Una crisis burguesa El séptimo arte cuenta con una tradición larguísima de propuestas centradas en diversas crisis existenciales, esas que suelen deberse a una amalgama de detalles concernientes al trabajo, la familia, la pareja, la amistad, el barrio y otros ámbitos varios que conspiran para que llegue la inefable frustración y la idea de que las cosas no están saliendo precisamente bien a nivel íntimo y/ o social: si nos concentramos en el campo específico de los dramas, ya que la comedia es más caótica y gusta de tratar a todos por igual, se puede afirmar que mientras que la burguesía -frente a este panorama- suele terminar implosionando (con silencios, burlas cortantes e hirientes y muchas visitas al psicólogo en pos de “comprender” lo que ocurre), los demás estratos sociales suelen explotar (acusaciones entrecruzadas a los gritos, escenas melodramáticas en público y una catarata de escraches coloridos mediante). Así las cosas, La Otra Piel (2018) es un ejemplo paradigmático de película de crisis burguesa de influjo bergmaniano basada en personajes masculinos soberbios, pedantes y egoístas y personajes femeninos reprimidos, silentes y algo vacuos, siempre tendiendo más a la autovictimización que a responder a los embates del entorno o la propia insatisfacción consigo misma. Como casi toda epopeya indie que se precie de tal, aquí la protagonista, Abril (María Figueras), una tatuadora, en esencia es una mujer no estimada/ ninguneada por su pareja (Rafael Spregelburd), un director mucho más preocupado por los ensayos de la obra teatral de turno que por la señorita, esa que de un momento a otro decide emprender un derrotero de autodescubrimiento en función de un catalizador concreto, nada menos que la muerte -o no, nunca se sabe del todo- de un cliente con el cual tuvo un mínimo affaire. Atrapada en la sensación de ser un triste fantasma entre la fauna varonil, primero cosificada como objeto del placer y luego utilizada y desechada a los pocos minutos, la mujer se traslada a Brasil y alquila una casa sin avisarle del viaje ni siquiera a su madre. El film, dirigido y escrito por Inés De Oliveira Cézar, juega con un régimen contemplativo que por un lado logra desmenuzar la angustia de la protagonista gracias en gran medida a la excelente actuación de Figueras, quien hace de la economía gestual y el silencio sus fuertes, y por otro lado consigue sacar provecho también de esos constantes recitados en off por parte de Spregelburd, extraídos de su opus La Terquedad, los cuales le agregan un manto de reflexión y belleza a las imágenes a la vez que ponen el acento en el mismo proceso creativo que todo artista debe sobrellevar para producir y dotar de sentido social a su obra. Como ocurre con muchas propuestas semejantes, el ardid narrativo de invocar la pasividad del personaje central a veces lamentablemente se acerca al terreno de la zoncera ya que en su periplo Abril se topa con dos hombres más con los que -palabras más, palabras menos- vuelve a cometer los mismos errores de siempre para seguir presa de su martirio fetichista símil una abulia/ apatía que a la larga resulta algo redundante; a lo que se suma un metraje excesivo tratándose de una historia con giros que se ven venir desde lejos. Aun así, La Otra Piel constituye un trabajo interesante que unifica con sutil naturalidad el dejo lírico de fondo, un elenco muy acertado y un examen concienzudo en torno a los coletazos que la obsesión y los rituales laborales pueden llegar a tener en nuestro círculo íntimo, por lo general destruyéndolo de a poco vía frialdad, torpezas y esa repetición individualista…
20º BAFICI: Cada uno elige su propia aventura. El film de Oliveira Cézar (Como pasan las horas, El recuento de los daños), sobre una chica que, tras la imprevista muerte de un ocasional amante, escapa a Brasil, está mejor dirigido que escrito. El clima tormentoso, el fondo sonoro (ruido de aviones y trenes insinúan presagios) y los sugestivos paneos por el interior de silenciosas viviendas prometen una intriga que va diluyéndose. La búsqueda emprendida por la protagonista parece ingenua, más ligada al ocio vacacional (y sin problemas de dinero) que a un estado emocional. Mónica Galán y Rafael Spregelburd aportan profesionalismo en personajes secundarios, combinándose elementos de la ficción cinematográfica con los ensayos de una obra teatral.
Escrito en mi cuerpo. De lo superficial a lo profundo; de la carne al verbo; del amor al desamor y en el medio la necesidad de la fuga. De habitar un espacio no contaminado y un cuerpo distinto más allá de las heridas o los tatuajes de las primeras capas cutáneas. Pieles y cuerpos a veces juntos y otras no, disponen y proponen un viaje introspectivo en el nuevo opus de Inés de Oliveira Cézar. El título alude a esa otra piel, que por momentos representa la búsqueda de identidad cuando la cárcel de los roles aprisionan el deseo. Decíamos en la carne y acompañada del verbo porque lo no dicho en realidad se descubre en el cuerpo como esas huellas en la arena de una playa al sur de Brasil, donde jugar a ser otra forma parte de la misma fuga hacia adentro. Reencontrarse con aquella para ser ésta va más allá de la cuestión genérica. Como suele ocurrir en las propuestas de Oliveira Cézar la mayor transformación se relaciona con una protagonista en un momento de crisis. Las tragedias personales surgen en el instante en que la pregunta ya no se acalla y la necesidad de clausurar una inercia de la rutina, de la convivencia o la propia a pesar de que todo parezca fluir, gana notoriedad en los detalles. La desatención de un dramaturgo (Rafael Spregelburd), obsesionado por el estreno de la obra de teatro “La terquedad”, sus constantes desaires en función al ego que sale por los poros, resulta lo suficientemente asfixiante para Abril (María Figueras), quien procura ganar nuevamente su lugar en la pareja y de esa manera pasar a otro estado de la relación. Todo parece a destiempo, el deseo de Octavio (Spregelburd) emerge cuando Abril ya no desea y viceversa. Para el hombre hay un escape: su obra de teatro, su coqueteo con las actrices, pero para Abril el encierro o quizás patear el tablero? La directora de Extranjera nos transporta en ese viaje de otra extranjera que prueba sus pieles con personas desconocidas como el personaje de la película El otro, protagonizado por Julio Chávez. Sin embargo, en Abril la operación de mudanza a otro cuerpo es mucho menos tangible para las imágenes cuando el paisaje de la otredad surge con la fuerza de una energía distinta no volcada únicamente a una efímera sensación de libertad, sino más bien ligada a la fugaz atadura con lo que somos para encaminarnos en el descubrimiento del porqué somos como somos. Los textos que traen la voz en off y en on de Rafael Spregelburd, disociado entre el dramaturgo real y el Octavio dramaturgo, parecen salir a la búsqueda de aquella Abril y de todas las Abriles posibles. Una obra de teatro estren ada en el Cervantes (otro dato real dado que el acontecimiento data de 2017) donde el valor de lo que se dice es mucho más importante del cómo se dice conecta con la realidad, con los datos duros escritos, verificables, tangibles y desde el cine con la potencia del registro, del documento -dispositivo utilizado en Casandra– para cruzar la frontera de la ficción, fundirse con el cuerpo del texto no dicho y con aquello que ya está escrito como el destino.
Como en toda su cinematografía previa -en gran parte presentada también en el BAFICI-, Inés de Oliveira Cézar indaga en la psicología femenina, sumergiéndose en ese universo poblado de sugerencias, emociones contenidas, impulsos irrefrenables, misterio, intuición, sensualidad. Abril (María Figueras) es todo eso y mucho más: una mujer que atraviesa una crisis nunca explicitada, con problemas con su pareja y con la salud de su cuerpo. Un hecho inesperado dispara su partida, pero esto no nos asombra, sabíamos que algo así habría de suceder: algo se estaba gestando. Súbitamente, Abril viaja a una apartada playa en Brasil, sin anunciarlo, si rendir explicaciones a nadie. Como en aquel film de Ariel Rotter, El otro, en que un hombre partía de viaje ante un hecho sorpresivo y ensayaba otra identidad, aquí la protagonista sale en busca de sus otros yoes, intenta ser otra, probar con otro nombre y otras actividades en otro espacio muy diferente del cotidiano. Pero nuevamente su relación con los hombres le juega una traición, interrumpiendo esta búsqueda interior. María Figueras –una actriz que conocemos sobre todo del teatro, con gloriosas interpretaciones de obras de Chejov (a quien ella menciona en el film)- se echa al hombro un protagónico difícil, con su presencia predominante, en que los silencios, los gestos, en primeros planos, y los desnudos superan en importancia a las palabras. Pero La otra piel no se limita a esto, podría decirse que se trata de dos películas en una: la pareja de Abril es un director de teatro que ensaya una puesta con su elenco. Rafael Spregelburd tiene un rol idéntico a su realidad extracinematográfica: ensaya La terquedad, pieza que presentó en el teatro Cervantes en 2017 y acaba de culminar. En un difícil equilibrio entre ficción y documental, vemos los ensayos –aunque los actores son otros- y por fin, la puesta en el Cervantes. En este complejo cruce entre la trayectoria de Abril/María y la obra de teatro, la voz en off de Spregelburd recita textos de la obra, que de alguna manera quieren oficiar de voz interior de la protagonista. Este cruce, algo críptico, no siempre funciona, ni se justifica. En todo caso, carece de la fluidez de la trama principal. La apuesta visual (la cámara es de Federico Bracken) es la otra gran protagonista de este film: la permanente presencia de las ventanas, del mundo mostrado –y a veces deformado- a través del vidrio y atravesado por el agua son una clave insoslayable en esta película climática y abierta.
En su sexto largometraje de ficción, Inés de Oliveira Cézar eligió contar una historia íntima: la crisis personal de una mujer que anda cerca de las cuatro décadas. Y lo hizo con un grado de sutileza tal que nunca termina de quedar en claro qué es lo que le está pasando a la protagonista: sólo sabemos que una relación de pareja desgastada y un incidente fortuito son los detonantes para que parta en un viaje en busca de sí misma. Este es un periplo en el que la procesión va por dentro, a tal punto que establecer algún grado de empatía con Abril se vuelve una tarea difícil. Y no hay que achacárselo a la actuación de María Figueras, que es correcta, sino a un guión -de la propia De Oliveira Cézar- que no le proporciona muchas salientes de las que aferrarse. Si las acciones de la heroína no tienen demasiado sentido narrativo, menores justificativos aún pueden encontrarse para la decisión de incluir cada tanto, a modo de musicalización de sus andanzas, fragmentos de La Terquedadrecitados por la voz en off de su autor, Rafael Spregelburd. El único vínculo entre esos textos y lo que ocurre en la película es que el propio Spregelburd interpreta a Octavio, pareja de Abril y director -tanto en la realidad como en la ficción- de esa obra de teatro (a cuyos ensayos asistimos sin que tampoco medie ninguna excusa dramática). El resultado es que una pátina de solemnidad se suma al tedio y la morosidad de una película que nunca encuentra su rumbo.
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Inés De Oliveira Cézar vuelve al cine con una coproducción entre Argentina y Brasil. Se trata de La otra piel (2018) que presenta a una mujer (María Figueras) en crisis de un país a otro. Abril (María Figueras) está en crisis. La vemos fumar y gritar en su casa ante los llamados telefónicos de su pareja (Rafael Spregelburd) que está ensayando su obra La terquedad. Las frases del texto La terquedad resuenan en la película trazando puentes entre realidad y ficción, entre la obra que se representa y el torbellino interior de la protagonista. El hombre está estresado producto del inminente estreno de su obra monumental, y coquetea con actrices y asistentes mientras descuida a su mujer, quien no le expresa su malestar. Ella tiene otra forma de vivir su crisis: dialoga con sus clientes a quienes les hace tatuajes y hasta se permite tener una relación con un actor de la obra de su pareja. Pero algo del orden trágico sucede y su destino cambia radicalmente de un día para el otro. Inés de Oliveira Cézar ha trabajado en varias oportunidades sus films sobre tragedias griegas (Extranjera, El recuento de los daños). No es el caso aquí, aunque La terquedad como texto disparador tenga ciertas similitudes. El destino circular de su protagonista sigue la estructura de una tragedia clásica: Un fatalismo del destino producto de un comportamiento inadecuado produce el desarraigo y la fatalidad la acompaña. Pero aquí hay un elemento fundamental anclado en el título: La manera de reinvertarse, perderse, reencontrarse que Abril tiene es su cuerpo. El sexo, la pose, la piel. Su actividad -realizar tatuajes- es una alegoría de las marcas corporales que dejan las experiencias de vida en su relación con un otro. La otra piel es una película de planteos interesantes y búsquedas prometedoras, pero no alcanza la eficacia discursiva de películas anteriores de la realizadora, donde el anclaje entre teatro y realidad, mitos y verdades, era mucho más evidente.
Una mujer en crisis, clara pero no explícita, se escapa de pronto a Brasil y empieza a vivir otra vida. Esa fantasía colectiva, literaria, cinematográfica, de renacer en otra persona, aunque sus oscuridades continúan. Como un espejo, hay una línea paralela, la de su pareja, Rafael Spregelburd, que ensaya, no sin esfuerzos, la terquedad, la obra que en la ficción estrenará en Cervantes, y que en la realidad ya estrenó. Esa complejidad de la trama, acaso innecesaria, no impide la creación de un gran clima y una intriga en una película lograda y subyugante.
“La otra piel”, de Inés de Oliveira Cézar Por Gustavo Castagna Dos películas en una? No creo que sea tan así. En todo caso los riesgos que toma Inés de Oliveira Cézar con su nuevo opus ya aparecían en buena parte de su obra anterior (Cómo pasan las horas; Cassandra; Extranjera; El recuento de los daños, para mí, su mejor película). Las decisiones estéticas y temáticas de la cineasta vuelven en La otra piel a partir de la fusión entre dos ejes dramáticos que se yuxtaponen, separan y vuelven a combinarse. Dos personalidades y una pareja en crisis: ella, tatuadora, Abril (extraordinaria composición actoral entre silencios y mínimos gestos de María Figueras), y él (Rafael Spregelburd), por su parte, a pleno ensayo de su propia “La terquedad”. Dos universos a punto de separarse, dos maneras diferentes de (con)vivir con un conflicto. La decisión la toma Abril, sin avisarle a nadie, yéndose a una playa tranquila en Brasil, con plata, valija y un cuerpo y piel que se traslada y se va de todo aquello que no le corresponde. ¿Viaje iniciático? Sí, viaje burgués también, como si Liv Ullmann (o sus personajes) decidieran separarse de sus esposos “artistas” (pienso en Max Von Sydow), en aquellas películas de Ingmar Bergman de fines de los 60 (La hora del lobo; La pasión de Ana; Vergüenza!). Un cuerpo vive nuevas sensaciones (tal vez escapándose de una muerte cercana pero nunca exhibida en su totalidad) y otro continúa con los ensayos de la obra. Pero aparece otro cuerpo: la mamá de Abril (esa enorme actriz Mónica Galán), ocupando un espacio vacío, reacondicionando una casa frente a la ausencia. La otra piel construye a su personaje principal y a sus dos secundarios con suma astucia proponiendo una zona de riesgo al conjugar parte del texto de “La terquedad” (con la voz del mismo Spregelburd) hacia la piel y figura de Abril. En ese desafío que toma la cineasta, la película gana y pierde interés, determinadas escenas traslucen repetitivas y el metraje se extiende en demasía. Como contrapeso dramático, las caminatas, silencios, los pequeños hechos que vive la protagonista (que hasta incluyen un robo) se manifiestan como la zona más lograda y dramáticamente virtuosa de la película. Como sucede cuando Abril habla sola y se pelea con un cajón al que no puede cerrar: en ese mínimo detalle, en ese gesto feliz del personaje, pautado por cierta simpatía de tono minimalista, La otra piel encuentra sus mejores momentos. LA OTRA PIEL La otra piel. Argentina, 2018. Dirección y guión: Inés de Oliveira Cézar. Fotografía: Federico Bracken. Música: Gustavo Pomeranec y Luis Gayotto. Edición: Ana Poliak. Dirección de arte: Betania Rabino. Sonido: Gustavo Pomeranec, Adrián Rodriguez y Favio Pecoro. Con: María Figueras, Rafael Spregelburd, Pablo Seijó, Roxana Berco, Mónica Galán. Duración: 110 minutos.
Fallida propuesta en el regreso de Inés De Oliveira Cézar al cine con una historia que maneja dos planos narrativos para desandar la transformación de su protagonista. Hastiada del presente y con intenciones de ser valorada como mujer, Abril emprende un camino que seguramente no la regresará a su estado inicial. Rafael Spregelburd regala fragmentos de “La Terquedad” en una obra difícil, no por su complejidad, sino por perderse en el laberinto de aquello que intenta proponer.
Una creación donde Inés de Oliveira Cézar une por un lado el texto de “La terquedad” de Rafael Spregelburd utilizado como poesía. Y une a ese desarrollo de preparativos de la obra, lo que le ocurre a una mujer, que huye de su pareja y de sus problemas de salud hacia otro lugar donde nadie la conoce y ella pueda jugar a ser intensamente otra. Es la superposición de dos realidades con distintos objetivos. Un hombre obsesionado con obra de teatro. Una mujer que emprende una road movie de búsqueda en una playa soñada donde nada será como parece. Con imágenes atractivas y actores comprometidos con el proyecto, como el caso de la protagonista María Figueras, y Rafael Spregelburd. Sin embargo, esa angustia constante, ese deambular para ir a ninguna parte resulta por momentos demasiado criptica, en tomas alargadas y sin una progresión de la intensidad dramática. Es un momento en las vidas de los protagonistas. Una mujer que naufraga y regresa.
Abril cambia radicalmente de vida: deja su trabajo de tatuadora en Buenos Aires para instalarse por un tiempo en una pacífica playa del sur brasileño con la idea de fabricarse un futuro que en su gris cotidianidad no alcanza a vislumbrar. La protagonista de esta película poco convencional - que se exhibió en la última edición del Bafici - es un personaje díscolo e impredecible que parece atravesar una visible angustia e intenta mitigarla a partir de nuevas experiencias. El buen trabajo de María Figueras (una actriz con mucho recorrido en el campo teatral) es una de las fortalezas más notorias de una historia que arranca mostrando la abulia en la que está sumergida su relación de pareja con un director teatral completamente enfrascado en el trabajo de preparación de una obra (que, de hecho, es la exitosa La terquedad, estrenada no hace mucho en el Cervantes por Rafael Spregelburd, a cargo de ese rol en el film) y luego abandona deliberadamente esa línea para enfocarse en la subjetividad de Abril. La conexión entre los textos de esa obra (introducidos a través de la voz en off de Spregelburd) y el relato de ese viaje en busca de una posible sanación no es del todo clara ni necesariamente le aporta un condimento que potencie al film.
La mujer sin rumbo Si hay una palabra que define a esta, la última película de Inés de Oliveira Cézar, es “crisis”. La crisis individual (y por momentos existencial), la crisis de pareja, la crisis –podríamos decir- habitacional, y algunas otras crisis más en torno a Abril (María Figueras), la mujer inestable, emocionalmente perturbada y personaje principal de La otra piel (2018). Como se dijo más arriba, uno de los problemas -sino el más importante- de Abril es que se la pasa buscándole un sentido a su vida. Abandona a su novio Octavio (Rafael Spregelburd), a su casa con sus plantas, a su familia. Para ellos, Abril desaparece de repente. Pero no para el espectador, que la ve y la sigue todo el tiempo en su camino a recorrer: luego de un romance con final incierto, viaja a Brasil, pasea por zonas solitarias y tiene algún altercado. Éste es el entramado sobre el cual la realizadora construye una historia más bien observacional sobre la psiquis femenina, como nos tiene acostumbrados con su filmografía previa: La entrega (2001), Como pasan las horas (2004), Extranjera (2007) y Cassandra (2012), entre otras. Para esto, uno de los recursos por los que opta De Oliveira Cézar es la lectura de textos de La Terquedad, pieza que el propio Spregelburd presentó en el teatro Cervantes en 2017, lo que dota a la película de cierta rareza. La otra piel está cargada de emociones y sugerencias, pero peca de un guión un tanto lento y desconcertado, hecho que no permite conectarse y empatizar del todo con su protagonista. No llegamos a saber realmente qué es lo que mueve a dicho personaje a actuar como actúa. Esa incertidumbre no se resuelve nunca y el desenlace de la película es idéntico a todo el resto: no pasa demasiado. Quizá se le pueda rescatar a La otra piel, por lo menos a primera vista, que es tan simple como genuina en su intención, y que parece alejada de grandes pretensiones tanto estéticas como narrativas. Y que su directora relata una historia sin solemnidad innecesaria ni artilugios rebuscados. Su marca está presente todo el tiempo entre la ficción y la subjetividad. Y quizá ese factor sea lo que realmente atraiga al espectador ávido de acompañar a un personaje de este estilo en su viaje existencial, encontrando en la experiencia de esta mujer una identificación o extrapolación de sucesos propios.
Entre los pliegues de la ficción y la realidad En una entrevista al sitio Otroscines.com durante la previa al Bafici de este año, en cuya Competencia Argentina se estrenó La otra piel, Inés de Oliveira Cézar se refirió a su séptimo largometraje como una historia de “encuentros y desencuentros que se pregunta obsesivamente por el tiempo y el lenguaje, que se construye en los bordes, entre la ficción y la realidad”. Efectivamente, esos tópicos y búsquedas aparecen –a veces de forma tangencial, otras de manera directa– en este relato sobre una mujer que huye con poco más que lo puesto a pasar un mes en una solitaria isla de Brasil. Los motivos de la huida hay que buscarlos en una crisis en principio amorosa pero que lentamente irá develándose existencial, como si antes que un intento de curar un corazón roto se tratara de una pausa generalizada para saber quién es ella, qué quiere y a qué aspira en este mundo. La mujer se llama Abril (María Figueras) y es tatuadora. “Venite y pensamos algo juntas”, le dice a una clienta, mostrando que, lejos del trabajo en serie y automático, piensa en sus dibujos como marcas indelebles de la vida, cicatrices de heridas y recuerdos que no sólo se resisten a cerrarse sino que se eligen perpetuar. Solitaria en una casa que la oprime, su único sostén emocional es la relación con su pareja, un dramaturgo ocupadísimo con los ensayos de una obra de inminente estreno interpretado por Rafael Spregelburd, quien la planta una y otra vez no sin antes prometerle que pasarán la próxima noche juntos. Indagar, entender y auscultar en los pliegues de los sentimientos y sensaciones de Abril ante ese rechazo crónico es una de las premisas centrales de un film que, además, se propone como una cruza de diferentes planos comunicacionales. La obra en cuestión se llama La terquedad, fue escrita y dirigida por el propio Spregelburd y pasó por la cartelera porteña con éxito durante la temporada 2017 del Teatro Cervantes. Oliveira entremezcla la realidad de los preparativos y las angustias previas al estreno con la ficción construida alrededor de la relación de Abril con equilibrio y paciencia. Ambos planos se amalgaman con tersura y homogeneidad durante la primera mitad del film, pero a partir del Ecuador del metraje algo se quiebra. En verdad, hay un quiebre como consecuencia de otro. El primero es el de Abril. Brasil asoma como refugio de contención y potencial terreno de despegue ante la crisis, mientras en la Argentina su ¿ex? pareja y su madre se muestran desconcertados ante la inesperada partida. El segundo quiebre es a nivel discursivo, de lenguaje. Algunos fragmentos de La terquedad son narrados en off por Spregelburd, un recurso presente durante toda la película que permite establecer un diálogo directo entre lo narrado y lo mostrado. En la etapa brasilera, y ante el vacío generado por el ensimismamiento de Abril, el recurso se instala como el único canal de comunicación entre la película y el espectador. Las líneas de esos textos, que antes complementaban, ahora se rigen por una asociación que de tan libre parece arbitraria. Abril, entonces, pasa del laconismo a lo críptico. La película, también.
Escrita y dirigida por Inés De Oliveira Cézar, "La otra piel" narra el viaje literal y metafórico que una mujer necesitaba hacer pero no realiza hasta que algo inesperado la fuerza a hacerlo. Abril es una tatuadora en pareja con un dramaturgo que pasa casi todo su día enfrascado en los ensayos de su nueva obra. La pareja está en crisis, apenas se ven y por lo tanto apenas se hablan. Esto lleva a Abril a dejarse llevar por un impulso fuera de ella pero un hecho imprevisto, algo para lo que no estaba preparada, hace que reaccione escapándose. Con todos sus ahorros y algunas pocas pertenencias, viaja a Brasil. Sin previo aviso, dejando a su pareja y a su madre sin poder entender qué está sucediendo. El film sigue en paralelo el viaje de Abril y su relación con este nuevo lugar y lo que deja en su casa. En off, Spregelburd (quien interpreta a la pareja) narra fragmentos de su obra "La terquedad" (la obra que en la película ensayan además), que se van intercalando en medio del relato en escenas evocadoras, a veces subrayando algunas imágenes y otras a simple vista desconectadas. Pedazos de una historia o reflexiones que acentúan el estado de crisis personal que sufre su protagonista. Estas incorporaciones funcionan por momentos, descolocan durante otros y la verdad es que en otros tantos parecen estar demás. Las aventuras de Abril en Brasil se limitan a la playa y dibujar o leer libros en un bar del puerto. Y sin embargo allí tampoco saldrán las cosas como podría haber creído; no podemos decir que no salen como había planeado porque acá nunca hay un plan, probablemente ella ni sepa qué va a hacer después de que el dinero se acabe. En el medio deambula, entabla algunas conversaciones con locales, y se toma su tiempo, tiempo que la película se toma también para crear estos climas de constante inquietudes personales que sufre su protagonista. El guion no se apoya en un conflicto específico, sino que abarca uno tan grande (el personal, el de intentar saber quiénes somos, a dónde vamos, a dónde queremos ir) que muchas veces se suceden escenas más bien evocadoras, con poca acción. La relación con la piel y lo que esto representa es uno de las aristas que elige explorar De Oliveira Cézar. Abril es tatuadora pero para ser tatuadora sólo lleva un tatuaje, quizás porque ella se entrega a este arte de un modo más espiritual, alegando que lo que hace es una forma más primitiva de escritura. Después está el tema de lo que significa tatuarse, decorarse, ¿disfrazarse tal vez?, como la herida que le sugiere cubrir a una de sus clientas. Escribirse. María Figueras es quien interpreta a Abril y lo hace de una manera natural y a veces visceral cuando lo precisa la historia. Ella es la película. El resto no desentona pero es ella quien resulta hipnótica. Entre el misterio y la sensualidad, De Oliveira Cézar consigue crear buenos climas que se apoyan en una bella fotografía que sabe aprovechar tanto los interiores como los exteriores. “La otra piel” es la historia de una búsqueda personal y la directora y guionista lo hace sin intentar dar muchas explicaciones sino apelando a la evocación, a transmitir esa sensación de agobio y encierro primero y de libertad o aparente libertad que brinda estar en otro lugar, tener otro nombre. Con algunos fragmentos con aire a documental, resulta algo así como un estudio sobre el complejo universo femenino; es una película de muchas capas y lo más interesante no está sólo en su, de todos modos bella, superficie.
Narra los difícil momentos que vive Abril (María Figueras de buena interpretación) quien se encuentra encerrada en una serie de actividades, envuelta en una vida amorosa no correspondida y se siente vacía, ante un hecho desafortunado con su amante (Pablo Seijó), algo en su interior le hace un clic, comienza a buscarse, a darle un sentido a su vida y decide huir de ese mundo. De esta manera intenta darle una vuelta de tuerca a su vida, un cambio, para reencontrarse, elige un lugar lejos, en una playa de Florianópolis, allí entre las tormentas, la lluvia, los pescadores, la soledad, el silencio y el mar, comienza a buscar y a valorar sus días. En varios momentos están los encuentros y desencuentros, la fragilidad como así también la fuerza de esta mujer, hay varios símbolos y dentro de su narración juega un rol importante la obra “la terquedad”. Tiene un toque intimista, un poco melancólico, mucho se ve a través de lo sensorial, la fotografía, los ruidos y la lluvia, entre otros elementos.
Si hay algo que se destaca en la singular filmografía de Inés de Oliveira Cézar es tanto su preocupación por los universos femeninos como la construcción de los climas y su relación con las demás artes. Tanto sea teatro como artes visuales, sin olvidar su cercanía con la filosofía o la psicología. Esto último se lo ve desde la gestualidad corporal del personaje de Abril en La otra piel, su modo de comunicar lo que siente. - Publicidad - La relación de la cineasta con el teatro tiene que ver con su formación inicial y su preocupación visceral por el lenguaje, cosa que está presente en su personaje masculino quien recita una y otra vez “La terquedad”, metáfora del dramaturgo obsesionado. Otra de las metáforas es la partida o huida de Abril, quien de alguna manera más o menos directa, parte hacia un reinventarse que puede leerse como un cambio de piel, (la otra piel) y que habla de un posible cambio, como el que se da cuando se emprende un viaje hacia algún lugar. Ese viaje no solo sirve para trasladarnos desde un espacio hacia otro, circunstancial o permanentemente, sino que siempre nos da otra perspectiva respecto de la percepción de la realidad, sumada al resto de nuestras experiencias. La otra piel es una historia de desacomodo espiritual, es una historia de desgaste de deseo hacia el otro, es una historia de no saber qué se quiere, de no poder ser una misma. Un relato que termina con una escena perfecta, que habla de una relación indisoluble, que es la relación madre e hija, y que basta sólo un cambio que va del dolor, a la risa, para que el personaje de Abril se reconozca como en espejo en ese otro que es la primera imagen de nuestras vidas: la madre. La otra piel es un film independiente, grande en todo lo que logra transmitir, pequeño en cuanto a su producción, impecable en sus actuaciones, y en su fotografía. Diferente, como toda la filmografía de su directora, de una lentitud construida para sumar, que espero el espectador sepa disfrutar.
Harta de verse desatendida por su hombre, una mujer huye hasta Praia de Armacao en otoño. Ensayo poético de Inés de Oliveira Cézar, con María Figueras, naturalmente sensual, y textos de "La terquedad" recitados por su autor, Rafael Spregelburd.
La nueva película de la realizadora de COMO PASAN LAS HORAS hace convivir, prácticamente, dos relatos en uno. Por un lado, el filme estrenado mundialmente en el pasado BAFICI se centra en la búsqueda personal que enfrenta Abril, una mujer que se dedica al tatuaje (interpretada por María Figueras), al irse a Brasil luego de atravesar un par de situaciones conflictivas en Buenos Aires que involucran una crisis de pareja y un posible hecho de consecuencias trágicas. Su pareja la interpreta Rafael Spregelburd, que encarna una versión ficcionalizada de sí mismo ya que, más allá de su tensa y compleja relación ficcional con Abril, lo que vemos es a él ensayando y diciendo en off textos de su propia obra, LA TERQUEDAD. Son esos ensayos y el tiempo y la concentración que a él le demandan –entre otras cosas– los que llevan a Abril a irse a Brasil tratando de reencontrarse a sí misma. Una vez allí vivirá una serie de encuentros y desencuentros (sexuales, espirituales, etc) mientras aquí, pareja y madre, quieren saber de su paradero. La obra de Spregelburd se mantendrá a lo largo del filme tanto en su voz en off (los textos que se dicen son de la obra) como en los ensayos con el elenco (real) que vemos, aunque es un tanto más complejo encontrar la relación entre esos textos y la problemática de Abril, salvo que uno haya visto la obra. De todos modos, aún habiéndolo hecho, sigue costando encontrar la conexión entre los análisis del discurso y los lenguajes del autor y el viaje para superar la crisis de su mujer. De todos modos, y más allá de ese combo de comprensión un tanto esquiva, Oliveira Cézar siempre encuentra espacios para desarrollar una poética personal, especialmente en los momentos en los que Abril se deja llevar por las situaciones que atraviesa en su estancia brasileña, algo que la emparenta en cierto modo con las vivencias del personaje de Mercedes Morán en la inminente SUEÑO FLORIANOPOLIS, de Ana Katz, aunque en un tono claramente más contemplativo. Y los textos, más allá de su lateral relación con la historia, son bellos en sí mismos y potencian la expresividad de la película.
La otra piel de Inés de Oliveira Cézar (Como pasan las horas, Extranjera), que participó de la Competencia Argentina del Bafici 2018, sigue, poética y misteriosamente, el derrotero de una mujer en crisis. Abril (María Figueras) está en crisis. Su relación de pareja parece estancada merced a un marido -director de teatro- siempre ocupado en los ensayos y retrasado para llegar al hogar y a sus propias angustias e indefiniciones. Además acaba de recibir unos análisis y no sabe expresar lo que le pasa o no tiene con quién o no quiere hacerlo. Esa situación de agobio, de dolor, de encierro la lleva a abandonar todo, sin avisos ni anuncios, y marcharse sin planes a Brasil. Mientras su marido y su madre no saben qué pasa y no tienen noticias, ella se instala en una casa frente al mar, dibuja, lee y se cruza con algunos personajes que modificarán su estadía y su estar. Inés de Oliveira Cézar bucea en la vida de esta mujer sin ofrecer demasiadas explicaciones y deja que algo (que podemos llamar azar) la vaya empujando en su transcurrir extranjero. Las situaciones no siempre se ven orgánicas o verosímiles, ni en su planteo ni en su concreción escénica, pero son siempre armoniosas y bellamente fotografiadas. Una voz en off -la de Rafael Spregelburd-, va derramando textos de La terquedad (que es a la vez la obra del Spregelburd real y la de del personaje ficcional que está montando en la película) cuya potencia dramatúrgica es indiscutible pero su inserción en la trama, a veces, resulta forzada. Como si ese poder de la palabra de la que hace gala el texto teatral se impusiera por sobre el audiovisual. María Figueras pone el cuerpo sin pudor y con empeño y sale más que airosa de un protagonismo exigente. Pero La otra piel, como varias capas que buscan imbricarse pero no lo consiguen, suena como un intento de cubrir algo que más parece una tesis que una ficción concretada.
QUÉ DICE EL SILENCIO La otra piel es una película que juega con lo sugerente. En ningún momento de film logramos saber qué le pasó realmente a la protagonista para llegar a estar tan quebrada emocionalmente. Podemos sí interpretar la distancia que existe entre ella y su pareja. Notamos que se ven poco y que casi no hablan. El gran problema que se genera en esta propuesta es el vacío que se produce tras los silencios y las extensas escenas, en las que no hay elementos significativos. Inés De Oliveira Cézar decide utilizar la voz en off para la lectura de algunos textos dramatúrgicos que ilustran el film. Responden, por un lado, al mundo de los intereses intelectuales de los dos protagonistas pero, también, le sirve para dar algunas pistas de las emociones que están atravesando los personajes. La selección de los textos es acertada y ciertamente le brinda un brillo a la película. Sin embargo, es difícil encontrar una relación entre esos momentos y las escenas posteriores. Luego de esos pasajes el clima pierde de forma rápida todo el peso que se había logrado. Uno de los aspectos que es bastante contradictorio a la explícita idea de la sugerencia es la sobreactuación. Son varios los momentos en los que la actriz principal realiza sus acciones de forma tal que pareciera subestimar a los espectadores. Un ejemplo de esto es una larga escena en la que Abril esconde una gran cantidad de dinero en su ropero. Como las palabras escasean -aspecto que no debería ser problema en absoluto, pero que sí presenta un desafío- los gestos y las referencias a lo que se está haciendo se explican por demás. Es precisamente en esos momentos donde queda expuesta la escasez de recursos, ya sean objetos u imágenes, que construyan un mensaje por fuera de lo que puedan decir sus protagonistas. El viaje a Brasil que realiza Abril genera un cambio en el clima de la película y momentos en los que se logra un despegue. Ese café cargado papelitos con mensajes, no sólo es bello, sino que funciona como una explosión de palabras para una protagonista que parece estar sometida al silencio. Ese país vuelve a darle una sonrisa a esta muchacha, aunque sea por un momento corto. Aun con algunos momentos interesantes, resulta complicado poder establecer una empatía con la protagonista. Quizás es la distancia con la que se nos presenta la que hace que aun las escenas más violentas no tengan un impacto tal. No ayuda demasiado los acercamientos que tenemos a cada uno de los personajes, parecen arbitrarios y sin sentido. Es, por esa razón también, que ya desde el comienzo el film resulta demasiado extenso.
Una mujer en crisis que sale a encontrarse a sí misma: sabemos que un punto de partida así puede dar cualquier cosa. Pero De Oliveira Cézar utiliza el punto de partida para narrar un cuerpo en relación con sus propios deseos: un problema de pareja, una necesidad, una huída, un error. La intertextualidad y la aparición de lo teatral, sin embargo, crean menos misterio que subrayado, en una película de historia simple e impacto complejo.
Abril (María Figueras) tiene más de 30 años, antes se dedicaba al teatro, actualmente trabaja de tatuadora. Vive con Octavio (Rafael Spregelburd, también actor y director teatral. Él está muy ocupado en el ensayo de una obra compleja. Dicho sea de paso su propio texto ·La Terquedad” es lo vemos en acción, y no le presta la debida atención que su novia necesita o, por lo menos, se lo hace sentir así, de modo que la relación no pasa por su mejor momento. Inés de Oliveira Cézar nos cuenta las aventuras y desventuras de una mujer que sufre y se crea sus propios problemas desde una mirada un tanto particular, porque la angustia la frialdad de su pareja y la diferencia de intereses en común que los aleja. Sumado a que lee en la calle un informe médico que tiene, además imágenes de los estudios, agregándole otra preocupación más. Así transcurre la primera media hora del relato, hasta que, en el punto de giro se desmadra la historia y comienzan los sin sentidos. Porque mientras ella tenía sexo con un compañero de elenco de Octavio decide no finalizarla, y él parece que murió de un infarto. Por lo menos es lo que la protagonista cree, se desespera, la culpa la invade y no tiene mejor idea que abandonar su casa y huir hacia un pueblito costero en Brasil. La interpretación de cada uno de los personajes son creíbles. Durante toda la narración se mantiene una idea estética y narrativa coherente, donde hay ciertos momentos que se vuelven bastante tediosos y monótonos porque no pasa nada importante. O, por lo menos, no lo puede manifestar correctamente, pues la causal no es María Figueras, que compone bien su papel, en cada escena transmite sensibilidad y casi sin querer, seducción, sino que la reswponsabilidad final proviene desde el guión y la dirección. Ello debido a que Abril permanece en la playa brasilera sin hacer nada de nada. Su madre, Alcira (Mónica Galán). y Octavio están preocupados, pero tranquilos, ni siquiera los altera no poder comunicarse por teléfono. Ellos siguen haciendo su vida. Por otra parte, tampoco se retoma la información vertida al comienzo con respecto a los estudios médicos. La guionista y directora abrió esa ventana y nunca la continuó, ni la cerró. Prácticamente no hay música sino que, en algunos momentos considerados importantes o trascendentes, se escucha la voz en off de Octavio, recitando partes del texto de la obra de teatro. Si la realizadora tenía una idea primaria en la cabeza de lo que quería filmar, pues no logró llevarla a cabo. Si lo que pretendía era hurgar en la mente y espíritu de una artista, profundizó demasiado y sólo ella puede comprender el sentido que le quiso dar a su largometraje.
Abril (María Figueras) se encuentra bastante disconforme con su rutina y las excusas de su novio (Rafael Spregelburd) para no verla, no la ayudan a sentirse mejor, al contrario: el hecho de que el hombre ponga la obra de teatro que ensaya de forma obsesiva por encima de todo, no le genera a ella el deseo de seguir sintiéndose a gusto ni atraída por él.
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Abril es una joven que se dedica con maneras artísticas y casi espirituales a la tarea del tatuaje, como bien dice el personaje “una forma primera de la escritura”. Vive con su pareja (Rafael Spregelbud) donde parece que el amor ya no reina. Él es director de teatro, dramaturgo y actor, y vive sumergido en los avatares de su tarea, la de la palabra. La obra que despliega en sus pequeños ensayos es la misma que en la realidad conocemos de este autor : “La terquedad” – de la Heptalogía de Hyeronmus Bosch – obra reestrenada en Buenos Aires durante 2017. El giro de la trama parece dispararse cuando Abril vive un encuentro amoroso fugaz, de final inconcluso e impreciso, y el desencuentro con su pareja se acentúa a la vez que otros elementos de su mundo interior parecen girar hacia otros caminos. Un día se marcha sin más, hacia las cálidas playas del sur de Brasil emprendiendo un viaje hacia si misma, silencioso y lleno de misterio para el espectador. La trama nos deja ver en paralelo lo que ella ha dejado, su pareja, su madre, que sabe de su partida pero no de su destino, y vemos como discurren las pequeñas cosas que habitan acá tan lejos de su nueva vida y su búsqueda personal en otras tierras y con otros personajes. La propuesta estética y narrativa más contundente de este filme es que los textos, como los recitados por el mismo Spregelbud, atraviesan distintos momentos, diversas escenas e imágenes resignificando, o al menos eso intenta, con las reflexiones que las palabras traen a la pantalla, queriendo llevar el relato a un terreno de introspección y poética. Los pasajes de la obra “La terquedad” inteligentes y complejos, no encuentran en esta historia un terreno ni muy firme ni muy rico, por lo que a veces las frases funcionan como una suerte de ilustración de lo que vemos, un intento de explicar algo, o de dar sentido a lo que pareciera no tener mucho cuerpo, cinematográficamente hablando. Abril conoce en estos páramos lejanos, diversos personajes pequeños de color local: una anciana, el dueño de un bar, un hombre nuevo y una casa que renta con vista al mar. En el desarrollo de los nuevos vínculos, acontecimientos, imprevistos y otros avatares, Abril avanza de escena en escena como si hallara en esa vaguedad las respuestas que esperaba encontrar. Lo que se haya intentado transmitir del mundo interior de esta joven mujer, llega de a retazos y con poca fuerza expresiva, donde navegamos entre una voluntad de ir hacia una narración profunda y una liviandad bonita en la pantalla. Si hablamos de estar en la piel de… se impone una sensación de quedarnos en la epidermis del personaje, en esa sensación erotizada de la superficie del cuerpo que busca mudar de envase como una oruga. Si hay algo que no nos atraviesa es la sensación esencial de que algo de esa mutación sea posible ante nuestros ojos. Por Victoria Leven @LevenVictoria