Tiempo de conocer al enemigo. Desde el vamos La Acusación (Court, 2014), una verdadera sorpresa proveniente de la India, se aleja de los rasgos estrambóticos de Bollywood y opta en cambio por el marco de referencias del cine arty festivalero, con vistas a ganar el favor y las recompensas del mercado occidental: en vez de la combinación de géneros con eje en el melodrama rosa, encontramos una propuesta contemplativa que pretende desmenuzar la pesadilla burocrática, la ceguera y el ensañamiento -por puro capricho- de determinados estados del Tercer Mundo contra los ciudadanos más indefensos, una contraposición abierta con respecto a la impunidad y la enorme estupidez de las cúpulas gobernantes y sus acólitos en los sectores acomodados. Utilizando tanto la parodia como la estructura de los courtroom dramas norteamericanos, la ópera prima de Chaitanya Tamhane dispara munición gruesa sin que le tiemblen las manos. La premisa detrás de la trama es muy sencilla y se centra en el arresto de Narayan Kamble (Vira Sathidar), una suerte de cantante callejero de protesta, bajo el cargo de incitación al suicidio, derivado de la muerte de un trabajador que supuestamente escuchó una canción del señor sobre el tópico en cuestión, en una de sus actuaciones públicas. La película adopta al minimalismo en la puesta en escena como patrón estilístico y de a poco construye un verosímil sardónico y de carácter naturalista, motivado por el “cul-de-sac” al que arriban los prototipos del poder judicial: más allá del martirio del acusado, al realizador y guionista le interesa analizar la vida privada del abogado defensor, la fiscal y el juez, circunstancia que viabiliza una constante oposición entre la mundanidad hogareña y la redundancia/ los tecnicismos de estos profesionales mediocres que gozan con el “ejercicio” de la autoridad. Si bien en ningún momento pierde fuerza la presencia de los cuestionamientos para con los límites específicos de la libertad de expresión en la India democrática de nuestros días, el film se hace un festín en lo que atañe al círculo vicioso kafkiano de una administración sorda y alienada que sólo reconoce sus reglas, siempre incapaz de interpelar al otro desde la lucidez compartida o las características más asequibles del sentido común. La falta de evidencias en la causa contra Kamble, la torpeza en la exposición de los argumentos y la ridiculez de la persecución ideológica tras un anciano que no representa peligro alguno para el monstruo estatal, son las postas en el camino que propone el opus de Tamhane, a su vez sostenido en la austeridad expresiva del elenco y en esas ironías belicosas que surgen intermitentemente a lo largo del metraje, recalcando la futilidad del proceso en su conjunto. En el devenir concreto quedan equiparadas la intolerancia y trivialidad de la fiscal (ejemplo del populacho conservador), el conformismo y la autoindulgencia del abogado defensor (representante de la clase media que la va de progresista) y la hipocresía e incultura del juez (testaferro de una dirigencia egoísta y enajenada). Aquí también se critica implícitamente al artista, quien parece condenado a repetir en un loop eterno las mismas diatribas sin jamás adaptarlas a un contexto en incesante cambio. Así como los enclaves del poder pretenden mantener su hegemonía mediante el congelamiento de la sociedad y el silencio de las voces opositoras, la realización nos invita a “conocer” a nuestros enemigos con el objetivo de combatirlos y/ o reducir su margen de influencia en la praxis cotidiana (hablamos -sobre todo- de la xenofobia, la exclusión, la intransigencia y el sistema de castas del hinduismo). A pesar de sus grandes aciertos, La Acusación no llega a la perfección por una primera mitad a la que le cuesta arrancar en función de algunas escenas inconducentes que alargan más de lo debido el desarrollo de personajes, generando involuntariamente unos pequeños baches en la historia; luego por suerte los deslices son compensados con creces por una segunda parte mucho más dinámica y puntiaguda. A través de una serie de coloridas viñetas alrededor de los estratos más bajos del circo judicial, ese que trata decenas de casos por jornada, Tamhane pinta de pies a cabeza la violencia y el absurdo que enmarcan el día a día de la corte y del “derecho mancomunado” en su versión autoritaria, como si la única respuesta frente al activismo político fuese la proscripción o su triste correlato, la cárcel. La justicia y otras tantas nociones se van por el drenaje cuando el grotesco pasa al primer plano social…
La verdad de las formas jurídicas. En la India el nuevo capitalismo convive con las sectas religiosas, las antiguas costumbres cohabitan con las modas occidentales y la extrema pobreza tiene su contracara en la riqueza de las clases acomodadas y en la emergencia del país como potencia mundial. En La Acusación (Court, 2014), la antiquísima herencia cultural india se funde con las heridas infringidas a su identidad por la colonización británica, el largo proceso de independencia (signado por las revueltas y la desobediencia civil liderada por Mahatma Gandhi), la construcción de una república parlamentaria, la pobreza endémica y la corrupción de su sistema político y jurídico. Tras una actuación en la calle, Narayan Kamble, interpretado por el conocido músico y poeta Vira Sathidar, es detenido como una amenaza a la paz y la seguridad social, acusado de incentivar el suicidio de un trabajador con las letras de sus canciones. A partir del injustificado arresto del cantante popular y docente y su defensa por parte de un abogado de clase alta que trabaja en casos relacionados a los derechos civiles, la película desnuda los pormenores de toda la corrupción policial en connivencia con el poder judicial de la India. El proceso jurídico se desarrolla como una farsa kafkiana en la que la verdad es irrelevante y solo funciona como una parte del engranaje de un sistema legal que fagocita individuos. Las diferencias de clases se confunden con el sistema de castas y desnudan los problemas de la India para insertarse en el capitalismo occidental como un mercado emergente hiperflexibilizado. A través de Narayan, La Acusación da cuenta de la protesta popular, las injusticias y la percusión política; mientras que en el abogado, el film representa la India moderna, que lucha por salir del oscurantismo de las leyes neocoloniales. La fiscal, por su parte, funciona como la contraparte del sistema legal, que siguiendo los procedimientos de la imputación busca un ascenso en el intrincado régimen. Finalmente el juicio resulta tan solo un fragmento de este sistema que mantiene a los acusados permanentemente atrapados en la telaraña judicial a través de la sistemática persecución policial que inventa cargos y testigos. La Acusación se erige como un retrato de las contradicciones de la India, un país en el que los derechos civiles chocan contra una pared infranqueable y la pobreza convive con la riqueza de los jóvenes ingenieros que logran un puesto en alguna multinacional. Las extraordinarias canciones de Vira Sathidar, un artista de gran importancia, son parte de este film sobre la injusticia, el avance de la criminación de la protesta y la falta de libertad de expresión y valores democráticos en un país que supo tener líderes de la talla de Jawāharlāl Nehru y el propio Gandhi. El director Chaitanya Tamhane toma para su ópera prima lo mejor de la tradición del cine social occidental y lo combina extraordinariamente con la idiosincrasia y las costumbres indias para crear una obra de gran sensibilidad y valor, que cuestiona las leyes y la mentalidad de su país en una época en la que las corporaciones multinacionales se apoderan de la India como otrora lo hizo la Corona Británica.
Notable retrato de la India actual, con su modo de impartir justicia y sus tradiciones y costumbres, a partir de la detención de un viejo juglar acusado de incitación al suicidio. Narrada con prodigiosa concisión, inteligentemente planificada, con planos generales maravillosamente coreografiados e iluminados, lúcidos paralelismos sin subrayados (exponiendo, por ejemplo, los diferentes hábitos sociales e ideas de los fiscales) y la cámara casi siempre fija o desplazándose suavemente, Court logra un efecto perturbador no sólo por sus implicancias testimoniales sino también por su sobria belleza y su simpleza no exenta de sutilezas. Sin música extradiegética, yendo de un personaje a otro sin confundir al espectador, su brillante epílogo cierra con un guiño casi humorístico, perfecto para una película que se toma las cosas (incluyendo el cine) en serio.
La lentitud y el mal funcionamiento de la Justicia no son exclusivamente patrimonio argentino, tal como lo demuestra La acusación, gran ganadora en el último BAFICI. La ópera prima de Chaitanya Tamhane parte de un hecho anecdótico que desencadena en un periplo judicial con reminiscencias kafkianas: Narayan Kamble, un cantante de protesta (aunque con más contenido místico que social en sus letras) de 65 años, es arrestado en pleno escenario mientras actuaba en una humilde zona de Bombay. ¿El cargo? Incitación al suicidio. Al parecer, un vecino que trabajaba en las alcantarillas se mató luego de escuchar una canción de Kamble que hablaría de “ofrendar la vida” y de "sumergirse en las alcantarillas". El modo potencial es atinado, ya que en las casi dos horas que dura La acusación no hay una sola certeza. Kamble no recuerda exactamente si ese día cantó algo relativo al suicidio (pero tampoco niega haber compuesto alguna canción alusiva) y la mujer del muerto pone en duda que su esposo se haya dado muerte él mismo. Los abogados de ambas partes tratan de llevar agua para su molino, pero algunas de sus artimañas (plantar un testigo falso, recordar el pasado político de acusado, allanar ilegalmente una vivienda) no hacen más que dilatar el caso, ante un juez más preocupado por el inicio de la feria que por emitir un fallo pertinente. Tamhane utiliza largos planos fijos (que recuerdan por momentos al cine rumano reciente) para mostrar las resquebrajaduras de la Justicia india, no sólo institucionales sino también edilicias. Si bien la columna vertebral del film son las burocráticas sesiones -que por detalles insólitos se van alargando y, por ende, demorando la sentencia-, la cámara de Tamhane sigue a los dos abogados (mujer para la querella, hombre para la defensa) por separado fuera de los tribunales. Allí vemos la cotidianeidad de estos personajes de la ley, sobre todo en sus vínculos familiares (la relación del abogado con sus imperativos padres arranca una sonrisa). La acusación podría haber tenido un buen epílogo de no ser por la innecesaria secuencia final, que aporta poco y nada. De todas maneras, se trata de un atendible debut procedente de una cinematografía poco conocida aquí.
Presunto culpable: Cuando hablamos de cine indio siempre se nos vienen a la cabeza esos espectáculos multicolor bollywoodienses trufados de suntuosos bailes y exotismo a raudales. Pero al margen de la industria también afloran otro tipo de películas, más pequeñas, que ponen su empeño en denunciar, desde los márgenes, las taras que rigen a una sociedad que dista mucho de ser perfecta. Si no fuera gracias a la labor hurgadora de los Festivales de cine, y en su extensión, por algunas distribuidoras que apuestan por hacernos llegar un tipo de cine diferente, el acceso a este tipo de obras sería prácticamente imposible
Este film se llevó premios en el Bafici. Ya sabemos que “premios” y “calidad” no siempre implican una relación de causa y efecto, pero en este caso sí. Esta película india cuenta una historia simple: un trabajador se suicida, quizás incitado por las canciones de un viejo intelectual. Esto lleva a que el artista sea enjuiciado como responsable de incitar a alguien a quitarse la vida. Lo que sigue tiene algo de melodrama de juicio (mucho, dado que es su estructura), mucho de observación social y una tensión que va creciendo poco a poco sin utlizar el énfasis artificial, sino solo por las fuerza de las cosas. Pero lo que hace al film una buena película no es su retrato de una sociedad en particular sino dilemas universales: ¿cuál es la responsabilidad del arte? ¿Existen palabras que causan daño, existe un justificativo para la censura? ¿cuál es el límite del libre albedrío? Nada de esto se manifiesta de manera engorrosa o solo con palabras, sino que es el andamio que nos lleva a la emoción y al interés mientras vemos la película. Trate de verla en cine: la pantalla grande incluye al espectador en el debate.
Burocracia y desidia en la India Consagrada como Mejor Película de la Competencia Internacional del 17 BAFICI, la película india La acusación (2014) retrata la burocracia y los vicios del sistema judicial de su país. Los festivales de cine permiten derribar mitos. En buena medida, gracias a ellos sabemos que en el cine de la India no todo es Bollywood, es decir, no toda la filmografía de ese país es música, danza, y argumentos “livianos”. La película de Chaitanya Tamhane es un cabal ejemplo de ello. La acusación nos muestra el laberinto judicial que, cual relato kafkiano, debe atravesar un abogado para defender frente en la corte de Mumbai a su defendido; un intelectual, activista y músico al que se lo acusa de haber promovido el suicidio de un hombre a través de una de sus canciones de protesta. La trama avanza y, con ella, se desnuda un sistema jurídico arcaico, que entre argumentos absurdos y torpezas varias tiene como objetivo acallar a las voces críticas. Por su temporalidad y por la preponderancia de planos generales, la película de Tamhan rememora al más reciente cine rumano. La proximidad no sólo es estética; recordemos que hay numerosos films que apuntan la degradación estatal que aún persiste en la era post- Ceaușescu. Pero en el cine rumano (al menos, el que llega a la cartelera porteña y a los festivales) esa estética genera un agobio asociado al trayecto de los antihéroes; mientras que en Court por momentos genera el hastío de la repetición. La película, pensada desde este punto de vista, se percibe “alargada”. Las actuaciones son efectivas y la ausencia de banda sonora produce una mayor marcación de esta suerte de anti-épica contemporánea, en donde todo se percibe aletargado, oprobioso. Las situaciones elegidas por el realizador para graficar esa sensación de abuso y corrupción por el que deben atravesar el acusado y su abogado son por demás variopintas, y afortunadamente el film no está exento de un humor sutil, alejado de las metáforas pobres. La secuencia final busca ridiculizar a uno de los agentes del poder clave en este relato; un momento un tanto redundante, en virtud del patetismo mejor graficado durante el resto del metraje.
Llega a los cines, La acusación, la ópera prima de Chaitanya Tamhane ganadora de la Competencia Internacional de la última edición del BAFICI. A pesar de ser uno de los países con mayor producción cinematográfica anual, son muy pocos los films que llegan a la Argentina provenientes de India. Y si bien es una industria que se especializa en combinar géneros como el musical, el cine de acción y la comedia más delirante –varias llegan con bastante éxito al mercado estadounidense- es realmente valioso el estreno de una obra más independiente, que tuvo una cálida recepción en numerosos festivales internacionales. Posiblemente, lo que hace tan universal a La acusación es su tema: la burocracia judicial y la injusticia social. El chivo expiatorio de esta historia es un docente, devenido en cantante, poeta y activista, arrestado, en teoría, por incitar a un obrero a suicidarse dentro de una cloaca. El director decide hacer un escalonado retrato social, posando su ojo en las costumbres y vida personal de cada integrante de este microuniverso judicial, casi como una radiografía de cada estrato económico de un comunidad urbana de la India, que no dista demasiado de la comunidad de cualquier país occidental. “Cuando quieren meterte preso, siempre van a encontrar un pretexto para hacerlo”, le repite el abogado de Vinay Vora a un grupo de estudiantes. Aunque es bastante simple la metáfora, puede servir para entender la crítica social del realizador que intenta no caer en el drama moralizador ni emotivo, evita los golpes bajos y por el contrario expone la ironía de la situación, a partir del uso de planos generales bastante abiertos en las escenas más conflictivas, casi siguiendo un manual del cine de Michael Haneke, pero con menos crueldad. La mayor parte de la acción sucede en las cortes, donde se desdramatiza con bastante realismo cada testimonio, y se apela constantemente, postergando las declaraciones meses y meses, mientras el acusado es víctima de la burocracia judicial indefinidamente, un culpable necesario de la policía y el sistema que no aguantan la crítica inteligente a través del arte. El director muestra diferentes argumentos y puntos de vista del caso, introduce la cámara en la vida privada del abogado –un chico consentido de un barrio de clase media alta- y su casi absurda relación con sus padres, el drama cotidiano de la fiscal con su familia, hasta concluir, con mucho cinismo, en las vacaciones del juez. Tamhane demuestra que todos son actores de un juego interpretando su rol hasta que suena la campana de salida y poco les importa el destino de un hombre, fuera de su trabajo. De esta manera, consigue introducir sutiles subtramas y críticas hacia la inferencia de los dogmas religiosos en medio de un proceso, de la influencia de la opinión pública, etc, pero siempre manteniendo la austeridad, casi en un tono seudodocumental y contemplativo. Esto no significa que el relato sea denso o lento. Por el contrario, la narración es dinámica y simpática, aún cuando por momentos, las subtramas desdibujan un poco el conflicto central. La acusación es un film ingenioso y cínico, que permite reflexionar no solamente sobre el contexto económico y político de la India, sino también en la burocracia judicial que impera en cualquier país del mundo y que impide cualquier dejo de humanismo o empatía por sobre los personajes, en oposición a la imagen dramatizada que vende Hollywood en cualquier producto televisivo.
Kafka atiende en la India Ganadora del premio a Mejor Película de la Competencia Oficial del BAFICI 2015, esta ópera prima de Tamhane (tenía apenas 27 años cuando la rodó) es una tragicomedia descarnada e inquietante sobre las miserias y aspectos absurdos del sistema de Justicia en Bombay. Lejos del pintoresquismo de la producción de Bollywood, esta auténtica joyita demuestra que el cine de autor con conciencia crítica goza en la India de un excelente presente. Premiada en la Mostra de Venecia 2014 como Mejor Opera Prima y ganadora pocos meses después del BAFICI 2015, esta película india recordará a muchos el estilo cinematográfico que patentaron durante los últimos años los nuevos directores rumanos. El film se centra en una serie de sesiones de una corte de Mumbai en la que un abogado defensor y una fiscal tratan de resolver el caso de un músico, activista político y profesor a quien se acusa de haber instigado a un hombre a suicidarse a partir de la letra de una de sus canciones. El punto de partida es la excusa para pintar un sistema perverso que persigue a los críticos a partir de argucias legales absurdas y decimonónicas que amparan esos actos en un marco “legal”. Película detectivesca, en cierto modo, en la que el abogado intenta liberar a su defendido a partir de ir descubriendo datos y testigos que prueban su evidente inocencia sólo para verse de vuelta enredado (él y su cliente) en alguna otra argucia, trampa legal o, aun más, en la convicción de que el sistema, una y otra vez, encontrará formas y fórmulas para volver a encarcelarlo, kafkianamente, para siempre. Más allá de una “coda” que sobra y no está a la altura de la sutileza del resto del film, se trata de uno de los grandes descubrimientos del último año cinematográfico y de un cine indio que escapa a las líneas más conocidas de la producción de ese país.
Acontecimiento artístico En la India se producen más de 1600 largometrajes por año y, si bien de allí surgió un maestro como Satyajit Ray y se exportaron al mundo cineastas como Mira Nair o Shekhar Kapur, las ofertas de ese origen están ligadas en su inmensa mayoría con las propuestas musicales, coloridas y superficiales de la factoría de Bollywood. Sin embargo, en los últimos tiempos se consolidó también allí una joven camada de directores que apuesta por films menos masivos, pero bastante más audaces, provocativos y contestatarios. En este último grupo se ubica La acusación, película que se estrena en las salas argentinas luego de haber sido consagrada como mejor ópera prima de la Mostra de Venecia 2014 y de haber ganado la Competencia Internacional del último Bafici. Rodada por Chaitanya Tamhane cuando tenía apenas 27 años, La acusación narra la historia de Narayan Kamble (Vira Sathidar), un cantante de folk, maestro de escuela y activista social de 65 años acusado de ser el responsable del suicidio de un trabajador que limpiaba alcantarillas, supuestamente motivado tras escuchar la letra de una de sus corrosivas canciones. Narayan -una figura incómoda para el gobierno- es llevado a juicio en un proceso que se alarga durante meses y en el que es sometido a todo tipo de situaciones absurdas en medio de un sistema legal dominado por el caos, la incompetencia y la indiferencia (a veces directamente por el maltrato y la deshumanización). Lo que hace de La acusación un notable primer largometraje es no sólo la sobria y austera puesta en escena de Tamhane y la impecable actuación de Sathidar, sino también la credibilidad que transmite incluso en los pasajes más ridículos (el efecto gracioso de ciertos momentos tragicómicos rápidamente se disipa para dar lugar a una sensación de angustia y enojo por las penurias que sufre el protagonista). La película apuesta con paciencia por la acumulación para que el espectador sienta el mismo peso que el burocrático aparato judicial carga sobre nuestro atribulado antihéroe. Abogados, fiscales, jueces y agentes policiales se volverán meros engranajes de una antiquísima maquinaria, cuyo objetivo parece ser el de desalentar siempre al acusado hasta convencerlo de que no vale la pena seguir peleando. Con escenas de juicio dignas de un documental y descripciones de la intimidad de los principales personajes que exponen desde las diferencias de clase hasta la represión a los intelectuales, La acusación surge como una evidencia contundente de que el nuevo cine de la India es mucho más que una moda en expansión. Un acontecimiento cinéfilo para no dejar pasar.
La India de Kafka Una sutil y reveladora aproximación a aspectos poco conocidos de la sociedad india moderna. A pesar de ser una opera prima, La acusación llega con pergaminos: recibió alrededor de una veintena de premios en distintos festivales, entre ellos Venecia (sección Horizontes 2014) y nuestro Bafici (en la última edición ganó la competencia internacional y el premio al mejor actor, Vivek Gomber, que también fue productor de la película). A partir del planteo de un caso absurdo, el director Chaitanya Tamhane -tenía sólo 27 años cuando la filmó- muestra los vericuetos del sistema judicial indio y las inequidades de un país del que la mayoría de los occidentales ignoramos prácticamente todo. Un docente, activista, poeta y cantor de protesta, es acusado de haber incitado al suicidio a un hombre que se habría quitado la vida después de uno de sus recitales, bajo la influencia de una de sus canciones. Este disparador le permite a Tamhane introducirnos en la burocracia de los Tribunales de Bombay y bosquejar un mapa tentativo de la sociedad india. Con un estilo ascético, de largas tomas y cámara fija, en muchos momentos cercano al documental pero cargado de un sutil sentido del humor, presenciamos la arbitrariedad de los jueces y el anacronismo de leyes que en algunos casos se remontan a la época del dominio británico y responden al espíritu victoriano de los colonialistas europeos. Sin caer en la obviedad, se deja en claro la relatividad de la democracia india, en la que la policía fragua investigaciones, cualquiera puede ser detenido sin motivo aparente y hasta la posesión de ciertos libros es un crimen. Con la precaución de no meterse directamente en el complejo tema de las castas -que fueron abolidas pero todavía tienen peso sobre el entramado social indio-, la película también aborda con sutileza las extremas diferencias de clase al seguir aspectos de las vidas cotidianas de los involucrados en el juicio (el abogado defensor, la fiscal y el juez, y, lateralmente, del acusado y uno de los testigos). Lo que une a todos es el llamativo estoicismo con el que parecen aceptar los roles que les han tocado en esa sociedad. Una sociedad de la que Kafka se habría reído con ganas.
Otra clase de “película de juicio” Aunque está poblado de abogados y fiscales, jueces y testigos, pruebas y descargos, este film indio –indudablemente político, en un sentido profundo y humanista– se centra en los vericuetos legales, las dilaciones y la burocracia legalista. Llegada desde los márgenes de la industria cinematográfica de Mumbai –y por ello mismo, alejadísima de los brillos y colores de Bollywood–, ganadora de dos premios en la sección Orizzonti del Festival de Venecia (Mejor Película y Mejor Opera Prima) y de otros dos en el más cercano Bafici (Mejor Película y Actor), la ópera prima de Chaitanya Tamhane es una rama aislada en el árbol genealógico del “film de juicio”, con sus abogados y fiscales, jueces y testigos, pruebas y descargos. Pero La acusación –la primera película india que disfruta de un estreno comercial en la Argentina en muchos, demasiados años– no está en absoluto interesada en el discurso brillante de la defensa o en los reveses de la causa luego de la aparición de un testigo inesperado, aunque sí lo está (y mucho) en los vericuetos legales, las dilaciones, la burocracia legalista. A tal punto que, a pesar de tratarse de una ficción en todo derecho, por momentos el espectador puede fantasear con que Court (su escueto y elegante título original) es un documental al estilo de los de Frederick Wiseman, el gran cronista de las instituciones norteamericanas y su funcionamiento íntimo. El protagonista, aunque ausente en gran parte del metraje, es un docente y poeta popular de edad avanzada (poeta como sólo puede entendérselo en la tradición india) que es detenido bajo la extraña acusación de incitación al suicidio.¿Puede una canción llevar a alguien a tomar la decisión de quitarse la vida? Eso es lo que parece pensar el Sistema, que inmediatamente se pone en movimiento para llevar a la cárcel al veterano cantautor, cuyas letras críticas hacia el estado de las cosas ya lo habían enfrentado con la ley en ocasiones anteriores, según se desprende de algunas declaraciones de la fiscalía. El defensor, la abogada querellante y el juez a cargo de dictar sentencia son los actores centrales de un drama que se desarrolla sin estridencias, con el escaso encanto de la jerga legal y el oprobioso esfuerzo de las instituciones puesto al servicio del ahogo de la disidencia ideológica. Al menos la mitad del metraje del film de Tamhane –mediante una serie de elipsis que marcan el paso del tiempo y de los lapsos procesales, siempre extensos– transcurre durante las diversas etapas del juicio, desde un híper poblado salón de tribunal de primera instancia hasta la algo más coqueta nave utilizada durante las apelaciones. El film abandona por momentos las salas judiciales y acompaña a los personajes en alguna de sus actividades cotidianas, iluminando cuestiones culturales, filosóficas y de clase, siempre de manera indirecta, inferida.En ese sentido, y a pesar de poseer una temática absolutamente universal, La acusación no parece un film pensado para un público homogeneizado (v.g.: festivalero). Por el contrario, el film requiere del espectador una cierta dosis de curiosidad, si es que desea comprender algunos de los detalles secundarios de la trama. Si bien la cuestión de las castas no surge en ningún momento durante las discusiones judiciales, la estratificada sociedad de Mumbai (y, por extensión, de la India) aparece reflejada en los personajes a partir de sus actividades recreativas, y el uso del lenguaje y de los idiomas. Y sobre todo en la forma de vestir: tanto el abogado defensor como el juez forman parte de una clase media acomodada y, en el caso del primero, culturalmente cosmopolita; la fiscal, de un más tradicional escalón medio; el acusado, de un universo popular, representativo de un alto porcentaje de los habitantes de ese país; algunos de los testigos, finalmente, de una franja empobrecida y migrante.El film registra al defensor disfrutando de un tiempo de ocio en un bar donde puede escucharse en vivo música brasileña, mientras que la fiscal asiste con su familia a una obra de teatro humorística con una importante base de racismo. Durante los últimos minutos –el único pasaje donde el film parece caer en cierto facilismo en la descripción de ambientes y personajes–, el férreo juez irradia una impronta de irracionalidad supersticiosa.Que La acusación es una película política resulta indudable. Y lo es en un sentido tan profundo como esencialmente humanista. Las elecciones narrativas de Tamhane –los planos estáticos, las mencionadas elipsis, su preciso naturalismo– son casi siempre acertadas y el resultado es un film fascinante, complejo y solapadamente provocador, que desnuda las contradicciones de una república democrática que no ha abandonado conceptos y tradiciones ancestrales con las que entra en colisión directa y frontal.
Cuando la justicia no es justicia La justicia es uno de los pilares de toda sociedad y todos sabemos que cuando un pilar se cae, toda la estructura se derrumba en ese instante. Cuando la justicia falla, los que pagan nunca son los de arriba, el pisotón se lo llevan los de abajo. En La acusación, película de Chaitanya Tamhane, se cuenta la historia de Narayan Kamble, un poeta y activista político que es acusado de algo que no hizo. Durante el film se puede ver como el juicio se lleva a cabo a través de la vista de los tres protagonistas del film: Narayan, el acusado, Vivek Gomber, su abogado y Pradeep Joshi, el juez. Esta forma de contar la historia es de gran atractivo, porque podemos ver las diferentes perspectivas de los personajes desde sus posturas sociales. Con un guion tan inteligente como reivindicativo y humano, La acusación muestra un detallado fresco de la sociedad de la India, al tiempo que cuestiona un sistema legal tan obsoleto como irracional. Y se distingue por su brillante elenco de actores profesionales y no profesionales; su combinación entre drama y comedia; y su mirada realista a los personajes y a la sociedad india en su conjunto, compleja y rica en contradicciones. Hay dos cosas que pueden ser tediosas durante el film: la primera es que termina siendo lenta, entretenida y bien armada, pero lenta (hay planos que duran más de los necesario en mi opinión); y lo segundo es el constante cambio de idioma, se sabe que India fue en su momento parte de la corona británica, pero el cambiar del indú al inglés durante las conversaciones les saca realidad, hubiera sido preferible mantener el idioma durante toda la película.
Hastío en Bombay Una película de juicios que, apartándose de las convenciones del género, pierde toda la potencia que podría haber tenido. a acusación es una película que viene con la carga de haber ganado dos premios en el Festival de Venecia de 2014 y cuatro en el BAFICI del año pasado, entre ellos Mejor Película y Mejor Actor para Vivek Gomber. Es una película india pero que no tiene nada que ver con las miles que salen de la industria de Bollywood; nada que ver con el melodrama, los números musicales y el colorido. Casi como si Chaitanya Tamhane quisiera apartarse a propósito de ese cine, La acusación no tiene música incidental -aunque, curiosamente, si tiene un número musical, a su modo- y está contada con un naturalismo tan extremo que por momentos parece un documental sobre el sistema judicial indio. La historia puede parece sencilla pero contiene varias puntas a explotar. Narayan Kamble (Vira Sathidar) es una especie de cantante de protesta y activista social que es acusado de incitar al suicidio a un trabajador. Lo defiende Vinay Vora (Gomber), un abogado especialista en derechos humanos. El engranaje judicial indio los envuelve y las situaciones absurdas se suceden, a la vez que se plantean varios interrogantes referentes al arte, la censura y demás. La acusación es una película de juicio que le huye a la tensión dramática como si fuera un pecado y elige mostrar los tiempos muertos, detenerse en la vida cotidiana del abogado y de la fiscal, y cortar las escenas varios segundos después que lo usual. Es evidente que Tamhane busca retratar el sistema judicial indio como un engranaje kafkiano, absurdo y el hastío que muy probablemente sienta el espectador no es otra cosa que espejo del hastío de los protagonistas. También está claro que Tamhane desprecia el género “de juicios” y por eso intenta ir más allá, retratando no sólo el sistema judicial sino también el social. El problema es que el objetivo está tan claro desde el principio (concretamente: desde que el abogado se entrevista con el policía que le informa de los cargos contra su defendido) y la película se aparta tan poco de él, que lo que resta es sentarnos a observar al director llevar a cabo su tarea con el mismo hastío que siente el juez y la fiscal. Es probable que algunos encuentren fascinante ese mundo de juzgados, expedientes y funcionarios públicos; todo es fascinante si lo miramos con curiosidad. Pero al menos lo que a mí me pasó es que me pareció más fascinante la película que no fue, el caso concreto de un poeta acusado de incitación al suicidio. Esa película está, pero Tamhane la cuenta avergonzado de estar contando una historia que pertenece a una película de género. Los villanos de la película (el juez y la fiscal, digamos) se atienen a la letra dura de la ley y se alejan de la justicia. Tamhane se atiene a la letra dura de su plan y se aleja, así, de lograr una película todo lo interesante que el tema requería. Hay que decir también que la aversión que se nota que siente por los géneros es síntoma de una profunda ignorancia o, para ser más benévolo, de un deseo irracional de despegarse de la peculiar industria de su país.
POINTS: 9 It’s widely known that awards don’t necessarily have that much to do with the quality of a film. Too many mediocre movies have inexplicably won too many prizes at all times. But it’s equally true that every now and then, there comes that one special film that deserves all the praise it’s been getting internationally. Indian writer-director Chaitanya Tamhane’s debut feature Court is a perfect case in point. At last year’s BAFICI, Court won Best Film and Best Actor in the official competition, plus the FIPRESCI and the SIGNIS awards. Then, the FIPRESCI award at the Viennale and the top prize in Venice’s Orizzonti section, among many other prizes. And while it’s certainly not a film for mass audiences, Tamhane’s striking outing is not a piece of artsy cinema for movie buffs only either. Spoken in Hindi, English and the local dialect Marathi, with both professional and non-professional actors, and with an extensive use of diverse locations serving as backdrops filled with plenty of social information, Court is both a marvellously understated court room drama with far-from-callous approach as well as an unflinchingly analytical portrayal of a dysfunctional judiciary system often ruled by laws that date back to the 19th century. Narayan Kamble (Vira Sathidar) is a 65-year-old activist, agitator and folk-singer who visits with his troupe working-class neighbourhoods to raise awareness on a number of social conflicts. He’s arrested for seditious behaviour since it’s alleged that a sewer worker committed suicide after listening to one of his songs. Which, of course, doesn’t make any sense. The real reason is political more than anything else — in fact, Kamble had been arrested many times before on similar uncertain charges. Vinay Vora (Vivek Gomber) is a well-learned, humanistic, and devoted defence attorney who takes up Kamble’s case, as he usually does with many other individuals often harassed by Indian laws. He’s confronted by a painstaking, knowledgeable public prosecutor who tries to do her best — and often succeeds — to have Kamble legally pay for his misdemeanours. As for the judge, let’s just say he follows procedures by the book and seems not to care about anything else. But Court is not entirely confined to the court room: it examines the contrasting contexts in which the defence attorney and the public prosecutor live their everyday life. Also, the places they go to in their free time and the social activities they engage into. The contrast lies firstly in the fact that Vinay belongs to a well-off, upper class that’s part of an up-to-date India whereas the public prosecutor is a middle-class woman of a more traditional sector of society. Secondly, while Vinay puts a great deal of personal interest in the case, the public prosecutor is solely concerned with doing her job as best as possible, without any consideration for the heart of the matter. Yet Tamhane luckily knows better than turning her into an unlikeable, one-dimensional character so there are some welcome nuances here and there. With a fixed camera that captures the environment mostly in large shots, Tamhane scrutinizes the territory his characters inhabit and, in so doing, goes further into the characteristics of the two Indias and the relationships between them. It could be argued that the leisured editing — which makes shots last longer than usual — hampers the dramatic drive and may feel somehow tedious to some, and yet that would be a superficial appreciation. In order to immerse viewers into a multilayered, intricate scenario and have them experience the necessary sense of time and space, the shots have to last what they actually last. Accordingly, the sound design and the photography fall into a continuous naturalistic vein, never calling attention to themselves. Just like the presence of the filmmaker, which is erased from the story he tells. There’s no room for mannerisms or shock value, no big revelations, meanings or conclusions — this is not Hollywood fare. Which is not to say this slow burner doesn’t grow dramatically or lacks its high points. On the contrary. But the thing is that it’s all conveyed in a more oblique and hushed manner. And then there’s the unexpected, odd and ambiguous coda, which adds another dimension to an already rich panorama that seems to have more and more material to be explored and discussed, time and again. Production notes Court (India, 2014). Written and directed by Chaitanya Tamhane. With Vivek Gomber, Geetanjali Kulkarni, Pradeep Joshi, Vira Sathidar. Cinematography by Mrinal Desai. Editing by Rikhav Desai. Running time: 116 minutes.
Notable ópera prima que va mucho más allá de su evidente crítica a la burocracia india y cuya puesta en escena denota un rigor poco frecuente Un debut magnífico y un indicio de que el cine indio no solamente se define por sus numerosas producciones bollywoodenses. La extraordinaria La acusación es quizás el mejor título reciente de ese país, aunque hay otras películas atendibles, como Thithi y The Fourth Direction. Lo que resulta irrebatible es que la ópera prima de Chaitanya Tamhane se alinea con la tradición iconoclasta del gran cineasta indio Satyajit Ray; he aquí un filme que hiende y fatiga el orden simbólico de una sociedad inclinada a perpetuar burocráticamente su dogmatismo religioso y denegar su morosa modernización. El caso en cuestión no admite duda. Un cantante popular de 65 años y también ocasional maestro literario y musical es detenido bajo una acusación tan delirante como indemostrable: un limpiador de alcantarillas de Bombay, después de escuchar una de sus canciones, se ha quitado la vida en su lugar de trabajo. Tamhane sumará paulatinamente datos biográficos relevantes, tanto del muerto como de su presunto instigador a llevar a cabo una aberración moral, un revestimiento pertinente para visualizar que este dilema jurídico es al mismo tiempo un problema social y político. La siempre problemática relación entre causa y efecto adquiere en la argumentación que se esgrimirá en la corte una dosis inconfesable de comicidad. Los testimonios gozan de una debilidad evidente, a pesar de que la fiscal recurra honestamente a torcer y sobreinterpretar los veredictos siguiendo sus propios (pre)juicios, en consonancia con la propia perspectiva del juez, a quien le parecerá razonable los sofismas de quien acusa en nombre del bienestar de la nación india. Las razones del abogado defensor lucen débiles frente a esa lectura. Él y su acusado representan una razón minoritaria. Si bien el filme seguirá los derroteros del juicio, Tamhane incorporará algunos elementos de la vida de todos los involucrados, cuidando en ese retrato de no inducir ningún favoritismo respecto de sus personajes. El abogado defensor escucha jazz mientras maneja, permanece soltero y participa en debates acerca de la calidad democrática de las instituciones; la fiscal adhiere claramente a una visión teológica del mundo, lo que se expresa en sus prioridades domésticas y vida familiar; algo similar se revelará en el final con el juez. Diferencias de clase y cosmovisiones dispares que nunca dejan de influir sobre el sentido de la justicia. Lo notable en La acusación es que el filme rehúsa acusar a sus criaturas; más bien, expone laboriosamente a través de los discursos que se enuncian en las conversaciones fuera del recinto jurídico y los alegatos en el juicio cómo estos piensan a los sujetos, organizan sus conductas y ordenan las leyes. La preeminencia de los planos generales fijos subordina a los personajes a representar las contradicciones y tensiones que conforman una sociedad. Ellos son piezas de un sistema. Virtud discreta pero admirable del filme: la puesta en escena objetiva un ethos. Singular película La acusación. Su arraigada lectura concreta sobre una cultura es la paradójica garantía de su universalidad. Lo que vemos en Bombay puede suceder en Córdoba, París o Minnesota. En todas partes, honrar la justicia conlleva un lento trabajo de dilucidación sobre su ejercicio. Películas como la de Tamhane conjuran estéticamente la lentitud y el estancamiento.
Días en la Corte Multipremiada en la última edición del BAFICI (donde se llevó los galardones de FIPRESCI y SIGNIS, además de los laureles al mejor actor y película en la Competencia Internacional), La acusación es desde diferentes aspectos todo un dilema. Lo es no sólo desde su planteo temático y la forma en que se va estructurando, sino también desde el horizonte de espectador que se va construyendo. Lo que presenta La acusación es tan simple como su título original, Court (La Corte), y a la vez complejo, por cómo ese espacio-tiempo que es una corte de justicia adquiere resonancias inesperadas y que trascienden lo superficial. La excusa es el caso de un cantante tradicional -y que también ha sido activista político- que es encarcelado y acusado de haber instigado al suicidio de un trabajador a través de sus canciones. La denuncia puede parecer ridícula, pero hay un Estado como el indio detrás de eso, y toda una serie de elementos de prueba destinados a comprobarlo, y lo que vemos es la batalla judicial que se va desplegando. Pero el film no se conforma con ser una “película de juicio” (de hecho no parece estar muy interesada en serlo, lo cual termina siendo tanto una fortaleza como una debilidad) y va más allá del ámbito judicial, para ir mostrando los aspectos íntimos de las vidas de las personas involucradas en el juicio. Veremos entonces cómo la fiscal pasa sus días libres con su marido e hijos; al abogado defensor en su casa o saliendo en una cita; o al juez de vacaciones, entre otras situaciones. Esos momentos, esos pasajes cuidadosamente escogidos, que coquetean con lo documental, sumados a las instancias judiciales, van configurando una mirada sobre lo sistémico, sobre las instituciones y tradiciones que sobrevuelan a los personajes -que son en verdad personas, individuos, ciudadanos de un país-, influenciándolos de formas a veces sutiles e inesperadas, y otras obvias y explícitas. Todo juega un rol, dentro y fuera de la Corte: la vestimenta, el idioma, el nivel cultural, las preferencias ideológicas, el pasado y el presente de los personajes. En esa visión, la puesta en escena de La acusación reflexiona constantemente sobre su dispositivo cinematográfico, el recorte que se establece a través del encuadre y cómo esa serie de elecciones estéticas sobre lo espacial y temporal implican también la construcción de un espectador, que a su vez también hace su propio recorte, su propia serie de elecciones sobre lo que mira y la forma en que mira. El film dice, plano a plano, que lo social e institucional no es un algo inocente, que tiene una construcción previa, y que a su vez esa estructuración se modifica por la mirada del arte, que siempre necesita de un espectador que aporte su propia posición al mirar. El problema de La acusación es que en muchos aspectos es más un film teórico que práctico. Es decir, cuesta en muchos pasajes conectarse con el drama, con lo humano del asunto, como si ese distanciamiento permitiera rasgos de inteligencia pero no de verdadera e impactante sensibilidad. En cierta forma, lo que uno contempla es un resumen de lo tratado por Michel Foucault en Las palabras y las cosas, y especialmente Vigilar y castigar, puesto en imágenes y movimiento. Y el cuestionamiento que se puede hacer es similar al realizado a Foucault: esa lucidez un tanto despiadada del autor que terminaba decantando en una frialdad que no le permitía al lector tomar cabal conocimiento y percepción de lo terrible del sistema descripto, aparece también en el film de Chaitanya Tamhane. Podemos intuir estructuras burocráticas y legales que conciben al individuo como un mero obstáculo o una explicación para determinados conflictos, privilegiando el castigo y la vigilancia en función de sostener un estatus quo determinado, y cómo todo ese entramado está pasmosamente naturalizado por las personas (lo cual se enlaza con lo que vivimos en la sociedad argentina), pero se debe poner demasiado como espectador, aportando tanto el significante como el significado. Paradójicamente, La acusación transita un camino que lo convierte en un film repleto de significados y al mismo tiempo en un envase vacío destinado a ser completado por el público. De tan abierto que es, termina siendo cerrado sobre sí mismo, sin sacudir a quien lo mira de la forma que lo podía hacer Crimson gold, aquel film de Jafar Panahi de 2003 que se apoyaba con todas sus fuerzas sobre el género policial para pensar cuestiones similares referidas a un sistema que necesita de la opresión y la marginalidad para sostener sus propios cimientos. En eso, representa los dilemas, potencialidades y límites del cine BAFICI que, de tan lúcido que es, en ocasiones sólo puede dialogar consigo mismo.
SNAPSHOT DE TRADICIÓN Como una serie de instantáneas de la India moderna, el realizador Chaitanya Tamhane ofrece en su opera prima, una radiografía localista de la justicia de dicho país. Con fluidez narrativa y una disciplinada estrategia estructural, La acusación, es sin duda, una pequeña joya. A raíz de una trivial (para nuestra cultura occidental) acusación, el poeta, docente y cantante de protesta, Narayan Kamble es llevado a la corte por incitación al suicidio. La demanda versa sobre el fallecimiento de un asalariado de las alcantarillas como consecuencia de haber participado de un recital de Kamble, presunto culpable del desafortunado hecho. Con este eje dramático, el realizador bucea rozando los límites de la ficción cuando decide mostrar cómo el poeta desestabilizador es juzgado de forma bizarra por leyes obsoletas y basadas en una tradición milenaria que por supuesto merece todo el respeto, pero que no son acordes a la actualidad de la vida contemporánea. Con imágenes de una India casi desconocida para la mayoría de los occidentales, La acusación, es un retrato de una sociedad dividida en castas y atravesada por la pujante modernidad que se inmiscuye entre los intersticios de una fuerte tradición oriental basada en leyes ancestrales. Es en los tribunales donde la dos caras de la moneda quedan expuestas, a través de una inteligente puesta en escena que habilita a un divertido juego de semejanzas y diferencias. Son las figuras de los abogados a las que me refiero cuando, el cineasta, los opone, en primera instancia, en su aspecto personal. Mientas que el abogado de Kamble luce una camisa con un pantalón y saco, la abogada de la familia del fallecido viste un delicado sari. Las comparaciones son extensas pero otro de los ejes es también el contrapunto que ofrece el montaje cuando habilita el acceso de la audiencia a la intimidad de cada uno de los personajes. En la casa de la abogada aferrada a la tradición o en la intimidad europeizada del abogado de Kamble, la cámara de Tamhane obliga a la reflexión por oposición de dos mundos en pugna, el de las leyes divinas y el de la justicia contemporánea. Vale ponerse en la posición de observador y participar del juego contrastante que ofrece no sólo una denuncia cultural sino también una interesante opción narrativa, que como remate regala un epilogo desopilante cuando se delatan las creencias poco científicas del juez del pueblo. Sometidos a la dilación burocrática de los tiempo judiciales, el filme se vuelve atractivo cuando esperamos cada audiencia para descubrir algún fragmento de una sociedad tan rica como arcaica como por ejemplo el caso del robo del reloj o el aplazamiento del dictamen a causa de la camisa sin mangas que vistió la acusada. Así mismo, tras el develamiento de la denuncia social que propone esta película, la clave de lectura está en comprender la necesidad de un justicia equitativa y aggiornada a la vida en la actualidad, y también en demostrar cómo en el mundo existen lugares donde el tiempo parece detenido en vigencia de usos y costumbres pertenecientes a otros siglos pasados cuando la humanidad aún no conocía el potencial de su libre pensamiento. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Los actos cotidianos. Sobre La acusación, de Chaitanya Tamhane Court, el debut cinematográfico de Chaitanya Tamhane, es la primera película india estrenada en los cines comerciales platenses en dios sabe cuánto tiempo. Su estreno no es casual: el film (cuyo título local es La acusación) ganó el premio a mejor película en la Sección Orizzonti del Festival de Venecia en el año 2014 y en la edición 2015 del BAFICI – hecho clave para entender por qué un atípico drama político indio tuvo un estreno tan aclamado y masivo en los cines argentinos. Una de las cuestiones que conviene dejar en claro a la hora de hablar de Court es que sería un error considerarla un drama judicial, si bien casi todas las sinopsis que se han escrito sobre la película (y, a decir verdad, la trama general del film) apuntan en esa dirección. En pos de la brevedad, sintetizo: Narayan Kamble, un músico-poeta de 65 años (que también es docente y supo militar en diferentes agrupaciones políticas) es acusado de incitar a un empleado público al suicidio a través de una de sus canciones. A partir de esta premisa se desarrolla una trama en la cual el desarrollo del juicio tiene un lugar clave, pero que, sin embargo, no ocupa el centro del film. Esto se debe, al menos, a dos motivos. Uno es que a Tamhane le interesa mostrar todo aquello que ocurre por fuera del tribunal y que, de diferentes maneras, contribuye a sustentar lo que ocurre dentro. El otro, que la persecución ideológica a Kamble va más allá de la condena por supuesta incitación al suicidio. La idea de que lo que ocurre contra el poeta es una persecución ideológica se basa en un acontecimiento que ocurre hacia el final de la película: una vez que su abogado logra demostrar que el empleado público no se suicidó, sino que murió por no acatar las normas de seguridad necesarias para llevar a cabo su trabajo (negligencia que, dicho sea de paso, tiene como responsable al Estado, y no al pobre empleado), el sistema judicial vuelve a arremeter contra Kamble, con una acusación totalmente nueva. Esta persecución, sin embargo, no tiene relación con ninguna conspiración ni con intereses políticos definidos. El punto es que la zona legal en la cual la fiscal se ampara para acusar a Kamble está repleta de grises. Se trata de acusaciones que tienen que ver, por ejemplo, con “ofender a la tradición india”. El supuesto suicidio del empleado funciona como una excusa para atacar al poeta. Una excusa, sin embargo, intercambiable por otras. En este contexto, Kamble parece no tener escapatoria: la ley, de una o de otra manera, está del lado de sus persecutores. Es posible imaginar a la situación judicial de Court como un disparador. Tamhane se sirve de ella para presentar una mirada crítica hacia el sistema judicial indio, pero también para observar cómo cierto sentido común aparentemente muy extendido en la sociedad india sustenta ese sistema judicial y los conservadores territorios grises que habilitan a la persecución del poeta. Esto resulta evidente, sobre todo, en las escenas donde podemos observar el día a día de la fiscal: lejos del personaje que en la corte argumenta contra Kamble con furia contenida, la mujer es una madre y esposa común y corriente, que cocina para su marido y sus hijos, charla sobre ropa con una amiga y va cada tanto al teatro. Tras la normalidad de las situaciones es posible observar una coherencia política, cristalizada tanto en la recurrente expresión “no se puede confiar en nadie” como en el goce frente a una obra de teatro explícitamente xenófoba – que funciona, por otra parte, como contracara de la poesía contestataria y poco amable de Kamble. La puesta en escena rigurosa de Tamhane construye una mirada específica sobre el contexto cultural y, también, sobre el contexto socioeconómico: la fiscal pertenece a la clase media, mientras que el abogado defensor pertenece a una clase económica acomodada. Vinay Vora, el abogado de Kamble, es hijo de una pareja adinerada (son dueños del edificio en el que viven) y tiene gustos y posicionamientos absolutamente diferentes a los de la fiscal: escucha jazz mientras maneja de noche, es soltero, y dicta conferencias sobre derechos humanos. A sus ojos, la acusación contra el poeta es un horror. En el acercamiento a su personaje, Tamhane hace una de sus apuestas –y logros– más contundentes: situarse del lado de Vora, sin por eso glorificarlo. La sutileza política de Court se corresponde con su sutileza estética. El abogado defensor es, no sólo un tipo sensible, progresista y, hasta donde podemos ver, honesto, sino también un personaje ligeramente patético: la relación infantil que tiene con sus padres es una muestra cabal de esto, al igual que la escena en la que lo vemos quedarse dormido frente a la pantalla del televisor con un vaso de whisky en la mano. Esto no quita, sin embargo, que Vora tenga razón. No sólo en cuanto a la infundada acusación que constituye el núcleo de la trama, sino también la razón ideológica que configura políticamente al film. Hacia el final de la película, Vora le critica al juez que, mientras Kamble va a tener que pasar semanas encerrado en una celda esperando el juicio, la corte –y, junto con ella, el propio juez y los empleados judiciales– van a entrar en su período de vacaciones. La fuerza política de este contraste es puesta en escena cuando, tras un magnífico plano en el que un grupo de empleados apagan las luces de la corte y cierran la puerta, Tamhane nos muestra al juez y sus compañeros de trabajo vacacionando. Nuevamente aparece en escena, ahora en la conducta y expresiones del juez, una comprensión conservadora del mundo que no se vuelve menos desesperante por el hecho de que Tamhane salpique muchos tramos de la película con una comicidad seca. Este humor aparece en la escena de las vacaciones de la “familia judicial”, pero también mucho antes, en una escena magnífica en la cual, en medio de un discurso de Vora sobre derechos humanos, un empleado aparece súbitamente en la sala con un ventilador de pie. En Court, las acciones más cotidianas encierran un extrañamiento: no hay un significado detrás de eso –no tiene por qué haberlo–, pero tiene la gran bondad de desnaturalizar. Son situaciones que invitan a reconsiderar lo que damos por supuesto. Ese es justamente el secreto del film y la razón por la cual, a contrapelo de la mayor parte de los dramas judiciales, no necesita poner largos monólogos de denuncia en boca de ningún personaje: Tamhane desnuda el delirio del sistema judicial indio, y las bases sociales en las cuales se asienta, con la calma del que sabe que tiene la razón de su lado. En lugar de atarse a diálogos extensos, presenta los posicionamientos ideológicos de los personajes a través de sus acciones cotidianas. En vez de mostrar el sufrimiento del poeta en la prisión (sufrimiento acrecentado por su edad y la certeza de que el encierro está perjudicando su salud), Tamhane nos muestra su contracara: la relajación del juez mientras vacaciona, los momentos de ocio de la fiscal con su familia. Court nos dice que el terror se construye sobre cimientos cotidianos, y que es justamente eso lo que lo vuelve difícil de destruir. Y en el medio, el cineasta aprovecha para presentar un fresco de la India urbana contemporánea, poniendo en juego relaciones de clase, lógicas familiares, las huellas del colonialismo inglés y las complejidades idiomáticas del territorio. Así, el debut de Tamhane se inserta en una de las más bellas tradiciones del cine político: aquella que toma posicionamiento sin por eso dejar de ilustrar la ambigüedad.
Luego de ser galardonada en la última edición del BAFICI, llega a salas comerciales La Acusación. Un drama político que cuestiona el sistema judicial de la India. Franz Kafkanahapeemapetilon Hace 91 años se publicaba El Proceso de Franz Kafka, la novela del escritor checo relataba el tormento de Josef K, hombre enjuiciado sin motivo aparente y atrapado en una cadena de trámites absurdos para conseguir una justicia (y una respuesta) que nunca llega. Aquél libro mostraba la coerción estatal a partir de un conglomerado de reglas abstractas, la pena no es el castigo, sino el propio proceso que destruye el supuesto libre albedrío de los individuos. Este mismo mecanismo es el que podemos ver en la India contemporánea de La Acusación, opera prima de Chaitanya Tamhane. Sharmila Pawar es un poeta y cantor popular al que se lo acusa de “inducir” el suicido de un obrero. Un cargo tan dudoso e irracional como éste forma parte del encono gubernamental contra opositores y activistas políticos en el país asiático. En este contexto, el abogado Vinay Vora deberá defender a su cliente y luchar contra la imposible e infinita maquinaria de la burocracia. Bueno, esa es la sinopsis y ahora voy a ser sincero: soy un ignorante a todo lo referente a la coyuntura socio-política de la India y aún más filisteo sobre la tensión étnica del país. Así que no se si la película tiene vocación contestaria o si es valiente, o si es una denuncia justa de un gobierno corrupto, no lo sé y no tengo pensado pretender ser un experto leyendo Wikipedia. Lo que si tengo en claro, que este film es una ficción, y una ficción sobre el funcionamiento del aparato institucional en un mundo donde aparentemente los totalitarismos no siguen vigentes. Es una idea interesante, pero más interesante aún es cómo se lleva a cabo la misma. El centro es la periferia La Acusación no es un film que descolle en su aspectos técnicos, hasta podríamos decir que ni siquiera tiene un gran guión. Pero hay algo minúsculo, algo que nadie podría rotular de proeza, un pequeño detalle en el montaje que es vital para el sentido ulterior del film. Tamhane simplemente decide cortar el plano unos segundos después de la finalización de la acción dramática, es decir, vemos como en el mismo espacio las circunstancias exceden a los protagonistas, observamos a los habitantes que accionan, sufren y finalmente aceptan el mundo en el que se encuentran inmersos. Este procedimiento es recurrente durante el metraje y es realmente el valor agregado a esta pesadilla kafkiana: el Estado es un conglomerado de instituciones que afecta a todos directa e indirectamente, no hay hechos aislados. La permanencia en los espacios y la descentralización puede inducir a sentir o pensar que la película es demasiada lenta sin necesidad – lo cuál, es completamente válido, no la vean un viernes a la noche- pero es el núcleo conceptual del largometraje y hasta promueve la humanización de personajes que de otra manera podrían ser vistos como villanos acartonados. Conclusión La Acusación no se queda con la simple denuncia sino que se adentra en tópicos existenciales de manera inteligente y original. Sin dudas es un film que puede dividir tajantemente la opinión del espectador, no es para todos, pero ¿qué película lo es?
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Dirigida por Chaitanya Tamhane, muestra como en la India, en un tribunal de Mumbai, se utiliza todo el aparato judicial para frenar a los opositores políticos. Una andanada de juicios con construcciones delirantes y falsas en un sistema kafkiano que acumula papelerío y logra muchas veces privar de la libertad a las víctimas. Fue la ganadora del último Bafici.
Narayan Kamble (Vira Sathidar) es arrestado durante una actuación en un barrio pobre de Mumbai, la policía lo arresta por el cargo de instigación al suicidio de un trabajador que limpia alcantarillas, ya que unos días antes de la muerte escuchó a Kamble en una de sus intervenciones poéticas. Para la justicia la perfomance del poeta fue el detonante para que se quitara la vida. Una acusación absurda que pone de manifiesto la estructura judicial arcaica y elitista de la India. Sabemos que la industria cinematográfica india (Bollywood) se caracteriza por su gran producción de films cuya calidad es muy dudosa, este film es la excepción a la regla. Premiada como mejor {opera prima y a la mejor película de la sección Orizzonti en el Festival festival de Venecia 2015, asombra por su sobriedad, claridad y criterio. Si bien el film se centra en el falso cargo al poeta, activista y docente Kamble, no es una más del genero judicial, va lateralizando su narrativa para caracterizar a cada uno de los personajes, el caprichosos pero lúcido abogado defensor, la conservadora y arquitecta fiscal y el envejecido y fatigado juez. Poco a poco la operación política se va desenmascarando, y se muestra cómo la justicia de casta Hindú usa todo el aparato legal colonial para seguir manteniendo un orden social y político. Necesitan acallar a kamble que en sus expresionistas perfomances poético políticas deja al descubierto la desesperanza de una sociedad que siente que la mayoría vive igual que hace mil años, Kamble trata de despertar la rebeldía para comenzar a gestar un cambio. Sathidar, que interpreta a Kamble, debe sabe de que se trata…, en la vida real es un activista por los derechos humanos y editor de la revista radical Vidrohi. Las canciones que canta Kamble fueron expresadas por Sambhaji Bhagat, amigo de Vilas Ghogre, el poeta y activista dalit que se suicidó para protestar por la matanza de 1.997 residentes dalit de Ramabai Colonia, en Mumbai. Court, estrenada con el título La acusación es una denuncia sobre la ficción judicial que genera la ilusión de que todos los conflictos políticos y sociales se pueden resolver entre cuatro paredes. La esposa del supuesto “sucidado” muestra cuáles son las condiciones reales de la gente con y sin trabajo, viviendo en verdaderos escenarios apocalípticos. Court denuncia de una manera inteligente la mentira de la neutralidad jurídica, Kamble es peligroso y mediante cualquier argucia leguleya se intenta que continúe encerrado o limitado para cualquier actividad política. Court tampoco porta un discurso determinista y encorsetado acerca del origen de clase en el marco legal, no hay correspondencia entre las clases y sus intereses. Mientras el juez pasa sus vacaciones en una colonia de mala muerte poco acorde a su investidura pero si a sus ingresos, el abogado de la defensa, Vinay Vora, (Vivek Gomber) activista de derechos humanos, ama escuchar jazz y proviene de un casa muy favorecida en lo económico que no le impide hacerse cargo de casos como el de Kamble que le reportará solo problemas (sufre un atentado) y gastos (paga la costosa fianza de Kamble). El fiscal, Nutan (colosal actuación de Geetanjali Kulkarni) madre trabajadora, que corre a casa todos los días en un tren local, cocina para su familia y luego se hace tiempo para estudiar minuciosamente los casos que maneja. Los pobres no defienden a los pobres. Con un realismo cuidado y natural, Court descolla en todos los rubros, desde las actuaciones, la escenografía, la iluminación, el diseño de producción y las vestimentas. La fotografía austera y cruda muestra todo el repertorio arquitectónico de Mumbay: desde los barrios marginales hasta los residenciales. Quizás reitera, en demasía, las denuncias que realiza la defensa sobre la manipulación de la Fiscalía, hay mucha necesidad de remarcar que Kamble es un preso político y que ese es su verdadero delito, igual no afecta el resultado: Court es una notable película que se aparta de las convenciones del género para erigirse como un sólido e inteligente alegato contra una sociedad fosilizada aún hoy en día en su rígido mundo de castas. ¡Cuanta falta nos haría en la Argentina un orador con las calidades performativas de Vira Sathidar (Kamble)! La sala vibraba con su presencia física y sonora.
Una mirada a la India profunda “La acusación” de Chaitanya Tamhane (Bombay, India, 1987), rodada cuando el director tenía solamente 27 años, ha merecido el premio a mejor ópera prima de la Mostra de Venecia 2014 y ha ganado la Competencia Internacional del último Bafici. La película toma como eje central el caso de Narayan Kamble, un hombre de 65 años que, luego de haber perdido su trabajo en un molino que cerró sus puertas, se dedicó a dar clases particulares a niños y a la música tradicional, siendo compositor de canciones que interpreta él mismo, junto a otros músicos, en eventos populares. Narayan es una especie de activista social, quien mediante el arte ofrece una mirada crítica de la realidad por la que atraviesa el pueblo de ese país, con sus conflictos de clase, el desamparo que sufren los más pobres ante un Estado burocrático y siempre al servicio de los más poderosos, la corrupción y las desigualdades. Por este motivo, el gobierno lo persigue y busca motivos para encarcelarlo. El film comienza cuando el hombre es detenido, en medio de un recital convocado en un suburbio de Mumbai, con motivo de conmemorarse un acontecimiento doloroso ocurrido en el barrio. Narayan es acusado de promover disturbios, pero la querella le endilga particularmente el haber inducido al suicidio a un trabajador del Estado, quien apareció muerto en una alcantarilla subterránea, quien según la policía se suicidó influenciado por una supuesta canción de Narayan, interpretada en dicho evento. El hombre soporta con estoicismo ése y otros reproches que le hacen durante el juicio, dejando en claro que es un viejo conocido de los tribunales donde ya ha tenido que afrontar procesos y prisiones debidos a su actividad contestataria, que incomoda a las autoridades. La propuesta de Tamhane consiste en ofrecer al espectador una pintura costumbrista del entorno del personaje principal, desnudando, con una mirada cínica, las contradicciones de la justicia, que no repara en maniobras absurdas, kafkianas, para acosar mediante demandas al cantante y así someterlo a prisión, de donde es rescatado por un abogado que simpatiza con su causa, pero adonde regresa reiteradamente ya que no ceja en sus actividades críticas al orden establecido. La cámara de Tamhane muestra la pobreza, la inequidad, las diferencias culturales, religiosas, étnicas y de poder adquisitivo de una población compleja, regida por un sistema de leyes que en su mayoría subsisten desde la época en que India estaba bajo el dominio británico. También se detiene en la vida familiar de ambos abogados, el que defiende a Narayan y la fiscal que lleva adelante las acusaciones, mostrando debilidades y miserias de las clases acomodadas, abarcando además otras pinceladas costumbristas que describen un modo de vida un tanto caótico donde coexisten hasta diferentes idiomas. Para cerrar, finalmente, haciendo lo propio con el juez que tiene a su cargo el caso, descubriendo aspectos de su vida privada y ciertos comportamientos corruptos, y hasta supersticiosos, aprovechándose de su influencia y su lugar de privilegio. Tamhane no condena, observa, subraya las contradicciones y destila una atmósfera de desencanto, descontento y también desesperanza, en la que los sectores más humildes sufren muchas injusticias y los intelectuales, impotencia.