encontrara. El film indaga todo eso, su vida, sus convicciones, su novela mítica “El traductor”, que hablaba de él (aunque se suicidó antes de verla publicada). Recién dos años después de que este se quitara la vida arrojándose desde un décimo piso fue editada. Se reconstruye la personalidad rica y compleja de Benesdra, no se centra solo en el libro, sino que se descubre a través de las declaraciones y material de archivo las distintas facetas de su autor. Ser periodista le permitía manipular a diario su vasta erudición en materia de historia, filosofía e ideas políticas. “Le daba mucho placer porque lo enriquecía. No se lo tomaba como algo rutinario, se lo tomaba muy en serio”, dice uno de los tantos testimonios. En síntesis, “Entre Gatos Universalmente Pardos” nos ofrece 94 minutos que ayudan a conocer al Salvador persona, al de fuertes convicciones que peleaba con el delirio a diario, mismo que se fueron agudizando en los años siguientes. De quien perdió la esperanza de que las editoriales aceptaran publicar la novela, un último desencadenante que afloró su depresión aconteciendo en un final trágico de una mente brillante.
El documental de Damián Finvarb y Ariel Borenstein indaga sobre la vida y la obra de Salvador Benesdra, periodista, psicólogo, militante de izquierda y autor de El traductor, que se suicidó a los 43 años. Lo hace de una forma tradicional, con entrevistas y grabaciones caseras de Benesdra. Entre gatos universalmente pardos se beneficiaría con una puesta en escena más original y una edición más ajustada, que evitara testimonios que se van un poco del foco central y resultan un tanto monótonos. Pero la suma del material que se incluye es valiosa. No solo cuenta la vida del escritor y genera interés en acercarse a su obra, sino que también funciona como un retrato del periodismo, el psicoanálisis y la literatura.
Con la dirección de Damian Finvarb y Ariel Borenstein (encargados también de la producción periodística, Borenstein, y de cámara sonido y montaje de Finvarb) este documental conmovedor nos permite el descubrimiento de Salvador Benesdra, un periodista y militante, de enorme cultura y caminos sinuosos de bordes de locura, autor de una novela excepcional como “El Traductor” que se publico después de su suicidio, cuando solo tenía 42 años. Cuenta en la voz de amigos, testigos, familiares, compañeros de militancia y trabajo más editores como era ese hombre singular detrás de autor y su novela de 670 páginas, en los años 90, elegida finalista en un concurso importante..
Treinta años después La figura de Salvador Benesdra, periodista, escritor, psicólogo, traductor, autodidacta, autor de El Traductor, para muchos la novela argentina insignia de los 90, considerado el sucesor de Roberto Arlt, que se suicidó a principios de 1996 a los 43 años, sin que consiguiera que la publicaran, es reconstruida en Entre Gatos Universalmente Pardos (2018), una película necesaria no solo para acercarse a un hombre digno de una película sino también para entender la realidad política actual. Hoy El Traductor es una novela de culto que tras una primera edición por Ediciones de La Flor en 1998 volvió a reeditarse en 2012 por la editorial independiente Eterna Cadencia. Son 672 páginas que recorren la crisis ideológica y sentimental de la izquierda en la última década infame argentina ante el avance de las políticas neoliberales. Benesdra no la pudo ver publicada. Las editoriales la rechazaban, los concursos no la premiaban y su autor, que había sido despedido del diario Página 12, donde trabajaba en la sección de Política Internacional, inestable psicológicamente se quitó la vida un 2 de enero de 1996 arrojándose al vació desde el piso 10 de un departamento en el porteño barrio de Congreso. Damián Finvarb y Ariel Borenstein buscan reconstruir la figura de Besnedra casi con la misma lógica con la que funciona El Traductor. Entre Gatos Universalmente Pardos no es una película colosal ni dura varias horas pero si podríamos decir que ambas obras artísticas mantienen la misma idea política y estética. La estructura de la película es la de una típica biopic documental, dividida como si se tratara de los capítulos de un libro, que se va armando a partir de testimonios de quienes conocieron a Besnedra (desde periodistas, escritores, políticos, amigos y ex parejas) a la vez que se entremezclan viejas fotografías, audios y una vieja película casera en la que Besnedra se autofilma a modo de testamento. Si bien es cierto que la sucesión de testimonios por momentos puede agotar la idea (sin duda los autores pusieron más énfasis en el contenido que en la forma), Entre Gatos Universalmente Pardos adquiere un doble valor, no solo por recuperar la figura de un personaje desconocido por muchos y olvidado por otros, una deuda que la literatura aún mantiene pendiente, sino también porque como en El Traductor de los años 90, la película pone en debate la avanzada neoliberal y sus consecuencias. Claro que 30 años después.
A contramano de los puristas que respetan la enorme distancia entre cine y literatura, cada vez más realizadores argentinos se proponen retratar a escritores, en general compatriotas. Como Agustina Massa y Fernando Krapp con Aurora Venturini, Rusi Millán Pastori con Alberto Laiseca, Carlos Castro con Manuel Puig, Ariel Borenstein y Damián Finvarb lo hicieron con Salvador Benesdra. Entre gatos universalmente pardos se titula el documental que esta dupla de directores le dedicó al periodista, políglota, militante, autor de El traductor y El camino total, que se suicidó a sus 42 años el 2 de enero de 1996. Al igual que sus colegas, Borenstein y Finvarb ofrecen una semblanza consecuente con la figura elegida. De alguna manera, el protagonismo acordado a la novela que en 1994 aspiró sin éxito al Premio Planeta honra una fantasía del Turco Benesdra: que los hombres y mujeres del futuro encuentren en El traductor una guía para comprender la sociedad de fines del siglo veinte. Dos décadas después de la publicación post mortem del libro, el repaso de algunos extractos, así como la reconstrucción del trabajo de escritura y de presentación en distintas editoriales, permiten recrear un clima de época y además (re)descubrir a un intelectual irreductible a la redacción de esa única novela. Borenstein y Finvarb complementan las revelaciones del Traductor con aquéllas surgidas de un video que Benesdra filmó poco antes de matarse, de mensajes grabados en contestadores automáticos, de fotos tomadas por parejas, amigos, colegas, del testimonio de estos integrantes de un círculo afectivo que incluye a compañeros de militancia. La investigación periodística es sin dudas el motor de este documental cuya potencia depende en gran medida del material recabado y de la diversidad de fuentes consultadas. Daniel Divinsky, Elvio Gandolfo, Silvia Plager, Ernesto Tenembaum, Rubén Levenberg, Carlos Rodríguez, Tato Dondero, Pablo Heller figuran entre los referentes de los ámbitos editorial, periodístico, académico, sindical, partidario. La locura constituye otro eje temático del largo. Entre los entrevistados, una ex pareja señala indicios evidentes en los ojos del Turco fotografiado justo antes de algún brote psicótico. Otros la recuerdan agazapada en ciertas arengas gremiales, o explícita en alucinaciones revolucionarias. Revolotea, constante, la hipótesis que vincula enajenación y genialidad. Además de devolvernos a Benesdra, Entre gatos… nos traslada a la Argentina menemista y, en ese marco, a la lucha de los trabajadores de Página/12 contra los despidos que siguieron al cambio de manos del diario. La incursión por aquel pasado laberíntico aumenta la consistencia de la semblanza de otro escritor que sabe acortar distancias entre cine y literatura.
Historias de un ufólogo trotskista El periodista Salvador Benesdra hablaba siete idiomas, incluidos ruso y alemán, y durante la escritura de su única, celebrada novela El traductor estaba aprendiendo japonés. El retrato de Finvarb y Borenstein da cuenta de su leyenda a través de quienes lo conocieron de cerca. Una noche de los años 90, los amigos del periodista Salvador Benesdra lo acompañaron a la avenida 9 de Julio, según la versión de que se trate por razones opuestas: para mostrarle que los extraterrestres no se habían llevado el Obelisco o para aguardar la llegada de los E.T., cumpliendo así su deseo. Por obra de la demencia, el Turco Benesdra se había convertido brevemente en un ufólogo trotskista. Desde la restauración de la democracia este periodista brillante pasó por los diarios La Voz, La Razón y PáginaI12, desempeñándose siempre en la sección Internacionales. Cuando no trabajaba para el diario avanzaba en la escritura de su primera y única novela, El traductor, que algunos consideran “la” novela de los 90, no sólo por su nivel sino por el modo en que refleja la década. Uno de los ya acostumbrados “achiques” periodísticos lo dejó en la calle, y eso fue demasiado para él. La de Salvador Benesdra, nacido en Buenos Aires en noviembre de 1952, es la historia de una vida taladrada por la locura. A los veintipico tuvo su primer brote, estando en Francia, a donde había ido a especializarse en Epistemología Genética, tras recibirse de psicólogo en tres años. En la clínica medio se lo sacaron de encima: había intentado organizar una rebelión de pacientes, a partir de las teorías de los psiquiatras Ronald Laing y David Cooper, que estaban en contra del sistema psiquiátrico. Benesdra, el paciente-agitador. Hablaba siete idiomas, incluidos ruso y alemán, y durante la escritura de El traductor estaba aprendiendo japonés. “Es un brote, no te preocupes”, le dice a su primera novia, Mirta Fabre (“¿querés ser mi primera novia?”, se le declaró). “No es importante, enseguida pasa”. Benesdra, el psicótico lúcido. Pero también lo contrario: siendo delegado de los empleados de PáginaI12, después de una asamblea salió disparado hacia la zona de los directivos, con un tomo de La riqueza de las naciones, de Adam Smith, en la mano. Estaba convencido de que haciéndoles leer algunos párrafos, los directivos iban a comprender la situación de los trabajadores e iban a deponer su posición pro-achique. Benesdra, el trosko cándido. Más allá de su vacilante salud mental, dicen que con la caída del Muro, en 1989, algo en él se cayó, como una torre de luz. Cuentan también que era un orador extraordinario, que en las asambleas desarrollaba argumentaciones geniales. Geniales y a los gritos: parece ser que “el Turco” empezaba a generar vapor y tomaba velocidad. Según testimonia su ex compañero de sección, Rubén Levenberg, se ponía rojo, parecía a punto de estallar. El compañero Tato Dondero recuerda algunas de sus peculiaridades y señala también que en los últimos tiempos se había puesto muy individualista, desinteresado del interés de conjunto. Trasposición de su propia vida, El traductor es una novela de más de 600 páginas, que muestra a un traductor ex marxista, Ricardo Zevi, que trabaja en una editorial cuyos empleados son pequeñoburgueses, algo timoratos a la hora de tomar medidas. El texto que traduce es de un ficticio ultraderechista alemán, llamado Brockner, cuyas ideas empiezan a desorientarlo. Benesdra hace algo titánico: escribe el texto “original” en alemán, para reproducirlo (y traducirlo) en la novela. A la vez, Zevi se enamora de una joven predicadora evangelista salteña, que no entiende una palabra de lo que dice. Una mente en modo licuadora. Dirigida por Damián Finvarb y Ariel Borenstein (que conoció a Benesdra trabajando en PáginaI12), Entre gatos universalmente pardos (una cita del libro, que refiere a su escasa consideración por la especie humana) arma la figura de Benesdra como un rompecabezas. Y esa es también la forma que adopta la película. Al autor le resultó imposible publicar El traductor: a las editoriales les resultaba demasiado “intrincada”. Recién más tarde fue factible. “El Turco” publicó un segundo libro, que tratándose de él era normal que no fuera normal. Se llamaba El camino total y era un volumen de autoayuda. Pero una autoayuda algo extrema: lo que el libro propone es superar las debilidades, insistiendo en ellas hasta el límite del dolor y el sufrimiento. Parece que a los lectores del género mucho no les gustó la idea. El escritor Elvio Gandolfo, Ernesto Tenenbaum, la periodista cultural Raquel Garzón, el psicólogo Alejandro Mantero y la psicóloga Silvia Plager son otros testimoniantes con los que cuenta la película.
La confluencia El flamante trabajo de Ariel Borenstein y Damián Finvarb, el equipo de documentalistas responsables de joyitas recientes como La Crisis Causó dos Nuevas Muertes (2006), En Obra (2013) y Viaje al Centro de la Producción (2014), una vez más constituye una prodigiosa indagación en torno a los desastres provocados por el nuevo capitalismo de la miseria y la represión en los colectivos sociales de la República Argentina, aunque hoy con la salvedad de centrarse en un episodio/ caso mucho menos conocido para el público general como es la vida, muerte y obra de Salvador Benesdra (1952-1996), un escritor, periodista políglota, traductor, militante trotskista y psicólogo que en esencia es recordado por su única novela, El Traductor, suerte de radiografía de la década del 90 y las múltiples crisis que trajo el menemismo y su avanzada en pos de terminar de desmantelar el Estado. Si bien hay una clara conexión entre los opus pasados y el presente en lo que atañe a la preocupación por examinar el campo de la militancia de izquierda contra los ajustes y la ideología y tácticas empresariales de la oligarquía y los mass media del mainstream, en esta ocasión tenemos un enfoque más minimalista ya que hablamos de una confluencia de factores que abarcan la creación artística, el componente autobiográfico de la misma, la precarización laboral en Argentina, el inconformismo de las bases obreras, la lucha por mejores condiciones de vida y trabajo, las relaciones románticas del retratado y cómo éstas influyeron en su producción literaria, los problemas psicológicos vinculados a la figura del “creador maldito”, el ninguneo del que fue objeto por las editoriales por la naturaleza áspera de sus textos, y la desocupación como un fantasma que se transforma en realidad. A través de entrevistas a colegas, amigos, conocidos y parejas del susodicho, Borenstein y Finvarb toman al caso como una excelente excusa para repensar tanto lo esquemático e inestable de la sociedad/ condición argentina como los mismos prejuicios y limitaciones uniformizadoras del campo literario, el cual -como cualquier otro enclave de la industria cultural- tiende a privilegiar y legitimar sólo obras conservadoras cercanas al fetichismo de lo privado y la idea de lo “pequeño bello”: el libro que concibió el autor, encarado desde un gigantismo narrativo ambicioso propio de Charles Dickens o León Tolstói, rompía todos los moldes de aquel momento -esos que son idénticos a los contemporáneos, dicho sea de paso- y de este modo la novela, completada en 1994, permaneció inédita hasta 1998, dos años a posteriori del suicidio de Benesdra al arrojarse del décimo piso de su departamento. Entre Gatos Universalmente Pardos (2019) va más allá del simple derrotero profesional y personal del protagonista, ese que lo llevó a viajar a París y Múnich, a trabajar en la primera etapa de Página/12 y a sufrir insistentemente brotes psicóticos que enturbiaron sus noviazgos, sobre todo porque el film consigue retratar la complejidad del individuo y de su tiempo desde diversas perspectivas que en buena medida sintonizan con la noción del conflicto escalonado tracción a una angustia en consonancia con el tambaleo de los ideales marxistas de igualdad y justicia a escala internacional luego de la Caída del Muro de Berlín y el colapso final de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La visión fatalista del porteño ante este estado de cosas, a la par -por supuesto- de la clásica desidia estatal y el maquiavelismo empresarial de siempre, terminaron transformándolo en una víctima más del olvido que padece la cultura y el pensamiento crítico en general en nuestro país, lo que vuelve a poner en primer plano la necesidad de una militancia permanente en pos de un humanismo de izquierda que elimine la estratagema del saqueo oligopólico omnipresente desde las execrables cúpulas del poder y sus socios en la patética mafia mediática actual…
Entre Gatos Universalmente Pardos es un documental argentino dirigido por Ariel Borenstein y Damián Finvarb. Está basado en la vida del difunto periodista y escritor, Salvador Benesdra. Este documental presenta a varios allegados suyos, tanto compañeros de trabajo, como amigos, contando anécdotas que tienen junto a él, incluyendo su manera de ver el trabajo entre otras cosas. Durante toda la cinta, se tiene muy presente el lado escritor de Benesdra, contando sus constantes problemas a la hora de escribir, y cómo esto le fue afectando a lo largo de su vida. Su obra más destacada, El Traductor, es un tema central en el film. Este recorrido se enfoca bastante en su vida personal, tomando cosas que hacen entender mejor ciertos aspectos de su carrera como periodista y como escritor, y el por qué de varios puntos que quizás muchos no entendían a la hora de leerlo, no por su falta de expresión, sino por los tipos de relatos fuertes que solía tomar. Esta producción cuenta con una duración precisa, se toma su tiempo para narrar aquello que quiere decir e incluso cuenta con un particular formato de novela para diferenciar y destacar algunos capítulos en la vida del autor. Toma su tiempo, pero es una buena manera de recordar a un elogiado escritor, que quizás no es tan recordado como debería.
Este documental retrata la vida de un ser atormentado que no logró reponerse a la caída del socialismo real en 1989. Más allá de la anécdota en sí, que consiste en el hecho de no haber podido publicar su gran obra (una novela cuyo título es “El Traductor”), este film relata mediante el testimonio de quienes lo conocieron, gran parte de la vida personal y profesional de Salvador” El Turco” Benesdra, un intelectual y periodista que hablaba siete idiomas y tuvo que exiliarse en Francia durante los años de plomo. Su trayectoria profesional, tanto como traductor en sus comienzos, hasta sus últimos días de desocupado, pasando por su trabajo como periodista en “Página 12” son relatados de manera sencilla y emotiva en este documental de Finvarb y Borenstein, quienes logran adentrarse en la vida de un ser humano que muestra una personalidad compleja y sensible a la vez, una de las tantas víctimas del avance implacable del capitalismo despiadado y de la modernidad. Una oportunidad para acercarse al mundo de alguien que solamente quería dejar testimonio de su paso por este mundo.
El delirante salvador Como esas páginas bien escritas de cualquier novela, la vida errática y frenética de Salvador Benesdra resiste cualquier punto de clausura y deja tantos puntos suspensivos para recorrerla como sucede en este atrapante documental de Ariel Borenstein y Damián Finvarb. Los rostros de este políglota, periodista, escritor, psicólogo, dueño de una oratoria y preparación cultural asombrosa son tantos como los testimonios que intentan presurosamente contar algo de su delirante y trágica vida. La frustrada odisea para publicar una novela, El traductor, de unas 670 páginas, con mucho material autobiográfico disperso en la ficción, tal vez detonante de sus mayores depresiones que lo llevaron a coquetear con la locura, brotes psicóticos y otro tipo de adversidades, es apenas un aspecto de su controvertida figura. Su pasado por Página 12, diario que para una generación de jóvenes periodistas y no tan jóvenes significara una manera distinta de ese oficio en épocas difíciles forma parte de un capítulo de lucha laboral y sindical como exponente del avance del capitalismo salvaje de los ’90, que lo terminó acorralando en la pérdida total de fuentes laborales 6 años después. La riqueza de esta propuesta marca por un lado un rigor en términos de la investigación, con material de archivo y testimonios claves de periodistas, amigos, allegados a Salvador Benesdra. Sus internaciones psiquiátricas en Francia, sus rotundos cambios de mirada en las fotos, dejan presente las huellas de un desequilibrio agudo. Sin embargo, escuchar desde su propia voz, desde una imagen robada al tiempo o en la interpretación de sus textos a través de charlas con amigos generan una sensación de profunda tristeza. Algo que se acentúa a lo largo de los 94 minutos del documental, desde la intensidad a la soledad; desde la desmesura a la mesura cuando se pierde todo tipo de horizonte. Reflexionar sobre los gatos pardos como provoca el título separa lo blanco de lo negro, la luz de la oscuridad y con Salvador Benesdra quedará impregnado el misterio a la hora de pensarlo como un simple hombre sensible que sufría y soportaba al mundo en que le tocó vivir.
Entre gatos universalmente pardos comienza en medio de una casa a orillas de la playa. Es una casa a merced del viento y la soledad. A medida que transcurre el documental, nos damos cuenta de que la vida y obra de Salvador Benesdra es como este hogar aislado. Él mismo se ha convertido con el tiempo en un autor de culto por su obra tan breve pero que marcó a una generación con su escritura y sus posturas intelectuales. Por un lado, el documental se beneficia de construir las distintas máscaras del escritor. Se alude a las amplias aristas de su novela El traductor por el frente político y el amoroso, conocemos al Salvador que estudiaba Psicología, al erudito que sabía siete idiomas, al Salvador escritor, al político y al amante. Cada testimonio da cuenta de las máscaras de Benesdra sin temor a proveer detalles sobre sus crisis profundas. Pero, por otro lado, esta diversidad de máscaras termina por retratar un panorama irregular en ritmo y en alcance. No está mal que la investigación haya sido separada en diez capítulos y un epílogo. Esto le brinda claridad al resultado. Pero hay momentos, como la conversación en el capítulo IX, que no parecen llevar a un sitio muy certero sobre la figura de Salvador. Ya la película deja de correr suficientes riesgos al acudir a las “cabezas parlantes” para indagar en un autor fascinante. ¿Para qué además incluir un debate que no da muchas luces sobre este? Es una lástima que el documental no cuide más los aspectos técnicos para entrevistar a los vinculados emocional o laboralmente con el escritor de El camino total, una suerte de libro de autoayuda a contracorriente. Este descuido podría leerse como el desenfado propio en la vida de Benesdra, relatado por varios de los que dan testimonio. Pero no deja de ser una distracción. Por ejemplo, pese a las tantas fotos donde él aparece (imágenes que siempre resultan un disparador para hablar de lo perdido), varias de ellas las vemos dos veces, lo que les resta el encanto y la precisión de la primera vez. El documental de Finvarb y Borenstein aprovecha el material de archivo y no solo las fotos. Alternando con las entrevistas hay fragmentos de videos caseros donde Benesdra habla sobre diversos temas. No es muy fácil distinguir su rostro, aunque los subtítulos nos ayudan a entender sus palabras. Ante estos videos, pareciera que estamos observando a través de una puerta entreabierta que amenaza con cerrarse. Hay, finalmente, un punto fuerte a favor de la película: la curiosidad hilada minuto a minuto en pos de la lectura de la brevísima obra de Benesdra. El interés por leer sus dos libros va más allá del morbo que el documental hurga con sobriedad. Se trata de acercarse a una vida ligada al dolor psíquico, consciente, nunca evadido y mucho menos victimizado. Pocas veces adolecer es entendido como una circunstancia a la que se debe abrazar. Que el documental sea capaz de mostrar esta postura por parte del autor investigado y que exponga posiciones enfrentadas con su obra, así sea lateralmente, invita a una visión compleja.
EXTRACCIÓN DE LA PIEDRA DE LA LOCURA Hay un aspecto muy destacable en Entre gatos universalmente pardos, documental sobre Salvador Benesdra, y es la forma en que la película va subiendo de temperatura y corrige los propios defectos. A la galería inicial de testimonios que marcan el territorio y le otorgan al registro un tono académico molesto, se van sumando aristas que abren el simple trazo biográfico a zonas fascinantes. De modo tal que el perfil del escritor (periodista, psicólogo y militante trotskista, “el Turco” para los amigos) se va abriendo a un amplio espectro de rostros posibles, paralelo a la enfermedad mental que padeció. La primera parte hace hincapié en su ambiciosa novela El traductor, forjada en el inicio de la otra década infame, la de los noventa, finalista del concurso Planeta en 1995, obviada por un jurado que no estaba dispuesto a pagar las consecuencias de que semejante obra, inviablemente comercial, fuera galardonada, a pesar de que sabían que era la mejor (allí está Elvio Gandolfo para ratificarlo). Lo curioso es que su carácter de culto se desvirtuó luego cuando se agotó su primera edición una vez ya fallecido Benesdra (se suicidó en 1996 y no llegó a ver este fenómeno). El traductor, un intento por emular a Dickens para trazar una radiografía literaria imposible, propia de una mente esquizofrénica, formaría parte de la discusión de numerosos intelectuales, además de ser la sustancia de una serie de sinuosos caminos entre concursos y ediciones. Lo que todos tenían en claro es que debía publicarse. Y no solo eso. Hubo hasta una adaptación cinematográfica bastante espantosa dirigida por Oliverio Torre, quien no tuvo mejor idea que ponerle al personaje el nombre del autor, motivo por el cual la protesta de sus hermanas impidió que se estrenara en condiciones normales. Parece que fue el fin del director. Dividido en capítulos, el documental de Finvarb y Borenstein, cuenta también un proceso de desintegración mental y de qué modo un entorno debe lidiar con ello. Curiosamente la declinación comenzó al mismo tiempo que la debacle política del país en democracia y en 1989 Salvador ya evidenciaba sus primeros brotes. Entonces aparecen parejas, amigos, compañeros de redacción y de estudios, cada uno aportando un punto de vista que se añade al tablero de conjeturas sobre dicha caída. Dos de los momentos más intensos no transcurren necesariamente mediante las palabras como pilar de expresión, sino a través de imágenes. En varios tramos aparecen filmaciones caseras de Salvador frente a cámara diciendo cómo se siente y son archivos que, parafraseando a Alejandra Pizarnik, podrían considerarse extracciones de la piedra de la locura. El carácter misterioso y espectral de lo que vemos supera en fuerza a la excesiva inclusión de voces parlantes. Otro momento lo constituye la aparición de su última pareja, Susana (a quienes los intelectuales veían con recelo por “su escasa formación”), quien saca unas fotos tamaño carnet y arma una secuencia en función de los ojos de Salvador, un mecanismo potente y más sugerente para dar cuenta de su enfermedad que todas las disquisiciones académicas, sobre todo las que rozan la pedantería. A fin de cuentas, son los objetos mnemónicos (cartas, fotos, grabaciones, videos) los que facilitan un acercamiento más afectivo y tocan el centro de gravedad de una situación triste como vital. La esquizofrenia como productividad. Ese parece ser el punto en cuestión de una vida y una escritura compulsivas. Los textos de Benesdra conforman un campo de tensión poco digerible, caótico. Es la lucidez de los locos, de los inadaptados para quienes el presente les queda chico. De ahí el mote que le ponen de “militante díscolo”. Hay una intersección de la que da cuenta el documental, cuando la locura ya no solo hace catarsis en la escritura sino en la vida misma, entonces la tragedia parece la única solución posible.
Distintas voces y personalidades del mundo académico hablan a cámara y dan su veredicto en torno a un libro x. Hablan de él como una pieza anómala de la literatura nacional, injustamente relegada del catálogo de los clásicos. Lo comparan con La Guerra y la paz y con Ana Karenina. Incluso algunos se animan a estamparle el mote de la mejor novela argentina jamás escrita. Del autor dicen que contaba con la ambición de Charles Dickens, que es el heredero de Roberto Arlt y que, como buen escritor maldito, encontró en el suicidio la única salida a sus tribulaciones. El libro en cuestión se llama El traductor, una obra magnánima, densa, de 600 páginas, que fue rebotada por varios premios literarios debido a su complejidad, y donde, dicen, se cuenta la década del noventa como nadie más la pudo haber contado pero que recién logró ver la luz una vez que su autor murió. Lo que inicia como un documental centrado en torno a una misteriosa novela rápidamente es interrumpido por una placa y por nuevos personajes que comienzan poco a poco a perforar en la intimidad de quien la escribió. El cráneo detrás es entonces Salvador Benesdra, un personaje poco conocido, extraviado del ámbito cultural al que quizás, su falta de popularidad, fue apenas otra de las razones por las que se lo ubicó en el agridulce estante de los autores de culto. A partir de una minuciosa investigación Damián Finvarb y Ariel Borenstein proponen en Entre gatos universalmente pardos una aguda reconstrucción de su personalidad casi siempre a partir de anécdotas y comentarios de aquellos que lo conocieron de más cerca (digo casi siempre, porque entre las imágenes de archivo que circulan por la película también aparecen grabaciones de video caseras de Benesdra hablando frente a cámara a modo de soliloquio y confesionario). En este sentido, no deja de ser valiosa la amplitud con la que el documental consigue iluminar la vida del escritor: desde el mundo académico, sus amigos de la juventud, colegas de la psicología, compañeros del trotskismo, sus parejas y sobretodo sus ex compañeros de Página12. El trabajo en la redacción le permitió en primer lugar, drenar en la escritura de notas periodísticas una celebrada erudición -gozaba de un vasto conocimiento enciclopédico, de una excelente oratoria y hablaba siete idiomas- y a su vez, mantener viva, a través de la participación en asambleas laborales, de una militancia política iniciada en el secundario y continuada en la universidad. Para un intelectual de izquierda, que se ilusionó con los ecos que dejaba la Revolución Cubana mientras aprendía a armar bombas molotv en plena dictadura de Onganía, la caída del muro de Berlín debió tener un impacto por demás grave. En ese contexto de principios de los noventa, donde el concepto de ideología veía su fin y las alternativas al capitalismo quedaban descartadas en el cajón de las utopías, Benesdra va gestando El traductor, aprovecha los tiempos muertos en el trabajo o viaja a Uruguay, al balneario de Arachania en busca de inspiración. Sin embargo, el rechazo de la obra en los concursos literarios sumado a su despido de Página12 provocó que la locura fuera ocupando de a poco cada rincón de su cerebro. Una inestabilidad mental que agrega otra pata más a la biografía ya que fue una característica que lo acompañó a lo largo de toda su vida en intensos y esporádicos brotes. En uno terminó en un psiquiátrico en París agitando a los pacientes a favor de la desmanicomialización. En otro, ocurrido en plena redacción del diario, sufrió un delirio marxista convencido de que las masas se dirigían a Plaza de Mayo para iniciar la revolución. En su último episodio, una profunda depresión lo llevó a tirarse de un octavo piso y cerrar con un moño negro una historia de vida compleja, pantanosa, de culto, a la que gracias al documental podemos acercarnos y recorrerla de una forma más diáfana. Por Felix De Cunto @felix_decunto
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Documental sobre la vida y la obra de Salvador Benesdra dirigido por Damián Finvard y Ariel Borenstein. La historia de este periodista, psicólogo, militante de izquierda y autor de la novela de culto El traductor y que dejó un marca en una época de la Argentina en lo que a los intelectuales refiere. Su muerte prematura -se suicidó a los 43 años- le agrega un aura trágica a toda la historia. Alrededor de esta figura aparecen temas, descripciones de una época y una exploración de la mente de un escritor con un trastorno mental que desembocaría en su muerte. También atrae el comparar la época que describe con la que vivimos actualmente. A diferencia de otros documentales de este estilo, la película no busca imponer la ideología de su protagonista o de los que dan su testimonio. Aun sin coincidir con ellos se puede reconstruir su forma de pensar, su manera de ver el mundo, sus frustraciones y también sus ambiciones. Algunos elementos de archivo que incluyen al propio Salvador Benesdra hablando a cámara, le dan a la película un extra de emoción e interés por entender al personaje.
Dos novelas clausuraron la literatura argentina de la década de 1990, ambas malditas y concebidas por suicidas: El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza y El traductor de Salvador Benesdra son hoy tan canónicas como antes ignoradas; Entre gatos universalmente pardos de Ariel Borenstein y Damián Finvarb viene a echar luz audiovisual sobre esta última, fortaleciendo el mito. Comparada con la tradición extática de Arlt y Dostoievski, catalogada como la novela que captó su época como ninguna, El traductor hizo agua dos veces en el Premio Planeta y recién se publicó –en Ediciones de La Flor- dos años después de que su autor se matara. El desborde, la excentricidad y la inadecuación que empantanaron el texto en los estándares editoriales definen también a Benesdra (1952-1996), políglota, erudito, marxista y psicólogo devenido periodista, rebelde ideológico y fatalmente esquizoide. Desenvuelto en oratoria sindical, el escritor ni siquiera cuajaba entre sus compañeros de Página 12, quienes sin embargo lo respetaban. “Era muy extremo”, lo define un excolega, y de ahí que las contradicciones de la militancia de izquierda pueblen las páginas salvajes de El traductor. Se podría decir, y es tesis fuerte del documental, que el autor encarnó el abismo descoyuntado entre el periodo de lucha revolucionaria y la lógica de mercado que impregnó a la Argentina y el mundo en una transición voraz. La caída de la Unión Soviética afectó de manera decisiva a Benesdra, que en su lucidez psicótica vaticinó el mundo por venir: “Sentía que por todas partes estaba drenando una noche gris de gatos universalmente pardos, una apoteosis de la indiferenciación”, dice su alter ego Ricardo Zevi al principio de El traductor. Despojado de osadías o alardes formales, Entre gatos… se atiene a la exposición de su objeto sabiendo que el material basta para deslumbrar: hay fotos, documentos, informes literarios, cartas, grabaciones telefónicas; testimonios de Daniel Divinsky, Elvio Gandolfo, Raquel Garzón y Ernesto Tenembaum, entre otros; largas apariciones de las parejas Mirta Fabre y Susana Copa, la salteña que inspiró a Romina de El traductor; fragmentos de una adaptación cinematográfica secreta de la novela firmada por Oliverio Torre, con Alejandro Awada interpretando a Benesdra/Zevi; y estremecedoras grabaciones caseras del escritor hablando frente a cámara. El filme además desliza un subtexto misterioso: el apellido Macri estuvo íntimamente ligado al de Benesdra, tanto por la coexistencia del fin de la URSS con el secuestro de Franco Macri en la tapa de Clarín como por el trabajo para una revista del grupo del empresario posterior al despido de Página 12, donde el escritor aventura un proyecto político encabezado por Macri padre. Ese límite entre delirio y premonición refleja la intensidad de Benesdra, cuya segunda novela iba a llamarse paradójicamente “Puntería”.