¿Quieres ser Paul Giamatti? Con sus ojos saltones, su mirada triste, su expresión melancólica y su look de perdedor, Paul Giamatti parece cargar el peso (no menor) de la vida. Por eso -aunque Sophie Bartes (nacida en Francia pero formada en Estados Unidos y consagrada en el Festival de Sundance) escribió el guión con Woody Allen en mente- nadie mejor que aquel actor para protagonizar un film sobre la angustia existencial. Un actor llamado Paul Giamatti (sí, con el mismo nombre y apellido) ensaya una puesta de Tío Vania, el clásico de Chéjov. Su vida aparentemente plácida junto a su esposa Claire (Emily Watson) y su prometedora carrera profesional se derrumban hasta que, gracias a un aviso publicitario, cree haber encontrado una solución: “Almacenamiento de almas”. En efecto, concurre a un laboratorio en la isla Roosevelt, muy cerca de Manhattan, donde el Dr. Flintstein (David Strathairn) le extraerá el alma (para su sorpresa, del tamaño de un garbanzo). El problema es que también existe el tráfico de almas y el pobre Paul deberá viajar a Rusia para recuperarla. La premisa es absurda y la propuesta del film remite bastante a la de ¿Quieres ser John Malkovich?, pero -más allá de su indudable elegancia para la puesta en escena y de su audacia (ambición)- a Barthes le falta bastante todavía para jugar en las ligas de los Spike Jonze, Michel Gondry y Charlie Kaufman. La película, por momento, luce demasiado fría, calculada, artificial. En otros, cuando coquetea con (y se ríe de) la new age alcanza a sorprender. Y tiene, como as de espadas, al gran Giamatti, uno de esos actores capaces de sostener hasta las situaciones más inverosímiles con la mayor dignidad. Su trabajo justifica por sí solo la visión de esta película.
Realmente refresca estar viendo algo 0% previsible. Lo más interesante es el hecho de que es prácticamente imposible adivinar no sólo cómo va a terminar, sino que predecir cuál va a ser la secuencia siguiente. La primer mitad es mucho más atrapante que la segunda por el hecho de que el espectador va a estar muy enganchado tratando de entender que es...
Chéjov para millones Intercambio de almas (Cold Souls, 2009) halla la manera justa de hacer divertido un conflicto de índole existencial. Paul Giamatti -haciendo de él mismo- se encuentra en crisis y acude a una clínica para que le extraigan su alma. Oscura, extraña y divertida, esta comedia de ciencia ficción bien podría haber sido un drama profundo. Pero no lo es. ¿Cómo hacer simple lo complejo? ¿Cómo exteriorizar un conflicto interno? Paul Giamatti trata literalmente de recuperar su alma con forma de garbanzo. Al concurrir a una clínica para dejar de sufrir da con un novedoso tratamiento que consiste en extirparles el alma a las personas y luego, ante la ausencia de sentimientos, otorgar un alma ajena. En medio de ese “intercambio” se mezclan dos países: EE.UU. y Rusia. Uno realiza el tratamiento mediante la sociedad de consumo, ofreciendo el servicio, el otro mediante el mercado negro. A su vez, mientras los norteamericanos anhelan el alma poética de los rusos, los soviéticos admiran la frivolidad del alma yankie. Nadie mejor que Paul Giamatti para personificar el conflicto. Un actor tratando de ser serio en una obra de Antón Chéjov “Tío Vanya”, pero irremediablemente cómico. Su desgracia conmueve y divierte por igual por lo ridículo de su destino. Si recordamos Entre copas (Sideways, 2004) captaremos la esencia del actor. Intercambio de almas está escrita y dirigida por Sophie Barthes, pero bien podría tratarse de un argumento de Charlie Kaufman, ya que su estilo condice con el del film: buscar en la ciencia ficción la manera de exteriorizar –y a la vez parodiar- un conflicto existencial. El resultado es un film delirante, surrealista y no menos valedero en su propuesta existencialista. Despues de todo, la búsqueda del alma es siempre un dilema de la humanidad, tenga o no forma de garbanzo.
En esta película de Sophie Barthes que, lamentablemente en Buenos Aires se estrena sólo en los Arteplex y en San Isidro, Paul Giamatti hace de sí mismo, como John Malkovich hiciera en ¿Quieres ser John Malkovich?. Aquí Giamatti es un actor frustrado que se encuentra ensayando, próximo al estreno, la obra Tío Vania de Anton Chejov. La referencia no es menor, en tanto que el tema general de la pieza es acerca de la decepción y la frustración en la vida. Y así se siente Paul, hasta que lee sobre la posibilidad de quitarse el peso del alma: el Dr. Flinstein (David Strathairn) la almacena y le ofrece la de una poetisa rusa. El título en inglés – Cold souls, almas frías- es, como a menudo sucede, mucho más sugestivo. Hace referencia a la frialdad con que se habla del alma como un órgano más, al desapego y falta de conexión con el propio alma, y también al metafórico clima frío de New York y más frío aún de San Petersburgo. El guiño acerca de la relación entre los rusos y los norteamericanos es permanente: mientras los estadounidenses pueden montar una clínica de lujo donde los problemas existenciales se resuelven con dinero (alquilan un alma nueva), los rusos son los proveedores de estas almas a las que venden en el mercado negro– sin posibilidad de recuperación- para ganar unos rublos extra. Este maravilloso status quo se transforma cuando la esposa del mafioso ruso quiere el alma de Al Pacino para llevar adelante su carrera como actriz de telenovela. Pero la “mula” rusa sólo encuentra la de Paul Giamatti – actor cómico durante casi toda su carrera, ahora devenido en “serio”. Qué le sucede a las almas en este intercambio, y hablando en términos mercantilistas, si se enriquecen o empobrecen con esta experiencia es el eje de la película. Con muchas ideas que ya fueron plasmadas por el cine de Charlie Kaufman en la mencionada ¿Quieres ser John Malkovich? o Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Barthes se anima a un cine de ciencia ficción y ribetes cómicos con planteos existencialistas. Publicado en Leedor el 4-01-2012
Desalmada ¿Qué es el alma? A lo largo de la historia, pensamientos religiosos y filosóficos intentaron dar respuesta a este interrogante. El conocimiento humano ha alcanzado grandes logros en las dolencias físicas pero, en lo que respecta a los dolores del alma, sigue sin encontrar aquel tratamiento que anestesie por completo la desazón emocional...
El malgasto de la vida es el tema que Antón Chéjov aborda en su drama Tío Vania, en el que el personaje del título se encuentra con que ha desperdiciado sus mejores años al servicio de una concepción errada. Un despertar similar tendrá Paul Giamatti, el actor elegido para una nueva puesta en escena de esta obra, afligido por la presión del estreno e incapacitado para desarrollar su papel. El inmediato alivio llega en forma de una nueva tecnología capaz de quitar un gran peso de encima, esos livianos 21 gramos capaces de cargar grandes cantidades de culpas, remordimientos y problemas diarios. Una decisión, un riesgo, una carrera y una vida posiblemente tiradas por la borda, ese es el conflicto con que se halla el Tío Paul, en una película que no puede dejar de recordar a Being John Malkovich. Es la presencia de Giamatti como el personaje a deconstruir lo que hace de Cold Souls un film de interés, a pesar de la semblanza respecto al de Spike Jonze, con una actuación notable de aquellas que suele ofrecer en grandes películas. Si bien la de Sophie Barthes no es una idea que pueda considerarse original, su puesta en práctica podría haber resultado en un mejor trabajo. Toda la emotividad y gracia que el actor es capaz de aportar, lo mismo corre para una Emily Watson con poca pantalla, acaba algo desaprovechada frente a una historia que no termina de convencer, más allá de lo ficticio de la premisa. La debutante realizadora ofrece un proyecto con altibajos, con pasajes muy logrados en los que el humor funciona, pero con otros que, de tan sintéticos, parecen mecánicos. Esas falencias, sumadas a la falta de emoción, es lo que hacen tropezar al gran final que la directora tiene entre manos. Una perfecta vuelta chejoviana sobre el personaje de Dina Korzun que, a raíz del desarrollo general, parece equivocadamente inconclusa.
"Un alma atormentada es como un tumor: lo mejor es extirparla", dice el cirujano experto, y acto seguido invita al paciente a meterse en una cápsula cilíndrica, mezcla de equipo de resonancia magnética y el orgasmatrón que Woody Allen usaba como refugio en El dormilón . Algo del espíritu de aquel Allen primitivo se percibe en el humor absurdo de esta fantasía, aunque probablemente haya sido la comedia surrealista y metafísica a la manera de Charlie Kaufman ( ¿Quieres ser John Malkovich? ) la que ha inspirado a Sophie Barthes. La joven debutante no es ni uno ni otro, aunque no le falta ingenio para concebir esta fábula cuya gracia reside, sobre todo, en la seriedad con que se abordan las situaciones más desatinadas y se dicen los diálogos más risibles. El impreciso órgano aquí llamado alma -una glándula ubicada en el centro del cerebro, según avisa una cita de Descartes en el comienzo- puede tener las apariencias más diversas y ser objeto de trasplantes, intercambios, donaciones, compraventa, robo y tráfico ilegal y, claro, de un comercio muy rentable. Todo lo cual conduce a que se escuchen líneas como: "¡Qué diablos hace mi alma en San Petersburgo!", o que en algún momento Paul Giamatti ande en cuatro patas buscando por el piso el alma que se le ha caído y que tiene el aspecto (y el tamaño) de un garbanzo: "¡Cuidado, no vayan a pisarla!". ¿Cómo ha llegado a esta situación? Giamatti representa a un actor llamado Paul Giamatti abrumado por el compromiso de encarnar en Broadway a Tío Vania, personaje que le es esquivo. Alguien le sugiere un remedio: podrá aligerarse de ese peso si deja su alma por una temporada en el depósito de un laboratorio especializado en trasplantes de ese tipo y la reemplaza por alguna de las muchas almas que figuran en el catálogo. Si el resultado no es satisfactorio, puede cambiarla por otra, y siempre queda el recurso de recuperar la propia. Nada es previsible en esta aventura que Giamatti emprende y cuyos efectos desconoce: algún progreso en lo profesional, alguna frustración, un brusco cambio en su vida personal, el sentimiento del vacío, la vaga sensación de haber adquirido memorias ajenas. No le han dicho que cada alma que aloje irá dejándole algún sedimento ni han previsto que la recuperación de la suya al finalizar el contrato puede no ser un simple trámite. Claro, tampoco le han explicado que detrás del servicio hay una red internacional de tráfico de órganos que incluye a la mafia rusa. Absurdo de por medio, Intercambio de almas tiene la ventaja de lo imprevisible: nunca se sabe lo que puede suceder (por lo menos en la primera mitad, si bien a veces importa más disfrutar del viaje que del destino al que se arribe), y está la promesa de que la propuesta (más allá del obvio paralelo entre el cambio de almas y el proceso de la actuación) llevará a merodear por cuestiones metafísicas. Quizá no se llega a tanto porque a un guión inteligente en su concepción y rico en hallazgos aunque quizá demasiado cerebral le faltó el apoyo de una puesta en escena con más delirio y fantasía. Para compensarlo está el despliegue de un Paul Giamatti irreemplazable y la solidez de un elenco en el que brillan David Strathairn y la rusa Dina Korzun.
La angustia existencial de Paul Giamatti La angustia es la emoción más fuerte que impregna los días de Paul Giamatti, el personaje interpretado por el actor del mismo nombre en Intercambio de almas. Aunque no necesariamente un alter ego del ser de carne y hueso, el Paul de la ficción parece una materialización a la enésima potencia de la persona cinematográfica de Giamatti, con esa carga de desconsuelo, ansiedad y neurosis habitual en algunos de los roles más recordados del actor (v.g.: Entre copas). El film encuentra a P.G. (el personaje, no el actor) a punto de estrenar una nueva puesta teatral de Tío Vania, pero a pesar de una carrera evidentemente exitosa, el hastío y una ligera alienación parecen acongojar cada uno de sus pasos. Entra en juego el elemento fantástico, bajo la forma de una empresa dedicada a la extracción de almas. Literalmente, de manera tal que el cliente puede andar por la vida sin cargar con tantas emociones negativas acumuladas durante su existencia. Hacia allí va Giamatti, quien se saca de encima la molesta ánima –de forma y tamaño similar a un garbanzo, uno de los mejores gags del film– sin pensar en los posibles efectos secundarios que esto puede acarrear tanto en su vida profesional como en lo privado. El siguiente chascarrillo no pretende ser original ni ingenioso, pero se impone por la fuerza de la evidencia: Intercambio de almas es una película desalmada. Tal vez ésa haya sido la intención de la realizadora Sophie Barthes, quien en su ópera prima tira sobre la mesa inquietudes filosóficas, metafísicas incluso, en el marco de un relato que alterna el humor psicológico con la angustia existencial observada bajo el prisma de la ironía. El film cita y recicla ligeramente a Chéjov, a Jung y a Descartes, pero no logra que ninguno de ellos brille con luz propia. El aire de familia más cercano es el de algunas de las creaciones del guionista y realizador Charlie Kaufman, con sus juegos entre realidades y ficciones y la idea de la vida real como potencial escenario teatral, pero sin el grado de locura de ¿Quieres ser John Malcovich? o Todas las vidas, mi vida. A poco de comenzada la proyección resulta evidente que todo quedará reducido a un unipersonal de Giamatti enfrentado a diversas situaciones, un vehículo para su indudable talento como histrión. “El show de Paul Giamatti”, digamos. El último tramo del film transcurre en San Petersburgo, donde Giamatti intenta recuperar su alma original luego de haber aprendido la lección. Ese arco dramático anquilosado, ese costado “de autoayuda”, es tal vez lo más penoso de la película, junto con una idea esquemática y superficial que la realizadora deja entrever, tal vez, inconscientemente: el alma rusa sólo es buena para la poesía trágica y las actividades mafiosas.
Paul Giamatti, en el papel de Paul Giamatti Comedia existencial, que imita el estilo de Kaufman. Esta opera prima de la francesa Sophie Barthes, con Paul Giamatti jugando -con melancólico talento- en el límite entre la ficción y la realidad, remite a los guiones de Charlie Kaufman. Intercambio de almas , comedia de la angustia existencial, se basa en un mecanismo externo delirante, pero con lógica propia: la posibilidad de hacerse quitar el alma e, incluso, de hacerse trasplantar la de otra persona. El verosímil científico no tiene importancia, siempre que una historia mantenga sus reglas internas. Lo demuestra una película extraordinaria: Eterno resplandor de una mente sin recuerdos , de Michel Gondry, con guión de Kaufman, en la que los protagonistas borraban sus recuerdos sentimentales dolorosos. Intercambio... parece emprender una búsqueda similar -un actor, a punto de estrenar Tío Vania , quiere librarse de su personalidad sombría-, aunque el tono y la intensidad metafísicos, matizados por el humor, terminan diluyéndose entre subtramas y personajes algo simplones. Volvamos a Eterno...: tras su andamiaje estilo ciencia ficción, era una honda, lírica, compleja, imaginativa reflexión sobre el amor y el desamor. Provocaba una rotunda empatía. Intercambio... amaga con ser parecida. Lo logra sólo por pasajes. No en la totalidad de su trama, que se extiende a la mafia rusa, y al tráfico y el mercado negro de almas: historias que dispersan, y terminan acercando al filme a una de esas típicas comedias de intercambio de cuerpos. Uno de los aciertos principales, y en este punto nos acercamos a ¿Quieres ser John Malkovich? , es que Giamatti hace de Giamatti. O, para ser más exactos, de un personaje que se llama igual, que se dedica a lo mismo y que se parece muchísimo a él o lo que imaginamos de él. Cuesta establecer si esa mirada triste, vagamente bovina, es sólo la del personaje de esta película o será también la de Giamatti cuando no actúa. Causan gracia los chistes consigo mismo: en Intercambio... alguien vende el alma del actor de Entre copas , desconocido en Rusia, haciéndola pasar por la de Al Pacino. En algún momento Giamatti habla de ser “menos pasivo, menos desesperanzado”. Podría referirse a él, a su personaje en Intercambio... o a su personaje en Tío Vania . Lástima que la película no mantenga esta línea.
Ya no sé qué hacer conmigo Intercambio de almas podría ser integrante de una galaxia en la que nombres como los de Spike Jonze, Charlie Kaufman o Michel Gondry fueron elevados a la categoría de dioses. Aquí tenemos esa combinación algo ardua de drama urbano mezclado con ciencia ficción y especulación científica aplicada a lo prosaico, con una narración enrevesada y apuntada más a la reflexión existencialista que al placer de contar. Si a todo esto le sumamos que Paul Giamatti hace de Paul Giamatti, hablamos de un ejercicio de estilo en el que la directora Sophie Barthes hace todo lo posible por mostrar sus referencias y ubicarse dentro de un marco apropiado. En el film, un Giamatti elevado al rol de estrella de Hollywood se muestra algo agobiado por una próxima puesta teatral de Tío Vania, de Antón Chéjov. El actor está bloqueado porque no encuentra al personaje, y se somete a una curiosa operación por medio de la cual le extirpan el alma con el objetivo de no sentir culpa ni ningún otro tipo de sentimiento. Todo marcha más o menos bien hasta que quiere recuperar su alma anterior, y descubre que fue a parar a Rusia por el tráfico ilegal. Intercambio de almas explota, como era de esperar, ese personaje construido por Giamatti film tras films, el del tipo común algo detestable, que tiene mucho de patético y encuentra el humor en los límites de la misantropía. Sin embargo, y gracias a la impericia de la directora, la película comienza a embrollarse seriamente, tornándose extremadamente fría y solemne, como si nunca entendiera el humor de sus referencias admiradas. Así, Intercambio de almas más que pertenecer a aquel universo, construye uno paralelo: donde el sentido del humor y la ironía de los originales son vistas como excedentes, y donde lo que importa fundamentalmente es la reflexión filosófica. En definitiva, la película de Barthes se sostiene sobre una única idea, la del Giamatti autoparodiado, que se agota a la media hora porque el personaje Giamatti resulta ficticio y necesita de un universo mucho más interesante que este diseño aburrido para sostenerse. En definitiva, la película luce estirada, sin rumbo y aburrida, luego de esos primeros minutos donde todas las posibilidades son agotadas malamente. Mucho más cuando una subtrama que sucede en Rusia tome protagonismo, y ya definitivamente nos quedemos esperando por alguien que le insufle algo de espíritu a este cuerpo fofo, de diseño de guión, que desde la canchereada más marmórea se pretende una reflexión sobre el vacío existencial de las celebridades y una mirada lúdica sobre el juego de roles del actor.
Intercambio de almas más raro que bueno Un actor existencialmente agobiado encuentra una clínica donde descargar su alma durante un par de semanas, así encauza mejor su energía para la obra que está ensayando. Significativamente, lo vemos acercarse de distintas maneras al final del «Tío Vania». Bueno, acude a la clínica y deja su alma en un depósito. Pero detrás están la mafia rusa, el mercado negro, la mujer del mafioso que quiere tener el alma de un actor americano para lucirse en una soap opera rusa, la mujer que hace de mula de almas y en cada viaje se va cargando de penares ajenos, la actriz rusa que se mató sin dejar su alma a nadie, la esposa del actor que descubre estupefacta lo que hizo el loco de su marido, que ahora debe viajar hasta San Petersburgo en busca del bien perdido, y, para completarla, un fondo de cobertura se hace cargo del depósito y se plantea tasar las almas a precio de mercado. No vamos a decir lo que otros hubieran hecho con tamaña fantasía. Como hay algunos chistes, suponemos que Sophie Barthes, la autora, quiso hacer una comedia. Para mayor resguardo y claridad, digamos que quiso hacer una comedia filosófica, a lo Woody Allen de los primeros tiempos, cuando escribía chascarrillos de estudiantes universitarios (pero en tal caso le falta chispa), o, mejor, a lo Charlie Kaufman, aquel que escribió los guiones de «¿Quieres ser John Malkovich?» y «Eterno resplandor de una mente sin recuerdos». No hablemos de plagio, ni de imitación. ¿Acaso de almas gemelas? Lo cierto es que la historia de Barthes y las de Kaufman demuestran cierto parentesco y algunas coincidencias interesantes. Y que ella empieza su propio camino. Es su primera película, algunas cosas le salen bien, otras aburren un poquito, eso es todo. Por suerte tiene muy buena ayuda en el protagonista, el ascendente Paul Giamatti, con su cara de neoyorquino preocupado y medio neura, y en todo el elenco, especialmente el canoso David Strathairn como director de la clínica (muy señalables sus diálogos con Giamatti), la inglesa Emily Watson, que hace de esposa, la rubia tristona Dina Korzun, y el joven capomafia Sergei Kolesnikov (otro diálogo señalable). Gran ayuda, también, la fotografía de Andrij Parekh, neoyorquino de ascendencia hindo-ucraniana y esposo de la directora. Faltaba más.
Perdidos en Rusia Un actor en crisis. Saturado, bloqueado. Ese actor es el gran Paul Giamatti. Un Paul que hace de él. Le ofrecen ayudarlo con su crisis a través de una terapia novedosa, extraer el alma para aliviarse, dejarla almacenada y con eso aplacar su angustia. Esta premisa fantástica es la excusa para que los juegos metafísicos (que suenan tan a Charlie Kaufman y sus Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos, ¿Quieres ser John Malkovich? y el Ladrón de Orquídeas) se inicien. Porque ese juego de Giamatti haciendo de Giamatti es tan certera que se nos confunde la realidad con la ficción. En eso y en todos sus enrosques de verdadero falso se vuelve atractiva. La historia luego para poder seguir se crea un problema. El alma almacenada del bueno de Paul es negociada por una rusa con deseos de ser actriz. Esto obliga a este desalmado a viajar a Rusia. Ahí se sentirá ajeno como nunca (y quién no?). La elección de Rusia es un acierto. Ahí la directora puede echar toda la carne al asador con el devenir a lo Perdidos en Tokio con puro color congelado, todo un trip de colores apagados. La opera prima de Sophia Barthes resulta positiva. Quizás las influencias de Kaufman marquen demasiado el paso y la comparación, porque además es claro, le falta todavía para enroscarse al nivel Kaufmaniano. Pero la fortuna de contar con un gran Paul soluciona casi todo, incluido algunos momentos de narración farragosa y otros donde se nota su necesidad de adornar el plano para demostrar talento visual. Seguir hablando de la actuación de Giamatti es en vano, es uno de esos actores infalibles. El recorrido sufriente de este Paul tanto en su vida de actor como en la etapa de perseguidor de su alma (aunque quizás sean lo mismo) es extremadamente disfrutable. Entonces esa buena idea inicial no resulta desperdiciada, algo que sucede a menudo (ver sino El Precio del Mañana), bien por Sophia.
De acuerdo con la cita de Descartes que abre la película, el alma humana se ubica en el centro del cerebro, por lo que ahora –al poder precisar su ubicación- su extracción no será un procedimiento tan descabellado de realizar. Hasta esta clínica donde congelan las almas llega el actor Paul Giamatti agobiado por la composición de Tío Vanya que debe encarar en un escenario de Broadway. Decidido a quitarse este peso de encima por algunas semanas, la empresa que desalma cuerpos pero que permite echar un pequeño vistazo a nuestro interior con unas gafas especiales, le promete una vida más lógica y sencilla al quitar del medio los sentimientos. La extracción del alma es ciento por ciento segura, efectiva y discreta. Sin embargo, recuperarla en un mundo donde el mercado negro y el tráfico de las mismas es moneda corriente, no será tan simple. Cold Souls es una historia totalmente fuera de lo común que seguramente dividirá las aguas de las opiniones. Mezcla de drama, ciencia ficción y metafísica, la insatisfacción de Paul bien podría haber surgido de la compleja y retorcida mente del guionista Charlie Kaufman. El gran Giamatti nos regala otra meticulosa composición, en esta oportunidad una versión neurótica e inconformista de sí mismo. La actriz rusa Dina Korzun, encargada de dar vida a una reclutadora y mula de almas, debe ser tenida en cuenta en sus futuros trabajos.
Tres años después de haber sido concebida llega a nuestro medio la opera prima de Sophie Barthes, “Intercambio de almas”. Por el título uno puede imaginarse de qué se trata, aunque en realidad es sobre-explicativo considerando que originalmente se llama “Cold souls” (almas frías), lo cual está mucho más cercano la esencia de la idea. Como declaración de principios el comienzo tiene un fundido negro con una frase de Descartes: “El alma se sitúa en la pequeña glándula localizada en el centro del cerebro” Este enunciado sirve como punto de partida para plantear una realidad alternativa que se irá revelando a través del protagonista. Paul Giamatti (Giamatti - Paul) es un actor que está en plena búsqueda para componer el complejo personaje del “Tío Vania”, de Chéjov, en una nueva puesta en escena. En un momento reconoce las enormes dificultades que atraviesa en esta búsqueda. Se siente vacío, inocuo, falto de energía. Después de intentar, sin éxito, solucionar el problema cae de visita a un lugar que le recomendaron. Allí el Dr Flintstein (David Strathaim) ofrece una terapia científica consistente en extraer, durante un tiempo a determinar, el alma del paciente alegando que es el factor fundamental por el cual la gente queda trabada en sus vidas debido a toda la carga emocional que se aloja en el "órgano". Desesperado por una solución, Paul accede a la propuesta sin pensarlo demasiado. Luego de ver su alma (que parece un garbanzo) en un frasquito, y sintiéndose bastante más liberado, liviano si se quiere, los siguientes ensayos se producen ante el estupor del director y del resto del elenco que no entienden lo que está pasando. Sin darse cuenta, Paul aceptó ser un actor sin alma, despojándose de una de las herramientas más importantes de su profesión. Este es el momento donde aparece el humor en esta comedia agridulce. Hasta aquí “Intercambio de almas” logra instalar muy bien el verosímil en forma lineal y directa. La ficción planteada funciona como metáfora para explorar el intrincado mundo de la actuación, metiéndose en la piel de un artista en pleno proceso de búsqueda, cuando esta es interferida por factores externos. Hay una subtrama que va mechándose de a poco en el guión, mostrando a Nina (Dina Korzun), una mujer rusa que oficia de "mula" en el negocio del tráfico ilegal de almas. Muchas veces se ha dicho que la comicidad en los actores comienza cuando éstos se toman su personaje en serio. El humor entonces es percibido por los espectadores a partir de tener claro el cuadro de situación y la risa nace por oposición. Gracias a la fenomenal actuación de este enorme actor que es Paul Giamatti, la película atraviesa los estados de ánimo de un personaje perfectamente delineado por la directora y guionista que, lejos de esquivar el bulto, profundiza su propuesta sin dejarnos olvidar nunca su oferta principal: ser espectadores del proceso creativo de un actor. La atmósfera opresiva y fría es apuntalada por una dirección de fotografía muy trabajada por Andrij Parekh y una cuidada compaginación de Andrew Modshein. “Intercambio de almas” es una de las buenas alternativas que podemos ver comenzado el año. Tardan en llegar a veces, pero vale la pena la espera del cine independiente de Estados Unidos. Todavía tiene cosas para decir.
LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER El alma se sitúa en la pequeña glándula localizada en el centro del cerebro Las pasiones del alma The passions of de Soul. René Descartes, 1649. Con un apellido considerable sobre sus espaldas, Sofhie Barthes ha demostrado en Cold Souls, creatividad, profesionalismo e inteligencia para construir un film que podría ubicarse dentro del género de la tragicomedia, con un marcado acento que remite a que el espectador pueda reírse, emocionarse y a la vez reflexionar sobre la existencia. Ella afirma que este film surge de un sueño, resultado de la lectura El hombre moderno en busca del alma de Jung, y que se siente influenciada por el surrealismo e interesada por la ficción poética. Y todo esto se hace presente en el film. La historia está centrada en Paul Giamatti, un actor, no sólo de teatro, que se encuentra ensayando Tío Vania (Chejov, 1899), faltando 10 días para su estreno siente que se esta volviendo loco y que la angustia le produce demasiado sufrimiento y expresa su deseo de vivir lo que calcula puede restarle de vida de una manera diferente, olvidar el pasado y experimentar una vida nueva. La angustia existencial, sumada al stress de su trabajo hace que de pronto viva la vida como si fuese una tragedia. Alguien, en forma casual, le recomienda un artículo en el New Yorker donde se ofrece un servicio. Acude al mismo, un médico constata sus síntomas ( Se siente solo? Vive en el pasado? Pierde los estribos con facilidad?) Luego de este interrogatorio trivial cuya respuesta positiva es por momentos común a todos los mortales, decide dejarse extraer su alma. El tema se complica cuando se enfrenta a su trabajo, y ya no posee esa pasión que le posibilita transmitir emoción o cuando comprueba que no tiene deseos de hacer el amor con la mujer a quien ama. Imposibilitado de sentir regresa a la empresa, la que le ofrece otra alma en reemplazo. Si bien con esta puede sentir y actuar, los sentimientos que le generan le producen más dolor que la propia, por lo que regresa y reclama la suya. Como en un famoso y anónimo cuento medieval donde todos los habitantes de un pueblo se quejan a Dios de las cargas de su alma. Y este les ofrece dejar su ” peso ” en la plaza y llevarse uno ajeno. (Porque siempre se piensa que el mayor sufrimiento es el propio) Y al otro día todos regresan a la misma plaza a recuperar de algún modo su alma, o su vida, o lo que le ha tocado vivir en este mundo. Obvia conclusión. El caso es que Paul no puede recuperar su alma, porque esta ha sido prestada a una actriz rusa, sin una gota de talento, que es a su vez la esposa del dueño del mayor mercado negro de tráfico de almas de Sant Petesburgo, y lo más patético es que la usa para hacer telenovelas. Apelando al humor, al absurdo, a la ironía y a la sátira sagaz e inteligente Barthes ha elegido un elenco impecable para construir un film con tantos niveles de lectura como espectadores. Partiendo de una cita perteneciente al último texto de la filosofía cartesiana donde Descartes habla del cuerpo como una máquina, y del alma como un espíritu pensante autónomo e independiente de la materia, y por lo tanto con la posibilidad de coexistir separadamente. Esta comedia se inicia a través de un deseo que verbaliza su protagonista:”No quiero ser feliz, solo deseo no sufrir”. Hablando implícitamente de aquello que toda la filosofía se ha ocupado de descifrar, que es saber: ¿que es el alma, como funciona, que relación establece con el espíritu, y si es o no inmortal? En la Edad Moderna el tema de la existencia adquiere nuevos matices a partir del racionalismo de Descartes y particularmente en su último trabajo Las pasiones del alma donde recalca que la emoción es producida por el sujeto y las pasiones son sufridas también por él. El problema es que los seres humanos felizmente producimos emociones “buenas y malas” en nosotros y en los que nos rodean y eso da forma a las pasiones las cuales se atan a nuestros sueños y a nuestros deseos y es preferible arrastrar el peso o el dolor que estas producen en nuestra alma, que quedarse solamente con la insoportable levedad del ser. El Surrealismo dio lugar a un espíritu nuevo que modificó profundamente a todas las artes, y Heráclito (“el alma es su propia fuente de desarrollo”) fue considerado un precedente del mismo. Andre Breton líder y precursor del movimiento descubre en 1916 la teoría freudiana, y el descubrimiento del inconsciente como el único espacio donde los seres humanos no objetivan la realidad, fue el sustento del automatismo. Desde esa premisa elemental el arte no es representación, sino comunicación vital y directa con el todo. Allí convergen imprevisiblemente el deseo del individuo y el devenir ajeno, y los sueños son sin duda el material que privilegia estas uniones. Una extracción sencilla, casi automática, que no afecta la conciencia y que hace que todo se vuelva funcional y con sentido fue la promesa de la elección de Paul Giamatti. Pero ese procedimiento no contemplaba las consecuencias de quedar sin ella, las emociones que genera alquilar otra alma, (sobre todo si pertenece a una poetisa rusa), el efecto que los fragmentos de otras almas dejan en el cuerpo de quienes las transportan. O…¿Qué le pasa al alma cuando el donante muere? Cada escena, cada mirada, cada paisaje, cada sueño y cada pesadilla conforman un todo, porque reflejan los estados interiores de los protagonistas, y también es cierto que estas imágenes cargadas de sentido sobre el misterio de la existencia humana comunican en diferentes momentos, (casi pautados en el tiempo) emociones vitales y melancólicas de una particular belleza y quietud con la intención de impulsar a una reflexión. La escena final opera a la vez de cierre y apertura en el camino de dichas reflexiones. Estas estrategias la acercan a lo que su directora llama “ficción poética”. Jung dice en El hombre moderno en busca del alma: La facultad creadora, igual que el libre albedrío, contiene un secreto. El psicólogo puede describir el proceso de estas dos manifestaciones, pero no puede hallar solución a los problemas filosóficos que ofrecen. El hombre creador es un enigma que podríamos dilucidar de varias maneras, aunque siempre sería en vano. Esto es una verdad que no ha evitado que la psicología moderna se ocupe del artista y de su arte. En la vida de un artista hay en su interior dos fuerzas en pugna, por un lado un anhelo natural de felicidad, de satisfacción y seguridad en la vida, y por el otro una pasión avasalladora de crear, y eso por momentos puede resultar muy trágico en el aspecto humano. Paul Giamatti* actor en la realidad y en la ficción demuestra una vez más su pasión avasalladora de crear, acompañado por un excelente elenco donde se destaca Dina Korsun en el personaje de Nina. De esto y de mucho más habla esta excelente tragicomedia que se produce por un inesperado intercambio de almas. *Paul Giamatti es en la ficción lo que a la realidad un gran actor de cine, teatro y televisión Publicado en Leedor el 10-01-2012
Alma en busca de un dueño Paul Giamatti está tremendamente agobiado. Su nueva obra de teatro está próxima a estrenarse, pero él aún no consigue encontrar al personaje. La solución llega a través de una nota del diario en donde se informa de una empresa que se dedica a insertar y extraer el alma de las personas y así aliviar sus penas y estrés cotidianos. A pesar de las dudas, Paul decide someterse al tratamiento. Veamos: un actor que hace de sí mismo y una empresa que realiza extraños procedimientos para sanar a las personas. No hay dudas de que, de entrada, lo único que Intercambio de almas dice entrelineas es ¿Quieres ser John Malkovich? y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Pero, y más allá de ser lugares de paso a veces inevitables, estas comparaciones podrían brindar al menos una pauta de cómo funciona el mundo diseñado por Barthes. Si bien la naturaleza de los hechos que se cuentan estaría dando rienda suelta a las más absurdas e imaginativas situaciones –al estilo Kaufman, podría decirse– aquí la ficción toma un camino más o menos contrario. El prescindir, justamente, de los artificios y efectos especiales disponibles ante este tipo de relatos no sólo acerca la película a una exploración más dramática sobre el tema sino que también contribuye a la concomitancia de sus elementos más esenciales: paisajes y personajes siempre blancos, secos, vacíos. En la misma dirección se manejan las imágenes que rompen con la linealidad del tiempo, y que reflejan, a modo de flashbacks o recuerdos, las reminiscencias del alma prestada. El ir caminando por un pasillo con grandes ventanales podría ser un hecho irrelevante, de no ser por el misterio, casi aterrador, con que esa especie de invasión ajena llega de repente a la memoria, y que vale por sí misma toda posible representación. Casi como un déjà vú extraído del mundo real, esta es la clase de momentos en los que Barthes pareciera entender los beneficios de la simpleza en su puesta en escena. Por otro lado, no es extraño que el mundo frío y desolado haya encontrado su correspondiente protagonista en Giamatti, así como tampoco lo es que sus cualidades interpretativas carguen con una gran e importante porción de esta película. Su cuerpo parece ser el perfecto para desalmar, su presencia única para ser la esencia de todo el relato. Ahora: ¿y si Giamatti no estuviese? O mejor dicho: ¿Y si éste no aportara su ductilidad como actor, su talento tanto para la comedia como para el drama o el atractivo contraste entre la tristeza de sus ojos caídos y la gracia de sus gestos y su forma de caminar? Todo lo que Giamatti es y acapara en Intercambio de almas sirve para revelar el mayor defecto de la película: sólo es posible apreciarla por pequeñas partes, únicamente a través de fracciones o elementos aislados es que se hace factible saborear su austeridad visual. Así, la magia que Barthes consigue sacar tanto de su protagonista como de una fila de perros corriendo por la vereda o el sonido de las palabras extrañamente pronunciadas por Olga (su protagonista rusa) contiene también la crueldad de evidenciar la existencia de los instantes sin resplandor alguno. Los créditos asoman justo después de un adusto desenlace, exterminando definitivamente la posibilidad de los embrujos de un buen final: sin los ojos de Giamatti ni las palabras de Olga, sin los perros ni los brillos del paisaje nevado, el film de Barthes se descubre en el desierto mismo de su escenario, apenas pudiendo disimular la melancolía por sus ausencias.
Una fantasía reconocible La genealogía proviene de un sueño. Leyendo El hombre moderno en busca de su alma, obra tardía de Carl Jung, la directora Sophia Barthes soñó con Woody Allen. Estaban haciendo cola en un consultorio futurista y Allen se quejaba: su alma era literalmente un símil de un garbanzo. De ese sueño a la película habrá cambios y se sumarán otros tópicos, por ejemplo, tráfico de almas y "mulitas" rusas que contrabandean esa mercancía peculiar. En vez de Allen, el actor en cuestión será Paul Giamatti (Entre copas), que se interpreta a sí mismo. Y aquí vive una crisis existencial que le impide encarar su personaje en una obra que está a punto de estrenar: Tío Vania, de Chéjov. El filme arranca con una cita de Las pasiones del alma de Descartes. Se trata de la famosa intuición cartesiana acerca de una glándula que une discretamente dos realidades inconmensurables: el cuerpo y el alma. Los planos siguientes son fundamentales: Chéjov habla por Giamatti y allí vemos al actor, en la ficción y más allá de ella. Primero, se evidencia el problema dramático y existencial: ya no hay distancia entre él y su rol; segundo, algo resulta ostensible: Giamatti es un actor formidable (lo que se puede comprobar en dos pasajes en donde interpretará la obra de teatro sin su alma y con un alma alquilada). En una noche de insomnio, Giamatti leerá un artículo en el New Yorker, "¿Están cansados los neoyorkinos de acarrear sus almas?", pregunta que le es familiar. Reluctante pero curioso, tendrá una entrevista y dejará su alma en una caja fuerte a la temperatura adecuada. Vacío y alivio: respuesta paradójica de su fisiología y su psicología; un yo volátil parece deseable, al menos hasta que Giamatti no pueda ni hacer el amor con su esposa, ni encontrar el punto de referencia para interpretar su papel en la obra. Y todo se complicará cuando su alma viaje a Rusia y una actriz mediocre de novelas la incorpore. Más cerca de Yo amo Huckabees que de ¿Quieres ser John Malkovich?, el filme de Barthes carece de la sofisticación visual y filosófica de esas dos películas con las que comparte una inquietud, pero sostiene convincentemente un amor palpable por todos sus personajes y es consecuente con su mirada metafísica: el "alma" es el precio que se paga por llegar a ser un sujeto singular. El acierto de Barthes pasa por evitar el cinismo y el narcisismo para delinear un camino de búsqueda.
Definida como una comedia surrealista, con elementos de ciencia ficción, el argumento plantea la posibilidad de sacarnos el alma, para evitar angustias y culpa, y depositarla o intercambiarla. Delirante sólo en el planteo, con algo de thriller, mucho de humor negro y un juego inteligente de ideas filosóficas y dolores reales. Escrita para Paul Giamatti, que hace de él mismo, el absurdo se vuelve intenso
El alma, su existencia y su relación con la religión son temas que en múltiples oportunidades el cine ya ha experimentado. Pero, esta película logra introducir, con ironía, humor, drama y coherencia, una peculiar teoría sobre el tema.