Semi-secuela de Happiness, regresan al guion los personajes originales pero, interpretados por otros actores. El dilema de Bill, el padre pedófilo en su retorno luego de haber cumplido condena, las hermanas Trish y Joy, y Allen, el protagónico que llevó a la cima a Phillip Seymour Hoffman como un adulto que hace llamadas por teléfono perversas...
Uno ya sabe qué esperar de Solondz, y el director no está dispuesto a traicionarse, aún sabiendo que hace lo de siempre. Life… es la continuación de Felicidad, pero con otros actores haciendo de esos personajes. Otra vez está la familia disfuncional, la pedofilia, los niños confundidos, la obsesión por mostrar la cara más mugrienta de la sociedad norteamericana...
Si bien no es un mal film, es llamativo que se estrene en cine luego de dos años y no haya pasado directamente a DVD, ya que salvo que seas un seguidor del director, no cambia mucho que la veas en tu casa o en pantalla grande. Lo mejor que brinda La vida en tiempos difíciles son las sólidas actuaciones de todo el elenco y los conflictuados personajes. La historia...
Final de partida La película es una secuela/variación de Felicidad / Happiness en la que los personajes son interpretados por actores diferentes a los del film original (una estrategia meta-lingüística simétrica a la de Palindromes). Así, Solondz, el misántropo, vuelve a levantar el telón de su teatro de la crueldad, dando rienda suelta a sus devastadora observación/demolición del american way of life. No faltan a la cita la homofobia, la pedofilia, la cultura del éxito o el integrismo religioso; aunque en esta ocasión, el eje central de la propuesta temática del film es la hipocresía que acompaña a los conceptos de olvido y perdón (en inglés “forget-forgive”). Excesiva tanto en la cantidad de tesis expuestas como en la extensión de muchos de sus diálogos, La vida en tiempos difíciles se antoja el final de un ciclo en la carrera de Solondz. En todo caso, pueden entreverse en las imágenes del film el intento, por parte de Solondz, de explorar nuevos territorios. Hallazgos que, curiosamente, tienen relación con una cierta investigación plástica, por una parte, y con el silencio de un personaje, por la otra; lo cual podría indicar que Solondz tiene mucho que ganar si consigue contener sus excesos como escritor de ingeniosos monólogos disfrazados de diálogo. En referencia al trabajo con la imagen, Solondz consigue capturar, como nunca antes, el terror latente en los escenarios de la Florida suburbial: las calles desérticas, las texturas asépticas, los interiores clónicos… una geometría prefabricada e impersonal que se erige en un nido de neurosis, confusión y miedo. Y mientras, incluso las fugas onírico/fantasmales (en clave pop) de los personajes tienen aroma a alienación urbana. Finalmente, el “personaje silencioso” al que hacía referencia anteriormente es el del padre pedófilo, al que daba vida Dylan Baker en Happiness, y que aquí interpreta Ciarán Hinds. De hecho, esta reencarnación del personaje, carente de toda maldad o crueldad, no parece invocada por Solondz. Es él quién protagoniza la mejor secuencia del film (y quizás de toda la carrera de Solondz) cuando visita a su hijo para comprobar que este no ha heredado su trágica “condición”.
Vivo en un termo. Mi incompleta formación me terminó por mostrar lo mucho que me he perdido en la vida…No conocía a Todd Solondz, y lo descubro por este tardío estreno porteño. Buceando en su filmografía, descubro que “Life during war times” (el estreno que nos convoca) tiene poderosas conexiones con la obra más reconocida de este director, “Happiness”, la cual no ví. Pero haré pronto. Y subo la apuesta, Solondz hizo 8 largos y veré este verano los 7 que me quedan, porque esta película me hipnotizó, y la crítica internacional dice que es floja, así que ni quiero pensar en lo que deben ser el resto… Hace un par de meses estrenó “Dark horses” en USA por lo que descuento que la estrategia es presentar este título (el inmediato anterior) para traer pronto (espero!) lo nuevo de este genial director… “La vida en tiempos difíciles” es compleja de caracterizar. Es decir, es una comedia negra poco convencional. Negrísima, diría yo. En su universo, conoceremos a un grupo familiar bastante disfuncional en el que nadie se destaca por su equilibrio, más bien, todo lo contrario. Cuenta la leyenda, que el cineasta vuelve a poner el ojo en los Jordan, núcleo central en “Happiness” y lleva la acción 10 años después a ver que nuevos conflictos los mismos atraviesan… Es decir, cambian los actores, pero el espíritu de aquellos viejos conocidos (dicen), permanece inmutable. Aquí tenemos a tres hermanas, ya grandes, clase media-alta norteamericana, con sus diferentes problemas a la hora de intentar ser feliz. Ya sabemos, la tarea no es fácil. Joy (Shirley Henderson) parece ser la más chica del grupo, atiende socialmente a violadores y abusadores en prisión y se encuentra casada con uno de ellos, Allen (Michael Kenneth Williams). Su marido anterior se suicidó y… tiene algunos problemas de relación con el actual… Su hermana, Trish (Allison Janney) está sola y buscando pareja. Tiene esposo, aunque está separada, Bill (Ciaran Hinds), pedófilo en vías de recuperación (o no), ya no está en su vida aunque se rumorea que podría salir a la brevedad por haber cumplido su condena...Trish, entonces, se engancha con alguien cuyo requisito sin-equa-non es...su (presunta) normalidad, un sujeto sin luces llamado Harvey (Michael Lerner). Convengamos que esta mujer, como las otras, tratan de buscar algún tipo de norte, cierta estabilidad anhelada. La tercera, Helen (Ally Sheedy), es una guionista exitosa alejada de la familia y que también se encuentra en crisis. Las hermanas y sus hombres, vivos y/o muertos (Joy parece tener poderes paranormales que le permiten esa conexión) se cruzarán varias veces a lo largo del desarrollo siempre en situaciones complejas ya sea por el peso de las conductas que se juegan o por la direccionalidad del planteo. Es decir, cada diálogo es dinamita pura. Esta no es una película de silencios, sino de palabras dolorosas. Tiene un libro que coquetea con la locura y que se ensancha en cada fotograma merced a las ajustados trabajos de sus protagonistas. ¿Por qué el título se preguntarán? (el original habla de guerra) Supongo que tiene que estar relacionado con algo que funciona como marco en el film, que es el temor a los atentados terroristas después del 11-S. Se instala un discurso de combate al diferente, de despiadada búsqueda de normalidad, equilibrio, rutina, que hiela la sangre al espectador. Cuando hay tanta energía puesta ahí, es porque la pulsión que empuja ese límite está a punto de explotar. Las tres hermanas tienen sus propios fantasmas (algunas más reales que otras!) y sus familias, también. "Life during war times" es una de esas cintas difíciles de clasificar. Creo que empatizás con ella o no. Solondz no te da opción, o te subís a su visión del mundo, o abandonás en los primeros minutos de proyección. No es cine comercial ni festivalero. Aquí hay un retrato urbano y oscuro de los miedos y aspiraciones de una familia tradicional norteamericana de estos tiempos. En lo personal, me parece de lo mejor que ví este año (por más que el film sea del 2009), aunque reconozco que no es un film amigable ni se lo recomendaría a cualquiera. Deben ir avisados de lo que van a encontrar. Un gran descubrimiento y un enorme regalo (navideño) haber conocido a este director antes de mis vacaciones!!!
Una ácida y tierna comedia negra El cineasta despliega toda su artillería de personajes que se parecen "nerds" o "freaks", en este filme que se lee como una aguda sátira a la sociedad estadounidense y en particular a la comunidad judía. Los prejuicios del norteamericano de clase media es un tema recurrente en la filmografía del estadounidense Todd Solondz. Como en "Felicidad", en este filme que se conoce ahora, aunque es de 2009, el tema de la pederastia vuelve a aparecer en el hogar de una familia de origen judío. Solondz lo aborda en tono de una comedia tan corrosiva, como tierna y es capaz de hacer un ácido contrapunto entre la ingenuidad del hijo y la perversidad de la madre. En "La vida en tiempos difíciles", un padre sale de la cárcel luego de cumplir una condena acusado de ser un pederasta; mientras sus hijos, uno universitario y dos más pequeños rehacen su vida junto a su madre y el nuevo novio que la mujer les presenta como si fuera el hombre de sus sueños. UN PROVOCADOR El director se vuelve un provocador furtivo a través de dos escenas que son jugadas de una manera muy simple, pero que alcanzan un intenso impacto en el espectador por su humor negro. Una de ellas es cuando le madre (Allison Janney) intenta convencer al hijo, que se puede ser gay, a través del simple roce de la mano de un hombre, o de un informal apretón de manos. Por eso aconseja: "no dejes que te toquen". Otro item es lo que vive el hijo al concluir la ceremonia de su Bar Mitzvah, cuando toma conciencia de algunas de las falsas creencias transmitidas por esa madre, que por momentos parece desenvolverse en la vida en un estado de constante alucinación. El cineasta despliega toda su artillería de personajes que se parecen "nerds" o "freaks", en este filme que se lee como una aguda sátira a la sociedad estadounidense y en particular a la comunidad judía. El equipo actoral resulta admirable y el absurdo de muchas de sus situaciones hacen que el público se pregunte si debe reír o ponerse serio, frente a lo que dicen y hacen estos insólitos personajes, imaginados por el director norteamericano.
La felicidad diez años después Todd Solondz ubica en La vida en tiempos difíciles (Life During Wartime, 2009) a los mismos personajes de su película Felicidad (Happiness, 1998) pero diez años después. El tiempo ha pasado y el contexto cambió, aunque el sarcasmo y la incorrección política a la hora de retratar personajes sigan siendo igual. La vida en tiempos difíciles se centra en Trish quien se ha divorciado de su marido, que cayó preso por pedofilia, e intenta rehacer su vida. Su hijo mayor ya está en la universidad pero serán los más pequeños quienes no sólo sufran las consecuencias de los pecados del padre, sino también las mentiras de su madre para tapar la deshonra. Por otro lado está su hermana Joy, un ser que no puede despegarse de los fantasmas de sus antiguos amantes y viva circundada por ellos. La idea de trasladar personajes a través del tiempo y del espacio para ver cómo sus vidas cambiaron no es nueva ni original. Si el canadiense Denys Arcand lo hizo de manera contundente en su díptico compuesto por La decadencia del Imperio Americano (Le déclin de l'empire américain, 1986) y Las invasiones bárbaras (Les invasions barbares, 2003), fue Richard Linklater quién alcanzó la cima cuando diez años después de Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995) filmó la excepcional Antes del atardecer (Before Sunset, 2004). Dos propuestas que en ambos casos superaban a sus predecesoras o estaban al mismo nivel, algo que vuelve a repetirse en el caso de Solondz. Aunque en este caso utilizando diferentes actores para los mismos personajes. Con el marco de la guerra de Irak de fondo, el autor aprovecha para destilar todo su sarcasmo en la crítica al sistema y mostrarnos como los estadounidenses se mueven dentro de ese contexto que por momentos les resulta tan familiar como ajeno. Aunque el foco esté puesto por sobre la disfuncionalidad del núcleo familiar habrá una traslación argumentando como la guerra influye sobre éste. Siempre con un tono irónico que logra risas en situaciones de un dramatismo absoluto. Un recurso que Solondz sabe bien cómo resolver. La vida en tiempos difíciles es una fábula sobre la familia, la patria y la vida en épocas para nada fáciles. Pero acoso, ¿alguna vez hubo una época que lo fuera? Con humor negro y mucha ironía Solondz regresa diez años después para ofrecernos su nueva versión de la felicidad perdida.
Hace poco más de diez años, en la provocativa, ácida y perturbadora Felicidad , el cuadro desesperanzado de Todd Solondz pintaba con implacables trazos del humor más negro el crítico panorama de una clase media en la que la disfuncionalidad era el rasgo común, los conflictos en torno del sexo se presentaban en una variedad infinita y las relaciones entre los seres humanos parecían fatalmente condenadas al fracaso. La vida en tiempos difíciles no es exactamente una secuela, sino más bien una puesta al día del estado de aquellos personajes, como si el autor hubiera decidido salirles al paso para observar cómo han evolucionado, qué han hecho con sus conflictos, pulsiones y perversiones, si han intentado intervenir en ellos, despreocuparse, hacerles frente, esconderlos, o si todo lo que ha estado a su alcance han sido cambios meramente superficiales y en el fondo siguen siendo esas mismas criaturas monstruosas y al mismo tiempo desdichadas que despertaban una ambigua e incómoda empatía en el espectador. Algo de esto sugiere el film desde el principio: los personajes siguen siendo básicamente los mismos, pero aparecen representados por otros intérpretes. Es posible que en última instancia sigan siendo los maliciosos modelos cuyas miserias destapaba Solondz para insinuar que la gente respetable no está tan lejos como cree de la crueldad de un asesino, un violador, un pedófilo o un acosador telefónico, pero si la visión sigue siendo pesimista, la necesidad que parece predominar en los personajes (que ahora traen en el rostro las marcas de la fatiga) es la búsqueda del perdón. La risa contiene ahora más desesperación que cinismo. Un puñado de escenas bastan para percibir esta inédita pizca de compasión en la mirada de Solondz (quizá se trate de maduración). En el comienzo, a poco de salir de la cárcel donde cumplió una pena por pedofilia, el psicoterapeuta que ahora interpreta Ciarán Hinds tiene una aventura sexual con una mujer solitaria y brusca (Charlotte Rampling, admirable), que sólo espera de un hombre que sea "normal". Ella también es un monstruo y lo asume. Más adelante, el mismo hombre, abrumado por la culpa, intenta recomponer la relación con su hijo mayor, perseguido por la idea de haber heredado sus tendencias. Son dos escenas de intenso dramatismo, y las dos, aunque diversas, generan emoción. No es un elemento habitual en el cine de Solondz. El perdón y el olvido (¿la redención?) aparecen a menudo en los diálogos ("Sólo los perdedores piden perdón", dice alguien. "Sólo los perdedores lo necesitan", le contestan), con el sello de Solondz. Pero la desesperación de esa búsqueda -y la carga de humanidad que de ella se desprende- se expresa con mayor elocuencia en las conductas de la mayoría de los personajes, más allá de que muchos de ellos bordeen el estereotipo. Hay notables aciertos en lo visual (determinantes en los cambiantes climas de una historia que más allá de su ilación argumental se parece bastante a una suma de episodios) y sobre todo en la dirección de actores, entre los cuales descuellan Allison Janney, los citados Hinds y Rampling y el joven Dylan Riley Snyder, cuyo inminente Bar Mitzvah justifica la reunión de la familia.
Los mismos enfermos con más humanidad El realizador estadounidense retoma temas y personajes de Happiness, hasta con rasgos de humor: un humor no siempre tolerable. “Es tan hombre... me rozó el codo, nomás, y me mojé toda.” La de la confesión íntima no es una adolescente sino toda una señora, separada y con tres hijos. Tampoco se lo cuenta a su mejor amiga, sino a su hijo de doce años, que se queda perplejo frente a ella, en la cocina de casa. En la familia Mapplewood, la sexualidad no circula de una manera que los manuales de psicología infantil prescriben: papá Bill, que tiene prohibido visitar a sus hijos, acaba de salir de prisión, donde cumplió una larga condena por pedofilia. Si todo suena parecido a Happiness, es porque los personajes de La vida en tiempos difíciles son los mismos. Aunque no quienes los interpretan. Ganadora del Osella de Oro al mejor guión en la edición 2009 del Festival de Venecia y del Astor de Plata a la mejor actriz en Mar del Plata, La vida en tiempos difíciles (Life During Wartime, en el original) es en parte una secuela y en parte una variación de la película que a fines del siglo XX le regaló al cine uno de sus temas favoritos de la última década: la disfuncionalidad familiar. Secuela, porque transcurre diez años después y retoma los personajes de la anterior. Variación, porque si bien pasaron cosas (papá y mamá se divorciaron, a papá lo metieron en prisión, todos se mudaron de Nueva Jersey a Florida), los personajes siguen teniendo más o menos la misma edad. Si los actores son otros, también es otro –en parte, al menos– el que los mira. No es que para Todd Solondz la vida se haya teñido de rosa, pero lo cierto es que ahora no da la sensación de desearles lo peor a sus criaturas, sino de compartirlo con ellas. Y de buscar el alivio del humor, por cruel que sea. Sin ir más lejos, aquella escena en que mamá Trish (la maravillosa Allison Janney) le comunica sus humedades al pobre Timmy es tan enferma como desternillante. Desde ya que en más de una ocasión el humor-Solondz es intolerable o muy discutible. Por ejemplo, la escena en que Billy, hijo mayor y víctima, en el pasado, de las fantasías sexuales de su padre, se reúne con éste diez años más tarde, en una escena cargada de un dolor y emoción impensables. Salvo que detrás de Billy asoma un poster en el que un monito se coge a otro. Tras su separación, Trish se mudó a la soleada Florida, con la intención de rehacer su vida. Acaba de conocer a un hombre (Michael Lerner) que, como ella, quiere ser enterrado en Israel. Ah, sí: ahora uno se entera de que varios de los protagonistas son judíos. Intenciones parecidas a las de Trish tiene su hermana Joy (la británica Shirley Henderson, secundaria en varias Harry Potter), que también ha venido a parar a esa especie de gran Náutico Hacoaj que es Florida. Por mucho que haya luchado por superarlo, Allen, pareja de Joy (el personaje que en Happiness hacía Philip Seymour Hoffman, y aquí interpreta el morocho Michael Kenneth Williams) no puede evitar seguir haciendo llamadas obscenas, y ella acaba de descubrirlo. Detrás de Trish viene Andy, interpretado en la anterior por Jon Lovitz y aquí por Paul Reubens, el ex cómico infantil que, cuando todavía era conocido por el nombre de Pee-Wee Herman, fue arrestado por exhibiciones obscenas. ¿Pero cómo, no se había suicidado Andy, después de que Joy lo rechazó? Sí, pero aún muerto sigue confesándole su amor, con una expresión tan triste cómo sólo un ex payaso, como Reubens, es capaz de tener. Al mismo tiempo, papá Bill (Ciarán Hinds, en lugar de Dylan Baker) sale de la cárcel, acosado por sus peores fantasías. Y al pequeño Timmy, la proximidad del bar mitzvah lo llena de preguntas. Una de ellas es cómo y por dónde violan los adultos a los niños: otro momento intolerablemente Solondz. Con una atención por el cromatismo y los decorados infrecuentes en un realizador caracterizado por una deliberada rusticidad –colores artificiosos y decorados ídem, en representación de la América a la que el realizador prefiere llamar Genérica–, los seres-Solondz siguen siendo, básicamente, caricaturas. En algunos casos (la irritantemente aniñada Trish) más marcadamente que en otros (Bill, tratado aquí con respetuosa piedad). A veces, da la impresión de que son los actores los que les dan volumen. Algo notorio en el caso de la fabulosa Allison Janney (Mejor Actriz en Mar del Plata 2009) y de la no menos notable Ally Sheedy, que compone a una narcisa de manual con visceralidad de su autoría. No parece casual que la condición judía de las tres hermanas se haya transparentado. La película entera parece dudar, todo el tiempo, entre la Ley del Talión a la que en más de una ocasión se alude, la condena implacable al “pecador”, la burla al distinto (el hijo freak de Michael Lerner) y –ésta es la novedad– la posibilidad de perdonar al prójimo. Aunque sea un monstruo. Como tal vez lo sean todos, algo que en Happiness no parecía tan evidente.
Felicidad redux Coherente y abrasivo como siempre, Todd Solondz vuelve a cargar las tintas sobre sus tópicos en un film que podría considerarse sucesor de Felicidad con el mismo racimo de personajes variopintos (los mismos personajes interpretados por otros actores como parte de un discurso meta lingüístico) que vuelven al derrotero de la disfuncionalidad; la doble moral y todas aquellas grietas que derrumban el sueño americano y pisotean la idiosincrasia yanqui, con guiños continuos a la incorrección política. Hay un niño en el ojo de la tormenta, el hijo de Trish (Allison Janney) a punto de volverse a casar, en este caso con Harvey (Michael Lerner), para intentar que sus dos hijos aprendan a convivir con un padre un tanto más normal que el pedófilo Bill. Sin embargo, el niño vive atormentado por sus planteos acerca del olvido, la culpa y el perdón, con fuertes referencias religiosas de por medio y con el escape hacia lo onírico para salir de la densidad y el cinismo que atraviesa la trama de La vida en tiempos difíciles. El otro personaje que se lleva el foco de atención es la presencia-ausencia del padre pedófilo Bill (Ciarán Hinds) en plan de regreso a casa purgada su condena tras las rejas, al que se sumarán otras historias cruzadas como la de Joy (Shirley Henderson), la hermana de Trish ya alejada de su depravado marido Allen (Michael Kenneth Williams) aunque no tanto de su pasado que vuelve a acecharla así como sus viejos fantasmas más temidos de experiencias límites. Fiel al estilo de viñetas para ordenarse narrativamente con un guión rico en diálogos filosos y humor cáustico pero sin la contundencia de otros trabajos como la propia Felicidad o Palíndromos, aquellos seguidores de este director independiente no se sentirán defraudados en cuanto a lo temático y a ese estilo transgresor.
La tristeza no tiene fin Secuela de “Felicidad”, de Todd Solondz, retoma a los personajes 12 años después. Las películas de Todd Solondz producen una sensación extraña en el espectador. Por su estilo, su puesta en escena y por la forma en la que sus diálogos van y vienen del miserabilismo a la crueldad, de la victimización a la agresión más artera, es fácil tomarlas como comedias. Vistas con un público que se empieza a reír de las penosas circunstancias que muchos de los personajes deben pasar –congratulándose por no ser tan patéticos como ellos-, la sensación que transmiten es de incomodidad, a veces hasta de fastidio con lo que se ve en la pantalla. Pero algunos de sus filmes, y en especial La vida en tiempos difíciles , requiere un esfuerzo especial: no tomarla como comedia, no suponer que un diálogo bizarro sobre sexo entre una madre y su hijo tiene que ser gracioso, no dar por sentado que el sufrimiento de una chica por las malas parejas que elige (y que resulta en citas desastrosas) está puesto para ser tomado con sorna. Vista así, La vida... es un drama bastante triste, amargo y denso. Una película sobre padres e hijos, sobre culpa y redención, y sobre si olvidar y perdonar es posible o, simplemente, una paradoja irresoluble. La vida...es una secuela rara de Felicidad , la más conocida de sus películas, de 1998. Retoma la historia de las tres hermanas doce años después, con la particularidad de que tanto ellas como el resto de los personajes están interpretados por distintos actores que en aquel filme. Aquí está la menor, Joy (Shirley Henderson en lugar de Jane Adams), que viene de una pésima relación tras otra y se siente perseguida por el fantasma de un ex (Paul Reubens) y sonríe pese a que nada parece salirle bien. Trish (Alison Janney en lugar de Cynthia Stevenson) tiene una situación igual de complicada. Su hijo Timmy está por hacer su bar-mitzvá y se acaba de enterar que su padre, el pedófilo del primer filme, no está muerto como su madre le dijo. Es más, acaba de salir de la cárcel. A la vez Trish está enamorada de un viudo (Michael Lerner) que tiene sus propios inconvenientes y un hijo depresivo. Pero el pequeño Timmy es el verdadero corazón del filme: confundido con lo que experimenta en relación a su padre y con las enseñanzas de la preparación de la ceremonia judía (en la que se transformará en un hombre al cumplir 13 años), se hace las preguntas que el filme lanza al espectador: ¿se puede olvidar?, ¿se puede perdonar?, ¿puedo querer a mi padre por más que haya hecho algo imperdonable?, ¿es lo mismo un terrorista que un pedófilo? Preguntas densas, situaciones igualmente agobiantes, escenas de diálogos en las que Solondz parece saborear esa confusión potencial entre la condescendencia y la empatía, y una aparición rotunda de Charlotte Rampling que sorprenderá a más de uno, La vida en tiempos difíciles es más una reflexión, o un análisis crítico que una secuela de Felicidad . Un poco a la manera de Un hombre serio , de los Coen, Solondz mezcla humor y pathos, haciendo un filme sobre la depresión, la melancolía y la angustia existencial. Si es comedia o no será cuestión de si el espectador prefiere mirar desde la distancia cómoda de su butaca o comprometerse con lo que les pasa a los personajes.
EL LADO OSCURO DEL AMERICAN WAY OF LIFE A fines del siglo pasado y en menos de un año se estrenaron dos películas periféricas al maistream hollywoodense: Happiness (1998) de Todd Solondz y Las vírgenes suicidas (1999), opera prima de Sofia Coppola. Ambas bucearon en las zonas prohibidas de familias con traumas, complejos, pasados o presentes oscuros, personajes políticamente incorrectos, trances psíquicos y toda una serie de problemas que no suelen aparecer en la rutina adocenada de un cine que solo, y solo eso, piensa en la taquilla. Hasta que Belleza americana de Sam Mendes vino a legitimar a este cine no destinado a mentes bienpensantes. Por eso, La vida en tiempos difíciles, concebida por un auténtico “nerd” de aquel cine periférico, es un film sobreviviente de la temática “familia disfuncional” donde las perversiones y complejidades de un grupo de personajes se presentan sin filtro alguno. Solondz vuelve a escarbar en el clan de Happiness en esta no declarada continuación de aquella. Son los mismos personajes pero otros actores encarnan a las tres hermanas protagonistas, a los hijos de una de ellas, al padre pedófilo que se encuentra en la cárcel y a otros secundarios observados por la discreta y feroz mirada del misántropo cineasta. Dos de las hermanas siguen disconformes con sus vidas, en cambio, la esposa del pederasta encarcelado, está dispuesta a reencauzar la suya, ahora a plenitud sexual con un señor obeso y de origen judío, que tiene un hijo bastante tonto, un fiel representante de la fauna “nerd” tan afín al director. Pero el marido cumple la condena y la libertad está a la vuelta de la esquina. Solondz propone el lema “perdonar y olvidar”, a través de diálogos que conjugan similares dosis de acidez, cinismo y crueldad en medio de situaciones que bordean la caricatura. Una de las hermanas, por ejemplo, tiene un pretendiente con facha de “freak” que personificado por Pee Wee Hermann adquiere el “physique du rol” exacto. Se hablará de pedofilia como un tema cotidiano y hasta la feliz esposa, luego de un más que satisfactorio orgasmo, rechazará la vida familiar, a sus hijos y a su rol de madre. Así es la mirada de Solondz, contundente y sin vueltas. Probablemente no sorprenda como hace una década y su corta filmografía ya haya sido superada por los horrores del mundo real. Tampoco La vida en tiempos difíciles necesita provocar como sucedía en Happiness con aquel charquito de semen filmado en plano detalle. Aun así, el cine de este “nerd”, al se puede imaginar acosado y humillado en su infancia y adolescencia, resulta incómodo de ver. Y acaso por ese motivo es que se dedica a hacer películas, o simplemente para decirnos que el mundo es una auténtica mierda.
Un director que no supera sus obsesiones Todd Solondz se repite un poco en esta película sobre judaísmo, pedofilia y terrorismo. O mejor dicho, sobre gente que busca la felicidad con estos fantasmas a cuestas, que parecen ser más o menos los mismos del director de una obra mayúscula como «Felicidad», de la que este film funciona como una especie de subproducto (de hecho, Solondz explicó que ésta sería una secuela de aquel film, pero con otros actores). Igual que en «Felicidad», aquí hay varias historias fragmentadas, con los personajes presentados muchas veces en elegantes restaurantes donde, en medio de sus a veces escalofriantes dramas personales, los interrumpe la camarera para ver qué quieren pedir. A medida que avanza la película, el espectador va descubriendo que las distintas parejas de los restaurantes están vinculadas por un lazo familiar, y paulatinamente Solondz va desarrollando, con su particular humor negro habitual, un demoledor relato sobre un chico de casi 13 años a punto de celebrar su bar mitzvah que de buenas a primeras descubre en la escuela que su padre, a quien pensaba muerto, no sólo está vivo, sino también cumpliendo una condena por violador pedófilo. «Perdonar y olvidar» es el lema que se repiten unos a otros los personajes de un film cuyo título original podría haberse traducido perfectamente como «La vida en tiempos de guerra», pero como no hay guerra visible, sino que es apenas mencionada, a sus distribuidores les debe haber parecido bastante raro ya de por sí y le cambiaron el nombre. Claro que el lema no se ajusta igual a las tres hermanas protagónicas (Shirley Henderson, Allison Janney, Ally Sheedy), ya que a una de ellas se le aparecen fantasmas a los que le resulta difícil perdonar, y mucho menos olvidar (el actor de culto Paul «Pee Wee Herman» Reuben es un espectro, formidable sin duda, que se le aparece hasta en el medio del bar mitzvah). Otra aparición extraña en el film es la de Charlotte Rampling como una mujer misteriosa que busca sexo en el bar de un hotel, se considera a sí misma un monstruo y en verdad actúa como tal. Las imágenes luminosas de Solondz contrastan a propósito con el mundo interior de sus personajes, que van de lo querible a lo aborrecible, pero el problema de «La vida en tiempos difíciles» es que, más allá de sus logros, se parece demasiado a sus trabajos previos , casi como si el director no pudiera ni olvidar ni perdonar a los fantasmas que lo obsesionan.
Joy es una sufrida mujer, amada por el fantasma de un ex novio suicida y miembro de una disfuncional y compleja familia, repleta de sombras, temas tabúes y perversiones varias. Con el bar mitzvah de su sobrino a días de distancia, todos los parientes comienzan a llegar y será el momento de decidir perdonar o mantener la distancia que ya los separaba. En esta secuela indirecta de “Felicidad”, los personajes hablan de manera directa, sin tapujos (la escena donde una madre habla sobre su excitación sexual con su hijo basta de ejemplo). La tensión se corta en el aire y la atmósfera, densa, puede arrancar alguna risa nerviosa mediante las sutilezas de un guión elaborado, ecléctico, que no teme retratar al máximo el patetismo de algunas de sus figuras protagónicas. “La vida en tiempos difíciles” no es una cita convencional, es un drama con muchas aristas que compensa algunos defectos técnicos con un potente relato. Todo nos conduce a recomenzar la vida: volver a descubrir el amor, formar pareja de nuevo, reinsertarse en la sociedad, buscar el perdón de nuestros seres queridos… Desde el título original (Life during wartime) se hace referencia a la guerra, pero en este caso se refiere a un combate que está directamente relacionado con los tropiezos diarios a los que nos enfrentamos todas las personas.
La vida en tiempos difíciles (Life During Wartime), Estados Unidos/2009. Guión y dirección: Todd Solondz. Con Shirley Henderson, Ciarán Hinds, Allison Janney, Michael Lerner, Chris Marquette, Charlotte Rampling, Rich Pecci, Paul Reubens y Ally Sheedy. Fotografía: Edward Lachman. Edición: Kevin Messman. La vida en tiempos difíciles, de Todd Solondz Estrenada en Buenos Aires el 8-12-2011 La vida en tiempos difíciles (Life During Wartime), Estados Unidos/2009). Guión y dirección: Todd Solondz. Con Shirley Henderson, Ciarán Hinds, Allison Janney, Michael Lerner, Chris Marquette, Charlotte Rampling, Rich Pecci, Paul Reubens y Ally Sheedy. Fotografía: Edward Lachman. Edición: Kevin Messman. Conflictos, perversión y perdón. Luego de Dark House vista este año en Venezia 2011 es posible arriesgar que esta cierra al menos una etapa donde el estupro, la pedofilia y la masturbación dejan de ser los temas centrales de un director, que desde Felicidad (2001) posa su mirada despiadada sobre una clase media americana condenada al fracaso. Creo que si hay características que definen a los personajes de Solondz son sus condiciones de pequeños monstruos, cuyas pulsiones básicas son siempre manifestadas enfermizamente con una inconciencia absoluta respecto de su impacto en los seres que los rodean. Ocurre que estas criaturas desdichadas son tod@s pequeños monstruos aunque algun@s comiencen a reconocerlo. Un psicoanalista acaba de salir de la cárcel por pedofilia. La esposa de este intenta rehacer su vida con un antiguo pretendiente, con la idea de darles a sus hijos un padre normal. La hermana del terapeuta huye del lado de un marido degenerado. Una mujer solitaria desea tener una aventura sexual con un hombre del cual sólo pretende que tenga un viso de normalidad. Estas son algunas de las historias “de amor” donde los protagonistas van en busca de algo que les permita desprenderse del pasado y a través del perdón poder afrontar un futuro diferente. Los personajes no han cambiado, sólo hay un peso más fuerte sobre las espaldas de alguno de ellos, a quien por ejemplo la culpa de la posibilidad de haber transmitido estos instintos de pedofilia a su hijo lo obligan a intentar un acercamiento, y esto hace luego que surja el tema del perdón, aunque se diga que “los únicos que necesitan pedir perdón son los perdedores”. Lo mejor del film, son sin duda sus excelentes actuaciones. De todos modos todos sabemos que los “momentos difíciles” aluden a instantes y circunstancias donde se nos presentan una especie de puentes que debemos cruzar para salir de los dramas o las tragedias, y que para cruzarlos irremediablemente debemos perdonar y lo que es más difícil aún perdonarnos. El tema es que cuando no se es demasiado conciente, de que avanzar es parte de un proceso cuya finalidad es curar nuestras heridas emocionales, lo único que se logra es aumentar el dolor. La preocupación de Solondz por demostrar una y otra vez que cada persona que nos rodea conlleva un grado de perversión considerable, lo hace a veces insistir en demasía en un estereotipo, donde el espectador puede sentir la ambigüedad sin llegar a la compasión. Y esta es necesaria para poder emocionarnos y creer en la posibilidad de cambiar. Publicado en Leedor el 9-12-2011
Este film es una especie de continuación de Felicidad, aquella oscurísima comedia de costumbres sobre tres hermanas bastante desgraciadas. Aquí los personajes son los mismos aunque los actores son diferentes y Solondz, que cree que el mundo es horrible y que lo único que queda es reírse de él, pone -como siempre- más énfasis en el guión que en la dirección. Han pasado veinte años y todo parece igual de horrible. “Igual” es la clave: ni siquiera peor. Los chistes negros de Todd Solondz hoy parecen más un antojo de adolescente que no quiere crecer que el producto de una reflexión desesperada sobre el mundo. Los actores, impecables.
Sobre la tranquilidad del ciudadano normal ¿Olvidar y perdonar? ¿Algo semejante puede funcionar como ecuación válida? ¿En toda situación? El realizador Todd Solondz supo señalar que durante la escritura de La vida en tiempos difíciles fueron los mismos personajes los que se le impusieron, como si -se estima- la pregunta sobre el perdón pudiera aplicárseles. Ahora bien, no se trata de personajes cualesquiera. Menos aún si el film lo firma Solondz. Bastará con agregar que la referencia está dada, y sin intención previa de su parte, por Felicidad (Happiness, 1998) y su -recordará el espectador- micromundo de abismo. Bien al fondo y oscuro. Allí, donde anidan bichos y orejas recortadas. ¿Olvidar y perdonar? O, en alusión al título previo: ¿es posible la felicidad? Así como Lars von Trier retomara Dogville (2003) en la "secuela" Manderlay (2005), Solondz ensaya un mismo escenario de personajes pero con intérpretes distintos. Es así que, en orden respectivo y espejado, donde estuviese Dylan Baker figura ahora Ciarán Hinds; donde Cynthia Stevenson: Allison Janney (premio mejor actriz en Mar del Plata); Philip Seymour Hoffman: Michael Kenneth Williams. Entonces, y para el recuerdo, ¿qué habrá sido de esa familia de padre pederasta? Si en Happiness Solondz exhibía talento para plantear diálogos incómodos entre, por ejemplo, el padre aludido y su hijo (sin montaje, con el niño y el adulto compartiendo un mismo encuadre), aquí habrá incomodidades nuevas y negras aunque teñidas, por momentos, de un sesgo más "ameno". Tal es el caso de la madre y su enamoramiento húmedo, en directa confesión al hijo pre-adolescente. Niño que, además, supone ya sabrá ser hombre luego de su Bar Mitzvah. Si esta familia de lazos bizarros daba cuenta de una sociedad básicamente idiota, lo que ahora inunda sus calles de shoppings de Florida es el tiempo de guerra (Life During Wartime, el título original). Por eso, mejor, olvidar. Dar por muerto al padre "monstruoso". Llevar a la hija a cursos de karaoke (!). Y entender que los terroristas son todo lo negativo que Bush diga. Tanto como el padre "muerto" y "olvidado". Porque pederastas y terroristas son, desde esta comprensión -se decía- idiota, sinónimos, en un film atravesado por fotografías decorativas de aviones bélicos y tanques estampados con la Estrella de David. Pocos son los realizadores norteamericanos actuales que miran despiadadamente, sin concesiones, su propia sociedad. En Todd Solondz se respira algo del margen incorrecto de John Waters, así como de un aura de fulgores lyncheanos. La participación de Paul Reubens en el reparto agrega, si cabe, un matiz burtoniano. Pero Solondz se sostiene por sí solo, y también porque la hipocresía que expone y desnuda, sigue intacta. Tanto como sus films, entre ellos: Mi vida es mi vida (1995), Storytelling (2001), Palindromes (2004).
Anexo de crítica: Luego de aquel interesante experimento que fue Palindromes (2004), Todd Solondz regresa con un extraordinario ejercicio de estilo que funciona como un corolario de las recordadas Welcome to the Dollhouse (1995) y Happiness (1998): todos los rasgos monumentales y revulsivos de las anteriores -que en buena medida definieron al cine independiente norteamericano de la década del ´90- siguen presentes aunque hoy quedan reducidos a un planteo a escala en donde la apología del masoquismo/ sadismo corre de la mano de una posibilidad irónica de redención, por lo menos a nivel metadiscursivo. La vida en tiempos difíciles (Life During Wartime, 2009) es tanto una respuesta amarga al contexto político contemporáneo como otra sátira demoledora acerca de la hipocresía y las compulsiones patéticas de los burgueses, un estrato social que sobrevive en términos psicológicos gracias a placebos, perversiones e imágenes distorsionadas de ellos mismos. La voz ácida de Solondz no pierde ni un ápice de su valentía, coherencia y esa típica testarudez insular que nuevamente se abre camino en un panorama cinematográfico cada vez más insignificante y empobrecido…- Emiliano Fernández (9 puntos)
Rebelde way No sé quién inventó a Todd Solondz. O quiénes, porque el suyo es todo un caso de creación colectiva. En realidad, dudo que exista realmente, me pregunto si tiene una existencia física, o si apenas es un concepto, un retorcido concepto. Recuerdo cuando vi Mi vida es mi vida, película infladísima si las hay, todo un giro en el vacío, con protagonistas huecos, sin vitalidad, cuyo título original, Welcome to the dollhouse (“Bienvenidos a la casa de las muñecas”) se correspondía con lo que hacía el realizador con sus personajes, a los que manipulaba como si fueran títeres. En cuanto a Storytelling, tenemos un desfile de situaciones forzadas, esquemáticas, pretendidamente polémicas pero finalmente sólo idiotas. No vi ni Felicidad ni Palindromes, y estoy bastante agradecido por eso. ¿Por qué demonios debería ser valioso el cine de Solondz? ¿Porque exhibe el derrumbe de los valores burgueses, su hipocresía y doble moral? ¿Porque habla de temas espinosos, como la pedofilia? ¿Porque expone el aburrimiento, la superficialidad, la incapacidad para comunicarse de los sectores medios suburbanos en Estados Unidos? ¿Es todo eso realmente novedoso? No. ¿Plantea algún tipo de alternativa? No. ¿Se intuye un tipo de búsqueda superadora? Para nada. Entonces, ¿por qué garpa tanto esa descripción tan banal, facilista y autoindulgente de “lo mal que estamos” que caracteriza al cine no sólo de este muchacho, sino también de otros pedantes, como Paul Haggis, Sam Mendes o Alejandro González Iñárritu? Con La vida en tiempos difíciles, Solondz construye una secuela de Felicidad, con sus mismos personajes pero interpretados por actores diferentes. Y vuelve a someter a sus personajes, desde el mismo inicio, a momentos ridículos, sin la menor verosimilitud, para probar su visión pesimista del universo. Lo hace hasta extremos indignantes, como cuando una madre le cuenta a su hijo menor cuán húmeda se pone al estar con otro tipo; o cuando el mismo niño interroga a su futuro padrastro sobre si es o no pederasta. Y esos son sólo dos ejemplos, porque en la película abundan los personajes estúpidos y feos, que con cada gesto evidencian una búsqueda de la incomodidad en el espectador. ¿Es eso lo que quiere Solondz? ¿Incomodar? ¿Cree que eso demuestra su inteligencia? ¿Piensa que mostrar seres alienados lo saca a él y al público de la alienación? Será muy astuto, sabrá venderse, pero ni siquiera se da cuenta de que su cine es otra forma de alienación, y ni siquiera es nueva, ni siquiera es original. Sus filmes son variantes repetidas de lo peor del cine independiente. Ni siquiera tiene una identidad nacional u occidental, esta clase de reflexiones que no van a ningún lado ya se vieron demasiadas veces en muchas ocasiones, en largometrajes de todas las nacionalidades. La vida en tiempos difíciles no sólo es aburrida, sino también cobarde. O más bien, es cobarde en su aburrimiento. Se refugia en el acto de aburrir, porque no se atreve a entretener, a tirarse al vacío, a permitirles a sus protagonistas vivir, lanzarse a la aventura que significa convivir con el mundo, con el mundo real, y no ese submundo de cartulina que arma Solondz. Su gran ambición es provocar, pero sus provocaciones son de pacotilla, son similares a las de los preadolescentes que creen que insultar a un profesor es contestatario. Su relato es un escupitajo inútil en el medio de la lluvia y su mejor destino es la intrascendencia.
Una película de mierda En la mejor comedia del año, me refiero a Damas en guerra, hay una escena llena de salvajismo propia de esos humanistas de la escatología que son los Hermanos Farrelly. En realidad los Hermanos ya no hacen cosas así, y la visión sugerida de varias damas ataviadas de fiesta vomitando y desgraciándose en plena calle de Damas en guerra luce como un exabrupto venido desde otro mundo, más teniendo en cuenta el andamiaje de comicidad melancólica sobre el que está construida la película de Feig/Wiig. En La vida en tiempos difíciles –extraña versión local del más que traducible título original en inglés– no hay ni por asomo una escena parecida. Lo que en Damas en guerra se exterioriza, se vuelve un puño de comedia soez, ajeno por completo a toda elegancia y buenas costumbres y que termina estallando de modo casi literal ante los ojos de los espectadores, en la comedia “independiente” de Todd Solondz, esta película anémica, literaria e ingenuamente provocadora, se guarda para sí, con un pudor programado e inocuo en términos dramáticos. Si la primera representa una de las formas felices de la comedia americana industrial, honesta hasta lo conmovedor en sus intenciones y yerros y transparente en su ejecución laboriosa y esmerada, La vida en tiempos difíciles viene a hablar en nombre de la “comedia de autor” o comedia gourmet. Donde la estrella Kristen Wiig –la espléndida alma mater de Damas en guerra–, en fin, desborda la película en cada plano, la retuerce como un trapo, la doblega con una vitalidad que es más brillante y evidente cuanto más se intuye a sí misma como el reverso de una tristeza que se insinúa detrás de su cara de payasa, en Solondz se trata todo el tiempo de hacer ver la mano del titiritero que dirige este espectáculo vacío: el hacedor, el demiurgo satisfecho de las penurias habladas de sus personajes que organiza el material con método y autoindulgencia, confiado en que la reputación de su película Felicidad lo precede y le otorga, por inercia, un crédito de importancia a esta astuta continuación que es La vida en tiempos difíciles. Se trata prácticamente de dos modelos en pugna, dos modos de lo cómico y de la representación del mundo. Lo notable es que a veces las películas industriales americanas pueden resultar mucho más flexibles y libres que aquellas que vienen con un autor detrás. El cine americano llamado independiente suele no esquivar el dolor, pero en esta oportunidad el apagado desfile de figuras fantasmales, de rostros que rompen en llanto, de perversos redimidos y de suicidas en potencia de Solondz se limita a invocarlo profusamente como si fuera una falla ontológica de lo humano, el modo ineludible en el que sus pobres criaturas teledirigidas se ven obligadas a estar en el mundo. El director juega todas sus cartas al desgarro interno, a una tragedia remota cuyos ecos se encargan de moldear con saña a los protagonistas, pero es incapaz de insuflares algo de vida y no puede evitar hacerlos caer en la reiteración y hasta en la caricatura involuntaria. El humor de Solondz consiste en que sus personajes se confiesen cosas atroces o interpreten al pie de la letra los signos de la convivencia y de la sociabilidad. Esto da lugar a más desesperación y más martirio que el espectador debe interpretar como las formas sublimes y contundentes de una “comedia de la vida”. Sucede que, en realidad, los gestos de entomólogo al paso del director se revelan pronto como pura impostura y acaban perdiéndose en el postulado banal de que toda vida contiene un infierno sin salida. Mientras, las referencias a la voladura de las Torres Gemelas o al terrorismo internacional aluden de modo espurio al mundo circundante y tratan de conectar a los personajes con un malestar de carácter específico. Pero en La vida en tiempos difíciles no hay exterior y por eso el mal se escribe con mayúsculas y no puede describirse visualmente como en las descalabradas desventuras físicas de Damas en guerra. Acá la mierda se queda guardada y se come a los personajes por dentro.
Terrorismo familiar Secuela diferida (en tiempo, actores, perspectiva) de Felicidad (1998), su filme más conocido, La vida en tiempos difíciles es también una secuela del mismo Todd Solondz que, más de diez años después, amaga con subirse a un peldaño autoral más serio, maduro o reflexivo. Pero a no confundirse: allí siguen presentes las mismas taras del cáustico enfant terrible del cine indie estadounidense, al que sólo Larry Clark emula en ánimos provocadores: el abuso infantil, la disfuncionalidad familiar y el nihilismo de suburbio se conjugan en su obra con un cínico e incómodo humor de la mano de seres estereotipados, marionetas de un ventrílocuo corrosivo. De hecho, esa es el cuestionamiento que no resiste ningún filme Solondz: la subversión que el realizador despliega no sólo sobre los clichés de la clase media, sino sobre el mismo cine de familia y sus empalagosas escenas (que en La vida… reaparece en el diálogo que el pequeño Timmy de mirada tierna mantiene con su madre sobre cómo su nuevo novio la hace “mojar”), lleva al peligro del golpe bajo facilista, del reírse de y no con (o a pesar de) los personajes y al peligro aún mayor de que mundo caricaturizado y chiste caricaturesco se fundan en uno solo. Aunque como se dijo antes, aquí Solondz ensaya una inclinación en la que emergen intenciones humanistas o al menos redentoras: hacia el final, el filme gira cada vez más en torno a la disyuntiva entre el olvido y el perdón, asociando en un gesto un tanto torpe a los ataques terroristas con el abuso infantil, cuestión que aflora en el reencuentro entre el enfermo Bill padre (Ciarán Hinds) y el sufrido Bill hijo (Chris Marquette), mientras el menor Timmy (Dylan Riley Snyder) se prepara para su bar mitzvah, a la vez que intenta comprender tanto malestar. Y ahí también están la amargada Helen (Ally Sheedy), la aniñada Joy (Shirley Henderson) y sus novios fantasmas y la comprensiva Trish (Allison Janney), la mujer de Bill ahora con domicilio en Florida, dispuesta a rehacer su vida. Hermanas que también integran ese caleidoscopio de “vidas cruzadas” que avanzan en el filme a la manera de sketches, más en sentido horizontal que vertical, con un Solondz que parece intentar hacer mutar su farsa maliciosa en una más atenuada comedia dramática, con el acento puesto en la expiación. Pero el resultado es vacío: sacando alguna que otra escena poderosa como el cara a cara entre ambos Bill o la actuación estupenda de Janney, uno termina sin saber qué hacer con el filme, si olvidarlo o perdonarlo.