De tal padre Suerte de comedia costumbrista y road movie urbana, Invitación de boda (Wajib, 2017) transcurre a lo largo de un día en la vida de un padre y su hijo, los árabes Abu Shadi y Shadi (interpretados por la dupla padre-hijo Mohammad Bakri y Saleh Bakri), que manejan por Nazaret repartiendo invitaciones para la boda de la hija de Abu, Amal (Maria Zreik). Escrita y dirigida por Annemarie Jacir – la primera mujer palestina en dirigir cine, empezando con La sal de este mar (Milh Hadha al-Bar, 2008) – la película, que ganó el 32 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, utiliza esta sencilla premisa para poner en movimiento una serie de operaciones conflictivas y contrastar las perspectivas tradicionales y progresistas de padre e hijo. Este último acaba de regresar de Italia (o América, los palestinos no distinguen) para la boda de su hermana, y en lo que a él concierne ni bien termina se vuelve al mundo civilizado. El padre en cambio desbarata la firmeza de su hijo con indirectas y sugerencias, como si estuviera a tiempo de esculpir la vida de un hombre adulto que ya tiene vida, pareja y una carrera profesional en el extranjero. Toda boda en el cine es una excusa para poner en crisis alguna cuestión. La boda de Amal es la excusa perfecta para oponer sutilmente dos ideologías diferentes, pero el conflicto jamás se transforma en melodrama: aún en su testarudez, los personajes son demasiado sensibles para ello. La película ni se interesa por cubrir la boda en sí. Pero su planificación se convierte en una puja entre hacer las cosas por tradición o hacerlas por conveniencia, dicotomía que a la larga termina hablando sobre la propia Palestina. Es el tipo de conflicto propicio para el drama, porque los personajes tienen tanta motivación para sacarse chispas (personalidades fuertes con ideologías opuestas) como para mantenerse en equipo toda la película, embarcados en la inútil aventura de entregar cientos de invitaciones de boda en persona. Pero incluso sus perspectivas contrastantes, las cuales comienzan rígidamente definidas por lo viejo y lo nuevo, van desdibujándose (el hijo, a pesar de su modernidad, tiene menos tolerancia hacia los israelíes que su padre; cuando el padre ofrece una solución práctica para un problema técnico, el hijo critica su falta de estética). Más allá de que son padre e hijo en la vida real, se destaca la labor de los actores Bakri en encarnar dos generaciones de una familia que, a pesar de dar una vívida impresión de tiempo y distancia entre sí, está unida subyacente e incondicionalmente. Sus interpretaciones están llenas de pequeños gestos que indican discretas decisiones: callar, dejar pasar, desaprobar en silencio, hacer una nota mental. Amal y su prima Fadia (Rana Alamuddin), en sus breves apariciones, sugieren otros mundos aparte, pero la película no trata sobre ellas. Invitación de boda roza el lugar común de vez en cuando, y a veces peligra por desembocar en lo obvio. Pero la directora encuentra el lugar preciso para terminar la película, y en su abrupta conclusión reconocemos que la intención jamás fue resumir la temática central ni ofrecer respuestas a sus inquietudes, sólo ponerlas en la mesa de la forma más elegante y genuina posible.
La directora de La sal de este mar (2008) y When I Saw You (2012) ganó cuatro premios en el último Festival de Locarno con esta historia sobre una relación padre-hijo entre los palestinos de hoy. Shadi (Saleh Bakri) es un joven arquitecto radicado en Roma que regresa a Nazaret para ayudar en los preparativos de la boda de su hermana Amal (Maria Zriek). Junto con su papá Abu Shadi (Mohammad Bakri), un sexagenario maestro de la ciudad, viajan a bordo de un viejo Volvo repartiendo las invitaciones para la ceremonia en esta suerte de road-movie urbana. En cada casa los reciben familiares, amigos o simples conocidos que “deben” (porque las apariencias importan) asistir a la fiesta. Las diferencias entre las miradas de ambos protagonistas (que también son padre e hijo en la vida real) constituyen el eje de este film que, a veces con mayor sagacidad y en otras apelando un poco al subrayado, expone las contradicciones generacionales, los disímiles puntos de vista de alguien que salió al mundo y otro que se ha mantenido en el lugar. En definitiva, se trata de un interesante y valioso acercamiento (no exento de buen sentido del humor) a un rincón del mundo (Palestina) del que tanto se habla, pero no mucho se conoce.
Mar del Plata 2017: el cine, pasión de multitudes. Aunque a simple vista parezca básica, la palestina Wajib (Annemarie Jacir) envuelve cierta riqueza, ya que acompañando a un padre y su joven hijo en la distribución de tarjetas de invitación para un casamiento, van asomando con perspicacia referencias a tensiones morales, tradiciones gastronómicas, conflictos sociales, realidades laborales y roces políticos de la región. Protagonizada por Mohammad y Saleh Bakri (padre e hijo en la vida real), esta estimulante road movie revela una ligereza que se agradece y, aunque su final parece componedor, una última línea de diálogo sugiere un cambio de posición del conservador hombre mayor, representante de su generación.
Conflicto generacional. Seleccionada para representar a Palestina en los Oscar de 2018 a la mejor película extranjera, aunque finalmente no consiguiera ser escogida entre las últimas cinco finalistas, Invitación de Boda (Wajib) – dirigida por Annemarie Jacir (La Sal de este mar; Misterio en Amán) se nos presenta como un claro ejemplo de cine sólido y comprometido. Construida sobre un punto de partida bastante simple, pero fijado en una intención de documento antropológico (el wajib, o la costumbre local, típica del norte de Palestina, que asigna a los hombres de la familia la tarea de llevar las invitaciones de boda casa por casa) , la película se desenmaraña durante una buena parte en una situación narrativa fija y reiterada. Padre e hijo viajando en el desvencijado automóvil del primero por la ciudad de Nazaret, con paradas más o menos largas en casa de los distintos familiares y demás invitados, que dejan espacio para pequeños retratos a menudo caracterizados por un cortés sentido del humor. La intención del director y también guionista es la de retratar de la forma más fiel posible una Palestina urbana (Nazaret tiene alrededor de 75,000 habitantes). Para ello elige relatar una sensación de opresión a través de fragmentos que entran tangencialmente en la imagen, a veces incluso a través de una breve imagen capturada sobre la marcha por el automóvil que se convierte en una curva (esos soldados encuadrados fugazmente…). Mediante esta y otras técnicas igual de efectivas dota de sentido un contexto social que busca meticulosamente sus propias formas de una idea de normalidad, donde esa misma normalidad es revelada por un término que incluye en su significado también vivir como prisioneros, con libertad limitada de pensamiento y acción, y sobre todo guardando celosamente las manifestaciones del ritual y la cultura que en su continuidad garantizan la comodidad de la identidad, con ese padre coraje a la cabeza entusiasmado que hará lo indecible para darle a la hija una hermosa boda e involucrar a tantos amigos y parientes como sea posible en la ceremonia. Uno de los logros más importantes de este interesantísimo film es el de duplicar el conflicto enfrentando a un padre y a un hijo que también lo son en la vida real. Uno encarna la tradición (Mohammad Bacri, quien en 2002 dirigió un documental titulado Jenin, Jenin que tuvo muchos problemas con las autoridades israelíes y otro la modernidad (Saleh Bakri, visto en films estrenados en España como La fuente de las mujeres y La banda nos visita). Ambos se quejan amargamente del punto de vista contrario de su interlocutor: el padre quiere que su hijo no vuelva a marcharse y le vende el país como un reguero de oportunidades para mejorar su vida. Sin embargo, Shadi tiene otros planes (novia, trabajo fijo) que desde luego no pasan por desandar el camino andado. Los afilados diálogos se enriquecen del continuo enfrentamiento dialéctico. Algunos temas de discusión son bastante divertidos (ese cantante que amenizará la boda que lleva cuarenta años actuando para la familia aunque su voz no sea precisamente la de un tenor) y otros no tanto (todo lo que tiene que ver con la ocupación israelita de los territorios palestinos). Y a su lado una magnífica pléyade de secundarios que ejemplifican a la perfección el mosaico de caracteres que se puede hallar actualmente en el país: desde el poderoso y el espía al que se debe tener contento a pesar de la diferencia ideológica, pasando por el desencanto generalizado de quien no tuvo la oportunidad de marchar e incluso el representante de la religión que aboga por reclutar feligreses para la guerra en lugar de predicar la paz. Ojo a la escena final, un auténtico alarde de calma después de la tormenta que sirve para marcar un enfoque simétrico ligero y recíproco, donde en ambos lados hay una especie de amanecer de comprensión y aceptación del otro.
Resulta interesante la carrera de la directora Annemarie Jacir, cuyo largometraje “Like Twenty Impossibles” fue el primero realizado por alguien de Palestina en llegar al Festival de Cannes y su ópera prima “Salt of This Sea” (2008) fue la primera película dirigida por una mujer palestina. En este contexto, y luego de su paso por el Festival de Cine de Mar del Plata en nuestro país, se estrena comercialmente su tercer largometraje “Wajib”. “Wajib” se centra en una reunión familiar entre un padre divorciado y profesor y su hijo Shadi, arquitecto, que volvió a su ciudad natal para el casamiento de su hermana, luego de vivir varios años en Italia. Así es como veremos la preparación de la boda a partir de la entrega de las invitaciones casa por casa a todos los invitados. En ese trayecto irán sucediendo conversaciones interesantes, críticas y hasta discusiones. La película aborda la diferencia generacional por un lado y, por el otro, las distintas visiones sobre diversas culturas dentro de una misma familia. El hijo vive en Italia y vuelve a su lugar de origen con una mirada crítica de su país y de sus costumbres. Si bien fue criado allí, ahora lo ve con otros ojos, como es el caso del rol de la mujer en su propia boda (por ejemplo el padre le elige la música y ella no tiene ni voz ni voto). De esta manera, tendremos la perspectiva tradicionalista del progenitor y la más moderna de su hijo, generando roces constantemente y una falta de adaptación por parte del papá, que no puede concebir esta “traición” a los valores establecidos. También es un viaje entre padre e hijo (quienes mantienen este mismo vínculo en la vida real, y esto se nota en la química que muestran en pantalla). Si bien no empieza la relación de una manera y termina de otra, sí se abordan varias cuestiones que quedaron en el tintero o que fueron difíciles de digerir, como que la madre se fue hace un tiempo y los dejó al padre y a dos hijos solos. Pero a pesar de tratar todas estas cuestiones, el film no es un drama propiamente dicho, sino que en varios pasajes nos encontramos con chistes, sobre todo en estas asperezas de choques generacionales, culturales y deseos propios de cada uno de sus personajes (el hijo quiere seguir viviendo afucra con su novia, mientras que el padre quiere que se quede). En síntesis, “Wajib” es una película que nos muestra la cultura Palestina a través de las diferencias entre dos generaciones que tienen visiones distintas del mundo y de las tradiciones que se deben llevar adelante, a través de una narración amena, descontracturada y divertida.
Mucho se habla, pero muy poco se conoce del cine palestino en nuestro país. Elia Suleiman vive en Nueva York, e Intervención divina ya es una reliquia, espléndida, por cierto, pero el tiempo ha pasado y hay otros realizadores palestinos que filman en su suelo. Annemarie Jacir es una, y con Invitación de boda obtuvo el premio al mejor filme en la última edición del Festival de Mar del Plata, además de que su coprotagonista, Mohammad Bakri, resultó elegido el mejor actor. Invitación de boda es una suerte de road movie, por Nazaret. Ante la inminencia del casamiento de su hermana Amal, Shadi (Saleh Bakri, de La visita de la banda), que vive en Italia y se gana la vida como arquitecto, decide regresar a su ciudad natal. Lo hace también para ayudar a su padre, el maestro Abu Shadi (Mohammad Bakri, padre de Saleh también en la vida real). Y juntos se suben a un algo destartalado Volvo -el mismo auto en el que el padre enseñó a manejar a su hijo- a repartir entre familiares y amigos las invitaciones del título. ¿Y la madre? Ella abandonó a su esposo, a sus hijos y a la patria, yéndose con otro hombre. Hoy viven en los Estados Unidos, y no se sabe si asistirá o no al casamiento, ya que su nuevo marido está gravemente enfermo. Invitación de boda se centra en esa relación padre-hijo, en los diálogos que mantienen a bordo del auto y con terceros. Hay bromas, pero también hay reproches. Y hay un choque o disputa generacional también, entre quien se quedó y sufre en su relación con los israelíes, y el que marchó al extranjero. El que vive como puede y el que vive como quiere. Al estar tan concentrada en estos dos protagonistas, es necesario que sus actuaciones alcancen un nivel superlativo. Y vaya que lo son. Invitación de boda tiene su trasfondo político y social, pero también puede verse como el nexo íntimo entre dos seres a los que la distancia, precisamente, los ha distanciado. Y está en la riqueza de esos diálogos, y en la bella escena del final, el sentido más cabal del relato.
Annemarie Jacir, ganadora de varios premios internacionales a lo largo de su joven carrera, detenta también una notable distinción: el haberse convertido en la primera directora palestina con su primer largometraje, La sal de este mar (2008). Desde entonces, su aguda observación de los deberes y regulaciones que atraviesan en silencio la sociedad en la que vive ha sido una de las claves de su estilo de representación y el sentido último de sus historias. Invitación de boda - Wajib, que puede traducirse como "deber social"- nace de su propia experiencia como testigo silencioso del recorrido de su padre y su hermano repartiendo las invitaciones de la boda de su hermana. Ambientada en la zona árabe de la ciudad de Nazaret, la película se concentra en esa forzada convivencia en movimiento, arriba de un pequeño Volvo que funciona como caja de resonancia de tensiones ideológicas y generacionales entre un exprofesor universitario y su hijo arquitecto recién llegado de Roma. Sin acentuar el drama ni abandonar del todo la comedia, Jacir logra tejer y destejer las cuentas pendientes entre padre e hijo a partir de conversaciones, encuentros con vecinos e inesperadas celebraciones. Por momentos algo subrayada y esquemática, la mirada de Jacir -apoyada en las notables actuaciones de Mohamed y Salek Bakri, padre e hijo en la vida real- sostiene ese genuino intento de mirar con nuevos ojos lo conocido y hacer partícipe al espectador de cada uno de sus pequeños descubrimientos.
Es una producción Palestina, francesa, alemana y colombiana, dirigida y escrita por Annemarie Jacir. Es una peli que tuvo un recorrido importante de festivales y premios, y que resulto ganadora en el Festival de Cine de Mar del Plata. La historia que toma la realizadora es la del regreso de un hijo prodigo(arquitecto que vive en Roma, que ideológicamente esta a favor del ideario de los palestinos, mas radicalizado que su padre), con la excusa de asistir a la boda de su hermana. Pero llega un mes antes para ayudarlo a repartir personalmente las invitaciones como la tradición. Por eso la mayor parte del film transcurre en un auto y en un recorrido que permite abordar temas cruciales de la familia, revelar los secretos más humillantes y liberadores, hablar de los temas ecológicos, de las costumbres conservadoras, de la emigración de los jóvenes. Desde conceptos que tiene que ver con la edad de los protagonistas, pero que luego profundiza en sentimientos, rencores y pensamientos de esos dos hombres que buscaran expresarse después de muchas ausencias. La habilidad del argumento y la dirección esta en aprovechar cada gesto revelador, cada aporte importante de sus buenos actores y también en detectar los difíciles resortes de una convivencia con derechos limitados. Es una película pequeña pero valiosa, porque llega a la emoción del espectador y revela también un mundo cultural que siempre nos resulta atrayente y exótico. Pero el film no se queda con el pintoresquismo y hurga con sapiencia en los valores universales, en lo profundamente humano de las relaciones padre e hijo, en lo liberador que siempre resulta el surgimiento de la verdad en todas las relaciones.
Abu Shadi vuelve a encontrarse con su hijo tras varios años sin comunicación. Lo que los une es el casamiento de Amal (Maria Zreik), la hija menor, haciéndolos cumplir con el ritual del wajib por el cual se dicta que serán ellos quienes tengan que ir a llevar las invitaciones de la boda, una por una y de manera conjunta. Sin deseos reales de hacerlo pero con un gran cariño hacia la futura esposa, el hijo sube al auto de su padre y comienzan con el largo paseo de más de trescientos sobres por entregar.
Como quien hojea la National Geographic, a cierto público europeo de buen pasar le gusta enterarse de cómo se vive en esos países lejanos desde los cuales a veces llegan inmigrantes. Pero más le gusta que la salida al cine sea parte de una velada amable, que no se muestren demasiados conflictos graves ni vidas miserables. Que se traten temas universales con los cuales identificarse y no esas costumbres extrañas que suelen verse en películas de Extremo Oriente, donde se habla tan poco y se expresa menos. Que la película no corte la digestión post cena, que sea parte del fin de semana. Para esa clase de público existe lo que podría llamarse “el crowd pleaser periférico”, entendiendo por crowd pleaser la clase de películas hechas para agradar. Películas provenientes de Brasil, México, Israel, Arabia Saudita, Irán, eventualmente alguna japonesa o coreana que sea más amable que el resto. Producción palestina filmada en la ciudad israelí de Nazaret, Invitación de boda es esa clase de película. En el centro de esta película ganadora del premio mayor en la última edición del Festival de Mar del Plata y propuesta para el Oscar 2017 al Mejor Film Extranjero, una de las instancias más universales que puedan imaginarse: una boda. Alrededor de una boda va a haber dos familias o al menos una, como sucede en este caso. La familia: hete allí un núcleo en el que cualquiera puede proyectar la suya propia. Dentro de esa familia, un padre y un hijo, relación arquetípica si las hay. Relación de poder, de rivalidad tribal, que a la vez permite hablar de la supervivencia o no de ciertas tradiciones comunitarias. Todo ello en el marco de uno de los conflictos políticos regionales más populares en el mundo entero: el que hace que los palestinos, sin nación propia, se vean obligados a vivir en el territorio ocupado por la nación opresora. A partir de estas líneas se ordena el guión escrito por la realizadora palestina Annemarie Jacir, seguramente aceptado y muy posiblemente modelado por alguna de las fundaciones internacionales que, solventadas con capitales de los países centrales, se ocupan de permitir que el público francés, alemán, italiano o español que suele ir al cine sacie su espasmódica voluntad de internacionalismo cinematográfico. Más que la boda en sí, la excusa argumental de Wajib, tal el título original, son las más de cuatrocientas invitaciones que siguiendo la tradición dos miembros de la familia de la novia deben librar en mano a parientes, amigos y vecinos. El sesentón Abu Shadi y su hijo treintañero Shadi se encargarán del trámite. Shadi, que vive en Italia desde hace cierto tiempo, volvió a Nazaret para el casamiento de su hermana Amal. Profesor secundario de lo más paternalista, prejuicioso y tradicional, a Abu Shadi no le gusta la novia que su hijo tiene en Italia, e intentará convencerlo de que tome a cambio alguna prima soltera (Shadi tiene una magnífica, en verdad) o hija de amigos. Shadi, arquitecto de nivel cultural mayor que el de su medio, no está dispuesto a hacerle el menor caso a su padre. Entre el padre que sigue viendo a los homosexuales como objetos de burla, lo mismo que la camisa floreada y la colita en el cabello que luce el hijo, y este, que se fue a Europa disgustado con la ocupación que sufren los suyos, circula una tensión latente desde el primer fotograma, que en algún momento necesariamente deberá estallar, para dar paso a la necesaria reconciliación. Lo que se conoce como narración en tres actos (introducción, desarrollo y culminación), que es la estructura narrativa tradicional del cine, es otro elemento de reconocimiento que el público de esta clase de películas solicita. Y Jacir la aplica, obviamente, al pie de la letra. Así como la reconciliación final, requisito impostergable para que esta clase de películas pueda consumar su función de soldar desgarros y cerrar heridas. En caso contrario la cena puede caer mal. El periplo de padre e hijo está rociado de notaciones estratégicamente ubicadas para que el espectador extranjero sienta que se le está hablando de “la realidad” de Medio Oriente, como la molestia de Shadi ante la presencia de algún soldado israelí o el rechazo de la OLP por parte de Abu Shadi, y de detalles menores, como el sobre hecho a las apuradas para el conocido al que no queda más remedio que invitar, o las invitaciones corregidas a mano, también a las apuradas, para salvar un error de imprenta. Esa oscilación entre lo políticamente “duro” y el pequeño detalle que distiende es otra constante característica de esta clase de películas, representativa del doble juego entre lo “importante” del contexto y el factor entretenimiento al que se apunta. En este caso la distensión no se da a través del humor, que es el recurso más frecuente, sino simplemente de esa clase de detalles ligeramente simpáticos. Que los personajes con facetas más cuestionables, como es aquí el caso de Abu Shadi, queden en manos de actores carismáticos -aquí Mohanmad Bakri- es otra de las palancas que permiten “conectar” con el público. Debe reconocerse, eso sí, que Jacir no abusa del gag o del componente meloso, haciendo de Invitación de boda un crowd pleaser astringente. Pero crowd pleaser al fin.
Hay películas que trascienden la anécdota que dispara las mismas. Cientos de ejemplos abundan en la historia de un cine que intenta, muchas veces, tomar el folklore de un lugar, y algunos elementos de su idiosincrasia, para construir relatos que vayan más allá de los particularismos . El caso de “Invitación de Boda” (2017) de Annemarie Jacir, además suma elementos de una larga tradición cinematográfica que potencian lo pintoresco y particular para configurar universos narrativos globales, atrapantes, y que en los contrastes, además, suma potencia y vigor. El film transcurre en un tiempo casi real en el que un padre y su hijo, recién llegado de Italia, deberán repartir invitaciones para el casamiento de su hija. Leído así, la sinopsis no permitirá visualizar que detrás de esa apariencia simple y sencilla se esconde uno de las propuestas más interesantes de los últimos tiempos en materia de cine de origen palestino. Un auto y dos personas recorriendo pueblos y ciudades con la excusa del disparador, permitirá analizar contrastes entre los nuevo y lo viejo, y también sobre la mirada que se potencia entre aquellos que se han quedado estáticos en un lugar y los que vuelven renovados de otros lugares. Jacir bucea entre la relación entre padre e hijo, un vínculo que siempre está por explotar ante la mínima diferencia, no porque entre ellos no haya amor, al contrario, sino porque sus diferencias con el tiempo y la distancia se han acrecentado. Además, otro elemento que suma tensión no es sólo el contraste entre los protagonistas, sino la variedad de personajes secundarios, que con la excusa de entregar la invitación en cuestión, se suman. Desde la incorporación, además, se potenciarán las miradas del padre y el hijo, fortaleciendo sus puntos de vista, y, también, reforzando características que potencian el tempo narrativo generando conflicto y tensión entre ambos. La anécdota de la boda es superada por recorrer una zona en constante tensión y conflicto, un escenario que Jacir muestra de manera simple y directa, con pocos mecanismos discursivos, centrándose en el refuerzo de sus personajes y la revelación de algunos detalles del pasado que la vigorizan. Lo pintoresco y el exotismo van dejándose atrás para profundizar en la psicología de los personajes, y a partir de allí trazar un guion que sorprende por cómo al finalizar cierra con algunas ideas acerca del accionar de los protagonistas. “Invitación de boda” es una película potente que maneja tiempos narrativos de una manera notable, y que también se permite ir a contracorriente de un cine urgente y apremiado. Su puesta y guion la distinguen por su fachada de exotismo, el que, a los pocos minutos de iniciada se termina por disolver en un marco de choques y reivindicaciones.
He aquí algo inhabitual: una comedia palestina. Muy buena, entretenida, simpática y también profunda dentro de su aparente sencillez. Y bien protagonizada por Saleh y Mohammed Bakri, padre e hijo en la vida real. Autora, una mujer fuera de serie, Annemarie Jadir, la primera directora palestina. Que además tiene muy buena mano y gran sentido del equilibrio, tanto narrativo como político y hasta "genérico" (nada de mujeres dominadas, aquí la madre de familia se fue con otro, y el hijo es acosado y tumbado sobre el sofá por una jovencita muy directa). Otro detalle: se trata de palestinos cristianos. La historia transcurre en Nazaret, donde, siguiendo una vieja tradición, las invitaciones de casamiento se entregan en manos propias, casa por casa, tarea en la que vemos al padre de la novia y al hermano, un arquitecto que vive en Roma y vuelve solo para la ocasión. Con ese esquema inicial los acompañamos en la recorrida, lo cual permite asistir a sus charlas y discusiones, y conocer también una galería de hogares diversos, cada uno con su parte de gracia y de verdad. Se va formando así un cuadro revelador de la vida cotidiana de la gente común de aquellos lares, sus momentos risueños, sus problemas difíciles de resolver, y la importancia de las relaciones sociales y familiares, un asunto universal. El año pasado, en Mar del Plata, "Wajib" se llevó el Premio a la Mejor Película del Festival y también los de Mejor Actor, Cronistas y Signis, la entidad católica, y quedó segunda en el Voto del Público.
PADRE E HIJO En Invitación de boda, la directora Annemarie Jacir narra una suerte de road movie urbana en la que un padre y su hijo (Mohammad y Saleh Bakri, padre e hijo en la vida real, ambos extraordinarios) salen a repartir las invitaciones del casamiento de la hija y hermana, respectivamente. El padre es un ex profesor muy reputado en Nazaret, mientras que el hijo hace un tiempo que vive en Italia y está de novio con la hija de un palestino de la OLP expatriado. Esa diferencia es la primera de las muchas que la película irá explorando, cuando los personajes comiencen a visitar parientes, amigos y conocidos. Pero además esos dos personajes, en ese auto, en esa ciudad, comenzarán a tener los chispazos obvios que van desnudando las distancias generacionales que los enfrentan, entre mandatos culturales a respetar o subvertir. Es cierto que Invitación de boda no se aparta de lo reconocible, ni de un esquema previsible de acción y reacción, pero hay algo en el contexto que la hace sobresalir del resto de las películas que cuentan los conflictos y dilemas de los habitantes de Medio Oriente: apela a la risa, a la comedia como mecánica para exorcizar su mirada sobre la realidad cultural, política y social. Si mucho de este tipo de cine apuesta, en su costado mainstream (como el que el film de Jacir representa), por el drama sórdido y manipulador, aquí hay una ligereza en la mirada que proviene también del registro costumbrista que la directora maneja con inteligencia. Lejos del regodearse en el “así somos los palestinos” -algo típico del cine argentino-, lo que expone este film son tanto las contradicciones como los dilemas de un sistema de valores como el que sostiene a ciertos imaginarios. En ese sentido, es también notable la forma en que la película riza el rizo de su premisa explorando múltiples puntos de vista sin repetirse ni sonar forzada en el recorrido de sus protagonistas. Pero donde Annemarie Jacir termina de comprobar su solidez como narradora es en el desenlace de Invitación de boda. Como buena road movie, el final del recorrido debe suponer una enseñanza. Si por momentos la película parece sucumbir a cierta remarcación y subrayado, hacia el final esquiva un componente melodramático que estaba a mano y acechaba peligrosamente al relato. Esa escapada por la norma a la que un film convencional hubiera recurrido la ennoblece y demuestra la honestidad de la directora, por fuera de las manipulaciones cotidianas del cine más miserabilista.
Retrato a bordo de un auto Valiéndose de la anécdota de un padre y un hijo que deben repartir una caja de invitaciones, Jacir describe a la vez una historia familiar y la situación política y social de la tierra palestina, con buen pulso pero sin poder evitar que se vean ciertos hilos narrativos. Un locutor de voz adusta enumera en la señal radial los últimos avisos fúnebres –la ubicación de las procesiones, la dirección de las mezquitas e iglesias donde tendrán lugar las ceremonias– mientras Abu Shadi fuma en silencio sentado en su auto. El regreso de su hijo con una caja llena de invitaciones de casamiento recién impresas lo saca del trance y lo obliga a apagar el cigarrillo de apuro; nadie sabe que a los sesenta y pico de años ese maestro jubilado todavía sigue fumando a escondidas. En la breve secuencia de apertura de la tercera película de Annemarie Jacir –cuya ópera prima Salt of This Earth (2008) se transformó en el primer largometraje en la historia dirigido por una mujer palestina– se ponen en juego de manera anticipada varios de los elementos narrativos y formales esenciales a la estructura de Invitación de boda: condensación de tiempo y espacio, puntilloso naturalismo a la hora de describir la relación entre padre e hijo, información de la situación política y social en la banda sonora gracias al aparato de radio de un automóvil que, a partir de ese momento, nunca dejará de estar en constante movimiento. Abu Shadi y Shadi a secas (los actores Mohammad Bakri y Saleh Bakri, padre e hijo en la vida real) deben entregar personalmente cada una de las invitaciones a la fiesta de casamiento de la hija menor de la familia, aparentemente una costumbre entre los árabes cristianos de Nazaret que ha adquirido la fuerza de la obligación, del deber. El “wajib” del título original. Shadi Jr., un joven arquitecto que vive lejos de los territorios palestinos, ha regresado de Roma especialmente para el evento y, a diferencia de su progenitor, mantiene contacto con su madre, una mujer que inició una nueva vida en los Estados Unidos. Como el film irá revelando gradualmente, esa escisión en el pasado del núcleo familiar se ha transformado en origen de fuertes conflictos. Nacida en Belén, criada y educada en Arabia Saudita y Nueva York, Jacir propone en su último largometraje (multi premiado en el Festival de Locarno y presente en la última edición del festival marplatense) un relato que –como una parte importante del cine internacional contemporáneo “de autor”– es deudor del neorrealismo tardío, no tanto rosa como atento a las señales de la idiosincrasia cultural más allá de la coyuntura que intenta describir. A pesar de concentrar la narración en apenas un día y con un recorrido geográfico que nunca saldrá de los límites de la ciudad, Wajib no deja de ser una road movie en pleno derecho: el derrotero de esa extensa jornada, las visitas a personajes de lo más variopintos (con una tendencia a la excentricidad ligera), las discusiones a bordo del automóvil van delimitando las novedades y posibles cambios en una relación que vuelve a ser física luego de un tiempo de separación. “¿Qué hacen acá?”, pregunta el joven, señalando a un par de soldados israelíes que almuerzan en un bar de un barrio árabe. “Vienen siempre”, responde el padre, restándole importancia a una cohabitación que quizás, a la distancia, parezca poco menos que imposible. Más tarde, ambos observarán a la novia probarse diferentes vestidos y deberán correr contra el reloj luego de descubrir un no tan evidente error de la imprenta, una de las instancias en las que Jacir echa mano al recurso del suspenso. Los elementos de comicidad se entrelazan así con los apuntes culturales y ese doble carácter de crítica suave y aguafuerte de los usos y costumbres de la sociedad palestina –en realidad, de una parte de ella– le dan carácter a una película de impronta humanista a la que, sin embargo, se le notan demasiado los hilos narrativos: esa estructura que conduce casi sin desvíos al clímax emocional y a una coda con vista a la abigarrada arquitectura de Nazaret, cigarrillo en mano y finalmente al descubierto.
El conflicto entre palestinos e israelíes vuelve a estar presente en una película, esta vez en una producción entre Palestina y Francia y desde la perspectiva de una familia de origen árabe. El filme es una road movie acotada a los límites de Nazareth durante los preparativos de un casamiento. La tradición indica que el padre de la novia debe repartir personalmente las invitaciones a la boda. Lo hace acompañado por su hijo mayor, un arquitecto que vive en Italia y que vino especialmente. En ese deambular, padre e hijo se van pasando viejas facturas familiares, pero también otras heredadas de las diferentes posturas y consecuencias sobre el conflicto, las costumbres conservadoras, el rol de la mujer, la estética y la arquitectura. Por momentos “Invitación de boda” recuerda a “Enemigo interior” o “La novia siria”, dos películas que abordaron el tema de una forma original. En este caso el conflicto regional se traslada al padre y al hijo, estalla en un espacio cerrado y se manifiesta con silencios, miradas de desaprobación y palabras o bromas irónicas. Es más lo que no dicen que lo que dicen estos dos personajes, uno a punto de jubilarse y el otro en el pico de su carrera, a cargo de dos actores que llevan con convicción las contradicciones a las que deben enfrentarse para encontrar su propia paz.
El film de Annemarie Jacir es, como tantos de los fims más interesantes de los últimos tiempos, una historia mínima que tiene resonancias tanto a nivel universal – las relaciones intergeneracionales entre padres e hijos – como a nivel local – las consecuencias de una Palestina desangrada desde hace siglos por luchas religiosas, étnicas, políticas. Shadi (Saleh Bakri), un joven que reside en Italia, vuelve a su Nazareth natal para honrar su “wajib” – título original del film-, la obligación de impartir puerta a puerta las invitaciones para la boda de su hermana Amal (Maria Zreik) junto a su padre Abu Shadi (Mohammed Bakri). En una suerte de road movie, padre e hijo recorren la ciudad en auto y los espectadores vamos descubriendo a partir de fragmentos de diálogos tanto la historia familiar como del país, ya que son cosas inseparables. A pesar de varios lugares comunes en los que el film queda atrapado, hay algunos elementos por demás interesantes. El hecho de que el personaje principal sea arquitecto en una de las ciudades más antiguas del mundo, y a la vez, más deterioradas, es algo que utiliza la directora de manera muy inteligente, poniendo la cámara como testigo de las múltiples miradas que se tienen sobre ese paisaje. Otra cuestión sobre la cual el espectador puede profundizar es la mención constante acerca de la muerte que sobrevuela todo el film: sin hablar abiertamente de los conflictos armados, hay una insistencia sobre este tópico desde la primer escena en la que el padre está escuchando las necrológicas por la radio, hasta la última escena en la que hablan de la muerte de un conocido. Pero quizás lo más importante del film es el tema universal de las distancias generacionales (en este caso materializadas en una distancia geográfica), y la aparente imposibilidad de ponerse padres e hijos en la piel del otro. Con todo, es un film que podría ser completamente oscuro, y sin embargo, pese a la densidad de los temas abordados, encuentra momentos de risa, de complicidad, y de amor. Si bien muchos críticos fue precisamente esto lo que denostaron del film, me parece que hablar desde un lugar de luminosidad acerca de un territorio tan castigado a lo largo del tiempo, es una bocanada de aire fresco.
Ganadora a mejor película del Festival de Mar del Plata, este drama familiar se centra en la complicada relación entre un padre y su hijo de origen palestino que recorren la ciudad de Nazaret, en Israel, visitando amigos y enfrentándose a partir de sus distintos puntos de vista políticos. En Nazaret, una ciudad dividida entre los árabes (cristianos y musulmanes) que viven en ella y los judíos que viven en los montes que la rodean (Nazaret Ilit), un padre y su hijo de origen palestino tienen que cumplir una tarea tradicional: repartir invitaciones para el casamiento de la hija del primero y hermana del segundo. El hijo vive en Italia y ha regresado especialmente para la boda. Se ha ido a estudiar Arquitectura pero también se fue porque no soportaba vivir allí con las restricciones políticas del lugar. El padre, en cambio, es un maestro, casi un pilar de la comunidad, alguien que ha tratado siempre de adaptarse a la situación por más complicada que fuera. A lo largo de un día en el que visitan a familiares y amigos para entregar esas invitaciones, esas diferencias (y otras, ligadas a la complicada historia familiar) irán surgiendo y distanciándolos. Esta coproducción internacional de Jacir funciona como un relato tradicional en el que dos personas viajando en auto van relacionándose y enfrentándose en el transcurso del recorrido. Una suerte de road movie que va de casa en casa por Nazaret –pero complicándose cuando el hijo no quiere subir a las alturas a invitar a un amigo judío del padre, a quién él considera un espía– y en donde cada encuentro con un local va revelando detalles de la historia personal y sociopolítica del lugar. Pero más allá de eso, y pese a su formato en exceso convencional, lo que termina quedando en primer plano en INVITACION DE BODA (el título original es WAJIB) son las diferencias generacionales entre padre e hijo respecto no solo a su mirada de ver el mundo (al hijo se lo podría considerar más progresista y al padre, conservador) sino a la posibilidad, o no, de entender el punto de vista del otro. Algo que no es muy usual por allí y por aquí tampoco…
Esta historia es además un road movie donde un padre y un hijo (excelentes interpretaciones de Mohammed Bakri y Saleh Bakri) van repartiendo en mano invitaciones de boda por la ciudad de Nazaret, a lo largo de un día viajamos junto a estos protagonistas, participamos de sus discusiones, relaciones familiares, los encuentros y sus diferencias, sucesos inesperados, las mentiras, los ocultamientos y los deseos. A través de este relato la directora Annemarie Jacir intenta mostrar como vive ese país, con interesantes diálogos y toques de humor, una pintura del lugar, costumbres, cultura, están las visiones según las edades, entre un hombre grande que sigue con sus tradiciones, y su hijo que vive bajo otras reglas, de neto corte europeo. Esas vivencias le aportan para que no coincida con muchas ideas de su padre. Por otra parte resulta casi imposible reconciliación entre dos pueblos que viven en constante conflicto.
Invitación de boda (Wajib) es el tercer largometraje de la directora y guionista palestina Annemaria Jacir, filme que obtuvo un premio a mejor película en el Festival de Mar Del Plata realizado el año pasado, además de un galardón a mejor actor para Mohammad Bakri. Jacir previamente dirigió las cintas La sal de este mar, en 2008, y Al verte (Lamma shoftak), en el 2012. Invitación de boda trata sobre la historia de Abu Shadi (Mohammad Bakri), un hombre divorciado de unos 60 años que vive en el pueblo de Nazareth, y que como señala la tradición, es el encargado de repartir las invitaciones personalmente para el casamiento de su hija Amal (Maria Zreik). Para la realización de dicha tarea, contará con la colaboración de su hijo (Saleh Bakri), quien es su hijo también en la vida real. Él es un arquitecto que vive desde hace un tiempo en Roma, donde cuenta con un trabajo estable, una novia y una vida ya instaurado fuera de su ciudad natal. Para cumplir con la tarea en común con su padre, viajará de Roma a Nazareth con anticipación, pero una vez finalizada la boda, el joven planea volver de inmediato a Italia. Este será el motivo clave de enfrentamiento entre ambos, ya que Abu, a medida que recorran las distintas casas, intentará convencer e influir a su hijo para que regrese a Nazareth, y se establezca allí nuevamente, quitándole importancia a todo lo que él ha construido y logrado fuera de su país. Otro de los focos de conflicto en el filme es la duda constante de la presencia de la madre la novia, quien vive con su actual pareja en Estados Unidos y que por un problema de salud del mismo no termina de confirmar su asistencia. Annemarie Jacir se sirve de este recorrido, y poco más de hora y media de duración del filme, para plantear un choque de pensamientos y posturas entre padre e hijo, uno más aferrado a tradiciones, en fortalecer y sostener lazos familiares y el otro, naturalmente, más vinculado al mundo moderno, con la idea fija de permanecer fuera de tierra palestina. Las discusiones abordarán tanto el punto de vista ideológico de cada uno, como cuentas pendientes y hechos del pasado que siempre surgen a flote y generan cierto ruido. No faltarán algunos comentarios cargados de cierta acidez, pasajes de tonalidad humorística, que en algún sentido brindarán ciertos matices que hacen más llevadera a la película en cuestión, sin desviar el entramado dramático. Quizás la cinta por momentos peque de cierta simpleza, pero esto a la historia le cuadra a la perfección, y hasta habrá tiempo para circunstancias en donde se mencione la historia Palestina y su conflicto siempre latente con Israel. Invitación de boda por lo tanto, cumple con su deber, resultando ser un atractiva cruza de comedia con drama, que nos muestra al menos un poco del cine de Palestina, un cine al que no estamos acostumbrados y vale dedicarle su debido tiempo.
Nazaret es la ciudad con mayor población árabe de Israel, allí trascurre la historia de Abu y Shadi, un padre y su hijo que recorren en auto la ciudad para acercar personalmente cada una de las invitaciones a la boda de la hija del patriarca. Como una suerte de Road Movie urbana, tipo El casamiento de Rana (primera película de Hany Abu-Assad en Palestina), el filme estará atravesado por la muerte, pero de forma tangencial. Comienza con avisos fúnebres y a lo largo del metraje se irán colando referencias de otros sucesos como entierros, y también se mencionará el infarto que sufrió Abu recientemente. Shadi es arquitecto, vive en Italia y el filme describe su primer día en Nazaret tras años de ausencia. Con pericia la realizadora Annemarie Jacir, irá desarrollando a largo del relato las tensiones entre padre e hijo, probablemente profundizadas por los años de ausencia. Abu, el padre, es un respetado docente que supo adaptarse a los cambios políticos y sociales, representa la sabiduría ancestral, la tradición y de alguna manera el conservadurismo. En cambio, Shadi tiene una cosmovisión distinta, más occidentalizada, a pesar de mantener un lazo con su patria al estar en pareja con una mujer de origen palestino (cuyo padre es un intelectual que participó de la mítica OLP). Lo interesante de Wajib es la mirada sensible de su realizadora. Ella dosifica la información a la que vamos accediendo a medida que los protagonistas van interactuando con los futuros invitados a la boda. La tensión con lo judío tendrá como disparador la decisión de Abu de invitar a un hombre que es sospechado, al menos por Shadi, de realizar espionaje en favor de los enemigos del pueblo palestino. Los actores que componen a los personajes protagónicos son padre e hijo en la vida real, artistas muy experimentados. El veterano Mohammad Bakri llegó a trabajar a las órdenes de directores consagrados como Costa-Gavras, los hermanos Taviani, Amos Gitai y Saverio Costanzo, y tiene varios créditos como realizador. Por eso no sorprende la química que demuestran en la pantalla. El personaje de la novia/hija/hermana es fundamental porque es la que parece entenderlos a ambos. A uno por afinidad etaria y crianza común, al otro por cercanía constante. Ella representa en el filme la idea de aceptación. Con su delicada caligrafía cinematográfica, Annemarie Jacir habla del estado de las cosas en Palestina y de tópicos universales como la tradición, la familia, los cambios en las generaciones. Finalmente, lo que Jacir parece decirnos sobre las postrimerías del metraje, es que lo que chocan en la película no son solo dos formas de ver el mundo, sino también dos caracteres muy parecidos que saben interiormente que deberán trabajar en aceptarse. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
En Palestina las tradiciones se cumplen. Se consideran una falta de respeto no seguirlas. Y es por eso que los hombres de una familia, tienen el deber de repartir las invitaciones de casamiento a todos sus familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc., aunque haya alguno que no les guste. En esa aventura de unos pocos días se embarcan Abu Shadi (Mohammad Bakri) y su hijo Shadi (Saleh Bakri) - que también lo son en la vida real - para llevar en mano cada tarjeta participativa de la boda de Amal (María Zreik). Realizada en la ciudad de Nazareth por Annemarie Jacir, nos cuenta el recorrido de un día que hacen padre e hijo en un viejo pero noble auto, donde, entre casa y casa durante el recorrido, charlan y confrontan por ser o no conservadores. Abu Shadi es un reconocido profesor que está convencido de hacer lo mismo que sus antecesores, y su hijo todo lo contrario porque él es arquitecto y vive en Italia con su novia compatriota, por lo que tienen una mentalidad más moderna y occidental. Los reproches y la falta de comprensión por parte del padre son un problema que no puede resolver Shadi. La historia está narrada con agilidad porque siempre suceden cosas nuevas donde los diálogos son concisos, pero vuelcan alguna información que le permite ponerse al día con las noticias a Shadi. Se sostiene no sólo por el vínculo padre-hijo, sino también, por la espera en saber si va a llegar la madre de Amal, quien vive en los EE.UU., por un lado, y por otro los encuentros en las casas de cada invitado, donde pueden observarse las viejas usanzas que se mantienen cuando los anfitriones reciben a alguien. Tal vez la reiteración en las charlas sobre si es necesario acatar o no las históricas costumbres puedan aburrir un poco, pero, como suceden otras cosas en un segundo plano que son importantes para el desarrollo del film, no molesta demasiado. Ver esta obra, ganadora del último festival de cine de Mar del Plata, es útil para enterarnos cómo actúan ciertos países cuyas culturas son más cerradas para los que no viven por allí. y resulten incompresibles ciertos actos, a esta altura del siglo, que pueda provocar problemas entre padres e hijos.
Invitación de boda, de Annemarie Jacir, trae a las pantallas un viejo conflicto encarado desde una mirada muy personal e intimista: los palestinos que viven en Israel semi-asimilados a la sociedad. Shadi es un palestino viviendo en Italia que regresa a Nazareth para la boda de su hermana. Durante el día entero lleva en auto a su padre para realizar el “Wajib”, la costumbre de entregar una por una en mano las invitaciones a la boda de su hija. A lo largo de la jornada las diferencias ideológicas entre Shadi y Abu Shadi (su padre) irán lentamente aflorando, mostrando dos caras de la misma moneda, la segregación de la población de palestinos en el estado de Israel. Aunque este tema está siendo visibilizado cada vez más en el cine, la mirada cruda del conflicto que nos traen las redes sociales convierte los filmes violentos y de mucha crudeza en relatos que terminan siendo menos impactantes que la realidad conocida. Consciente de eso, la directora nos trae, en Invitación de boda, un acercamiento desde un punto de vista más humano. El padre, habiendo sido abandonado con dos hijos por su esposa en pos de una vida mejor, se dedicó a asimilarse con la población del lugar para poder brindarle a su progenie la estabilidad económica y emocional que él tanto añoraba, al punto tal de que nadie en el territorio parece no conocerlo y quererlo, siendo saludado constantemente con respeto por sus alumnos y los padres de los mismos. Shadi, por el contrario, desearía que su padre hubiese sido un luchador por la causa palestina. El conflicto entre los dos no es explosivo, es más bien reflexivo, y habla al mismo tiempo de la complejidad del forcejeo político y del difícil vínculo entre padres e hijos. Las sobresalientes actuaciones de Mohammad Bakri y Saleh Bakri como padre e hijo respectivamente, aportan muchísima credibilidad al drama, al mismo tiempo que permiten momentos de distensión con pequeños chistes o anécdotas. Momentos en los cuales esa familia que terminó distanciada, parece todavía ser la misma familia fuerte de años atrás.
Invitacion de Boda es una comedia en donde la realizadora palestina Anne Marie Jacir retrata a través de la vida familiar los problemas culturales y sociales del pueblo palestino. Un padre arraigado a las viejas tradiciones se confronta con un hijo cuarentón, arquitecto, que vive en Roma y viene con todos los vicios de la ciudad cosmopolita. La reunión se da en torno a la boda de la hermana menor. Padre e hijo deben entregar las invitaciones a todo el círculo familiar: el reencuentro con los viejos y la gracia que deriva de ello construyen un panorama cómico, espontáneo que resalta lo mejor y lo peor de la vida en familia. Wajib (asi su nombre original) es graciosa, pero también describe una situación social complicada y esto es interesante, porque el vínculo de familia nos acerca y nos hace conocer un mundo y una cultura diferente. Mohammad Bakri interpreta a Abu Shadi, el padre, que se posciona como el “contrera” de un hijo marrano que ha decidió viajar por el mundo y alejarse de la tradición familiar. Bakri es un actorazo y construye un personaje gracioso, ácido que se pasea con frases irónicas y chicanas para con su hijo. El vodevil le da a la comedia un espacio de improvisación que resulta jocoso. Padre e hijo suben y bajan por los diminutos pasillos de Nazaret, pero también lo hacen por las emociones del encuentro. El viejo profesor universitario se confronta con su hijo “profesional” crítico absoluto de la pugna sociopolítica de la franja y el padre, un caudillo nacionalista, le hace frente con humor. Lo genial de Wajib es que es una película sincera en donde la gracia deviene absolutamente de la riña: padre e hijos pelean, pero inmediatamente, y ahí esta otro punto a favor en la película, acompañan a la hija que se va a casar a probarse el vestido de casamiento y se sientan frente a ella como dos tias encantadas, dejando el rencor. La contienda en ese momento se transforma en ternura. Invitación de Boda ganó el galardón como Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
El costumbrismo suele ser mortífero para el cine, una tumba adornada con flores y otros ornamentos que goza del beneplácito de muchos. Refuerza las certezas, supone un orden inextinguible y prodiga a quienes viven en él un lugar y un modo de ser. Casi todas las películas costumbristas piden acatamiento y repetición. Son tan predecibles como el reglamento de un consorcio y las instrucciones de un electrodoméstico.