Me gustaría empezar por el final: cuando terminó la película sentí que recién empezaba. Que todo lo que había estado viendo era una larga introducción de los distintos personajes, la situación, el lugar y demás, pero que lo que realmente se iba a tratar estaba apenas por verse. De alguna forma, en este tipo de relatos nacionales que tratan sobre la familia, sus conflictos entre los vínculos, las idas y vueltas dentro y fuera de la intimidad y demás, no puedo evitar discernir cierto patrón que se repite. Hay una constante docilidad, una impersonalidad quizá confundida con sutileza, que se puede observar en casos como El Abrazo Partido de Burman, o en El Hijo de la Novia, de Campanella. Retratos de familias en crisis que, quizás por estar empecinados en aferrarse a una narración con tonos humorísticos encadenados a lugares excesivamente comunes, no ahondan o por lo menos les cuesta mucho ahondar y profundizar en la complejidad y en la eterna problemática de los vínculos familiares. Es cierto que mucho se ha escrito y filmado aquí y afuera sobre el tema, pero eso no significa que no haya todavía mucha tela para cortar y una multiplicidad de ángulos para representarlo. El problema es que esto no es aprovechado por la película. En efecto, la redundancia estereotípica de los personajes, los lugares comunes y la eterna previsibilidad del relato hacían que permanentemente estuviese esperando más del metraje de lo que éste estaba dispuesto a mostrar. Había casi todo el tiempo una sensación de ya haber visto la película, de esperar que de esos estereotipos se despegaran rasgos distintivos, frescos; sin embargo, ese estado predominante del film no ofrecía demasiado más. En principio tenemos a Ernesto (Oscar Ferrigno), un tipo cuarentón, ex-escritor claramente frustrado con su vida, cascarrabias, que se ocupa de mala gana de administrar el hotel que tiene Elisa, su madre (en la vida real también, la legendaria Norma Aleandro) en la costa, junto con su hermana. En eso aparece su hija (la bella y prometedora debutante Malena Sánchez), olvidada por él, en el seno de su adolescencia. Como es de suponer, Ernesto rechaza de plano la sorpresiva visita de su hija e intenta dar con su madre para “devolverla”. El problema central radica en que, justamente a partir de esto, el resto de la película es un constante picotear aquí y allá a sus personajes, mostrando únicamente lo que se espera de ellos en el imaginario fílmico reinante: el padre enfurruñado hasta el final, con sus incontables “no me rompas las pelotas” se niega a reconocer a su hija. La hija, Julia, como buena adolescente, busca llamar su atención haciendo unos cuantos papelones y generando a su vez mayor rechazo de su padre. En el medio, la abuela, la tía, un amigo de Ernesto, el plomero y dos mujercitas estilo groupies de turno aparecen como intentando robar cámara y no aportan casi nada al relato. Si bien es evidente que algo ha pasado entre padre e hija como para que dicho reencuentro sea tan tenso y reñido, el argumento de alguna forma abusa del recurso de ocultar estos motivos hasta el final y con esto de alguna forma pierde la oportunidad de retratar la verdadera tensión y problemática que rodea dicho vínculo. Algunas escenas, como las sórdidas invasiones de Julia a la privacidad de su padre, aparecen como destellos que ponen en evidencia una interioridad que es rechazada a narrarse. Apuesta todo a sus personajes pero sin embargo no se juega por ellos.
Igualita a mí “Que cosa la familia ¿eh?” diría un personaje de Francella. La difícil relación entre padres e hijas post adolescentes parece un género en sí mismo del cine argentino de los últimos 10 años. Desde Un Argentino en Nueva York hasta Igualita a Mí, pasando por El Nido Vacío, Amorosa Soledad o XXY en menor medida, pareciera que es muy difícil para un padre relacionarse con el rol que le ha tocado en suerte, entenderlo, llevarlo a adelante y reconocer, no solamente, el problema en sí, interno generalmente, sino también reconocer su propia identidad en la propia hija. Ahora bien, esto que podría dar para todo un análisis sociológico acerca de porque los argentinos tenemos problemas con nuestras hijas, el cine, en la mayoría de los casos ha decidido tratarlo de la forma más banal y superficial posible, creando comedias dramáticas con pretensiones comerciales, que se preocupan más en como generar empatía con un tratamiento televisivo, que con un discurso más interno, profundo, reflexivo y sutil. Lamentablemente, Familia para Armar, si bien no llega a convertirse en un producto ideado en televisión como son las “comedia” de Suar y Francella con Bertotti y Oreiro respectivamente, tampoco se acerca a lograr la profundidad referida, más que nada porque se pierde en lograr un equilibrio, un tono justo para que el público se acerque a las salas, pero a la vez no caer en lo banal, y lo peor es que tratando de encontrar “esa” profundidad dramática, no termina por convencer ni redondear lo que quería contar en principio. Más allá de que la llegada repentina de una hija, en la vida de un hombre “solitario” es algo ya visto, como dice más arriba, Martín, la película sufre lo que se llama “la búsqueda del género”: ¿qué quiso hacer realmente González Amer? ¿una comedia dramática o un melodrama con algunos toques humorísticos al principio? Realmente no logro visualizarlo. Si se quería generar empatía, ¿por qué crear escenas que parecen salidas del peor unitario de Canal 13? ¿Por qué forzar a los personajes a que digan cosas o acciones de maneras que no parecen coherentes con el comportamiento que veníamos viendo en pos de un efecto dramático que tampoco termina por generarse? O ¿por qué agregar subtramas y personajes que no se desarrollan? (todo lo referido a la hermana de Ernesto, el protagonista o la historia del huésped y sus dos amantes). O porque meterle tanto énfasis a la manera en que el protagonista se obsesiona con publicar una novela, y no terminar de redondear la idea. Tengo que admitir que no me parece una película fallida. De hecho, escenas sentimentales, que podrían haber caído en el golpe bajo más reculado y telenovelesco, González Amer las maneja con una sutileza y economía de recursos cinematográficos que dan envidia. Muchos podrían aprender de eso. Aportan verosimilitud a los personajes, los intérpretes, sólidos y creíbles. Especialmente Oscar Ferrigno logra llevar adelante la película con presencia y carácter, tratando de aportarle emoción genuina a su protagonista. A pesar de su frialdad, Ferrigno le da calidez a su Ernesto y la joven Malena Sánchez, tiene un loable debut cinematográfico. Por otro lado, Norma Aleandro da el respaldo a un elenco joven y prácticamente desconocido con la naturalidad que la caracteriza. El personaje no le presenta demasiados desafíos y la veterana actriz, pone su carisma al orden del día. Es una lástima que el personaje, quede tan relegado. También Valeria Lorca y Darío Levy aportan su grano de arena a la historia. En la gacetilla de prensa, dice que González Amer construyó el guión a partir de la recopilación de varios cuentos. Pero como le sucede a Ernesto, la suma de los cuentos no terminan por generarle una novela, y acá pasa algo similar. La suma de tramas y subtramas no terminan por construir una películas. Estamos a la mitad de la novela recién. Cinematográficamente hablando, la tarea en los rubros técnicos es correcta, ajustada a los requerimientos del guión. Visualmente es interesante y “realista” la puesta de luces de Sebastián Gallo, aprovecha al máximo el paisaje de Cariló. La música edulcorada de Espinoza y Monteleone le sacan seriedad a muchas de las escenas. Es probable que González Amer (El Infinito sin Estrellas) sea un gran escritor, honestamente por desconocimiento, no lei sus novelas, pero como director cinematográfico carece de identidad. Aun cuando Familia para Armar se acerca en tono, temática e intenciones al cine de Burman y Campanella más que a la vulgaridad del cine de Polka o Telefé, alejándola del mero productor consumista, el director no encuentra la brújula para llevarla a buen puerto. Como siempre digo, solo con buenas intenciones no se construye una película. Personalmente, cada vez que veo en el cine nacional, una nueva apuesta por mostrar las “familias disfuncionales”, más añoro obras como La Nona de Olivera (textos de Cossa), 100 Veces no Debo y especialmente, Esperando la Carroza (ambas de Doria con textos de Langer), que a pesar de llevar al extremo el absurdo, aún hoy se destacan por su perfecta estructura narrativa, los personajes maravillosamente escritos, un humor cínico, crítico e imaginativo. El retrato de la familia argentina nunca alcanzó todavía la verosimilitud de estas obras clásicas.
Ernesto (Oscar Ferrigno) tiene 48 años y vive (y regentea) un hotel en el balneario de Valeria de Mar en compañía de su madre (Norma Aleandro, su madre también en la vida real) y de su conflictuada hermana. Todo parece rutinario y previsible hasta que aparece en el lugar Julia (Valeria Lorca), la hija adolescente de Ernesto, que llega desde Buenos Aires tras la muerte de su madre e intenta como puede recuperar el amor de su padre tras ocho años de ausencia. El reencuentro no será nada fácil, en medio de traumas, miedos, miserias y mezquindades varias. Ese es el punto de partida de este tragicómico ensayo familiar que intenta (y casi nunca logra) ser emotivo, mientras apela a los sentimientos más básicos para conseguir la identificación, la empatía del espectador. Con demasiados lugares comunes, una puesta en escena muy mediocre (casi televisiva), personajes secundarios estereotipados (el amigo del protagonista, las huéspedes voluptuosas y desinhibidas del hotel) y mútliples conflictos (como el de la hermana) trabajados con demasiada superficialidad, este film escrito y dirigido por Edgardo González Amer parece atrasar unos cuantos años.
Un rompecabezas de relaciones sin emoción Un hotel en Valeria del Mar se transforma en el escenario donde la tranquilidad deja lugar a un cruce de relaciones familiares complicadas. Ernesto (Oscar Ferrigno) vive con su madre (Norma Aleandro) y su hermana (Malena Sánchez) en el hotel familiar por el que pasan pocos huéspedes. La aparición de Julia (Valeria Lorca), la hija adolescente de Ernesto, cambia las reglas del juego luego de ocho años de distanciamiento. Las intenciones del director Edgardo González Amer son claras desde el comienzo, aunque el resultado no siempre da en el blanco. Entre secretos compartidos, el reclamo de una hija por recuperar a su padre, paseos en bote y un ambiente familiar que se ensombrece con el correr de los minutos, el film también se permite algunos momentos de humor (el huésped que habita el lugar y los juegos sexuales de las chicas que lo acompañan). Y también lanza información sobre la hermana, que queda sin demasiada explicación en la trama. El amor y todas sus complicaciones no se transmite al espectador a pesar de que el film cuenta con buenos intérpretes. Norma Aleandro está correcta en un rol menor dentro de la historia (y se sugiere un posible acercamiento con uno de los personajes) y Oscar Ferrigno no siempre resulta creíble porque no lo respaldan diálogos certeros. Sí, en cambio, Valeria Lorca lleva las de ganar en el elenco. Familia para armar prometía algo más que piezas de un rompecabezas cuyas fichas no siempre encajan en el lugar adecuado.
Todo por decir Edgardo González Amer ya había demostrado con su anterior trabajo El infinito sin estrellas (2007) una particular visión a la hora de retratar un universo familiar en donde los silencios predominaban por sobres las palabras. En su segunda obra sigue la línea narrativa de su antecesora, plasmando una historia familiar construida a partir de lo que no se dice y nunca se dirá. Ernesto(Oscar Ferrigno) está por arribar a los 50 años, abúlico, terco y desprolijo vive en la costa atlántica junto a su hermana tartamuda (Valeria Lorca) y la madre de ambos (Norma Aleandro). De la noche a la mañana aparecerá en el hotel que los tres manejan Julia (sorprendente debut de Malena Sánchez), la hija adolescente de Ernesto que vivía en la ciudad junto a su madre. Julia viene cargada de silencios, dudas y temores, a pesar del desparpajo y la inocencia que le otorga la juventud. Julia trae consigo el desafió de construir un vínculo que nunca existió y ser aceptada por un padre que no se animó a cumplir con dicho rol. Familia para armar (2010) tiene un plus de esos que muy pocas veces la ficción puede dar y es que sus protagonistas son en la vida real una verdadera familia, Oscar Ferrigno no solo es el hijo de Norma Aleandro sino que además es el esposo de Valeria Lorca. Los lazos reales que existen entre ellos le brindan a los personajes que interpretan una química especial a la hora de construir las relaciones vinculares que entre ellos se establecen, dándole una credibilidad mayor a lo que transmiten. El realizador y guionista ofrece una mirada distinta de cómo puede ser vista y reflejada una relación familiar. La historia se edificaa partir de lo que no se dice, de silencios, de gestos, de miradas. Lo más atractivo de la historia está puesto en lo supuesto y no en lo concreto. De esta manera se logra buscar un espectador participe que sea quien busque las respuestas que por ahí no se dan de manera explícita, aunque sí se dejarán entrever. Familia para armar peca a la hora de abrir líneas narrativas que no llega a desarrollar de manera completa y que le dan cierta inconsistencia al relato. Tirar demasiadas puntas y dejarlas inconclusas cuando no le aportan nada a la historia no hacen más que opacar el resultado final. Desde la actoral hay que rescatar el trabajo de Malena Sánchez, en un debut que ya le augura un futuro prometedor dentro de la cinematografía local. Su interpretación de Julia logra traspasar la pantalla gracias a la impronta personal que supo otorgarle. Valeria Lorca, quién ya había demostrado en El infinito sus estrellas sus dotes actorales vuelve a reconfirmar que es una mujer que los directores deben tener en cuenta. Edgardo González Amer propone una historia narrativa, lineal, algo emotiva, que no cae en el efectismo ni se preocupa por buscar la complicidad del espectador, sino todo lo contrario. Las necesidades afectivas dentro de un núcleo familiar roto son reflejadas con la particular visión de un director que supo rodearse de una familia ya constituída.
El talento no se hereda en esta familia para armar. Creo que el director apostó a un elenco familiar de entrada, puesto que en la vida real existe un vínculo entre los protagonistas de la película, pero como dice el encabezado de este comentario “el talento no se hereda”. Existe una diferencia muy marcada en las actuaciones, que no acompaño al flojo guión. Por momentos Oscar Ferrigno no se sabe si está actuando o recitando una frase demasiado trillada, sin continuidad y bastante fuera de lugar. Modismos fuera de época y ritmo, y palabras sueltas que no dicen nada. Actuar no es solo estudiar el guion y recitarlo al pie de la letra, también cuenta la interpretación, cómo uno siente ese papel, y parece ser que a Ferrigno el papel nunca le sentó. La actuación de Norma Aleandro sobresale del resto, y cabe destacar a Malena Sanchez, que en su debut cinematográfico y con un director sin experiencia está muy bien en su papel de hija. El enojo de Ferrignio (aunque al final de la película se sabe el motivo), está demasiado teatralizado, muy marcado, no se entiende su relación con el mundo. Lo único que parece satisfacer a Ernesto es cenar y salir a pescar con su amigo, con el cual no llegamos a sentir que existe ese lazo que sostiene esta amistad rara que se limita a cenas y a la pesca. Hay un piletero que está reparando una grieta en la pileta del hotel familiar, teléfonos que suenan con un Ferrigno que obviamente se niega a responder, caras y miradas vacías, sin tiempo y sin contarnos nada. En el medio de la película una toma de Aleandro con un huésped del hotel que confiesa algo que tampoco suma, y sabemos que lo que no nos cuenta nada en una historia desconcierta. Poco clima, una fotografía que en exteriores podría ser mucho mejor, y una primer película para un director que le falta fogueo.
Heridas que no cierran... Fallido drama de Edgardo González Amer. El segundo filme de Edgardo González Amer, Familia para armar , es un pequeño relato acerca de una familia desmembrada que vive en un hotel cercano a la playa en una ciudad turística a la que se ve fuera de temporada. Ernesto es quien lo maneja, con la ayuda de su madre y su hermana. Un hombre nervioso, serio y reconcentrado, altamente fastidioso, debe lidiar con una sorpresa inesperada cuando se aparece allí su hija adolescente, que vive con su mamá. Ambos no tienen una buena relación y ninguno hace esfuerzos por mejorarla. Ernesto quiere que Julia vuelva a su casa cuanto antes. Y Julia no se toma el trabajo de explicarle porqué no puede volver. Ernesto lidiará con una pileta que no puede arreglar, con un extraño grupo de chicas que se está quedando en el hotel y con quienes su hija empieza a juntarse, con su madre, su hermana y el misterio de su ex mujer. Familia... es una película previsible, llena de diálogos bastante obvios y filmada con planos cortos, casi televisivos, que le quitan ritmo y peso cinematográfico. Las revelaciones de la trama y los conflictos que se van presentando son resueltos de una manera bastante chata, y las escenas se suceden sin mucha lógica, dando la sensación de haber sido una película retocada en la sala de edición. A Oscar Ferrigno (h) le cuesta ponerse la película al hombro, ya que su personaje parece tocar una sola cuerda: fastidioso, preocupado, molesto, irritante para el espectador. Y Aleandro, en un papel secundario, aporta eficiencia en sus pocas escenas. Acaso lo mejor sea el descubrimiento de Malena Sánchez, que interpreta a la hija, una actriz que tiene una presencia y un rostro interesantes, y que ayudada por un mejor texto podría sobresalir.
Los lazos de sangre, vistos a través de una mirada realista En un antiguo y casi destartalado hotel de Valeria del Mar viven Ernesto, un casi cincuentón duro y estricto; Elisa, su madre, callada e introvertida, y su hermana Betina, una muchacha que desea gozar de su juventud. La vida rutinaria de esa familia dueña del hospedaje se verá de pronto interrumpida con la llegada desde Buenos Aires de Julia, la hija de Ernesto, que tras ocho años de ausencia procura reclamar el amor paterno. Pero ambos esconden secretos trascendentes que no están dispuestos a develar y que entorpecen la relación de esos seres que se mueven en un micromundo en el que las miradas sutiles suplen a las palabras y la cotidianidad parece ser ya un sello que los marca a cada minuto. En busca del mutuo reconocimiento entre Ernesto y Julia, esa familia recorre una senda tan dramática como disparatada que concluirá con un final inesperado. El director Edgardo González Amer, autor de varios libros en los que cuenta historias de encuentros y desencuentros, sin duda su temática preferida, logró aquí un clima casi chejoviano en el que ese grupo familiar se involucra en una serie de situaciones que retratan con patetismo y algunos rasgos de humor la necesidad de estrechar vínculos que hagan de esos seres sin presente ni futuro una unidad que les cuesta asumir. Un elenco ideal El realizador necesitaba un elenco que se adaptase a los caracteres de esos personajes, y así halló en Norma Aleandro, en Oscar Ferrigno, en Valeria Lorca y en Malena Sánchez los actores ideales para convencer de que esa familia en crisis transitase por los más duros y espinosos caminos de sus problematizadas existencias. El film queda así como un sólido retrato de amores y desamores y como un espejo en el que cada uno de ellos vive la existencia a su manera. Por momentos algo monótona en su trama, la historia sin embargo logra conmover por el retrato de esa familia que, sin duda, debe rearmarse para seguir existiendo. Una impecable fotografía y una música de suaves ritmos son otros valiosos elementos de esta sensible comedia dramática que se instala, con un logrado clima, en unas pobres existencias dispuestas a dejar en claro secretos bien guardados y a convencerse de que la unión entre ellos será el único elemento que los volverá a instalar en la ansiada redención.
Hay secretos en los lazos de sangre La película escrita y dirigida por Edgardo González Amer, a partir de varios cuentos propios, está marcada por el encierro y los ocultamientos. Aleandro hace de madre de quien es su hijo en la vida real. Pero la que más se luce es la debutante Malena Sánchez. Parece fuera del tiempo esta película escrita y dirigida por Edgardo González Amer, a partir de varios cuentos propios. Tal vez porque toda familia encerrada sobre sí misma queda, por definición, fuera del tiempo. O quizá sea la película misma la que transmite la sensación de las cosas que, por excesivo encierro y poca aireación, se ponen rancias. Sobre encierros, familias y ocultamientos hablaba la película anterior de González Amer, El infinito sin estrellas, que se estrenó cuatro años atrás. Algo de atemporal había en aquella película que perfectamente podría haber transcurrido medio siglo atrás, sin cambiar demasiado. Pero allí la sensación de detención en el tiempo, el olor a cosa rancia, tenían que ver con el mundo reflejado, mientras que aquí parecen producto del modo en que se lo refleja. Que remite un poco a cierto teatro realista de los ’50 y ’60, otro poco a la “televisión de calidad” de los ’70 y algo más a un cine argentino a medio camino entre lo viejo y lo nuevo. Ernesto (Oscar Ferrigno) administra el hotel de la familia en una localidad balnearia (la película se filmó en las inmediaciones de Valeria del Mar), junto con su mamá Elisa (Norma Aleandro) y su hermana Betina (Valeria Lorca). Todo está como estacionado en ese hotel-vivienda. Como además no se trata de plena temporada, los pasajeros no abundan. Un señor mayor y dos chicas retozonas despiertan los comentarios más o menos chusmas de Elisa, la molestia de Ernesto (que luce, en verdad, algo así como un malestar instalado) y la mudez de Betina, que da toda la sensación de sufrir alguna clase de discapacidad mental. En medio de esa módica semisordidez, un día de pronto aparece Julia, hija de Ernesto, que no ve a su padre desde hace un rato largo (la debutante Malena Sánchez). Algo pasó en Buenos Aires que la hizo venir, algo le pasa a Ernesto que no se siente muy cómodo con su visita. Como sucedía en El infinito sin estrellas, el secreto, lo largamente ocultado, lo no dicho, son todo un nudo aquí. La diferencia es que mientras en aquella película todo eso funcionaba como un iceberg del cual asomaban puntas, aquí asoma más bien poco. Las revelaciones, cuando tienen lugar, pierden peso, porque previamente no se construyó algún misterio a su alrededor. En verdad, el propio mecanismo misterio-revelación es una fórmula dramática tan añeja como la del extraño (en este caso, extraña) que viene a subvertir el orden familiar. Tan teatral como el estilo –visible, enfático, gestual– con que Jorge Suárez compone un personaje lleno de clichés, el del amigo sibarita –chef, jazzero, fumador en pipa– de Ernesto. Fórmulas remanidas, actuaciones teatrales o debilidades de armado no lastraban la película anterior de González Amer, que tal vez no fuera modernísima pero estaba sabiamente y pacientemente construida. Se supone que un chiste o curiosidad tibiamente cholula lo constituiría el hecho de que Ferrigno es hijo de Aleandro y esposo de Lorca. Más que eso importan, desde ya, la frescura y modernidad aportadas por Malena Sánchez. Una chica que –como es común en su generación y escaso aquí a su alrededor– parecería llevar en sí el ADN de la actuación cinematográfica.
Papá se volvió choto Un hombre cuarentón, rechaza atender un llamado telefónico que seguramente proviene de un pasado con el que no quiere volver a conectarse. Él, que vive en alguna playa pequeña de la costa atlántica, en un hotel que maneja junto a su madre, no tendrá más remedio que enfrentarse a ese pasado cuando su hija adolescente se presente sin anunciarlo en la puerta del hotel, por el momento casi deshabitado. La película es la historia de un hombre que debe reconstruir su paternidad, y al hacerlo, inesperadamente pondrá en cuestión la relación con su madre y con su hermana, personaje extraño y sentencioso, que también vive con ellos. Ese padre y esa hija deberán re descubrirse y aceptarse mutuamente, pues la vida los ha vuelto a unir, muy a su pesar. Ernesto es un hombre de mal talante, que esconde su propio deseo a fuerza de frustraciones. La película se organiza alrededor de él y de su comportamiento. Los personajes giran en su rededor, tanto su hija, como unas jóvenes acompañantes de un señor mayor hospedado en el hotel o el piletero, que no logra detectar el origen de la falla constructiva. Con un guión trazado con lugares comunes, la película es absolutamente previsible y poco interesante. Todas las situaciones que podrían generar cierta inquietud en el espectador, no tienen efecto alguno en tanto son siempre anticipadas, los diálogos suenan con cierto falsete y las actuaciones son sumamente desparejas (aunque en general tienden a ser malas). A Oscar Ferrigno el papel le queda definitivamente grande. Familia para armar intenta alternar comedia con emociones, en ese registro elemental de novelón, contada sin interés alguno en profundizar en conceptos cinematográficos, más cercano a las estrategias narrativas de la televisión, con personajes estancos, con secuencias narrativas definidas y una puesta en escena convencional sin riesgo formal alguno. Nada nuevo, nada interesante, nada espantoso. Esa tal vez sea una buena forma de definir esta olvidable película de Edgardo González Amer.
¡Ay! Familias Con fallas de guión, y una puesta en escena bastante chata y convencional, el reparto se defiende con las armas que cada uno cuenta saliendo airosas la novel Malena Sánchez y Norma Aleandro. Hay familias tipo, numerosas, tradicionales, liberales, monoparentales, homoparentales, disfuncionales, modernas, anticuadas, nuevas. Hay muchos modelos de familia y la que bosqueja el director Edgardo González Amer en su Familia para armar es una abstractamente particular con claras intenciones de universalización o por lo menos de lograr empatía y emoción espectatorial. Ernesto (Ferrigno) es un casi cincuentón que escribió algunos libros de cuentos y ahora administra un hotelito en una ciudad balnearia de la costa bonaerense. En ese trabajo lo ayudan Elisa, su madre (Aleandro), y Betina (Lorca) una hermana con algún signo evidente de discapacidad mental. De repente y sin mucho aviso se le presenta su hija adolescente, Julia (Sánchez) a quien no ve desde hace tiempo. Esa estadía oculta razones, desarrolla relaciones complicadas y develará secretos entre los integrantes de este núcleo familiar. Incomodidades adultas y rebeldías juveniles chocarán sin medida mientras se cruzan en la historia para enredar más las situaciones unos huéspedes del hotel (un trío conformado por un hombre mayor y dos chicas en busca de diversión), un amigo del protagonista, un piletero y un joven con ganas de enamorarse. Así como la piscina del complejo pierde misteriosamente su contenido, la narración hace agua al plantear temas que o acumula o predica sin demasiado desarrollo generando agujeros negros que se tragan la verosimilitud y la atención, y que cuando se enuncian son previsibles (la relación filial, la razón del viaje) o son puro efecto (el motivo que ha ocasionado la conducta de Betina). Con esas fallas en el guión y una puesta en escena bastante chata y convencional, poco puede hacer el reparto que se defiende con las armas con las que cada uno cuenta interpretando personajes lineales. Y entonces sólo salen airosas la novel Malena Sánchez aportando frescura y potencia adolescente y Norma Aleandro que se divierte con su papel y nos facilita a los espectadores alguna sonrisa natural entre tanto artificio (mal) construido.
Uno tiene la sensación que se filmó una película y luego se terminó armando otra. “Familia para armar” es un intento fallido del cine argentino que prometía y termina haciendo agua por los cuatro costados. El segundo filme de Edgardo González Amer (“El infinito sin estrellas”, 2007) logra cansar al espectador. Es la típica realización que abre interrogantes y nunca empieza a desarrollarse nada. Norma Aleandro es la madre en la vida real y en la ficción de Oscar Ferrigno (h), éste último protagonista del filme que no sabe cargar sobre sus espaldas este protagónico. La historia (si es que hay una historia) transcurre en un hotel en Valeria del Mar, aparentemente fuera de temporada. La vida rutinaria de la familia se termina la noche en que Julia, la hija adolescente de Ernesto, llega desde Buenos Aires para reclamar amor paterno después de ocho años de distanciamiento. Ernesto y Julia esconden secretos trascendentes que no están dispuestos a develar y que entorpecen la relación. Los planteamientos de las situaciones familiares nunca se desarrollan, ni tampoco se explican muchas de las cosas que rodean a la historia de esta familia apática, abúlica, y por momentos inexpresiva para hacer aflorar los sentimientos. Norma Aleandro en un papel prácticamente secundario cumple con su rutina actoral, haciendo un calco de otros personajes o trabajos ya vistos. Valeria Lorca hace lo que puede, y a Oscar Ferrigno (h) le falta expresividad y convencimiento de lo que se está viviendo. Incluso hay ciertas situaciones que intentan ser una bocanada de aire fresco y terminan cayendo en lo bizarro y ridículo. Como muestras se puede observar cuando Ernesto está haciendo el amor y lo sorprenden en pleno acto sexual, otro tanto ocurre cuando un huésped algo mayor entra saltando y cantando con jovencitas que se supone fueron para hacer una partusa. En definitiva a esta familia hay que volver armarla y para eso hay que ser experto en rompecabezas. Rescatable el trabajo de los equipos técnicos que, empero, también sucumben en la desorientación general de la historia y su realización.
Rudo y cursi. El tipo está re caliente. Acaban de contarle que su hija adolescente estuvo tomando sol en topless, así que va a la playa a buscarla. Cuando la encuentra le encaja un sopapo y se va. En eso aparece el típico amigo regordete y bonachón para intentar calmarlo. “No puedo más con esta pendeja”, arguye él, a lo que el gordo (que además le está arreglando la pileta del jardín) responde: “Pero che, vos pensá en los litros de agua que hay en el mar, y vos haciéndote problema por una pileta, por boludeces. Aflojá, papá”. Nuestro héroe, víctima de un impulso irrefrenable, sale corriendo y se zambulle entre las olas, con ropa y todo. Nada unos metros, sale y vuelve a su casa, donde, todavía empapado, se prepara un té de espaldas a su madre. “Vos no sos el único con problemas”, le recuerda ella. Una vez en su habitación, encuentra a la nena durmiendo. Sobre la mesa de luz, un papelito con el dibujo de una carita sonriente rodeada de corazones. Conmovido en su espíritu paternal, él pone cara de bueno, se enternece y la tapa con una manta. He allí la esencia de Familia para armar. El padre y la hija en cuestión son Ernesto (Oscar Ferrigno), un malhumorado cuarentón que administra un hotel en Valeria del Mar junto a su madre (Norma Aleandro), y Julia (Malena Sánchez), una joven revoltosa que cae de repente sin decir nada acerca de su pasado inmediato. La relación entre ambos es agresiva y distante, producto de viejos rencores que, con el correr de la película, se irán solventando de la manera más obvia y aburrida posible. Más allá de una manifiesta precariedad formal, el gran obstáculo para el film de Edgardo González Amer es su guión, el cual se empecina en esconder secretos ya sabidos tanto por los personajes como por el espectador, sin mencionar esos diálogos que resultan involuntariamente desopilantes. Con su emotividad zonza y esquemática, Familia para armar se aproxima al peor Burman, al peor Campanella, y así configura un epítome de los vicios más frecuentes del cine argentino. En cuanto a las actuaciones, la debutante Malena Sánchez sale airosa frente a un enojoso Oscar Ferrigno, mientras que Norma Aleandro, madre del actor en la vida real, cumple con un papel que a esta altura de su carrera le sale de memoria. En cualquier caso, el contexto no los ayuda. Escenas como la descrita hay un montón. Hacia el final, la tartamuda y aparentemente retardada hermana del protagonista (Valeria Lorca), harta de que este la basuree, se planta y espeta: “T-t-t-te qui-qui-quiero in-in-s-s-ssultar. S-s-ssos un ca-ca-caprichoso hijo de p-p-puta”. Y Ernesto, que en el fondo es un tierno, le da la razón abrazándola con efusividad. Por suerte esta vez no dice nada, aunque ya es demasiado tarde. El bochorno está consumado.
Combinando con cierto equilibrio drama y comedia, el guionista y cineasta debutante Edgardo González Amer presenta una pieza personal, que logra destacarse dentro de otros films sobre temáticas familiares del cine argentino reciente. La particularidad de Familia para armar reside en una historia poco transitada, con varias líneas narrativas que atraviesan con ductilidad el film. El balneario de Valeria del Mar sirve de agradable marco para atravesar una trama con zonas más incómodas que simpáticas, donde en un hospedaje regenteado por un hombre joven, su madre y su hermana, surgirá en escena una hija adolescente, lanzada desde Buenos Aires tras una situación límite, y decidida a recuperar amor paterno tras largos años de distanciamiento. Un terreno plagado de lógicos obstáculos, en los que la terquedad de él –entre traumas y temores-, los devaneos adolescentes de ella y un secreto difícil de digerir dificultarán el reencuentro. Protagonizada por un auténtico núcleo familiar, compuesto por Norma Aleandro (madre), Oscar Ferrigno (hijo), Valeria Lorca (esposa y nuera), la película alcanza algunos momentos verosímiles y sentidos a través de estos intérpretes y otros secundarios, con diálogos aceptablemente formulados. Una familia que pudo haber dado más frutos, pero que resulta interesante de apreciar.
Relaciones disgregadas en clave menor Un hotel en Valeria del Mar, un padre casi cincuentón, la madre y su hermana y sólo tres alojados en el lugar, un tipo grande y dos chicas que andan revolcándose buena parte del día. Rutinas laborales, diálogos entre madre e hijo, la hermana que observa no se sabe qué, un teléfono que suena y una visita imprevista que viene a romper la monotonía. Quien llega es la hija de Ernesto (Ferrigno) luego de ocho años de desunión familiar, motivo por el cual ese pequeño hotel modificará su aburrimiento: la adolescente pregunta y da lecciones de vida, la abuela (Aleandro) dice un par de ironías y reta a su hijo, en tanto, el padre de familia “disfuncional” da consejos a la nena que le da poca bola. Mientras tanto, la hermana mira y sonríe. Ah, y los tres alojados en el hotelito continúan –en off, claro, porque se trata de una película familiar– con sus maratones de sexo. Aunque, no faltará mucho tiempo para que una de las chicas necesite consuelo en otro lugar. Es que esta familia tiene cuentas pendientes del pasado, secretos a revelar, alguna mentirita que no puede sostenerse más. Y que, cerca del final, cara a cara, padre e hija confesarán aquello que se preveía desde el minuto diez, quince como máximo. Familia para armar es el imperio del plano-contraplano, de la ineficacia por construir un espacio cinematográfico (la película podría suceder alrededor de una pileta de natación o con los personajes encerrados en una habitación), el típico exponente de guión calibrado con frasecitas simpáticas (de la adolescente), chispeantes (de la abuela) y reflexivas (del padre). La hermana, por su parte, dice algo de vez en cuando. Es que Familia para armar es un retorno al pasado, no sólo por la película en sí misma, sino por una manera de hacer y pensar al cine que se parece al de 20 o 30 años atrás. Un film radial de look retro y bastante apolillado. <
Familia para armar cuenta la historia del emotivo reencuentro entre un padre y su hija adolescente luego de una separación larga y traumática. Ernesto es un hombre ofuscado y distante, y Julia una hija empecinada en ser amada y recomponer esta relación. La segunda película de Edgardo González Amer se centra en una familia desarticulada que vive de la atención de un hotel en Valeria del Mar. Ernesto, un hombre de mediana edad al que se lo ve enojado en todo momento, parece no tener una buena relación con su madre ni con su hermana, por lo que cuando su hija Julia, a quien no ve desde hace ocho años, toque a su puerta forzando un reencuentro, los problemas se harán mayores para quien olvidó cómo ser padre. El director buscará entonces desarrollar un enfoque humorístico de la historia, quedándose en el intento a causa de los numerosos fallidos que tiene en su realización. Madre e hijo tanto dentro como fuera de la pantalla, Norma Aleando y Oscar Ferrigno se encuentran en niveles completamente diferentes a la hora de la actuación. A ella, una actriz consagrada que garantiza la efectividad de su papel, se le tira un ladrillo y es capaz de devolver la pared, mientras que él no es capaz de lo mismo con su protagónico, al que lleva adelante sin soltura ni gracia. Enojado, fastidioso, molesto, repetirá hasta el hartazgo frases como “¿Qué querés?” o “No me rompas las pelotas”, logrando por momentos ser una verdadera molestia para el espectador. Al igual que sucede con la debutante Malena Sánchez, las dificultades en el momento de la interpretación se ven resaltadas a causa de la cantidad excesiva de diálogo con más pretensiones que méritos. La idea parecería ser la de dotar a estas líneas de ingenio, algo que se hace insertando algunos chistes sin humor y pasando por alto preguntas para responderlas más adelante, revelando monotonía y falta de fluidez, algo que se acentúa con la ausencia de música o ritmo. Del tronco de la historia, la relación padre-hija, se van a desprender una serie de ramas planteando conflictos paralelos que quedan truncos porque no se les da una resolución. De Betina, la hermana con alguna discapacidad mental de Ernesto muy bien interpretada por Valeria Lorca, se dirá al pasar y sin ninguna justificación que su hijo falleció tiempo atrás. Este chico al que no se hace referencia en ningún momento anterior y al que tampoco se referirán después, parece haber nacido y muerto en lo que a Ferrigno le toma decir esa frase. El romance entre Julia y el chico de la ferretería es otra línea que quedará inconclusa, así como el acercamiento entre Aleandro y el huésped del hotel, revelando que a la hora de la verdad lo único que importaba era el conflicto central y lo demás eran meros accesorios. A todo esto se suma la imposibilidad de generar el pretendido misterio de la aparición de Julia en la puerta del hotel. No hay dudas de la razón por la que la chica está ahí, nadie puede tenerlas excepto Ernesto, a quien saber la verdad le llevará 40 largos minutos de preguntas y llamados sin respuestas. Paradójicamente, a diferencia de lo que ocurrió con su destacada ópera prima El infinito sin estrellas, que no tuvo su justo reconocimiento, al contar con un nombre como el de Norma Aleandro en el elenco y una mayor distribución, este fallido trabajo llegará a un mayor número de personas. Serán varios entonces los que verán cómo Edgardo González Amer se concentró en armar a una familia, olvidándose de cómo construir una película.
Ernesto tiene 48 años y vive con su madre (Elisa) y su hermana (Betina) en un hotel en Valeria del Mar. La vida rutinaria de la familia se termina la noche en que Julia, la hija adolescente de Ernesto, llega desde Buenos Aires para reclamar amor paterno después de ocho años de distanciamiento. Ernesto y Julia esconden secretos trascendentes que no están dispuestos a develar y que entorpecen la relación; la abuela y la tía interceden pero el vínculo padre - hija es tan poderoso que el conflicto sólo podrá dirimirse entre ellos. En la búsqueda por el mutuo reconocimiento las situaciones familiares, tan dramáticas como desopilantes, se suceden hasta arribar a un final tan inesperado como emotivo. Hasta aquí, la breve síntesis argumental. Puede deducirse que no habrá mayores sorpresas, toda vez que se trata, más allá de las variaciones, de temas cotidianos, familiares y de vínculos interpersonales conocidos y reproducidos en las variantes artísticas más diversas a lo largo del tiempo. El gran mérito de Edgardo González Amer, autor del guión y director, es haber logrado que las emociones se filtren a través de las imágenes en un adecuado manejo de la narración y utilizando elementos cinematográficos simples y bien combinados. La presencia de Norma Aleandro (Elisa) es un plus adicional. Hay actores/actrices que participan de un film y aunque no constituyan sus personajes el eje de la historia, se transforman a partir de sus actuaciones en elementos que aportan una cohesión evidente en la estructura y en el desarrollo de la narración. Ya había tenido la misma sensación con Aleandro cuando ví Anita (Marcos Carnevale, 2009) y con Mirta Busnelli y Bettiana Blum en Road July (Gaspar Gómez, 2010). En todos los casos sus participaciones, si bien los personajes no son el centro de lo que se cuenta y a veces su presencia en imágenes ocupa un tiempo escaso en relación al total del film, resultan fundamentales. Oscar Ferrigno (Ernesto) no tiene dificultades para desempeñarse en su rol de hijo de Elisa toda vez que en este caso la ficción coincide con la realidad y su mayor desafío, del que sale airoso, es ponerle el cuerpo a ese padre que debe enfrentar la situación de rearmar el vínculo con su hija adolescente luego de ocho años de ausencia. Malena Sánchez le da corporalidad en la pantalla a este personaje (Julia) otorgándole una expresividad muy atrayente. Proveniente de los talleres del talentoso Julio Chavez, esta actriz debuta en el cine con este film y con un futuro actoral que se vislumbra muy auspicioso. El rol de Betina está a cargo de Valeria Lorca quien ya trabajó con González Amer en su anterior y primer film El infinito sin estrellas (2007). Su eficaz composición aporta, a las dificultades de comunicacion que presenta el personaje, una gestualidad conmovedora y eficazmente captada por la cámara. Se destaca Jorge Suárez (Luis, amigo de Ernesto) en un trabajo actoral con la calidad que es habitual en él. Completan el elenco Paula Kohan (Gisela), Ximena Rijel (Nina), Darío Levy (Pedro), Ernesto Imas (Aguirre), Julián Infantino (Andrés) y Edgardo González Amer (Vecino). El ritmo (con la aclaración que la percepción del tiempo es totalmente subjetiva) por momentos pausado que le otorga el director a la narración, se corresponde con la historia toda vez que la mayor parte del film se sitúa en un hotel ubicado en las playas de la costa argentina fuera de la temporada estival y resulta coherente con la construcción de un vínculo padre-hija que solo se construye pausadamente, momento a momento, con sus tiempos de maduración y desarrollo afectivo. Un film para apreciar sin apuro con toques de comedia en donde las imágenes de lo cotidiano, con sus conflictos y emociones, permiten al espectador alternarse en identificaciones con personajes o situaciones, reflexionar, entretenerse y pasar un buen momento.