Vidas paralelas. En un magma en que se funden el documental y la ficción, el realizador Gianfranco Rosi narra de forma maravillosa la vida de distintos personajes de la isla de Lampedusa, en el sur de Italia, marcada por la inmigración africana y la alta mortandad de los migrantes en el mar. En medio de la crisis de la inmigración que ha sumido a Europa en un debate sobre una situación que lo sobrepasa, Fuocoammare sitúa su punto de vista en un niño de doce años de una familia de pescadores y en el drama de los inmigrantes en sí. A través de la mirada de Samuele, Rosi reconstruye la vida de un habitante de la isla, lo que le permite analizar los cambios ocurridos en el lugar durante los últimos años a partir de la agudización de la cuestión migrante, mientras que en el mar se desarrolla la tragedia humanitaria de la que ningún gobierno se quiere hacer cargo. Como si fueran dos registros contrapuestos e imposibles, ambos se desarrollan paralelamente como dos mundos que habitan en dimensiones yuxtapuestas a punto de colapsar por el peso de la tragedia que surca el Mediterráneo. En el mar, las precarias embarcaciones que transportan migrantes de todos los rincones de África intentan desesperadamente llegar al extremo meridional siciliano para escapar de la hambruna, la violencia y la inestabilidad hacia la promesa de una vida mejor. Si es que llegan, la odisea no termina sino que comienza e incluso corren el riesgo de ser deportados nuevamente o morir debido a alguna enfermedad contraída durante la travesía. Con cámara en mano y filmando prácticamente solo, Rosi encuentra en los juegos del niño las significaciones que expresan las condiciones de los habitantes, ya sea tanto en la ingenuidad y la inocencia o en la madurez y la comprensión. Fuocoammare, o “fuego en el mar”, una expresión de los pescadores locales, entrelaza las vidas y las labores de los pescadores, las amas de casa y un disk jockey de una radio, entre otros, para dar cuenta de una cotidianeidad en la que la vida y la muerte se tocan todos los días en una de las rutas migrantes más peligrosas del mundo. Allí donde la vida parece no valer nada y los cuerpos se convierten en un problema, es donde Rosi encuentra su historia. La trama de la ganadora del Oso de Oro en la Berlinale de este año es simplemente la vida y su importancia en medio de las políticas y la locura que sumen al mundo en guerras permanentes por los recursos y las inversiones en el corrupto capitalismo global. Con un claro componente ideológico y político deudor de las ideas y las técnicas del cine directo, el realizador italiano entrega una obra en la que la realidad es demasiado real y se asemeja a la ficción debido a su propio impedimento para representar esa instancia entre la vida y la muerte, ese intersticio legal infranqueable en que los habitantes de la isla de Lampedusa se encuentran.
La travesía de los refugiados y la vida de los isleños se cruzan en silencio en este imponente documental. A pesar de que una gran parte de la gente del mundo es capaz de vivir tranquila en ciudades cosmopolitas y, por ejemplo, consumir cine, hay personas en otros lugares que no tienen una vida tan fácil. Parece algo muy lejano, pero aún hoy hay guerras civiles que destruyen las casas, las familias y las vidas de quienes tuvieron la mala suerte de quedar en el medio. Son muchísimos hombres, mujeres y niños que, en su afán por escapar de esta desgracia se convirtieron de un día para el otro en una de las grandes crisis globales de la actualidad. Mucha de la visibilidad que obtuvieron se debe a las historias de refugiados que plagan las redes sociales o las noticias, pero el texto que las rodea siempre contamina la idea. A veces sólo las imágenes alcanzan para entender su experiencia. En el medio del Mediterráneo hay una isla llamada Lampedusa. Durante la crisis migratoria en Europa del año 2015 fue lugar de paso de muchos botes con inmigrantes asiáticos y africanos que huían de sus países natales por distintas razones (la más común es la guerra). Los procedimientos de rescate de estos inmigrantes se llevan a cabo al mismo tiempo que los habitantes de Lampedusa viven su vida diaria como gente normal. El contacto entre ellos es casi nulo y el silencio unirá un cabo con el otro, dejando al espectador entre lo familiar y lo desconocido. En febrero de este año se llevó a cabo la edición número 66 del Festival Internacional de Cine de Berlín, en la que se premió a Fuocoammare con el galardón mayor, el Oso de Oro. Su director, Gianfranco Rosi, nació en Eritrea y a los 13 años se vio obligado a huir sin su familia a Italia durante la Guerra Eritrea de Independencia: si alguien sabe cómo tratar un relato de refugiados, es él. Con sus documentales Below Sea Level (2008) y Sacro GRA (2013) fue premiado en el Festival Internacional de Cine de Venecia de sus respectivos años. A pesar de que la mayoría de los documentales son encauzados de antemano, sea por preguntas de entrevistadores, presentadores o del guión que un relator imprime sobre las imágenes, puede encontrarse narración en cualquier cosa, en todos lados, en la realidad. Acostumbrados a la historia fácil, en la que todos los datos son anunciados sin rodeos y hasta ilustrados con gráficos, será un bello paso para el documental mainstream el que Fuocoammare da. No deja de ser documental por tener menos datos, ni por ser silencioso, ni por dejarle al espectador la tarea de pensar lo que quiera: todo lo que hace Rosi es mostrar lo que está pasando, algo que cada uno interpretará a su manera.
Barcos de la muerte Fuocoammare (Fuego en el Mar - 2016), dirigida por Gianfranco Rosi y ganadora del Oso de Oro en la última edición del Berlinale, es un film documental muy difícil en su propuesta estética y argumental pues está centrado en la problemática actual de los refugiados que diariamente desembarcan en Europa. Con un estilo personal y alejado de las imágenes televisivas ya conocidas, propone un retrato coral con la potencia de unas imágenes que parecen de una película de ficción pero al mismo tiempo llenas de un realismo apocalíptico. En la bahía de la isla Lampeadusa muy cerca de Sicilia en Italia, desembarcan todo el tiempo barcos llenos de inmigrantes ilegales. En su mayoría son africanos o del Medio Oriente que llegan escapando de la miseria de sus países, pero también de una demencial violencia, del crecimiento de ISIS y el terrorismo de estado. Constantemente barcos vigilantes con enmascarados policías y/o médicos de salud, buscan los barcos de inmigrantes en medio del mar con la misión de revisar a la gente que entra a la isla. Paralelamente se desarrollan las historias de distintos personajes como una pareja de ancianos, un buceador, un médico, un pediatra, el conductor de un programa musical en la radio, pero por sobre todo la de Samuel de 12 años, un niño solitario que vive con su familia pero hace su propia vida, juega a cazar en las laderas de las rocas cerca del mar y va creciendo mientras le enseñan a ser un pescador como sus ancestros. Apoyado en un registro descriptivo, dejando que las imágenes se cuenten por su propia fuerza -no se puede negar que eso le permite generar el efecto de estar más allá de un realismo propio del formato documental-, Fuocuanomare ingresa en terrenos de la ficción, e incluso con el efecto de la ciencia ficción. Trata la realidad misma hasta volverla un elemento extraño, y eso es lo mejor que tiene la película. Las embarcaciones y helicópteros a contraluz buscando cuerpos en la noche, las antenas que intentan captar alguna señal viva, o las pantallas de los barcos deambulando en el mar que parecen ser monitoreados por fantasmas mientras los hombres enmascarados revisan a los refugiados; producen un relato de fin de mundo, futurista y producto de un hecho sobrenatural, como si hubiera ocurrido una Tercera Guerra Mundial y solo quedara una pequeña isla rocosa y seca donde viven poquísimos niños que hablan italiano e inglés mientras siguen llegando los sobrevivientes de un mundo que se está destruyendo, que no podemos ver, pero cargado de imágenes oníricas, llenas de suspenso, con marcas inquietantes a pesar de que -más tarde se percibe esto- no son más que imágenes “tranquilas”. Una gran propuesta que se refuerza con el relato coral. Intenta hablar de un todo usando varias voces (aquí es donde el film se vuelve peculiar al dar esa idea constante de que estamos frente a una película de ficción), pero no por la inminente e imperfecta realidad que se filtra al grabar a la gente en su vida cotidiana, sino por la naturalidad de los refugiados de saberse filmados y no poder ocultar lo que están sufriendo. Su visualización es muy importante porque, al final de todo, uno se da cuenta que esto sucede todos los días y no es sólo el producto de la imaginación de un escritor. Desde luego no resulta fácil ya que, además de una estética compleja, es un interesante y fuertísimo relato que decide unir las angustias de un niño inocente con el dolor de gente que se arriesga por buscar un mundo mejor, y esa decisión extrema y dramática lo es aún más cuando la muerte aparece contundente e interminable.
El niño y el mar El director de Sacro GRA ganó el Oso de Oro de la última Berlinale por este documental sobre niños y refugiados en la isla de Lampedusa. No hay duda de que el tema de los refugiados que llegan a Europa fue fundamental no sólo a la hora de programar este film sino para darle el Oso de Oro. No se trata de una mala película ni mucho menos, pero tampoco está a la altura de los grandes documentales que vienen haciéndose en los últimos tiempos, mucho menos de los clásicos. Tengo la impresión de que, como sucedió con Dheepan, de Jacques Audiard, ganadora de la Palma de Oro de Cannes 2015, es la corrección política la que los pone en punta en este tipo de competiciones. Y la que los mantiene ahí cuando el jurado no se pone de acuerdo con ninguna otra cosa. Fuocoammare cuenta dos historias en paralelo, ambas en la isla de Lampedusa, cerca de Sicilia. La que lleva adelante el relato es la de Samuele, un chico que vive allí y a quien se muestra en su vida cotidiana: en familia, yendo al médico, jugando con su amigo, comiendo. Samuele a veces ve a Pietro, el único médico de Lampedusa, por un problema que tiene en un ojo. Y él médico sí lidia directamente con los refugiados que llegan en terribles condiciones (si es que llegan) hasta Italia. Es él quien debe recibirlos y revisarlos. Los que llegan lo hacen en estado, por lo general, calamitoso. Y muchos, la mayoría acaso, no llegan. Mueren hacinados en las barcazas en las que se juntan cientos y hasta miles de personas que emigran de distintos países de Africa. Rosi trabaja individualmente –no tiene ni equipo técnico– y lo que filma muchas veces tiene esa calidad medio casera que puede no ser técnicamente impecable pero que le permite acercarse a la intimidad de los personajes. La estrategia narrativa del film va por dos lados. Por uno, ir metiéndose cada vez más en la vida de este chico cuya vida en apariencia despreocupada de todos modos refleja algunas inquietudes respecto a lo que está pasando. Y, por otro, acercándose cada vez más a lo que sucede con los refugiados, a quienes primero vemos de lejos y oímos por llamados de radio pero luego nos vamos acercando en detalle a sus terribles situaciones y a algunas historias. La película no termina por unir del todo ambos registros. Y si bien es entendible la necesidad de Rosi de buscar un eje dramático personal para enganchar con la “gran historia” de los refugiados, es difícil entender del todo la conexión. De todos modos, la simpatía y la personalidad intensa de Samuele le dan al film una energía (y hasta momentos humorísticos) inusual en este tipo de relatos. Cuando la película decide enfrentar directamente su tema lo hace con la fuerza que le dan las imágenes y testimonios como los del médico, acaso el que conoce más de cerca la tragedia humana de miles y miles de personas que intentan llegar de Africa a Europa. Las implicancias del desastre humanitario en Samuele no son del todo claras, en principio, aunque de a poco va revelando una serie de síntomas y actitudes que bien podrían vincularse a la situación que lo rodea. Algo parecido parece pasarle a sus familiares y otra gente que vive en la ciudad, quienes parecen ya desensibilizados por el desastre que los rodea, aunque es innegable que los perturba y perturbará por siempre. En lo que respecta a las historias de los inmigrantes, lo que Rosi hace promediando el relato es registrar los procedimientos por los que deben pasar los sobrevivientes –limpieza, estudios clínicos, hacinamiento– sin contar la cantidad de muertes que pasan de ser números a cuerpos en primer plano con el correr de los minutos. Por momentos Rosi construye unas metáforas visuales un tanto obvias (los niños destruyendo plantas con sus hondas o disparando al aire con los dedos, los programas radiales que parecen interesados en cualquier cosa menos en los botes de refugiados), pero en otras es más certero, como cuando el médico analiza a una mujer embarazada o cuando los refugiados cantan/rapean una canción contando su historia, una escena un tanto recargada y casi teatral pero indudablemente efectiva. La unión de estas dos historias no termina de ser convincente, pero con ella Rosi al menos evita el acercamiento periodístico clásico a una situación como la que se ve en Fuocoammare. Su película no se integrará a los grandes documentales italianos recientes (de los cuales toma algunas características y personajes “de pueblo chico”), pero tampoco es una película que no merezca ser atendida. Da la impresión de que la verdadera historia empieza cuando esta película termina y los refugiados que sobreviven han ingresado y hoy deben convivir con Samuele. Y con todos los demás también…
La inhumanidad al palo Bajo un estilo observacional, el opus de Gianfranco Rosi (Sacro GRA, 2013) Fuocoammare (2016) plantea un acercamiento al conflicto migratorio con el eje puesto en los refugiados que llegan a la isla de Lampedusa al sur de Sicilia, como muestra fiel de una realidad cada vez más cruel, que tiene como principal escenario a la Europa indiferente frente a las miserias del tercer mundo y principalmente a las víctimas del terrorismo internacional y el capitalismo salvaje. De un lado y otro del mar Mediterráneo, el relato se deja atrapar por una desesperada comunicación entre las autoridades italianas, quienes han detectado en pleno mar un bote repleto de refugiados, provenientes de distintos países africanos. Alcanza con escuchar la desesperación, en un inglés apurado, cuando preguntan desde Italia cuántos son y sólo se escucha “nos estamos hundiendo”. La distancia entre esas personas anónimas y quien recibe la información por radio es directamente proporcional a la del espectador con la realidad más palpable, la cual no necesita de ninguna bajada de línea política para introducir un conflicto en el que se demuestra que como humanidad estamos fracasando.
La isla de los deshauciados del mundo. Apelando a las prescindentes herramientas del documental de observación, el director de Sacro GRA confronta la realidad de los migrantes de Africa que ingresan a Europa a través de la isla siciliana de Lampedusa y la vida cotidiana de los habitantes de ese enclave. El Oso de Oro ganado por Fuocoammare en el Festival de Berlín, a comienzos de este año, le permitió al realizador Gianfanco Rosi –nacido en 1964 en Eritrea de padres italianos, trasladado a Roma a los 13 y con estudios de cine en Nueva York, hasta que se radicó definitivamente en Italia– igualar al austríaco Michael Haneke en una marca que sólo éste había alcanzado en el siglo XXI: alzarse con los premios mayores de dos festivales de cine top, para el caso los de Venecia y Berlín. De Venecia, Rosi se había llevado el León de Oro en 2013 por su documental previo, Sacro GRA, que cuenta también con su propio record, el de ser el primer documental que gana la competencia principal de ese festival. En Argentina, Rosi era conocido por un pequeño grupo de cinéfilos duros gracias a un tercer documental, Sicario’s Room (2010), que presentó en su momento el DocBuenosAires y consistía en el espeluznante y sereno relato a cámara del sicario de un cartel mexicano, que desde la habitación de un motel rutero contaba con lujo de detalles su carrera criminal. En Fuocoammare Rosi confronta, apelando a las prescindentes herramientas del documental de observación, la realidad de los migrantes pobres de África y Medio Oriente que ingresan a Europa a través de la isla siciliana de Lampedusa, y la vida cotidiana de los habitantes de ese enclave. El de Fuocoammare es un relato escindido, en el que por decisión del realizador y a diferencia de lo que sucede en la realidad, ambas instancias no se rozan ni interactúan. Salvo por unas pocas figuras especializadas, representantes de los servicios de seguridad, salud y asistencia pública. Además de la escisión, Fuocoammare se presenta signada por el desbalance. Un largo cartel inicial da cifras que confirman el carácter problemático del tema de la migración: 400.000 arribados a Europa en los últimos 20 años; 15 mil de ellos embarcaron y no llegaron. Las preguntas surgen solas: de dónde vienen y en qué condiciones llegan, cómo fue el viaje desde sus países, de qué manera sobrellevan los sobrevivientes las muertes ocurridas en el trayecto, cómo es la convivencia con los lugareños en caso de que la haya, qué hace el Estado italiano con toda esa gente, dónde la aloja y por cuánto tiempo, cuál pasa a ser su estatus civil y laboral. Poco preocupado por el testimonio clásico (pero por qué meterse entonces con un tema que lo pide a gritos), recién en los últimos minutos de película Rosi –que no tiene relación de parentesco con el famoso Francesco Rosi (1922-2015)– se acerca un poco más a esta pobre gente que llega exhausta, enferma o muerta a un país que no conoce y en el que no sabe si la van a aceptar, respondiendo sólo de manera tangencial, somera y casual las menos de esas preguntas. El metraje no es precisamente breve (114 minutos) y, sin embargo, al concentrarse en la vida de los isleños –la línea del relato preponderante, habría que ver si la más interesante– el enfoque de Rosi privilegia lo pequeño, lo nimio y pasajero. El que podría considerarse protagonista de la película es Samuele, chico típicamente avispado, como salido de una película neorrealista, hijo de un pescador. Samuele suele andar solo o con amigos. ¿Por qué va solo al médico y no lo acompaña la mamá? ¿O es la abuela esa señora que vive con él y llama a la radio local para pedir canzonettas, que dedica al marido y al sobrino? ¿Por qué, si Samuele va a la escuela, Rosi lo muestra en clase en un único plano? Con un pausado, paesano tempo interno de cada plano como gran mérito estético y narrativo, Fuocoammare presenta dos grandes momentos. Uno de ellos viene, en verdad, por duplicado, y Rosi tiene la habilidad de fotografiarlo de noche y con brillos en el cielo, lo cual multiplica su aura fantasmagórica. Se trata de la estación de rescate, dentro de la cual se encuentra el helicóptero que acude a los pedidos de auxilio de las barcazas que traen a los inmigrantes. En ese contexto primario, esa estación parece una nave alienígena, bañada en tonos flúo y emitiendo voces metálicas. El otro momento es dramáticamente impresionante. Una balsa ha llegado y los muertos ascienden a medio centenar. Los equipos de rescate se ajetrean con los cuerpos, en la cubierta de una nave de prefectura. De pronto, corte a un plano general que deja ver, sobre cubierta, varias bolsas con cierre y tres agentes de seguridad, parados rígida y solemnemente. Lo que hace a la escena sobrecogedora es el silencio absoluto, que en cine goza siempre de una elocuencia superior. Puede ser que esos momentos no justifiquen por sí solos el Oso, pero tienen una potencia visual y dramática infrecuente. Incluso para la propia película que los contiene.
Fuocoammare es un poderoso documento de la crisis de los refugiados Quince mil es apenas el número oficial con que suele calcularse el número de seres humanos que han encontrado su tumba en el Mediterráneo, producto de los innumerables naufragios en los que suele concluir la constante migración de pueblos de África y también de Medio Oriente, que huyen de las guerras, del hambre y de tantas otras catástrofes que han venido sucediéndose en los últimos años. Gianfranco Rosi, el cineasta italiano nacido en Eritrea, formado en Nueva York y premiado en Venecia y Berlín, entre otros festivales, se instaló dos años atrás con su cámara en la isla de Lampedusa, cuando aún no se habían "inaugurado" otros trayectos alternativos y el mar era la vía casi inevitable y engañosamente más accesible para quienes desafiaban todos los riesgos en el empeño por aproximarse a Europa con la esperanza de hallar un lugar donde vivir mejor. El problema de los inmigrantes, si es que así puede llamárselo, llevaba en la isla entre Malta y Túnez muchos años. "Somos pescadores y como tales aceptamos todo lo que el mar nos trae", explican los isleños. Pero Rosi, que no duda en calificar esta tragedia como la más grande que ha debido enfrentar Europa desde la Shoah, no se limita a la tragedia de los migrantes, en la descripción de cuya dureza no elude imágenes fuertes (¿cómo lograrlo ante esta realidad?), pero sí elude cualquier sensacionalismo y descarta apelaciones sentimentales. El asunto es político y son los políticos -y no el cine- quienes deberían abordarlo en busca de una solución a semejante crisis humanitaria. La unidad del film, en todo caso, proviene de lo que transmite: si se lo observa en detalle se percibe que ante todo es un film sobre sensaciones, sobre emociones, sobre encuentros, sobre gente y sus historias. Y en lo posible, claro, un urgente llamado de alerta. En Fuocoammare es la sencilla y callada vida de los habitantes de Lampedusa, con sus tradiciones y sus hábitos de siempre, la que ofrece naturalmente su contraste con la terrible situación de los que lograron sobrevivir a las penurias del aventurado viaje. Y entre los isleños, en especial, la figura de Samuele, un muchacho de 12 años y su familia, con su padre pescador que le enseña el oficio, sus obligaciones escolares, los juegos con la honda que comparte con un amigo y hasta las pequeñas molestias que le acarrea su "ojo perezoso". En el film, los caminos de los residentes y los que buscaron refugio jamás se cruzan. Es más: Samuele parece ignorar a los migrantes, si bien el film no deja de apuntar sutilmente algunos cambios que han experimentado los isleños desde que la crisis de los migrantes alcanzó en los últimos meses su nivel más dramático. Mientras, Rosi y su admirable editor observan Lampedusa y yuxtaponen muy diversas pinceladas que conforman un reflexivo retrato de la isla y de una tragedia ante la que muchos muestran similar indiferencia: repetidos y angustiosos rescates en las sobrecargadas embarcaciones, recuperación de cuerpos ya sin vida, de emigrantes que han huido de Siria, Nigeria, Eritrea y otros países de África y Medio Oriente, pero también algunas escenas con el DJ de la radio local ("Fuocoammare" es, precisamente, una vieja canción siciliana que alguien pide para dedicarla a su esposo), la charla con el viejo médico que se confiesa superado por la reiterada y durísima tarea de examinar cadáveres, las rutinas de Samuele y los suyos entre casa, algún diálogo infructuoso entre alguien que espera ser rescatado de un lugar que no sabe precisar o el relato no menos horroroso de un accidentadísimo trayecto desde el norte de África. El film no oculta el espíritu solidario que se hace visible en Lampedusa, pero habla también -siempre sin subrayados innecesarios- de cierta indiferencia perceptible en torno de esta tragedia de nuestros días. Y he ahí seguramente su más dolorosa evidencia.
Lampedusa, destino de la desesperación El film de Gianfranco Rosi ofrece un buen retrato de la vida diaria en el pueblo al que el papa Francisco eligió como primera visita en su pontificado. Muchos inmigrantes que llegan a la costa europea están empapados por el combustible con que alimentaron sus botes en medio del bamboleo de las olas. El agua de mar hace el resto, provocando quemaduras. Desde la playa, el drama no se advierte. Menos, en el pueblo de Lampedusa, donde la gente hace su vida cotidiana. Los infelices que llegan van derecho desde el muelle al Centro de Acogida. Los encargados son los únicos que pueden verlos. "Fuocoammare" nos muestra dos mundos. Uno, el de un pibe como cualquier otro, que se lo pasa cazando pajaritos con la gomera o practicando puntería sobre las tunas. Su único problema es la ambliopía, lo que se llama "un ojo perezoso". Del resto, vive con la nona, que cocina bárbaro, charla con un tío que trabaja en alta mar, se embarca un poquito por la costa. El otro mundo, al que accedemos poco a poco, es ese que sólo conocen los rescatistas: el que recibe un llamado de auxilio en la noche, el que arrastra a los deshidratados en primer término, los que palpan a cada recién llegado, les toman los datos, etcétera. Entre ambos mundos está el médico del pueblo. El es el único que cuenta, casi a cámara, lo que le toca ver en cada rescate. Lo hace una sola vez. Suficiente con eso. También atendemos un gospel rap donde unos nigerianos describen su viaje, y un compensatorio "olé, olé, olé con que, ya medio recuperados, sobrevivientes de diversos pueblos celebran un partido de fútbol. Los planos más fuertes quedan para el final. Y la metáfora. Ya iniciado el tratamiento para su ojo perezoso, el chico se acerca despacio hasta los pajaritos. Por primera vez sin la honda, los mira bien de cerca, los oye, casi puede tocarlos. Autor, Gianfranco Rosi, practicante de un documentalismo minimalista, de información mínima. Apenas coloca una información al comienzo, con cifras fuertes: distancia de Lampedusa a la costa africana, cantidad de inmigrantes que cruzaron en los últimos años, cantidad de muertos. No explica, quizá porque supone que todos lo saben, que los rescatistas pertenecen a la Marina de Guerra de Italia, adscriptos al operativo Mare Nostrum. Lo demás, lo tiene que ver y sentir el público por sí mismo. Con su ojo sano, si es posible.
Los refugiados que llegan y siguen llegando a Europa es el tema de este premiado documental que cuenta dos historias con la isla de Lampedusa como contexto. Allí vive Samuele, que es un niño, y Pietro, el médico que atiende a los refugiados que llegan, si vivos, en terribles condiciones. Una realidad terrible mostrada de cerca que conmueve profundamente.
La infancia de Samuele El drama humanitario de los refugiados en Lampedusa, tragedia y la vida cotidiana de un pueblo. No importa el siglo, el destino de la isla de Lampedusa esquiva la vida pacífica de pueblo chico que podría sugerir su extensión, o sus costas azules del Mediterráneo. Sus veinte kilómetros cuadrados, su geografía africana y su pasaporte italiano la convirtieron en los últimos años en horizonte de salvación para miles de migrantes africanos, que juegan sus vidas para huir de países en guerra, intento ciego por llegar a Europa. Fuocoammare (Fuego en el mar), el documental de Gianfranco Rosi, Oso de Oro en Berlín, transmite con austeridad conmovedora ese drama sin freno. Irremediable como el destino mismo de Lampedusa es el de Rosi, cuya ruta personal lo convierte en un actor vital de la historia que cuenta. Eritreo, debió abandonar a sus padres y su país africano en medio de la guerra, a los 13 años. Refugiado en Roma vivió luego en Estambul y se volvió cineasta en Nueva York. Con Boatman siguió en un plano único el trayecto de un canoero hablando a cámara mientras remaba el Ganges y en Sacro Gra recorrió el complejo anillo de autopistas que rodea a la ciudad de Roma. Su mirada de autor se potencia en Fuocoammare. Quizá por eso haya elegido la inocencia de Samuele, el niño que juega con sus gomeras, su familia de pescadores, su vida cotidiana entre radares y llamados desesperados que el no escucha, para contar esta historia. Así segmenta su película, un mismo lugar, epicentro de la tragedia, del gran drama humanitario y la vida cotidiana de sus pobladores. El contrapunto de la infancia con esos otros que llegan exhaustos, moribundos, rodeados de cadáveres. Vida y muerte. Y rescatistas hastiados, como si no fuesen hombres, mujeres y niños, sino una marea endemoniada la que trae el mar. Y la radio del lugar, y Pietro Bartolo, ese médico hermoso a quien sus colegas le dicen que ya debería acostumbrarse a los cadáveres. ¿Cómo acostumbrarte a ver niños muertos?, pregunta y responde este hombre que también es médico de Samuele. Así es la vida en Lampedusa, silencio que aturde en ese campo de batalla sin bombas ni fuego en el mar.
Llega de la mano del director italiano, director de fotografía, productor y guionista Rosi (52).Su película “Sacro GRA” ganó el León de Oro en el Festival de 70º Venecia Internacional de Cine, este documental centrado en la crisis europea migrante en la isla Sicilan de Lampedusa, que ganó el oso de oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín 66. Gran parte de su relato es a través de la mirada de un joven que vive allí y a quien muestra su vida cotidiana, en familia, le aporta a la narración dinamismo, humor y espontaneidad. Cuenta con un buen trabajo de cámara que por momentos le otorga un toque más intimista y su fotografía resulta muy atractiva.
Se estrena Fuocoammare, el último trabajo del documentalista Gianfranco Rosi, ganador del Oso de Oro en el 66º Festival de Berlín. Lampedusa es una isla del archipiélago de las Pelagias, que pertenece al territorio italiano, pero está más cerca de la costa africana que de la isla de Sicilia. Terreno que ganó fama gracias a la novela –y posteriormente al film de Luchino Visconti- El gatopardo. Hoy en día, Lampedusa es el destino utópico de miles de refugiados provenientes de Nigeria, Libia, Sudán y Libia, que buscan un hogar más adecuado para ellos y sus familias, en territorio europeo. Más de 15.000 personas atraviesan el Mar Mediterráneo, errando de país en país, en condiciones infrahumanas, pagando hasta sus últimos ahorros para conseguir un lugar en botes y barcos, arriesgando sus vidas para arribar a las costas del viejo continente. Lampedusa es tan solo una primera parada. Gianfranco Rosi en Fuocoammare, elige un punto de vista contemplativo para retratar la vida en la isla, pero retratando dos posiciones casi opuestas. Por un lado, la cotidianeidad de Samuele, un niño, hijo de un pescador, que cuando no está en el colegio, pasa el tiempo disparándole a los pájaros con una honda. Por otro, la cruda realidad que atraviesan los refugiados, desde que llegan en sus botes hasta que son instalados en reducidos guetos o zonas de aislamiento, donde reciben atención médica. El mar es la única unión entre ambas historias, una con un manipulador tono ficcionalizado, el otro más cercano al documental, pero sin intervenir en las acciones. Un personaje, un médico, se instala en una posición intermedia, tratando a Samuele, y analizando las condiciones físicas a la que llegan los africanos. Ahí radica uno de los principales problemas de la película de Rosi. Los europeos son tratados en forma individualista, acentuando la disparidad social, sin por ello hacer una bajada de línea crítica, aunque metafóricamente bastante obvia. Los africanos adquieren la personalidad de grupo, un colectivo sin nombre. Ellos y nosotros. El punto de vista burgués podría interpretarse casi como un ejercicio honesto, si no fuera que Rosi pretende realmente generar un sentimiento de culpa a través del sufrimiento ajeno. Detrás de la intensión de documentar contemplativamente una realidad se esconde otra realidad: para el europeo son cuerpos, no personas. Quizás para atenuar esta sensación, elige al azar a un integrante de la “masa” africana que domina el inglés para que narre en forma de cántico la interminable odisea que deben padecer los inmigrantes. Fuocoammare –Fuego en el mar- maneja un código impreciso. Las intenciones son claras, y la elección de que los dos puntos de vista no se crucen es acertada, pero también queda la sensación de un trabajo hecho a mitad de camino. Como que el realizador se termina enamorando demasiado de su protagonista europeo, descuidando la trama más social y política que no termina siendo de denuncia, y que –siendo honestos- tampoco aporta información que no se haya visto en noticieros. Se destaca una puesta en escena prolija, una fotografía cuidada, un retrato de personajes, costumbres y culturas de un pueblo que impregnan la identidad de una isla casi olvidada del sur de Italia, pero lo atractivo de esta propuesta, contrasta con la otra parte, no por los obvio motivos narrativos, sino por la poca profundidad dramática que adquiere esa realidad que Rosi le pretende pasar por delante a la cara del espectador europeo, sin sutileza, sin precisión, casi con un tratamiento amarillista. El director termina siendo víctima –posiblemente sin saberlo, y si lo hace a propósito la ironía no queda clara- de aquello que desea denunciar: la xenofobia, la negación y el “mirar para otro lado” del ciudadano europeo común. Es lamentable que un film que tiene una secuencia genuinamente hermosa como la de un padre enseñando el oficio a su hijo en el mar –a través de la práctica con los remos- se perjudique por la pretensión de narrar una realidad política sin la profundidad o el cuidado que se merece. Fuocoammare es un documental que naufraga entre el simbolismo vago, secuencias densas, austeras y demasiado extensas, pero otras muy explicadas y discursivas. El Oso de Oro solo se explica como el sentimiento de mea culpa que hace la comunidad artística europea ante una realidad que supera su interpretación.
Lampedusa no es una isla más. Es el lugar que desde 1990 se ha convertido en un lugar masivo de desembarco de inmigrantes ilegales procedentes de tierras africanas, que quieren vivir en Europa. En 2013 y 2015 se produjeron naufragios que terminaron con una enorme cantidad de inmigrantes muertos que deseaban llegaban a la región. Samuel tiene 12 años, vive en la isla, le gustan los juegos de tierra, pese a que todo a su alrededor habla del mar y de los hombres, mujeres y niños que intentan cruzarlo para llegar allí. Un documental realizado en la mayoría de los rubros por su director Gianfranco Rosi, Fuego en el mar viene de ganar el Oso de Oro (mejor largometraje) en el Festival de Cine de Berlín, y el premio le da más volumen a este retrato de la situación por la que atraviesa Europa con respecto a los inmigrantes. Entre los más destacado el documental muestra la labor de aquellos médicos de la Guardia Costera Italiana que interceptan los numerosos barcos con cientos de personas hacinadas. Su trabajo es curar a aquellos con heridas, además buscan y aíslan a quienes vienen con enfermedades que en algunos casos pueden disparar una grave epidemia. El punto fuerte es la historia de los inmigrantes; la del niño está para generar un contraste pero no llega a atraer lo suficiente e incluso hace que la película se sienta un poco más larga de lo que es, pero aun así es buena y no pretende generar culpa en las cabezas europeas sino visibilizar el tema al que muchos le dan la espalda en la región. Un retrato descarnado que tiene como protagonista al drama de aquellos que solo quieren una vida mejor en una tierra donde eso es más factible que puedan conseguirlo. Fuego en el mar merece ser vista pero es una lástima que llegue a una pequeña cantidad de salas en nuestro país.
LAS AGUAS BAJAN TURBIAS Como primer comentario el Oso de Oro en el último Festival de Berlín trasluce como exagerado salvo, claro está, si el galardón solo repara en las intenciones humanitarias del film reparaban y no tanto en sus formulaciones estéticas que no fueran más allá de la corrección política y de la coyuntura temática y social. Efectivamente, Fuocommare, del director italiano de documentales Gianfranco Rosi (Sicario’s Room, 2010, exhibida en el DocBuenos Aires) explora el relato de observación colocando el ojo de la cámara en los migrantes africanos y de otras latitudes que ingresan a Europa por la isla de Lampedusa, ubicada en Sicilia. Tema cotidiano de informes periodísticos, sin embargo, el centro de interés del documental se reparte en dos ejes: las vivencias y las ansias (junto a los peligros y riesgos) del grupo de personas que llegan a la isla, y por otro lado, la descripción de los habitantes del lugar, haciendo hincapié en el niño Samuele, tipificado por el director como un heredero de los púberes de la poética neorrealista de los años 40 y 50. La película, elegidos esos dos centros de interés, estimula su potencia narrativa desde el registro directo de un pueblo y sus quehaceres cotidianos. En ese punto, Fuocommare tiene un punto de vista traslúcido, el del niño Samuele, descripto desde la cotidianidad a través de su energía y vitalidad. Pero claro, la narración presenta el otro conflicto y allí es donde el trabajo de Rosi navega por aguas indecisas. Los rostros de los africanos y de otros migrantes tienen la protección ética de una mirada eurocéntrica, planificada como observadora de la situación y no cuestionadora de las decisiones de propios y extraños responsables del hecho en sí mismo. Como si Rosi evadiera culpas del contexto político y social al que (no) pretende descifrar, su mirada sobre el conflicto trastabilla hasta coquetear con una postura bienpensante sobre el asunto. Allí saltan las diferencias entre la maestría teñida de nihilismo del gran Roberto Rossellini a través de sus documentales o ficciones frente a las imágenes de Fuocommare, enhebradas por dos ítems temáticos a los que el director no logra sostener como relato único. Por lo tanto, y más allá de su exagerado metraje, quedan aquellas escenas que por separado elevan el resultado final de este ejemplo genérico en su vertiente observacional. El testimonio de un médico dedicado a curar quemaduras, los “trámites burocráticos” a los que están obligados los refugiados y los planos de bolsas que encierran cuerpos que no llegaron al supuesto paraíso rural del sur de Italia valen mucho más que el carácter global de una historia que se esfuerza de manera inválida por unir una geografía placentera junto al horror que señala la crónica diaria. El resto, expresadas y subrayadas sus pretensiones humanitarias, es pura mirada eurocéntrica, transversal, autoculposa. FUOCOAMMARE Fuocoammare. Italia/Francia, 2016. Dirección y fotografía: Gianfranco Rosi. Guión: Gianfranco Rosi y Carla Cattani. Edición: Jacopo Quadri. Duración: 114 minutos.
Award-winning documentary offers piercing portrayal of life on Italian island of Lampedusa Points: 7 “Foucoammare bears witness to a tragedy that is unfolding right before our eyes. I think we are all responsible for that tragedy. Perhaps after the Holocaust, it is one of the greatest tragedies the world has seen,” said Italian director Gianfranco Rosi (Sacro G.R.A.) at a press conference following the screening of his new documentary Fuocoammare (“Fire at Sea”) at this year’s Berlinale, where he won the coveted Golden Bear award. The tragedy Rosi speaks about is the one endured, time and again, by African and Middle Eastern migrants who flee their homeland out of extreme necessity and then put their lives at risk while travelling on precariously overloaded boats as they try to reach mainland Europe. Though there are rescue teams that often come to their aid, nobody can prevent the loss of thousands of lives of children, women and men while travelling or upon arrival. Given the magnitude of the catastrophe and the visibility it has gained in the media throughout these last years, it shouldn’t be a surprise that the jury of the Berlin Film Festival has given its top prize to Rosi’s feature, very likely more because of its political weight than because of its strictly cinematic assets. But don’t get me wrong: Fuocoammare really is an impeccably filmed documentary with a handful of harrowing scenes, and yet it’s also disappointing in some regards. So if you expect no masterpiece, you’ll enjoy it more. To be exact, Fuocoammare targets its sharp gaze on the fate of refugees — mostly Africans, some Syrians — who, on a weekly basis, try to get to the shores of the small Sicilian island of Lampedusa, while the Italian coast guards rescue as many survivors as they can. This is the case that represents the universal scope of the tragedy. On the other hand, Rosi focuses on the everyday life of the residents of the island, mainly young Samuele, a fisherman’s son, and Pietro Bartolo, the only medical doctor on Lampedusa, who said at the Berlinale that he’s been interviewed by almost all TV channels around the world about the refugee crisis he’d been witnessing for far too long now. He’s the man in charge of dealing with the arrival of the refugees, which means facing illnesses, deaths, and grief as up and close as it gets. As for Samuele, you see him playing with a friend, practising with his slingshot, trying to cope with dizziness while on his father’s boat, and shooting an imaginary gun. There are also his regular visits to doctors because of his lazy eye and some breathing difficulties which may be anxiety-related. While Rosi alternates scenes from rescue operations with those from villagers’ life in Lampedusa, he doesn’t have his characters interact at all. They don’t share any screen time and, moreover, they seem totally unaware of each other’s existence. With the exception of one scene where an Italian woman listens to the news on the radio about the migrants’ lives lost in a recent arrival (and she despairingly utters: “poor souls!”) the relations to be drawn between the two realities never seem clear enough. Perhaps the implied idea is that, while these two groups of people — islanders and refugees — do eventually share a common land, the fact of the matter is that they don’t belong together, as the current policies of some European nations are expulsive rather than inclusive or welcoming. If that’s the case, it’s way too subtle to resonate strongly. You could also say that the sea itself can have different meanings for the two groups: danger and death for the migrants, food and life for the villagers. So if that’s the reason for the contrast, then it’s a bit too obvious and doesn’t add much to the overall picture. Likewise, it’s never clear what notions are to be associated with the medical conditions of 12-year-old Samuele or to his compulsive shooting of an imaginary gun. Is it that his body is taking notice of the crisis surrounding him? Is there some damaging repressed angst? If that’s the case, then it’s far too broad to be compelling. And it can be quite distractive. On the plus side, the images from the scenes depicting the arrival and rescue of the refugees alongside with the testimony from Dr Bartolo are as emotionally and aesthetically powerful as they come. They’ve been shot with a humanistic eye and with not a single blow below the belt. Though it’s also true that some close-ups and wide shots are too touching and distressing to be tolerated for more than a few seconds. But thanks to the right editing, they only last those few seconds. With not a hint of a patronizing outlook, this is how Rosi exposes a grim reality that will linger in your memory for a long time. Production notes Fuocoammare (“Fire at Sea” / Italy, 2016). Written and directed by Gianfranco Rosi. Cinematography: Gianfranco Rosi. Editing: Jacopo Quadri. Running time: 108 minutes. @pablsuarez
Varias historias paralelas construyen este relato que narra los efectos de la inmigración clandestina desde los países del oeste de África hacia la isla de Lampedusa (Sicilia). Gianfranco Rossi, documentalista italiano, sitúa su mirada en un espacio infinito como es el océano, pero también fija su atisbo en estas tierras mediterráneas en donde miles de refugiados intentan cruzar para poder buscar un destino favorable. Estas historias, absolutamente trágicas, son intercaladas con parábolas citadinas: el relato del médico del pueblo quien atiende a los refugiados, el locutor de la radio local quien vibra con los temas del folklore siciliano, la “nonna” que hace sus quehaceres, repetitivitos y sosegados, mientra escucha las noticias en las radio. Pero la mejor – pido un spin off de este personaje- y la más atractiva de las crónicas de Fuocoammare –traducida como Fuego en el mar- , es las de un niño, Samuele Pucillo, quien es capturado por la cámara en sus peripecias dentro de la isla. El niño vive su fábula de juventud: juega a la gomera con su amigo, tiene charlas trascendentales con su abuela, profundiza con el médico sobre la ansiedad que genera la vida. Samuele esta destinado a suceder a su padre pescador, y en la mirada de este niño –la comicidad del pequeño es un hallazgo etnográfico increíble- se resignifica la metáfora del individuo atrapado. Como los exiliados de sus tierras, que buscan escapar, sin tener éxito, Samuele está consignado a la vida en Lampedusa. La inocencia y la ternura de los monólogos del joven, los planos generales, omniscientes, de la inmensidad del mar proponen una película que alterna la dureza de los registros de altamar – las imágenes son poderosas y duras- con la tranquilidad de la vida en la isla. Con un virtuoso trabajo de montaje, Fuocoammare, indaga sobre el desplazamiento de las políticas de migraciones, sobre la vulnerabilidad de los individuos y sobre las búsquedas de fronteras infinitas para un futuro menos perentorio.
“Todos en Lampedusa somos marineros”, dice el amigo de Samuel, el protagonista. A medida que transcurre la película vamos descubriendo que esto no es del todo así. Está previsto que todos sean marineros, sí, pero no todos pueden serlo. Y es en este punto donde se enfoca el filme: los inmigrantes nigerianos o libios que llegan escapando de la guerra o, efectivamente, en Samuel, un chico de doce años que atiende a sus juegos cuando no está en clases. Tanto los inmigrantes de nacionalidad como este pequeño inmigrante, digamos por genética, son el interés de la película. La primera inmigración genera una inquietud por las condiciones infrahumanas en las que se trasladan desde sus países de origen hasta Lampedusa. Es una inquietud que genera desasosiego. La segunda reconoce que puede haber un distanciamiento, por más que sea pequeño, en la tierra propia. Llamémosla una inmigración íntima que la generan razones externas, pero con la que nos podemos identificar y que espejea con la primera, más dolorosa e inquietante. Toda esta búsqueda está entramada con otras vidas anónimas de Lampedusa: una señora que escucha radio y llama al locutor para pedir canciones viejas, entre ellas “Fuego en el mar”, y la abuela y el papá de Samuel. Son vidas que distraen la tensión que genera el descubrir a estos inmigrantes, pero ellas mismas contextualizan cómo se mueve la rutina en la ciudad. El relato está desprovisto de victimización, más bien es un retrato duro que se matiza con el resto de las historias, pero del cual el director nunca escapa. Hay miradas de los inmigrantes cuando se están registrando que revelan mucho más que cualquier palabra que se pueda decir, que superan la barrera del idioma y nos vinculan con ellos a través de la imagen. Así, la película, ganadora del Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín este mismo año, retrata el conflicto y la rutina en Lampedusa de una manera calma, sutil, aguda que permite vivenciar la crisis por la que pasa, no sólo Europa, sino el mundo en cuanto a movilizaciones forzadas de países natales a países cercanos. Entre condiciones penosas y desesperadas, se va revelando una realidad de la que incluso un médico, de los que decimos que están “acostumbrados” a la muerte, no es capaz de asimilar. El documental asoma preguntas urgentes que no tienen respuestas fáciles ni visibles.
La crisis de los refugiados en Europa aún no ha sido totalmente comprendida. Este film muestra no solo lo que implica buscar por el mar, desesperadamente, un lugar donde sobrevivir sino también cómo es el mundo que recibe a esas personas que huyen de la muerte. No es un film que presente soluciones fáciles, y su contraste entre el joven siciliano de vida “normal” y los refugiados puede parecer algo grosero, pero no deja de tener interés.
El éxodo de los desterrados. La crisis migratoria que atraviesa Europa es una consecuencia directa de la concentración capitalista a nivel productivo, tecnológico y financiero, un esquema de especulación y estafas superpuestas en el que determinados conglomerados trasnacionales continúan rapiñando las materias primas y recursos energéticos de las repúblicas del Tercer Mundo, dejando migajas en cada país para satisfacer a la cleptocracia gobernante y transfiriendo la riqueza hacia las casas matrices de los potencias imperiales. Las injusticias sociales acentúan los desequilibrios cíclicos -de todo tipo y color- que padecen nuestros países, un panorama que llega hasta niveles terroríficos en África debido a los problemas específicos del continente en lo que respecta a las guerras civiles, religiosas, étnicas y tribales en pos de hacerse con el control de un Estado empardado a la extracción de minerales muy valiosos. Dentro de una situación por demás compleja y ramificada, Fuocoammare (2016) decide centrarse en la isla de Lampedusa, en Sicilia, una región del sur de Italia que recibe una enorme cantidad de refugiados africanos que navegan el Mediterráneo con botes precarios y el sueño compartido de ser amparados en Europa. El paradójico documental de Gianfranco Rosi adopta los recursos de los trabajos observacionales (tomas fijas, intervención casi nula del realizador y ausencia de locutor en off) para analizar tanto la vida de los isleños como el trágico destino de los migrantes (los cuales provienen de países como Libia, Chad, Nigeria, Somalia, Sudán y también de territorios de Oriente como Siria). Si bien el director nació en África, su visión es -en esencia- eurocéntrica porque en el desarrollo general tiende a privilegiar el devenir de los pescadores locales, prácticamente inalterado por los refugiados. El título de la película aclara esta comparación odiosa y fuera de lugar, ya que pretende poner en la misma escala el “fuego en el mar” de las guerras europeas de la primera mitad del siglo pasado, esas que dejaron sus marcas en la memoria de los ancianos italianos, y las quemaduras químicas de los africanos durante el espantoso éxodo hacia Lampedusa, producto de la amalgama del combustible, el agua salada y el calor de los motores. Si obviamos esta insensatez ideológica de base (mientras que las guerras interimperialistas de Europa duraron apenas un puñado de años, las masacres y desfalcos en África ya llevan siglos de agonía), se puede leer al documental como un retrato correcto de la magnitud de la crisis migratoria y el costo humano que en concreto trae aparejada. Rosi sigue a un niño de una familia de pescadores y registra los detalles de los operativos de rescate en alta mar. Otro factor que conspira contra la posibilidad de que el film supere en términos de calidad al promedio de los documentales testimoniales pasa por sus excesivos 114 minutos, un metraje en el que sobra media hora como mínimo. A pesar de que es entendible que el cineasta se decidiese a incluir largas escenas en torno a las familias de Lampedusa como contrapunto de los padecimientos de los africanos, un tono de “clase media rural aburrida” se va colando subrepticiamente en la pantalla, circunstancia que repele un poco por las disparidades históricas anteriormente señaladas (también se suman una complacencia acrítica para con el Estado italiano y la falta de un verdadero seguimiento de la suerte de los refugiados, cuando dejan esos campos en los que son recluidos). Por otra parte, Rosi va mechando con inteligencia distintos momentos “no cronológicos” de la llegada a Italia de los expatriados por el hambre, las enfermedades, la pobreza y los conflictos armados; lo que a su vez culmina -durante el tramo final, consagrado a un rescate propiamente dicho- con un primer contacto en el mar entre las fuerzas europeas y el dolor de los desterrados…
EL TEMA DE LOS REFUGIADOS Fuocoammare: fuego en el mar es otro exponente de cómo el cine contemporáneo ganador de festivales suele abordar los grandes temas humanitarios. Esto es, mediante la supuesta pura contemplación con tintes antropológicos que en realidad es fundamentalmente puesta en escena y fotografía impecable. Sí, el documental de Gianfranco Rosi puede llegar a ahogarnos con su ritmo impostado y su implacable corrección política, y aún así es posible darle valor al retrato que hace de un estado de situación angustiante como es el de los refugiados en Europa. Sin duda Fuocoammare trata un tema ineludible y urgente para Europa que ya se ha trasladado a la agenda mundial. Rosi hace foco en un lugar concreto y extraordinario como es la isla de Lampedusa en la Italia más meridional, lugar que recibe grandes cantidades de refugiados africanos y cuya cotidianeidad e identidad está marcada por este tipo de inmigración. En paralelo se nos cuenta la historia de Samuele, un simpático niño que suponemos nativo de la isla, en el cual el director encuentra el contrapunto un tanto obvio que desnuda sus intenciones. Hay que contraponer la inocencia juguetona de Samuele con la desesperanza, la humillación y la muerte cotidiana que viven aquellos desterrados de Africa. Aunque lo anterior es lo que peor resulta de todo el documental, Rosi encuentra rápidamente lo que mejor le hace a la salud de su Fuocoammare cuando nos muestra el testimonio del médico de la isla, quien al mismo tiempo es el encargado de la revisación de miles de refugiados, encontrándose con la atrocidad y la miseria a cada paso, pero que también es el clínico de Samuele y de, suponemos, toda la isla, es decir, quien atiende dolencias ínfimas o inexistentes con paciencia y sensibilidad. De este personaje surgen los momentos más emotivos, de mayor potencia dramática. También digamos que para Rosi los refugiados nunca dejan de ser un objeto de estudio. De hecho, pensando en Fuocoammare, sólo podemos referirnos a ellos como “refugiados”, es decir, un grupo de personas que comparten el destierro, pero nunca encontraremos desde la mirada de la película la humanidad que vemos en los habitantes de la isla como Samuele o el médico. No hace falta escandalizarse demasiado por esto, pero no dejemos de observar que allí se deja ir una vía de exploración que tiene que ver con buscar personas o identidades dentro del grupo étnico exiliado. O lo que sería ideal, la posibilidad de darle humanidad a ese objeto. Pero Fuocoammare continúa hasta el final por el camino de la fotografía indiscutible y la exposición sin demasiados riesgos. Demostrando la dificultad que tenemos en dejar de pensar lo extranjero como en un objeto extraño a pesar de nuestras maravillosas intenciones.
“El drama que baña las costas europeas” Llega a los cines el documental italiano que ganó el Oso de Oro en la Berlinale de este año. El director Gianfranco Rosi (“Sacro GRA”; “El Sicario, Room 164”) construye una cruda mirada sobre la crisis migratoria que azota a Europa haciendo centro en la isla de Lampedusa (Italia), donde la monótona vida de sus 6.000 pescadores convive con la desesperante realidad de los miles de exiliados africanos que diariamente llegan (si es que lo hacen) a esta isla del mediterráneo. La película está estructurada en base a dos relatos que transcurren en simultáneo: por un lado, la terrible situación de los refugiados desterrados por la guerra, el hambre y la miseria (fagocitados por el insaciable capitalismo trasnacional y expulsados del sistema); y, por otro, el opaco devenir de la existencia de Samuele, un isleño de 12 años a quien seguimos en sus acciones cotidianas. Así, Rosi lo muestra jugando con la honda, asistiendo a la escuela, comiendo con su padre y aprendiendo el duro oficio familiar: la pesca. Y lo hace eludiendo algunas técnicas narrativas del documental tradicional, como la voz en off o la entrevista directa, privilegiando de esta manera la cercanía emocional con las vivencias del protagonista. Estas dos historias, sin embargo, nunca terminan de conectarse. En ningún momento del film se ve de qué manera la crisis migratoria se vincula con los problemas que atraviesa Samuele, o con su modo de vida. Lo propio sucede con los isleños, con quienes no se observan puntos de contacto. En ese sentido, pese a que están en la misma isla, es como si ambos registros transcurrieran en universos paralelos. Y quizás en parte eso sea lo terrible: que en un mismo territorio puedan vivirse dos realidades tan distintas, con situaciones tan disímiles, sin que cada una se percate de la existencia de la otra. Sin embargo, la desconexión entre ambas líneas argumentales también genera que la vida de Samuele –aún con muchísimos matices interesantes- por momentos pierda interés frente a la magnitud de la problemática que atraviesan los inmigrantes. 480 El único punto de encuentro claro entre ambas historias es Pietro, el médico de Samuele, que a su vez es el encargado de recibir y examinar a los contingentes de extranjeros que arriban a la isla (en general, en un estado deplorable). Las consecuencias del desastre humanitario se hacen visibles en su rostro, incapaz de acostumbrarse a las atrocidades que ve, superado claramente por un conflicto más grande que él y ante el cual no puede hacer mucho para cambiarlo. Es que los números son escalofriantes: desde 1990, más de 400.000 inmigrantes africanos se lanzaron a la peligrosa travesía de cruzar el Mar Mediterráneo en precarias balsas con serias condiciones de hacinamiento. Al menos 15.000 de ellos murieron en el intento. Con inteligencia, Rosi hace hincapié en el eficiente engranaje burocrático desarrollado para contener esta situación (visiblemente incontenible), mostrando con cierta ironía cómo el estado clasifica y etiqueta a los inmigrantes -despojados de toda humanidad-, como si fuesen meros números en una cadena de montaje industrial. maxresdefault Quizás, el error de Fuoccoamare es que -una vez señalado ese mecanismo administrativo perverso- no se ocupa de restituir las identidades a esos inmigrantes. En ese sentido, éstos aparecen como un sujeto colectivo anónimo del cual se sabe poco y nada, más allá de su evidente situación de éxodo permanente y su añoranza por un futuro mejor. Pero no se conocen sus nombres, sus historias de vida, lo que piensan, ni tampoco las penurias que los llevaron a huir despavoridamente de sus tierras natales. En este aspecto, prima en Rosi un análisis un tanto superficial, teñido por una mirada eurocéntrica que además excluye las causas políticas y socioeconómicas que ayudarían a comprender mejor el conflicto. El film se limita a retratar desde una perspectiva occidental a cuerpos desnutridos y deshidratados, cadáveres apilados y gente sufriendo, sin diferenciarse demasiado de algunos abordajes sensacionalistas de la prensa europea (vale recordar el tratamiento periodístico de la imagen del nene sirio hallado muerto en las playas de Turquía el año pasado). Fuoccoamare no es una mala película ni mucho menos (no por nada obtuvo el máximo galardón en Berlín). Los planos de Rosi gozan de una potencia dramática vigorosa y, por otro lado, sus personajes son retratados con una innegable sensibilidad. Una película vigente por su temática y que, aún con sus fallas, no hay que perder de vista.
Durante la Segunda Guerra, los habitantes de la isla de Lampedusa temían salir a pescar de noche; los barcos bombardeados parecían fuegos en el mar, y hasta inspiraron una canción popular. Hoy, situada entre África y Cerdeña, Lampedusa es un precario pero codiciado puente para cientos de inmigrantes que huyen del hambre, las dictaduras e ISIS. El documental del italiano Gianfranco Rosi (hombre curtido en festivales) tiene la bondad de situarnos en distintos puntos de la tragedia, no precisamente equidistantes en intensidad. Un médico rescatista realiza la más tierna ecografía a una muchacha rescatada; recién pasados por la aduana, unos juegan al fútbol y otros cantan su lamento del desierto del Sahara. Estas postales, fuertes como documento como por su impacto audiovisual, se contrastan con las andanzas del hijo de un pescador, un pibe que en vez de usar celular se distrae llamando pájaros o agujereando cactus con una gomera. Agudo y sin pretensiones, Rosi logra un cometido que aborda y trasciende lo testimonial.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Fuocoammare está filmada en la tristemente célebre isla de Lampedusa, destino de innumerables embarcaciones que intentan cruzar el Mediterráneo desde la costa africana. El director organiza las escenas de un modo extraordinariamente cuidado, púdico y preciso, evitando toda representación dramatizada y sensacionalista. De todas maneras, la visión de la película entra en interferencia con la tragedia mundial: el desborde migratorio bajo los efectos de las guerras, las dictaduras, la miseria atroz y los desastres ambientales permanecen como un inquietante fuera de campo implícito. La película dibuja dos líneas paralelas. Por un lado, la cámara sigue los pasos de Samuele, un niño de once años habitante de la isla, con sus juegos, su vida familiar y sus amigos. Esta crónica se mezcla, mediante un montaje alterno, con las tentativas de salvataje y los procedimientos de recepción de los inmigrantes, adoptando por lo general el punto de vista de los socorristas, los bomberos, la policía y los médicos que se hacen cargo de los vivos y de los muertos. Gianfranco Rosi separa la vida cotidiana del fenómeno gigantesco y monstruoso. El único puente visible entre los dos mundos está encarnado por un médico que atiende a una joven africana embarazada y revisa los problemas de visión de Samuele. El documental sobre el niño nos cautiva de inmediato por su curiosidad, sus travesuras y su naturaleza rebelde, pero la mirada sobre los inmigrantes genera desconcierto. La nave es observada de lejos, desde la costa. La cámara sólo entra en el barco infernal una vez que ha sido despojado de sus ocupantes. La excepción es una escena magnífica de canto grupal que establece cierta individualidad cuando un joven africano grita el largo y difícil viaje a través del Sahara antes de la travesía por el Mediterráneo: a los sobrevivientes del desierto, el mar no los podrá detener. Lo que reconcilia a los dos polos de la película es una misma sensación de peligro frente al espacio marítimo. Fuocoammare es el título de una canción popular que la abuela de Samuele dedica a su marido pescador en una radio local. El mar tempestuoso, capaz de engullir marineros, forma parte de la vida del niño.Las escenas familiares marcan su presencia: los informes meteorológicos en la radio, la cocina a base de pescado y los temas de discusión. La película genera, de este modo, un singular acercamiento entre la tradición marinera del pueblo italiano como una cuestión antropológica y el omnipresente tema sociopolítico que se repite como una pesadilla sin fin.
COSTUMBRES DEL AGUA La oscuridad casi impenetrable parece no sólo devorar la imagen, sino también al movimiento. Sin embargo, y con dificultad, se perciben dos antenas que giran de forma continua. El silencio pronto se interrumpe al recibir un mensaje por radio, un pedido de auxilio y un reclamo por Dios pero no indica en qué posición se encuentra el bote. La voz se desvanece, como si hubiera sido engullida por la espesura de la noche. Ya dentro de la cabina y con el único reflejo de los radares se escucha un segundo llamado; una mujer que ruega por ayuda. Esta vez, el hombre consigue las coordenadas y le pide calma. Con los primeros rayos de sol, los rescatistas parten en su búsqueda. El pasaje del día a la noche o, mejor dicho, el contraste entre luz y sombra funciona como rasgo inherente de las dos historias planteadas en Fuocoammare: por un lado la vida cotidiana de la isla de Lampedusa, ubicada al sur de Sicilia; por otro, las tareas de rescate de los inmigrantes africanos y del Medio Oriente. De esta forma, las escenas diarias de la isla están trabajadas durante el día, con gran detenimiento en el detalle y bajo el recorte de dos micro relatos. El de mayor protagonismo es Samuele, un chico que juega a disparar con gomera con su amigo y en escenas con su padre y abuela; el otro caso es una pareja de ancianos, cuya esposa llama a una radio para dedicar canciones italianas, una de ellas llamada Fuocoammare. La oscuridad abarca la mayoría de las escenas de rescate, con la salvedad de algunas bajo el sol en botes perdidos en el agua. El director Gianfranco Rosi retrata la gran cantidad de inspecciones por las que deben transitar los inmigrantes pero sin explayarse sobre ellas y las intercala con las experiencias personales y un breve testimonio de un médico. Una escena bastante cruda es aquella en la que un grupo de jóvenes cuenta su travesía por varios países hasta el escape por mar. Si bien la película no apela el efectismo y está construida desde la delicadeza del tema, tampoco termina por abordarlo de manera profunda o de establecer una postura frente a ello. Más bien se evidencia el despliegue del material con cortes de costumbrismo que, en muchas ocasiones, adquieren un mayor tratamiento, por ejemplo, las reiteradas apariciones de Samuele queriendo cazar pájaros pero no se conectan en ningún momento. “En Lampedusa, todos somos marineros”, le dice un chico a Samuele. Quizás el mar sea el elemento común: para unos, la salvación; para otros, su forma de vida. Por Brenda Caletti @117Brenn
Lampedusa es una isla de pescadores al sur de Italia. A esa extensión de veinte kilómetros han arribado 400.000 inmigrantes en los últimos veinte años y 15.000 más fallecieron tratando de llegar a ella. La historia de los habitantes de esta isla se opone a la de los refugiados que van allí luego de pasar por muchas odiseas en sus países, en desiertos y en alta mar. Fuocoammare se nutre de los contrastes que Lampedusa alberga y los expone tanto en su tema como en su estética. Su iluminación va y viene, pasando de claros a oscuros bien marcados, mientras que los relatos intercalan la paz del lugar, con la desesperación de los recién llegados. Uno de los personajes en los que el documental recae es Samuele, de doce años, nacido y criado en este sitio. Él niño tira con una gomera, hace los deberes de la escuela, escucha las historias de su padre pescador, va al médico por un “ojo perezoso” y juega junto a su amigo. Paulatinamente, su cuerpo comienza a prepararse para aceptar la vida de mar, mientras que los refugiados se largan allí aprendiendo sobre la marcha el modo de sobrevivir.
El documental italiano ganador del Oso de Oro en Berlín nos trae una retrato sobre una isla olvidada, la cual funciona como desembarco de inmigrantes ilegales. La obra de Rosi comienza con el testimonio de un chico de 12 años llamado Samuel, quien va al colegio de la zona, le gusta cazar e ir de pesca con su padre. La peculiar historia del niño tiene un giro cuando de entrada sabemos que vive en la isla de Lampedusa, que es el punto más meridional de Italia y desde 1990 se ha convertido en un lugar masivo de desembarco de inmigrantes ilegales procedentes de tierras africanas. Escapar de la guerra y el hambre, esa es la meta principal para estos forasteros que tendrá su propia Odisea para llegar a las tierras europeas. Entre charlas frívolas, partidos de fútbol en la nada, desmayos recurrentes por deshidratación y enfermedades; los extranjeros más que llegar deberán sobrevivir como sea. Las preguntas recurrentes de Samuel nos ayudarán a entender el juicio de los habitantes que albergan la isla, desde su abuela, su médico, su padre y sus amigos construirán una formación de esta mirada sumergida por el desconcierto. La mirada del niño nos ayuda a entender las situaciones, viéndolas de un modo inocente, sin juzgar a los personajes. La propuesta nos lanza hacia una ciudad misteriosa, donde los ecos de la radio suenan más fuerte que en otras ciudades, donde hacía falta una nueva escritura, donde sus lugareños viven una realidad alejados de todos los europeos y también de todos los inmigrantes. Respiran ser el medio de todo esto. El humor y la compasión son transmitidos de forma honesta al espectador que llega desprevenido. Con la ayuda de un buen sonidista y un gran equipo de rodaje se capta la esencia misma de la península. El viento y el mar como factores decisivos dentro del relato. “Fuocoammare” es un documental más que necesario, es una lección de cine donde los mejores atributos narrativos se despliegan en los 108 minutos que dura el largometraje, demostrando que es mucho más que una de las tantas nominadas al Oscar en la categoría mejor documental. Puntaje: 4/5