El lobo disfrazado de cordero En su segunda película como director, Miguel Angel Rocca aborda un tema difícil como el abuso infantil a través de una historia marcada por las sutilezas y los buenos climas que genera. La Mala Verdad comienza y termina de la misma manera: Bárbara (Ailén Guerrero), un niña de diez años de aspecto triste, entona una canción que sintetiza la idea central del relato. Su comportamiento en el colegio despierta la sospecha de su maestra (Jimena Latorre) y de Sara (Malena Solda), la psicopedagoga del instituto. Su madre (Analía Couceyro), su padre (Carlos Belloso) y Ernesto (Alberto De Mendoza), su abuelo, conforman un panorama familiar que se debate entre las obligaciones diarias en una librería y una convivencia "apacible". Pero Ernesto no es lo que parece. Con este esquema, la trama coloca a los vínculos en primer plano con la presencia de un "lobo disfrazado de cordero" en el seno familiar. Uno de sus méritos del film es el tratamiento que se le da al tema y su capacidad dramática para trasladarla al espectador. El orden cotidiano se trastoca lentamente y el horror profundo está más cerca de lo que uno supone. La Mala Verdad da en el blanco, resulta creíble (el encuentro de Sara con la mamá de Bárbara; los dibujos que hace la niña y que hablan por sí solos; la negación, la verguenza y el hecho de no poder gritar) y se ve respaldada por las buenas composiciones del elenco. Alberto De Mendoza vuelve al cine con un papel oscuro, siniestro y construído a partir de una fachada amable; Malena Solda (el cine debería tenerla más en cuenta) le brinda carnadura a su personaje al acercarse a la pequeña protagonista, y Analía Couceyro, quien propone un juego de miradas y silencios que la colocan en un standby emocional. El espectador se irá empapando de una "inocencia interrumpida" gracias a la presencia de la niña Ailén Guerrero.
Atreverse... En principio, mis respetos hacia los realizadores de este film por abordar un tema tabú (al menos, en el cine argentino) como el del abuso infantil y la hipocresía de buena parte de la sociedad que se hace la distraída ante un tema bastante más extendido de lo que se está dispuesto a reconocer. Mis respetos, también, ante los muy buenos intérpretes del film, que han sabido aportar su profesionalismo y su integridad para que los conflictos que aquí se abordan no los superaran. Dicho esto, tengo que indicar que -para mi gusto- el film peca en varios pasajes de obvio, ampuloso y subrayado (y con ciertos maniqueismos a la hora de dividir entre "buenos" y "malos" a los abuelos de la pequeña protagonista o a los integrantes de la comunidad escolar que deben lidiar con el caso que aquí se cuenta). Tampoco me convenció una estética (con ciertos "vicios publicitarios") o una musicalización que me remitieron a un cine ochentista, ese que surgió en la primavera democrática del alfonsinismo. De todas maneras, más allá de los reparos que tengo frente a ciertas ideas del guión o de la puesta en escena, vuelvo a reivindicar que el cine nacional se atreva con valentía a exponer situaciones duras y que actores como el mítico Alberto de Mendoza o Analía Couceyro se arriesguen con personajes que hacen carne algunas de las peores miserias humanas (uno por acción y la otra por defecto). Allí reside el principal valor de una película que, en términos estrictamente cinematográficos, tiene menos hallazgos que en su poder de denuncia.
La buena intención Bárbara (Ailén Guerrero) tiene diez años, va a una escuela pública y es la primera voz del coro. Los ensayos parecen ponerla nerviosa y mucho más la inminencia del acto en el que deberá lucirse con su agradable voz. Al menos eso es lo que supone la maestra que nota algo dispersa a la niña. Cuando Bárbara comienza a orinarse en clase es que se decide llevarla ante la piscopedagoga de la escuela. Ernesto (Alberto de Mendoza) es el abuelo de la niña y padre de su mamá Laura (Analía Couceyro), quien está de novia con Rodolfo (Carlos Belloso). Todos conviven en la casa de Ernesto, dueño de una tienda de libros usados y amante de la música clásica. Esta obra tiene la fortuna de contar con una maravillosa actriz como es la pequeña Ailén Guerrero, toda una revelación, capaz de resolver una escena con una mueca, un gesto. La secuencia que Guerrero juega con Norman Briski es sin dudas lo más logrado de un filme lleno de buenas intenciones. Alberto de Mendoza ofrece su estampa, fuerte presencia con la se adueña de cada escena aunque por momentos su registro desentone con el resto. Es destacable la labor de Belloso, contenido como testigo de algo que sospecha y no logra asir del todo. El filme cuenta con una notable dirección artística, desde la fotografía hasta la puesta en escena. ¿Cuál es la mala verdad? Eso deberá dilucidarlo el espectador que recibe desde la pantalla algunos mensajes confusos, poco claros. El tema del abuso está presente pero el director decide no ir más allá. Se pasa de sutileza, al punto de dejar la sensación de una oportunidad perdida. Abre varios flancos que luego no puede cerrar adecuadamente y eso es una pena porque tenía en sus manos una cantidad de recursos verdaderamente encomiables.
Ciegos, sordos, mudos En La mala verdad (2010), el realizador Miguel Ángel Rocca toca un tema escabroso como lo es el abuso y la violencia infantil pero trazando –consciente o inconscientemente- un paralelismo con lo que fue la última dictadura militar argentina, cuando muchas veces, por los motivos que fuesen, se hacían oídos sordos a lo que pasaba por delante de nuestros propios ojos sin querer enfrentarse a la verdad. Bárbara es una niña de diez años que vive con su madre en la casa de su abuelo, un patriarca que ejerce su autoridad a rajatablas. Sara, la psicóloga de la escuela –extraordinario trabajo de Malena Solda- descubre que Bárbara podría ser víctima de un caso de pedofilia. Lo que comienza como una hipótesis ante el cambio de conducta de la niña se irá convirtiendo en certeza. Sin poder probarlo, Sara, utiliza todos los medios que tiene a su alcance para llegar a la verdad. Aunque por comodidad, bienestar, o porque muchas veces es menos doloroso negar que enfrentar el dolor, todos prefieran seguir viviendo inmersos en la gran mentira. La historia planteada sobre el abuso infantil también funciona como una alegoría del último proceso militar que gobernó la Argentina durante la década del 70. Hay un dictador –el abuelo- que ejerce su autoridad sobre toda la familia – o sociedad- a su antojo. Hay victimarios como la madre, un ser negador de lo que ve y que en punto pareciera preferir el bienestar económico por más que el horror pase por su lado y a la que recién se le caerá la venda cuando la verdad se demuestre con hechos. Hay víctimas como Bárbara (¿los torturados?) que es abusada física y psicológicamente y cuya única salida resulta ser el escape (el exilio). La escuela funcionará como el factor social del no te metas, y habrá dos personajes buscadores de la verdad. Uno la psicóloga y otro el padrastro en la piel de Carlos Belloso. Un ser sumiso que nunca sabremos muy bien para qué lado juega. Esta hipótesis de lectura del film siempre está en un segundo plano y no tiene porqué ser explicita, simplemente puede leerse entrelineas. El crescendo dramático y la utilización del fuera de campo son dos ejes fundamentales en la construcción de La mala verdad. La historia irá tomando color a medida que los minutos avancen y no precisamente por lo que muestra sino por lo que no se ve. Hay que destacar que la ambigüedad es el motor de la historia. Tal como le sucede a muchos de los personajes el conflicto nunca será explicito. Es decir que no quedará nada en claro, siendo solo suposiciones sobre lo que no se ve pero se escucha, sobre los silencios, los gestos, los movimientos de manos o la forma de actuar en la situaciones de acorralamiento. La escena de violencia entre la psicóloga y el abuelo serán determinantes para descubrir la verdad. Sin confesión habrá confesión. Si bien por momentos hay cierto abuso de la banda sonora para subrayar situaciones innecesarias de remarcar, ya que las imágenes hablan por sí solas. La mala verdad es una película lograda no sólo desde lo narrativo sino también desde lo técnico. La fotografía y el arte generadores de opresión y angustia son dos elementos dignos de destacar como así también el trabajo actoral, no solo de consagrados como Malena Solda, Norman Briski, Analía Couceyro o Alberto de Mendoza en su regreso a la pantalla grande, sino también de los niños Ailén Guerrero y Conrado Valenzuela. Por tratarse de un tema duro y difícil La mala verdad no abusa del golpe bajo, algo que muchas veces se vuelve recurrente a la hora de buscar complicidad con el espectador. Siendo este un aspecto fundamental a la hora de tratar un tema tan duro con seriedad y sin caer en el amarillismo. Una película para ver con los bien ojos bien abiertos y generar un debate, sobre todo en épocas donde este tema pareciera ser moneda corriente.
Alberto de Mendoza protagoniza este film sobre los oscuros secretos de una familia Secretos y mentiras pueden instalarse en una familia y hacer estallar la cotidianidad hacia un fatal desenlace. En uno de esos hogares viven la pequeña Bárbara; su madre, Laura, y su abuelo Ernesto. El hombre es de apariencia formal y posee un autoritarismo que cae sobre el resto de su familia, y sobre todo de Bárbara, una niña de aspecto triste con poca concentración en su labor escolar y siempre temerosa ante cualquier situación de violencia. Poco es lo que puede hacer la sumisa Laura para que su hija despierte de ese micromundo que parece agobiarla. Sin embargo las actitudes de la niña no pasarán desapercibidas para su maestra y, sobre todo, para Sara, la psicopedagoga de la escuela, quien tratará de descifrar ese misterio que diariamente observa en Bárbara. La historia girará constantemente en torno de esos personajes, pero se centrará en Bárbara, que en sus dibujos repite sistemáticamente la figura de una niña que va perdiendo su rostro. ¿Cuál es el motivo de su conducta? ¿Por qué siente un profundo rechazo cuando algún hombre desea acariciarle tiernamente la cabeza? ¿Qué siniestros fantasmas rondan por su habitación? Estas y otras son las preguntas que desvelan a Sara. El director y coguionista Miguel Angel Rocca supo insuflar a la laberíntica trama una gran sutileza y dotar a este entramado de un aire de misterio. Poco a poco las charlas entre Bárbara y Sara comenzarán a revelar la oscura verdad que se esconde dentro de esa familia. Alberto de Mendoza, como ese abuelo de mirada altiva, realiza un muy buen trabajo de composición, en tanto que las labores de Malena Solda, de Carlos Belloso, de Analía Couceyro y de Norman Briski apuntalan eficazmente la anécdota. Pero sin duda es la labor de la niña Ailén Guerrero la que sobresale en esta madeja que permite una gran diversidad de comprensiones, lo que por momentos hace del film un producto de nada fácil digestión. Impecable en su fotografía y en su música, La mala verdad es, sin duda, un film para pensarlo con calma y para radiografiarlo con los ojos del alma.
Secretos y mentiras Alberto de Mendoza se luce como un personaje monstruoso. Un personaje monstruoso con la apariencia de un abuelo tierno y comprensible. Ese es el personaje, y el reto, que enfrenta Alberto de Mendoza en La mala verdad , de Miguel Angel Rocca. Con una composición medida, ajustada, finalmente siniestra, bajo un tono apacible que de a poco se va desdibujando, el veterano actor ofrece un trabajo admirable, lo mejor de una película que no siempre está a la altura de esa performance. La historia que cuenta el filme se centra en una niña callada que empieza a mostrar en el colegio comportamientos extraños, como hacerse pis encima, fallar en exámenes o titubear a la hora de cantar en el coro. La psicopedagoga del colegio que la atiende nota, a partir de los dibujos que ella hace, que algo no anda bien en su familia. Y empieza a investigar. Eso la llevará a hablar con el abuelo de la niña, que podría llegar a tener algo que ver con ese malestar que todos niegan o nadie quiere ver. La madre de Bárbara (Analía Couceyro), por algún motivo, siempre prefiere mirar para otro lado, y su pareja (Carlos Belloso) tampoco parece poder ni querer entrometerse. El mayor mérito del filme está en lo que no se dice ni se ve: lo que podría suceder entre el abuelo y la niña, en no saber si la familia no cree que algo pueda pasar o si prefiere callarlo. La película peca de algunas obviedades (la canción Desarma y sangra , de Serú Girán, funciona de manera demasiado evidente; lo mismo que ciertos comentarios y actitudes de la gente del colegio) y algunas actuaciones secundarias no son del todo convincentes, pero como tratamiento de un tema complicado y áspero, Rocca elige el tono bajo, medido, la discreción, elecciones que tal vez no produzcan resultados dramáticos espectaculares, pero sí dan a la película un tono sobrio, hasta respetuoso si se quiere. Y, además, está Alberto de Mendoza, que ya anunció su retiro y deja esta excelente performance como un legado, una clase de actuación cinematográfica.
Tema perturbador con admirable delicadeza Elogiable película. Sutil, inquietante, bien armada, bien dirigida, muy bien actuada, sobre un tema difícil. Asunto delicado, perturbador, que desde otra óptica hubiera caído en desagradables lugares comunes, recursos dramáticos altisonantes y, peor aún, aplicación de consignas bajadas para denunciar un tema del momento. Aquí no se trata de denunciar algo. Más bien, se procura observar detalles aleatorios y aguzar el entendimiento, para percibir el modo en que ciertas cosas pueden desarrollarse. Lo que vemos es una familia aparentemente sólida y correcta. El abuelo dueño de una librería, hombre culto y elegante, pater familias de carácter decidido, que sostiene a todos los demás. La hija retraída a tareas del hogar y de la empresa familiar, atenta a las indicaciones del padre y los problemas monetarios del novio, un peor es nada con cola de paja. Más lejos, en otro lado, el viejo hermano medio borrachín, fabulador, lúdico, sin tanta cultura y sin ninguna elegancia. Nadie a mi altura, pensará el abuelo. Y luego, exaltada pero no exactamente en un trono, está la nieta. Preciosa, aplicada, con dotes artísticas, voz de ángel puesta a cantar como solista en el coro de la escuela, niña sensible. Demasiado sensible. Maestra y psicóloga escolar sospechan algo raro. Por ahí va la intriga. Como personajes laterales, la vecina y unos cobradores con reclamos del mundo exterior, un compañerito de escuela con sueños contagiosos de viaje a tierras desconocidas, señores admiradores de la cultura y la inteligencia del dueño de casa, un director de escuela que sólo puede aceptar hechos comprobados. Como tema de peso, los diversos manejos de la voluntad ajena según quien la aplique y quien acepte que se la apliquen, la total seguridad que algunos tienen para sentirse (¿nietzchianamente?) autorizados a actuar como les parece, y la más o menos resignada aceptación y hasta posible complicidad de algunos otros. Muy buena mano la del director Miguel Angel Rocca, en su primera obra solista. Años antes se había probado en el cortometraje, y en un cuento agradable, «Arizona Sur», hecho a medias con Daniel Pensa, aquí productor. Buena mano, y muy buen elenco, donde reluce hasta el papel más opaco. Cabezas del elenco, Alberto de Mendoza, de presencia intacta, haciendo a los 88 años uno de los mejores y más complejos trabajos de su extensa carrera, y la niña Ailén Guerrero, mostrando a los 10 años un encanto natural y un talento que conviene seguir. Premio al mejor actor y premio del público al mejor film en el Festival de Málaga. Música del maestro Osvaldo Montes.
El infierno impenetrable Bárbara (Ailén Guerrero) tiene 10 años y canta en el coro de su colegio. Sin embargo, algo anda mal con la nena. Se hace pis encima, dibuja cosas raras. La psicopedagoga Sara (Malena Solda) llama a la madre (Analía Couceyro) pero quien asiste a la reunión es el abuelo, Ernesto (Alberto De Mendoza). Desde el vamos éste nos es presentado como un hombre duro, de carácter implacable, que en todo momento impone su voluntad sobre la de su hija y la de su yerno (Carlos Belloso). Así, un silencio sepulcral reina en la casa familiar, sólo interrumpido por la música de Bach que escucha el patriarca. Lo que nadie percibe (o lo que nadie quiere percibir) son esos evidentes pedidos de ayuda de Bárbara...
No hay peor ciego… En un film donde prevalece el silencio no por falta de diálogos sino como parte de un mecanismo de protección y a la vez ocultamiento de verdades duras, la música omnipresente ayuda a construir una trama que se sumerge a fuerza de sutileza y metáforas en el profundo dolor de la protagonista: una niña llamada Bárbara (Ailén Guerrero) que en el colegio comienza a manifestar conductas llamativas que transparentan algún conflicto familiar del que no puede comunicar más que indicios por sus dibujos o respuestas esquivas cuando alguien intenta entender qué le pasa. Quizás, el único que comprende su necesidad de huir es su amigo Matías (Conrado Valenzuela), quien no puede ocultar su enamoramiento y hará lo posible por cumplir el sueño de fuga en balsa hacia una isla donde nadie la lastime y pueda terminar su niñez con felicidad. La familia de Bárbara está compuesta por Ernesto (Alberto de Mendoza, soberbia despedida de este actor con mayúsculas), su abuelo, con quien vive junto a su madre Laura (Analía Couceyro) desde muy pequeña y a la que últimamente se sumó Rodolfo (Carlos Belloso), pareja de la madre, un hombre introvertido que ayuda a Laura en la librería donde prácticamente ella pasa todo el tiempo recluida y eso le impide hacerse cargo de su hija. Sin embargo, el que maneja la dinámica familiar y manda en el hogar no es otro que Ernesto, cuya predilección por su nieta es más que transparente aunque hay otra cara menos visible y oscura del abuelo tierno que también lo conecta con la silente Bárbara. Ernesto se desenvuelve en un entorno manipulable porque cuenta con el poder económico para silenciar a todos aquellos que saben su secreto, cómplices por omisión que no actúan y dejan que la frágil niña se desarme y sangre simbólicamente hablando. Desarma y sangra es precisamente la canción de Serú Girán que se irá armando en el film y donde la protagonista lleva la voz principal para contar desde la letra su historia que nadie quiere escuchar salvo la atenta psicopedagoga del colegio (Malena Solda), que debe someterse a la sordera institucional de un rector cobarde (Mario Alarcón) o a las amenazas sutiles del abuelo Ernesto para que Bárbara vuelva a quedar desprotegida. Con todos esos elementos dramáticos en la mesa, el realizador Miguel Ángel Rocca (Arizona sur) coescribió junto a Maximiliano González una historia de secretos y mentiras definiendo aquellos roles que son portadores de la verdad y los que son emergentes de la mentira, valiéndose de una sutileza fina y poco frecuente en el cine argentino cuando se intenta abordar temáticas con mala prensa por considerarlas tabú o factibles de golpes bajos. El mérito mayor de La mala verdad es justamente no decir ni mostrar nada respecto a esos secretos condicionantes para que el relato encuentre su cauce en las atmósferas; en los prolongados silencios; en el juego de las miradas con los desvíos, para no enfrentarse con aquella realidad que se va refractando como el reflejo deformante de un espejo en el que cada uno se mira como desea y no como realmente es. Gran parte de esos logros son producto de un director que sabe dirigir actores y por eso Alberto de Mendoza puede quedarse tranquilo y decir hasta siempre en una memorable performance.
VideoComentario (ver link).
Uno se va de la sala, luego de la proyección de "La mala verdad", con sensaciones encontradas. La emoción que provoca en cualquier espectador la presencia en escena de Alberto de Mendoza es incomparable. Solamente por eso, el precio de la entrada debería estar justificado. Un actor de semejante trayectoria protagonizando a su edad, es una bendición, sin dudas. Este hecho (saludable), opera y mucho en la evaluación final del producto. MIguel Angel Rocca (en su segundo largo, recordemos que hace cuatro años hizo "Arizona sur") convoca a un verdadero seleccionado de nivel para esta película y a pesar de contar con la mayor entrega posible de su equipo (cosa que se nota y se agradece), no logra que el conflicto que presenta en "La mala verdad" alcance alto vuelo dramático. Su historia (el director escribió el libro junto a Maximiliano González) navega siempre en lo descriptivo, mostrandose como un prolijo retrato de familia disfuncional, lejos de la intensidad que podría esperarse viendo los elementos que se juegan en el relato. "La mala verdad" pretende ser una cinta que aborde la oscuridad de cierta problemática (el abuso de poder) desde una perspectiva que denuncie sin estridencias, graficando un conflicto vincular serio pero sin demasiado relieve dramático. Como espectadores, la sensación que tenemos es que el registro de la experiencia, se queda corto. Si bien se nota el paciente trabajo de armado del guión (las frases que se dicen nunca son casuales y menos en este film), lo cierto es que el devenir de los hechos es bastante lineal y un poco lento, para mi gusto. Hay pocas escenas (pero están) en que "La mala verdad" cobra vida y en todas, por supuesto, está De Mendoza. Los mejores momentos los tiene cuando rivaliza con los personajes de Malena Solda y Norman Briski, en fragmentos emotivos e intensos donde sentimos el poder de su magia, intacta a pesar de ya ser octogenario (su voz se siente un poco quebrada aunque cuando la levanta la reconocemos de inmediato). El resto del tiempo, el la acción la lleva adelante Ailén Guerrero, la niña que todos destacan como revelación infantil de este año. Si bien reconocemos su labor, lo cierto es que la vemos, no tan conflictuada ni triste, sino bastante feliz teniendo en cuenta el torturado personaje que debería jugar. El abuelo Ernesto (De Mendoza) está jubilado y tiene un buen pasar. Vive en una casa coqueta (tiene una librería), junto a su hija Laura (Analía Couceyro, otra de las grandes promesas del cine nacional) y su nieta. En esta familia, todo parece estar bien (aunque la ausencia del padre de la niña hace ruido) hasta que la psicopedagoga de la escuela, Sara (Solda), empieza a notar indicios de que algo malo le sucede a Bárbara (Guerrero). Así es que la profesional no tiene mejor idea que comenzar a indagar sobre sus seres cercanos para entender su realidad. Cuando comience a ver los primeros resultados de su investigación, descubrirá la compleja trama familiar en la que se oculta el secreto mejor guardado de esa familia... El elenco (que incluye a Cecilia Rosetto y Carlos Belloso en roles secundarios) hace bien los deberes pero aún así la cinta no logra conmover, ni movilizar, pecados capitales cuando se conoce la problemática que aborda. En definitiva, un film en el que se distinguen buenas intenciones pero que no alcanza el nivel esperado de acuerdo a la calidad de sus intérpretes. Más allá de eso, celebramos el regreso del "Jefe" y esperamos que vuelva a rodar pronto.
La realidad del abuso infantil Bárbara tiene diez años y vive con su madre y su abuelo. Su comportamiento en la escuela está cambiando. Se la ve triste, ensimismada y en momentos violentos, no controla sus esfínteres. La maestra y luego la psicóloga comienzan a sospechar que algo está pasando. El entorno familiar, representado por la madre y el abuelo, no parece reaccionar. Las citaciones para que la mujer aparezca, tropiezan con su sistemática excusa de estar ocupada con su trabajo en la librería. Los dibujos de Bárbara revelan la verdad, la mala verdad. Y ante la evidencia y la advertencia de la maestra y la psicóloga a las autoridades del colegio, la respuesta del director las desarma: "no tenemos pruebas. En estos casos, lo mejor es preservar la familia". El tema del abuso infantil ha sido muy pocas veces tratado por el cine argentino. Tomando cifras como las seis millones de víctimas anuales que se registran a nivel mundial y las ochenta mil muertes que provoca el maltrato a los niños, más el número estadístico siempre en aumento, la difusión del problema se convierte en necesidad social. Los recientes casos registrados en la Argentina (caso Candela, el de Tomás, de la ciudad de Lincoln) se suman a los lamentablemente irresueltos a pesar de los años transcurridos, es el caso de Lucila Yaconis y Jimena Hernández (1988), esta última abusada y muerta en el mismo colegio al que asistía. RECURSOS AUSTEROS "La mala verdad" es austera en sus recursos, muestra un particular cuidado en su exposición, que podría haber caído en el mal gusto y el melodramatismo. Todo parece como asordinado en el entorno familiar a través del equívoco abuelo (Alberto de Mendoza). Una indagadora fotografía de primeros planos y planos detalle, en rostros, en la casa, suerte de jaula lejana al sonido y la exteriorización de sentimientos. Se habla en voz baja, como si hubiera un enfermo, la madre parece amordazada sojuzgada por un padre autoritario y desvalorizador permanente. La madre de Bárbara, trae a su novio a ese lugar, trabaja en la librería del viejo y parece temerosa de alzar la voz y decir algo que lo moleste. El colegio bullicioso y feliz, el lugar donde se descubre la realidad oculta, parece incorporar esa idea con la luz permanente, el color y el sonido. Un equipo de primera línea donde todos se lucen en sus personajes, el reaparecido Alberto de Mendoza, Malena Solda, pura energía que denuncia, Analía Couceyro, casi un animal asustado, Cecilia Rosetto, en un breve y logrado papel, como el de Norman Briski y otra revelación infantil, que se suma a los notables trabajos con niños de las últimas películas argentinas, Ailén Guerrero.
Una verdad que muchos no quieren mirar Bárbara es una niña de 10 años aparentemente sin problemas. Vive con su madre y su abuelo quien a tomado el lugar de su padre cuando este se fue siendo la niña una bebe. Su madre, Laura, trabaja en la librería de su abuelo y está en pareja con Rodolfo aunque no convive con este. Laura y Bárbara viven en un ambiente sumiso a las órdenes del abuelo. Algunas situaciones en la escuela le dan la pauta a la maestra, Ana, y a la psicopedagoga del colegio, Sara, que algo está pasando en la familia y que la niña no sabe como expresar. Todo se rebelara aún más cuando vayan de visita a casa de Antonio, hermano de su abuelo, que vive en la playa. Todo puede parecer confuso e incluso como una película ya vista, pero es un tema que no se puede dejar pasar por alto. Una frase del personaje de la siempre excelente Cecilia Rossetto define el mensaje del film : “Ignorar el mal no significa el hacer el bien”. Esto es lo que va sucediendo ante el abuso que hace el abuelo sobre la pequeña Bárbara. El film muestra de entrada el poder del personaje del abuelo sobre su hija, pero de a poco, y por actitudes de la niña, se vislumbra que la pequeña no es ajena al abuso, y como tanto su madre como la pareja de esta hacen la vista gorda ya sea por miedo, por intereses o por carácter. El film cuenta además con algunas actuaciones brillantes. Aylen Guerrero como la pequeña Bárbara realiza un trabajo realmente soberbio, lo mismo que Malena Solda. No vamos a decir mucho de lo que ya se sabe de Alberto de Mendoza como excelente actor, pero el contrapunto con Noman Briski es realmente maravilloso, lo mismo que el trabajo de este último, pese a estar muy poco tiempo en pantalla. “La mala verdad” es uno de esos filmes que seguramente, por su temática, no puede dejarse pasar.
Miguel Ángel Rocca posee una importante experiencia en cine como productor cinematográfico, junto a su socio Daniel Pensa. Juntos habían codirigido “Arizona Sur” hace algunos años. Ahora Rocca se lanza en forma individual en la dirección de un veterano actor de casi 90 años. Nos referimos a Alberto de Mendoza quien con 150 películas en su haber regresa al cine con “La mala verdad”, componiendo a un personaje cuyos costados más oscuros se irán revelando a lo largo del metraje del film. El actor, que debutó en cine en 1939 en un pequeño rol en “…Y mañana serán hombres” de Carlos Borcosque (padre), compone aquí a un abuelo autoritario y con particular debilidad por su nieta Bárbara (debut consagratorio de Ailén Guerrero) de apenas diez años. El extraño comportamiento de Bárbara en el colegio, manifestado entre otros rasgos por extraños dibujos que la niña compone, no pasan desapercibidos por su maestra (Jimena de la Torre) y sobre todo por la psicóloga del establecimiento educativo (Malena Solda). Los diversos intentos de esta última en entrevistar a la madre (Analía Couceyro) no parecen prosperar ya que en su lugar aparece siempre el abuelo o la pareja de la progenitora (Carlos Belloso). Hasta que un día decide ir a visitar a la madre a la librería familiar donde trabaja y sus sospechas de que algo extraño pasa en la familia parecen confirmarse. Pero serán ahora las propias autoridades del colegio las que pondrán freno a su investigación y provocarán el alejamiento de la profesional. El director no eligió el formato de “thriller” para “La mala verdad”, ya que desde el título mismo el espectador adivina que existen sentimientos enfermizos que vinculan a varios de los miembros de esta familia. Prefirió más bien un formato de denuncia de hechos que son más comunes de lo que parecen y que paradójicamente han aparecido últimamente en forma recurrente en los medios informativos escritos y audiovisuales. Tema poco tratado por nuestro cine y que finalmente encuentra en Rocca a alguien que con valentía decidió enfocarlo. Hay en particular un personaje aún no nombrado y cuya breve aparición, cerca del final del film, resulta fundamental en la resolución de la trama. Nos referimos al tío abuelo de Bárbara, que con maestría compone Norman Briski y que le permitirá a la niña, en una hermosa escena, finalmente desentrañar la identidad de su ausente padre.
Nena abusada por su abuelo. Familia con problemas. Psicóloga que trata de ayudar. Con estos elementos se pueden hacer muchas cosas, buenas o malas. Aquí se optó por una estética que remite a los teledramas de los años 80, con una sobreactuación de la música y la combinación de momentos “tensos” y “tiernos” hecha a reglamento. Los actores están muy bien todos, pero la trama -ni, especialmente, la puesta en escena- les hacen justicia.
Negarse a ver La decisión del director de manejar el fuera de campo para contar lo no mostrable es de agradecer. Hay palabras que pueden solas, que no necesitan compañía. Hay sustantivos que no requieren de adjetivos que los califiquen, que son sin más. Verdad es una de esas palabras. Se completa por sí sola. No es verdadera ni buena ni mala. Es. Verdad. Algo de este uso o abuso sintáctico sobrevuela a la película de Miguel Angel Rocca. A veces logra eludir la sobreabundancia pero a veces prefiere completar la frase. En la casa de Bárbara (Guerrero), -una niña de 10 años-, hay demasiados silencios, mucha oscuridad y un miedo paralizante que impide ver. Bárbara tiene una madre (Couceyro) retraída y culposa, con arranques de violencia mal dirigida y una nueva pareja (Belloso), un hombre pusilánime, desocupado y que arrastra deudas de juego y un abuelo (de Mendoza), culto, elegante y autoritario, sostén económico de la familia, que ejerce un poder siniestro sobre los demás. Entre las cuatro paredes de la casa se tejen estas relaciones familiares maliciosas y en la habitación del primer piso el abuso cotidiano parece volverse físico y sexual. La intervención de la psicopedagoga del colegio (Solda), alertada por la maestra de la pequeña ante algunos cambios de conducta, servirá para empezar a quitar la venda de los ojos, que igual no caerá del todo porque bien sabemos que nadie ve lo que no quiere ver. La acertada decisión del director de manejar el fuera de campo para contar lo no mostrable es de agradecer, porque ante semejante tema equivocarse es una operación voyeuristica indefendible. Menos siempre es más y en este caso se apuesta por la sutileza. El gabinete psicológico donde se “hace la luz” (la escena del primer encuentro entre Bárbara y Sara es ejemplar a este respecto) y la mirada infantil que en la búsqueda por escapar del Mal procura echarse a la aventura del viaje transoceánico, desde el juego, la amistad y los sueños, aportan una bocanada de aire en un mundo que se construye siempre claustrofóbico y viciado (la casa, el negocio de libros, la escuela). Pero también en algunos momentos se tiende a buscar el adjetivo calificativo como decíamos en un comienzo: ciertas vueltas forzadas desde el guión (el viaje a casa del tío abuelo -Briski-) o inverosimilitudes desde la construcción de los personajes (las reacciones y respuestas de un profesionalismo dudoso u objetable por parte de la licenciada), actuaciones de registros diferentes que no siempre consiguen calzar productivamente (lo teatral de Couceyro con la vieja escuela de un de Mendoza) o cierto soporte musical que busca y provoca el efecto, se aúnan para que La mala verdad no termine de expandirse cinematográficamente mucho más allá de sus buenas y nobles intenciones.
Domicilio en emergencia La reciente desaparición del gran Alberto de Mendoza, coprotagonista de esta película; las noticias sobre violencia familiar de los últimos meses en los informativos. Todo parece una confabulación propicia para que el filme de Miguel Ángel Rocca, La mala verdad, referido al abuso infantil en el hogar, saque su rédito con el morbo del público. Pero, se sabe, al argentino no le gusta demasiado ver en el cine los dramas que lo tocan de cerca. Para eso los vive en carne propia, o los tiene dentro de la casa, llegados por el televisor, que aunque sea un rato todos los días está prendido. De cualquier forma, La mala verdad no es una apuesta ni una jugada oportunista. Es un recorrido de alto vuelo sobre la sociedad, la nuestra o la de otro país, para observar desde una perspectiva más evolucionada las zonas enfermas del tejido colectivo. La historia habla de un abuelo que desmerece periódicamente la honra de su nieta (eso se sabe desde el comienzo), una dulce niña que comienza a mostrar síntomas muy reprimidos que sólo una joven psicóloga de la escuela es capaz de interpretar. Por suerte para la pequeña, esa terapeuta es alguien comprometido, que no ceja en su empeño de ayudarla, aun cuando deba chocar contra cientos de barreras. Vaya a saber cuántos casos distintos habrá en las calles. No hay escenas inconvenientes en la pantalla, no hay golpes bajos. Poquísima violencia explícita. Pero sí una carga de alteración constante. Tal vez porque, de manera sutil, el argumento descorre algunos velos incómodos. Por ejemplo, sobre la falta de reacción del entorno: la madre, la nueva pareja de ésta, el tío de la niña, los responsables de las instituciones educativas, el poder judicial. Una inanición que es la que realmente preocupa, porque explorar sus causas no es fácil, y sí urgente. El argumento está contado de modo impecable, entretenido y accesible para todo el mundo. Las actuaciones son magníficas, en especial las de la niña Ailén Guerrero, Alberto de Mendoza, Analía Couceyro y Malena Solda. La fotografía le hace su buen servicio al relato. La música da un clima acorde, y hasta la canción que hace de leitmotiv, Desarma y sangra, de Charly García con su ex grupo Serú Girán, parece compuesta para esta historia cuando se sabe que es mucho anterior en el tiempo.
De eso no se habla La mala verdad atrasa como tres décadas. En la película de Miguel Ángel Rocca, salvo por chispazos muy breves, todo es impostación, subrayados, solemnidad; si alguien dijera que La mala verdad fue realizada en los 80, excepto por rasgos de época como los autos, nadie notaría la diferencia. No es raro que la temporalidad de la película sea difusa: fuera de los coches, y teniendo en cuenta que el relato transcurre en una casa, colegio y librería viejos y tratados con una estética de corte antiguo, no hay muchos signos que hablen del presente, como si el director buscase abiertamente que la identidad de su película se diluya y no ancle en ningún momento histórico específico. El guión pretende instalar la ambigüedad como tono definitivo: un abuelo que parece bueno y afectuoso esconde un secreto terrible; una madre cariñosa es increíblemente rígida y exigente; una maestra comprensiva se desentiende de lo que le pasa a una alumna con problemas. Pero ese intento de opacidad se derrumba facilmente frente a los señalamientos groseros que operan la banda de sonido (omnipresente, eterna comentadora de lo que ocurre), los diálogos y hasta los encuadres (se abusa sin límites del primerísimo primer plano, quizás en el intento de arrancarle algo de emoción a una historia pobre y llena de obviedades). Se juega al misterio al tiempo que constantemente se le brindan al público señas vistosas para comprender y anticipar el conflicto principal. Pasa con algunos personajes que se quedan sin palabras cuando tienen que hacer referencia al posible abuso sexual de la protagonista: esa huída del lenguaje está forzada, es pura sobreactuación que, en vez de aportar densidad dramática a las escenas, evidencia el tratamiento teatral y grandilocuente. No entiendo el por qué de la gran cantidad de críticas positivas que recibió La mala verdad. Una posible explicación es el tema elegido: son varios los críticos que hacen alusión a la decisión de abordar el abuso infantil como uno de los grandes méritos de la película dentro del contexto del cine argentino, que nunca privilegió esa temática. Suena demasiado obvio pero parece que hace falta decirlo: con un tema se pueden hacer muchas cosas, no hay temas mejores que otros sino formas distintas de contar que moldean y dan cuerpo a un tópico específico. Decir que La mala verdad es una película buena o necesaria (como lo hicieron muchos críticos) es el equivalente de lo que ocurría en los 80 con el cine que refería de una u otra forma a las aberraciones de la dictadura y era defendido por su supuesto valor social, histórico, etc. Con algunas buenas actuaciones (Carlos Belloso; Norman Briski; Ailín Guerrero, la protagonista, sorprende con una gran interpretación), La mala verdad no deja de ser cine hecho en automático y con pocas ideas que apuesta a tocar fibras sensibles de manera fácil y que parasita un tema grave para despertar una cómoda indignación en su público.
Bajo la dirección de Miguel Ángel Rocca, director de “Arizona Sur”; este drama con guión de Rocca y Maximiliano González cuenta con un destacado elenco: Alberto de Mendoza, Ailén Guerrero, Carlos Belloso, Malena Solda, Analía Couceyro, y juntos con la participación especial de Cecilia Rosetto y Norman Brisky. Es un tema difícil que nos trae Rocca y muchos casos similares que conocemos, cuando una familia y su entorno hace la vista gorda y no quiere ver, esta es la historia de Bárbara (Ailén Guerrero) quien tiene 10 años , va a la escuela pública, es la primera voz del coro, pero su aspecto es triste, tímida, se concentra poco, falla en los exámenes, ante alguna situación incómoda se orina y su único escape es cuando arman toda una aventura junto a su amigo Matías (Conrado Valenzuela); es aquí donde su maestra Ana (Jimena La Torre) ante tal situación la deriva a la psicopedagoga de la escuela a Sara (Malena Solda). Es cuando Sara comienza a revelar los miedos, la oscuridad que esconde detrás de su mirada la niña y todas las sospechas salen a la luz, es cuando intenta tener el apoyo del director Enrique (Mario Alarcón), de la madre (Analía Couceyro), de su padrastro Rodolfo (Carlos Belloso) y hasta de la policía, pero todo está lleno de negaciones y Ernesto (Alberto de Mendoza) es el que sigue digitando todo detrás de su aspecto culto y elegante. La historia habla del ocultamiento, de los secretos, de las mentiras, de la negación, la vida de una niña envuelta en el horror y la violencia, el temor del director de la escuela, la falta de acción de las instituciones, y las barreras contra las que lucha la psicopedagoga. Todo es llevado con un buen tono dramático y conmovedor, aborda un tema bastante difícil que es el abuso, no cae en lugares comunes ni en golpes bajos, una muy buena actuación de Alberto de Mendoza en un papel jugado, en este personaje oscuro y siniestro. La niña Ailén Guerrero realiza una buena labor, pero hay algunas actuaciones secundarias poco aprovechadas y otras que están bien. Cuenta con una buena fotografía y música.