¡Qué viva el género! La cuarta proposición sobre el género afirma lo siguiente: "La vida social del género supone la vigencia de fenómenos metadiscursivos permanentes y contemporáneos". Difícilmente los directores de este filme, Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, hayan leído alguna vez a Oscar Steimberg. Pero de lo que sí estamos seguros es que conocen bien el significado de ese concepto ya que Heredero del Diablo (Devil's Due, 2014) responde a todas las reglas de ese siempre tentador catálogo de recursos estructurales que nos acompañan desde hace años. "Ya le dije que yo no lo hice", son las primeras palabras de un tal Zach McCall (Zach Gilford), un hombre conmocionado, dolorido y que parece haber salido de un enfrentamiento armado, mientras responde preguntas a los policías promediando las 3 de la mañana, la hora preferida por el Diablo y todos sus colaboradores al momento de realizar sus maléficas acciones. Lo esencial entonces a partir de ese momento será saber qué fue lo que Zach dice no haber hecho. El título mismo de la película no nos deja mucho para imaginar. Pero no hay que rendirse, el camino que deciden emprender los directores para contar la historia no es para nada despreciable. Y si tenemos en cuenta su trabajo anterior en Las Crónicas del Miedo (V/H/S, 2012), no podemos hacer otra cosa que darles crédito nuevamente.
De cómo me embaracé en República Dominicana Las películas Found Footage como fenómeno cinematográfico son consecuencia de múltiples factores culturales. Este género, del cual nunca voy a cansarme de decir que su mayor exponente es Holocausto Caníbal del genio Ruggero Deodato es, de todos, en que se requiere mayor flexibilidad del espectador respecto del verosímil. El cine es dejarse engañar durante el tiempo que dure un metraje. Este pacto consensuado entre obra y espectador parece estar sellado con mayor firmeza en estos films que utilizan la autoconciencia como estructura narrativa. A pesar de lo interesante que resulta esta categoría como fenómeno, es sabido que se la explotó hasta el agotamiento por su economía (monetaria y de recursos) desde Actividad Paranormal (2007) hasta este punto. Parte de la saturación que generan se relaciona con la poca variedad argumental que hay entre ellas. Lamentablemente, Heredero del Diablo es un aporte más a esta saturación. El opus de la dupla conformada por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett (ya habían trabajado juntos en V/H/S) comienza con el casamiento entre Samantha y Zach dejando paso a su luna de miel, en la cual, una de las escenas de No-Entres-Ahí peor realizadas que he visto, tiene como consecuencia un embarazo en principio no deseado. El resto del metraje va a seguir la gestación utilizando todos los peores clichés del cine de terror para demostrar que ese niño que viene en camino, es el anticristo o algo parecido. La película se toma tiempo en justificar las razones por las cuales Zach se la pasa grabando todo con su camarita para luego, de un plano a otro, decidir distribuir los puntos de vista en catorce cámaras más. En esta ampliación, la cinta, que hasta el momento resultaba simplemente indiferente, termina perdiendo completamente la solidez narrativa. Para definir esta cinta alcanzaría con decir que es lo que hubiera sido El Bebé de Rosemary si Polanski no supiera nada de cine. La repentina multiplicidad de puntos de vista traiciona el pacto que la obra habia dispuesto con el espectador desde el comienzo y uno empieza a plantearse esas preguntas que ningún realizador de este tipo de producciones desea que el público se haga, por ejemplo: ¿Quién puntualmente “encontró” estas cintas?. Cuando se llega a este punto es difícil no despegarse de la película y encontrar cientos de errores más. Los climas desaparecen y la torpeza en la realización vuelve absurdo al producto. En el final del metraje, la ausencia del desarrollo de un potencial de clímax previo, da como resultado la inexistencia de un giro argumental o siquiera un desenlace. Ante esto, los realizadores optan por romper nuevamente los mismos códigos que plantearon y rematan con una escena más propia del Fantástico que de este tipo de producciones. Heredero del Diablo es una película en la cual sus realizadores decidieron conscientemente no aportar ninguna idea original al trillado Found Footage y eso lamentablemente la convierte en una mala opción.
El regreso del Anticristo Un hombre es interrogado por la policía el 30/3/2013. Tiene el rostro ensangrentado, pero repite: “Yo no lo hice”. La historia se retrotrae 9 meses y vemos entonces a una pareja joven y bella (Zach Gilford y Allison Miller) que se casa, y se va de Luna de Miel a República Dominicana. Poco después, ella le informa a él que está embarazada. La felicidad que embarga al matrimonio se transformará en -literalmente- un infierno cuando empiecen a ocurrir cosas muy extrañas -no conviene adelantar demasiado- durante ese proceso de gestación. La película de la dupla Matt Bettinelli-Olpin-Tyler Gillett es una mixtura no demasiado audaz de El bebé de Rosemary con Actividad paranormal, un reciclaje de elementos del subgénero de terror a-la-Anticristo con elementos sobrenaturales, estética “documentalista” y recursos narrativos (la omnipresente cámara subjetiva que cargan los protagonistas a toda hora, las imágenes tomadas por diversas cámaras de seguridad) que ya se han visto una y mil veces en los últimos años. Película pesadillesca y paranoica, El heredero del Diablo está dignamente construida, regala algunas escenas inspiradas y unos cuantos sustos (por momentos, apelando a un exceso de sadismo), aunque finalmente cede al festival de efectos visuales para un desenlace quizás más ampuloso de lo deseado. Un exponente del “nuevo” cine de terror tan correcto, tan profesional, como efímero.
¿Cámara testigo? Como si con la dilatada saga de Actividad Paranormal (Paranormal Activity) no alcanzara, Heredero del Diablo (Devil's Due, 2014) viene a terminar de embarrar el género found footage con un guión que no consigue justificar el uso de las cámara en primera persona. Si construyésemos una genealogía del género del terror, encontraríamos una variable que se repite desde sus inicios: el intento de generar verosimilitud. Desde la primera literatura de terror (Stevenson, Lovecraft) existen ejemplos de relatos en los que la procedencia del texto era desconocida. Manuscritos encontrados en botellas, hojas sueltas caídas desde el cielo, cualquier excusa era buena para que el cuento deje de ser ficción y pase al más inquietante terreno del testimonio verídico. Por supuesto, el cine no tardó en aprender la lección. En la década del 80, con Holocausto Caníbal (Cannibal Holocaust, 1979), se inventó un género que tiene nombre propio: found footage, basado, por supuesto, en el desconocimiento del origen de lo que estamos viendo. ¿Por qué toda una explicación de género para hablar de una sola película, que encima tiene puntaje bajo? Se preguntará el lector, al borde de la indignación. Para señalar el mayor defecto de Heredero del Diablo: la imposibilidad de justificar la presencia de las cámaras. A lo largo de la película, el guión cae en el peor error que puede cometer un largometraje que cultiva el found footage: no puede disimular que las cámaras testigo se deben más a una cuestión de presupuesto que a una decisión artística. La historia es sencilla: Samantha y Zach se casan y se van de luna de miel a Santo Domingo. En la última noche del viaje, se pierden y terminan en una fiesta local, de la que no recordarán nada al día siguiente. Sin embargo, unas tomas furtivas con velas y cánticos paganos entre la fiesta y la resaca posterior (por supuesto, filmadas con la misma cámara, de manera fortuita) darán entender al espectador que algo pasó. Y ese algo se confirma cinco minutos después: pese al uso de anticonceptivos, Samantha queda embarazada. Zach llevará el uso de la cámara hasta las últimas consecuencias: en el supermercado, en el hospital, y hasta cenando asistimos a la acción a través de sus grabaciones. Y no sólo eso. Promediando la película, vemos que unos tipos se meten en la casa de Samantha y Zach. ¿Para qué? Nada menos que para instalar cámaras. El parche en el guión es notable. Con actuaciones bastante pobres (Allison Miller, actriz que encarna a Samantha, no consigue transmitir el drama de la embarazada con verosimilitud; y el personaje de Zach es demasiado pollerudo como para generar empatía o cualquier otra cosa), y efectos especiales que tampoco logran cumplir con las expectativas generadas, Heredero del Diablo se postula, de manera prematura, como una de las peores películas de terror del año.
¡Basta de películas con estilo “found footage” o falso documental! ¡Basta de películas sobre posesiones demoníacas o afines (anticristo)! ¡Pero por sobre todo, un muy fuerte basta a Hollywood para que deje de sacar cual chorizo films que intentan ser de terror pero que no logran mover ni un pelo tanto por falta de originalidad en la historia como en la manera de narrarla y filmarla! O sea, si bien es verdad de que es un género difícil porque ya se han hecho todo y no se puede inventar nada, también es cierto que al público argentino le encanta este tipo de propuestas, ya sea la secuela número mil de Actividad Paranormal o geniales exponentes como el año pasado lo fueron Mamá y El conjuro. En esta oportunidad los directores Matt Bettinelli y Tyler Gillett, quienes dirigieron uno de los segmentos de Las crónicas del miedo (2012), toman al clásico de los clásicos El bebé de Rosemary (1968) para reducirlo a su más mínima expresión. “Es un homenaje”, remarcaron los realizadores en distintas entrevistas, pero habría que preguntarle a Roman Polanski qué opina al respecto. El principal problema de la cinta es que parece que nunca empieza, salvo por un par de secuencias perdidas no es hasta el climax en donde se desata el conflicto. Lo que produce aburrimiento porque es contemplar una boda, luna de miel y convivencia de una pareja que no produce empatía alguna. Unos años atrás esta técnica de filmación hubiera sido acertada, pero el mercado de hoy está saturado con varias películas que inundan la cartelera de forma constante y que se amparan en el “material encontrado” o “falso documental”. Pero lo cierto es que hoy en día suena más que nada a una forma de abaratar costos que un estilo artístico. Por ello, salvo para un grupo de amigos o una pareja que consumen todo lo que es -o intenta ser- de terror, El Heredero del diablo no encontrará quien lo adopte por lo repetitivo, poco original, y, por sobre todo, porque no asusta.
El subgénero del apócrifo found footage se consolidó por dos simples razones financieras: es barato y recaudador. Muchas veces se nombra a El Proyecto Blair Witch como la película nodriza que alimentó y envalentonó a los subsiguientes experimentos de cámara en mano, pero los mondo films ya tenían el germen de este subgénero. Y la película que marcó definitivamente el rumbo fue U.F.O. Abduction (o The McPherson Tape) en 1989, luego reversionada por el mismo director como Alien Abduction: Incident in Lake County (gastada en el canal Cinemax a fines de la década del 90). De todos modos, La Bruja de Blair sí fue pionera en algo: hizo toneladas de guita. Un presupuesto acotadísimo y una recaudación que superó los 200 millones en todo el mundo. Algo similar pasó con Actividad Paranormal, la verdadera madre de Heredero del Diablo. Entonces, el falso found se transformó en una nueva apuesta fácil del cine mainstream. Lejos de las controversias que podía generar un falso documental como Holocausto Caníbal o la confusión en los adolescentes nerds que generó Alien Abduction hace más de quince años, hoy una película de este subgénero rápidamente erosionado sólo puede sorprendernos favorablemente si nos ofrece una buena reinterpretación de lo ya hecho, si le aporta una visión personal a un género ya establecido. Porque hasta en un cover hecho por la más insulsa banda de rock debe haber personalidad. Y eso es justamente lo que no tiene Heredero del Diablo. En este cover de Actividad Paranormal ni hay pasión. Porque no estamos criticando la poca originalidad ni el uso repetido de los tópicos (¿cuántos temas hay?), lo problemático (y problemático por aburrido, por no resignificar) es que vemos Devil’s Due y ya la vimos mejor contada. No hay ideas ni construcción de relato que nos conmuevan, sólo hay un mush up de obras contemporáneas -con planos directamente robados- y de viejas glorias como El Bebé de Rosemary. Claro que estamos lejísimos del horror sutil de Polanski en su versión del hijo del diablo, como estamos lejísimos de sentir el terror que nos provocó. El efectismo berreta y el absurdo al que llega un horror técnico de pretendido realismo que infecta al cine fantástico, les dan la derecha a quienes critican al género desde la soberbia del aburrimiento. Heredero del Diablo nos vomita su anticristo como si fuésemos pajaritos esperando la comida de mamá, nos vende Pavlov por falta de ideas como si fuera la novedad del mercado y mete un final circular como el más novato del taller literario. Sólo espero que pronto llegue otro hijo del averno a darle vida al género.
Tomando la premisa del clásico EL BEBE DE ROSEMARY y la estética de las películas hogareñas, la cinta resulta una novedosa e inquietante forma de presentar la llegada del anticristo. La estética de falso documental, aquí funciona por la naturalidad de los protagonistas y por la puesta en escena, que busca la sorpresa y el impacto en los momentos menos esperados. Probablemente no se transforme en un clásico como la película de Polanski pero funciona, asusta y entretiene.
Imagino que aunque uno diga que no vale mucho la pena, la gente la va a ir a ver porque las pelis de terror gustan mucho en cine... el tema es que realmente sea de terror, de miedo, cosa que no pasa en esta oportunidad. Los dos directores cumplen con su rol, pero hablando de originalidad, que es lo que uno busca viendo una peli para asustarse, eso pasa por alto. ¿Cámara en mano nuevamente? Pufff, si, basta, baaaasta. Lo que vas a ver, ya lo vimos en muuuchas películas, pero bueno, no puedo hacer nada para que no vayas a verla... si vas, espero que al menos te diviertas. Si no vas, tenes dos recomendadas por arriba de esta, que son geniales.
Un terror no muy convincente Una pareja joven que vive con una cámara en mano, como para no perderse de registrar nada de lo que sucede en sus vidas, protagoniza este filme. Enamoramientos, viajes, fiestas, todo está filmado. Ella se llama Samantha McCall (Allison Miller), él es Zach McCall (Zach Gilford), ambos deciden casarse e irse de luna de miel. La elección recae en República Dominicana y ahí empiezan los problemas. Una noche de locura en un bar decadente al que los conduce solícito un taxista y de la que ninguno recuerda demasiado. La vuelta y el anuncio del embarazo y a partir de ese momento a los pobres McCall se les termina la tranquilidad. CURIOSA AFICCION La angustia de Allison, sus brutales reacciones ante el pobre esposo dispuesto a complacerla y la inexplicable afición a la carne cruda y más aún, a la carne de animales recién cazados (escena del parque con el ciervo), hacen sospechar de que algo extraño ocurre. El caso es que hay algo que une a esta Allison y a la Rosemary (que personificara Mia Farrow) de la conocida película de Roman Polanski, lo mal que la pasa durante el embarazo, el gusto por la carne cruda y los cambios de carácter. Además pensemos que el final es casi el mismo sin la magia de un gran cineasta como Polanski. CASI SIN ALIENTO "Heredero del diablo" pudo haber sido mejor. Mientras su honroso antecedente "El bebé de Rosmary" tiene detrás la estupenda novela de Ira Levin, este guión se queda sin aliento a la mitad de la película. Desde que la chica se embaraza, lo repetitivo se vuelve costumbre y nada nuevo parece suceder. Uno se pregunta cuando ve una y otra vez al modelo dominicano Roger Payano como taxista y enviado del diablo, por qué el embarazo satánico se gesta en un país latinoamericano y esa suerte de padrino es enviado a Estados Unidos para asistir al futuro nacimiento. Dudas de países periféricos. "Heredero del diablo" abusa de la técnica de cámara en mano, herencia de la recordada "El proyecto Blair Witch". Tiene momentos interesantes, la escena del supermercado, la de la ceremonia de comunión de las niñas y algunas en el interior de la casa. A la vez que muy bella y aireada, es la imagen lejana del edificio Dakota, donde se filmó la película de Polanski. En síntesis, es una película sólo para adolescentes aficionados al género y poco exigentes.
De lo cotidiano a lo siniestro Si uno vio el tráiler, El heredero del diablo corre con notoria desventaja. El material promocional es cachivachero, con intención de ser trepidante, pero resulta adocenado y artero y puede generar muy pocas ganas de ver una -otra- película sobre alguna posesión o situación demoníaca relacionada con un niño por nacer. En ese tráiler todo parece ya visto decenas de veces y de esa misma manera. Quienes no queremos ver lo que promete el tráiler no estamos bien predispuestos a la hora de ver esta película. Por su parte, quienes se acerquen a El heredero del diablo buscando la milhojas de horrores formales que prometen los avances encontrarán una cosa distinta. Por suerte, algo mucho mejor. Mejor no significa necesariamente original: esto es una mezcla de El bebé de Rosemary con la aparentemente interminable moda narrativa de imágenes de cámaras diegéticas; es decir, de las que pertenecen a la ficción, ya sea que las lleve algún personaje o sean cámaras de vigilancia. Una pareja -joven, linda- se casa y se va de vacaciones a la República Dominicana. El muchachito registra en video muchas partes de su vida (costumbre que heredó de su padre y que puede ser mucho más molesta que la toma ocasional de fotos). En la última noche en Costa Rica algo pasa. La película, desde el título, desde el principio -el muchacho ensangrentado y esposado contando su historia-, no esconde, no oculta información para revelarla más tarde: sabemos lo que está pasando: ese embarazo no es normal. El heredero del diablo no solamente no abusa de sustos injertados, sino que es de una sobriedad inusual. Sí, hay sangre, hay amenazas, hay maldad, pero en función de la progresión dramática y de la construcción de un universo creíble, sólido, limitado en alcance por justa necesidad de concentración. Más de dos tercios de la película transcurren durante el embarazo, y se aprovecha la idea de la madre "preparando el nido" o "cuidando el bebé en gestación" para pequeños grandes momentos de violencia, como por ejemplo el del estacionamiento. Los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, parte del colectivo Radio Silence que firmaba "10/31/98", el último corto de la primera Las crónicas del miedo (estrenada hace un año en los cines locales), mejoran notablemente desde esa propuesta al eliminar la arbitrariedad y dedicarse a contar otra vez una historia que el cine -es cierto y como tantas otras- ya contó. Pero el qué (se cuenta) es siempre el cómo (se lo cuenta), y los directores aciertan casi siempre (el momento de los chicos en el bosque es espectacular, pero endeble, por punto de vista y por pertinencia de la cámara) en el uso de las cámaras diegéticas. Así, logran establecer con solvencia un ambiente cercano y cotidiano para llevarlo hacia lo siniestro. Y lo hacen con una eficiente modestia que les evita cualquier tentación grandilocuente y les permite lograr secuencias como la de la iglesia, que asustan de día y sin necesidad de chantaje ni manipulación, elementos sí presentes en ese tráiler que nos podría haber mantenido alejados de esta pequeña sorpresa del terror 2014 que, además, no estira su resolución y pone una canción de la recomendable banda The Gaslight Anthem para los créditos finales.
Mezcla de la ya clásica “El bebe de Rosemary” con técnicas de “Actividad paranormal”, la historia actualiza el embarazo de una humana engendrado por el demonio. Entretiene y les gustará a los amantes del género terrorífico.
La moda "película encontrada" La moda de las películas de terror con "película encontrada" (found-footage) se acerca año tras año, título tras título, a un agotamiento que debería alarmar a los productores y directores de cine acerca de la necesidad de abandonar esta modalidad. Heredero del diablo cuenta una historia con algunas variaciones, lo que sin duda es su punto más interesante, pero se pierde cuando depende de la estética mencionada. La pareja protagónica está de luna de miel cuando una serie de extraños eventos que suceden una noche son el puntapié inicial para todo el horror que vendrá después. Ella queda embarazada antes de lo que ellos hubieran querido, pero llevan adelante el embarazo y, claro, deciden grabarlo todo. Toda la película cumple con las reglas del género, claro, y con las absurdas y forzadas reglas del found-footage. La originalidad de la idea se aplasta a los pocos minutos y hay que sostenerla hasta el final a duras penas, con todos los clichés habidos y por haber para esta clase de films. A pesar de que Heredero del diablo intenta tener un hilo argumental y actores más conocidos que otros films del estilo, no hay salida posible al encierro que la propia película propone. Algunas escenas escalofriantes vinculadas con el embarazo de la protagonista son impresionantes por razones médicas pero no cinematográficas. Esperemos que en el futuro dejen de "encontrar" películas mediocres y se pongan a filmar algunas buenas.
Eso les pasa por no cuidarse... Cuando no hay mucho nuevo bajo el sol, nada mejor que reciclar. Y también, combinar: dos filmes exitosos del género del terror -por distintos motivos y vías ciertamente diferentes- como El bebe de Rosemary y Actividad paranormal. El engendro, dicho con todo respeto, es Heredero del diablo. Veamos. Una parejita marcha muy, pero muy feliz de luna de miel a República Dominicana -cuya Secretaría de Turismo no debe estar muy contenta con cómo pintan al país-. Allí, la última noche, medio que se pierden y aceptan la invitación de un taxista, que ofrece llevarlos, en vez de regreso al hotel, a pasar una noche, cómo decirlo, distinta. Y la parejita, que llegó muy, pero muy feliz, regresa muy, pero muy embarazada. Ya con el título del filme de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett (qué apellido para un filme de terror) se sabe lo que tiene en el vientre la incrédula Samantha (Allison Miller), y de ahí la mención a aquella pequeña obra maestra de Roman Polanski de 1968. La referencia a Actividad paranormal es que Zach (Zach Gilford) se la pasa, cámara en mano, filmando todo. Y así es que descubre que, amén de que el comportamiento de su esposa a medida que crece la panza aumenta en improperios y gestos extraños, hay ciertas presencias rondando la casa. Porque siempre es una casa, con escalera. Aquello que logró Polanski -que los vecinos del edificio de Rosemary eran los amantes del diablo- se ve que ya no rinde. El género del terror es de los que más fanáticos tiene en nuestro país. O para decirlo con claridad: deben ser los mismos, pero que ante cada estreno, llenan las salas. Con Heredero del diablo presumiblemente pasará lo mismo: un éxito, aunque el filme no tenga sutilezas y sí muchos efectos. A lo mejor el lector vio un video viralizado sobre un cochecito de bebe abandonado en las calles de Nueva York. La gente se acerca al oír llorar un bebe y, por un dispositivo, el bebe se levanta de pronto con cara de monstruo. ¿Lo vio? Si no le alcanza, vaya a ver la película.
El bebé de Rosemary era mejor Nada podria ser más terrorífico que la idea de caer desprevenido en una reunión de amigos que termina con los anfitriones obligando a los invitados a presenciar el metraje completo de los videos caseros de sus vacaciones. O, mucho peor aun, el video completo sin editar de todo lo referente a una boda, luna de miel y dulce espera de los recién casados (que en este caso, obviamente no es tan dulce, dado lo que sugiere el título). Esta terrorífica perspectiva es lo que les espera a quien se atreva a ver este espeluznante producto, que en su esfuerzo por simular los típicos videos hogareños de recién casados y futuros padres primerizos se pasa de rosca hasta lograr que las intermitentes escenas de horror sean un verdadero alivio en medio de todo lo demás. Lo que queda claro es que hay que desconfiar de los taxistas que inviten a parejas de turistas a acontecimientos "autenticos" que, como además son gratuitos, resultan irresistibles. Las escenas de la luna de miel en Santo Domingo daban para mucho más, sobre todo el pintoresco y fatidico ritual en cuestión, pero por supuesto el estilo de documental apócrifo generalmente sabotea tanto el potencial narrativo como visual de cualquier historia medianamente interesante, aun si no fuera demasiado original. Hay que esperar un buen rato para que las cosas se pongan realmente dignas de un film de terror, con dos o tres momentos fuertes, incluyendo una única escena con algo más o menos nuevo que ofrecer el equipo de directores hizo cosas parecidas en el contexto de los cortos de la saga de las "Crónicas del miedo", redituable franquicia pensada a partir del bajo costo que implica este tipo de producciones centradas en este mismo estilo. Hay que avisar que algunas situaciones de este film pueden resultar perturbadoras para los espectadores sensibles, especialmente aquellos que recuerden cierta obra maestra de Roman Polanski.
Trampa y lugar común Las películas de metraje encontrado, del tipo El proyecto Blair Witch o Actividad paranormal, son la única tendencia de cine de terror que continúa firme desde 2007, con varios estrenos anuales de este tipo. Casi que se ha convertido en un subgénero, limitado y gastado, pero que implica una fórmula eficaz y tentadora: films baratos de buen rendimiento en la taquilla. Obviamente seguiremos viendo películas de esta índole por un tiempo más, hasta que el mercado esté lo suficientemente saturado. Ya se han reelaborado en este estilo unos cuantos tópicos del género: los infectados/poseídos que se comportan como zombis con REC y Diario de los muertos; lo sobrenatural y fantasmal con Actividad paranormal, sus secuelas y cantidad industrial de descaradas copias; monstruos mainstream con Cloverfield; exorcismos con El último exorcismo. El heredero del Diablo es El bebé de Rosemary de este estilo de películas. Digamos que visualmente este subgénero tiene cierta ventaja en cuanto a la posibilidad de generar sustos realistas y tramposos, y si el director de turno tiene la habilidad suficiente, se pueden generar ciertos climas enrarecidos de gran efectividad. Pero en fin, la habilidad no es algo común. Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillet (a los cuales a partir de ahora llamaremos “los directores”) tenían una historia, es decir, tenían que contar El bebé de Rosemary pero con el marido de la protagonista fuera del culto satánico que espera la llegada del anticristo, y actuando como un idiota que no se da cuenta, hasta que es demasiado tarde, de que su esposa está siendo manipulada para que traiga al mundo a uno de los hijos de Satanás (al parecer son muchos los que van a nacer). Está bien, son convenciones del género, aunque estos directores van más allá de las convenciones, transformando al espectador, que por convención sólo ve lo que filma el esposo -que por alguna razón lo filma todo-, en una conciencia electrónica que salta de cámara en cámara, desde las de seguridad de un supermercado hasta la excesiva cantidad de cámaras de vigilancia que el culto diabólico instala convenientemente en la casa de los protagonistas. Además, cuando la película debe asustar, apela justamente al susto tramposo que mencionábamos anteriormente: golpes de efecto de un instante que se cortan con momentos de tranquilidad, sumados a elipsis sin sentido, como cierto asesinato que no es mostrado no sabemos por qué: si nuestro punto de vista son las cámaras y hay cámaras en toda la casa… pero no, vemos una puerta y escuchamos un grito, es decir, trampa y lugar común. Y hablando de trampa estamos claramente ante una película de tráiler, uno de esos artefactos cuyas únicas escenas decentes están en el adelanto. Quizás lo mejor del film sea la actuación de Allison Miller (la chica embarazada del Diablo) que sin ser ninguna maravilla está a tono y tiene cierta mirada inquietante. Zach Gilford (el esposo) por otro lado, está peor, aunque lo cierto es que su personaje requiere cierta estupidez. También hay un intento de incorporar elementos típicos del cine de terror y redondear una narración más completa. Esto está logrado a medias, pero podríamos decir que en comparación con, por ejemplo, la primera parte de Actividad paranormal, estamos ante un exponente mejor acabado pero también más arbitrario. Seguramente se han visto peores cosas de este estilo, algunas hasta indignantes, por lo cual no podemos decir que El heredero del Diablo sea de lo peor que se ha hecho. Incluso es algo recomendable para ver una de esas tardes en las cual se ha perdido toda esperanza.
Pareja feliz engendra Anticristo El parágrafo 2:18 de la primera Epístola de San Juan es la base sobre la que se construye el argumento de El heredero del Diablo. En ese pasaje bíblico se anuncia que no hay uno sino muchos anticristos y que sus nacimientos marcan las últimas horas del mundo. Desde El bebé de Rosemary y La profecía el tema se ha convertido en un tópico del cine de terror, frecuentado con diversa fortuna en decenas de películas, por lo que sería demasiado optimista esperar una variante novedosa. Hay algo en la forma en que es narrada El heredero del diablo que delata esa inconsciente resignación. La condena a repetir una fórmula gastada, que ya no produce monstruos sino ranas y sapos más o menos inofensivos, se nota en la gran cantidad de minutos que no contienen absolutamente nada de terror ni de suspenso. Sin embargo, son esos momentos en los que se escapa del género lo mejor de la película. En la primera escena, la dupla de directores comete el pecado de honestidad que implica empezar por el final y sugerir que las cosas no van a terminar nada bien para los protagonistas. Pero a partir de la escena siguiente, arranca lo más interesante: la historia de una pareja a punto de casarse, algo así como La boda de Rachel sin la hermana perturbada. En este caso también vemos todo a través del ojo de una cámara manual, dado que el novio tiene el proyecto de registrar los mejores momentos de sus vidas para verlos en el futuro y compartirlos con sus hijos. La encantadora naturalidad con la que Allison Miller y Zach Gilford (Sam y Zach en la ficción) encarnan la utopía de un matrimonio enamorado podría servir a un antropólogo extraterrestre como documento para analizar las ilusiones románticas más arraigadas en los seres humanos. Viéndolos reír, charlar, salir de compras juntos, uno casi se convence de que el amor y la convivencia no son mutuamente contradictorios. Una síntesis maliciosa que suena a titular de Crónica TV podría ser: pareja feliz engendra Anticristo. Pero quien ha pagado la entrada para ver una película de terror lo que menos quiere es encontrarse con una comedia romántica casera apenas mechada con algunos sustos, palabras en latín y símbolos bíblicos. Si bien en la segunda mitad, ese deseo es saciado con la habitual parafernalia de la industria del miedo, El heredero del diablo muestra demasiadas fallas en su estructura como para considerarlo un producto digno y, entre esas fallas, hay una imperdonable: que la elección de narrar los hechos a través de cámaras manuales o caseras se revele como un error de la trama.
VideoComentario (ver link).
Fondo negro, letras blancas. Pasaje de La Biblia. Juan 2:18 dice: “…va a haber muchos anticristos más”. Lo que faltaba, la Biblia misma anuncia secuelas, y a juzgar por éste producto es lo peor anunciado por las escrituras desde el diluvio universal. Primera escena de “Heredero del diablo”, un Interrogatorio filmado. Un policía le pide a Zach (Zach Gilford) que cuente todo desde el principio. Flashback (pongámosle así): Zach sigue con su cámara a Samantha (Allison Miller), su novia. Así nos enteraremos del inminente casamiento, luna de miel y proyecto familiar. Casamiento. Ya no es Zach quien filma, pero la estética se respeta. Lo mismo que en escenas como la del supermercado, donde una nena que también toma una cámara… Suponemos que todos los personajes compraron el mismo modelo de camarita e hicieron el cursito de cómo usarla en la misma escuela. También suponemos que en realidad Zach le está contando a la policía no sólo sus recuerdos, si no los de todos los testigos. Las que mencionamos no serán las únicas burlas a la inteligencia del espectador. También lo será el montaje mentiroso, y los movimientos de cámara más mentirosos aún pretendiendo dar una impronta amateur cuando claramente está todo manejado por profesionales. El argumento parece querer narrar cómo en una noche borrosa y de alcohol, durante la luna de miel, la pareja es llevada a un ritual en el cual ella queda embarazada del diablo sin saberlo. Se ve que sigue vigente aquello de que “te destapen la bebida delante tuyo” pregonado por nuestras madres. El espectador deberá ser muy paciente para llegar al minuto 62, momento en el cual hay algo de acción en serio. Lo demás son simples amagues en teoría, para ayudar al relato a crecer en tensión cosa que no ocurre porque cada situación está tan mal construida que se ve venir desde kilómetros. Como suele suceder en esto de “archivo encontrado”, con una sola cámara se hace insostenible visualmente con lo cual se termina cayendo en la trampa de cámaras fijas tipo seguridad, o directamente abandonando la cámara en mano o cambiando de ángulo arbitrariamente provocando una suerte de traición a la propia propuesta estética. En todo caso, los trabajos actorales (tienen un registro natural acorde con lo que necesita el género), son lo más “creíble” en “Heredero del diablo”. No me lo va a creer, pero hizo falta dos directores para llegar a esto. Lo que hubiera salido con uno sólo, ¡mamita!… Los culpables de esta película son Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, responsables del peor segmento de aquella “Las crónicas del miedo” de 2012. Con semejante antecedente no esperábamos mucho, pero tampoco que fuera peor. Prepárese para el final que anticipa la que viene, ya no es falta de sutileza sino de vergüenza.
Terror para las nuevas generaciones que buscan found-footage. Todo gira en torno a la joven y simpática pareja formada por Samantha McCall y Zach McCall (Allison Miller y Zach Gilford) quienes sin apremios económicos tienen una emotiva ceremonia nupcial y se supone que tendrán un futuro brillante, (momento en el que algunas parejas se sentirán identificadas), donde todo lo que va sucediendo es lo acostumbrado. Tiempo más tarde, toman un vuelo para pasar su luna de miel en la soleada República Dominicana, en una de sus salidas viven una extraña sesión con un psíquico y lo que no saben es que algo siniestro les espera. Quedan un poco trastornados, Zach y Samantha se pierden en unas calles oscuras y solitarias del lugar, se encuentran con un taxista muy amable que les ofrece su ayuda, los incentiva para llevarlos a un bar secreto para que vivan una auténtica experiencia de lo que es la República Dominicana. Luego siguen momentos muy inquietantes, surgen abundantes imágenes perturbadoras (voces, huesos, sangre, un cráneo sonriente y otros elementos que hacen al género), a la mañana siguiente no recuerdan lo sucedió. Luego regresan felices a su casa al tiempo que ella se encuentra embarazada antes de lo planeado. Toda la historia se encuentra filmada con cámara en mano, cada vez se pone más intenso su entorno que resulta extraño. Una ecografía que tiene algunas fallas y datos dudosos realizada por Dra. J. Ludka (Donna Duplantier, “El curioso caso de Benjamin Button”) un indicio está en la fecha de parto 30 de marzo de 2013, y todo lo que sigue es bastante anormal. En el supermercado, Samantha, vegetariana, se mete a la boca carne cruda y sangrienta; en el estacionamiento de un centro comercial rompe el vidrio trasero de un coche brutalmente con la fuerza de un hombre; duerme diferente; su vientre se estira y contorsiona; algo ronda en la casa; todo esto entre otras herramientas que hacen al género. Tiene similitudes narrativas y temáticas con la clásica película de terror "El bebé de Rosemary" (1968) de Roman Polanski, “La profecía” (1976) de Richard Donner y también se va referenciado a otra del género “Actividad paranormal”, se va mezclando con algunas escenas: románticas, de humor, con sobresaltos, símbolos bíblicos y la llegada del anticristo, la historia entretiene y tiene segunda parte, resulta ideal para las nuevas generaciones que buscan terror a través de la cámara en mano también conocidas como falsos documentales con el cual se intenta obtener mayor realismo. Pero para aquellos que busquen otro tipo de terror puede generales cierto fastidio, siendo: predecible, aburrida, con muchos clichés, sin sorpresa y reiterativa.
Se vienen los anticristos Una pareja de jóvenes recién casados pasa su luna de miel en la República Dominicana. La última noche viven una extraña experiencia y a poco de llegar de regreso a su hogar, la esposa descubre que está embarazada. Pero la gestación se desarrolla como un proceso dramático y su desenlace resultará terrorífico. El comienzo del filme muestra una cita del Evangelio en la que se advierte que una evidencia del fin de los tiempos será la llegada de los anticristos. Inmediatamente, el relato se articula desde la declaración en sede policial de un joven esposo que niega haber cometido un delito que no se especifica. Desde entonces y hasta los minutos finales, los directores vuelven atrás nueve meses en el tiempo para estructurar un atrayente relato a partir de lo que captan una serie de cámaras (la propia de los protagonistas o filmadoras de vigilancia); se muestra el casamiento y la luna de miel de una joven pareja, el regreso del viaje de bodas, el anuncio del embarazo de la esposa y todo el proceso de gestación, durante el que ocurren cosas más que extrañas, que llevan a la pareja a un desenlace siniestro. Resulta más que obvio que en las entrañas de la joven crece nada menos que un retoño del propio Satanás. Esta situación remite fatalmente a uno de los grandes títulos de este género en la historia del cine: “El bebé de Rosemary” (Roman Polanski, 1968). Por supuesto que la comparación con aquel clásico deja en desventaja a esta realización, pero debe reconocerse que la eficaz dosificación de la tensión a lo largo del relato y el buen gusto que revelan los directores al descartar los tradicionales golpes bajos en este tipo de realizaciones suman preciosos puntos al filme. Otro aporte (que tampoco resulta original a esta altura de los acontecimientos) es el uso de cámaras que comparten la escena con los protagonistas. Este recurso le suma dramatismo a las escenas y ayuda a que el espectador se involucre de manera más cercana con los personajes centrales. Como puede apreciarse, ni el núcleo dramático del filme ni su tratamiento visual aportan mayores novedades; sin embargo, la consistencia del relato, la buena administración de recursos nada espectaculares y la prolijidad a la hora de exponer la historia redondean un más que aceptable entretenimiento dentro de las convenciones que imponen este tipo de realizaciones. El final de la película, con una breve escena que remite a la cita bíblica del comienzo, cierra el relato y cumple con uno de los preceptos del género, que es el de no permitir que el espectador se vaya del todo tranquilo del cine una vez que se encienden las luces de la sala.
Sucede algo bastante curioso con las películas que tienen como temática el nacimiento del Anticristo: muy pocas cuentan lo sucedido después de que el bebé sale del útero de la madre. Con una tradición que comenzó con la extraordinaria "El bebé de Rosemary", este film cuenta nuevamente la misma historia que todos hemos visto seguro más de una vez. Lamentablemente, lo hace de la peor manera posible, invocando todos los clichés imaginables del género.
Todo un parto. En esta época de marketing autópsico y veredictos instantáneos, estrenos como Heredero del Diablo (Devil’s Due, 2014) tienen un lugar bien específico en las carteleras. Con el cansancio con ciertas partes del género, la conexión con el fanático del terror es distante; por supuesto, uno puede ver el póster en los pasillos del cine o observar un par de spots en el medio del zapping televisivo, pero la sensación de deja vu hace un bloqueo automático de la promesa de sustos y sangre. Es duro no sentir el enfoque ajeno, directo a un público adolescente masivo, aquel fresco a la repetición de las mismas convenciones escondidas bajo la última moda (en esta oportunidad, el found footage). Ellos quieren sustos, y el producto se los da. Pero para quienes tengan experiencia, el verdadero temor se encuentra en lo predecible y calculada que es la experiencia. Por lo menos, todo inicia de manera feliz para algunos: los protagonistas del film, Zach (Zach Gilford) y Samantha (Allison Miller), un par de tórtolos que están a punto de unirse en matrimonio. En el furor de la ocasión, el novio decide comprar una cámara para filmar todos los momentos de la nueva familia. Y cuando uno dice todos, es literal: en la primera media hora, tiempo tomado para mostrar los preparativos, el casamiento y la luna de miel en República Dominicana, uno sería perdonado por pensar que está viendo por accidente un verdadero DVD de una pareja que no conoce. Al parecer, Zach hace eso porque es una tradición llevada por su padre, que grababa cada instante de su vida. En eso solo consiste la floja excusa para emplear la omnipresente cámara en mano que, junto a varias convenientes grabaciones de amigos, desconocidos y registros de seguridad, forman la vaga visión del relato. First-Look-At-Devils-Due-VF Sin embargo, las cosas cambian en la última noche en el extranjero, donde un taxista los convence de ir a un lugar especial. Viendo como el dominicano los arrastra a un barrio no tan distinto a las favelas de Ciudad de Dios y que sus víctimas aún crean en su promesa de conocer un club nocturno, queda bien establecido el nivel de inteligencia para el resto del guión. De todas maneras, a la mañana siguiente ellos no recuerdan nada malo, aunque las sospechas arrancan poco después, cuando la señora descubre que está embarazada. A pesar de creer haber estado protegidos para que no ocurriera esa situación, la sorpresa los encuentra felices y expectantes para ser futuros padres. Pero con el paso de los meses, el comportamiento de Samantha se vuelve más errático: ella se congela en trances que no recuerda, comienza a tener bruscos cambios de ánimo, y empieza a desarrollar un apetito por la carne fresca. Sí, suena parecido a la realidad, pero hay una diferencia clave: el bebé es el Anticristo. v11 Eso lo sabemos nosotros de entrada, debido al recurso de la (casi obligatoria para este subgénero) cita bíblica. Entonces, al inicio ya queda establecido que los personajes tienen que actualizarse con nuestra delantera, primera señal de un mal recorrido por un camino que conocemos de memoria. Desde el justificativo para la innecesaria primera persona cinematográfica hasta los clichés argumentales que hoy exasperan (¿acaso todo latino es adivino o cultista en esta clase de proyectos?), los directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett siguen al pie de la letra el manual hollywoodense de ruidos fuertes, lugares oscuros y mal montaje para hacer “sustos”, a tal punto que exasperan. No está bien reducir a las obras en fórmulas, pero es imposible no imaginar la propuesta al estudio por esta película como la suma entre El Bebé de Rosemary y Actividad Paranormal, y los realizadores (quienes ya habían probado el terreno en un corto de Las Crónicas del Miedo) chupan sólo los huesos de ambas obras. Es una lástima, porque Gilford y Miller son carismáticos al frente de la producción, y tienen suficiente química entre sí para que uno empiece a preocuparse por el bienestar de sus personajes. A Miller le toca la parte más pesada, mezclando su aflicción sobrenatural con un miedo más humano, el de la vida propia después del parto. Pero como tantas cosas, es una vía no explorada por los realizadores, y que se queda en el rostro de la actriz. Así se podría resumir Heredero del Diablo, un intento que sólo puede ser escalofriante para aquel que jamás haya visto un film de terror en su vida. Es algo triste cuando este video en broma de tres minutos es decenas de veces más creativo, interesante y efectivo que tu largometraje.