Un mundo ferpecto Cuando Reynaldo (Matías Encinas) aparece en pantalla es medio un perejil; el protagonista pareciera ser El Momia (Mario Jara y su fabulosa mueca de villano), un chorro que asume la condición de líder y el que tiene el dato de una escribanía en la que está el botín. Reynaldo aparece en plano un poco tapado por su hermano, un ladrón de poca monta que no tiene intenciones de meterlo en el mundo del hampa pero que lo hace a pedido del Momia, porque necesitan a un pibe con la contextura física de su hermano. Reynaldo está en blanco, vacío de cualquier conocimiento laboral (dentro o fuera de la ley); no sólo está frente a su primer laburo como chorro, cuando conozca a Carlos (Germán de Silva) también se iniciará en la dinámica del mundo del trabajo relativamente más formal: deberá reparar una huerta a cambio de techo y comida. Carlos es el bueno de este cuento clásico de iniciación; el padre, el Eastwood de Esteves; con algo del Butch de Un Mundo Perfecto (1993) y con bastante más del Kowalsky de Gran Torino (2008). Carlos es un vigilante retirado que cuidaba el transporte de caudales. Un guardián de la propiedad privada en sentido literal. En esta historia, los canas, los chorros y los abogados, comparten su pasión por el billete que Carlos tan sólo cuidaba pero por el cual también estaba dispuesto a dar la vida. Tal vez el personaje más ambiguo con relación a los valores (morales y monetarios) sea Reynaldo, porque es justamente el enlace entre ambos mundos y es el que aún no está teñido del todo por ninguno. Reynaldo, cuando debe, entrega la guita sin problemas, cuando tiene que laburar lo hace sin chistar, y cuando le regalan pilcha -en una gran escena con un amigo de Carlos que le debe favores y que sirve también como la introducción de Reynaldo al mundo amoroso- le da un poco de cosa llevársela de arriba. Porque Rey, como Carlos, son la moral del laburante; más allá de que uno haya laburado toda su vida (aunque queda como incógnita y fuera de campo si alguna vez participó de hechos delictivos) y el otro haya arrancado choreando, ambos tienen ciertos códigos y valores que el resto del mundo corrompido por la guita (canas, abogados y ladrones), no tienen. La Educación del Rey es también una inversión de El Ángel (2018), tanto desde lo formal como desde lo discursivo. En aquella el laburante es un gil, el mundo le pertenece a los delincuentes y a los artistas (los héroes de la película), importa más el hecho de robar que el botín y la pantalla chorrea colores y canciones. Acá, en la mirada tradicional de Esteves (del género -western o policial- y de la vida), en un mundo silencioso y marrón oscuro donde el botín se cuida o se roba, los héroes representan ciertos valores que se conservan y reproducen a través de la enseñanza. De todos modos, y paradójicamente, el hecho de que esté filmada en la provincia de Mendoza, sin el star system porteño y sin grandes productoras detrás, la vuelve, en cierta medida y a pesar de ser más conservadora, una película que le concede menos al statu quo del mundillo audiovisual que la de Luis Ortega.
Luego de trabajar como montajista en distintas producciones de Pablo Trapero, Mariano Llinás y Juan Villegas; Santiago Esteves presenta su primer trabajo como director con “La Educación del Rey”, donde se ve la influencia de los realizadores con quienes ya trabajó, especialmente de Trapero. Para ser una ópera prima, el film está muy bien realizado y nos deja la convicción de que hay esperanza en el futuro del cine argentino y que Esteves seguro será un gran protagonista de este devenir y tendremos que estar atentos a sus próximos trabajos. Con un formato clásico del camino del héroe y un estilo que podríamos enmarcar dentro de los relatos de policial negro, la película nos relata una historia de iniciación y formación de un personaje muy interesante dentro del campo del delito o que se escapa de éste. En el film asistimos a la historia de Reynaldo (Rey), un chico que llega a la ciudad de Mendoza buscando trabajo y se encuentra con su hermano y un amigo de éste, el “Momia”, quienes se ganan la vida con robos planeados por el segundo con la complicidad de miembros de la policía. En el primer día, nuestro protagonista intenta realizar un robo con ellos, pero suena la alarma y, mientras sus cómplices son arrestados, él escapa saltando los tejados de la ciudad y cae en una casa de familia, rompiendo el vivero de ésta. El jefe de esta familia es Carlos Vargas, un guardia de seguridad retirado, de quien su oscuro pasado y presente se mantiene con intriga durante toda la narración. Él le propone un pacto a Rey que consiste en que el adolescente vivirá en la casa y la familia no alertará de su presencia a las autoridades siempre y cuando arregle lo que rompió. A partir de aquí se da entre ambos una relación cuasi parental, donde Carlos opera como un mentor sobre el adolescente, dándole enseñanzas muy importantes tanto para su vida como para las circunstancias que atravesará en la historia. En segundo plano, entra en cuestión la historia posterior al arresto que se da entre el Momia y la policía, involucrando a nuestro protagonista en ésta, que nos refleja de gran manera cómo un sector de la policía opera cual mafia utilizando a jóvenes que no tienen otra salida para que realicen actos delictivos haciéndoles generar un ingreso extra a ellos. El punto más fuerte del largometraje está en el guion, que avanza con momentos de mucha tensión y apelando a giros en la trama que dejan al espectador boquiabiertos, como otros elementos artísticos del cine que acompañan de gran manera a la historia. La dirección de arte está llevada de una forma muy hábil que nos mantiene en el clima requerido por el relato constantemente. Localizada en Mendoza, con un paisaje montañoso, la fotografía adapta sus tonos dándole una mayor o menor oscuridad a las imágenes, acorde a la narrativa. De este mismo modo opera la banda sonora, que se mantiene por lo general en el mismo nivel y no llega nunca a darnos la sensación de que está fuera de lugar o que la música está siendo forzada dentro de una situación. Es muy destacable cómo está compuesto el reparto, ya que el protagonista está representado por un actor que es prácticamente desconocido, siendo ésta su primera aparición en la gran pantalla, Matías Encinas. Su mentor está encarnado por el ya reconocido Germán De Silva (“Relatos Salvajes”) y aunque tiene una aparición momentánea como secundario, Esteban Lamothe. Para concluir, “La Educación del Rey” es una gran primera película para un joven director que está en el comienzo de su carrera que seguro dará mucho de que hablar. Aquí con un estilo muy marcado somos testigos de la fascinante relación entre el protagonista, Rey, y su mentor, pasando por diversos ejes que nos muestran una realidad de nuestro país que debería ser más debatida y cuestionada.
Bienvenida esta propuesta, un contundente policial que revisita clásicos para renovar la mirada sobre un tipo de cine que ha sido considerado menor en la pantalla local. El debutante Santiago Esteves atraviesa la vida de sus protagonistas a partir del relato de un encuentro fortuito entre un marginal y un ex guardia de seguridad. En el contraste y en la presentación de ambos se comienza a narrar una de las historias de “bautismo” y “educación” mas atrapantes de los últimos tiempos.
El Rey y el guardia Reynaldo Galíndez, al quien llaman “Rey” (Matías Encinas), es un joven que busca escapar de su destino como delincuente. Al escapar de su primer robo, cae en el patio de la casa de un guardia de seguridad retirado, Carlos Vargas (Germán de Silva). Vargas le propone no entregarlo a la policía, a cambio de que repare el vivero de su esposa que dañó. Allí comienza la historia de ambos personajes y la relación padre-hijo que van formando. La educación del rey propone una historia que atrapa al espectador. Junto al montaje y la selección de música, se genera un clima de acción e intriga que lleva a preguntar al espectador que va a pasar con los personajes. Lo mejor de la película son las actuaciones de Matias Encinas (Rey) y Germán de Silva, los personajes principales que logran formar una relación especial. Ambos hacen que entremos en el mundo de su familia y sus vidas, con sus problemas y (pocas) alegrías. La película no muestra nada diferente, se inscribe dentro de un escenario donde las películas sobre delincuentes son exitosas, y gustan al público nacional, pero no resalta demasiado. No llegamos a empatizar con sus personajes ni a entender el verdadero mensaje que promueve la historia. La educación del Rey es solo otra película sobre el aprendizaje y los códigos dentro del ámbito policial y delincuente.
Al margen La ópera prima de Santiago Esteves es un thriller con varios elementos del western donde un chico que está dando primeros pasos en la delincuencia se cruza por accidente con un reciente jubilado que encuentra en él una oportunidad para darle sentido a su vida. El rey del título es Reinaldo Galindez (Matías Encinas), un adolescente que junto a su hermano y un conocido de este roban una escribanía. Al accionar la alarma, Rey emprenderá la huida que terminará cuando caiga en el patio de Carlos (Germán de Silva), un guardia de seguridad jubilado que le exigirá el arreglo de los daños que ocasionó al vivero de su esposa a cambio de no dar aviso a las autoridades. Las cosas se complicarán un poco más para Rey y su hermano cuando los policías que les dieron el dato del robo quieran deshacerse de ellos. Rey y Carlos se encuentran en una encrucijada. Mientras el primero parece confundido y sin un rumbo fijo, el segundo no sabe qué hacer luego de haberse retirado del que fue su trabajo por más de treinta años. Cuando se encuentren, cada uno de ellos tendrá un motivo para seguir adelante y encontrarle sentido a la etapa que está atravesando. Uno de los aspectos más destacables de la película de Esteves es la construcción de los personajes principales. Estos guardan similitudes con el William Munny encarnado por Clint Eastwood y The Schofield Kid que interpretó Jaimz Woolvett en Los imperdonables (Unforgiven, 1992). Eastwood le daba vida a un pistolero reformado que debía volver a las andanzas para mantener a sus hijos, mientras que el joven bandido oficiaba de aprendiz luego de reconocer que su fama no era la que afirmaba desde un primer momento. En La educación del Rey sucede lo mismo. En un principio, Rey trata de mostrarse seguro en lo que hace pero Carlos se encargará de enseñarle no sólo a arreglar unos estantes y componer los plantines. La actuación del novato Matías Encinas sorprende y logra generar empatía desde los primero minutos. Lo mismo pasa con Germán de Silva, que con títulos a sus espaldas como Relatos salvajes (2014) y Las Acacias (2011), vuelve a confirmar su gran calidad actoral. Esteves lleva adelante una historia con personajes que se encuentran en los márgenes de la sociedad, individuos que no son tenidos en cuenta por la mayoría, y que a través de su unión buscarán la forma de sobrevivir.
El transportador de valores. Unos adolescentes se juntan en la calle a la noche, a uno de ellos lo rifa la cara, el menor es callado y el del medio dice que salió un laburo. ¿En qué sentido laburo? se puede preguntar uno cuando se entera que se trata de robar la recaudación de una escribanía y que el menor, hermano de uno del grupo, es ideal por su contextura delgada para entrar en ese lugar. El pibe entra, encuentra el tesoro ajeno y una alarma se dispara. En plan huida, con el botín encima, Reynaldo (Matías Encinas) al escapar de las sirenas, la policía y el tumulto destruye parte de un vivero en una casa familiar donde están festejando el cumpleaños de la esposa del dueño. Carlos (Germán da Silva) lo atrapa pero no lo entrega a los policías a pesar del descontento de su hijo porque se trata de un pibe chorro. El realizador Santiago Esteves atraviesa en el vínculo entre Reynaldo y Carlos todos los núcleos clásicos de un film iniciático que puede abordarse desde una idea general del concepto aprendizaje (de ahí el vínculo con la palabra educación) siempre desde el punto de vista de Reynaldo. Carlos puede ser un modelo a seguir pero en el presente, así como un aliado futuro para continuar por el camino de la delincuencia dado que el hombre intenta enseñar al muchacho una escala de valores muy a contracorriente de sus propios valores. Reynaldo deberá reponer lo que rompió, trabajar a cambio de techo y comida. Pero afuera hay otro universo, con gente oscura que quiere recuperar la plata de la escribanía. La interesante propuesta del director mendocino responde al despojo del estigma a la vez que a desmitificar la mirada ingenua y romántica de cierto mundo de delincuencia juvenil, para que no termine tratándose de una aventura con un falso ideario de libertad, que cumpla a rajatabla con los elementos del género policial mezclado al drama de familia disfuncional. Muchas veces se asocia a un entorno y contexto con una consecuencia directa, sin el abordaje integral de las causas que conllevan a esas situaciones. Algo de eso expresa el personaje de Carlos en otra gran actuación de Germán da Silva, retirado de su vieja profesión de transportar valores para que en esta etapa de su vida sean los “valores” de otro tipo aquellos por los que incluso pueda entregar su cuerpo y su vida. Hay escuelas de la vida donde se aprenden las cosas importantes pero siempre vinculadas con el esfuerzo y las oportunidades para seguir aprendiendo a crecer.
Es el primer largometraje de Santiago Estévez que con este material hizo una miniserie pero luego transformo en película, con el premio Cine en Construcción del Festival de San Sebastian. Una historia que se transforma en un policial potente, sorprendente, que habla de una problemática oscuramente actual y también de la relación de dos generaciones, un hombre jubilado ex Guardia de Seguridad y un chico que se inicia en la delincuencia, que huyendo de la policía cae accidentalmente en su patio, rompiendo un invernadero. El veterano, en vez de entregarlo o denunciarlo decide que se quede en su casa hasta que repare lo que rompió. Pero las cosas se complican mientras la relación avanza en una interacción mutua de aprendizaje y transmisión de sabiduría que enturbia todo lo que la rodea. Y en paralelo algo sabido en la sabiduría popular y en la crónica policial, la utilización de parte de policías corruptos de jóvenes delincuentes para su provecho personal. Rodada en Mendoza, con su paisaje árido y con la muy buena actuación de Germán de Silva (“Las acacias”) y la revelación del debutante Matías Encina. Con guión de Juan Manuel Bordón y el director, que avanza con pasos seguros y un desarrollo que no deja cabos sueltos y con una intensidad acorde con el género y la mirada social. Un relato de iniciación que cautivará por su fuerza y expresividad, muy bien filmada y actuada.
Se puede educar al soberano en un aula, con libros, o en la calle, con revólveres: esta última opción elige Vargas cuando al patio de su casa cae del cielo Reynaldo, que viene huyendo de la policía. El beneficio es mutuo: al hombre le da un entretenimiento en sus primeros días de jubilado; al adolescente, un techo y un refugio. Porque no sólo la ley lo está buscando. La opera prima de Santiago Esteves se propone ser, a la vez, un policial y una película de iniciación. Y consigue funcionar en los dos terrenos, apoyada en un guión sólido y las creíbles actuaciones de todo el elenco, con Germán de Silva (quizás el mejor “that guy” del cine nacional) y el debutante Matías Encinas a la cabeza. Para Reynaldo, Vargas es un señor Miyagi, una figura paterna que encuentra a quién legarle las habilidades de guardia de seguridad que ya no va a usar. La relación entre ellos va creciendo a pura sequedad, sin caer en moralinas o apelar a la emoción fácil. Y, mientras tanto, a la par va aumentando la tensión de la trama de corrupción y delincuencia que los acecha, tanto en las calles como en los alrededores de Mendoza: el paisaje cordillerano termina de darle el marco ideal a esta atrapante historia.
Santiago Esteves rodó en su Mendoza natal una promisoria ópera prima que combina la profundidad de un drama sobre familias sustitutas con aires de thriller y elementos de western moderno. Se trata de un clásico relato de iniciación y segundas oportunidades que cuestiona la estigmatización de los jóvenes marginales con un rebosante humanismo heredero de los hermanos Dardenne. Reynaldo (Matías Encinas) es un muchacho que escapa con lo justo de su fallido primer robo. En plena huida nocturna, cae en el patio de Carlos Vargas (Germán De Silva), un guardia de seguridad retirado. Mientras la policía lo busca, Rey encontrará refugio, protección y la enseñanza de ciertos códigos (de nobleza y supervivencia) por parte de Carlos. Este director egresado de la FUC, dueño de una sólida trayectoria como montajista, maneja con sensibilidad las clásicas contradicciones entre alguien que está dando sus primeros pasos en la vida adulta y otro que ya está jugado, de vuelta de todo, mientras en el trasfondo construye la tensión propia de un relato sobre gánsteres y policías corruptos. El excelente uso de locaciones urbanas y rurales, la potencia narrativa, la solvencia y credibilidad de las actuaciones, y la ductilidad para la puesta en escena hacen de La educación del rey uno de los debuts más estimulantes de un cine argentino que, por suerte, no deja de regalar sorpresas.
De entrada queda claro que la película de Santiago Esteves busca ubicarse en el cine de género. Las idas y vueltas de su personaje Reynaldo llevan las peripecias de un pibe chorro a una suerte de pequeño western urbano en Mendoza, donde su hermano mayor y y otros chicos del barrio lo fuerzan a que participe de un robo que parece fácil. Es un claro proceso de iniciación en el que un personaje con el que podemos conectar es insertado en el mundo del crimen, casi contra su voluntad. El resto del film se plantea como contrapartida de aquella iniciación, en este caso, su educación. Vargas (Germán de Silva) intenta lucirse como un intento de Clint Eastwood argentino, si pensáramos en Gran Torino. “Rey” cae por error sobre su jardín al escapar de la policía y así arruina el vivero que este ex transportador de caudales (armado como personal de seguridad) construyó para su esposa. Hay algo en el guión que busca ser preciso y directo, y que tal vez atente contra el verosímil, porque Vargas entiende al instante que Reynaldo es un joven virtuoso, apenas en la primera mirada, y decide, casi también de la nada, educarlo. Reynaldo debe entonces reconstruir el vivero y quedarse en la casa hasta terminarlo, y así Vargas no lo delata a la policía. El proceso de educación de Reynaldo por momentos parece una especie de manual de inclusión social, como si el film de Esteves literalizara una tesis sociológica. La educación de “Rey” se basa entonces en el trabajo, en la obediencia a una autoridad, y en que se le deposite también confianza. Por momentos Vargas se comporta como un padre, y si bien no es necesariamente un progre (le enseña a disparar armas), la dupla conecta de una forma casi carente de verdadero conflicto. Si con esa forma de educación se saliera tan fácil de la marginalidad tendríamos que olvidar todo un esquema menos literal y más complejo que no es tan claro en el personaje de Vargas como sí lo es en la estructura criminal que se ve durante la película. Si un elemento convierte a La educación del Rey en una película interesante, es justamente el sistema de relaciones visible entre los chicos ladrones y los policías que los manipulan. No se trata simplemente de evidenciar que la policía, en su caracter de corrupta, es quien sostiene la red criminal. Lo que viene de la mano de ello es un elemento que termina de vincular aún más la película con el western, y es la valoración sobre cada vida: matar a uno de los chicos para estos personajes vale poco, pensado como una relación de costo y beneficio. La resolución de cabos sueltos termina mostrando la posibilidad de algunos personajes de convertirse en seres abominables. Así, aquel subterráneo mundo criminal nos obliga a pensar formas mucho menos directas de salida, y que no necesariamente se basan en la corrección y la buena voluntad. Si entendemos que la eduación de Reynaldo excede las buenas intenciones de Vargas, entonces la película de Esteves permite un vuelo acaso un poco más alto. La trama que queda relegada al fuera de campo acerca de la criminalidad de Vargas parece ser tal vez el elemento que, de haber estado más presente, habría terminado de convertir ese proceso educativo en un proceso mucho más rico por su contradicción interna.
Maestro y aprendiz “La Educación del Rey” es un thriller policial nacional con toques de western que constituye la ópera prima de Santiago Esteves. Él fue el director, productor, se ocupó del montaje y co-escribió el guión junto a Juan Manuel Bordón. Filmada en Mendoza, el reparto del film incluye a Matías Encinas, Germán De Silva (Relatos Salvajes, Arpón), Mario Jara, Elena Schnell, Jorge Prado, Martín Arrojo, Walter Jakob, Marcelo Lacerna y Esteban Lamothe. La cinta ganó el Premio Cine en Construcción en el Festival de San Sebastián en 2016; un año después, se estrenó en la sección Horizontes Latinos del mismo festival, lo que generó un gran recorrido internacional. Fue originalmente concebida como una miniserie para la Televisión Digital Abierta, éste es el motivo por el que tardó tanto en estrenarse en nuestro país. La trama gira en torno a Reynaldo (Matías Encinas), un joven de 16 años que conoce a “El Momia” (Mario Jara) gracias a su hermano. Éste le da instrucciones a Rey para que realice su primer robo. Por la noche, Rey se mete en una escribanía y encuentra la caja con dinero que le indicó Momia, sin embargo cuando está por irse la alarma se activa, haciendo que el plan se salga de control. Con la policía pisándole los talones, el adolescente no tiene otra alternativa que escapar por los techos. Al estar tan apurado, tropieza y cae en el vivero de Carlos Vargas (Germán De Silva), un ex guardia de seguridad. Sin seguir los consejos de su hijo, Carlos decide proteger a Rey por lo que le propone un trato: el chico podrá retirarse de allí cuando arregle el daño que provocó a las macetas de Mabel (Elena Schnell), esposa de Carlos. Así se formará una relación de padre e hijo entre estas dos personas que provienen de generaciones distintas. No obstante, la paz no durará mucho ya que los jefes de Momia harán lo que sea por obtener el dinero que Rey escondió, poniendo en peligro tanto a su hermano como a su madre. “La Educación del Rey” es el claro ejemplo de que si se tiene una buena historia para contar, no importa el poco presupuesto que se tenga para llevarla a cabo. En algunas partes, en especial la caída en el jardín que sirve como episodio central para que los dos protagonistas se conozcan, la luz juega una mala pasada y no se logra distinguir muy bien qué ocurrió, sin embargo estos detalles pueden dejarse pasar al ser testigos de la interesante dinámica que se da entre el guardia retirado y el jovencito. Es para destacar que ésta fue la primera experiencia de Matías Encinas en cine, ya que desde chico solo realizó teatro. El actor logra dar una buena interpretación y con su personaje el director consigue eliminar prejuicios. Por otro lado, Germán De Silva construye a un señor serio pero de buen corazón, que en ningún momento duda en ponerse en el lugar del adolescente y optar por su bienestar. Entre la reconstrucción del vivero, el aprendizaje de manejo de armas y las cenas compartidas, Rey y Carlos hacen que el film nunca se vuelva denso. Que la película se haya grabado en zonas marginales le da más realismo a la trama, en especial cuando entran en juego los violentos jefes de Momia, que se da a entender que están asociados con la policía. Lo único que queda muy descolgado es la participación especial que tiene Esteban Lamothe, que más que un papel es un cameo que dura como máximo 2 minutos. Con un desarrollo que mantiene el interés, “La Educación del Rey” nos deja satisfechos con su desenlace, siendo un más que buen debut de Santiago Esteves.
Escrita y dirigida por Santiago Esteves, "La educación del rey" es una sorprendente ópera prima situada en Mendoza. Reynaldo llega a Mendoza buscando un lugar donde dormir pero gracias al hermano, más allá de su primera negativa al respecto, termina encabezando un robo menor, que se suponía fácil, a una escribanía. Un robo que sale mal pero del cual logra escapar con dinero al mismo tiempo que sus cómplices son apresados. Esa noche escapándose de la policía pasa por el patio trasero de Carlos Vargas, un ex guardia de seguridad al cual le destruye el jardín. En lugar de entregarlo a la policía –un ambiente que él conoce muy bien-, le propone otro tipo de acuerdo: que le arregle el jardín, aquel que destruyó y que tanto le gustaba a su mujer. Así, a la fuerza, Reynaldo pone manos a las obras y entre los dos se dará una relación maestro-alumno cada vez más cercana a padre-hijo, dónde el conocimiento que se irá traspasando no pasará sólo por saber utilizar un arma sino qué códigos y valores que no deberían ceder ante la corrupción. Vargas tiene un hijo, un hijo que está presente la noche del altercado porque resulta ser el cumpleaños de su madre. Un hijo que ante la sorpresiva situación cree que la mejor opción es llamar a la policía y se termina yendo enojado de su casa porque su padre no iba a hacerlo. Es curioso que esta relación no necesite mucho boceto más para que quede delineada. “La educación del rey” logra transitar con éxito a través de varios subgéneros. Es un drama de personajes –además de la relación entre los dos protagonistas la presencia de la mujer de Vargas resulta imprescindible y muy agradable que le hará creer al menos por un rato que lo que Reynaldo tiene allí en ese hogar es una familia-, es un policial, con ritmo de thriller y una lograda tensión. Gracias a un guion sólido y personajes bien construidos es que se consigue una película sencilla y al mismo tiempo potente. Sin duda lo más interesante son los entramados que se van hilando entre los personajes. Es antes que nada una películas de relaciones, de cómo buscamos (o no) relacionarnos y el aprendizaje que esto nos puede otorgar. Después está lo policial y la crítica social que funcionan como un necesario contexto (y que vienen acompañadas por su necesario villano). Se expone una temática como la delincuencia juvenil sin juzgar pero tampoco disfrazando ni ocultándola. La banda sonora en ciertos momentos en los que se hace presente se torna algo invasiva pero a grandes rasgos estamos ante una muy buena y disfrutable película. Capaz de conmover desde un lugar genuino, sin apelar a subrayados y con frescas interpretaciones, tanto del desconocido Matías Encinas como del experimentado Germán Da Silva. Un cine argentino que no necesita de muchos artilugios para contar su historia.
La ópera prima de Santiago Estéves, "La educación del Rey", utiliza al policial para abordar un drama con mucha carga social, y aciertos en ambos aspectos. Hubo un tiempo que fue hermoso. De la mano del INCAA y el programa de fomento para ficciones de la Televisión Digital Abierta, se produjo mucho material realizado en su gran mayoría en el interior del país, que permitió conocer a nuevos realizadores e intérpretes de diversas áreas (como el teatro) y regiones. "La educación del Rey" surgió originalmente en 2004 bajo el formato de miniserie. Como muchas de ese centenar de producciones, en la actualidad se encuentra virtualmente desaparecida. No obstante, el tiempo hizo justicia, y ahora podemos verla transformada en un largometraje que no ha perdido nada de su potencia. Filmada en Mendoza, cuenta la historia de Reynaldo (Matías Encina), el Rey del título, un adolescente perteneciente a ese sector con oportunidades truncas, marginados desde antes de nacer. Su hermano junto a un amigo realizan robos a encargos de un superior, y Rey está dando sus primeros pasos en ese que parece ser el único camino que tiene habilitado. Durante el robo a una escribanía algo sale mal, huye, y termina cayendo en el patio de Carlos (Germán Da Silva) un ex guardia de seguridad privada jubilado que sigue manteniendo algunos contactos. Accidentalmente, Rey destruye un cobertizo que la esposa de Carlos (Elena Schnell) utiliza como vivero. Inesperadamente, Carlos le propondrá a Rey que repare el vivero a cambio de no denunciarlo a la policía. "La educación del Rey" corre por dos carriles que se unen permanentemente. Por un lado, Rey pasa a ser un protegido de Carlos y para su esposa el hijo que nunca tuvieron. Paralelamente, avanza el policial, Rey incumplió con “sus jefes”, desaparece, y estos son gente más peligrosa de lo pensado. Nadie está limpio en este negocio. Santiago Estéves (junto a Juan Manuel Bordón en el guion) crearon una historia de redención desde el realismo. No hay idealizados, ni soluciones mágicas. Carlos le dará cobijo, pero también deberá enseñarle a defenderse dentro de ese mismo juego donde la legalidad es laxa. "La educación del Rey" es un policial, un drama social y humano, y también un western criollo donde la ley la hacen y la aplican los hombres, a su modo; y las autoridades pueden ser más peligrosas que los bandidos. Un carril potencia al otro, y así, se construye un thriller sencillo pero eficaz, siguiendo las reglas que no deben romperse; y lo potencia con su costado humano, local. A esto nos referimos cuando hablamos de la necesidad de un cine de género que hable nuestro idioma. Técnicamente correcto, en "La educación del Rey" no hay un gran despliegue de presupuesto, ni lo necesita. El vértigo del policial se construye con el mismo relato, que jamás pierde el interés. La fotografía, de acertados claroscuros, con juegos de luces que diferencian las tendencias de cada escenario sutilmente, es otro aporte positivo. No es casualidad que Esteves provenga del mundo del montaje con trabajos de la mano de consagrados como Trapero y Santiago Palavecino. "La educación del Rey" se beneficia del ritmo ágil y cálido que se le otorga desde la edición, transformándola en una historia rural (que aprovecha los escenarios naturales), y amena a pesar de su clima rudo y oscuro. La química entre Encina y Da Silva es natural, nunca forzada. Entre ambos se crea un vínculo poderoso, creíble, sin necesidad de forzarlo. Empatizar con ambas figuras será sencillo. Con pocos elementos y muchos despojo, Matías Encina construye un Rey querible, inocente y desprotegido. Realizar una lectura social sobre su figura es totalmente válido. Germán Da Silva compone otro gran personaje, al actor de Las Acacias no hay rol que le quede grande. La pantalla lo quiere, y él sabe componer con gestos y postura. Otra sería la película si Carlos no fuese él. Esta cinta nos habla de las oportunidades, derriba varios mitos y dichos de un sector de la sociedad que lejos está de vivir con las mismas posibilidades que estos personajes. Santiago Estéves creó un marco policial para demostrarnos que en el contexto correcto, siempre se puede.
Sobre la vida difícil en los márgenes Seca, concisa, fáctica, la ópera prima del mendocino Esteves abreva tanto en el western como en el policial para dar cuenta del estado de las cosas en la Argentina contemporánea. Varias películas recientes reflejan, desde el género policial, el declinante estado de la Argentina contemporánea. Esta en la que el descenso de la clase media en la pirámide social hace que sus zonas lindantes con los sectores más pauperizados se vayan haciendo porosas al delito. Así sucedía en Mauro (H. Rosselli, 2014), El otro hermano (A. Caetano, 2017), El aprendiz (T. de Leone, 2017) y Barrefondo (L. Colás, 2018). Así como, por supuesto, en la serie Un gallo para Esculapio (B. Stagnaro, 2017/2018), cuya segunda temporada está al caer. Incluso, curiosamente (o no), los más recientes policiales “históricos” hacen eje en famosos fuera-de-la-ley pertenecientes a la clase media-media, esa que no se roza con la clase baja. Allí están, para probarlo, El clan, la miniserie Historia de un clan y el éxito actual de cartelera, El ángel. Opera prima del realizador mendocino Santiago Esteves (1983), La educación del rey aporta a esta veta una necesaria puesta al día desde el mal llamado “interior” del país, que desde Mendoza vuelve a demostrar, como sucedió en su momento con el cine rosarino y cordobés, su estado de maduración técnica, narrativa y estética. Como en toda esta serie y de acuerdo tanto al escaso poder adquisitivo como a lo reciente de la caída económica, los protagonistas no son profesionales del delito sino improvisados, recienvenidos, amateurs. El precedente de todas estas películas son los muchachos de Pizza, birra, faso, oportunistas del choreo que no contaban ni con un arsenal más o menos decente. Aquí, un flaco viene con un dato y se lo pasa a dos hermanos. Entre los tres encaran la escribanía en cuestión, uno da con el botín y se lo lleva. Los otros caen. ¿Cómo se enteró la policía del robo? Otro dato en común de esta serie: como es obvio, los policías no son angelitos de Dios. Estamos en la Argentina post dictadura. De aquí en más la acción se centra en esos tres focos de atención: el pibe que se llevó la plata, sus dos cómplices en cana y los malditos policías que les andan atrás. Hay un cuarto eje, el de la incorporación a una familia, producto del más puro azar, del pibe que logró concretar el robo, y su “adopción” figurada por parte del pater familiae, que ve en él a un segundo hijo. Como aclara Esteves en la entrevista publicada en la edición de ayer de PáginaI12, La educación del Rey surge de una miniserie titulada del mismo modo, que salió al aire por la televisión provincial unos años atrás. En la serie, la relación entre el pibe, Reynaldo, y su padre sustituto, Carlos, era central. De allí el título, con el juego de palabras referido al nombre apocopado del protagonista. Aquí el tema no deja de tener peso, aunque ese peso tal vez esté más repartido que en la serie, con las dos historias paralelas. Como bien señala en esa entrevista el colega Diego Brodersen, hay fuertes elementos de western en la película de Esteves. El paisaje –llano, abierto, seco, con montañas al fondo–, los personajes (el forastero que llega al pueblo, el joven inexperto, el “pistolero” veterano que lo toma a su cargo), los decorados (la granja en la que vive el amigo del “pistolero”, la locación del final, que parece un rancho o corral abandonado), y hasta el duelo final. Hay ciertos desplazamientos, claro. Las comillas obedecen a que en verdad el personaje que interpreta el siempre perfecto Germán de Silva (decididamente, uno de los tres o cuatro mejores actores argentinos en actividad) no es un pistolero sino algo más peculiar: un ex transportador de caudales, que como tal andaba calzado. Y conserva su arma guardada en un cajón. A su vez el western se cruza con el cine negro: la oscuridad misma de algunas locaciones (notoriamente la del final), el motivo del robo en banda (también un tropos del western, desde ya, pero más trabajado en el film noir), el botín oculto, las disputas para su reparto y obviamente toda la participación policial en la historia. Esto no funcionaría si no tuviera el tono adecuado, y La educación del Rey lo tiene. Seca, concisa, fáctica, carente de todo psicologismo, con una música usada en cuentagotas, la película de Esteves tiene un protagonista adecuadamente hierático (el debutante Matías Encinas), un flashback perfectamente innecesario, cuando Reynaldo recuerda el tiroteo en el que viene de participar, una ausencia demasiado en función de la relación central (el hijo de Carlos, que no se sabe por qué desaparece de escena) y un momento incomprensible, cuando un tipo al que un chofer está amenazando se mete en el baúl él solo, sin que el otro diga nada.
Entre lo que sugiere y lo que muestra, la ópera prima del mendocino Santiago Esteves se levanta muy dignamente como uno de los mejores ejemplos de thriller argentino de los últimos tiempos. La historia, basada en el guión de Juan Manuel Bordón y el mismo Esteves, se mueve en dos territorios simbólicos. Uno, evidente, que refiere a lo crudo del entramado policial y judicial que se aprovecha de la delincuencia juvenil para hacer robos por encargo, otro que está por detrás es otro entramado, mencionado al pasar, sobre la verdadera actividad de un guardia de seguridad retirado que entabla relación con un chico que comete su primer robo y en la huída, va a parar a su casa. En esos días que Rey transcurre en su casa, Vargas intenta un modo de rescate del chico, la educación del título que es tambien como ayudar a esos primeros días de jubilación. Las tareas en el jardín se alternan con la enseñanza del uso de un arma en medio de una chacra. Hay una comprensión tácita entre ambos personajes: un German de Silva siempre tan preciso, y el joven Matías Encina, que Esteves describe con rigurosidad y belleza, y con un diseño musical ascético e impecable. Por un lado el submundo sin código de los matones policiales y por el otro un acuerdo moral sin muchas palabras en una relación con final abierto.
La ópera prima del talentoso mendocino Santiago Esteves se presenta desde este jueves en Cinemark, tras un aclamado recorrido internacional. Concebida inicialmente como serie para la Televisión Digital Abierta, y presentada en la pantalla chica local por El Siete a fines de 2016, La educación del Rey recibió también ese año el premio Cine en Construcción dentro del prestigioso Festival de San Sebastián, galardón que abrió las puertas para que esta producción rodada en Mendoza llegue hoy a las salas del país, y próximamente tenga distribución en España, tanto en cine como en tv. Como sucede con cualquier creación que pasa de un código a otro. Desde una novela, obra de teatro, o episodio real que es adaptado para la pantalla grande, lo pertinente es despojarse del material de origen, en este caso la serie televisiva. Obviamente, quienes hayan visto todos los capítulos de La educación del Rey sabrán de antemano de qué va la historia, pero lo cierto es que la película escrita por el propio Esteves junto a Juan Manuel Bordón, tiene valor como hecho artístico autónomo y logra levantar por lo alto las más dignas cartas del lenguaje cinematográfico. Sin mayores rodeos, el relato nos zambulle en las consecuencias de un robo fallido, cuando Reynaldo (promisorio debut protagónico de Matías Encinas) escapa de la policía corriendo por calles y techos, hasta caer en el jardín de Vargas (superlativo Germán de Silva), destruyendo el vivero que el hombre construyó laboriosamente para su esposa. La película arranca con un par de cabos de verosimilitud sueltos, que logra subsanar rápidamente con creces. Por un lado, el hurto es encomendado a un adolescente sin historial sólo porque es muy delgado, cuando sus dos secuaces (uno de ellos hermano del protagonista), están más experimentados en el delito, y ostentan la misma contextura física. Por otro, la reja de una ventana de la escribanía donde se encuentra el botín, está prácticamente sin amurar a la pared. De todas formas, estos detalles no empañan la progresión de una película que desde los primeros minutos define su tono con absoluta precisión, sin abundar en vueltas de tuerca innecesarias. Esteves concentra con maestría la historia narrada en su propia serie de tv, prescindiendo de subtramas familiares y descriptivas, para dar justo en la tecla con la química entre los protagonistas. Sabemos la procedencia de Reynaldo desde el principio, en cambio paulatinamente vamos conociendo los repliegues de Vargas, un recién jubilado que se desempeñó durante años como seguridad a cargo del transporte de caudales. Entre ambos, labran un vínculo de compañerismo e interdependencia. El adolescente necesita un refugio, mientras que el ex vigilante encuentra en el incipiente delincuente una motivación para empezar a transitar su vida fuera de la cotidiana rutina laboral. El director traza el vínculo entre los personajes con absoluta franqueza. Se trata de un relato de iniciación, pero la "educación del Rey" a la que alude el título, jamás decanta en el sermón aleccionador. A su vez, cuando el conflicto se desplaza del mencionado robo hacia sus conexiones con la corrupción policial y judicial, el relato conserva su tono de sobriedad sin la necesidad de subrayar por demás los detalles de la trastienda del delito. A los notables protagónicos de Germán de Silva, quien ya había dado sobradas muestras de talento en films como Relatos salvajes y Las Acacias, junto a la convincente labor del debutante Matías Encinas, se suman secundarios revelación como los de Mario Jara y Martín Arrojo; junto a nombres de larga trayectoria en las tablas locales como Marcelo Lacerna, Elena Schnell y Manuel García Migani. Más allá de la concisa narración, el debut de Santiago Esteves logra balancear todos los elementos formales con austeridad y clasicismo. El cine de Clint Eastwood aparece como uno de los puntales de referencia, en una película que saca provecho de diferentes locaciones mendocinas sin distraer al espectador del meollo del asunto, apelando a una puesta rigurosa, ensamblada con una ajustada musicalización de Mario Galván, que jamás resulta intrusiva. La principal virtud del primer largometraje de este realizador mendocino, consiste en la puesta en marcha de la premisa "menos es más", saludable precepto que suelen esquivar tanto algunos directores debutantes como otros consagrados, que a veces quedan a mitad de camino entre las pretensiones que esbozan en su recorrido y el malogrado resultado final. Esteves en cambio, lanza su primera carta con buen pulso narrativo y nobleza cinematográfica, dos razones más que válidas para que el público local acompañe a este notable estreno. La educación del Rey / Argentina-España / 2017 / 92 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Santiago Esteves / Con: Gemán de Silva, Matías Encinas, Jorge Prado, Mario Jara, Martín Arrojo, Elena Schnell, Walte Jakob, Marcelo Lacerna, Manuel García Migani, Marcelo Díaz y Esteban Lamothe. Funciones en Mendoza solamente disponibles en Cinemark.
Una educación que te hace Rey AGO 24 JAVIER La Educación del Rey, opera prima de Santiago Esteves, propone a través de una mezcla de una ficción con western y thriller una mirada no estigmatizadora sobre los jóvenes que ante la escasez de posiblidades para vivir caen en las manos de inescrupulosos policías. por Javier Erlij Ante un atraco a una escribanía en el momento de huir el personaje del adolescente Rey se resbala al trepar una medianera en el jardín de una casa vecina que está compuesta por un jefe de familia, ex-fuerzas de seguridad y en la actualidad trabaja en vigilancia para una empresa privada. En vez de denunciarlo, como le impone el entorno familiar del personaje interpretado por Germán Da Silva, decide educarlo a su manera y en su propio territorio, haciendo desde una tarea de jardinería hasta como defenderese en la vida. No todo es rosa en el film y también una historia de Quijote y Sancho Panza , donde ambos tienen la posiblidad de tener una empatía por el otro. El personaje de Rey llega justo a la vida de Carlos Vargas, interpretado por Da Silva, donde su dejadez y monotonía diaria le da la posibilidad de redimirse también a él de su historia anterior. Promisorio debut en su ópera prima del director mendocino, donde consiguió una película que entretiene, va a contratiempo de un discurso de gobierno y sociedad donde avala ennuna gran mayoría la justicia por mano propia. En estos tiempos que corren un film que se sale de la zona de confort de retratar familias burguesas y eso no es poco. Puntaje. 9
Al flaquito Reynaldo, por comodidad, lo llaman Rey. Pero no manda en ningún lado ni tiene nada para lucirse. Cuando lo conocemos es apenas un escruchante improvisado que pronto mete la pata, y el resto del cuerpo, donde no debe. Pero ahí, justamente, encuentra a su maestro: un guardia de seguridad jubilado, cuyas intenciones nunca parecen del todo claras. Lo único cierto, es que lo va educando. El joven Matías Encinas y el siempre exacto Germán da Silva son los protagonistas. La acción se desarrolla en un clima árido, con pequeños delincuentes al servicio de policías corruptos, gente que no acepta perder el fruto de un robo, en fin, no abundan los vecinos simpáticos en este barrio. En cambio hay unos cuantos tiros, intriga, una tensión bien llevada, un guión sólido, buen elenco y moralejas, dentro de un relato bastante particular, que combina elementos del cine de aprendizajes, el drama de jóvenes desorientados y familias sustitutas, la relación entre generaciones de criterios contrapuestos, y el aire de un western clásico y moderno al mismo tiempo. No es mala mezcla, y está bien trabajada. Sebastián Estéves, montajista que acá debuta como director, y Juan Manuel Bordón, afianzado periodista de policiales, elaboraron la historia como miniserie, ya difundida sin suficiente promoción, y como largometraje. Ojalá en este último formato tenga el reconocimiento que se merece.
La historia incursiona en el mundo de los policías, ladrones, el delito y los abogados, todo se relaciona con el dinero, la ambición, el poder y la codicia. Su desarrolla se va combinando con una intriga policial y toques de western. Los protagonistas vienen de situaciones bien diferentes, uno a los 16 años y otro con 65 años, se van creando buenos climas, lo que vamos viendo es una relación de mutuo aprendizaje muy interesante, ellos tienen sus códigos dentro de su edad y vivencias. Nos encontramos con correctas actuaciones, un buen guión el cual te va generando tensión e intriga, nos habla de los problemas sociales, muestra como a veces se utiliza a los jóvenes para el robo , logra inquietar, deja pensando a los espectadores, tiene varios símbolos y mensajes.
Una puerta de salida también puede ser la entrada al mismísimo infierno. Quizá Reynaldo no lo sabía, pero se metió en el barro sin saber que la mugre era mucho más peligrosa. "La educación del Rey" utiliza la abreviatura del nombre del personaje para colocarlo en el lugar de un rey sin corona, un pibe de 17 años que ve la posibilidad de salvarse participando de un robo y se mezcla con un submundo del hampa con complicidades policiales y del poder. Filmada en Mendoza, la ópera prima de Santiago Esteves hace foco en la cotidianidad de un pueblo del interior, desde la lógica conocida de "pueblo chico, infierno grande", pero sin caer en subrayados innecesarios. El motor emocional de la película se sostiene en Carlos, con un Germán De Silva sin fisuras, quien conocerá a Reynaldo (Matías Encinas) en plena huida de la policía y luego de que el joven rompa el vivero de su casa tras caerse de la terraza. Primero el vínculo será de patrón-esclavo, ya que lo obligará a rehacer ese vivero si quiere volver a su casa, y después asumirá un rol paternal, tanto que hasta su mujer lo tratará como un hijo más. Todo se complica cuando viene mal concebido y es aquí donde el director le da un tono de thriller y western a la historia, en la que a veces acierta y otras no tanto. Por lo pronto, el filme invita a ver cómo un desconocido puede transmitir valores y afectos a un adolescente con carencias y generar una conexión mucho más fuerte que un lazo familiar.
VIDAS SECAS El estado de podredumbre estructural en el que se encuentra la Argentina hace tiempo ya no sorprende y lo que es peor, está naturalizado. Este cuadro se advierte en La educación del Rey, la ópera prima de Santiago Esteves, donde los estratos de poder conformados por las instituciones políticas, judiciales y policiales aparecen mancomunadas para contribuir cada vez más a la decadencia moral y material de un país que se cae a pedazos. El impacto más fuerte lo sufren como siempre los de abajo y el director lo tiene en claro al presentar una trama que involucra a jóvenes utilizados para delinquir. Entre ellos se encuentra Reynaldo, un adolescente que acepta un encargo por un lugar donde vivir. La consecuencia inmediata de esto es que se verá envuelto en una trama doble. Por un lado, y de manera accidental, caerá en el seno de una familia cuyo padre es un ex empleado de seguridad quien tratará de enderezar con trabajo y dedicación el rumbo torcido de Reynaldo; por otro, quedará pegado a una red de tipos muy peligrosos. Más allá de las aristas argumentales, hay una serie de decisiones que elevan a la película por encima de otros productos efectistas, tramposos y deudores de la mugre televisiva cotidiana. Esteves sabe muy bien que por más oscuro que sea el cuadro a trazar jamás se debe perder de vista que es el cine su campo de trabajo. Por eso, es destacable la concisión narrativa y la solidez del desarrollo de la historia, más atada a las necesidades genéricas del policial que del imperativo por retratar conductas harto conocidas por todos a esta altura. De este modo, logra desapegarse del ombliguismo porteño y concentra la acción en un lugar del interior, en Mendoza, una especie de tierra baldía donde se tejen maniobras turbias y deambulan muchachos sin laburo. Los colores fríos que acompañan los espacios desolados activan una bomba social y recrean una topografía que remite al western a base de inmensos lugares solitarios, distantes, esperando ser llenados por tipos al margen de la ley o envueltos en circunstancias que no podrán eludir. Reynaldo debe cometer un robo para probar su hombría y para ganarse el respeto, pero las cosas no salen bien. Su derrotero le permitirá establecer un vínculo con un hombre cuyo sentido de la ley trasciende lo normativo y se funda sobre códigos morales, entre los cuales se encuentra la educación y el trabajo, los primeros pilares para evitar el infierno de la cárcel. Dos o tres baches al borde de lo inverosímil no impiden que La educación del Rey constituya otro ejemplo más de una corriente cinematográfica que crece a pasos agigantados en otras provincias del país y de que los géneros siguen siendo efectivos para captar a un público ávido de historias bien contadas, con vena narrativa antes que poses formalistas.
Sin contar nada sobre la vida previa de Reynaldo, solo sabemos que su hermano le promete un lugar donde poder vivir al menos por un tiempo. Lo que no espera es que el costo de poder quedarse sea participar del robo a una escribanía, un trabajo que parece tan fácil que hasta un novato como él podría hacer sin problemas. Pero al entregador se le olvidó mencionar un detalle importante sobre el golpe, por lo que una alarma se activa haciendo que Rey deba escapar por los techos del barrio mientras ve como sus cómplices son apresados. Es en esos techos que esconde el botín, pero antes de poder seguir escapando cae en el patio de una casa y destruye el vivero que construyó para su esposa Carlos Vargas, un guardia de seguridad recién jubilado y deprimido. En vez de entregarlo a la policía, Carlos se apiada del adolescente y le ofrece una alternativa: quedarse en su casa y reparar el daño que causó como compensación antes de dejarlo ir libre. Sin muchas alternativas Rey acepta y comienza a trabajar bajo sus órdenes, desconociendo que hay gente peligrosa buscándolo por el botín y que pronto se generará una relación de sincero afecto entre ambos, pues vienen a llenar el agujero que cada uno está teniendo en ese momento de sus vidas. De rateros y comisarios corruptos La Educación del Rey cuenta una historia acotada y sin demasiadas vueltas; no pretende confundir a su público con misterios forzados ni complejizar una trama policial más de lo que hace falta, porque se concentra en lo que realmente quiere contar: la relación filial que se forma entre Reynaldo y Carlos. Por un lado, con el guarda jubilado encontrando una razón para levantarse cada día en la responsabilidad que toma hacia Rey, quien a su vez acepta sin mucha queja la guía que sabe que necesita para hacer el salto a la adultez. Carlos no es el héroe intachable de moral rígida ni Reynaldo el criminal de vocación que marcarían los lugares comunes: son dos personas que hacen lo que pueden desde algún lugar del espectro entre esos extremos, capaces de hacer tanto un bien como un mal pero siempre leales a la gente con la que se vinculan. Del resto de los personajes que habitan su entorno sabemos apenas lo justo para acompañar, insinuando que hay más en ellos pero que hay una decisión de no desviarse para mostrarlo. Pocas escenas podrían recortarse sin que afecten al conjunto. Solo podría criticarse cierto abuso de las coincidencias, o que el botín robado no parece tan importante como para que los villanos se tomen las molestias que aceptan para rastrearlo. Nada que rompa la inmersión de forma notoria. Desde el lado visual no faltan los momentos en que se notan las limitaciones de presupuesto, sobre todo en algunas desprolijidades en la ambientación o vestuario. Pero al no ser una propuesta que le da mucha relevancia a estos temas, poniendo el foco en la trama y en las actuaciones, con la imagen como un soporte, no es algo que moleste casi nunca. Quizás podría esperarse que recurran menos a la narración hablada para contarnos lo que estamos viendo, pero sería ponerse exigente de más ante una película que no pretende quedar en la historia, solo contar una.
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Auspicioso debut de un cineasta que sabe lo que quiere y cómo tratarlo audiovisualmente Se podría intuir a través del título que ésta realización va a interiorizarse sobre una personalidad destacada, perteneciente a un lugar específico o a un momento en particular, pero nada más alejado de eso. El debutante Santiago Esteves, busca entrelazar dos ámbitos tan disímiles entre sí, y, a su vez, tan parecidos, pero con un objetivo en común, apropiarse de lo que no les pertenece. A los suburbios de un pueblo mendocino llega, luego de pelearse con su madre y abandonar el hogar Reynaldo (Matías Encinas), un menor de edad con mucha “calle”, donde lo espera su hermano Josué (Martín Arroyo), que lo invitó a pasar un tiempo con él. Su compinche, para aceptarlo, impone como condición involucrarlo en un robo que van a cometer el día siguiente. El protagonista, pese a ser inexperto, acepta el desafío. Pero para que una película tenga la razón de ser necesita imperiosamente que algo no salga como lo planeado, y se requiera luego solucionar el error de cualquier modo, aunque, del otro lado, haya abogados y policías corruptos. Pese a que la mayoría de las personas no tiene la fortuna de que se le presente una gran oportunidad para cambiar sus vidas, a Rey sí, porque al huir de la escena del crimen cae, literalmente, en el patio de una casa donde residen Mabel (Elena Schnell) y Carlos (Germán De Silva), ex custodio de un camión de caudales, actualmente jubilado. Él será quién lo eduque y lo guíe al adolescente, pero no para encauzarlo en la vida sino, más bien, para perfeccionarlo porque sabe que no lo va a cambiar, entonces, le explica los secretos de disparar con un rifle y un revólver. Desde el comienzo, durante la presentación de los personajes y el cuadro de situación de la historia, el director le imprime una gran velocidad al relato, sabe exactamente lo que quiere y lo que pretende que suceda en cada escena. Rey es obediente con la familia que lo recibió, pero en la calle se mueve con soltura, coraje y decisión, cualidades altamente necesarias para sobrevivir en el mundo del delito. Cada momento sólo, o compartido por él protagonista, viene a justificar la información dada previamente. Todo lo exhibido en pantalla tiene un porqué. Las escasas ocasiones en que se oye algo de música es para resaltar las escenas más álgidas. El único punto discutible es el criterio que utiliza Santiago Esteves para provocar los cambios temporales, porque hay en un par de situaciones demasiado sol, y a la toma siguiente ya es de noche. Como las acciones más preponderantes son nocturnas, seguramente no quiera dejar esperando al espectador hasta que oscurezca, pero resulta un poco chocante apreciar esa disparidad lumínica. Por todo lo demás, es un muy buen policial, con actores a la altura de las circunstancias, que llevan adelante una historia, en la que no se sabe del todo bien quién es más delincuente.
Entre el policial, el drama y el cine de gángsters, la opera prima de Esteves es una película de aprendizaje, de códigos y una historia de familias sustitutas en plan western suburbano. Rodada en Mendoza y protagonizada por Matías Encinas y Germán De Silva, con la participación de Esteban Lamothe. Entre el policial, el western y el cine de gángsters, la opera prima de Esteves –una versión remixada y destilada de la mucho más larga miniserie que hizo a partir de la misma historia– cuenta la vida de Rey, un chico, delincuente ocasional y de poca monta, que logra escaparse de un robo que sale mal y cae en la casa de Carlos, un guardia de seguridad retirado. Con él iniciará una suerte de “re-educación” que convierte a un buen tramo de la película en una suerte versión mendocina de KARATE KID, con Carlos intentando ayudar a reencauzar la vida de Rey de una manera no tradicional. Pero la calma es breve y tensa ya que parece que el chico se había metido donde no debía cuando cometió ese robo y los pesos pesado de la zona no pararán hasta encontrarlo. Policial duro y buddy movie, película de aprendizaje, de códigos, historia de familias sustitutas y posibles en plan western suburbano, la opera prima del mendocino Esteves –que participó de festivales como San Sebastián, Pingyao y BAFICI, entre otros– se coloca en la tradición narrativa del mejor cine clásico, una línea que por aquí no se trabaja (o no se sabe trabajar) demasiado, con personajes nobles que se juegan por los amigos y por las causas que consideran justas. Con actuaciones tan genuinas como sobrias del joven Matías Encinas en el papel de Rey y German De Silva como Carlos, y una participación especial de Esteban Lamothe, LA EDUCACION DEL REY es un policial a la antigua, un western moderno y una película con una sensación de verdad que supera el mero ejercicio de género que podrían hacer los cinéfilos urbanos de sofá y videoclub.
Estoy verde La educación del Rey es un policial con aires de western en el que la trama nunca pierde potencia y cuyas influencias van de Campusano a Desanzo. Reynaldo (el debutante Matías Encinas) es un adolescente tímido que, luego de ser echado de su casa por su padre, pide alojamiento en el lugar que su hermano Josué (Martín Arrojo) comparte con su socio El Momia (Mario Jara). El Momia dice que si los ayuda a hacer “un trabajito”, se puede quedar. Josué dice que “está re verde”, pero El Momia dice que el asunto “está cocinado, tiene que entrar y salir”. El “trabajito” es robar 40 mil pesos de una escribanía. Por supuesto, el robo sale mal. Josué y El Momia son capturados por la policía, mientras que Reynaldo logra huir por los techos con el botín. Esconde la caja entre unos ladrillos, pero se tropieza y cae en el jardín vecino de una casa donde está cenando una familia. Así empieza La educación del Rey, que se las arregla para contar todo esto en la primera secuencia, durante los títulos. Es que esta sólida ópera prima de Santiago Estéves tiene como virtud más sobresaliente un apego a la trama que no siempre se ve en películas de esta clase. Es cierto que, como sugiere el juego de palabras del título, el alma de la película es la relación que traba Rey con el dueño de esa casa en la que cae accidentalmente. Pero, al contrario de lo que uno puede esperar, la trama policial no pierde protagonismo en ningún momento y es el corazón, que bombea la sangre. El dueño de esa casa es Carlos Vargas (Germán de Silva) un tipo bonachón pero recio, que en lugar de denunciarlo a la policía, le exige que arregle el vivero que rompió en su caída y más adelante lo adopta como a un hijo: le enseña a disparar y algunos códigos de la calle. Es que Vargas en su pasado fue guardia de camiones de caudales y, como en todo el universo de la película (que quizás sea nuestro mismo universo), los que están a uno u otro lado de la ley suelen entremezclarse de acuerdo al momento. Lo que acerca a esta película más a series del estilo de Un gallo para Esculapio o El marginal (de hecho, la película fue antes una miniserie de ocho capítulos de media hora) o incluso, por qué no, a algunos policiales de Juan Carlos Desanzo de los 80 o a las películas de José Celestino Campusano, es que la trama policial nunca pierde importancia a expensas del drama social. Josué y El Momia son liberados pero solo para ser llevados ante el comisario Ábalos (Marcelo Lacerna) y El “Gato” Ibáñez (un temible Jorge Prado, de los mejores villanos que ha dado el cine argentino en mucho tiempo), quienes les habían encargado el “trabajito” en un primer lugar y ahora están muy enojados por el fracaso y, sobre todo, quieren encontrar el dinero. Estéves es mendocino y la película está filmada en esa provincia: los paisajes áridos y montañosos, esa especie de cabaña en donde practican tiro contra unas latitas, los duelos de pistolas y la relación padre-hijo entre un “pistolero” que está de vuelta y un joven demasiado impetuoso, la acercan por momentos al western, pero como si el western fuera una consecuencia natural de la historia que Estéves está contando y no la regla que se autoimpuso. La educación del Rey cayó en el medio de este superagosto del cine argentino, después de los estrenos de El amor menos pensado, El ángel y Mi obra maestra, y antes de La quietud. Ojalá que no pase desapercibida.