Terror latente Exhibido fuera de competencia en la sección "Nocturna" de la edición número catorce del BAFICI, el film de Santiago Fernández Calvete se enmarca dentro del terror religioso al narrar la resolución de un asesinato con tintes sobrenaturales. Alba Aiello (Agustina Lecouna) es una policía que comienza a creer en religión y asuntos paranormales al presentársele un caso donde los cadáveres aparecen incinerados sin causa alguna. Siguiendo la lógica deductiva, choca con un niño clarividente (Tomás Carullo Lizzio) que será su única oportunidad para resolver el enigma. La segunda muerte (2011) se enmarca en ese subgénero dentro del cine de terror donde el policía estructura el relato a través de la resolución de uno –o varios- asesinatos, y el miedo a lo incomprensible se apodera de la trama. En esa misma línea Alan Parker realizó Corazón satánico (Ángel Heart, 1987) con Mickey Rourke y Wes Craven La serpiente y el arco iris (The Serpent and the Rainbow, 1988) con Bill Pullman, por mencionar algunos clásicos ejemplos. Como en cualquiera de este tipo de relatos, se pone en riesgo lo verosímil de los hechos al enfrentarse la lógica deductiva policial con lo irracional de los hechos sobrenaturales, siendo el mayor punto de tensión la resolución final, ahí donde los caminos deben cerrarse cuidadosamente para entregar un discurso creíble. Tal vez sea aquí donde el film recurra a ciertos efectismos para su desenlace, que diluyan la tensión construida hasta el momento. Lo mejor de La segunda muerte es la generación de climas para promover el suspenso a lo largo de la trama. Es notable en este aspecto el trabajo realizado en la dirección de fotografía y composición de planos, para generar el misterio sórdido en cada encuadre, acorde con la trama. No es novedad que el cine de terror argentino atraviesa un gran momento. Película tras película se demuestra el conocimiento y seriedad con que los directores abordan el género. Y la película de Santiago Fernández Calvete no es la excepción, sino todo lo contrario: un claro ejemplo del dominio de las formas con que el cine de terror logra atrapar al espectador con sus mejores armas.
La madre de todas las madres Fe y razón son dos fuerzas antagónicas de fuste en cualquier historia que las ubica a la par. Ese equilibrio inestable se rige bajo su propia lógica interna y es precisamente en la distancia entre un elemento y otro por donde pasa el éxito o fracaso de un relato atravesado por las coordenadas de género, que aquí se respetan a rajatabla. La ópera prima de Santiago Fernández Calvete (ver entrevista), La segunda muerte, se estrenó en el marco de la sección Nocturna del BAFICI 2012 y tuvo una acogida de público y crítica más que respetable sencillamente por méritos propios y más tratándose de cine argentino independiente que apuesta al género con el consabido riesgo de la empresa. El policial de investigación sobrenatural se desarrolla sin tropiezos en la trama pero ese nivel narrativo habilita otras capas más profundas y que se conectan por ejemplo con esa dialéctica representada en una lucha de fuerzas en donde lo desconocido y en su faz más tangible el miedo a lo desconocido ocupan el corazón del texto. Para ello desde el guión, autoría del hermano del director, se construyen dos personajes centrales: una policía escéptica y entregada a los métodos convencionales, Alba Aiello (Agustina Lecouna), quien llega a Pueblo chico -así se llama el lugar- para investigar un extraño caso, cuya particularidad es que las víctimas aparecen completamente incineradas por combustión interna. A ese dato se suma la correspondencia de testimonios de testigos con elementos en común -que por razones obvias no revelaremos aquí- vinculadas con historias del pueblo y el pasado de cada habitante, que se interconectan con la galería de personajes secundarios, todos ellos poseedores de un secreto a develar en un círculo que ya parece cerrado en un pacto de silencio. El otro personaje que desvía el eje de la investigación y pone en crisis el pensamiento y proceder de la policía está representado por un niño (Tomás Carullo Lizzio) con el don de la clarividencia, explotado por su padre, cuya singularidad es la conexión con hechos del pasado y no con el futuro –retrocognición-, quien a lo largo de la trama entablará una relación particular con la protagonista. No es conveniente avanzar en la historia, colmada de detalles, para ir armando un complejo rompecabezas, sin dejar de destacar que estamos en presencia de un relato prolijo pero cuyo fuerte es lo climático y las atmósferas perturbadoras, que con austeridad de recursos e inteligencia parecen claves desde la puesta en escena cuidada y meticulosa. El trabajo de las capas sonoras de Sergio Korin para jugar con las dimensiones de primeros, segundos y hasta terceros planos auditivos fuera de campo se amalgama perfectamente con la trémula atmósfera pseudo gótica que atraviesa la investigación policial e introduce al espectador en un vibrante thriller religioso, con buenas actuaciones de Agustina Lecouna y especialmente de Tomás Carullo Lizzio, sin desentonar Guillermo Arengo y Germán de Silva, dos secundarios de peso, con una lectura audaz de ciertos símbolos pero siempre en beneficio de la historia que se desea contar, sin especulaciones o golpes efectistas a último momento.
Estrenada comercialmente con cierto retraso (su producción es de 2011 y fue exhibida hace dos ediciones del BAFICI), La segunda muerte es otra muestra más del muy buen momento que está pasando el llamado “cine de género” en Argentina. El director Santiago Fernández Calvete hace su debut en la dirección tomando elementos nobles que enmarcan al film dentro de una buena corriente de cine de misterio y terror sin perder el localismo que la hará muy identificable con nuestro país. Ese localismo se debe a que cuenta una historia de pueblo, plagada de mitos palpables y personajes identificables. Se sabe que en la gran mayoría de los pueblos del interior hay mitos y leyendas que nutren la riqueza de esa Localidad, los habitantes más antiguos pueden contar o atestiguar historias con algún elemento de fantasía o mística que será cuestión de creer o reventar. Ante esta disyuntiva de creer o no se encontrará Alba Aiello (agustina Lecuona) una policía que deberá resolver una serie de muertes extrañas. Misteriosamente empiezan a contarse los cadáveres calcinados, desde el interior hacia fuera, como a causa de un shock eléctrico, y sin explicación alguna. Varios de los habitantes parecen practicar el arte del secretismo, y Alba, mujer de carácter inquebrantable, empezará a adentrarse dentro de un mundo que presenta más de un elemento sobrenatural. Dentro de esas creencias de pueblo que deberá afrontar Alba se encuentra un niño (Tomás Carullo Lizzio), al que se le atribuyen condiciones de clarividencia y que ayudará en la resolución del caso. Por momentos, la trama de La segunda muerte se complejiza y se vuelve un tanto extraña, sobre todo en su conjunción de sueños, visiones y realidad; pero si bien corremos el riesgo de perdernos, a la vez se suma la intriga, ese clima de extrañeza y peligro inminente que Fernández Calvete maneja con muchísima solvencia. Agustina Lecuona se encuentra fuera de los registros en los que comúnmente la vemos y ciertamente está a la altura de la circunstancia entregando un rol muy convincente como una mujer policía dura y dolida (por circunstancias que no develaremos) en partes iguales. El resto del elenco, en los que se cruzan rostros conocidos y otros a conocer, también es de entrega correcta. De factura técnica impecable, La segunda muerte hace un muy trabajo de clima desde la fotografía en colores grises y sepias, un ritmo en crecimiento, y un puñado de efectos nada desdeñables más aún tratándose de una producción pequeña. Con películas como esta, Argentina goza de muy buena salud en materia cinematográfica en distintos géneros y estilos. Fernández Calvete mezcla el intimismo de un pueblo, con el terror más tradicional sin recaer en regodeos de ningún tipo, y de esa mixtura sale más que airoso. Ya no se puede hablar de una nueva ola naciente de cine nacional de género, sino de un estilo que ha logrado instalarse y competirle con las mejores armas a proyectos mucho más grandes y a su vez mucho más pobres de contenido.
Fui a sala con alguna información de prensa referida a este trabajo de Santiago Fernández Calvete, fundamentalmente por su paso auspicio en el festival de Sitges y mucha expectativa por ver cómo el cine de género nacional se va fortaleciendo (o no) en este tiempo, con nuevos nombres e ideas. Qué propone “La Segunda Muerte”? Un thriller, sobrenatural, oscuro, en torno a lo que la iglesia llama “las apariciones marianas”. En este caso, el suceso tiene lugar en un área rural lejana (llamada curiosamente “Pueblo Chico”) típica locación donde hay un ritmo particular alejado del pulso de las grandes ciudades. Una policía con un pasado complicado, Alba Aiello (Agustina Lecouna), decide exilarse en un lugar donde nadie sepa de ella y nada ocurra. Su culpa por un hecho brutal la agobia y si bien sigue viviendo (o deambulando por la vida), emana un dolor palpable en cada una de sus expresiones. Su trabajo en la fuerza es, lo esperable en ese tipo de espacio. Nada parece alterar su rutina. Hasta que una persona arde por combustión espontánea, en una ruta poco transitada, en posición de rezo y todo cambia. Ese hecho comenzará una investigación en la que nadie querrá arriesgar ninguna conjetura que sirva a la pesquisa, aunque una de ellas sea que el perpetrador del crimen, sea una entidad inmaterial. La tragedia volverá a repetirse, amenazando a todos los miembros de una familia tradicional y alertando a todos acerca de la peligrosa naturaleza del hecho. Aiello, accidentalmente dará en el pueblo con un niño que tiene poderes especiales para percibir imágenes y con su ayuda intentará armar el rompecabezas que nadie parece querer abordar: podrá la Virgen María aparecer y ser la responsable del ataque a los pobladores de esa comunidad? “La Segunda Muerte” tiene un guión claro, se apoya en la potencia de las imágenes y los silencios y explota los significados en la contemplación y las palabras de Alba, siempre referidas a la venganza, la angustia existencial y la búsqueda de respuestas certeras donde parece no haberlas. Tiene como punto alto una cuidada fotografía de Darío Sabina (gran paleta para cada segmento de la cinta) y utiliza al máximo sus limitadas posibilidades de producción (la escena final podría, -por ejemplo- con mayor presupuesto, haber sido increíble de haber contado con recursos en forma). Fernandez Calvete sabe contar historias y redondea un buen trabajo en este film en el que descolla una Lecouna lejos de su charme televisivo, intensa y sólida y a la altura de las circunstancias. Otro nuevo exponente de que el cine de género nacional puede transitar caminos más arriesgados y llegar a más y mejores puertos, de contar con el apoyo necesario.
En un pequeño pueblo vive Alba, una escéptica y solitaria policía de 35 años con un oscuro pasado. La calma del lugar se rompe cuando una familia entera va muriendo incinerada de rodillas, como rezando, sin una explicación razonable. Frente a estos episodios Alba acepta la guía de El Mago, un niño clarividente recién llegado al pueblo, quien de a poco la transforma en una creyente en asuntos paranormales y, cuando el caso se estanca sólo el don del chico parece ser la única vía para esclarecer esas misteriosas muertes. Sobre la base de personajes sombríos y por momentos delirantes la historia se va transformando en un thriller que sorprende por su arriesgada puesta en escena que gira entre la exposición minimalista y la ensoñación más etérea hasta llegar a un final sorprendente. Así, en una cruza entre el policial y lo fantástico, La segunda muerte cuenta con elementos del llamado cine de género, pero ellos no están conjugados de una manera previsible y es, en algún punto, un film más de climas que de efectismo. El director Santiago Fernández Calvete logró, a pesar de algunas vacilaciones en el relato, crear un entramado que gira en preguntas y respuestas que parecen no tener fin y van complejizándose. La apoyatura del relato halló en Agustina Lecouna, como esa policía que intenta hallar su verdad en medio de estos macabros hechos, a una actriz de indudables méritos, en tanto que el resto del elenco supo salir indemne de la creación de unos personajes singulares siempre dispuestos a esclarecer o a enturbiar el camino de la protagonista. No son menos importantes los rubros técnicos, sobre todo la fotografía y la música, que apoyaron con calidad a esta producción nacional que intenta, y lo logra, insertar a la cinematografía local en un género en el que se mezclan lo policial con lo terrorífico.
Terror sobrenatural en el interior profundo De un tiempo a esta parte ha comenzado a producirse en nuestro país, de manera lenta pero firme, una buena cantidad de films fantásticos o de terror, géneros usualmente relegados en el pasado a la excepcionalidad. Los resultados, hasta el momento, han cubierto el espectro que va de la vergüenza ajena a los logros módicos, de la corrección técnica y narrativa al pequeño desastre ilustrado. La segunda muerte, ópera prima de Santiago Fernández Calvete, hace algunos pero no todos los deberes y entrega un exponente del thriller sobrenatural que les escapa a algunos de los clichés de este tipo de relato (pero no a todos) e intenta darles una vuelta de tuerca a las historias de horror religioso. No es poca cosa, pero tampoco parece ser suficiente, en particular si se la compara (odiosa o amorosamente) con algunas de sus posibles fuentes de inspiración extranjeras. Producida por Magma Cine, la empresa de Juan Pablo Gugliotta (su hermana, la cineasta Sandra, se reserva un pequeño rol como médica forense), La segunda muerte presenta su relato de muerte y venganza en una paleta de colores desteñidos, elección estética que se intuye un poco más arbitraria que otras. A cambio, el rodaje en parajes del interior de la provincia de Buenos Aires (fundamentalmente, Rafael Obligado) le brinda a la historia un clima particular y unívoco, que remite en la memoria del espectador a mitos y leyendas del interior. No hay aquí luces malas ni damas de la vela, pero sí una serie de muertes inexplicables por combustión espontánea que comienzan a alterar la tranquila y rutinaria vida del lugar, relacionadas con sendas apariciones de lo que parece ser la mismísima Virgen María. Será una oficial de policía del pueblo, con más de un secreto en su pasado citadino, la encargada de investigar los fantásticos hechos, con la ayuda de un niño recién llegado, dueño de un particular don de adivinación. Algunos detalles puntuales de la trama resultan algo molestos (¿en qué año transcurre el presente de la historia?, ¿por qué puede verse una computadora pero no así teléfonos celulares y cámaras digitales?, ¿hay solamente dos policías en el pueblo?), y en algún punto resienten un relato que, paradójicamente, se afana en atar meticulosamente todo tipo de cabos aislados. De hecho, La segunda muerte es un típico film de guión, ilustrado por una puesta en escena que a veces logra generar climas enrarecidos y en otros se ensimisma en travellings académicos y encuadres de manual. Finalmente, y más allá del molesto uso de su voz en off a modo de coro griego, la actriz Agustina Lecouna compone a la heroína titular con caracúlica testarudez, y soporta sobre sus hombros gran parte del peso dramático del relato. Si el film nunca desbarranca es gracias a ella y a un reparto de secundarios que se banca lo que venga.
Variante de terror religioso El género de terror y sus múltiples ramificaciones continúan su derrotero por el cine argentino de los últimos años. Ya no tanto en su gesto gore de film para amigos que tienen ganas de divertirse un rato con baldazos de sangre, sino en la captación de climas y situaciones que representan la matriz genérica en su mirada contemporánea. En ese sentido, La segunda muerte acumula virtudes y defectos en su sistema narrativo, excedido por la música y el uso de la voz en off, que actúan de manera contraproducente para que la historia recaiga en ciertas repeticiones y esquemas ya fagocitados por el género tiempo atrás. Sin embargo, la destreza de la cámara de Fernández Calvete, el estupendo uso de la luz y un sonido quejoso y difuso, ideal para un film de terror, inclinan la balanza a favor. La historia no sale del esqueleto argumental básico: unas muertes extrañas, un chico que alerta sobre el tema a través de sus poderes, la investigación a cargo de una mujer policía (Lecouna), la geografía de lugar que repara en la clásica frase "pueblo chico, infierno grande", las sospechas que se acumulan, las muertes que no tardan en reaparecer y, por si fuera poco, la Virgen María, exhibida acaso como personaje responsable de los cadáveres en estado de incineración. En ese cruce de policial, terror y lectura religiosa, la película presenta al cura que interpreta Germán de Silva, tal vez un personaje que hubiera necesitado un mayor desarrollo debido a su misión divina. Pero los cruces dialécticos entre la razón y la ley (encarnadas por la mujer policía) y el hombre de la sotana, nivelan hacia arriba una historia, sino original, perfecta y funcional para los adictos al género.
Una arriesgada mujer policía La película mezcla elementos policiales y fantásticos en un formato de cine negro, que abunda en elementos esotéricos y mezcla las historias de los protagonistas, con creencias, prejuicios, hipocresías y efectos especiales que favorecen la creación de un ámbito especialmente onírico. La historia está contada desde la perspectiva de Alba Aiello (Agustina Lecouna) una mujer policía que relata los misteriosos crímenes que tienen lugar en un pueblo chico. Dos personas, integrantes de una conocida familia de la zona, la de Ocampo, aparecen muertos por combustión espontánea. O sea que la incineración se produjo sin motivos externos. A esto se suma la "aparición" de una suerte de silueta de la Virgen María que habría surgido en el momento del desastre. Presionada por las autoridades superiores, que necesitan encontrar un culpable, Alba Aiello (Agustina Lecouna), la joven policía, con su compañero Fidel, inician la investigación, que se ve complicada con la llegada de un extraño chico acompañado de su padre, que ante el contacto con fotos, es capaz de contar visiones de lo ocurrido. RARA APARICION Alba, que no cree en nada paranormal, no solo intenta alejarse del chico, llamado el Mago (Tomas Carullo-Lizzio), también se ve obligada a enfrentar las opiniones religiosas del sacerdote del pueblo, que trata de explicar y destacar la posición de oración, en que se encuentra a los cuerpos incinerados, la que termina asociando con la supuesta aparición de la Virgen María. "La segunda muerte" es el primer filme de Santiago Fernández Calvete, un hombre de cine con actividades relacionadas con el guión, la producción y la asistencia de dirección. La película mezcla elementos policiales y fantásticos en un formato de cine negro, que abunda en elementos esotéricos y mezcla las historias de los protagonistas, con creencias, prejuicios, hipocresías y efectos especiales que favorecen la creación de un ámbito especialmente onírico. En síntesis es una historia de género, con buen ritmo narrativo y diálogos que dejan un poco que desear por los lugares comunes y ciertas recurrencias a frases armadas. Correctas son las actuaciones de Agustina Lecouna, Mauricio Dayub, Guillermo Arengo y Germán De Silva.
La de Santiago Fernández Calvete-guionista y director-es una apuesta arriesgada. Una serie de crímenes, apariciones religiosas, un niño clarividente, explotado por un adulto inescrupuloso y la constancia de una mujer policía que quiere llegar al fondo de una serie de misteriosas muertes por combustión. Bien intencionada pero con demasiadas vueltas de tuerca.
Pueblo chico, crímenes grandes Es muy delgada la línea que divide a los elementos indispensables con los que debe contar una película para inscribirse dentro de un género -en este caso, el policial- del lugar común. Y a menudo queda en cada espectador establecer el límite. Aquí hay, por ejemplo, un pueblo chico con habitantes que saben más de lo que dicen sobre un oscuro suceso del pasado; una policía atormentada y obsesiva, acompañada por un ayudante campechano; una seguidilla de crímenes tan misteriosos como horribles; un jefe/intendente que presiona para cerrar el caso a como dé lugar. Esos son algunos de los numerosos ingredientes con olor a cliché y a producto importado que pueblan La segunda muerte, y que sin embargo cumplen la función de darle carácter y establecer un clima apropiado. Que recuerda al de Wallander por lo escabroso de los asesinatos y el ambiente en el que se desarrolla todo. Y la protagonista: en un elenco de actuaciones desparejas, Agustina Lecouna logra darle credibilidad a esa policía forastera que se impone a sus propios fantasmas y al trato receloso de los pueblerinos para seguir adelante en la pesquisa. Hay que admitir que la historia logra atrapar: es un whodunit con ribetes fantásticos y de terror en el que dan ganas de llegar al final, a ese momento en que la investigadora logra reunir todas las piezas del rompecabezas para tener la explicación -otra transitada marca del género- que aclare todo. La intriga lucha cuerpo a cuerpo con unos cuantos diálogos forzados, una voz en off innecesaria y cambios de tonalidad de la imagen -del color al sepia y el blanco y negro- desconcertantes. Y finalmente logra imponerse a todos esos obstáculos narrativos, aunque la esperada resolución deja algunos cabos sueltos y no termina de estar a la altura de las expectativas creadas.
Pueblo chico, infierno grande Estrenada en una de las secciones paralelas del BAFICI 2012, La segunda muerte es otra interesante aproximación del cine argentino a los géneros narrativos clásicos, en este caso al terror de tintes místicos/religiosos/policiales. En ese sentido, la ópera prima de Santiago Fernández Calvete se adecúa a gran parte de sus normas: una foránea –en este caso la policía interpretada por Agustina Lecouna- que llega a un pueblo chico intentando huir de su pasado y cuya voz en off es la encargada de llevar adelante la narración, un grupo de habitantes oscilantes entre la parquedad y lo ominoso, la tranquilidad citadina acicateada por un crimen macabro (la aparición de un chico calcinado) y la faceta sobrenatural del fenómeno, encarnada primero a través de un niño con visiones y luego con un elemento que no conviene develar. Fernández Calvete acierta con la coherencia narrativa de su dispositivo, demostrando además una profunda creencia y conocimiento en la narración de este tipo de relatos. Sin embargo, La segunda muerte parece por momentos demasiado fascinada por el poderío de su trabajo visual y sonoro -muy buenos, por cierto- antes que en la construcción de sus personajes, imposibilitando la plena comprensión de la motivación personal de cada uno de ellos.
¿Qué hay de malo en morir?: además irse al infierno. Y esta es La segunda muerte que relata Fernández en su film, basado en un pasaje del Apocalipsis bíblico, con una trama compleja pero bien desarrollada en la que los personajes se ven envueltos en la misteriosa y sistemática muerte de toda una familia que aparece quemada. Una mezcla de ateísmo, fe, exorcismo, esoterismo y magia logran crear una atmósfera de misterio y terror religioso, intensificada por el tratamiento verdoso de la imagen, que no llega a ser blanco y negro, pero que da una idea de lejanía espacio-temporal. Además de un excesivo uso del sonido grave del suspenso que anuncia la aparición de alguna imagen espeluznante. Un buen experimento de Fernández con la conjugación de los elementos que él y su equipo parecen haber elegido al azar, para dedicarse más a la impecable hilación de la historia en la que ninguno es inocente. Es por eso que en esta película se ven errores técnicos como desenfoques, fallas de sonido y discontinuidades en el color. No obstante logra la atención del público, y a sus personajes se les cree, cuando están enojados, confundidos y asustados. Definitivamente, una creativa historia de pueblo abandonado en el que suceden cosas inexplicables para la ciencia y que expone ciertos argumentos sobre la fe, sin perder su objetivo de evangelizar. Un film con mucho potencial que deja un final abierto con posibilidad de segunda parte, que ojalá sea más cuidada para que el director no sufra una segunda muerte.
A dark secret in a God-forsaken town Imagine a God-forsaken small town somewhere in Argentina, with few inhabitants, some of them off-beat, some simply run-of-the-mill, but all of them concealing a dire secret. There’s also a lonesome police woman in her mid-thirties, who has just arrived from the city with a secret of her own haunting her day and night. Another outsider comes into town, a kid who can see someone’s past by touching their photos, something which is often more of a burden than a gift. And there’s a string of bizarre deaths involving an entire family, whose members are found completely charred — and praying on their knees. The strange thing is that they burned from inside out, as it happens with spontaneous combustion — not a very scientific explanation, but still the only one accounting for the shocking phenomenon. The cherry on top: there’s an apparition of no less than Virgin Mary each time someone is set on fire. Or, at least, it seems it’s her. Given the scenario, nothing can be taken for granted. So expect to find a really original cinematic universe in Argentine Santiago Fernández Calvete’s La segunda muerte (The Second Death), now commercially released and previously featured at many noteworthy film festivals, including the BAFICI, Buenos Aires Rojo Sangre and Sitges, where it met with a very good response from viewers. As its director acknowledges, La segunda muerte crossbreeds many genres, mainly the thriller with the fantastique, and yet it’s not totally faithful to any of them. It doesn’t strictly adhere to a formula; to a certain extent, it’s generic and it’s great that it is, for this provides an ample mould to work with. Gradually, it becomes the work of a personal filmmaker who eschews predictable outcomes and goes for something else. For starters, from the thriller there’s the character of the protagonist, Alba Aiello (Agustina Lecouna) the police woman with a dark past investigating a strange case. For such a puzzling case, Alba needs the help of El mago (Tomás Carullo Lizzio), the clairvoyant kid, who also has an ominous past regarding the loss of his mother — and here enters the fantastique with a welcomed touch of drama. The apparition of the Virgin Mary — or whatever it is — allows for unexpected twists and turns that add new stuff to the genre as they skillfully deceive viewers. From horror cinema, there’s a pervasive, contagious atmosphere of gloom and uneasiness, a feeling of dread underlined by very effective tension. Much of the success of the film is not only about the a smart, wicked screenplay, but largely with a well executed set of aesthetics that convey in images and sounds what this creepy story is all about. The cinematography is rendered in both drained colours (almost black and white at times) and vivid tones, in order to respectively narrate what’s taking place now and what happened before. Each frame is nearly perfectly composed, with a great sense of space and depth to include both the major and minor facets of a world that looks somewhat normal, but only at first sight. If you look deep enough, you’ll see the many cracks. The sound is also a notorious element to build the atmosphere required by each sequence. As is the case with David Lynch’s cinema, sound is used here for narrative purposes mainly. It’s as if the inner turmoil each character endures were expressed in surrounding sounds and noises spread out left and right. Incidentally, La segunda muerte also shares with the cinema of David Lynch an odd sense of humour and absurdity. It’s superficial, but it’s there and it works out fine. On the minus side, the special and visual effects are not that good, and hence somewhat hinder the verisimilitude. A stronger backstory referring to what had happened in the past would have given the premise a more profound edge; and a couple of characters, like the priest and the policeman, could have used more development too. Perhaps the ending is a bit abrupt too. However, the above are just minor flaws in a film that ventures into genres not often tackled by local filmmakers, and instead of just going for the basics, it dares take new steps. I’d say that La segunda muerte shows the eye of a novel filmmaker who’s never pretentious or hollow. When most directors would have loved to “be innovative” and so would have been unnecessarily flashy and avantgard-ish for the sake of it, Fernández Valente opts to tell a good story in an accomplished, classical fashion while leaving his personal imprint at the same time. As simple — and as difficult — as that.
El jueves 13 de marzo llega al cine Gaumont La segunda muerte, una película de Santiago Fernández Calvete. La vi en BAFICI 2012 y ahora llega al cine un poco más comercial. La propuesta es bastante interesante: la oficial de policía Alba Aiello (interpretada por Agustina Lecouna, a quien vi por primera vez en la serie Verano del '98), tiene que investigar extraños casos de combustión espontánea sin ninguna explicación científica razonable, vinculados aparentemente con un aspecto religioso de las víctimas, principalmente porque mueren arrodillados, como rezando. ¿A qué?. Allí se encuentra la clave, en los elementos fantásticos que tocan cuestiones de fe, la iglesia, Dios y hasta el mismo demonio. En este contexto, esta mujer escéptica, fría, seria comienza a involucrarse con un caso que mezcla flashes de su pasado: un traumático episodio con su pareja y un recuerdo que no la deja dormir. Todo lo que ve Alba está intensamente relacionado con todo aquello que trae arrastrando de su pasado. Al fin y al cabo, todos llevamos una mochila sobre nuestros hombros. En este camino, Alba además conoce a un niño mago. Un chico que trabaja como vidente (del pasado) y que apenas recién llega al pueblo para empezar a ganar su dinero... bah, suyo no... tiene a su "tutor" soplándole el cuello en una suerte de explotación laboral. Este pequeño mago también estará íntegramente ligado con estos hechos paranormales y, para solucionar estos casos, tendrá que lograr convencer a Alba de que existen aspectos de nuestra realidad que desconocemos y que no todos podemos ver, sólo unos pocos tiene la suerte (o la desdicha) de toparse con personajes del más allá. Recalco que esta película es argentina. ¿Por qué me paro en este punto?, porque lo interesante de ella, además de su relato, es su estética e impronta marcada que muchos toman del cine norteamericano. Abundan los tonos amarronados, dando esa sensación de algo avejentado, turbio, lleno de humedad, como si se pudiera oler. Una sensación comparable a - siendo lo más gráfica posible- cuando abrimos un libro antiguo y llegamos a sentir el olor de sus amarillas páginas; o cuando vemos una foto tomada hace décadas. Esa sensación tan personal que nos brinda el cine no tiene precio. La segunda muerte también es dueña de una estética propia del cine negro, aquel que disfrutábamos en los años 40 y 50 con Humphrey Bogart por ejemplo, y con el que fantaseábamos con que éramos detectives que luchaban contra una sociedad corrupta, llena de poder y ambiciones. La película de Fernández Calvete no está alejada de este aspecto, dado que nos acerca a varios personajes con estas características: un cura escondedor y un intendente de pueblo que vive ocultando por conveniencia las cosas que pasan allí. Las luces y las sombras también juegan un papel primordial en el cine negro, y aquí están perfectamente delimitadas; pero la raíz, la piedra angular y el punto fuerte del film radican en el sonido, en los golpes de efecto que más de una vez hacen saltar al espectador de su butaca. Ni hablar de todas aquellas imágenes religiosas con las que nos topamos a lo largo de la película. Un thriller con tintes típicos del cine de terror también, en el que el director puso toda la carne al asador para brindarnos un contenido efectivo, interesante por donde se lo mire, una película que juega con los sentidos, nos engaña, nos atrapa en sus redes y no nos deja escapar. Me ha pasado de haberla visto en BAFICI, como dije antes, y al volver a verla ahora y refrescarla, no pude despegarme de la historia de ese pueblo, y mucho menos de la de Alba. Excelente actriz Agustina Lecouna, y excelente también Mauricio Dayub que con un papel más chico acompaña muy bien a la protagonista. Aunque con algunos aspectos que me hicieron ruido en cuanto a la continuidad, La segunda muerte merece ser disfrutada en la pantalla grande en sus 91 minutos de duración. Impresionantemente narrada, con buenos saltos temporales. De género casi extinto por estos días, supo sacarle el jugo y caminar con la frente bien en alto. 4/5 SI Ficha técnica: Dirección: Santiago Fernández Calvete Guión: Santiago Fernández Calvete País de origen: Argentina Año: 2011 Estreno(Argentina): 13 de marzo de 2013 Duración: 84 minutos Género: Drama Distribuidora: Magma Cine
La diferencia entre querer y ser Santiago Fernández Calvete, realizador de La segunda muerte evidentemente tiene bien aprendidas unas cuantas lecciones referidas a las reglas genéricas del policial y el thriller religioso con toques de terror. Leyó todo el manual de instrucciones. El problema es que una cosa es la teoría, y otra la práctica. De ahí que su película, centrada en Alba Aiello (Agustina Lecouna), una joven policía que huyó de la Capital Federal para refugiarse en un pequeño pueblito, y a la que le toca investigar una serie de terribles crímenes en los que van muriendo uno a uno los miembros de una familia, nunca consiga generar los climas pertinentes. La segunda muerte es una película que está tratando de remarcar todo el tiempo su lugar de pertenencia, su identidad. Pero se distrae tanto haciendo eso que en el medio se olvida de consolidar un verosímil. Es por eso que, ya en la primera escena del crimen, comienzan a surgir demasiadas preguntas referidas al necesario sostén de un realismo apropiado, entre ellas una bastante elemental: ¿cómo puede ser que, siendo que el cadáver ha sido quemado, todos se acerquen a él sin ningún tipo de barbijo o pañuelo, como si no despidiera ningún tipo de olor? Cuando surgen estos interrogantes, en una instancia inicial, estamos en problemas, porque significa que al espectador le va a ser difícil zambullirse en el universo planteado por el film. Y si por un lado La segunda muerte no brinda la suficiente información requerida por el espectador para situarse adecuadamente en el relato, por otro redunda, explicitando toda la historia pasada de la protagonista y muchos elementos que ya están insertos en la imagen, a través de la voz en off de Lecouna. Es notorio que la película busca vincularse con el mundo literario para construir su historia, y eso no está necesariamente mal, pero en tanto sirva para enriquecer lo que está en el plano, no para decir todo dos veces de manera diferente. En consecuencia, los climas melancólicos e inquietantes que se quieren generar no llegan a consolidarse porque quedan ahogados por las palabras de Lecouna, quien hace lo que puede con el texto que tiene y no puede aportarle la presencia requerida a su rol. A La segunda muerte se le pueden reconocer los riesgos que toma, en especial dentro del contexto del cine argentino: apostar al terror y al suspenso; situar su relato en un pequeño pueblo, alejándose del paisaje urbano; colocar a una mujer en el papel principal, que encima es policía. Pero lamentablemente se queda en eso, en las intenciones y ambiciones, y termina fallando en casi todo lo que se le podría pedir. Lo que queda es un borrador de lo que pudo ser.
Lo mejor de esta producción vernácula lo podemos encontrar en la selección de actores y en los espacios de filmación, ya que ese pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires hace funcionar a la perfección el axioma de “pueblo chico, infierno grande”, sin embargo es tan malo el diseño de sonido, tan molesto su montaje y tan indescifrable sus diálogos que lo bueno que podría tener termina por fastidiar. Claro que como estamos en un filme de género los elementos comunes al terror están a la orden del día, como si parte de la tarea del productor hubiese sido la adquisición del catalogo de clichés para películas de miedo. Alba Aiello (Agustina Lecouna) es una escéptica, solitaria, triste, policía de treinta y cinco años que ha elegido éste pueblo perdido con el sólo fin de esconderse y enterrar su secreto en la inmensa planicie solitaria. Allí intentará olvidar su oscuro pasado, pero los miembros de una familia entera comienzan a aparecer incinerados uno tras otro, todos en posición de rezo y sin explicación racional posible. A pesar de los vínculos y pistas religiosas, Alba niega la ayuda del sacerdote local y accede a ser guiada por el Mago, un maltratado niño clarividente de once años que de a poco la introduce en un mundo paranormal en el que ella jamás hubiera creído y para el que no parece estar preparada. Todo parece tener anclaje en el pasado común de los habitantes del pueblo, el cura, la policía, la familia incinerada, el niño clarividente, el padrastro maltratador y abusador, y si al pasado el espectador lo conoce es gracias al plano detalle de la primera pagina de un gran diario, publicada el 25 de diciembre de 1974, y es desde allí es que se arrastra la maldición respecto de la cual nos quiere contar el director. La película intenta presentar un relato de muertes y venganzas en una gama de matices pálidos por resolución, una elección desde lo estético que parece tener más que ver con la casualidad que con una búsqueda. Los espacios elegidos le brindan a la fábula una templanza privativa y particular, que aplica en la proyección e identificación del espectador al recuerdo de mitos y leyendas autóctonas. No hay aquí ni luz mala, ni hombres lobo por ser séptimo hijo varón, ni nada que se le parezca, pero cuando la parca se presenta seguidamente de manera extraña e inexplicable, altera siempre la cotidianeidad tranquila del pueblo donde ocurra. Es un intento, mayormente fallido, por algunas cuestiones técnicas, otras de guión, y más que nada por el desarrollo y verosimilitud de los personajes, sobre todo los secundarios. ¿En navidad hay diarios?
Encuentro con lo velado La ópera prima de Santiago Fernández Calvete (que pudo verse en la sección Nocturna del BAFICI 2012) nos presenta de entrada a Alba Aiello (Agustina Lecouna) una policía que llega a un pequeño pueblo con la intención de huir de su pasado, quien paulatinamente comienza a creer en religión y asuntos paranormales al presentársele un caso donde los cadáveres aparecen incinerados sin causa alguna. Es este escenario misterioso ella conoce a un niño clarividente (Tomás Carullo Lizzio) quien funcionará como un “guía” hacia la resolución de los hechos recientes. En un pueblo que se debate entre lo bucólico y lo ominoso, esta policía será quien a través de una voz en off relate lo atrozmente acontecido allí. Hasta aquí tenemos una historia vista y expuesta hasta el hartazgo (sin ir más lejos el punto de partida de Twin Peaks antes de irse por las ramas, es bastante similar), pero La Segunda Muerte toca el tema de una forma creativa al enmarcarse dentro del subgénero de cine de terror donde a partir de un crimen, el terror a la incertidumbre y lo incomprensible se apoderan de la trama central; así como el film se apodera y cautiva la atención del espectador de forma magnífica. Con un guión claro basado en un pasaje bíblico, la película de Fernández Calvete es sumamente potente tanto desde lo visual como desde los componentes sonoros que logran crear una atmósfera de misterio y terror religioso que se mixturan con esoterismo y escepticismo. Como punto negativo la actuación de Lecouna si bien tiene un buen nivel general, es en aquellos momentos donde se debe apelar a la contemplación y angustia existencial cuando más se abusa del llanto y la congoja sobre exagerados; y por ende, la construcción narrativa puntual de esas escenas pierde fuerza en vez de enriquecerse. En conclusión, La Segunda Muerte es un film que nos proporciona una historia creativa dentro del género de terror argentino, que afortunadamente, sigue creciendo. Este film nos deja con un final abierto, para pensar, reflexionar, y apostar a nuestras propias creencias como espectadores activos. ¿Habrá segunda parte?
De un tiempo a esta parte la cinematografía argentina se anima a avanzar sobre las zonas más oscuras del bosque genérico. El hecho de que La segunda muerte llegue a la cartelera justo antes del estreno de Betibú, la cinta basada en la novela de Claudia Piñeiro, es una prueba contundente de ello. En los campos del terror y el policial los cineastas argentinos han arrojado títulos cuya valoración oscila entre dos extremos: mientras algunos son fácilmente imputables, otros alcanzan estatus de beneméritos. La nueva película del director Santiago Fernández Calvete se clava justo en el medio. Alba es una mujer policía que se refugia de su pasado en un pueblo fantasma. La aparición de un cadáver incinerado abre una investigación con pistas que provienen de diferentes ámbitos: la genealogía de la venganza, las excentricidades religiosas y las apariciones de origen fantástico. Desorientada, la oficial busca ayuda en El Mago, un niño de 11 años recién llegado al poblado, que tiene el descomunal poder de mirar una postal y desentrañar el historial criminal del fotografiado. Manteniendo el suspenso hasta el final, el director hace avanzar la locomotora fílmica sobre dos rieles paralelos: la pesquisa policial y el terror sobrenatural. Y la máquina anda, sólo que a veces las vías se estrechan demasiado y algunas escenas pueden aparecer frente al espectador como chispazos innecesarios que delatan la intención de amarrar, cueste lo que cueste, la exagerada cantidad de cabos diseminados por el relato. Los crímenes que se multiplican detrás del apellido Ocampo, giran en torno a un mandato lanzado por una fantasmal presencia del pasado: "No tendrás un hijo varón". La fotografía contribuye a sostener el enigma imprimiendo un tinte extraño a toda la cinta. Pero el abuso de variaciones (hay cepia, blanco y negro y planos donde sobreviven algunos colores debilitados) hace que la estética enrarecida acabe asesinándose a sí misma. Lo que le da verdadera unidad y solidez a la trama es la actuación de Agustina Lecouna, cuya atormentada agente de policía debe dejar de lado sus certezas para seguir la lógica de una excepcional virgen de riña. Por la corrección de las interpretaciones y la atmósfera suspensiva La segunda muerte no es una película de esas para abandonar a la mitad, pero desemboca en una salida de emergencia bastante conocida: cuando la cosa se complica, aparece una presencia demoníaca o divina, llamada a esclarecer la serie maldita.