El nuevo film de François Ozon, ganador de la Concha de Oro de 2012 por Dans la Maison, trata sobre Isabelle, una joven francesa de diecisiete años, muy hermosa, que poco después de su primera vez, como quien sí quiere la cosa, comienza a prostituirse bajo el nombre de Lea. Sus dos vidas transcurren con naturalidad para ella; tiene un perfil en internet, se encuentra en habitaciones de distintos hoteles con sus clientes, se lleva mudas de ropa, se ducha, esconde el dinero. Estos clientes son de entrada edad, de la generación de su padre, con quien no tiene relación y la única valoración de su cariño perceptible para Isabelle son los 500 euros que él le da para cumpleaños y navidades. Todo es normal hasta que uno de sus clientes sufre un infarto y muere mientras tienen sexo. A partir de allí se enterará su familia y algo pasará en su interior, o no.
Corolarios públicos de la intimidad. Sin lugar a dudas el caso de François Ozon es sumamente raro para lo que suele ser el promedio del panorama cinematográfico actual, no sólo francés sino también internacional: mientras que la mayoría de sus colegas pretende descubrir su nicho lo más rápido posible con vistas a solidificarlo y generar esa mentada “previsibilidad comercial”, desde mediados de su carrera el director parece haberse decidido por el camino exactamente opuesto, orientado a diversificar su producción. Así las cosas, durante la última década el señor ha estado paseándose por una pluralidad de géneros con buenas intenciones y una poca fortuna por demás paradójica, en la que prevalecen su sinceridad, corazón e inocencia todo terreno. Por supuesto que a pesar de su talento y actitud proactiva, tanto inconformismo no le ha alcanzado para llegar al nivel cualitativo de aquella primera tanda de películas, el mojón a partir del cual se valoraría lo realizado a posteriori. Ya sea que consideremos los thrillers de raigambre hitchcockiana como Regarde la Mer (1997), Los Amantes Criminales (Les Amants Criminels, 1999), Bajo la Arena (Sous le Sable, 2000) y La Piscina (Swimming Pool, 2003), o las comedias sardónicas como Sitcom (1998) y Gotas que Caen sobre Rocas Calientes (Gouttes d'eau sur Pierres Brûlantes, 2000), los comienzos de Ozon acumulan un vigor y un lirismo inigualables, factores que en la etapa siguiente se verían muy atenuados. Si bien la simpática En la Casa (Dans la Maison, 2012) constituyó un regreso a su mejor época y hasta parecía la apertura de un nuevo ciclo que quebraría la mediocridad de la andanada de proyectos -dignos aunque olvidables- que la precedieron, lamentablemente Joven y Bella (Jeune & Jolie, 2013) reinstaura la dubitación e inconsistencia que venían caracterizando a la obra del parisino. La trama en un primer momento apela a todos los engranajes de los relatos de “despertar sexual”, luego vira hacia las citas explícitas para con Belle de Jour (1967) y finaliza dentro del marco de los dramas familiares, en lo que funciona como otro ejemplo de esa típica estructura esquizofrénica del Ozon más inquieto. El cameo de Charlotte Rampling y la excelente labor de Marine Vacth como la señorita acaudalada de turno, quien de la noche a la mañana decide convertirse en una escort de lujo, compensan en gran parte un desarrollo en piloto automático que no ofrece ninguna novedad significativa que se distancie de tópicos recurrentes del imaginario cinéfilo galo como el erotismo voyeurista, una vulnerabilidad a flor de piel, la curiosidad adolescente, las inclinaciones sadomasoquistas y los corolarios públicos de una intimidad al margen de lo “socialmente aceptable”. La prolijidad e inteligencia de Ozon impiden que el opus caiga en el tedio pero no pueden corregir su ambivalencia inconducente, esa vacuidad sin alma…
Mi cuerpo, mi vida La trayectoria cinematográfica del realizador francés François Ozon, integra entre otras cosas una diversidad de títulos concentrados en el cine de género, pero también desde una óptica muy personal, jugando sobre los límites de su propio universo y entendimiento de lo que el cine representa. Las ideas que el director de La Piscina (2003) expone en sus películas, siempre representan alguna mirada transgresora ante convencionalismos y que por lo general dialogan intertextualmente con las costumbres burguesas en un eterno conflicto entre lo material y la libertad. Pero, en Joven y Bella el pretexto de un relato concentrado en el despertar sexual de una adolecente perteneciente a esa burguesía, tan criticada, sirve de puntapié al cineasta para explorar los límites del deseo y el uso del cuerpo con fines de manipulación y poder, aunque y tal vez eso es lo que pueda criticarse, con juicio de valor y posición moral, no tan propia de Ozon y su particular canon de películas en las que la libertad no se cuestiona ni se castiga, como por ejemplo 8 Mujeres (2002). A eso debe sumarse la incorporación de un melodrama familiar cuando uno de sus eslabones más débiles, en este caso la protagonista, quien una vez pasada la primera experiencia sexual decide prostituirse con una clientela cien por cien adulta y en la que todos los clientes la superan por varios años en edad, comienza a experimentar el desencanto de todo: no hay placer, no hay deseo y la apatía se contrapone a la acumulación del dinero sin un fin material, sino la mera acumulación. Ese desencanto latente, que por motivos obvios no revelaremos aquí, crece y multiplica el drama, así como la conflictiva interna de Isabelle (Marine Vacth), cuyo nombre de fantasía es Lea, y toma otro cariz al conocer a Alice (Charlotte Rampling), primero en calidad de potencial clienta, pero después en un doble rol de adulta y espejo deformado de lo que puede terminar siendo su vida en caso de no cambiar. Ozon, no cae en la tentación de utilizar a Rampling como contraste entre juventud y senectud, sino que también explora su personaje maduro desde la conflictiva del deseo y la apatía desde otro nivel de exposición. Ahora bien, el problema de Joven y Bella radica entre otras cosas en la mixtura de elementos que desconcentran y no clarifican el rumbo de la historia, mas allá de sus méritos en lo que a dirección de actores respecta.
Juventud, divino tesoro Isabelle, la protagonista de Jeune & Jolie (interpretada por una bella modelo con mínima experiencia en cine como Marine Vacht), tiene 17 años. En la primera de las cuatro partes en que se divide el film (verano, otoño, invierno y primavera, cada una con una canción de Françoise Hardy como leit-motiv) vemos su pérdida de la virginidad, en la playa, con un ocasional amigo alemán. Pero en medio de su explosión hormonal y su confusión emocional, ella decide prostituirse. No hay presión ni apremios económicos para esta estudiante porque su mamá y su padrastro (muy buenos trabajos de Géraldine Pailhas y Fréderic Pierrot) le aseguran un holgado pasar: sólo la búsqueda de emociones fuertes e inmediatas y de experimentar con el propio cuerpo. Ella suma clientes y dinero hasta que un hecho policial termina con su "carrera". Cómo reacciona el entorno familiar al enterarse del suceso es el eje de la segunda mitad, basada sobre todo en la relación madre-hija. El prolífico François Ozon (Bajo la arena, La piscina, 8 mujeres, Potiche) maneja el relato con delicadeza y precisión, sin caer en psicologismos ni moralejas aleccionadoras, lo cual se agradece doblemente en este tipo de historias. El film es realista, pero sin perversiones; provocador, pero sin golpes bajos. También -sobre todo por la inexpresividad de Vacht- resulta por momentos algo atado, frío, previsible y hasta un poco anodino. De todas maneras, el interés nunca decae del todo y, sobre el final, le alcanzan cinco minutos a la inmensa Charlotte Rampling para levantar la película. No es mucho, pero alcanza.
Bella de día El afiche de Joven y Bella (Jeune et jolie, 2013) nos traslada conscientemente al clásico de Luis Buñuel Belle de jour (1967), porque la penúltima película del siempre interesante François Ozon, presentada en 2013 en Cannes (la última es Une nouvelle amie), puede verse como una actualización del clásico protagonizado por Catherine Deneuve. El director de 8 Mujeres (8 Femmes, 2002) toma las bases del mentado film sin dejar de lado sus tópicos autorales, al presentar a su protagonista siendo observada por su voyeur hermano menor. La mirada y la idea del doble conjugan con la búsqueda de deseo de Isabelle (Marine Vacth), una sensual adolescente que transita su despertar sexual, y estando de vacaciones familiares se inicia con un ocasional vecino de verano. El episodio no parece satisfacer a la joven y algo ocurre en su interior: se disecciona su mirada convirtiéndose en sujeto y objeto de deseo a la vez. Isabelle empieza a desarrollar una doble vida al encontrarse con hombres mayores (pactando encuentros por internet) con quienes tiene sexo por dinero. Los personajes completan un espectro de personalidades bastante particular, tanto los hombres/clientes como su familia, deambulan entre la compasión y la incriminación, cumpliendo una función determinada en las experiencias vividas por la joven. Ozon recurre a imágenes reflejadas en espejos para graficar el desorden interno de la niña en sus controvertidos encuentros, sin caer nunca en moralinas ni juicios de valor. Los mismos temas que aquejaron a una joven y bella Catherine Deneuve en 1967 (incomunicación, búsqueda de deseo sexual, mujer sujeto/objeto, alienación de la rutina burguesa) son los transitados aquí, pero no a través de una mujer casada, sino de una adolescente de 17 años en tiempos de celulares y sitios web.
A ningún amante del cine francés le pasa por alto la referencia de François Ozon al film Belle de jour, de Luis Buñuel. En aquella película de 1967, Severine (interpretada por Catherine Deneuve) era una mujer casada que se negaba a tener sexo en su matrimonio y buscaba una salida a sus deseos sexuales y eróticos prostituyéndose. Ozon nos muestra a Isabelle, una joven de 17 años que tras perder su virginidad también comienza a prostituirse. El film trabaja de manera muy sutil el desdoblamiento en la vida de la joven Isabelle: mientras pierde su virginidad aparece en pantalla una doble de ella misma que la mira, lo que permite a la joven “salirse de su propio cuerpo”. A medida que el film avanza, veremos a la protagonista duplicada en espejos, ventanas. Isabelle construirá así una doble imagen de sí misma: la chica adolescente que estudia, y comparte tiempo con su hermano menor; y la joven mujer que es deseada por todos los hombres. En verdad es más importante cómo ella se construye en objeto de deseo sexual para la mirada de los otros (incluido el espectador) que la construcción de su propio placer sexual. Es en este hecho, donde el espectador puede buscar el por qué de su comportamiento: no es por una necesidad económica, ni un trauma familiar que decide prostituirse, sino que simplemente es una adolescente descubriendo su sexualidad. Ozon utiliza el término “jolie” (bonita, linda) para el título de su película y no “belle”(bella), lo cual ayuda a situarnos en el universo interior de una adolescente. Isabelle es como cualquier chica de su edad: rebelde contra sus padres, apática, confundida. En definitiva, el hecho de que busque ser un objeto de deseo, antes que buscar su propio placer tiene que ver con no saber cómo plantarse frente a su propia inquietud sexual. Por supuesto hay datos en el film que contextualizan esta decisión: el acceso en la computadora y el celular a un mundo de autonomía, sin el control de los padres; el posible affaire de su madre con el marido de una amiga; la mirada no tan fraternal de su hermano menor…pero en el fondo, Ozon despoja de la cuestión el aspecto moralizante, para centrarse en el aspecto psicológico. En este sentido, es el mismo planteo que realizaba Buñuel en los comienzos del cine moderno: el conflicto interno de un personaje femenino a través de una exploración sexual que, en el caso de Belle de jour, se suponía privativa de los hombres, y en el caso de Jeune y jolie, se supone privativa de los adultos.
Otro retrasado estreno que llega a nuestra cartelera. En esta oportunidad nos encontramos con una muy buena película francesa acerca de una chica de 17 años que decide prostituirse. Lo piola del film es que no toma una bandería en contra de la prostitución y su mundo, algo que se ha hecho mucho, sino todo lo contrario. El personaje principal justifica -con sentimientos encontrados- su accionar y no solo no se arrepiente sino incluso lo disfruta. Algo jugado para plasmar en el cine dado la edad de dicho personaje y su entorno familiar común y no problemático ni abusivo. El director y guionista François Ozon ya había demostrado que sabía como manejar el erotismo en Swimming pool (2003) donde también la protagonista era una bella adolescente. Aquí genera muy bien los climas y hace brillar a la hermosa Marine Vacth como Isabelle. La actriz logra hipnotizar desde la pantalla y desarrolla muy bien su personaje, quien al principio genera un poco de rechazo pero que luego se va ganando al espectador. Dentro de una estructura brillante que consiste en dividir el film en las cuatros estaciones del año y separarlas por canciones, Isabelle transita diferentes estados de ánimo en donde Vacth se luce. La película tiene un buen ritmo y se acerca mucho más a Hollywood que al cine francés tradicional. Un dato no menor para el espectador que le huye a este tipo de películas y buena oportunidad para animarse a algo europeo.
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Contra la normalización del goce sexual Siempre lúdico y prolífico como pocos en el cine francés de su generación, el director de La piscina plantea ahora la historia de una estudiante de clase acomodada que, como la recordada Belle de jour, se dedica a prostituirse de día. Prolífico como pocos compañeros de generación, el francés François Ozon continúa entregando un nuevo largometraje por año. Joven & bella pertenece a la cosecha 2013 (el realizador ya estrenó una nueva película, Une nouvelle amie, hace algunos meses en el Festival de Toronto) y es, como muchos de sus últimos esfuerzos, un film que puede tomarse de muchas maneras, con una notable excepción: su historia no es ni intenta ser una denuncia sobre los mecanismos sociales que pueden llevar a una adolescente a la prostitución. Aunque si tal fuera el caso –y como ocurre en casi toda la filmografía de Ozon–, se trata de una acusación recubierta por varias capas de barniz irónico y con fileteado de referencias cinematográficas y literarias varias. Ultimamente, el cine parece ser para el director de La piscina y Ocho mujeres una suerte de pasatiempo de salón para adultos. Y no está mal que así sea, aunque en determinadas ocasiones esa liviandad pueda ser confundida con superficialidad lisa y llana.Si en su anterior film, En la casa, se jugaba el juego de las cajas chinas narrativas, en el cual los límites entre ficción y realidad se borroneaban hasta desaparecer por completo, en Jeune & jolie la cosa es un tanto más clásica. Dividida en tres grandes bloques, el primero de ellos se centra en la iniciación sentimental de la protagonista, la bellísima Isabelle (la actriz y modelo Marine Vacth), una adolescente que el día anterior a su cumpleaños número diecisiete debuta sexualmente con un noviecito durante unas vacaciones en la playa.Más de una escena de ese primer tramo podría perfectamente pertenecer a un film de Eric Rohmer, con su atención al detalle en las relaciones amorosas, filiales y amistosas, de no ser por un par de cuestiones ajenas por completo al universo del gran cineasta nuevaolero, indicios de lo que aún está por venir: entre otras, la particular relación entre Isabelle y su hermano menor, que por momentos parece rozar el incesto, o la absoluta falta de interés de la protagonista en lo que está ocurriendo durante esa “primera vez”.Luego de una elipsis y ya de vuelta en París (el film está atravesado por las cuatro estaciones del año), el film reencuentra a Isabelle como estudiante y prostituta, siempre de día, como en la famosa película de Buñuel, y bajo el alias de Lea. Integrante de una típica familia de clase media francesa, las razones por las cuales la muchacha, que parece tenerlo casi todo, comienza a ofrecer servicios sexuales por Internet a cambio de un puñado de billetes de cien euros permanecerán en secreto y no serán nunca develadas.Ni siquiera cuando un psicólogo le tire en terapia un par de puntas posibles, en un diálogo que revela como pocos el costado perversamente burlesco de la película. Que Isabelle/Lea termine disfrutando del sexo –según dan a entender en algunos momentos– en compañía de esos clientes anónimos, en particular junto a un hombre que fácilmente cuadruplica su edad, es otro de los aspectos no tanto llamados a escandalizar como a generar cierta incomodidad en el espectador atento, sea éste hombre o mujer.Ozon coquetea con los aspectos menos políticamente correctos que plantea la situación, ubicando en el centro del relato –aunque siempre de manera indirecta– juicios y prejuicios sobre la sexualidad femenina. Es a partir de allí que Joven & bella vuelve a transformarse: digna descendiente del universo “chabroliano”, Isabelle soporta estoicamente los cordiales intentos por “normalizarla”, de borrar su reciente pasado de puta, hasta que el encuentro cerca del final con un personaje hasta ese momento oculto (Charlotte Rampling en un brevísimo pero significativo rol) abre nuevas posibilidades en su vida privada y pública.Es posible que el sedimento luego de la proyección se disipe más o menos rápidamente, pero algo es indiscutible: superando apenas por algunos minutos la hora y media de metraje, Joven & bella toma al espectador de la mano y lo lleva a un veloz recorrido lleno de curvas, sobresaltos y sacudones, aunque siempre atado a un arnés que impide un verdadero golpe. Si el destino final no es el deseado, al menos el paseo valió la pena. 7-JOVEN & BELLA (Jeune & jolie)Francia, 2013Dirección y guión: François Ozon.Fotografía: Pascal Marti.Montaje: Laure Gardette.Música: Philippe Rombi.Duración: 95 minutos.Intérpretes: Marine Vacth, Géraldine Pailhas, Frédéric Pierrot, Johan Leysen, Charlotte Rampling.
Belle de jour del siglo XXI. Si François Ozon suele prescindir deliberadamente de las explicaciones psicológicas o sociológicas que sirvan para comprender las conductas de sus personajes, y si esa voluntad se ha hecho más visible en sus últimos trabajos, sobre todo en el más reciente, Dans la maison (En la casa), puede considerarse que con Joven y bella lleva ese mismo principio a un grado extremo. Quizá nunca como en este retrato en cuatro capítulos (y cuatro canciones) de una chica de 17 años en plena mutación ha asumido tan radicalmente el papel de observador externo. La protagonista es, como lo dice el título -que repite el de una antigua revista francesa para chicas de 15-, joven y bonita. Ozon la sigue en modo voyeur, con muy poco de la curiosidad que se adivina en la mirada de su hermano menor cuando la espía. La ve, en las vacaciones, tendido al sol su delgadísimo cuerpo de modelo (de ese mundo viene la excelente Marine Vacth); es testigo de su primera y frustrante experiencia sexual con su fugaz noviecito alemán, sin pasión alguna ("ya lo hice", es todo lo que le comenta al hermano al regresar, y es notoria su decepción al comprobar que nada ha cambiado en ella tras un momento que imaginaba trascendente). Tiempo después, ya en el otoño, y de vuelta en su cómodo hogar burgués de París, Ozon la descubrirá prostituyéndose en hoteles y con hombres mayores. Es apenas otro paso en la lenta exploración de su sexualidad, quizá del poder de su seducción más que la respuesta a un íntimo deseo; pero por qué prostituirse si no le interesa (ni le falta) el dinero; si tampoco afronta conflictos familiares, a pesar del ya aceptado divorcio de sus padres y la convivencia con el nuevo compañero de su madre, por otro lado bastante armoniosa. Esta criatura espléndida y lejana, que se vende pero no se entrega, permanece indiferente, más ambivalente que enigmática: se prostituye libremente y se diría que sólo busca satisfacer el deseo de los otros. O quizá descubrir que ese deseo, a veces, contiene una pizca de callada ternura. En vano el espectador espera que Ozon le acerque una pista, probablemente porque él tampoco alcanza a comprenderla, ya que a lo sumo lo que se percibe es que Isabelle-Léa busca apenas alguna forma imprecisa de transgresión, sin saber muy bien de qué se trata. Los hombres se suceden. Las estaciones también, y en cada estación una canción de Françoise Hardy, con todo lo que trae de amor y melancolía adolescente, suena como contrapunto irónico para esta belle de jour sin tabús, ni ingenua ni perversa y en apariencia tan poco romántica. Ozon no psicologiza, no juzga, no intenta generalizar haciendo de éste el retrato de una generación y mucho menos deja colar lecciones moralizantes cuando el secreto de la chica sale a la luz y todos buscan explicaciones. Él simplemente muestra. Su cine es fluido y elegante, pero queda la duda de si tanta discreción despertará en el espectador curiosidad o desinterés.
Niña de día, mujer también El filme es siempre atrapante, sin juzgar por qué Isabelle decide convertirse en prostituta. Una mirada exterior o superficial no comprendería a Joven y bella como lo que es en verdad. Isabelle no es que, de buenas a primeras, se prostituye aún siendo menor de edad. Isabelle no lo tiene todo, aunque parezca que sí, materialmente y en su hogar, con su madre, hermano menor y padrastro. Pero no. Isabelle es una joven -y bella, como reza el título- que siente que puede hacer lo que quiera. Y entre buscar sus propios límites a sus deseos, y ensancharlos y probar, se va metiendo en un espiral del que, se verá cómo y si lo logra, tratará de salir. Y cada espectador, al finalizar la proyección, concluirá cómo termina Isabelle. François Ozon es, tal vez junto a su tocayo y compatriota Truffaut, uno de los realizadores que mejor ha sabido radiografiar a la mujer. Sus personajes femeninos no son siempre el mismo, ni enfrentan los mismos problemas, aunque el amor y la necesidad extrema, a veces, de afecto, es lo que los motoriza. Aquí Ozon construyó a Isabelle sobre la base de que, según su óptica, las jóvenes están abiertas a un mundo de oportunidades con el que no saben cómo lidiar. Ha dicho el director de La piscina y 8 mujeres que así como Isabelle se vuelca a la prostitución, podría haberla abordado como una joven con anorexia. Le interesó esa etapa en que la mujer descubre su cuerpo, su femineidad y su poder. Isabelle prueba (vean cómo le sube el precio de sus servicios a un hipotético cliente) y se prueba. Todo es como nuevo para ella. Salvo en las películas en las que se desboca un tanto, Ozon no es de sermonear y, menos, juzgar el comportamiento de sus criaturas. Y los giros que dan en sus acciones no sólo son inesperados, si no muy bienvenidos ante un cine cada vez más anquilosado. Marine Vacth tiene un handicap. Es modelo, por lo que sabe cómo seducir a la cámara, y el tener poca experiencia como actriz no le impidió mostrarse como el personaje con naturalidad. Un consejo: no lean el casting del filme, así se sorprenden por una aparición, rutilante e inesperada, a menos que sepan qué estrella participa de la película.
Isabelle de Jour La mujer, mundo preferido por el director François Ozon, retoma a este universo en su nueva película: Joven y Bella (Jeune & Jolie). Isabelle (Marine Vacth), es una adolescente de 17 años que rápidamente pasa de ser una chica común, como cualquiera de su edad, a tener sexo con hombres por 300 Euros -distinto a ser una prostituta-. En ella se produce un cambio interno y juega con su belleza y juventud a desafiar al mundo masculino, sin distinción de edad. Isabelle no entrega su cuerpo como un simple objeto, sabe que tiene un poder atrayente y lo utiliza como medio para la experimentación y el aprendizaje. Tan capaz como siempre, Ozon abre su película poniendo al hermano menor de la protagonista espiándola de lejos en la playa. Los prismáticos que lleva el pequeño vouyerista serán usados en el momento en que Isabelle, todavía con un poco de timidez, desabroche la parte superior de su bikini. El hermano, es el único personaje de la película que no la juzga, que la espía de lejos y de cerca, que la indaga y reflexiona; y es ahí donde Ozon ubica al espectador. Joven y Bella, no cuestiona el porqué de las decisiones, no plantea las reglas de este juego simplemente muestra un despertar sexual de alguien que se encuentra en lo mejor de su plenitud. Por este motivo, no califico a la protagonista como prostituta por que no necesita o utiliza ese dinero para sobrevivir, solo acciona por puro deseo corporal. François Ozon, este maravilloso director francés, vuelve a centrar la mirada sobre la mujer. Isabelle es nada y todo a la vez. Es alumna estando de jogging y una Femme Fatale en tacos aguja. Ella observa y hace carne propia cada movimiento de placer. Desde el comienzo, todo se encuentra por duplicado, incluso hasta su mirada, fría y desafiante siendo objeto y sujeto. La película, además de estar fragmentada en cuatro estaciones, cada cambio temporal es acompañado por una canción que describe el estado sexual de la joven. Isabelle se despide de su virginidad por su propia decisión pero sin ninguna cuota de amor, un simple amor de verano le hará el camino más fácil para dar uso a lo que su cuerpo proyecta. Si algo se encuentra latente es mejor dejarlo salir.
Una actriz belIísima que puede parecer una adolescente y también una mujer de experiencia para un film que rinde tributo a “Bella de día” (con Catherine Deneuve). En este caso, con Marine Vacth y Francoiz Ozon como director. Una adolescente que quiere ser prostituta. Una historia que aporta cuidado erotismo, conflictos con la muerte, la familia.
La sexualidad y la nada Isabelle (Marine Vacth) es una hermosa chica de 17 años que luego de perder su virginidad en un romance de verano, al llegar el otoño comienza a trabajar como prostituta, contactando a potenciales clientes a través de internet, donde crea un perfil falso y trabaja bajo el seudónimo de Lea. Así concreta encuentros en hoteles con hombres mayores. Lo más perturbador de la historia es que la joven proviene de una familia con una buena posición económica, por lo tanto el motivo de su nueva actividad no pasa por una cuestión de necesidad, sino por algo mucho más complejo que el director jamás lleva a la superficie, es algo que esta ahí dentro de la protagonista, eso es lo que le gusta, lo que la atrae. La historia es inquietante, perturbadora, pero narrada con naturalidad, con una tranquilidad que por momentos exaspera, como si no fuera necesario saber porque la protagonista elige hacer lo que hace. Isabelle es una joven estudiosa, no va a fiestas, sus compañeros la consideran seria, introvertida y mientras tratamos de entenderla, François Ozon nos muestra de forma intimista todo aquello que la rodea: familias de clase media, padres ausentes, jóvenes que viven en un mundo lleno de excesos al alcance de su mano, pero que aprenden de sus padres a manejarse en una doble moral. Aun cuando las cosas salen a la luz, y su familia se entera, nunca nada parece estallar en la historia, y es la actitud tranquila, casi apática de la protagonista lo que más inquieta; no grita, no discute con su madre, pero se hace cargo de lo que provoca, y de lo que puede obtener mediante su belleza, es así como elige vivir su sexualidad. La película no da opiniones, explicaciones ni mensajes, solo observa y narra, construyendo un relato directo, seco, cargado de una enorme sensualidad que logra incomodar al espectador.
Fantasías de una adolescente El último film de Francois Ozon indaga en el descubrimiento sexual de una joven y sus consecuencias que derivan en una historia policial. Una película perfecta de vuelo acotado. Probablemente cuando a Francois Ozon lo llevaban de chico a jugar en una plaza de París prefería entretenerse en el sube y baja antes que en el tobogán. Así es su prolífica carrera como director, por lo menos hasta ahora, con muchos cortos y documentales y 15 largometrajes de ficción que abordan diferentes géneros y problemáticas con desiguales resultados. Ozon puede jugarse por el policial noir (La piscina), abordar la soledad de una mujer con toques del género fantástico (Bajo la arena), explorar en un texto vetusto con desgano y aburrimiento (Potiche), escarbar en el mundo femenino como si se tratara de un desfile de moda (8 mujeres) o tratar de acercarse al universo del genial Fassbinder para quedar muy atrás de su referente (Gotas que caen sobre rocas calientes). Daría la impresión que Ozon mira, filma y se va, sin comprometerse con aquello que registra, moldeando una filmografía que no es bochornosa pero que tampoco se escapa de un rutinario profesionalismo lejos de la autoexigencia. Un no-autor con portación de apellido convocado por el mundo festivalero. Eso sería Ozon: un director de oficio que cumple un trámite. Dentro de esa poética de formulario, Joven & bella retoma tópicos del erotismo francés y risqué ya abordados en La piscina y Bajo la arena, pero ahora, desde la piel de una adolescente de 17 años (la modelo Marine Vacht) que decide ejercer la prostitución y así explorar con su cuerpo. En realidad, Isabelle pierde la virginidad y desde ahí expresa su deseo – y lo materializa rápidamente– por tener relaciones con hombres mayores, primero a espaldas de sus padres, y más tarde, para implicarse en una historia policial debido a la muerte de uno de sus asiduos clientes. La referencia llega hasta el Buñuel de Belle de jour (1967) con la bella y gélida Catherine Deneuve componiendo a una señora de la alta burguesía que se prostituye de día par descubrir sus oscuros deseos. Pero en la comparación, como casi siempre ocurre con Ozon, el director de En la casa (estrenada el año pasado) pierde la pulseada con el maestro aragonés, no sólo por su ausencia de compromiso, también debido a que Joven & bella, desde su concepción de relato y elecciones visuales, no deja de ser una película rutinaria y perfecta pero de vuelo acotado. Perversa, provocadora, transgresora y sexista en contadas grajeas; fría, diseñada y construida por un director con alma de esquimal y perezosa en su formulación sobre un tema tan interesante y complejo como es el descubrimiento sexual de una adolescente. Sugerencia: ver ya La vida de Adéle y después comparar.
Traspié de Ozon que revela a Marine Vacth François Ozon, autor prolífico, hace nuevas versiones de comedias teatrales, como "Ocho mujeres" y "Potiche", dramas inquietantes, también teatrales, tipo "Gotas que caen sobre rocas calientes" y "En la casa", o ajenos al teatro, y de final extraño, como "Bajo la arena", o dulcemente tristes, como "Le temps qui reste", que acá se llamó "Tiempo de vivir". Y también hace bodrios medio imperdonables, como cualquier hijo de vecino. Tanto trabajo no siempre le da tiempo para hacer las cosas bien. Eso si, da gusto ver cómo dirige a los elencos. O (y éste es el caso) cómo descubre figuras interesantes para la pantalla. Ahora nos presenta el debut cinematográfico de Marine Vacth, una modelo de mirada abismal, de esas que nunca se sabe qué es lo que están pensando, pero seguro que no es nada bueno. Rostro y cuerpo indicados, entonces, para el personaje cuyo crecimiento seguiremos a lo largo de un año. Verano. Chica de 16 bien desarrollada, vacaciones con la familia en la Costa Azul, salida nocturna, primera experiencia sexual, algo insatisfactoria como suelen ser las primeras veces. Otoño. La chica ha puesto un aviso en la web y se gana sus euros visitando señores en un hotel serio. Su cliente más habitual es un señor mayor, porque ya sabemos que al burro viejo le gusta el pasto tierno. Invierno. Debido a un molesto accidente las cosas se complican. Surge un noviecito para tranquilizar a la familia. Primavera. No vamos a contar lo que pasa, pero digamos que Vivaldi no pensó en esto cuando compuso "Las cuatro estaciones". Tampoco Ozon pensó demasiado a la hora de escribir el libreto. Los hechos transcurren sin mayor explicación, aunque sí con alguna expectativa, la piba es bastante reservada y antipática, la parte donde está Charlotte Rampling parece de otra película, y si había alguna moraleja se fue a pasear y no la vimos. Esto puede enervar a cierta parte del público, en tanto, por las mismas razones, otra parte se sentirá satisfecha. En todo caso, corresponde anotar el nombre de la modelo, de 23 años en el momento del rodaje (valga la aclaración aunque más de un morboso se decepcione).
Identidad, sexo y otra hermosa muchacha en plena búsqueda. François Ozon es un realizador prolífico, desparejo y liviano. Su registro frío y lejano muchas veces suena presuntuoso. Es un producto casi industrial de un costumbrismo francés que adopta una mirada más distante que profunda. Isabelle festeja sus 17 años debutando en sexo. Y a partir de allí, pese a que esa novedad no le deparó placer, decidirá prostituirse. Porque sí. No hay razones. Ozon no da pistas, aunque el poema de Rimbaud y las cuatro canciones de Francois Hardy echan algo de luz sobre búsquedas y rebeldías. Esta nueva “Belle de jour” ahorra explicaciones. Estudia en la Sorbona, tiene una madre que le puede dar los gustos, un hermano mirón y un padrastro gentil. Pero se prostituye. No goza ni sufre. Nada duele ni molesta. Perturba más su indiferencia que sus revolcones. Vive su doble vida con una actitud más desafiante que envilecedora. Se alquila y no se entrega. Y cuando el juego se descubre, tampoco habrá en ella ni arrepentimiento ni vergüenza ni culpa. Isabelle aceptará la nueva situación con la misma tranquilidad con que asumía sus citas. Vuelve a la normalidad, prueba con un novio, trata de rehacerse, pero la escena final parece adelantarnos que sólo en el desafío, la provocación y el riesgo, podrá encontrar identidad y propósitos. La mirada fría y lejana de Ozon nos dice que no hay que sermonear ni sorprenderse, que todo es natural, que puede pasar y pasa. “Joven y bella” nos trae otra historia con una hermosa muchacha que explora el despertar sexual buscando algo más. El film muestra una subtrama que se desvanece (la supuesta infidelidad de su madre), un cuadro familiar poco creíble (cada vez que se abre una puerta alguien se está masturbando o anda cerca) y además ese tono excesivamente discreto, superficial de un Ozon que no quiere inquietar sino que escandalizar un poco.
PROVOCANDO SIN IRA Desde Brigitte Bardot y Jane Birkin hasta Emmanuel Beart, desde Niña bonita (1978, Louis Malle) y Una adolescente en mi vida (1981, Bertrand Blier) hasta La vida de Adèle (2013, Abdellatif Kechiche), el cine francés ha sido desde siempre proveedor de muchachas despreocupadamente sensuales e historias de erotismo equívoco, haciendo un culto de la gracia femenina y del desafío a tabúes sexuales. Se suma a la lista Joven y bella, sobre una adolescente de diecisiete años de nombre Isabelle, que comienza a ejercer la prostitución a escondidas de su familia y aparentemente sólo llevada por el atractivo que le despierta ese tránsito por cuartos de hotel y clientes inesperados. El film abarca un año en la vida de Isabelle, convencionalmente dividido en cuatro estaciones y jugando con la provocación que supone imaginar a una jovencita de familia acomodada vendiéndose sin demasiado conflicto. Incitación que encuentra dos notorios escollos: por un lado, la actriz protagónica, Marine Vacth (de 22 años cuando realizó la película), quien –aunque ocasionalmente, con su agria sonrisa o sus húmedos ojos celestes, deja entrever algo parecido a un sentimiento– presta al personaje su magro físico de modelo con actitud impertérrita, como una bella esfinge; por otro, toda la película aparece barnizada con una elegancia y una liviandad por las que termina siendo inofensiva, incluso superficial. Por aquí y por allá se deslizan referencias a diversas cuestiones vinculadas a las relaciones de pareja o la sexualidad y sus variantes (adulterio, masturbación, pornografía), asomando puntas interesantes para la discusión (la prostitución como fantasía, los caminos a los que puede llevar la belleza en una mujer o la vida demasiado cómoda en un adolescente), pero casi sin salirse de cierta indiferencia burguesa. Salvo una vehemente discusión madre-hija, todo es excesivamente civilizado en Joven y bella. Los personajes hojean distraídamente libros en la cama o en la playa (sería interesante saber qué leen y por qué), comparten comidas en ambientes luminosos, se bañan en un envidiable mar azul: hasta cuando se desatan algunos conflictos –que por razones obvias no adelantaremos aquí– nadie levanta demasiado la voz ni parece sufrir demasiado. Las canciones de Françoise Hardy empleadas como separadores contribuyen a la sensación de estar ante un film convencional; igualmente el recurso de la repetida, inoportuna aparición de alguien abriendo intempestivamente una puerta, propio de los teleteatros. De los personajes que rodean a Isabelle algunos despiertan interés pero resultan desaprovechados: el hermano, el padrastro, la esposa de un cliente maduro. Otros, como la madre o los novios de Isabelle, no la conmueven ni a ella ni a nadie. Cabe señalar que en Joven y bella no faltan dos rasgos típicos del cine de François Ozon (1967, París, Francia): el desarrollo de una idea curiosa o, si se quiere, transgresora (su último film es sobre un joven que se viste de mujer para sentirse cerca de su esposa que ha muerto), y cierto deslumbramiento por la belleza femenina. Pero aquí no consigue el encanto o la madurez dramática de, por ejemplo, Gotas que caen sobre rocas calientes (2000) o Bajo la arena (2000). Hay quienes relacionan Joven y bella con Belle de jour (1967), pero si el film de Luis Buñuel era realmente cáustico e inquietante, con raptos surrealistas, el de Ozon es apenas un pasatiempo adulto que sólo puede incomodar un poco a espectadores con hijas adolescentes.
ESCUELA DE EROTISMO El título del último filme del realizador francés François Ozon parece ser la respuesta al dilema que ésta plantea. Lejos de explicaciones morales y cerca de un tratamiento que muestra sencillez y personajes open-mind, Joven y bella, cuenta la historia de una adolescente que se siente poderosamente atraída por el sexo. Entonces el tema es tabú, pero en manos de Ozon todo cobra una nueva significación. Y como si hubiera un lenguaje propio que lo describa en este filme la sexualidad es sutileza. Para Isabelle (Marine Vacth) la adolescencia no sólo es un momento de la vida que deberá transitar, sino más bien una escuela de erotismo. Familiarizada con el uso de las redes sociales y todos los “trucos” tecnológicos para poder llevar adelante su “exploración”, pronto su celular paralelo comienza a sonar, el cual responderá bajo el seudónimo de Lea. Protegida por el anonimato la bella joven desfilará por habitaciones de hotel en los que descubrirá secretos carnales que aún no conocía. Primero fue la curiosidad, y luego, sabiéndose portadora de un cuerpo ideal, pasa a la acción. Así es como sus encuentros con señores le devuelven, a cambio, no sólo dinero sino también experiencia. En el universo de Ozon las mujeres son un templo casi sagrado en el que sus cuerpos semi desnudos se pasean en escena mostrando sus fortalezas pero también sus debilidades. Sin importar edades, tamaños o aspecto, las mujeres de Ozon se vinculan con el agua, y es que en piscinas, mares o bajo la lluvia (y casi siempre aludiendo al verano), ellas representan la forma que este realizador elige para ofrecer su mirada del mundo. Una mirada sutil acerca del cosmos de la feminidad la cual representa a través de imágenes simbólicas como por ejemplo los grandes labios rojos pintados en el mural del subte que Isabelle-Lea toma para llegar a la zona de los encuentros. Hay algo que callar, y la boca cerrada lo anuncia, pero ésta es roja carmín, como la pasión que Lea experimenta dejando de lado la culpa o la vergüenza. Joven y bella tiene mucho de esto, y otro tanto de esas composiciones pictóricas pensadas para enriquecer una narrativa que todo el tiempo está al borde de colapsar. ¿Cuánto tiempo podrá Lea continuar con su actividad sin que sus padres y/o amigos lo sepan? ¿Es esto un problema? Lo cierto es que Ozon prefiere entrar al centro de su historia de una forma descontracturada en la que parece no importarle cuál será su final. Seducido y seduciendo, ofrece un filme libre en el que la adolescencia se cuenta desde un punto de vista interesante, que viene a mostrar la vida de una teen francesa de clase media alta, cuya máxima preocupación es el goce. Lo importante es que su madre, junto a su pareja, lejos de los reclamos, sólo intenta comprender qué es lo que Isabelle desea. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Belle de jour en el siglo XXI Verano. Isabelle (hermosa Marine Vacth, una revelación), quien pronto tendrá 17 años, pierde su virginidad en una playa con un joven alemán y con cierta frialdad, como si fuera una formalidad por la cual hay que pasar rápidamente. Otoño. Unos meses después, Isabelle se encuentra en un hotel elegante con un cliente. Es que Isabelle o Léa, el apodo que usa para estas circunstancias, se prostituye vía un sitio web de citas. Es su elección. Le gusta. No sabe bien por qué, pero le gusta. Es así. Inexplicable. Pronto vendrán el invierno y la primavera, pero su comportamiento no se esclarecerá mucho más. Es alrededor de esa transgresión y de ese misterio que se articula la nueva película de François Ozon. Nadie sabe bien por qué esa adolescente se prostituye, tampoco el espectador lo sabrá. Es que la fuerza del relato consiste en librarse de cualquier tipo de explicación que permitiría entender esa elección. No es lo sociológico o lo económico. Isabelle es lo que se llamaría una hija de buena familia. Estudia en el liceo Henry IV, uno de los liceos parisinos más exclusivos del país. Su madre (Géraldine Pailhas) es médica, le provee siempre con lo que necesita. No es lo psicológico tampoco. Su madre es divorciada, pero Isabelle se lleva bien con su padrastro. Algunas pistas están a veces sugeridas: el gusto por la transgresión con la lectura de Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos, una relación conflictiva con su madre. Pero esas pistas no se confirman, no están dibujadas para convencer, apenas esbozadas el tiempo de un instante. Probablemente la pista más firme se vincula con el dinero, no el dinero como simple medio para comprarse productos de lujo, lo que Isabelle nunca hace -prefiere robar la ropa de su madre-, pero el dinero como medio de transacción y como reserva de valor, el dinero que cambia de mano -la escena se repite una y otra vez- y queda apilado en el armario, acumulándose, escondido, pero al alcance. Lo importante es que los hombres pagan, y mucho, para tener relaciones con ella. ¿Por qué será? No se esclarece. Siempre el comportamiento de Isabelle conservará algo enigmático. Con ese relato amoral, desprovisto de cualquier juicio de valor, François Ozon vuelve a cuestionar la norma, lo que la sociedad considera como aceptable o no. Lo hace con gran delicadeza y dulzura en la puesta en escena, filmando los cuerpos con la distancia justa, la que hace que su película nunca se vuelva obscena o vulgar, y nunca busque el escándalo. Al final, Isabelle/Marine Vacth se cruzará con la única persona que confiesa entenderla, Alice/Charlotte Rampling, su alter ego, como personaje pero también como actriz, como si Marine Vacth fuera su nueva encarnación, y en eso también, la elección de Ozon no podía ser mejor.
François Ozon es un cineasta bastante inclasificable. Por cada película buena o interesante que hace (VIDA EN PAREJA, LA PISCINA, TIEMPO DE VIVIR) tiene algún ANGEL o POTICHE que parecen salir de su hermano torpe. Tengo la impresión que JOVEN Y BELLA se ubica, como su reciente, EN LA CASA, en una zona intermedia y confortable –para él, al menos– en la que toma menos riesgos y sus películas salen, digamos, prolijas, aceptables. Normalmente convencionales, si se quiere. JOVEN Y BELLA se divide en cuatro estaciones de un año y sigue a una adolescente de 17 años comenzando por el verano, en el que conoce a un chico en la playa con el que debuta sexualmente, siguiendo por el otoño en el que empezará a dedicarse a la prostitución, tema que se mantendrá como eje y clave narrativa del resto de la película, más allá de otros elementos que aparecen posteriormente. ozon2Marine Vacht encarna a esta muy bella adolescente -con un aire a la joven Julia Roberts, pero con un toque obviamente francés- que descubre que su sexualidad no sólo es un arma poderosa sino que puede usarla sin sentirse muy afectada emocionalmente por lo que hace con su cuerpo lo que le place. Lo que le produce ese primer encuentro playero –una separación de sí misma presentada visualmente de una manera un tanto obvia– marcará el resto del filme. Al volver a París empezará a cobrar mucho dinero por prostituirse, pero la cuestión se cortará por un asunto que no conviene develar aquí y que impacta a ella y a su familia. Hay algo del descaro y de la forma de actuar de Isabelle que tiene que ver con poner ciertos riesgos a una vida burguesa aceitada y funcionalmente disfuncional, con una familia ensamblada con más secretos y pequeñas perversiones de las que parecen a primera vista. Ozon se entretiene mucho contando estas cuestiones familiares, de masturbaciones a amantes, de miradas esquivas a planos sugerentemente eróticos. Su cámara juega con este mundillo en el que el sexo es moneda de intercambio casi como un personaje más del relato, al punto que por momentos parece estar filmando un comercial de alguna marca de ropa… francesa. ozon1También, es cierto, Marine/Isabelle es tan bella (a muchos colegas les resulta difícil creer que se prostituye: tendría gran éxito como modelo de pasarela) que la película parece una extensión de su forma de mirar al mundo. Claro que esa inocencia con la que entra a su nuevo “trabajo” se perderá, pero nunca de una manera cruenta ni morbosa. No es la intención de Ozon hacer una crítica social ligada a los peligros de la prostitución. Al contrario, parece entender -como Isabelle- que esa vida es mucho más atrapante, atractiva y peligrosa que mamá, papá, hermano y noviecito con buenas intenciones. Cuatro canciones interpretadas por Francoise Hardy separan cada temporada en la vida de esta joven de 17 años, todas relativas a los temas que trata cada parte. En un momento de la película, los alumnos de la escuela a la que va Isabelle leen un poema de Rimbaud sobre tener 17 años (“On n’est pas sérieux, quand on a dix-sept ans/Un beau soir, foin des bocks et de la limonade/Des cafés tapageurs aux lustres éclatants/On va sous les tilleuls verts de la promenade…”) que también suma a la idea, persistente, de que más que hablar en concreto del sexo, lo que a Ozon le interesa es la crisis, la rebeldía y los descubrimientos de esa edad. Vacht funciona a la perfección (en más de un sentido) en un rol que incluye escenas bastante fuertes pero que ella normaliza con una actitud segura y ocultando sus miedos, tanto de sus clientes como negándolos en ella misma. La película no profundiza mucho más en entender qué es lo que le sucede: queda claro viéndolo, por más excesivo que pueda parecer. Si bien ese romanticismo de la prostitución (la idea de que los clientes te entienden mejor que tu familia y amigos) es un poco banal y remanida, Ozon y Vacht la tornan creíble. Al menos, durante poco más de 90 minutos.
Los sinuosos caminos de una identidad Otro de los tan esperados film del director francés, tras su estreno el año pasado de la admirable En la casa, acerca un cuento escenificado en cuatro estaciones, a través de los cuatro temas interpretados por Francoise Hardy. A lo largo de la historia del cine numerosos films nos presentan us historias organizadas a través de las cuatro estaciones del año. Y en este momento, la que me viene en mente es un film del tan talentoso y melancólico Vincente Minnelli, La rueda de la fortuna, estrenado en nuestra ciudad en 1946, que pude ver a principios de los cincuenta, como película de complemento, en una sala de barrio. En este inolvidable relato de tono fabulesco, narrado como si fuese un libro de cuentos, Judy Garland, tras sus pasos hacia el reino de Oz, asume el rol protagónico. Ambientada en 1904, en la ciudad que ya está presente en el título original, Meet Me in St. Louis, este film, el tercero de su director, narra las situaciones familiares y laborales que debe vivir la familia Smith, particularmente las que nos llevan al despertar del amor y al inminente traslado a Nueva York por exigencias laborales. Los diferentes pesares y sorpresas nos va llevando a un desenlace orquestado a plena, refulgente, luz. Cuatro capítulos que se van abriendo sobre páginas de un libro de dibujos que nos llevan a los "libros de cuentos" de tantas infancias, de aquellas décadas idas. A diferencia del tono, los planteos de este inaugural film, que circula por los carriles de las canciones, el film que hoy comentamos, estrenado a casi setenta años de aquel, abre cada capítulo sobre fondos en negro; anticipado o acompañado por cuatro canciones, interpretadas por una de las grandes voces de los años sesenta, Francoise Hardy. Presentada en Cannes 2013, Joven y bella (no sería ciertamente esta su acepción al castellano, como tampoco su título en España, "Joven y bonita"), este tan postergado film en nuestro país de Francois Ozon, fue eclipsado por La vida de Adele a la hora de las premiaciones. No obstante, numerosos críticos, consideran que esta omisión no era la esperada. Su director Francois Ozon, en su decimocuarto largometraje, nos ofrece un sensible retrato que poco a poco asume ciertos tintes claroscuros en torno a una joven adolescente -en ese primer capítulo, en verano, se festejan sus diecisiete años- , que se mueve desde el patio del liceo escolar hasta la habitación de un próximo cliente. Las referencias ya desde el título en la palabra "Belle" nos remiten a esa doble vida, asumida o fantaseada, del personaje que componía Catherine Deneuve en el ya clásico film de Luis Buñuel, de 1967, Belle de Jour. Tal como lo planteara el recordado maestro, auténtico y militante en toda su filmografía del ideario del Surrealismo, aquí, en este nuevo film de Ozon, no hay una mirada que juzgue; algo que puede llegar a irritar a los que esperan una sanción moralizadora. Por el contrario, escuchamos las voces de los distintos personajes, desde las amigas de la escuela hasta algunos ocasionales clientes. De los padres de la protagonista, Isabelle, quien desde sus contactos por Internet y mensajes de textos asumirá otro nombre, (como se presentaba en Belle de Jour) hasta la de su pequeño hermano, Viktor, su gran confidente. Desde este deambular de Isabelle, que nos va internando en algunas de sus citas, en habitaciones de reconocidos hoteles, el film de Francois Ozon abre a pasadizos que se conectan con situaciones de tensión, sospechas y confesiones a cara descubierta. Sin adelantar aspectos de esta trama, Ozon, luego de haber sido premiado con los César y en San Sebastián en el 2012 por su film En la casa, logra con Joven y bella un entrecruzamiento de líneas que nos llevan a un admirable momento de desenlace. Debo reconocer que admiro su cine. Ya desde el cuarto, Bajo la arena estrenado hace quince años, sus film me provocan un estado de incertidumbre y magnetismo. Y entre mis favoritos, no sólo me sale al cruce este; sino, entre otros, Ocho mujeres; su olvidada obra, El tiempo que resta y En la casa. Igualmente, ninguno de sus films me parece menor; ya que frente a un autor ya elegido, me cuesta señalar esas diferencias por más o menos. Sí, en tal caso, me desconcertó, con cierto malestar, su film del 2009, Ricky. Ahora paso a incluir en mi lista de mis favoritos de este realizador, que cuenta numerosos cortometrajes en su haber que datan de 1988, cuando contaba veintiún años, a este destacado film, "Joven y bella", estructurado como un cuento polifónico y al mismo tiempo guiado por las caminatas de la protagonista. Las cuatro estaciones del año y la voz de Francoise Hardy organizan un relato sensorial, abierto a los sentidos, que va más allá de un joven cuerpo, terso y expectante, que espera entre las sábanas. Su espera, ciertamente, mira mucho más allá. Desde una mirada que declara ser la de un voyeur, el film de Ozon coloca a su nueva musa, Marine Vacht, elegida por él, entre un grupo de aspirantes. Y fue precisamente la escena del interrogatorio policial, la que debían representar en esa audición las jóvenes que se postulaban, la que lo llevó a elegirla: "... y al verla actuar me parecía que tenía algo muy misterioso, como si estuviera en otra parte. Y eso era lo que yo buscaba para el personaje de Isabelle". A través de Joven y bella, Ozon, tal como logra en otros films pone en escena, desde un lugar en crisis, la moral burguesa. Buñuel ya lo había explorado desde momentos que hoy son antológicos. Y es la ambigüedad la que sobrevuela constante frente a los preceptos instituidos. Ahora, su director, explora esos perfiles que no siempre han sido tenidos en cuenta en el cine con personajes adolescentes. Y para esto, basta con tener presentes los nombres de las canciones que estructuran este cuento: "L'amour d'un Garcon", "A quoi casert", "Premiere rencontré" y desde el propio espejo de la identidad de la protagonista, Isabelle, "Je suis moi".
La pérdida de la virginidad en las adolescentes históricamente ha sido entendida como el equivalente a la pérdida de la inocencia. El paso a la adultez aún cuando no se esté preparada para ello. Todavía hoy existe una idealización sobre la adolescencia y lo que supone esa primera vez. Sin embargo, para la gran mayoría, esa vivencia no necesariamente tiene que ver con el amor. Y tampoco siempre encuentra correspondencia con el deseo y el placer anhelados. Es más bien una experiencia que se debe transitar para vencer miedos y fantasmas. Se trata tan sólo del puntapié inicial para poder comenzar a descubrir y explorar la propia sexualidad. François Ozon entiende a la perfección ese joven mundo femenino y lo retrata en una historia un tanto radical, donde la prostitución abre el camino para la experimentación sexual de una adolescente de 17 años. “Joven y bella” es un relato iniciático que narra la vida de Isabelle,una joven que pasa el verano en la playa junto a su familia. Allí conoce a Félix, con quien pierde su virginidad. Ese encuentro no significó nada de lo que ella esperaba. Cuando vuelve a París, comienza a llevar una doble vida: durante el día va al colegio y por las tardes se prostituye con hombres que hasta la triplican en edad. El film no versa sobre el tema de la prostitución, es más bien una excusa, el disparador para adentrarse en el lado oscuro de la adolescencia. Pese a las comodidades, a los buenos vínculos familiares, a la belleza y a la vida fácil, nada es suficiente para poder ser feliz. De allí la necesidad de Isabelle de buscar aventura en los encuentros íntimos que mantiene con desconocidos. Aventura que se traduce como una forma de sentirse viva a través del deseo que despierta en los hombres. Cuando en el 2013 Ozon presentó la película en el Festival de Cannes, no despertó el mismo entusiasmo que con “En la casa”- (2012, que retrataba también el universo adolescente y con el que ganó la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián) , y no fueron pocos los que la tildaron de obra pretenciosa y carente de sentido. Esas críticas no podían venir más que de una mirada conservadora sobre el sexo y el erotismo. Recurrentemente lo que se reprochaba era la incomprensión de los motivos que llevaban a la protagonista a prostituirse. Si bien es cierto que, en la película nunca queda claro aquello que justifique la doble de vida deIsabelle, debería entenderse que ello es funcional a la mirada que tiene Ozon sobre la adolescencia como un período misterioso, por lo tanto inexplicable. La incomprensión de los motivos es sustancial para descifrar el sentido de la historia. Lo mismo que la ambigüedad de los personajes - no sólo de la protagonista - que actúan en el mismo sentido. Todos se conviertan en susceptibles de poseer una doble moral, y a lo largo del relato muestran un costado oculto. El hermano de Isabelle es un voyeur que la espía cuando toma sol semidesnuda, o cuando se masturba en su habitación. La madre mantiene un affaire con el esposo de su amiga, y el padrastro tontea con Isabelle cuando ésta juega a seducirlo. Nadie es lo que parece, y el director se vale de ello para viciar algunas escenas de un malicioso (¿erótico?) suspenso. Con “Joven y bella”, como con otras tantas de sus películas, François Ozon reafirma su claro sello francés. Su visión provocadora, su gusto por el entrecruce entre cine, literatura y teatro, su interés en la adolescencia y su particular Una obra interesante que desafía la imaginación del espectador y que da a conocer a Marine Vacth, una modelo devenida en actriz que aporta una sólida actuación y, por sobre todas las cosas, su infinita belleza.
I’s been said that Marine Vacht, the arresting beauty who plays Isabelle in François Ozon’s subtly enchanting Jeune & Jolie (Young and Beautiful) surely reminds you of Catherine Deneuve’s Sev-érine in Luis Buñuel’s Belle de jour, which is true. But she’s also bound to remind you of Sue Lyon as the title character of Stanley Kubrick’s Lolita. In any case, think of a lethal combination of the two and you’ll have a pretty good idea of who Isabelle is. But only on the surface. She’s only 17 and right after she loses her virginity in a not-too-memorable way with a German boy not that much older than her, she develops a quick penchant for high-class prostitution. That is after an older man who spots her after school wants to give her money for having sex, and though she rejects him, she seems to wonder what it would be like. That’s reason enough to become a prostitute by day during weekdays and a school girl by the evening and during weekends. One by one, mature men become infatuated with her beauty, her apparent innocence, her alluring sexuality. One by one, they make her rich. But on an ill-fated day, something ominous happens when she least expected it: in a matter of seconds, Isabelle is about to face more than a few tribulations, to her family’s distress and her own pain. Coming from Ozon, don’t expect a film on why and how a young girl becomes a prostitute, be it from a psychological, an existential, an emotional, or a social outlook. Don’t expect an explanation for her behaviour, as it seems even she doesn’t have one. Least of all, don’t expect a critique of anything at all. If there’s anything that may point out that something is not in the best shape that would be the loneliness, the lack of affection and iciness of Isabelle’s customers. But that’s their problem, and it doesn’t include all of them. Instead, what you have here is an observation of the afternoons of a nymphet driven by the law of desire. A diaphanous portrayal where the reasons for said behaviour remain elusive throughout, and yet there’s a contagious allure of unusual intensity. Not that it’s expressed out in the open with big gestures, but delicately conveyed — and sometimes not so delicately — with smooth and soft strokes. And if you insist on trying to find out why she does what she does — because it’s not that she needs money, on the contrary — maybe you’d better ask yourself why not. Consider that sex itself is not really what gets her off. Think that its depiction is largely left out of the picture. Instead, you could say the pleasure lies in how she conceives sex, how her desire is articulated, what she feels when she’s with an older man, and why she has a right to her own desire, whichever that is. And there’s also room for something far more ungraspable. Although the ending could be rather predictable, it still makes sense in the best of ways. Arguably, it’s the only possible ending. One more thing: from time to time, Young and Innocent even dares to be tender in a restraint manner. And it still pays off.
Al final de la infancia. En "Joven y bella" Francois Ozon describe la experiencia de una chica de 17 años que se prostituye sin culpa en un ambiente de comodidad económica y contención familiar. El universo femenino atravesado por pulsiones, mandatos, hábitos y condicionamientos resulta un gran tema para cualquier guion. El director Francois Ozon ha logrado distintas aproximaciones sensibles, con más o menos concesiones, desde la versión de Potiche, a Bajo la arena o La piscina, pasando por la festiva Ocho mujeres. La sexualidad ligada a la adolescencia y la prostitución como experiencia consentida son cuestiones que el director encara en Joven y bella, a través del personaje de Isabelle, con Marine Vacth en el rol protagónico. La actriz que responde a la caracterización del título recorre la decisión y el experimento de su personaje con varias marcas de actuación que recuerdan a Belle de jour (Buñuel, 1967). Aquella película con la bellísima e inexpresiva Catherine Deneuve es un clásico siempre interesante a la hora de pensar la relación entre sexo, mujer y conceptos de libertad individual. Isabelle se mueve casi sin peso, etérea, impávida, callada, inexpresiva, por encima de las circunstancias familiares. Es una chica de 17 años que estudia Literatura en La Sorbona. Vive con su madre, su hermano menor y el padrastro, confortablemente, sin apuros económicos ni traumas personales. Los datos cierran el atajo de las explicaciones sobre los motivos que la llevan a prostituirse por un buen puñado de euros. La película se plantea como una ficción, la historia de Isabelle en relación a esa búsqueda que se le escapa a ella misma y que deja al espectador en medio de un dilema de educación, y, más allá, de crisis cultural, en sentido amplio, como le gusta a Ozon. El director intercala algunas canciones pero en Joven y bella la música simplemente distiende las escenas y no llega a ser un personaje. Ozon expone la relación de Isabelle con sus clientes, siempre hombre maduros, hasta hacer foco en Georges (Johan Leysen). Durante un año lectivo la chica desarrolla la doble vida, mientras en la casa se habla de todo y las cosas parecen bajo control, con la liberalidad necesaria para que cada miembro de la familia se sienta a gusto. Pero Isabelle busca otra cosa. Marine Vacth responde al rol y expone su cuerpo pequeño y delgado a la cámara que no lo abandona. Las escenas eróticas responden al concepto de Ozon sobre el cuerpo, la seducción y un enigma difícil de revelar. La explicación psicologista no alcanza, aunque Ozon la expone, y la película expresa un modo de abandonar la infancia para siempre. También el dinero es un signo potente en manos de Isabelle. Acompañan a la protagonista, intérpretes creíbles, sin sobreactuaciones, medidos, alejados del escándalo: Géraldine Pailhas como Sylvie, la madre; Frédéric Pierrot, Patrick, el padrastro, y el estupendo Fantin Ravat, Víctor, el hermano preadolescente, logran el universo de normalidad que provoca más extrañamiento al compararlo con la conducta de Isabelle. El tema es mostrado como una preocupación que jamás desborda hacia el drama convencional. En todo caso, Isabelle, al comienzo de su vida adulta, es una metáfora del peligro de los dos adjetivos del título. Se lo dice una bella mujer madura, Charlotte Rampling, en una escena que agrega la dosis necesaria de ternura y comprensión mutuas.
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Uno de los más provocativos e innovadores directores franceses retorna a los cines argentinos con su obra: Joven y Bella. En este film, Ozon cuenta la historia de Isabelle, una adolescente que cumple diecisiete años al mismo tiempo que pierde su virginidad, y comienza un camino de experimentación sexual que la va a llevar a una búsqueda plagada de desprendimiento emocional, mientras hace de la prostitución una forma de vida, su forma de vida. Es trabajando como prostituta, cuando conoce a George, un hombre maduro que se encariña especialmente con ella, y con el cual parece entablar, siempre a través del dinero, un vínculo mayor, el cual tendrá un gran impacto en su vida, aunque esté más relacionado con la casualidad que la causalidad. Si bien tengo que reconocer que esperaba algo mucho más alejado del relato convencional, viniendo del director de “Gotas que caen sobre roca caliente” y “La piscina” aun así, el relato de Joven y Bella tiene una búsqueda de intimidad y un toque tan espontaneo, que da la sensación como si uno fuese Isabelle, explorando ese mundo y esa vida poco a poco, sin saber muy bien qué es lo próximo que pasará. Tanto la actuación de Marine Vacth (Isabelle) como la de su madre, interpretada por Geraldine Pailhas, son muy naturales y vuelven creíble un conflicto que de otra forma sería muy difícil de creer, y la estructura narrativa que elige Ozon para contarnos un año en la vida de Isabelle es muy rica en la metáforas que logra entre el paso de las estaciones y los cambios en la vida de la adolescente. Una muy interesante película que puede dejar a los fanáticos de Ozon buscando algo más, pero que no falla al momento de contar la historia y conmover con los pequeños y sutiles detalles de las brillantes actuaciones con las que cuenta.
En una noche de verano de un pequeño y soñado pueblo de la costa francesa, una joven y bella adolescente de diecisiete años tiene su primera vez. El escenario es más que ideal y el galán, un rubio alemán que ronda los veinte años, no escatima belleza. Todos los indicios parecerían pronosticar un amor de verano de esos que no se olvidan fácilmente. Los días transcurren inundados por una luz mágica que se filtra entre los árboles que se mueven con la brisa y que atraviesa las ventanas abiertas de las casas; una luz que refleja destellos en el inmenso mar azul, en las arenas blancas y en las calles adoquinadas del pueblo. Sin embargo, hay algo que se le escapa a esa luz. En la oscuridad de la noche de su primera vez, Isabelle, con la mirada vacía, se separa de su propio cuerpo y observa la escena como un completo extraño. François Ozon se propone la arriesgada tarea de dar cuenta de la iniciación sexual de una adolescente que parece tenerlo todo: una familia, un buen pasar económico y, sobre todo, una desbordante belleza. El verano terminó y el París otoñal se convierte en el escenario donde una nueva Isabelle se descubre, la que comienza de modo tan natural como insólito a prostituirse. El relato sigue su curso en una aparente normalidad. A través de sus ojos percibimos ese pequeño mundo tranquilo, el de una chica que decide, como quien decide anotarse en el gimnasio, tener sexo con extraños en hoteles caros y recibir una buena suma de euros por ello. No hay detención en los detalles, no hay reflexión; todo pasa por inercia. Y es en ese espacio casi vacío donde Ozon ubica al espectador, que se empeña en tratar de comprender a lo largo de toda la película cuáles son los verdaderos motivos que llevan a una chica que tiene todo para deslumbrar a querer sumergirse en la oscuridad de un mundo aparentemente ajeno. Algo se quiebra en la mitad del film. El invierno llega y todo parece derrumbarse en el mundo de Isabelle. Ese espacio vacío que el espectador va tanteando medio a ciegas ahora es compartido con la familia, que tampoco comprende los motivos que llevaron a la protagonista a encarar una doble vida. El relato se expande inteligentemente y revela una supuesta relación extramatrimonial de la madre, un padre ausente, un hermano por demás curioso con la sexualidad de su hermana mayor y un padrastro que parece no darle importancia a los hechos y que los justifica como una forma de descubrimiento de la propia sexualidad. Esa aparente armonía que rodea la vida de Isabelle funciona de algún modo como la falsa consciencia burguesa, en un intento desesperado por creer que las cosas tienen que ser de determinada forma porque sí. Isabelle debe cumplir con las normas implícitas que tanto su familia como la sociedad imponen. Su rol como mujer en el ámbito público y en el privado viene prefigurado más allá de sus deseos y determinaciones. Pero ella decide quebrar las normas de manera radical e inesperada. No como una forma de liberación (nadie supondrá que la prostitución es un ejercicio de la emancipación femenina), sino como una defensa y un contraataque. Su mirada vacía y desafiante y su aparente insensibilidad ante los cuestionamientos de su entorno ubican a esta protagonista bella y enigmática en una postura de rebeldía silenciosa, aunque parezca una rebelde sin causa. En una fiesta organizada por un compañero de escuela, vemos a Isabelle en su entorno supuestamente natural, caminando entre jóvenes que toman alcohol, se besan, bailan y tienen sexo, todo eso alocadamente. Isabelle los observa con una tenue sonrisa que devela soberbia y ternura a la vez, como si comprendiera la farsa que significa pertenecer a un sistema preconfigurado de relaciones y de comportamientos humanos. Ella, definitivamente, no pertenece a ese mundo.
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La nueva Belle de Jour Nadie pone en duda que François Ozon es uno de los más prolíficos y mejores directores de la Francia de los últimos tiempos. "Joven y bella" cuenta la historia de una mujer de 17 años, que después de tener un poco satisfactorio debut sexual, se convierte en dos personas en una: una adolescente que va al colegio durante el día y una prostituta que consigue clientes mucho mayores que ella por internet. Esto, que lleva a recordar inevitablemente a esa joya cinematográfica que fue “Belle de Jour” de Luis Buñuel, tiene el toque y la impronta del cine de Ozon. El film dividido en las cuatro estaciones del año, siempre acompañadas por canciones de François Hardy, lleva al espectador a meterse en la trama y tratar de comprender las decisiones que toma Isabelle. El director no juzga, deja que el público decida. El trabajo de Marine Vacht como Isabelle es realmente fantástico y transmite incluso el desconcierto de la protagonista con apenas un gesto. Charlotte Rampling le da al film el toque de calidad y de fineza artística. “Joven y Bella” es una buena película que nos plantea una joven “Belle de Jour” pero en los tiempos de las redes sociales que es donde Isabelle consigue sus clientes “Joven y Bella”, una muestra más de la calidad artística de François Ozon.
El despertar del poder sexual "Joven y bonita" es la nueva película del aclamado director francés Francois Ozon, responsable de títulos como "La piscina" y "8 Mujeres". La trama se centra en Isabelle (la hermosa Marine Vacth), una adolescente con cuerpo de diosa del Olimpo que va descubriendo su sexualidad y cómo ésta la dota de poder para trasgredir y conseguir lo que quiere. La película se divide en las cuatro estaciones del año, verano, otoño, invierno y primavera, pasando en cada de una de ellas por distintas etapas en el descubrimiento del poder (o también se lo puede percibir como falta de él) de la protagonista. Inicialmente nos muestran una vacaciones familiares en la playa, en las que Isabelle pierde su virginidad y confirma el poder que le otorgan su belleza y uso de la sensualidad. En esta etapa Ozon comienza a ofrecer al espectador toda la carga sexual de la juventud, con topless en la playa, escenas de masturbación, un hermano menor con tendencias voyeuristas y las ansias de la protagonista de dejar de ser virgen. Vendría a ser el despertar y la explosión sexual. Ya en la segunda etapa, la película se vuelve más fría y nos muestra una Isabelle prostituyéndose en secreto, no por dinero, no por placer sexual, sino para satisfacer una faceta curiosa acerca del poder del sexo. Ozon se limita a exponerla sin hacer juicios de valores o bajadas de línea, lo que en mi opinión terminó resultando de manera positiva. Nuestra protagonista se vuelve una experta en sexo y satisfacción. En la tercera etapa, a partir de la muerte de uno de sus clientes regulares, Isabelle es descubierta y puesta en el ojo crítico de su familia que no logra entender porqué su hija, a la que no le falta nada material ni afectivo, toma la decisión de prostituirse con hombres mayores. El director interpela a los espectadores acerca de su postura con respecto a la prostitución. Este es el momento de duda y reconfirmación del perfil de la protagonista. Finalmente la cuarta etapa cierra de manera más bizarra, con la viuda del cliente muerto (Charlotte Rampling dando clases de actuación) pidiendo detalles de los encuentros sexuales entre su marido e Isabelle, conformando una secuencia casi erótica entre ambas y dando una suerte de bendición a la elección que ha tomado la protagonista sobre su futuro. Ozon conforma un drama existencial y lo dota de erotismo y belleza en casi todos sus fotogramas. Marine Vacth, más allá de su inexperiencia como actriz, resulta muy hipnótica y sus gestos faciales suman mucho a la hora de poder percibir lo que está viviendo. Un ensayo sobre la sexualidad que vale la pena disfrutar.