Fernando Salem es una de las mentes creativas más fascinantes que surgieron del suelo argentino durante las últimas décadas. No es exagerada esta afirmación si se aprecian su corto Trillizas Propaganda y su ópera prima, Cómo funcionan casi todas las cosas, claro que sin olvidar su iniciativa más popular: Zamba, el chico animado que hizo más amena la experiencia de aprender historia. En La muerte no existe y el amor tampoco, sigue consolidando una gran carrera. Emilia (Antonella Saldicco) es psiquiatra y tiene su vida en Buenos Aires, pero debe volver a su pueblo de la Patagonia por una cuestión personal: los restos de Andrea, su mejor amiga de la juventud, serán cremados y esparcirán sus cenizas. Un regreso que también le permite reencontrarse con la familia de Andrea, con su padre y con Julián (Agustín Sullivan), un viejo amor. La premisa no suena muy diferente a la de muchos otros films, pero Salem le imprime su propia identidad a la historia, y sobre todo, corazón y alma. Al igual que en Cómo funcionan casi todas las cosas, sobresalen temas como la familia, la identidad y la pérdida, con un viaje como motor principal. En este caso, Emilia recupera contacto con el pasado (tanto lo agradable como lo más incómodo), y también se da cuenta de lo que pudo haber sido si seguía allí, especialmente cuando retoma la relación con Julián, que ahora es padre y está casado. Al mismo tiempo, se replantea cuestiones actuales junto a su novio, quien pretende que vaya con él a Alemania por una beca recién obtenida. Pero a diferencia de Cómo funcionan…, que contaba con un poco más de comedia, aquí el tono es dramático, aunque sin la acentuación de los recursos para la lágrima fácil. El director sabe cómo y cuándo añadir al plato pizcas de humor, ternura y romance. Una vez más, el director sabe incorporar el paisaje a la trama. El frío y la aridez de Santa Cruz, donde se realizó el rodaje, funcionan como una extensión del estado emocional que viven los personajes. En ese sentido, tampoco se queda atrás la banda sonora, a cargo de Santiago Motorizado. En su primer papel protagónico, Antonella Saldicco se luce en el rol de Emilia, quien puede ser tan decidida como vulnerable. El siempre excelente Osmar Nuñez compone al padre de Andrea, responsable de mantenerse fuerte y cuidar de su frágil esposa, interpretada por la no menos destacable Susana Pampín. Justina Bustos sale airosa de un papel delicado, ya que no tiene diálogo, pero transmite desde gestos y acciones. Por su parte, Agustín Sullivan está muy bien aprovechado en las pocas escenas que le corresponden; un joven actor que, tras este personaje y su participación previa en la serie sobre Sandro, merece más participación en cine. La muerte no existe y el amor tampoco nos presenta un duelo, y lo hace con honestidad y humanidad, sin trazos gruesos, y confirma a Fernando Salem como un autor al que siempre se debe seguir de cerca.
La muerte no existe y el amor tampoco, segunda película del realizador Fernando Salem es la nostálgica narración del presente de una mujer, que, desde sus recuerdos, se separa para siempre de aquello que fue y nunca volverá a ser. Nunca es demasiado tarde para revisar el pasado, en oportunidades la muerte de un ser querido es la posibilidad de conectarse con aquello que, generalmente, se mantiene en el inconsciente. Salem adapta la novela Agosto, de Romina Paula (quien participa brevemente como intérprete en el film) explorando un costado narrativo poco utilizado en el cine local, el realismo mágico y sus derivados. En el regreso de una joven para participar de una ceremonia de despedida, “La muerte no existe y el amor tampoco”, funda ya desde su título la idea de que nada es real ni tangible en la vida. En los recuerdos siempre hay un juego entre aquello que fue y lo que queremos que sea, que termina fundando otra imagen, diferente, a la que remitía. El signo opuesto de aquello que es, en la película, con el acompañamiento del fantasma de aquella que ya no está, permite jugar al director con información que sólo será manifiesta a partir de retazos del pasado que impulsan a Emilia, la protagonista, a animarse a todo en el presente. El regreso del hijo pródigo, aquí por un hecho natural y externo a ella, como la muerte, sólo suma a la construcción de una narración que prefiere presentar al personaje central como un flaneur en territorios conocidos. Si bien esta figura, siempre, siempre, debe ser un errático caminante en espacios poco conocidos, en la representación de Emilia, desandando sus propios pasos y reconectándose con su pasado, hay una apuesta a interpretarla como una errabundeante transeúnte de recuerdos y mentiras. “La muerte no existe y el amor tampoco” es la afirmación de Salem como autor, con un potente arranque en medio de la nieve, un juego de escondidas que dialoga con el presente de la protagonista, alguien que juega a verse y ocultarse a los otros, mientras asume una transformación que, del dolor, y de sus propias decisiones, permitirá atravesar de la mejor manera ese presente lleno de incertidumbres. A medida que la progresión dramática avanza, Emilia potencia su figura, subrayando aquello que como signos se deslizan en algunos diálogos de Emilia con su ex novio, o con el padre de la amiga fallecida, y con esa madre que en el duelo se pierde sin razón ni sentido. Antonella Saldicco brinda el rostro a Emilia, inmutable a pesar de todo lo que se le presenta, tal vez suavizando su rictus a partir de la interacción con la amiga fallecida (Justina Bustos) o cuando reconecta con su ex pareja (Agustín Sullivan). El pasado como historia superada, la muerte como hecho negado, el amor que con otro sabor intenta manifestarse más en el recuerdo de algo que ya no es, que en la evidencia de algo que puede implosionar en la cara de sus protagonistas. Escenarios naturales sureños bellamente registrados, la nieve blanca como lienzo en el cual la historia irá pincelando sus giros, una banda sonora que potencia escenas, y la convicción de asistir a un relato de transición y crecimiento de una mujer que elige matar creencias, para vivir un presente libre y sin presiones. POR QUE SI: «La muerte no existe y el amor tampoco es la afirmación de Salem como autor, con un potente arranque en medio de la nieve, un juego de escondidas que dialoga con el presente de la protagonista»
La segunda película del realizador Fernando Salem («Cómo funcionan casi todas las cosas»), se presenta como parte de la Competencia Argentina del 34 Festival Internacional de Mar Del Plata. “Tanto libro, tanta película en los que todo se resuelve con amor, por amor. Donde el amor salva. Y acá, en el mundo real, en esto que reconozco como real, el amor no sólo no salva sino que ni siquiera es suficiente“. (“Agosto”, Romina Paula, 2009) No es fácil presentar una segunda película para un cineasta después de una exitosa ópera prima, así como puede suceder con una segunda novela en la producción de un escritor. Fernando Salem, en su segundo filme (luego de un promisorio debut con “Cómo funcionan casi todas las cosas”), decide adaptar libremente la novela “Agosto” de Romina Paula, que justamente ha sido la segunda novela de la autora. La elección de la adaptación que ha realizado junto con Esteban Garelli, es de por sí acertada. Si bien en este tránsito se modifica la primera persona que marcaba fuertemente el pulso de la novela y también hay algunos cambios en algunos detalles de los personajes secundarios, lo que sobresale en “La muerte no existe y el amor tampoco” es ese espíritu que toma Salem para armar un relato que resuena, en tono y en estilo, con su primer largometraje. Emilia es una joven psiquiatra que ha logrado conseguir un trabajo en un hospital en Buenos Aires –más particularmente una institución neuropsiquiátrica-, después de haber dejado su pueblo natal, Veintiocho de Noviembre, para venir a estudiar a la “gran ciudad”. En un pequeño alto en una de sus jornadas laborales la visita el padre de Andrea, su mejor amiga, quien le pide encarecidamente que vuelva al pueblo para poder estar presente cuando exhumen los restos de su amiga y procedan a la cremación. Emilia, si bien duda en un principio, finalmente decide dejar por unos días a su novio, para viajar a la Patagonia y acompañar a la familia de Andrea en ese momento tan difícil. Ella sabe que ese viaje es por un lado una despedida pero que inevitablemente, por el otro, producirá muchos reencuentros. No solamente con los propios padres y la hermana de Andrea, con los que compartirá unos días en su casa, sino que también visitará a su padre (ahora con una nueva familia y nuevos hermanos con los que Emilia prácticamente no tiene contacto) y aparece también su viejo amor, Julián. Una amiga del pueblo que “saltó” de camarera a regentear un conocido bar del pueblo, le brindará algunos datos sobre Julián y despertará más aun la curiosidad de Emilia por reencontrarse con ese viejo amor que dejó “suspendido” desde el momento en que decidió emprender su viaje a Buenos Aires. Salem logra escenas de una potente belleza en el sur argentino con el marco de la nieve recortando los personajes, y la presencia fantasmal de Andrea (con el rostro dulcemente delicado de Justina Bustos que transmite sin palabras todo lo que sucede en este momento de duelo, de despedida pero también de recuerdos y de complicidad) demuestra con creces la primera parte del título. Para la segunda afirmación, Salem vuelve a poner en el centro de la escena a una protagonista femenina (como la Celina de “Como funcionan casi todas las cosas”) que se encuentra en una búsqueda de su propia identidad. Una necesidad profunda, que quizás no se manifiesta tan conscientemente en Emilia, sino que va develándose poco a poco en este viaje introspectivo del que se irán desprendiendo pequeñas historias que van realimentando el relato. Un viaje donde principalmente Emilia refuerza, casi sin quererlo, todas sus dudas, donde aparece esa clara sensación de incertidumbre no sólo en la mirada hacia el futuro sino en la construcción de este presente. Nuevamente en “La muerte no existe y el amor tampoco” , Fernando Salem toca esa cuerda melancólica y emotiva que le permite construir una historia querible y de una enorme ternura. Otro gran acierto del filme es la Emilia de Antonella Saldicco que sostiene un protagónico excluyente con el tono necesario para que la armonía que propone Salem con el texto de Paula se vea plasmado en pantalla. Además de los mencionados trabajos de Saldicco y Bustos, hay un seleccionado de brillantes actores dando vida a los personajes secundarios con los que Emilia se vincula: Francisco Lumerman como su novio (a quien vimos recientemente en “Iniciales S.G.”), Agustin Sullivan como aquel fuerte amor de adolescencia que intentará revivir en este reencuentro y Fabián Arenillas como su padre (junto a Lorena Vega en una breve participación como su nueva esposa). Se destaca, una vez más, la exquisita composición de Susana Pampín como la madre de Andrea, atrapada en ese dolor que la lleva casi a la locura pero del que ella misma se salva por su pulsión de vida y Osmar Nuñez como su esposo. Salem vuelve a poner su marca personal dentro del universo femenino, de sus pequeñas heroínas en crisis y lo hace siempre con un acompañamiento amoroso, con una melancolía dulce y terapéutica, y contrastando con ese frío patagónico, dota a sus personajes de un calidez interior, que permiten en este segundo film, poder afirmar que ya los construye con un estilo propio, con su marca personal. POR QUÉ SI: «Salem vuelve a poner su marca personal dentro del universo femenino, de sus pequeñas heroínas en crisis y lo hace siempre con un acompañamiento amoroso»
Volver y dejar partir Luego de Cómo funcionan casi todas las cosas (2015), Fernando Salem regresa con la transposición cinematográfica de Agosto, la célebre novela de Romina Paula, que aborda el tema del duelo y el arraigo a lo que ya no se tiene. Emilia (Antonella Saldicco), una psiquiatra recién recibida, es visitada en Buenos Aires, ciudad en la que habita desde que se vino del sur, por el padre de su mejor amiga, Andrea, muerta hace tiempo, y la invita a participar de la ceremonia en la que se expandirán sus cenizas. Emilia regresa al sur y con ella un pasado que no puede dejar ir. Tal vez esta sea la oportunidad que tenga para comenzar de nuevo y dejar de mirar atrás. Salem, que en su ópera prima apeló al realismo mágico, construye una historia de realismo fantástico sobre fantasmas que regresan del pasado –de manera literal- para abordar el duelo por la pérdida no solo física sino también afectiva que la distancia provoca. No desde una mirada nostálgica sino desde la insatisfacción de un presente de búsqueda interior. Emilia parece tenerlo todo y nada a la vez. La muerte no existe y el amor tampoco está narrada desde el punto de vista de Emilia que desde su regreso es acompañada por el fantasma de su amiga muerta (Justina Bustos), como una mochila que no puede dejar en ningún lugar. Emilia se hospeda en la casa de los padres de esta (Osmar Núñez y Susana Pampín impecables como siempre), se encuentra con su antiguo novio (Agustín Sullivan), visita a su propio padre ausente (Fabián Arenillas), conoce a sus nuevos hermanos…Revisa, reprocha y regresa a su pasado, un pasado atado por nudos que la distancia y el tiempo han desgastado al punto de cortarse y que ese regreso le servirá para convencerse de que ya nada es real sino sólo una construcción de recuerdos idealizados. Un viaje que se opone a la idea de iniciación, sino todo lo contrario, es lo que propone una historia que revisa desde la insatisfacción del presente un pasado idealizado que como las cenizas de Andrea el viento se llevará para no volver.
Emilia (Antonella Saldicco) es una joven psiquiatra recién recibida y con un flamante trabajo en un hospital. Está en pareja, pero la relación con su novio (que está a punto de viajar a Berlín por una beca) parece bastante desgastada. Tras algunas dudas iniciales, la protagonista decide aceptar la invitación de Jorge (Osmar Núñez) y Ursula (Susana Pampín), los padres de Andrea, su mejor amiga fallecida hace un tiempo, para decidir cómo y dónde esparcir sus cenizas. Ella regresa así por primera vez desde que partió al pequeño y helado pueblo santacruceño del que es originaria. Y allí se reencontrará no sólo con sus huéspedes (que alguna vez funcionaron como una suerte de padres sustitutos), sino también con el padre ausente al que casi no ha visto (Fabián Arenillas) y con Julián (Agustín Sullivan), el novio de la adolescencia que ha formado una nueva familia. Las películas sobre las vueltas al pago del que uno es oriundo constituyen casi un género en sí mismo y, si bien en La muerte no existe y el amor tampoco se retoman varios de esos tópicos, se trata -en esencia- de una historia sobre el duelo, sobre las elecciones de vida y las falsas seguridades (y supuestas felicidades) que nos construimos desde el conformismo. ¿Qué habría pasado si nos hubiésemos quedado en determinado lugar o con determinada persona? Es, también, un film sobre fantasmas (ahí está la aparición de una Justina Bustos no demasiado aprovechada) y cómo lidiar con la ausencia y el dolor. Bella y angustiante, árida y desgarradora, La muerte no existe y el amor tampoco (a Salem parecen gustarle los títulos largos) se desmarca del original literario (hay como guiño cómplice una pequeña actuación de Romina Paula) precisamente porque esto es cine y el trabajo visual con los paisajes y el clima sirve para potenciar la sensación de descontención y desolación que invade a la protagonista de esta película noble y para nada complaciente.
Emilia lleva una vida más bien gris en Buenos Aires con su novio cuando el padre de su amiga muerta la contacta: después de algún tiempo, van a cremar a Andrea y a esparcir las cenizas siguiendo sus deseos y quieren que la amiga esté allí. La premisa anuncia algo conocido: otra película argentina sobre el retorno al pueblo donde el viaje y el reencuentro con el pasado deben ayudar a disipar las dudas del presente. Es posible llegar a imaginarse incluso el tono: contenido, sin estallidos dramáticos, con tragedias silenciosas alimentando de manera subterránea las psiquis de los personajes. La muerte no existe y el amor tampoco es eso, pero también algunas cosas más. Desde el comienzo, los planos aplastan a Emilia en espacios pequeños que señalan la incomodidad del personaje con su situación: primero una cocina, el baño de un hospital, una ducha; después el puesto del padre, la casa de la amiga, micros, autos; todo sugiere encierro, malestar, pero también calor y seguridad; una especie de esquizofrenia de pueblo. La puesta en escena acompaña a una protagonista que busca sin éxito un lugar propio; el aprendizaje de Emilia consistirá entonces en planificar mejor el itinerario mientras proyecta un destino. Antonella Saldicco cumple con lo que se espera de ella: Emilia está embargada por emociones que la actriz no exhibe; una interpretación hecha más bien de pistas antes que de certezas. Salem tiene un trabajo parecido: debe comunicar el magma de sentimientos que atraviesa a los personajes pero evitando siempre cualquier explosión dramática que pudiera sacar a la película de su terreno y arrastrarla hacia algún género menos afín a la incertidumbre. Eso está bien manejado, pero el director, tal vez creyendo que la textura plenamente material y discreta de la película requería de alguna tenue nota fantástica, hace que la amiga muerta acompañe a la protagonista en varias escenas. Los resultados son variables: en algunos momentos, la presencia de Andrea instala una tristeza algo lúgubre que termina dándole a la película un aire distintivo; en otras, cuando las amigas parecen alegres y cómplices, como lo habrían sido cuando Andrea estaba con vida, las apariciones de Andrea producen una inquietud muy particular que se alía con una extraña plenitud, como una suerte de felicidad de espectros. El recurso se vuelve el elemento modulador que condensa la afectividad que la película contiene por otras vías. De esa forma, la película parece encontrar un perfil propio y tomar distancia de Agosto, la novela de Romina Paula en la que está basada. El libro trabaja con un realismo levemente enrarecido por la vía de la introspección: Paula horada la trama de lo cotidiano con descripciones obsesivas que transmutan lo que tocan hasta volverlo nuevo, desconocido, alienígena. La película, en cambio, tiene un pulso desigual para los diálogos: no todos los actores le imprimen a sus líneas la misma contundencia que Osmar Nuñez con su eterna dignidad cansada. Salem parece muy consciente de esto y por eso dedica menos tiempo al trabajo con la palabra y que a la deriva de Emilia y a las irrupciones fantasmales de Andrea; la película, a su vez, está menos interesada en los vértigos del relato que en experimentar con las posibilidades sensoriales del frío, la acumulación de ropa o el calor compartido con alguien. Breves cristales de felicidad que disimulan la factura dispar del relato
Emilia (Antonella Saldicco) se junta a conversar con Jorge, el padre de Andrea, una vieja amiga que falleció hace un tiempo. En la charla, el hombre le transmite su deseo -y casi un ruego- de que esté con él y su familia cuando entreguen las cenizas de su hija. Ella, no lo piensa demasiado, organiza su vida y acepta volver a su pueblo natal, ese que abandonó para irse a estudiar a Buenos Aires. Tras la despedida de su novio en Retiro; la autopista, la bandeja del micro, la ventanilla empañada, la ruta y las montañas la van acercando a un escenario en blanco: el de 28 de Noviembre, en Santa Cruz. Territorio de dolor al que ahora debe regresar para enfrentar la muerte, pero también actualizar los vínculos que habían quedado en suspenso con su partida.
¿Qué ocurre después de la muerte de un ser querido? ¿Cómo nos repercute? ¿Cómo cambia nuestra mirada sobre la vida? ¿Cómo ese recuerdo puede alentarnos a seguir o complicarnos? Preguntas básicas, desde luego, pero las más constantes, las que más se repiten y -curiosamente- las que no comprendemos con el paso del tiempo. Son estas preguntas las que tratan de contestarse a sí mismos los personajes de La muerte no existe y el amor tampoco. El Peso de la Memoria La película ya desde su título propone el debate, ya que su contexto plantea la diferencia entre el amor presente y el amor en cuanto a pasado. Un rompimiento o un fallecimiento pueden interrumpir de forma permanente ese flujo, pero es el recuerdo lo que lo hace en cierta forma algo permanente, creando una base sobre la que desarrollamos nuestra personalidad. Donde se desarrolla nuestra mirada sobre el amor y la muerte, y cómo pueden estar relacionados o no. Una de las primeras escenas tiene a la protagonista lidiando con una suicida en un hospital. Una cuestión laboral que puede parecer sin importancia; pero a lo largo de la película veremos que no es casualidad que esté en esa línea de trabajo. Su historia con su amiga, que transita la película como un fantasma (más físico que espectral), es en gran parte la que le motiva a desempeñar esa labor. Sin embargo, la presencia de ese fantasma despierta el papel que el amor, tanto romántico como familiar, tiene en su vida. El que está mucho más allá de la simple cáscara, de la necesidad física: el deseo de no querer tener ningún lazo, de no querer sentir nada, para no tener luego que hacer ningún duelo. Porque es en esa etapa donde el recuerdo -lo que hace que una persona que se fue viva para siempre- parece hacer más daño que beneficio. A pesar de ello, plantea que ese dolor tan desgarrador, ese sufrimiento, es el primer puente a atravesar si queremos seguir adelante. Un sufrimiento que no solo lo puede generar la muerte, sino también el alejamiento que aparece, al menos emocionalmente, como una forma de la misma aunque sin la fatalidad de la ausencia física. En materia actoral, Antonella Saldiccoentrega una muy hábil interpretación con una clara comprensión física del intenso tema de la película, pero es la expresividad de su rostro la que consigue gran parte de las maravillas. Justina Bustos la acompaña en un silencioso rol como su amiga fallecida. Aunque le falten palabras a la actriz, le sobran emociones y presencia física. Es uno de esos roles esenciales que con muy poco está diciendo mucho. En materia técnica la película presenta bellas composiciones de cuadro en Cinemascope que se muestran pintorescas en los planos paisajísticos. En los planos de interiores puede ser desafiante, pero no termina jugándole en contra.
Después de su aplaudida opera prima “Como funcionan casi todas las cosas” donde apelaba a la comedia aunque sus personajes habitaban la angustia, aquí la propuesta es distinta. Basada en la novela “Agosto” de Romina Paula, con guión del director y Esteban Garelli, el film se mete de lleno, en lo que le ocurre a la protagonista, pero extiende su dominio a una mirada al pasado que nos enfrente a lo que pudo ser y no fue, a las valentías y cobardías, al paso del tiempo, al peso de los recuerdos, a las frustraciones, a la aridez del futuro. Ambientada en el Sur, ese paisaje nevado, bello e inhóspito se corresponde con lo que le ocurre a su protagonista, una sorprendente y conmovedora Antonella Saldicco. Regresar al lugar de la infancia siempre es un viaje peligroso, están los amores primeros, la muerte de una amiga, siempre presente, el padre con una relación rota, los padres de su amiga (maravillosos Osmar Nuñez y Susana Pampin), el chico que la enamoró. Todo lleva a un replanteo de una vida joven, el novio actual que la tironea con un viaje al exterior, su propia vocación. Dejar las cenizas de su amiga es también esparcir su pasado con las cuentas cerradas y las dolorosas comprobaciones. Un film delicado y conmovedor, con un lenguaje profundamente cinematográfico, con los tiempos justos, sin melodramas, pero con los dolores y heridas expuestas.
Tras su ópera prima Cómo funcionan casi todas las cosas (2015), el realizador Fernando Salem transpuso en La muerte no existe y el amor tampoco (2019) “Agosto”, la novela de Romina Paula. - Publicidad - Además de desempeñarse en el teatro y ser una frecuente actriz en cine (y reciente realizadora, con su ópera prima De nuevo otra vez), Romina Paula publicó tres novelas: “¿Vos me querés a mí?”, “Agosto” y 2Acá todavía”. Su prosa se destaca por aunar reflexiones de tipo filosóficas con el universo cotidiano, sin que haya un desbalance o, mucho menos, la búsqueda de una didáctica. De ese modo, los personajes reflexionan y al mismo tiempo trazan un mapa de sus emociones, de sus derroteros personales. El desafío de llevar “Agosto” a la pantalla grande era no resolver ese aspecto de forma específicamente cinematográfica. En La muerte no existe y el amor tampoco conocemos a Emilia (Antonella Saldico), una joven psicóloga que tiene una vida sin mayores sobresaltos. Más allá de los momentos intensos que le toca vivir con los internados del neuropsiquiátrico en donde trabaja, pasa el tiempo con su novio y no demuestra tener nuevos planes. Hasta que de repente llega Jorge (Osmar Núñez), el padre de su mejor amiga fallecida algún tiempo atrás y le propone volver al sur para participar de la ceremonia íntima en la que esparcirán sus cenizas. Una oportunidad para reencontrarse con esa parte que dejó atrás, cuando era habitante de un lugar de clima hostil y paisajes de enorme belleza (muy bien fotografiado, sin premisas turísticas). Salem consigue, a partir del material primigenio, una película austera en el mejor sentido; sin grandilocuencias, con diálogos muy bien construidos y con un tono medio que sirve para profundizar en las emociones encontradas que genera todo duelo. Emilia tomará contacto con la madre de su amiga (Susana Pampín), la hermana (Romina Paula), su propio padre (Fabián Arenillas) -quien ha formado otra familia- y finalmente con Julián (Agustín Sullivan), con quien quedó trunca la promesa de un futuro compartido. El principal problema de la película (se diría, el único) es la convivencia entre Emilia y Andrea (Justina Bustos), quien se le presenta apenas llega y la acompaña en varios tramos del film. Más allá de que la película desaprovecha a Bustos (una muy buena actriz), esta decisión señala la potencia introspectiva que tiene la novela, al tratarse de un texto en primera persona que se dirige en buena parte a la joven muerta. Potencia que no logra transcribirse en la película; su tono melancólico y aletargado (una marca de la escritora) queda así relegado. Pese a ello, La muerte no existe y el amor tampoco es un buen segundo film de un realizador que parece estar interesado por esa clase de historias mínimas y contenidas, a las que se les agradece su presencia en una cartelera tan plagada de fuegos de artificio.
Sensibilidad directa Todo funciona bien porque hay un compromiso para interesar al espectador por parte de realizador y actores. No es fácil contar historias chicas, de puros personajes y situaciones cotidianas apenas extraordinarias –en este caso, una mujer joven con las cenizas de una amiga, un regreso a pueblo natal, un amor fallido–. En este caso, todo funciona bien porque hay un compromiso para interesar al espectador por parte de realizador y actores. La sensibilidad se transmite directa y el film emociona sin subrayados ni redundancias.
Emilia tiene su rutina establecida: trabaja como psiquiatra en un hospital de Buenos Aires, y sus máximos sobresaltos pasan por recibir, quizás, el ataque de algún paciente. Jorge, el padre de su mejor amiga, fallecida hace unos años, se acerca a buscarla con un pedido sencillo, pero doloroso. Deben exhumar los restos y cremarlos porque venció el tiempo que podía estar enterrada, y quiere que Emilia lo acompañe. Ella acomoda sus cosas y emprende el viaje a ese pueblo del sur que la vió crecer. La experiencia será más dolorosa de lo que suponía. “La muerte no existe y el amor tampoco” puede englobarse dentro los relatos que se centran en una anécdota intimista, pequeña, de esas de las que no depende el destino de la humanidad pero resultan cruciales para el microcosmos del personaje, y se encuentran vinculados directamente con un viaje al lugar de origen. Emilia es un personaje que no parece de entrada muy conectado con la realidad, muy interesado por nada, rozando lo autómata. Lo importante aquí es el cambio que opera el viaje en ella. Cambio que es narrado con énfasis en las pausas pero a la vez elidiendo momentos insignificantes de su estadía y con la presencia constante, a veces siniestra, a veces dolorosa, pero siempre fantasmal de su amiga fallecida. Justamente, como podemos reconocer una especie de patrón de relato en la historia, si no empatizamos con su protagonista nos quedamos absolutamente afuera de todo. La actuación de Antonella Saldicco es destacable y ayuda a que la película cumpla su cometido. No podemos dejar de mencionar al enorme Osmar Nuñez, interpretando a Jorge, un hombre que quiere mostrarse entero por fuera pero no tiene herramientas para terminar de ocultar lo roto que está por dentro. Basada en “Agosto”, una novela de Romina Paula, y dirigida por Fernando Salem (Como funcionan casi todas las cosas) se constituye entonces como un viaje, primero físico y luego interno, pero Emilia no termina descubriendo nada sobre ella misma. Lo que se le revela es que ninguno de los mitos en los que creemos son ciertos, que nada de lo que nos rodea es tan real como parece, que la muerte no existe, y el amor tampoco.
EL HUMOR NOS SALVARÁ Emilia, la protagonista, viaja desde Ciudad de Buenos Aires a su pueblo natal en la provincia de Santa Cruz para retirar y cremar los restos de su mejor amiga, que se suicidó. Pero la vuelta a su ciudad, un tema recurrente en buena parte del cine independiente argentino, le trae viejos recuerdos (no sólo los de su amiga), sino de lugares, de su padre y de una ex pareja. La muerte no existe y el amor tampoco de Fernando Salem muestra ese encontrarse nuevamente con su pasado y cómo enfrentarlo en algunos casos. Por una cuestión de densidad, la película funciona mejor en los momentos en los que utiliza el humor, que está puesto como una válvula de escape al tema del suicidio. Las escenas en las que Emilia interactúa con su padre y su nueva familia tienen momentos muy divertidos: Antonella Saldicco (gran actuación) posee el timing para construir pequeños diálogos que generan risa. La relación con su antiguo novio también funciona y hay una escena, cerca del final, que pone la mirada en la mujer y hace pensar en esa frase que a todos nos dio vuelta alguna vez en la cabeza: “cómo hubiera sido mi vida con esa persona”. Sin embargo no todo funciona tan bien en la película de Salem. Por ejemplo, la relación entre la protagonista y su amiga fallecida no logra construirse de manera acertada. En la novela Agosto de Romina Paula, material de base para la película, la amiga se hace presente desde la voz en off, pero aquí se optó por eliminar ese elemento y por eso su presencia como personaje pierde fuerza. También le juega en contra que los actores con diálogos tienen tanta importancia en escena (Osmar Núñez es uno de ellos) que lo meramente físico que pueda aportar Justina Bustos (la amiga) a su personaje queda un poco eclipsado.
Después de su auspiciosa opera prima, Cómo funcionan casi todas las cosas, Fernando Salem se embarcó en La muerte no existe y el amor tampoco, la adaptación de Agosto, la segunda novela de Romina Paula. Una difícil tarea, porque el libro está escrito en primera persona, en ese vibrante lenguaje coloquial que es la marca de estilo de la autora. Es el relato que una joven le hace a su mejor amiga sobre su regreso al pueblo donde crecieron juntas. El detalle es que la segunda está muerta, y la ceremonia de esparcimiento de sus cenizas es el disparador del viaje de la narradora. ¿Cómo traducir eso al lenguaje cinematográfico? Salem y su coguionista, Esteban Garelli, eligieron sabiamente evitar lo que hubiera sido una insufrible voz en off. Decidieron quedarse con los aspectos más visuales de la novela y mantener casi todas las peripecias, pero desprovistas de la fuerte carga subjetiva que tenían en el relato literario. En el camino, la historia perdió gran parte del humor y el sarcasmo que transmitía esa narradora cómplice. Lo que quedó fue la melancolía, sin atenuantes. Porque esta es la historia de un adiós. O varios adioses. Cuando decide aceptar la invitación del padre de Andrea para participar del ritual fúnebre, Emilia se embarca en un viaje al pasado. Alguna vez se fue de la Patagonia para estudiar en Buenos Aires y nunca más volvió. Este retorno es para despedirse de su amiga, pero también de toda una etapa de su vida. Cerrarle la puerta a ese pasado y dejar atrás a su padre, con quien casi no tiene contacto; a los padres de Andrea, que prácticamente la criaron; a Julián, ese primer amor que se desvaneció. La desoladora estepa patagónica y las buenas actuaciones le dan sostén a este drama introspectivo. En esta excursión a su historia, Emilia se encuentra con preguntas que hacen tambalear su presente y quedan resonando en el aire: cuánto dura el amor y en qué se va transformando; cuántas vidas podemos vivir; cuán definitiva es la muerte.
Esta segunda película del joven realizador argentino Fernando Salem sale de los parámetros propuestos en su ópera prima (Como funcionan casi todas las cosas) que jugaba en el territorio de la comedia, aún con sus padecientes personajes en crisis. En esta segunda propuesta el llamado es el del drama intimista, que nace de la transposición de la novela homónima de la escritora y cineasta Romina Paula, y así el filme comienza con una cita del mismo texto que ha sido adaptado. El filme está radicalmente centrado en términos argumentales y formales en la subjetividad de su protagonista, la joven Emilia. A la vez que el punto de vista es exclusivamente el de Emilia, las tramas que confluyen la atraviesan a ella desde distintos aspectos: lo amoroso, la amistad, las ausencias, el amor, la muerte, y una serie de interrogantes casi existenciales que la protagonista se hace a lo largo de todo el filme. La propuesta parece querer meterse en la trastienda de aquello que podríamos llamar el universo de “lo femenino”, con su forma de desear, su forma de percibir los vínculos y cierta introspección que se presenta como asociada a la condición de feminidad. Es claramente algo que conociendo el estilo literario de la autora ya citada debe circular en sus palabras, en su narrativa y si quisiéramos ser más precisos en la poética que ella construye acerca de “lo femenino”. Como un guiño o una reafirmación de esa presencia fantasmal que flota en todo el filme, Romina Paula encarna un personaje secundario pero no menos relevante en cuanto a su función en la trama. Emilia, vuelve a su pueblo del sur convocada por el padre de su amiga fallecida hace años, para llevar acabo el ritual de enterrar las cenizas y tratar así de dar cierre a esa historia. Historia que suponemos penosa y trágica aunque inexplicable. Allí, instalada en la casa de los padres de Andrea, la ausente presente amiga, se cruza con su hermana (Romina Paula) se reencuentra con su padre, algunos amigos de su adolescencia y en especial con Julián quien fuera su amor, ese amor de juventud que intentó dejar atrás. El argumento nada tiene de novedoso, y aunque podríamos dejar a un lado la preocupación argumental para esperar algo de esa emocionalidad que los relatos intimistas nos transmiten, tampoco nos atraviesa con esa flecha que pueden ser las emociones más íntimas de una joven mujer. La actriz que encarna a Emilia, que claramente ha sido dirigida para contener su emocionalidad, no logra construir esa contención de manera solvente. Su gestualidad indefinida y la falta de precisión en el minimalismo corporal que el personaje necesita desarman las pocas chances que tiene el personaje de habitar en nuestras emociones. El joven Salem, que ya ha dejado entrever su atracción singular por el mundo de las mujeres, no logra pisar tierra firme y el filme se siente muy exigido para intentar lograr algo que no alcanza. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Llega a las carteleras la adaptación cinematográfica de la novela de Romina Paula, Agosto. Fernando Salem dirige la historia de un duelo y un reencuentro con una misma. “Algo como que quieren esparcir tus cenizas. Algo como que quieren esparcirte”, son las primeras líneas de la segunda novela de Romina Paula. En Agosto, ella escribe a través de la voz de su protagonista que le habla a su amiga muerta. Esa amiga, unos años después de su muerte, la “llama” cuando se cumple un plazo determinado con su cadáver y la familia elige cremarla. En la película que Salem escribe junto a Esteban Garelli, Emilia lleva una vida tranquila y apática. En su trabajo, donde se desempeña como psiquiatra, y en el departamento minúsculo en el que vive con su novio. La Emilia de la película de Fernando Salem no habla demasiado, como si toda esa verborragia que escribe Paula en la novela (un largo monólogo, al fin y al cabo) la llevase contenida. Cuando los padres de su amiga, con quien fue muy cercana y por lo tanto es casi como de la familia, la invitan a quedarse unos días en ese pueblo de la Patagonia mientras deciden qué hacer con las cenizas, se reencuentra con fantasmas del pasado: su amiga muerta, que la acompaña todo el tiempo con una presencia casi tangible; su padre, con una familia nueva a la que ella ni siquiera conoce; y un antiguo amor, al que se lo encuentra casado y con un hijo y le despierta todas esas inquietudes relacionadas al “qué podría haber sido”. En este regreso al lugar del que una se fue, se escapó, hay una historia que podrá no ser nada original pero tratada de una manera sensible, sin subrayados, enmarcada con paisajes fríos que terminan de intensificar la sensación de desolación, de pérdida. La música se convierte en otro aporte interesante en este relato intimista. ¿Quién es Emilia? ¿Quién fue? ¿En quién se convirtió? ¿Quién es la Emilia que regresa al final? “Ni irse ni quedarse ni nada, ni estar…”. Como si, a lo mejor, no todos los viajes al comienzo pudiesen ser definitorios, sin que eso signifique que no modifiquen algo. Todas esas indagaciones aparecen acá, quedan dando vueltas. Antonella Saldicco es la actriz encargada de dar vida a Emilia, esta joven a quien parece que las cosas no tienen el poder de movilizarla demasiado, como si estuviese ya entumecida. A ella la acompaña un elenco notable: Justina Bustos como el fantasma que se materializa, Susana Pampín como esa madre que lidia como puede con esa ausencia, Osmar Nuñez como el hombre que intenta sostener lo que se quebró, Agustín Sullivan como la persona que despertará sentimientos no sólo porque tienen que ver con un pasado en común sino porque la enfrenta con la persona que es actualmente. La muerte no existe y el amor tampoco es una efectiva adaptación de la novela de Romina Paula, que consigue traspasar las líneas de la escritora a imágenes, sin apelar, como un recurso fácil en especial para un relato que está narrado en segunda persona, a la voz en off. Salem logra transmitir lo que quiere a través de imágenes audiovisuales poderosas. Aunque se toma libertades, consigue ser muy fiel al material y el resultado es un film intimista y sensible sobre la necesidad de dejar ir.
El viaje al sur del país nos lleva a una Patagonia alejada de la imagen de postal. El viaje, el duelo, las vidas posibles, la nueva película de Salem se atreve otra vez (basándose en la obra de Romina Paula) a una indagación filosófica sin pretensiones, basada en los asuntos más cotidianos...
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
La nueva película del realizador de «Cómo funcionan casi todas las cosas» –también conocido por ser el creador de Zamba– es una adaptación de la novela «Agosto», de Romina Paula, centrado en el regreso de una joven a su pueblo natal en la Patagonia. Esta adaptación de la novela de Romina Paula titulada «Agosto» (el cambio de título no es necesariamente feliz, aunque es por lo menos curioso) mantiene la línea narrativa del texto literario solo que, al perder la particular voz en primera persona del libro, la trama en sí se vuelve un tanto menos original. LA MUERTE NO EXISTE Y EL AMOR TAMPOCO narra la historia de Emilia, una chica de la Patagonia que se ha ido a vivir a Buenos Aires hace ya tiempo y a la que le llega la «invitación» a volver a su pueblo natal a esparcir las cenizas de una amiga suya que murió un tiempo atrás. Tras algunas dudas (Emilia está en pareja, aunque no están del todo bien) y con el miedo del regreso al terruño, la chica va hacia allí. Como en toda historia de retorno al pueblo natal que se precie, aparecerán en LA MUERTE NO EXISTE… los reencuentros con personas que dejó de ver (especialmente una pareja que fue muy importante en su adolescencia), con la familia de su amiga y, también, los recuerdos de sus vivencias juntas, además de las experiencias específicas relacionadas con la ceremonia en cuestión. Esa vuelta disparará, además, algunas sorpresas, otros reencuentros inesperados (reales o no) pero, especialmente, un posible replanteo de Emilia acerca de lo que quiere hacer con su vida en el futuro. Y lo que pudo haber sido de ella de haberse quedado viviendo allí. La nueva película del realizador de COMO FUNCIONAN CASI TODAS LAS COSAS –también conocido por ser el creador del dibujo animado Zamba– es una sensible aproximación al universo de la protagonista, a través de sus dudas, sus miedos, sus dolorosos recuerdos y lo que eso significa en relación a su futuro. Muy bien interpretada por un elenco que incluye a Antonella Saldicco como Emilia, junto a Justina Bustos, Agustín Sullivan, Osmar Núñez y Susana Pampín, y con un tono melancólico apropiado para el tema y los escenarios patagónicos, se trata de un sólido segundo largo de Salem que confirma la buena impresión –y varios de los temas, que son bastante similares– que había dejado su opera prima.