El guardián de mi hermana Dato curioso acerca de los hermanos: siempre están convencidos de que son el guardián del otro. Pueden ser los menores o los mayores, no hacer las compras ni la cena, no han trabajado un día de sus vidas y quizás no regresen a casa por la noche, pero por orfebrería de la vida se encuentran en un estatuto de poder idéntico y sobre esa igualdad innata basan una tensa relación de dar y esperar recibir. De eso trata La hermana (L'enfant d'en haut, 2012). Simon (Kacey Mottet Klein) es el protagonista, un niño de 12 años; Louise (Léa Seydoux) es la epónima hermana, de veintilargos. Son pobres y misteriosamente huérfanos. Viven en un apartamento ubicado en la base de un centro de esquí suizo, lo cual es mejor que una favela en Río, pero ahí lo tienen, son pobres. Simon vive robando esquíes a los turistas adinerados y revendiéndolos a cambio de dinero que su hermana prontamente malgasta en salidas nocturnas. Seguimos a Simon en sus escapadas al centro de esquí, donde convive una fauna interesante de personajes – el chef escocés que le empeña los equipos robados, la blonda familia americana a la que Simon sigue en busca de afecto, los niños que le compran antiparras y mitones con su mesada, etc. El ritmo y tono lacónico de la película recuerda un poco a la obra del realizador Robert Bresson y su película El carterista (Pickpocket, 1959), sobre un ladrón metódico y compulsivo que se abre paso entre una muchedumbre anónima. Otra película cabecera de esta, también de Bresson, es El dinero (L’argent, 1983), también sobre la compulsión pero más importantemente sobre el fetiche del dinero y las relaciones basadas en el dinero. Un personaje le pregunta a Simon en un momento para qué necesita dinero. Él responde con alimentos. Pero en realidad es para mantener viva la relación con Louise. Ambos se relacionan a través del dinero, en la medida en que Simon intenta comprar su amor (en una de las escenas más tristes de la película compra, literalmente, un abrazo) y Louise compra entretenimiento para la saga de novios que trae a casa. Si bien por gran parte de la cinta no hay nada parecido a una trama narrativa, la película mantiene cierto velo de misterio entorno a los personajes y sus vidas. ¿Qué ha pasado con los padres? ¿Cómo se ha generado esta relación enferma? ¿De dónde sale la dejadez de Louise, y por qué Simon se hace cargo de ella? Hay un brutal giro a mediados de la historia que llega en el momento exacto para renovar nuestro interés, responder algunas preguntas y abrir otras tantas. La hermana es un film callado e introspectivo, y dentro de ese silencio e introspección se toma su tiempo para retratar a sus dos personajes, hilvanar inquietudes entorno a la identidad de su relación y finalmente resolverlas. A veces linda con el aburrimiento, producto no de su tono o ritmo sino porque ya aparenta haberlo dicho todo, y hasta que se confirme lo contrario la cinta es un poco reiterativa. Tiene, además, tres o cuatro finales falsos, lo cual aletarga la película más de la cuenta. El verdadero final (lo identificarán porque es el más poético y armado de todos) es tan obvio a esa altura que se preguntarán por qué no terminó antes. Pero mientras dura, la película vale su peso como estudio de la relación fraternal entre sus personajes.
Ladrón de esquís. Además de ganar el Oso de Plata en el Festival de Berlín, el segundo largometraje de Ursula Meier fue casi nominado al Oscar, ya que estuvo entre los nueve finalistas para formar parte de los cinco competidores por el premio al mejor filme extranjero otorgado por la Academia de Hollywood. Es que la cineasta suiza ha construido otro film de notable calidad dramática, similar a su ópera prima Home, donde abordaba una crisis familiar a partir de un agente externo amenazante. Ahora nuevamente analiza los vínculos consanguíneos aunque esta vez el peligro es interno. El eje del relato es una familia diezmada que se reduce a Louise (Léa Seydoux), la hermana mayor, y el hermano preadolescente Simon (Kacey Mottet Klein). El vínculo es por demás disfuncional: ella se encuentra perdida y confundida, vagando sin rumbo fijo, por lo que continuamente se expone a situaciones que la degradan. Simon, por su parte, arrastra la responsabilidad de solventar los gastos del hogar...
Dirigida por Ursula Meier (Home, Des épaules solides) y ganadora del Oso de Plata en Festival de Berlín en el 2012, La hermana (L’enfant d’en haut) es un drama sobre la marginalidad de dos hermanos en un pueblo turístico de Suiza. Los hermanos Simon (Kacey Mottet Klein) es un niño de 12 años que todos los días sube a un lujoso centro de sky para robar todo lo que encuentra: equipos, guantes, anteojos, ropa, comida. Roba la mercadería para venderla a los chicos de su edad y amigos del barrio, y así tener dinero para comprar comida, papel higiénico, a fin de cuentas, para subsistir. Vive con su hermana mayor, Louise (Léa Seydoux), de unos 20 años, que parece no poder ocuparse de su propia vida, y menos aún de su hermano menor. No sabemos nada de los padres. Simon, a pesar de ser el menor, es el responsable de la casa, se encarga de conseguir la comida, realiza los quehaceres domésticos, le presta dinero a Louise. Ella entra y sale de la casa como si estuviera de paso, va de trabajo en trabajo, y se vuelve cada vez más dependiente de su pequeño hermano. Simon emprende robos cada vez más ambiciosos y en un momento, un empleado del restaurante del centro de sky descubre a Simon robando, pero se suma al negocio de vender equipos de sky robados, a la vez que se preocupa por la triste situación de Simon. A su vez, comienza a relacionarse (a través de las mentiras) con una turista que está de paseo con sus hijos, interpretada por la cada vez más linda Gillian Anderson. Enternece verlo a Simon buscando algún referente en estos personajes, necesita el cariño y cuidado que no encuentra por parte de su hermana mayor. En un momento se revela un dato que altera la relación de los hermanos y descoloca al espectador, haciendo que nos replanteemos algunos temas. Los detalles La historia es simple, no es un film ambicioso y cumple a la perfección lo que se propone contar. Sin caer en golpes bajos, nos deja entrever la situación dolorosa en que están inmersos Simon y Louise y lo difícil que les resulta salir adelante y escapar de la marginalidad. La fotografía es muy atractiva, pero no se excede mostrando la belleza del paisaje suizo, la película se desarrolla más que nada en la torre donde ellos viven y los rincones del centro de sky donde se mueve Simon. Los planos largos permiten contemplar los detalles de la relación de Louise y Simon. Kacey Mottet Klein y Léa Seydoux hacen un trabajo espectacular, y los actores de reparto también están a la altura de las circunstancias. El film cuenta con poca musicalización, decisión muy acertada para acentuar el clima intimista. Conclusión La hermana es una propuesta interesante e intimista, que nos lleva a contemplar la vida de estos dos hermanos, casi como si estuviéramos espiándolos. Lo más atractivo del film se encuentra en los detalles, en instantes y miradas que pueden cambiar todo. La película no aburre, pero es para un público que no espera grandes sucesos o un gran final.
La marginalidad con ojos de entomóloga No hay peces en las pistas de esquí de Verbier, allá en los Alpes Suizos. Pero igualmente el más grande se come al chico, y el que se descuida queda bien limpio, listo para el horno. La historia nos muestra el modus operandi y los aguantes de un raterito de apenas 12 años, que se agenció un pase por toda la temporada y, mezclado entre los turistas, fisgonea por guardarropas y aprovecha cualquier descuido. Según él, a esos paseantes perder una campera "no les importa, van y se compran otra". Es difícil encontrar algo bueno en ese chico, salvo su habilidad para la venta de objetos robados. Sin embargo, a medida que lo conocemos le vamos teniendo lástima. Los mayores se aprovechan de él, empezando por la hermana, sucia, buscona, malhumorada y haragana. El se descarga con los más chicos. Y cuando trata de acercarse al cariño de una familia de veras, lo hace con malas artes. No conoce otra forma. Tampoco parece muy elogiable el comportamiento medio promiscuo que tiene con la hermana. Hay algo raro entre ellos, que un día tiene que saltar. Y salta, pero queda por verse si eso significa alguna mejora. Ursula Meier cuenta todo esto como quien describe a un insecto, o un par de lacras dignas de consideración. Sólo de vez en cuando unos acordes nos hacen saber que ella también se apiada de la criatura. Por el relato tenso y el conocimiento de seres marginales en medio de la sociedad bien alimentada, suele asociarse el cine de Meier con el de los hermanos Dardenne. Pueden enumerarse algunas otras coincidencias, pero este chico no tiene el esfuerzo agónico ni la redención que conceden a sus criaturas los hermanos belgas. Y la cámara, por suerte, no se mueve tanto (un punto a favor de la realizadora franco-suiza que en estos días nos visita).
Home, la primera película de Ursula Meier, estaba organizada por la horizontalidad y las líneas de fuga; La hermana retoma la idea pero en sentido vertical. La directora emprende una exploración física, atmosférica y cruel del contraste entre los de abajo y los de arriba. Arriba está una estación de esquí top y abajo un barrio gris. La oposición espacial es también social: Simon, un niño de abajo, sube diariamente para robar, con una abnegación meticulosa, los esquíes, anteojos, guantes y otras prendas de vestir de los afortunados, para vendérselas luego a los de abajo. Dos mundos. El cielo baja, la nieve se vuelve barro y la montaña proyecta sus sombras. Una zona de fábricas abandonadas, playas de estacionamientos y viviendas feas y tristes. Simon vive en uno de esos departamentos con su hermana mayor Louise, una joven salvaje e infeliz que confía en el pequeño para sobrevivir. La familia de Simón parece no existir y el carácter extraño del vínculo con su hermana, la proximidad ambigua de sus cuerpos, hace prever una revelación que se produce en la mitad de la película y que se justifica sólo para reactivar el guión. Todo lo que debería surgir progresivamente parece forzado, la dimensión angustiante por la falta de espacio se genera filmando de cerca, sobre el cuerpo del niño, conteniéndolo en espacios exiguos. Del mismo modo, la tensión entre el interior y el exterior no se vive de una manera dinámica: los sonidos de la autopista se introducen en la burbuja del departamento, último refugio frente a un mundo exterior amenazante. La directora revela demasiado su juego y dirige el relato con pereza hacia un cine conformista que busca el reconocimiento social por sobre el cinematográfico.
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De la directora de Home llega una película dardenniana acerca de un chico que roba esquíes, guantes, gorros y anteojos de un lujoso resort y luego los revende a conocidos. Prácticamente a cargo de su hermana mayor (Léa Seydoux), que no parece hacer mucho más que salir con tipos (no queda claro si se prostituye o no), el enérgico y muy pícaro niño se va enredando cada vez más en “el negocio” mientras la situación familiar también continúa complicándose. Pequeña pero intensa, muy bien hecha y actuada, esta segunda película de Meier sólo peca de cierto psicologismo de salón a la hora de resolver el conflicto entre estos hermanos. La verdad de esa relación, de cualquier manera, es un elemento de intriga extra, y que deja un final más que abierto e inquietante. Multipremiada en la Berlinale, resulta otro muy buen paso de esta talentosa directora franco-suiza.
Una temporada en el invierno Drama, de Ursula Meier, sobre un chico de 12 años que roba en un centro de esquí. El protagonista de La hermana es un chico de 12 años al que acá llamaríamos ratero, aunque su fenotipo no encaje con nuestros prejuicios. Simón es rubio, europeo, usa buena ropa para nieve, sabe mimetizarse con niños de clase alta, moverse con soltura en un exclusivo centro de deportes invernales. Ahí roba anteojos de sol, guantes térmicos, cascos y esquíes, para revenderlos abajo. Vive al pie de una majestuosa montaña, en una especie de monoblock casi de película rumana. Solo. O casi siempre solo: porque su hermana , una mujer joven, aparece de vez en cuando, en malas condiciones generales, para pedirle ayuda. La realizadora franco-suiza Ursula Meier (Home) trabaja la película en dos líneas, ambas en sentido vertical. Por un lado, la montaña/pirámide social, con seres ricos deslizándose por las cumbres y marginales sobreviviendo como pueden en la base, funicular de por medio. Por otro, el vínculo entre un chico que debe comportarse como padre de su hermana -con el dinero como elemento central-, aunque también lo hará, a veces, como hijo. Intercambios de funciones en el árbol genealógico. La película guarda algunos secretos al respecto. No los revelaremos. El párrafo anterior podría dar la idea de que La hermana es esquemática. Pero no: Meier jamás subestima al espectador. Tampoco se vuelve innecesariamente compleja, ni apela al prestigio del tedio. Es delicada, elíptica, talentosa para construir personajes ambiguos y para darle fuerza dramática al paisaje, el mapa anímico de los protagonistas. Las actuaciones son notables. Kacey Mottet Klein (el niño de Home) jamás condesciende a provocar lástima en el papel de Simon: parece hiperadaptado al lugar que le tocó en el mundo. Su desamparo, en todo caso, se sentirá en las reacciones de los demás hacia él: las de los esquiadores burgueses y las de los trabajadores que viven de la temporada. Su hermana, interpretada por Léa Seydoux (Medianoche en París), sufre otras humillaciones, que sólo percibimos en sus consecuencias, porque transcurren fuera de campo. Otra vez los hiatos, en los que el espectadores irá construyendo la historia. Es cierto que La hermana tiene un espíritu en común con el de los hermanos Dardenne (agreguemos que la directora estudió cine en Bélgica) y también con el del suizo Alain Tanner, del que fue asistente en dos realizaciones. Pero Meier, premiada por esta película con un Oso de Plata en el Festival de Berlín, tiene su estilo: un modo de trabajar sobre el vacío de personajes atrapados en familias disfuncionales, al borde de la locura, en un entorno que se vuelve hostil hasta la asfixia, sin que ocurran hechos extraordinarios. Un modo de captar el malestar, por debajo de la opulencia y la (supuesta) racionalidad europeas.
Hace cuatro años se estrenó en los cines argentinos Home , notable ópera prima de la directora franco-suiza Ursula Meier con Isabelle Huppert y Olivier Gourmet al frente de una familia que sufría una progresiva degradación (desintegración) en una casa ubicada a la vera de una autopista. No había que ser demasiado perspicaz para notar que estábamos ante una cineasta de gran talento y sensibilidad. De todas maneras, la constatación de que Meier es una realizadora singular llega con La hermana , su segundo largometraje, que le valió varios premios en la Competencia Oficial del Festival de Berlín, entre muchos otros reconocimientos. El film -que remite al cine de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne y, por qué no, al clásico Los 400 golpes , de François Truffaut- narra las desventuras de Simon (descomunal trabajo de Kacey Mottet Klein), un niño de 12 años que vive con su atractiva hermana mayor, Louise (Léa Seydoux), quien parece bastante más interesada en sus conquistas amorosas (Meier da a entender, pero no aclara, que podría prostituirse de vez en cuando) que en cuidarlo. En un momento de la vida con fuertes cambios (el paso de la infancia a la preadolescencia, el despertar sexual), el descontenido y pícaro Simon se convierte en el hombre "proveedor" a partir de pequeños robos en un lujoso resort para esquiadores en la frontera entre Suiza y Francia. En efecto, los esquíes, gorros, guantes, lentes y otros accesorios que él hurta en los multitudinarios refugios del centro vacacional son luego revendidos para generar así ingresos que le permitan sobrevivir. De todas maneras, el film no pretende ser un thriller sobre los excesos de un delincuente juvenil (hay igual varios momentos de logrado suspenso y tensión psicológica) sino una mirada agridulce, tragicómica, minimalista e intensa a la vez, sobre personajes que no suelen habitar la pantalla (al menos no en primerísimo plano como aquí). No estamos ante marginales peligrosos, tampoco ante muchachos encantadores, pero Meier logra sin caer jamás en la demagogia ni en las manipulaciones emocionales que nos consustanciemos con el devenir y la suerte de Simon y de Louise. Más allá de la apuntada sensibilidad del cine de Meier, también hay que destacar su ojo para elegir actores y para descansar en el aporte visual de esa extraordinaria directora de fotografía que es Agnès Godard, que aquí hace maravillas con las locaciones naturales de los Alpes, no como mero relleno propio de un video de promoción turística sino como un personaje más (y esencial) de la trama.
El pibe que robaba en las alturas El film justifica largamente el Oso de Plata a la Mejor Dirección obtenido en la Berlinale de 2012. En una historia que muestra y retacea sabiamente su información, se lucen Kacey Mottet Klein como un impasible ratero y la bella Léa Seydoux como la hermana del título. El chico se saca el casco y el equipo de esquí y va recorriendo de a uno los bolsos colgados en un perchero, abriéndolos con tranquilidad y sacando todo lo que encuentra: sandwiches, pequeños accesorios, cosas de poco valor. La imagen es rara y natural a la vez. Rara, porque es raro que un patinador de nieve sea un raterito (se supone que sólo la gente de plata puede acceder a un centro invernal de esquí). Natural, por el modo en que se lo pone en escena, sin el menor énfasis o sobresalto: es una cámara acrítica la que filma al chico. Acrítico es el modo de enunciación que La hermana –Oso de Plata a la Mejor Dirección en la Berlinale 2012– lleva a cabo. No se emite juicio alguno sobre la conducta de su protagonista y si hay una crítica velada no es tanto sobre él como sobre un segundo personaje, de actitud más cuestionable. Aunque también a ella puede vérsela, como al chico, como víctima de las circunstancias. Producto de las circunstancias, mejor dicho: víctima es una palabra demasiado dramática para una película que toma las cosas como se presentan. Simon (el debutante Kacey Mottet Klein, perfectamente impasible) es algo así como un pibe chorro de lo más alto del primer mundo. Tal vez por eso el título original sea L’enfant d’en haut, “el chico de arriba”. En verdad, la actividad del protagonista no importa tanto en sí misma como por la situación que la produce. Como en Home, su ópera prima en la ficción (2008, aquélla en la que a Isabelle Huppert y familia les inauguraban una autopista que pasaba al lado de su solitaria casa), el opus 2 de Ursula Meier, nacida en la frontera franco-suiza, hace foco sobre la familia. Sobre una familia sujeta a distorsión, en Home más visiblemente producto de las circunstancias que aquí. Durante un buen rato a Simon se lo ve solo: reparte con algunos otros chicos parte del botín, pasa de los sandwichitos a las tablas de esquí, le consigue primero una a un vecino y después empieza a “producir” en serie, haciendo excursiones periódicas al centro de esquí, llenando su departamentito de tablas y comerciando con trabajadores temporarios de la zona. Más de una escena lo muestra buscando refugio en baños estrechos, en depósitos cerrados y oscuros, haciendo pensar en él como una suerte de pequeño roedor. Una ratita, más que un ratero. El pibe es vivo, despierto, no siente ninguna culpa y es rápido para los negocios. ¿Dónde están los padres?, se pregunta uno. “¿Dónde están tus padres?”, le pregunta uno, un camarero escocés que trabaja en el restaurante de un hotel y que se ha convertido en su contacto. “Están muertos”, contesta Simon, sin alterar su impasibilidad. El camarero no sospecha, uno un poco sí. La que sí aparece es su hermana Louise, un bombón que anda por la nieve en mini y plataformas, subiendo y bajando de autos de desconocidos (la ascendente Léa Seydoux, a la que pudo verse en Bastardos sin gloria y la última Misión: Imposible). Simon ama a Louise, la cuida, le da de comer de lo que roba, roba ropa para ella. Viven juntos en un departamento en el que Simon hace casi de hermano mayor, por más que Louise le lleve sus buenos diez o quince años. El tema de la ausencia del padre, de la madre, de los padres, va a hacer intrusión de modo brusco, inesperado y, aunque simbólico, profundamente perturbador. Las paternidades no asumidas, la responsabilidad ante los demás, la victimización o explotación infantil, la mercantilización de las relaciones humanas son temas que aparecen regularmente en el cine de los hermanos Dardenne. Aunque sin esa cámara en mano que en algún momento fue prototípica, la puesta en escena de Meier se parece también –por lo crudo y directo, por las elipsis justísimas, por el retaceo de información como herramienta de trabajo para el espectador– a la de sus vecinos belgas. Como los niños de La promesa o El chico de la bicicleta, Simon es un marginado, un olvidado al que las circunstancias forzaron a convertirse en veterano de la sobrevivencia, en adulto antes de tiempo. Que lo haga en ese destino del alto turismo internacional que son las pistas suizas de esquí, que se vista de esquiador como puro disfraz para mimetizarse –aunque no sólo no esquíe sino que ni siquiera sepa hacerlo– son formas de reforzar su condición de solitario, de “raro”, de desplazado familiar y social. Pero Simon no reclama ni pide piedad y la película tampoco.
Familia disfuncional Simón (Kacey Mottet Klein) y Loise (Léa Seidoux) son dos hermanos que viven en un barrio humilde, cercano a un exclusivo centro de ski. Simón es el menor, tiene 12 años y mantiene el hogar robando a los turistas objetos que luego revende, con una habilidad que asombra en un chico de su edad. A su hermana mayor (veinteañera) no le gusta trabajar y no dura demasiado en ninguno empleo, así que ambos deben vivir de las “habilidades” de Simón. Tampoco se hace cargo de la casa ni de su hermano; a Loise sólo le gusta salir y emborracharse. A pesar de que Simón sabe defenderse en un mundo complicado y puede hacer dinero con lo que tiene a mano -cualidad que lo hace parecer más maduro que su hermana-, como todo niño, necesita afecto. Y lo consigue comprándoselo -literalmente- a Loise. Ambos se han acostumbrado al canje: uno consigue dinero y el otro lo intercambia por afecto, lo único que Simón no logra conseguir robando. Esta relación tan particular entre ellos está retratada de forma intimista, cercana. No se nos cuenta qué pasó, por qué están tan solos, pero se nos presenta esa realidad –dura e injusta- que ellos han construido, de forma natural y sin golpes bajos. Dos hermanos que ante circunstancias poco comunes han encontrado la manera de sobrevivir, aunque parezca que uno se está abusando del otro. Mientras la película muestra de modo detallado, realista y crudo la supervivencia de ambos hermanos, una verdad se revela, y cambia por completo la percepción hacia ambos personajes. La película retrata una relación donde los roles están cambiados, con una excelente actuación Kacey Mottet Klein, quien interpreta a un niño con una vida difícil, que terminó protegiendo a quien debía protegerlo. Después de todo ambos han perdido la infancia, y son víctimas de una situación que no los dejará vivir una vida normal. La película tiene un guión simple, nada pretencioso, pero muy sólido, aunque por momentos la forma despojada y lenta en que está narrada la historia puede tornarse un poco aburrida. Sin embargo, el resultado es una historia es realmente interesante, con personajes y relaciones complejas, pero creíbles.
Ursula Meyer es una talentosa directora francesa que, en la linea de los hermanos Dardene, realiza un film que conmueve al espectador, sin golpes bajos, contando el desamparo y develando secretos de dos seres marginales: un pequeño ladrón en un lujoso pueblo visitado por turistas dispuestos a los deportes invernales, y el chico sobreviviendo y ayudando al único ser que tiene en este mundo, que solo le brinda migajas de atencion.
Durísima muestra de las miserias humanas enfocada desde la explotación infantil Simon (Kacey Mottet Klein) y Louise (Léa Seydoux), jóvenes muy jóvenes, viven solos en un cuarto común en un parador turístico, más él que ella. Estamos en plena temporada de ski, plagada de visitantes ávidos de pasarla bien. Simón es un chico de doce años abriéndose paso ante la total ausencia de los adultos. De hecho el mundo parece un árbol del cual “extraer frutos” según la necesidad. Como si fuera lo más natural de la vida, roba comida de los bolsos de otros chicos, esquís, equipamiento, etc., y con el dinero obtenido hace vida de hombre grande. Vive y sobrevive en un microcosmos que se presenta, como mínimo, indiferente a su condición. Sin modelos a seguir ni parámetros a los cuales referirse, Simon tiene su propia capacidad para decodificar los defectos de la sociedad y convertirlo en el elemento del cual sacar ventajas. Louise es el único vínculo que tiene, y no funciona como referente sino como la conexión más cercana a los sentimientos. Ella aparece y desaparece de su vida, según pinta la ocasión de irse con algún novio golpeador o, peor aún, alguien ignorante de la verdad. La relación de ambos, intermitente y llena negociaciones, tiene una razón de ser: funcionar para él como un oasis en un mundo teñido por la adversidad y para ella como una vía de obtención de dinero fácil para escaparse. Son como los caminos que hacen los teleféricos: se deslizan por un tendido de cables que tienen postas efímeras para sostener su estabilidad. “La hermana” traza todo éste contexto, estableciéndolo como una gran extensión preparatoria para el giro gigante de la trama. Cuando esto ocurre, pasarán varios minutos de estupor en la mente del espectador. En ese preciso momento es donde la directora logra lo mejor de su obra. Un cambio automático en la mirada de las cosas. Un proceso que ocurre sin filtros y velozmente para pasar de la compasión al juzgamiento. Caen las fichas, se atan cabos, todo lo ocurrido hasta allí cambiará de sentido, significado e importancia para convertir a esta realización en una durísima muestra de las miserias humanas focalizando el eje en la explotación infantil, el abandono, y la natural crueldad del ser humano. Podríamos agregar una incipiente pérdida de la escala de valores, pero esto último desvía su dirección al mostrar que si no hay valores mucho menos puede haber una escala. Al no cambiar nunca el punto de vista los guionistas Antoine Jaccoud, Ursula Meier y Gilles Taurand, hacen que la ausencia de Louise sea tan importante como su presencia, aún cuando en ambos casos se evidencian dos polos de la narración en los cuales Marcus no puede (o no sabe) discernir el malo del peor. El niño le pregunta a Louise si puede dormir con ella, y hasta ofrece dinero a cambio. “No me alcanza con ser hermano” dirá. La realizadora plantea una vida. Todo lo demás, girando alrededor, forma parte de un manojo de actitudes funcionales al mensaje. En este aspecto, la obra es casi un ensayo sobre antropología. Ursula Meier elige un camino difícil para plasmar el texto cinematográfico. Lo hace mostrando varias aristas y asumiendo muchísimos riesgos. El principal es el de maltratar a sus personajes, dejarlos a merced propia sin lugar para redimirlos, lo cual no significa una falta de piedad, sino más bien una firme convicción de que si las cosas pueden cambiar en este mundo depende exclusivamente del proceso interno. Así de fría es la mirada. Por eso la nieve, para algunos divertida, para otros, fría. Si la carencia de afectos mostrada en un extremo casi inverosímil es el motor de las acciones, tiene su razón de ser para establecer el punto. Lea Seydoux y Kasey Mottet Klein (notable trabajo de la coach Jeanne Rektorik) hacen un trabajo sobresaliente. Sin ellos, no sería la misma película. Difícil ver una obra cinematográfica en la cual el vínculo no está dado sólo por estados emocionales enaltecidos por el montaje, sino por un profundo trabajo previo. “La hermana”, como película no pretende sermonear ni dar lecciones de moral, porque de hecho eso lo hará cada espectador con lo que recibe desde la pantalla pero, sobre todo, con lo que lleve de sí mismo al intentar una vía de escape frente a una situación que no da respiro. Tal vez porque es el ser humano el único capaz de revertir su comportamiento y orientarlo de manera diferente. Habrá que esperar a los últimos 10 segundos para entender la propuesta de Ursula Meier. La esperanza es tan real y tangible como la nieve o la montaña. Lo dicho, no estamos frente a una lección de vida. Simplemente ante una excelente película.
Intensa crónica del desamor Una estación de esquí en los Alpes Suizos, lujosa, elegante, con sofisticados equipos y familias en tren de diversión. La mejor gastronomía y en el medio, Simon (Kacey Mottet Klein), enjuto, rubio, desvaído, aún niño. Trabaja sin descanso. Seleccionando gorros, antiparras, los mejores buzos. Una hormiga eficiente y puntillosa para apropiarse de lo ajeno. Quién puede pensar que en ese lugar para pocos, alguien como Simon, pueda robar. Y es él, el que vive allá, debajo de la estación de esquí, confundido en una torre descascarada de ese barrio tan desvaído como él. Simón tiene sus clientes, los inmigrantes que cocinan, o atienden las mesas para los esquiadores, limpiando la estación, que casi siempre compran para revender. Y esos chicos no tan elegantes que buscan parecerse en algo a los señores del esquí. SABER DISIMULAR Siempre solo, Simon a veces tiene compañía. Louise (Léa Seydoux), la hermana mayor. Bien acompañada siempre, pero invariablemente necesitada de dinero, sin mostrar demasiado un ojo amoratado. o una lastimadura en su linda cara. Y ésa es toda la vida de Simon, el que se cambia de nombre para la señora americana que esquía con sus adorables hijos. Pero Simon esconde un secreto, ése que no podrá ocultar y estalla ante uno de los tantos "amigos" de su hermana. Crónica de la soledad y la desesperanza. Del niño que compra amor y abastece una frágil mentira que oculta la incomprensión. Esta directora suiza, Ursula Meier, recuerda al mejor Rober Bresson y se toca con los hermanos Dardenne, en la presentación de sus antihéroes eternamente pobres. Con un guión denso y austero y conciso diálogo muestra una joya interpretativa de doce años, Kacey Mottet Klein (Simon) y una singular Léa Seydoux (Louise), que parece salida de una novela negra de Jean Genet, o las huestes de Emile Zola. Ursula Meier cuenta de manera impiadosa, casi con la frialdad de la nieve que cae en la estación de esquí y puede llegar a estremecer.
Los hermanos sean unidos La hermana es una historia que no sólo cuenta la relación entre dos personas unidas por la misma sangre, sino que además se focaliza en las diferencias sociales y de clase. Por un lado, vemos a los turistas adinerados que van a pasar sus días de descanso a las montañas suizas y por el otro, quienes viven (o mejor dicho, sobreviven) cotidianamente en este sitio. La montaña, con su cima y su descenso, metaforiza una parte de la población que mira el mundo desde arriba (los acaudalados) y por debajo, quienes están al ras de la tierra mirando hacia lo alto aquello que nunca van a poder alcanzar. Es por eso que Simón, un chico de doce años con una desesperanza casi natural, decide simplemente sacarle a aquellos que sí tienen, sus intrascendentes objetos (esquíes, anteojos de sol, guantes, etc.) para quedárselos y revenderlos. Por otro lado, su hermana Louise, desempleada crónica, no hace mucho más que fumar, tomar alcohol y desaparecer por varios días con algún hombre de turno. Con una atmósfera que nos recuerda al cine de los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, ese cine de personajes marginados, La hermana es una historia de dos seres solitarios y profundamente escépticos. Sin una mirada hacia el futuro (si es que existe un futuro para ellos) nosotros observamos el trascurrir de sus días y la reiteración cíclica de las desventuras por las que atraviesan. Una cámara lejana los mira, los planos son fijos y distantes y nos dan la sensación que aquellos espacios amplios y blancos, cubiertos de nieve, son demasiado enormes para estos dos seres que parecen hormigas dentro de tanta inmensidad. La música del gran John Parish (famoso guitarrista de la inigualable PJ Harvey) acompaña con unos pocos y simples acordes de guitarra la monotonía del transcurrir de los personajes. El paisaje comienza siendo frío, como la relación que los une, pero con la llegada de las estaciones más cálidas, esta relación comienza por lo menos, a dejar de ser un témpano. La historia da un giro interesante en un determinado momento que, si bien impacta, nos hace darnos cuenta que aquello que se nos revela es solamente un detalle y que la crudeza de lo que estamos presenciando pasa por otro lado. Se percibe un mundo de mentiras, pero esas mentiras que se necesitan tanto como el oxígeno para poder respirar, esas falsedades que deforman la realidad porque sino esta se nos volvería demasiado insoportable. Subir a la montaña, robar, bajar, caminar, cargar sus “nuevas pertenencias” y luego venderlas es la rutina de Simón, un chico varado en el medio la nada, sin ningún anclaje que le permita sostenerse. Entonces se sostiene solo, como puede, dónde puede, y sabiendo que si hay algo que no se puede usurpar, ni comprar, ni exigir, es el afecto. No hay transferencia ni negocio posible cuando las cosas, simplemente, no se sienten.
La suiza Ursula Meier se perfila, luego de “L’enfant d’en haut”, como una de las promisorias figuras de la vanguardia europea de cineastas independientes, incisivos y nada dóciles para el sistema. Cuentan que Mike Leigh (el gran director británico) quedó impresionado tanto con su trabajo, que convenció al resto del jurado de Berlín 2012 de crear un premio especial para ella, el “Oso de Plata Especial” con la que reconoció su labor en “La hermana”. Meier en este segundo largo (el anterior “Home” era sobre una familia que vivía al costado de una autopista) repite varias de las ideas con las que organiza la dinámica de sus universos: personajes fuertes, abandonados a su suerte y lastimados por la crueldad del mundo que los rodea. Está en juego siempre la adaptación como supervivencia y el desarrollo de una resilencia disfuncional, que termina siempre por golpear al espectador hasta ganarlo para su lado.“L’enfant…” arranca con Simon (Kacey Mottet Klein), un niño de 12 años que vive en las cercanías de un gran y lujoso centro de esquí junto a su hermana Louise (Lea Seydoux). Son marginales y viven solos y han desarrollado la capacidad de robar a los turistas ricos para poder sobrevivir. En realidad, Simon hace eso. Louise, una adolescente rebelde e inestable, se dedica a su vida amorosa y disfrutar de los beneficios que le trae el dinero que genera su hermano menor. Ellos viven cerca del telesférico que asciende a la villa superior, marcando curiosamente que ese medio es el que debe usarse para “acercar” ámbos mundos. Nuestro joven protagonista es muy hábil en lo que hace, pero nunca hay que perder de vista que es sólo un niño… Y está solo. Simon aprendió a sobrevivir a base de mentiras, engaños y negociados. Sólo conoce eso. Louise, en cambio, siempre está a la deriva, tanto… que su pequeño hermano muchas veces tiene que cuidarla. Meier nos habla de la niñez perdida, del dolor de estar solo y tener que hacer aquello que no está bien hacer para sobrevivir. De un estado rico, como el suizo, al que se le escapa que el protagonista tiene 12 años y no va a la escuela. Y de una rutina en el exclusivo centro en la montaña, en la que sólo importa el trabajo y donde la división de las clases sociales es fuerte y lacerante para la visión (fíjense el destino de los trabajadores en relación con los visitantes). Simon inventa una familia, un perfil, para poder ser alguien entre los turistas de la clase acomodada. Quiere ser parte de ese mundo, porque la realidad de su derruído hogar al pie de la montaña es demasiado para su pobre psiquis. Pero la sostiene, porque allí tiene a su único lazo filial en pie, su hermana. Aunque el costo, como siempre, terminará siendo más alto de lo esperado… En definitiva, “ L’enfant…” es película muy bien fotografiada y actuada. Lo que si hay que reconocer es que busca instalarse rápidamente dentro del cine social de denuncia y quizás eso le quite sorpresa. También es justo decir que su guión no descolla, pero es tanta la calidad de sus intérpretes que compensa algunos desniveles narrativos con facilidad. Si lo tuyo es el cine europeo, seguramente es una buena oportunidad conocer a Meier y reafirmar con esta visión, sus grandes condiciones como cineasta.
Vivir en un mundo aparte Simon tiene doce años y Louise, su hermana, veintitantos. Simon y Louise son familia, su única familia, en un mundo que los ignora y al cual se han adaptado para sobrevivir, aunque de manera precaria. “La hermana” (L’enfant d’en haut) es el segundo largometraje de la talentosa directora suiza Ursula Meier (Home, de 2008, es el primero) y su estilo se emparenta mucho con el de los belgas hermanos Dardenne, por la temática, los personajes y el modo de narrar. Simon y Louise viven en un edificio de apartamentos modesto ubicado al pie de una montaña, en los Alpes Suizos, adonde en época invernal acuden muchos turistas que aprovechan la nieve para practicar esquí. La parte baja se comunica con la cima mediante un sistema de teleféricos, que sólo funciona en temporada alta, al igual que el bar y restaurante ubicado arriba, que ofrece todo tipo de servicios para los visitantes, gente de importante nivel adquisitivo que viene de distintos lugares del mundo. Simon se mueve en ese ambiente como pez en el agua, camuflado con ropas caras parece uno más y no llama la atención. Sin embargo, Simon no está de turista, el chico es un ladronzuelo oportunista. Mientras los paseantes están entretenidos con sus excursiones, el muchachito les roba todo lo que puede: esquíes, gafas, guantes, cascos, comida, dinero, ropa. Artículos que luego vende abajo, entre la gente del pueblo y los trabajadores golondrina que aparecen con la temporada invernal y desaparecen cuando los turistas se van. Louise se comporta como una adolescente descarriada. Sale todo el tiempo en compañía de hombres que no parecen tratarla muy bien. Nunca trae dinero a la casa, no consigue trabajo, bebe mucho y depende material y emocionalmente de su hermanito. En la casa, están invertidos los roles. Simon no solamente es el sostén económico sino que también se encarga de las tareas domésticas, como conseguir comida y lavar la ropa. La relación entre ellos es afectuosa y conflictiva, y a mitad de la película se sabrá que hay entre ellos un doloroso secreto. En la montaña, la cámara se acerca mucho al niño, quien en primer plano despliega sus habilidades al momento de robar y de interactuar con sus “víctimas”. Se comporta como uno de “ellos”, con solvencia, relajado. Y luego, con sus “clientes”, se muestra como un experto comerciante. En la cima, los planos son cerrados, centrados en la figura del niño, y en la llanura, la perspectiva se amplía, mostrando el paisaje, que aparece gris y melancólico. En ese lugar, Simon y Louise se sostienen uno al otro en una relación completamente disfuncional, sin educación ni referentes adultos que los contengan. Así como se quieren y se necesitan, se sabotean permanentemente, porque es evidente que no tienen ni idea de cómo manejar sus emociones ni saben qué otra cosa hacer en la vida. Simon y Louise viven en un mundo aparte, casi como animalitos abandonados a la buena de Dios. El relato de Meier, si bien es descarnado y sin concesiones, no llega a los extremos de volverse insoportable, manteniéndose en un delicado equilibrio, evitando los golpes bajos y como dando a entender que en algún momento los hermanos lograrán encajar como sea en el sistema que los rodea y que a pesar de todos los inconvenientes, sobrevivirán. Tampoco hace hincapié en los dilemas morales que los afectan. Meier se concentra en la fuerza de la energía vital en condiciones desfavorables y para ello cuenta con la excelente actuación del joven actor Kacey Mottet Klein, quien construye un personaje que expresa una gran complejidad de matices, consiguiendo una buena química con la actriz Léa Seydoux, a cargo del protagónico femenino.
A small boy looms large in Swiss drama Sister Twelve-year-old Simon (Kacey Mottet Klein) has obtained a season pass to a classy winter ski resort in the Alps. Everyday, he rides up the lifts to the top of the mountains and mingles with the rich and famous. However, he is not interested in skiing —not at all. Instead, he steals skis, poles, boots, gloves and sunglasses from the wealthy guests and sells them at a lower price to the less-fortunate workers and kids who, like him, live in the town below. This way, he can support himself and his twenty-something sister Louise (Léa Seydoux), an unfocused, somewhat selfish wanderer who seems not to care too much for their well-being. Most of the time, she happens to be too busy flitting from job to job and from lover to lover — with little, if any, success. So it’s entirely up to Simon to keep them afloat, and he’s a quick learner. Even at age 12, he can cook and clean and knows ski equipment better than even expert skiers, even though he is no skier himself. He’s a businessman in a risky line of work. And a lonely kid in need of love. The many layers in the story of Louise and Simone are insightfully explored by Franco-Swiss filmmaker Ursula Meier (Home) in her arresting L'enfant d'en haut (Sister/La Hermana), which was featured at the Berlinale and it’s Switzerland’s submission for Best Foreign Film at this year’s Oscars. Simon does indeed live two lives at once: an imaginary life up in the Alps, where he pretends he’s a wealthy kid with loving parents, since the stolen ski gear makes him feel he belongs there; and his real life, down in the town at the foot of the mountain, where he is just another worker and a kid with no parents and a distant sister. As Meier told the Herald in an interview, having an imaginary life makes it easier for Simon to survive his real one. He’s not absolutely alone since he has Louise, but whereas he has grown more responsible and composed, she’s actually a burden as she relies on him for almost everything. She can’t (or won’t) even hold a job. Indeed, they’re both pretty much alone. L'enfant d'en haut does not only observe its two characters individually (there are, for instance, separate subplots involving them), but, above all, it focuses its sensitive gaze on their relationship of co-dependence, which has more sides that remain kept in secrecy. However, an hour into the film an unexpected revelation changes the way you see them and what they mean to each other. But it doesn’t change the course of the main story. It’s just that now you see fundamental layers that turn the whole thing into something far more complex. In most films, unexpected and abrupt twists that redefine the scenario are nothing but unsubstantial narrative gimmicks used to fill in the lack of good ideas. But here you have the exact opposite case. It makes sense that you learn what you learn when you learn it. It couldn’t have happened before. And it doesn’t feel forced for a second. In formal terms, L'enfant d'en haut shares some traits with films Rosetta, The Son, or The Kid with the Bike, by the Dardenne brothers, meaning the camera almost stays always on the characters, the mise-en-scène is austere, there’s no use of incidental music, and a documentary-like feeling permeates it all. But whereas the Dardenne are equally focused on both the intimate drama and its social context, Meier places social realism in a second place and favours the fable. She’s after portraying the everyday life of Simon and Louise, and in so doing she reveals a universe of broken ties, unrequited love and emotional lesions. In the end, it’s all about their thoughts, moods, and feelings. L'enfant d'en haut is indeed a very heart-rending film, but there’s not a hint of facile sentimentalism. There’s sentiment aplenty, but conveyed with restraint, in a low key. There are no judgments on the characters’ actions either. It’s not about preaching. Instead, this is the kind of film that asks viewers to care for the characters without ever being condescending or moralizing. Yet it asks you to think about individual and collective morals. That’s precisely what makes it all the more fascinating. Such a character study had to have outstanding performers to embody nuanced characters that live in their own, personal worlds. Plus there are a handful of quite painful scenes. Take the one where Simon learns about his origins. Or when he’s hit by a skier whose ski gear he’d stolen. It’s deeply satisfying to see that both Kacey Mottet Klein and Léa Seydoux are simply superb, as natural as spontaneous as they come. They feel very real and immediate. You believe them. Though there’s a good deal of dialogue, there are also long stretches of silence. And it is during these silences when you feel most what an atmospheric film L'enfant d'en haut is. Needless to say, credit is due to cinematographer Agnes Godard (Beau Travail, The Dreamlife of Angels) who infuses the film with a moderate dose of melancholy and softness. At a time when most mainstream movies as well as large part of indie ones are predictable and one-dimensional, L'enfant d'en haut offers a cinematic experience rich in affections and affliction, an experience in which blood ties, love and the absence of love are indelible marks.
ANDANZAS DE UN RATERO El dinero es todo para Simón, un nene de 12 años, que vive en una casita modesta con su hermana mayor. Roba para tener plata. Y la necesita porque todo tiene que comprarlo: comida, amigos, pero sobre todo afecto y consideración. El dinero es su medio y su fin. Los dos viven en una casucha al pie de un centro de invierno en los Alpes suizos. Son huérfanos. No tienen planes. Ella callejea y él le roba a los turistas. Compró un pase en la montaña y se mete en los vestuarios. Un ayudante de cocina lo descubre, pero en lugar de reprenderlo, se suma al negocio. No hay salida para Simón ni para su hermana. Ella va y viene, rapiña como Simón un poco de afecto. Son dos desamparados que exponen sus carencias en un centro de lujo donde todo sobra. Historia desnuda, callada, austera, pero lánguida, previsible y aburridona. Es honesta pero impostada, sin vuelo, con una historia muy chica y personajes sin matices ni hondura. No está mal, pero no aporta nada nuevo. Es la crónica de dos seres que se aferran al dinero porque es lo único que los mantiene unidos. La escena final cierra la fábula moral. Fin de temporada: ella sube en el cable carril y Simón baja. Los dos van encerrados. No hay salidas ni la chance de un reencuentro para estos dos seres que viajan sin destino.
Ladrón de alturas En "La hermana", la directora Ursula Meier enfoca a un niño precoz que roba en un resort lujoso para mantener y proteger a su hermana mayor. En Home, su ópera prima, Ursula Meier rozaba lo surrealista en su captación de una familia aislada y presocial que se revolucionaba con la construcción de una autopista paralela al hogar. En La hermana, los lazos familiares y el recorte geográfico persisten, pero ahora el naturalismo cobra mayor fuerza, y de allí la comparación tentadora entre el filme y el cine de los hermanos Dardenne, con sus niños lúmpenes, huérfanos y solitarios. Aunque acá no hay un “momento moral” clave, sino más bien un constante ida y vuelta, el que emprende el niño Simon entre su modesto departamento en un edificio desolado y un lujoso resort global en las alturas, donde roba equipamiento de esquí para sobrevivir y mantener a su hermana mayor. Kacey Mottet Klein, intérprete de Simon, es clave en la cinta, con sus rasgos fisionómicos tiernos y pícaros y su mirada seriamente inteligente, óptimos para transmitir su adultez precoz y el talento para la mentira y la negociación. Louise (Léa Seydoux), la “hermana”, es todo lo contrario: en apariencia desafiante, delata vulnerabilidad y dependencia en el cortejo de novios erráticos. Tanto ella como Simon son seres solitarios, a la deriva, aunque esa inercia sea más la de una subida y bajada a lo Sísifo que una caída cuesta abajo (cuestión evidenciada en el plano final). El mérito de La hermana está en su rodeo de toda “crisis” europea y en su dedicación a filmar una historia con contados personajes. Y cuerpos: en sus mejores escenas, la directora franco-suiza deja incluso de lado las peripecias ilegales de Simon y sus contratiempos y se limita a exhibir a los protagonistas caminando, peleando, jugando. La superficie del suelo es también crucial (hay pisadas en barro, nieve, tierra, césped), al igual que la atmósfera espacial (el viento y el aire de la mañana, la tarde y la noche). Un moretón en la cara de Louise o la nariz sangrante de un Simon descubierto no generan patetismo en una película milimétricamente controlada en su tono abierto y distante, que sabe igualmente moderar sus (pocos) momentos festivos. Tímidamente física y segura en su desorientación, La hermana es elegante y fresca como las montañas nevadas que se atisban de fondo, aunque a veces el acento en lo cotidiano supere a la magia furtivamente robada.
Lazos de sangre En la frontera suizo-francesa dos hermanos, Simon de 12 años y Louise una veinteañera, viven cerca de una estación de esquí; allí va él a robarle equipos a los turistas para luego revenderlos. Así es como Simon se convierte en el sostén de ambos. Ursula Meier es algo así como la Wes Anderson (Los excéntricos Tenenbaum, Vida acuática), europea; es decir, una directora evidentemente anclada en las cuestiones familiares (disfuncionales). Así declaró Meier cómo surgió el argumento de La hermana: “surge de un recuerdo de mi infancia que se me quedó grabado, estaba en un grupo de clases de esquí y rondaba un chico que claramente era de un estrato social inferior. El instructor lo señaló como un pequeño delincuente. Fue algo terrible. Lo que he querido es darle complejidad a este mundo que está muy relacionada con la verticalidad, con la idea del arriba (las pistas de esquí) y el abajo, el pueblo real, que se gana la vida con los turistas. Al mismo tiempo tenemos ese paisaje de los Alpes impresionante y la topografía marca profundamente la historia. Por una parte, esa verticalidad, por la otra, le quisimos dar una luz azulada, como de cuento, es algo que está un poco fuera de la realidad. Queríamos huir totalmente del miserabilismo”. De este modo el film resulta simbólico respecto a la lucha de clases y tal vez a esto se deba su título original: L’enfant d’en haut (el chico de arriba). Por otro lado , la película evita también los golpes bajos y la mirada moralista. Al igual que en Home, cinta anterior de la realizadora, hay muchas cosas que no se revelan y la hermana mayor de la familia, tiene “escapes” amorosos con hombres desconocidos. A Simon, es muy notorio que le hace falta cariño, por eso lo busca, desesperadamente, acercándose a familias, a mamás. Simon y Louise son pobres (aunque no como los del tercer mundo), están solos pero tienen, a pesar de sus diferencias y desencuentros, una unión que parece sólo justificada por lazos de sangre. Los actores, y casi protagonistas exclusivos del film, son dos promesas del cine contemporáneo: Kacey Mottet Klein (quien ya trabajó con Meier, ¿un futuro actor fetiche de la directora?) y la bellísima Léa Seydoux (Bastardos sin gloria, Medianoche en París y actriz principal de La vida de Adèle, película actual de intenso éxito mundial). Se ha dicho que La hermana tiene mucho en común con el cine de los hermanos Dardenne pero la cineasta, que estudió cine en Bélgica y que visitó Argentina en Septiembre, no opinó lo mismo: “Cuando estuve en el Festival de Berlín me sorprendió mucho que se hablara tanto de esa influencia porque yo no la detecté en ningún momento. De hecho, no vi El niño de la bicicleta hasta que estaba montando la mía. El tono es muy distinto, hay un trabajo de la imagen que huye del realismo. Tampoco vemos a la policía o los servicios sociales. Las películas que me influyeron fueron Kes, de Ken Loach, y la primera película de Maurice Pialat, La infancia desnuda”. La hermana transcurre durante el invierno y culmina cuando éste llega a su fin; el cambio de estación ¿será también un cambio en la vida de Simon?
Los otros pibes chorros El estreno local de La hermana, último film Ursula Meier, en la Sala Lugones, es la oportunidad para descubrir a esta notable directora francesa. En la escena inicial, la cámara se interna en un centro de esquí de los Alpes francoparlantes. La imagen serpentea al ritmo de una figura pequeña e inquieta, oculta en ropa polar y haciendo lo que nadie imaginaría a plena luz: robar. En lo posible, Simon roba objetos valiosos; de última, cualquier cosa desamparada de su dueño. Simon (Kacey Mottet Klein) es un ladrón de alta gama. Baja al humilde barrio donde vive y vende juegos de esquí a amigos apenas más bienaventurados, para poder cocinar y cenar junto a su hermana Louise. Más adelante intentará hacer negocios a mayor escala con Mike (Martin Compston), un cocinero inglés deslumbrado por la habilidad del adolescente. Pero la relación más compleja y focal es aquella que lo ata a Louise (Léa Seydoux). Con su hermana, Simon es protector y posesivo de un modo que sólo se comprenderá al final de la película. Meier calibra artesanalmente la madeja de esa relación y muestra sin golpes bajos la realidad del pequeño ladrón. En una gran escena, en el bar del centro de esquí, Simon, en su precario inglés y camuflado como un esquiador más, se gana la confianza de un turista norteamericano que deja a su cuidado sus pertenencias. Cuando al regresar descubre el robo, el turista persigue a Simon hasta maniatarlo, y entiende que debe exhibir su bolso al público para no ser victimario. Serán apenas dos o tres minutos, cargados de una violencia que deja en offside al más violento cine de acción.
Drama, parquedad y poesía Para suerte de los espectadores, lo que se conoce en el cine como ‘giro’ (“twist” en inglés) tiene su momento de aparición en una amplia gama de géneros narrativos. Una vez que registramos que lo dramático, antes que lo triste o emotivo, es meramente un llamado a la acción, el giro dramático no es más que una acción fuerte, concreta, que desestabiliza el contexto. Es toda una tentación el giro, y los directores ponen en él mucha expectativa. Tanta que muchas veces sale mal. En “La hermana”, que particularmente sí es un drama como género, Ursula Meier maneja una parquedad, una sequedad –estamos sacándonos de encima el gastado ‘naturalismo’- tan asentada que termina por ser poética. Es en este sentido una película que nos enseña cómo se introduce un giro sin anunciarlo; sin depender de él pero sin descuidar su impacto dramático. Atención con ese momento del film. “La hermana” cuenta la historia de Louise y de Simon, dos hermanos. El entorno es una temporada de ski en algún lugar de Suiza y los esfuerzos de Simon, el varón y más chico de los hermanos, para llevar plata a la casa todos los días mientras que Louise hecha su vida a perder. Es muy profundo lo que la directora teje de fondo con el relato y a parquedad es engañosa si uno va a rescatar los temas centrales del film: el desamparo, el desamor, la desesperación, el desentendimiento. Ahí salieron todas con “D”, y seguro es casualidad, pero “La hermana” también retrata muchísimo dolor. La parquedad es más engañosa aún al momento de localizar momentos precisos de la historia o de contar algo más de la trama más allá de esta doble base: personajes y entorno. Los personajes son emociones, el entorno es paisaje. Hay realizadores para los que el paisaje es un personaje más. La Patagonia no es lo mismo desde que la filma Carlos Sorín. Sorín es lo primero que me viene a la mente cuando pienso en el uso de las locaciones en “La hermana”. Son pocos lugares, y al valerse positivamente de ellos, Meier se permite que siempre sean los mismos, poniendo allí a los personajes una y otra vez sin el menor complejo. Esto se debe a la seguridad de que el paisaje hace a la historia y es casi otro protagonista. El director norteamericano Ramin Bahrani trabaja sus films de un modo similar en cuanto al paisaje. “Chop Shop” es la historia de un chico y su hermana que se la rebuscan en un taller de autos y los sitios frecuentados son pocos. Allí queda claro que la historia tiene que suceder en ese lugar; que no puede ser otro. Y el tiempo. Tanto los films de Barahni como “La hermana” son películas sin tiempo. Lo dejamos para el cierre. No quiero olvidarme de lo físico. En “La hermana”, Meier hace fuerza sobre los cuerpos. En lo físico podemos encontrar las emociones, los grandes gestos de los personajes o cualquier tipo de significación simbólica. Las palabras, por el contrario, aparecen más como eso que a veces nos dicen que son: solo palabras. Esto no debe malinterpretarse: hay complejidad en la construcción de los protagonistas y los diálogos manejan una dosificación de información que permite entender su drama, pero lo más fuerte de la conexión entre estos hermanos (que se termina experimentando también con el resto de los personajes; prestar especial atención a la relación de Simon con la madre de dos hijos interpretada por Gillian Anderson) está en lo físico. En ese mismo lugar conviven por igual la violencia y el amor. Los cuerpos lo expresan todo. Sobre el final de una película así podemos hablar durante horas. Como escribía arriba, recordando algo que alguna vez dije elogiando a Barahni, hay un universo –muy amplio- de películas que empiezan empezadas y terminan empezando. Películas sin tiempo que dejan a los personajes conviviendo con nosotros porque los conocemos y los abandonamos en un momento que no es ni comienzo ni fin. En “La hermana” hay una impronta épica sobre el final, dispuesta como para que entendamos que a Meier le cuesta irse. Le cuesta dejar a esos personajes allí porque sabe que aunque su impacto es fuerte, cuando la cámara se apaga a Louise y a Simon no los podemos seguir más. Agrego entonces algo nuevo a las películas sin tiempo, que no es malo si la imaginación hace su trabajo, pero no deja de ser cierto: cargan con una despedida inalterable.
Publicada en la edición digital #255 de la revista.
Publicada en la edición digital #257 de la revista.