La desnazificación interna. Mientras que Hollywood en el campo bélico históricamente utilizó una representación del “adversario” de turno empardada con el esquema literal del enemigo deshumanizado (el cual -en el mejor de los casos- puede ser un rival de índole azarosa, como si los procesos sociales fueran producto del destino o situaciones aisladas), en Europa el recorrido del concepto fue menos apacible: luego de una etapa previa/ inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial en la que las cinematografías nacionales compartieron criterios con los estudios norteamericanos, a partir de los 70 la noción comenzó a ser reemplazada por las paradojas varias que abre el considerar las complicidades locales con los invasores. La sociedad civil, entonces, es colocada en el primer plano de la escena por iconoclastas como Rainer Werner Fassbinder, que dejan de victimizar a los pueblos para señalarlos como coautores de un estado de cosas que degeneró en masacres de todo tipo. De hecho, el costado más industrial -y más valioso- del alemán aún hoy continúa filtrándose con cuentagotas en películas como la presente Laberinto de Mentiras (Im Labyrinth des Schweigens, 2014), una propuesta muy interesante que analiza la antesala de la primera tanda de juicios contra jerarcas nazis emplazados en Auschwitz, encarados en territorio germano occidental por las propias autoridades y de manera autónoma con respecto a las fuerzas de ocupación. No cabe duda que los mayores puntos a favor de la ópera prima de Giulio Ricciarelli, un actor italiano de amplia experiencia televisiva, pasan por el dinamismo narrativo y un relato que juzga cabalmente la complejidad del pasado germano, dos factores dignos de los mejores opus de la pantalla chica de nuestros días. Lo que comienza con un ex prisionero reconociendo por casualidad en 1958 a uno de sus verdugos de antaño y un fiscal actuando en consecuencia, pronto muta hacia el retrato de una sociedad regida por el silencio y las mentiras de una impunidad consensuada alrededor del ardid “conviene no abrir heridas, casi todos fuimos miembros del partido”, típico de las democracias jóvenes post dictadura. Otra jugada eficaz del guión de Elisabeth Bartel y el propio director es dar por sentada la ignorancia del “ciudadano promedio” del período sobre lo sucedido en Auschwitz, lo que a su vez puede leerse como una alegoría acerca de las grietas de la memoria colectiva y los lazos con las fortunas de los capitalistas actuales y la irresponsabilidad ideológica/ penal/ libertaria del sentido común, especialmente el que deambula cómodo perdido en el hedonismo cortoplacista y tendiente a la corrupción. Aquí ni siquiera molesta la subtrama romántica de ocasión, ya que el desempeño del elenco es muy bueno y la claridad retórica viabiliza un gran pantallazo sobre aquel suplicio, la génesis de la desnazificación interna…
Hubo un tiempo en el cual Auschwitz no era el epítome de la maldad. Los finales de los cincuentas fueron una época despreocupada sobre aquellos temas y enfocada en la reconstrucción y los vientos del milagro económico, todo envuelto en la feliz música pop de moda. Los alemanes trabajaban, celebraban y consumian, como si no hubiese ayer, el nazismo era un mal recuerdo de la guerra, y también la responsabilidad en los crímenes. Y los grandes pintores de la sociedad colectiva trabajaban en eso, no hay diferencia entre no hablar de algo y pasar por alto todo, incluyendo la realidad agrietada y la oscuridad de las ruinas y baldíos que dejó la guerra. Casi un paralelo entre las lagunas de la memoria y las ruinas de la psique del ciudadano común. En el drama histórico alemán “En el laberinto de silencio” (su titulo original), opera prima de Giulio Ricciarelli después de cuatro cortometrajes, se cuenta la historia del abogado que hizo todo lo posible para llevar a los secuaces del terrorismo de estado ante la justicia y en el proceso despertar al pueblo alemán a la dura realidad del pasado reciente. El joven fiscal Johann Radmann (Alexander Fehling) se encarga de las infracciones de tráfico viales. Cuando el periodista Thomas Gnielka (André Szymanski) le trae la historia de un ex soldado de las SS, que trabajaba como guardia del campo de concentración de Auschwitz y desde finales de la guerra es profesor de escuela, Radmann dedica todo su tiempo al caso que crecerá en tamaño a medida que investigue a cada persona involucrada, incluyendo a sus seres queridos. Durante su búsqueda el abogado choca con la resistencia de la población que prefiere el silencio. Pero Radmann descubre poco a poco el entramado social, político y militar, con la ayuda de Fritz Bauer (Gert Voss) un aliado en la rebelión contra el olvido. El interrogatorio de las víctimas es uno de los momentos más fuertes de la película, el silencio -en este caso- lo dice todo. Los labios en movimiento a toda prisa, los ojos muy abiertos, la velocidad de la transcripción, las miradas desconcertadas y la banda sonora que ofrece un canto coral sagrado donde la barbarie de Auschwitz se transmite únicamente por el conocimiento de la historia de quién esta mirando. El horror lo pone uno. Como un lobo solitario el fiscal intentará exponer lo que ocurrió en Auschwitz, cuestionando testigos, rastreando archivos, respaldando la evidencia y en ese trayecto él también se perderá en el laberinto de la máquina de matar, por sus miles de autores y su propia ambición. Un film narrado con madura tranquilidad, que trata un importante capítulo del pasado alemán, que repercute en nuestra propia historia y que invita a no olvidar, sabiendo que el primer paso para pensar el futuro es cerrar el pasado.
Los hechos más graves de la historia no pueden olvidarse y deben persistir en la memoria; hablarse y mostrarse para que nunca más se vuelvan a repetir. Y el cine alemán tiene en claro esta cuestión y es por eso que existen una gran cantidad de películas destinadas a tratar la temática del nazismo y sus consecuencias. “Laberinto de Mentiras”, de Giulio Riccarelli, es un drama que se introduce en este tema, pero con una mirada particular y original. La trama se centra en Johannes, un joven que hace poco entró a trabajar en una fiscalía y se dedica a simples infracciones de tránsito. Hasta que un periodista se acerca al establecimiento con un caso tan llamativo como distante para este joven: un artista que estuvo en el campo de concentración Auschwitz reconoció a un comandante de la SS que ahora, en 1958, era un profesor de colegio. Johannes toma el caso y se verá enredado en medio de la búsqueda de la verdad y de las trabas burocráticas de una sociedad que poco tiempo atrás había sido cómplice de los atroces crímenes cometidos. La mirada interesante que propone el film es la inocencia y la ignorancia de una o varias generaciones que nacieron durante o después del nazismo y no vivieron dichos acontecimientos. Estas características sociales están encarnadas por el protagonista (interpretado por el actor Alexander Fehling, quien hace una muy buena labor). Pero también nos encontramos con personas que durante esa época sí formaron parte conscientemente de esa sociedad y que ahora prefiere callar y olvidar el pasado para seguir adelante. La película mezcla la historia real con la ficción dramática, dirigiéndose tanto a las personas que saben más sobre el tema, como a quienes lo desconocen. La ambientación y la música de los años ’50 y ’60 generan una mayor credibilidad de la historia. En síntesis, “Laberinto de Mentiras” presenta una trama muy interesante y atrapante, desde una mirada fresca e inocente, que en sí no muestra ninguna de las atrocidades cometidas, pero que deja lugar a la imaginación del espectador. Tiene buenas actuaciones tanto del protagonista como de los personajes secundarios y nos mantendrá al borde del asiento en todo momento. La película, más allá de su presentación en el Festival de Cine Alemán, que tendrá lugar el sábado 12 a las 19.30 hs y el martes 15 a las 17.00 hs en el Village Recoleta y el martes 15 a las 14.30 hs en el Village Caballito, se estrenará comercialmente el jueves que viene, 17 de septiembre, en nuestro país. Samantha Schuster
Corre ya 1958 en Frankfurt. Hitler ha dejado una huella imborrable, pero al parecer el pueblo alemán aún no entiende el alcance que los campos de concentración tuvieron hace más de diez años atrás. Sin embargo, bastará con que uno de los sobrevivientes de aquel horror reconozca a un ex oficial de la “SS” destinado en Auschwitz, trabajando como maestro en una escuela primaria. Primero la denuncia será exclamada a vivas voces por un periodista, sin resultados positivos. A excepción de Johann Radmann (Alexander Fehling), un joven fiscal que apenas está comenzando y que se hace cargo de las multas de tránsito. El fiscal general será quien designe el caso al entusiasta novato; caso que no será para nada sencillo considerando la cantidad de hombres que acataron órdenes nazis durante el exterminio, las miles y miles de personas que fueron asesinadas, el hecho de que los crímenes de guerra hayan expirado luego de 1945 (a excepción del homicidio) y la protección que estos asesinos recibieron por parte de poderosos altos mandos luego del holocausto. laberinto_de_mentiras_loco_x_el_cine_1 Los archivos que documentaban lo sucedido existían, solo que en medio de un silencio atroz. Para juzgar a cualquier culpable, se requieren pruebas contundentes. Y eso fue lo que hizo el protagonista; recabó testimonios, reunió material fotográfico, listas de implicados… A medida que él y muchas otras personas a su alrededor iban descubriendo el horror en su máxima expresión. Es difícil y discutible creer que muchos alemanes (sobre todo los jóvenes, según el guión del film) ignoraran lo ocurrido durante la guerra. Fuera de ese detalle, el guión es sumamente atractivo. De todas maneras, lo importante de esta historia verídica es que Johann Radmann logró desenterrar todo lo sepultado bajo un laberinto de mentiras, para llevar a juicio a más de cien hombres que no mostraron arrepentimiento alguno de haber sido cómplices de uno de los hechos más aberrantes en la historia mundial. Por pedido de una víctima, el fiscal centró su investigación en el caso de Josef Mengele, mejor conocido como “El ángel de la muerte”, ese médico que tantos experimentos hizo con niños y demás criaturas inocentes, y que como recordarán de la película argentina de Lucía Puenzo, Wakolda (2013), se refugió en Argentina los últimos años de su vida. laberinto_de_mentiras_loco_x_el_cine_3 El cine alemán atraviesa un periodo de excelente crecimiento, pese a los obstáculos con que se encuentra a la hora de distribuir producciones a otros países. La película es muy buena, interesante de principio a fin, con esa estética atrapante que todo film ambientado en épocas pasadas suele tener. Aire fresco escuchar otro idioma que no sea el inglés y toparse con una calidad histórica y visual que muy poco se ve por estos días en el cine de Hollywood; amo y señor del rubro por contar con el poderío suficiente como para hacer llegar su industria al mundo entero. laberinto_de_mentiras_loco_x_el_cine_2 Ni el director ni el protagonista cuentan con amplia carrera cinematográfica, pero eso no impidió que Laberinto de mentiras (2014) se alzara con algún que otro merecido premio. Si pueden, dense una vuelta por este festival porque tiene mucho (y bueno) para ofrecer. Todavía mejor si les atrae la temática del film que acabo de reseñar, porque no se van a arrepentir de haberlo visto. Su estreno comercial tendrá lugar el jueves 17 de septiembre, así que ya saben, hay muchas oportunidades de ver y disfrutar la película.
Los testimonios de Auschwitz. La historia es difícil de digerir para un pueblo derrotado, pero aún más arduo es reconstruir la memoria a partir de la búsqueda de verdad en un territorio hostil. Allí donde el pasado ha sido enterrado y los sabuesos protegen sus cementerios, solo unos pocos se atreven a adentrarse arriesgando la integridad y la carrera personal por un ideal jurídico moderno como la verdad. Laberinto de Mentiras narra la investigación previa y los pormenores que condujeron al primer proceso judicial alemán contra los oficiales de las SS destinados en Auschwitz que habían cometidos asesinatos durante su servicio. Tras la prescripción de los crímenes de guerra en 1955 salvo el de homicidio, la mayoría de alemanes que habían participado de alguna manera del régimen nacionalsocialista dirigido por Adolf Hitler se sentían impunes, hasta que, tras una denuncia de un sobreviviente, el joven fiscal Johann Radmann y el periodista Thomas Gnielka se asociaron para llevar ante la justicia a varios de los asesinos de las milicias nazis. El inexperto Radmann, protegido por el fiscal general Fritz Bauer, comienza a entrevistar testigos que relatan acontecimientos que describen algunas de las escenas más escalofriantes de la Europa cultivada. Laberinto de Mentiras apunta principalmente a una transposición del espectador hacia la Alemania de fines de la década del cincuenta y principios de los sesenta, con todos sus cambios culturales y el desconocimiento de los jóvenes ciudadanos teutones del pasado de su país en base a una política de ocultamiento del Holocausto. El primer largometraje de Giulio Ricciarelli sigue la vida profesional y personal de Radmann durante la investigación para detallar la obsesión del fiscal por los crímenes del perverso médico Josef Mengele, quien experimentaba con los prisioneros del campo de concentración ubicado en Polonia. La grandeza de la película y el gran acierto del realizador es la sensación de realismo más cercana por momentos al teatro que al cine. Las extraordinarias actuaciones de todo el elenco, en el que se destaca el protagonista Alexander Fehling, y la cuidada fotografía de Martin Langer y Roman Osin respaldan esta gran reconstrucción de uno de los capítulos más valientes de la República Federal Alemana. Sin dejar ningún cabo suelto, Laberinto de Mentiras se adentra en la historia alemana y encuentra un punto de inflexión que marca un cambio cultural a nivel mundial para mirar el presente a través del pasado. La verdad es nuevamente puesta sobre el tapete de la historia y sopesada desde todos los ángulos para seguir de cerca la dialéctica entre el drama de los sobrevivientes de los campos de concentración nazis y la reinserción de los torturadores y asesinos en la sociedad luego de la guerra para que la interrogación por la esencia feroz de la humanidad siga viva.
Un laberinto de espejos Casi 20 años después de la liberación de Auschwitz, predomina el silencio sobre los crímenes cometidos por los nazis. En aquellos años, “Auschwitz” era una palabra que algunas personas nunca habían oído y otras querían olvidar. “Que un fiscal alemán no sepa lo que ha sucedido en Auschwitz, es una desgracia” le dice el periodista Thomas Gnielka al joven fiscal Johann Radmann. Sólo el fiscal general Fritz Bauer alienta la curiosidad del joven fiscal. Radmann y Gnielka encuentran documentos que los llevan a desenmascarar a los culpables. A pesar de todas las piedras que le ponen en el camino, el joven se entrega completamente a esta nueva tarea y está determinado a descubrir lo que realmente sucedió. Pese a todos los enfrentamientos que esto implica, decide seguir en busca de la verdad, algo que cambiará la historia alemana para siempre. Este film basado en hechos históricos detalla de manera sorprendente cómo se realizó el primer proceso judicial alemán contra miembros de las SS que sirvieron en Auschwitz. Cómo hacer un recorte dramático de la realidad siempre implica una problemática, una serie de preguntas: cuánto ceñirse a los hechos “tal cual sucedieron”, cuánto resumir, cuánto y cómo inventar, cómo dar al espectador la información que necesita para comprender la historia sin que éste sienta que simplemente se le están “explicando” cosas, etc. Ricciarelli recurre, para contar esta historia, al modelo clásico tanto desde la estructura dramática como desde la puesta en escena, logrando un buen manejo del relato al apoyarse en el recorrido emocional del fiscal Radmann. La reconstrucción de la época es notable, no sólo a nivel estético y de realización de arte y vestuario (algo que disfrutarán aquellos que encuentren una belleza particular en ese momento) sino por cómo logra captar el espíritu y la idiosincrasia de la Alemania de fines de los 50s y principios de los 60s: con una mirada crítica que no cae en una dicotomía de buenos y malos, que no simplifica. Para esto son esenciales los personajes secundarios, creados e interpretados con tanta profundidad como los protagonistas. Quizás es el personaje principal quien se nos hace incomprensible por momentos, sobre todo porque parece no tener una implicancia demasiado personal con la investigación hasta demasiado avanzada la película. La decisión de dejar las imágenes de Auschwitz fuera de campo (de las cuales hay suficiente documentación como para repartir a lo largo del film, crear una secuencia de montaje, utilizar durante los créditos, etc.) ayuda en la construcción de esa mentalidad, para la cual dichos horrores eran impensables, apenas imaginables. La falta de imágenes de Auschwitz en el film puede ser leída como la falta de memoria de la sociedad de ese momento. Así, Ricciarelli se concentra únicamente en lo que le interesa: qué ha dejado ese pasado y qué hacemos con el. Lo mejor de Laberinto de Mentiras puede ser entonces haber encontrado una nueva arista para analizar el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, tema tratado innumerables veces por el cine y por tantas otras disciplinas artísticas y humanísticas, actualizándolo, renovándolo y demostrando su vigencia.
De horrores negados, obediencias debidas y miserias sociales Este film que representará a Alemania en el Oscar extranjero reconstruye la investigación de un joven fiscal idealista para desentrañar en pleno período de posguerra la verdad sobre lo que ocurrió en el campo de concentración Auschwitz, pese a la resistencia de buena parte de la sociedad. Elegida hace unos días para representar a Alemania en la disputa del premio Oscar al mejor largometraje en idioma no inglés, esta película dirigida por el realizador y también actor de origen italiano es una versión sobria y tradicional –en un estilo que podríamos llamar “cine arte internacional”– de un tema verdaderamente impactante y menos conocido de lo que debería ser: la negación de la magnitud de los crímenes del nazismo con el que se vivió en Alemania durante casi dos décadas. El protagonista es un joven fiscal a quien le llama la atención la denuncia que hace un periodista acerca de que un torturador de Auschwitz está dando clases en una escuela de Frankfurt, ciudad en la que viven. Nadie quiere meterse con el caso –es 1958 y todos prefieren mirar para otro lado ya que muchos han estado implicados o han tenido familiares que lo estuvieron–, pero este joven idealista sigue la pista. Lo curioso para el espectador de hoy es darse cuenta de que ni él ni la mayoría de la gente del lugar tienen idea de qué era Auschwitz y qué pasaba allí. Algunos no lo saben realmente. Otros, bueno, prefieren mirar para otro lado. Pero Johann Radmann, con la anuencia del jefe de los fiscales –el único que lo apoya a seguir en la búsqueda– empieza no sólo a investigar lo que sucedió allí sino también a sacar a luz los archivos que existían sobre el campo, ya que los nazis dejaron apuntado casi todo lo que hacían. El film seguirá por un lado la búsqueda de testigos que puedan acusar a los nazis que aparecen en esas listas, las entrevistas a los acusados y, un tanto más tangencialmente, la búsqueda de Mengele, acaso el más tristemente célebre de todos los criminales de Auschwitz que, aseguran en la película, va y viene de Alemania a Argentina sin ningún problema. Con el correr de los años y de la investigación, Johann empieza a darse cuenta de que la tarea es casi imposible ya que, finalmente, de una u otra manera casi todos los que lo rodean estuvieron implicados, por acción u omisión, en algún hecho terrible del nazismo. Y eso empieza a aislarlo cada vez más de los demás y a poner en duda la posibilidad de llegar a “buen puerto” con la búsqueda de criminales, ya que hasta sus seres queridos más cercanos, descubre, pudieron estar también involucrados. La película es correcta, prolija y sus modos narrativos son más bien tradicionales, por no decir antiguos. Esto es: lo más interesante que tiene el film es observar esa transición de un país desde la negación de los crímenes hasta una especie de reconocimiento de lo que sucedió a partir de los llamados Juicios de Auschwitz en Frankfurt, que tuvieron lugar entre 1963 y 1965. No es, por citar un ejemplo, un trabajo cinematográfico deslumbrante sobre un tema relativamente similar como sí lo era la polaca Ida, pero sí es un testimonio de una etapa bastante llamativa en la vida de los alemanes: el momento en el que, más de 15 años después de terminada la guerra, empezaron a tomar conciencia de lo que había pasado allí.
Mirada correcta sobre el Holocausto Inspirada en hechos reales, esta película de Giulio Ricciarelli indaga en un tema incómodo para los alemanes: la negación del horror del Holocausto por parte de la inmensa mayoría de la sociedad, incluso hasta muchos años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. El film que la ahora sí políticamente correcta Alemania seleccionó como su representante para el Oscar extranjero reconstruye la historia de un fiscal (en la realidad fueron tres) que entre 1963 y 1965 llevó adelante una serie de juicios contra varios de los responsables de las masacres de los campos de concentración de Auschwitz. La trama arranca en la Fráncfort de 1958. Johann Radmann (Alexander Fehling) es un fiscal joven, ingenuo y entusiasta que paga el derecho de piso ocupándose de casos menores (como multas de tránsito). Cuando un periodista denuncia que un maestro de escuela es, en verdad, un criminal de guerra a nadie parece interesarle demasiado. Pero Radmann, típico héroe purista e idealista que parece salido del cine clásico norteamericano de los años 40 y 50, empieza a investigar el tema y, claro, descubrirá muchas, demasiadas verdades ocultas e inconvenientes para ricos y poderosos. La película está construida con un bienvenido clasicismo narrativo (incluso hasta algo demodé), pero el principal problema es su necesidad de explicar más de lo conveniente. Ese didactismo cae por momentos en el subrayado y la bajada de línea de admisión culpógena. Tampoco está demasiado lograda la subtrama romántica de Radmann con una atractiva diseñadora de moda, relación que entra en crisis cuando las presiones, las dudas y la hiperactividad van minando las fuerzas del protagonista. De todas maneras, más allá de las limitaciones, Laberinto de mentiras es una película bastante sólida, bien filmada y actuada, con una impecable reconstrucción de época y una mirada correcta. Quizá demasiado correcta.
Ese desafío de reconstruir el pasado Tomando libremente una historia real, la película aborda los juicios realizados en Frankfurt por las atrocidades de Auschwitz. El resultado es un film de raigambre clásica ideológicamente correctísimo, formalmente llano y modestamente entretenido. En una entrevista reciente de Página/12, el cineasta camboyano Rithy Panh afirmaba que películas como La lista de Schindler o Los gritos del silencio cumplían una función importante, más allá de sus virtudes o de méritos artísticos: poner de manifiesto ciertas problemáticas del presente o del pasado, en particular para las generaciones más jóvenes. Algo similar podría decirse acerca de Laberinto de mentiras, gestada y desarrollada alrededor de su temática: el relato transcurre entre 1958 y 1962, cuando los juicios llevados a cabo en la ciudad de Frankfurt sobre las atrocidades de los campos de exterminio de Auschwitz comenzaban a tomar forma. La importancia de ese “texto” –ideológico, histórico, social– recubre la película de principio a fin, reafirmando la famosa máxima: el medio es el mensaje. Y el mensaje no es otro que la peligrosa tendencia de las sociedades a olvidar rápidamente toda clase de barbaridades. Domesticándolas, naturalizándolas. En su ópera prima, candidata germana para competir por los Oscar, el actor devenido realizador Giulio Ricciarelli –nativo de Milán, pero activo en Alemania desde hace muchos años– dispone los elementos narrativos de manera tal de que todas y cada una de las piezas actúen para apuntalar esa idea central.El resultado es un film de raigambre clásica ideológicamente correctísimo, formalmente llano y modestamente entretenido. Ya durante los primeros minutos Johann Radmann, el fiscal interpretado por Alexander Fehling, es pintado de cuerpo y alma como un joven apegado a las leyes, incorruptible e idealista. Que una escena temprana presente a su vez, matando dos pájaros de un tiro, al futuro interés amoroso del protagonista –previo reencuentro azaroso, de esos que hacen suspirar y pensar en la metáfora del mundo como un pañuelo–, es apenas uno de los mecanismos que el cine clásico supo explotar de mil y una formas. Y si bien la historia de Laberinto de mentiras se basa libremente en acontecimientos reales, Johann es pura invención de los guionistas, tal vez porque la manufactura de una criatura de ficción permite mezclar los condimentos de manera mucho más libre que adaptar al formato cinematográfico los complejos vericuetos de un personaje real.El fiscal Fritz Bauer, principal responsable histórico de llevar a juicio a unos veinte ex S.S., aparece aquí como figura clave pero secundaria y su construcción en pantalla encarna simbólicamente a la paciencia, la sabiduría y la perspicacia, apoyo moral y legal del algo intempestivo Johann. Dos generaciones: la de aquellos que vivieron y decidieron olvidar o, por el contrario (como Bauer), esperar el momento oportuno para de-senterrar los horrores del pasado; la de aquellos que eran demasiado jóvenes para discernir y que, más tarde, desconocían casi por completo lo acontecido unos veinte años antes. Ese concepto es presentado de manera tal que el espectador no puede sino rascarse la cabeza y preguntarse cómo era posible que una buena parte de la sociedad alemana desconociera o se mintiera a sí misma respecto del pasado reciente de su país.Paradójicamente, ése es uno de los principales problemas de fondo del film, que con su detallista reconstrucción de época, su énfasis en la cruzada personal del protagonista y la conversión de propios y ajenos a la causa obtura en gran medida la posibilidad de la universalidad y atemporalidad del tema. Difícil no ver a Johann no tanto como un ser humano en una encrucijada histórica,sino como un simple peón del guión, el cartero que intenta llevar a destino el sobre con el mensaje. El resto es pura arquitectura narrativa, correcta y algo epidérmica: las pesadillas que ilustran el descubrimiento del horror en toda su dimensión, el recorrido romántico con todas las estaciones en su lugar (escena de sexo, disputa y reconciliación incluidas), la cualidad escurridiza de los viejos nazis como disparador del suspenso y el uso dictatorial del plano-contraplano.
Llega las carteleras la película que Alemania decidió mandar para que los premios Oscar tengan en cuenta, Laberinto de mentiras. El primer largometraje de Giulio Ricciarelli es una película que revisiona parte de la historia de su país que en algún momento supo ocultarse. Este drama con aires de thriller político tiene como protagonista a un joven fiscal que recién empieza su carrera y ve su gran oportunidad de hacer lo correcto cuando un hombre aparece enojado y decepcionado tras ver a un ex oficial de Auschwitz siendo maestro de primaria. Nadie quiere aceptar el caso, nadie quiere meterse en un tema que estaba más bien escondido, pero Johann (Alexander Fehling) lo toma y comienza a involucrarse cada vez más en una trama oscura que lo va alejando de sus vínculos personales. “Nadie pregunta porque nadie quiere saber”, se dice en algún momento. Hay que decir que Laberinto de mentiras, teniendo en cuenta la reciente noticia, tiene muchos elementos que los premios de la Academia suelen valorar: es un drama histórico que funciona de manera didáctica sobre un tema siempre presente pero desde un lugar menos frecuente. Si llega o no a estar entre las nominadas lo sabremos mucho más adelante, pues las opciones que ya compiten con ella (y todavía faltan las de otros países incluyendo el nuestro) son muchas. En dos horas, Ricciarelli entrega una película que funciona desde el aspecto narrativo permitiendo conocer el silencio que supo reinar sobre la posguerra, cuando la palabra Auschwitz para la mayoría de las personas ya no significaba ni les rememoraba nada. No obstante, un grupo de personas encabezado por el fiscal en cuestión no pueden sanar ciertas heridas, hayan sido o no directamente afectados, y aunque sólo sea por omisión todos terminan pareciendo culpables. Acompañado de una banda sonora correcta, Laberinto de mentiras muestra el trayecto recorrido hasta llegar al famoso juicio de Auswitch de 1963. En el medio hay conspiraciones, descubrimientos sobre sus propias raíces, decepciones, y ganas de renunciar a todo, tras prácticamente haber arriesgado su profesión y vida personal. Además entre las detenciones y búsquedas de culpables, las menciones a Josef Mengele y Eichmann se terminan tornando un poco más frecuentes de lo necesario para la trama. “No se trata de castigar sino de las víctimas y sus historias” se reflexiona en algún momento. Sin dudas un film que funciona para dar a conocer un proceso histórico, una revisión que Alemania hace de su propia historia, sólido y por momentos bastante frío, pero es la mejor manera que el actor, ahora director, Giulio Ricciarelli podría haber encontrado de contar esta historia en Laberinto de mentiras.
El primer paso para sanar una herida o trauma, dicen los psicólogos, es reconocer que existe. Laberinto de mentiras propone que para una sociedad entera, tomar conciencia de lo acontecido en Austwitchz también es un buen comienzo. Cuando el fiscal que llevará a cabo los enjuiciamientos a los ex oficiales de la SS plantea su propósito ante la justicia, sus colegas acusan que realizar tarea semejante no solo sería en vano sino también "veneno para esta joven democracia". La estructura argumental de la película es simple y clara. Se trata de denunciar y traer a la actualidad (de los años 60) el espanto y el horror de lo que sucedía en la Alemania Nazi a la que luego de la guerra tantos negaron. Esa sociedad que prefiere soñar y reconstruir su futuro camuflando la justicia y edulcorando la amargura alega que los crímenes de guerra ya fueron resueltos por los aliados en el tribunal de Núremberg. El joven e ingenuo fiscal Radmann considera no sólo que no está resuelto, sino también que deben ser los alemanes quienes juzguen su propia historia y le recuerden al pueblo que aquello que consideran un pretérito resuelto no es más que una falsa sanación de una herida aun abierta. Contra viento y marea el impoluto abogado va conociendo de a poco a qué se enfrenta. Apenas una generación después, el nazismo resulta estar mucho más presente de lo que él cree. Pero su meta es clara. La película se construye a través de los intentos de poner voz a los silenciados reivindicando el sentido de la justicia por sobre cualquier intento de sanar a través del olvido. El cine alemán nos tiene acostumbrados a buenas construcciones de relatos con ayuda de estilizados trazos de directores jóvenes que de a poco buscan sus voces. Basta con ver cualquiera de la amplia oferta que trae el festival alemán todos los años a nuestro país. Laberinto de mentiras parece elevar la vara en cuanto a calidad y virtuosismo detrás de cámaras. Cada plano, con su respectiva composición, movimiento de cámara, iluminación y fotografía adquiere un grado de perfección envidiable para cualquier industria cinematográfica. Aquellos que quieran acusar de cliché al tratamiento de una película alemana sobre la tragedia del holocausto seguramente encuentren satisfacción en cada fotograma expuesto con extremo cuidado y premeditación.
Pacto de silencio Una película valiente que toma como eje el pacto de silencio de la sociedad alemana en relación al holocausto. El prometedor fiscal que decide abrir los ojos e interpelar a sus pares acerca de los resabios del nazismo para tomar contacto con historias aberrantes de los sobrevivientes es la representación viva de aquellas voces que aún reflexionan sobre el papel nefasto de la Alemania nazi y la complicidad de todo un pueblo. La dirección de Giulio Ricciarelli encuentra el ritmo justo de todo thriller convencional, pero escapa a los cánones de las películas jurídicas para encontrar diferentes maneras de abordar la complejidad de la carrera por destapar la verdad y buscar justicia.
NI OLVIDO NI PERDON Este film también está inspirado en hechos reales. Es una de esas películas irreprochable en su mensaje y su intención, pero convencional, didáctica y simplista en su resolución dramática. Sin embargo, esos lunares no empañan la enorme fuerza de su tema. Estamos en Francfort, en 1958. Un joven fiscal, ingenuo y principista, se entera que un asesino de de Auschwitz es maestro de primaria. Y desde allí empieza a tirar del hilo. La ida es llevar la cárcel los responsables de aquellos horrores. En su marcha ira encontrando rechazos y negaciones. La gente no quiere conocer la verdad. Pero el fiscal sigue adelante. Tiene como respaldo al fiscal general y como aliado a un periodista. Todo le cuesta al principio, pero de a poco, tras superar desilusiones y contratiempos, el telón del horror se va corriendo. El juicio fue cinco años después y una docena de asesinos de Auschwitz fueron enjuiciados y condenados. Paralelamente el film cuenta una historia romántica que siempre queda eclipsada por el tema central. Porque es siempre ese pasado tan sórdido y escamoteado lo que va definiendo personalidades y proyectos. Lo que nos dice Ricciarelli es que mientras el fiscal va descubriendo quiénes eran los asesinos, también se topando con algo menos deseado e igualmente doloroso: la negación de una sociedad que sin querer terminó encubriendo ese horror. Más allá de algunas limitaciones y algunos recursos melodramáticos que poco aportan, la historia vale.
Mejor no hablar de ciertas cosas El fiscal cazanazis Johann Radmann levanta el teléfono y pregunta a la operadora: “¿Podría decirme a qué país pertenece el código 005411?”. Y aunque ya sabemos, Radmann repite: “Buenos Aires, Argentina”. Es 1958 y Elvis ya es rey. Cuesta creer que, entonces, nadie en la ex Alemania Occidental, mucho menos en el resto del mundo, tiene la menor idea de lo que fue Auschwitz. Prácticamente solo, Radmann (Alexander Fehling), un joven fiscal, alertado por un amigo periodista (André Szymanski), desayuna a la prensa y por extensión a todo el país sobre el Holocausto. Pero es la tragedia de un amigo músico, que perdió a sus hijas gemelas en manos de Josef Mengele, lo que obsesiona al fiscal y lo llevará a rastrear y hurgar en lugares donde se oculta el pasado para atrapar al monstruoso médico. Para entonces, el ángel de la muerte había abandonado la Argentina y se encontraba en Paraguay. La película no alcanza a escarbar el horror, menos aún con su fastidioso énfasis en el drama y el estereotipo de los personajes. Así y todo, Laberinto de mentiras es un atisbo a la locura, la venganza, el miedo, la indignación y toda la gama de sensaciones de un capítulo inexplicable en la aventura humana.
Un muro de silencio Posiblemente este sea uno de esos casos en que el relato supera ampliamente a la construcción del texto fílmico, si bien la idea no va en detrimento de las formas en relación al contenido que se narra de una historia basada en hechos reales. Por supuesto que, licencias literarias o cinematográficas aparte, sirven para que el desarrollo del mismo tenga una cadencia que hace más fácil, decir disfrutable sería casi una contradicción, verla. Por ello la historia de amor, la veta romántica que se instala como trama secundaria, ayuda a la progresión dramática al mismo tiempo que permite que la trama principal se distienda, un poco, sólo un poco. La traducción original del titulo es “Laberinto de silencios”, que en realidad se ajusta mejor a lo narrado. Es la lucha de un hombre por descubrir una verdad, la verdad de algo que existió y no se nombra. Pues entonces nos enfrentamos al derrotero de un fiscal, (en la historia real fueron tres), que en 1958, en la ciudad de Frankfurt, y a partir de un hecho casi fortuito, comienza a investigar la conducta que tuvieron cierta cantidad de “ahora” ciudadanos alemanes comunes y corrientes, antes miembros de las SS alemanas en el campo de exterminio nazi de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. En plena recuperación, dentro de lo que se conoció como el milagro económico alemán, Johann Radmann (Alexander Fehling) es nombrado fiscal del Estado, pero como debe pagar el “derecho de piso” le asignan encargarse de las infracciones de transito. El reportero Thomas Gnielka (André Szymanski) llega al edificio del juzgado pues ha identificado a un ex guardia SS de Auschwitz cumpliendo tareas docentes en una escuela pública, pero nadie de la justicia responde al reclamo del periodista. Sólo Johann recoge el guante, desconociendo que había sido realmente Auschwitz. En contraposición de su superior inmediato, pero con la anuencia del fiscal general Fritz Bauer (Gert Voss), que lo apañaría en su investigación, se enfrentará a una red de represión, silencio, negación, censura y mentiras. En el transcurso de la investigación el joven fiscal chocara con un sinfín de obstáculos, algunos sociales, otros de su propia historia, todos reconocibles. Posiblemente lo más destacable en cuanto a idea estética sean las escenas de declaración de los sobrevivientes, sus dichos, en un silencio que se puede cortar con un hacha, harán efecto inmediato, y sólo se nos muestran reflejados en los rostros de los encargados del registro de las declaraciones. Sustentado esto por las muy buenas actuaciones del elenco completo. En relación al manejo de la luz, el color está en el orden de la empatia con la delineación de la dirección de arte, cuyo mayor logro se instala en la recreación de la época, tanto desde la escenografía como en el diseño de vestuario. Algo de las ideas de la famosa escuela de filosofía de Frankfurt se transpira en el texto, la idea de la teoría crítica de la escuela es la discusión primordial e ideológica de la importancia sobre las condiciones sociales e históricas en las que ocurre concurren en la construcción de un todo, hechos y teorías. Durante el transcurso de la proyección se hacían presentes en mi memoria dos textos: uno, el de Hannah Arendt, “La banalidad del mal”, escrito por la filosofa durante el juicio al jerarca nazi Adolf Eichmann, realizado en Israel, contemporáneamente a la investigación que transcurre en Alemania. El segundo, la conferencia de Theodor Adorno, “La educación después de Auschwitz”, en el que entre otras cosas planteaba la prerrogativa ¿educar para que?, incitando que lo sucedido no se vuelva a repetir, al establecer la idea a partir de la educación primaria. Las consecuencias de los actos del fiscal de manera explicita hicieron historia en la justicia alemana, otras, un poco más sutiles, no nombradas en el filme, dieron pie al reclamo estudiantil para que el tema del holocausto se incorpore a la currícula escolar. Por otro lado, el recorrido del relato y cualquier semejanza o punto de contacto, (tanto desde muchos diálogos como ciertos sucesos) con la realidad argentina corre por cuenta del espectador.
Conspirando contra el silencio Laberinto de mentiras (Im Labyrinth des Schweigens, 2014), de Giulio Ricciarelli, relata de manera clásica y bastante esquemática la historia ficticia de Johann Radmann (interpretado por Alexander Fehling), un fiscal que, a finales de los años 50, preparó el camino para el Proceso de Frankfurt sobre los crímenes cometidos en Auschwitz. La ópera prima de Giulio Ricciarelli, precandidata al Oscar por Alemania, muestra como importantes instituciones de ese país y algunos miembros del gobierno estaban involucrados en una conspiración cuyo fin era encubrir los crímenes nazis ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Pero también el desconocimiento que la sociedad alemana tenía (o decía tener) sobre lo que pasaba en los campos de exterminio. Ricciarelli relata un hecho verdadero a partir de la construcción de un protagonista ficticio en la piel de un joven fiscal, que se encontrará con el testimonio de un hombre que dice haber visto a uno de sus verdugos caminando libremente por las calles de Frankfurt . Este testimonio será la punta del iceberg que lo enfrentará con un tema que el desconocía, y lo llevará a producir una investigación a fondo donde deberá luchar contra la burocracia del sistema para averiguar toda la verdad sobre Auschwitz. Pese a partir de un hecho que a priori resulta atractivo, Laberinto de mentiras es una obra que, salvo en contados momentos, no deja de ser una sucesión de obviedades y clisés que se pueden apreciar en cualquier telefilm televisivo. Estructurado como un thriller judicial basado en hechos históricos presenta todas las virtudes y defectos que el género suele acarrear. Correcta, pero evitando en todo momento poner el dedo en la herida más profunda, Laberinto de mentiras no pasa de ser un mero thriller convencional que no ofrece nada nuevo ni a la temática ni mucho menos en cuanto a salirse de los parámetros de un hipotético manual de cómo hacer un film efectista con repercusión internacional.
Enlatados históricos Podría arrancar la reseña de esta película citando inmediatamente alguna cuestión referida a la culpa alemana y la banalidad del mal, conceptos sobre los cuales indagó no sólo Hannah Arendt, sino también otros pensadores como Karl Jaspers. Pero sería injusto porque la película que nos ocupa sencillamente no está a la altura y reflexionar sobre esos elementos contextuales no es, desafortunadamente, un elemento central de Laberinto de mentiras. Más bien, la intención es exponer desde un planteo esquemático que va desde un guión chato con personajes previsibles hasta lineamientos estéticos confusos (esos planos aplomo o el inexplicable zoom out), remarcando una idea que no se sale de la pereza con la que están concebidos los protagonistas que pueblan este drama histórico con pretensiones biográficas. No hay espacio para la reflexión o la problematización, se trata simplemente de una exposición didáctica de poco más de dos horas. Nos situamos en 1958, Alemania Federal, posguerra, el mundo cambiando, la Guerra Fría, bueno; el caso es que nuestro protagonista es un joven fiscal en ascenso ocupado de cuestiones de tránsito llamado Johann Radmann (interpretado por Alexander Fehling), brillante en su tarea pero interesado en lograr casos más “serios”. La oportunidad se comienza a gestar cuando el periodista Thomas Gnielka, encarnado por André Szymanski, se presenta en la fiscalía con acusaciones hacia un profesor que ejerce habiendo estado “destinado” en el campo de concentración de Auschwitz, añadiendo además que hay varios casos como ese. Negándose en primera instancia, Radmann se irá compenetrando con el tema y finalmente tendrá el visto bueno de Fritz Bauer (Gert Voss), el fiscal general, para asumir las investigaciones al respecto. Horrorizado tras indagar en numerosos testimonios, se obsesionará en particular con la figura de Joseph Mengele, quien en ese momento resulta prácticamente intocable por encontrarse fuera del país (es harto conocida la historia sobre en qué país se encontraba, el nombre les resultará familiar) y protegido por la burocracia estatal. Pero en el proceso se encontrará que figuras aparentemente inofensivas que continuaron su vida normalmente, son también criminales de guerra. El asunto lo terminará tocando de cerca, llevándolo a una crisis reflexiva que es trasladada a la pantalla de una forma bastante grosera y superficial pero, conociendo como se presentaba el tema hasta ese momento de la película, la cuestión era previsible. De hecho, toda la síntesis de la culpa alemana puede verse en una secuencia del heroico fiscal desquiciado, acusando borracho a todo el mundo de haber sido parte del nazismo, con la solemnidad dramática del acompañamiento musical. No hay espacio para la sutileza o la problematización de lo que ocurre en ningún segmento, lo que hace que resulte más denso o largo de lo que realmente es. De las actuaciones sólo podemos decir que el inverosímil en pantalla en algunas secuencias tiene mucho que ver con el inverosímil que ya de por sí proviene del guión: los actores hacen lo que pueden. Sí se puede rescatar una secuencia intensa en la que Simon Kirsch (Johannes Krisch) recuerda el momento en que “entregó” a sus dos hijas mellizas en Auschwitz. Poco más que agregar sobre este film mediocre que aporta poco al cine industrial que se viene realizando sobre el nazismo desde Alemania. Si bien no tiene una base documentada ni pretende ser biográfico, este año Ave Fénix, de Christian Petzold, ha resultado mucho más interesante y plantea lo mismo sin un esbozo tan básico y con búsquedas estéticas mucho más cautivantes.
et in 1958 in Frankfurt, the fairly well-crafted German film Labyrinth of Lies (Im Labyrinth des Schweigens), directed by Giulio Riciarelli and nominated in the Foreign Film category at the Oscars, is a sharp, meticulous take on postwar Germany that focuses on an often-forgotten historical period, meaning from the late 1950s onwards, a time during which a large part of the country refused to acknowledge its war crimes, despite the revelations that surfaced during the Nuremberg trials. A few minutes into the film, a journalist presses charges against an ex-Auschwitz commander, whom he recognized by chance on the street and who is now a school teacher. Soon enough, Johann Radmann (Alexander Fehling), a young prosecutor eager to deal with more than parking tickets, starts an inquiry to unveil hidden truths but his efforts are thwarted by different political and bureaucratic procedures. Not surprisingly, Germany at large is not exactly keen on facing its hideous mass murders. There are even lots of people who claim they have no idea what Auschwitz was. So Labyrinth of Lies exposes not only the conspiracy of government branches to cover up Nazi crimes after World War II, but that of prominent German institutions as well. And it also shows how this period came to an end. In real life, fierce public prosecutor Fritz Bauer was the one who played a key role in starting the trials in which some infamous murderers were condemned. As for Johann Radmann, the protagonist of Riciarelli’s film, he’s a composite created out of Fritz Bauer and two other prosecutors who participated in the Frankfurt Auschwitz trials. As far as a cinematic work, Riciarelli’s debut feature has some assets as well as some drawbacks, but for the most part it overcomes the biggest hindrances from which it suffers. It’s definitely not the work of an auteur seeking to innovate film aesthetics, but it’s a reasonably well-shot genre piece — even if by the book. It plays as a political thriller, a personal drama and a historical account, and while it doesn’t equally succeed in these three veins, it’s not a total disaster in any of them. Well, perhaps the subplot involving a romance, which aims at creating a more nuanced character, ends up being quite irrelevant. But as a thriller, it has a somewhat tense pulse and enough twists and turns to keep you busy trying to figure out what the next thing to happen will be. More importantly perhaps, as a historical drama it’s well narrated, detailed and exhaustive. Most viewers are unlikely to be that familiar with many sides of the complex history of postwar Germany and in this regard it will prove to be useful and moderately enlightening. One thing is for sure: it’s not your boring period piece, a history lesson that might make you doze. And just like many of the lines from the dialogue carry a good deal of the film’s ideas and sound too perfectly elaborated and too well-written instead of spoken — real-life people don’t usually know how to say what they mean exactly the way they mean it — this is somehow made up for by the overall decent acting from the entire cast, including some exceptional moments that highlight the best parts of Labyrinth of Lies. Production notes Labyrinth of Lies (Im Labyrinth des Schweigens, 2014). Directed by Giulio Ricciarelli. Written by Elisabeth Bartel, Giulio Ricciarelli. With: Alexander Fehling, Andre Szymanski, Friederike Becht, Johannes Krisch, Hansi Jochmann, Johann von Buelow, Robert Hunger-Buehler, Lukas Miko, Gert Voss. Running time: 122 minutes.
Dentro de la semana del cine alemán, el film ara la apertura fue "Laberinto de Mentiras", ópera prima de Giulio Ricciarelli que ahora llega a salas comerciales desde este jueves, traído por CDI Films. Sabemos que la industria germana viene explorando diferentes tópicos centrados en la sociedad moderna y en los cambios post-muro desde hace ya unos años, pero en pocas oportunidades sus cineastas abordan los temas de la post guerra y el genocidio nazi. Quizás por eso, "Laberinto de mentiras" sorprenderá al espectador. Esta realización es un fresco particular desconocido para muchos: cómo una generación entera, permaneció sin conocer el exterminio en Auschwitz (hacia mediados de los 60') y de qué manera un fiscal inició la titánica tarea de enfrentar la red de protección política y económica que protegía a estos militares para llevarlos a los estrados judiciales. La cinta, protagonizada para Alexander Fehling y André Szymanski, entre otros, es un relato estructurado, casi gélido, de la tarea de un joven abogado que cree en las leyes y trabaja para el sistema, luchando contra el manto del olvido en que la sociedad alemana había puesto a quienes fueron torturadores y asesinos en ese campo de exterminio. Film áspero, incómodo por la temática pero con un ritmo interesante y por sobre todo, una sólida documentación, abre muchas líneas para establecer con nuestra propia historia sobre la intervención militar genocida en cualquier circunstancia y preguntarnos qué sucede cuando una sociedad elige no saber sobre su pasado. ¿Es relevante construir memoria o a veces es una opción dejar que el tiempo pase y las heridas sanen? Ricciarelli muestra que esta opción queda siempre en manos de los hombres, y lo hace con precisión quirúrgica. Presenta los problemas y las complicaciones que se dan en el devenir de la búsqueda de soluciones, sin mucho lugar para las emociones. Quizás esa sea la cuestión a analizar, durante los momento más álgidos del relato, la mirada está puesta en la no descripción y en la sugerencia, más que en la contundencia de las palabras y gestos. Esto, que es una elección personal del cineasta, le confiere cierta frialdad a "Laberinto de mentiras". Genera, en definitiva, un tinte de thriller de escritorio demasiado preso de sus preceptos morales y sin andamiaje en la estructura dramática de los temas de fondo. Sí, está presente la cuestión que presenta (es innegable), pero nunca explota o provoca (más allá de un personaje secundario en particular, sobreviviente), siempre parece contenida y acotada. Y no debería ser así... Más allá de eso, siempre es una gran opción acercarse a la filmografía de un país con tanta historia, sus procesos históricos sirven para trazar paralelismos, necesarios, más allá de las diferencias culturales. Buen debut para Ricciarelli, e interesante enfoque de un tema que resuena en nuestros oídos.
Una vuelta de tuerca al cine de revisionismo histórico, ese que intenta, desde la ficción inpirada en hechos reales, comprender procesos que llevaron a lugares oscuros a la humanidad sin un aparente sentido lógico. En esta oportunidad la sangrienta gesta del genocidio nazi es abordada por el realizador italo alemán Giulio Ricciarelli en “Laberinto de Mentiras” (Alemania, 2014) desde la particular y acertada mirada del fiscal (Alexander Fehling) que inició el proceso legal más largo de la historia del país sobre los crímenes cometidos en los campos de Auschwitz, con la clara intención de desenmascarar a todos aquellos civiles y militares que estuvieron involucrados en él. Ricciarelli se esfuerza en dejar en claro que la tarea no fue fácil, al contrario, principalmente porque la inexperiencia del joven fiscal (gran interpretación de Fehling) fue la que habilitó que los mismos avances que lograba, de pura casualidad, también sean los obstáculos con los que diariamente debería lidiar. De casualidad, y casi intuitivamente Johann Radmann (Fehling) ve en el acompañar a un periodista con sus denuncias sobre un ex comandante, que ahora desempeña tareas como maestro de escuela, la posibilidad de dejar por un tiempo la rutinaria tarea de fiscalizar las penas relacionadas a infracciones automovilísticas en el juzgado. Recibido con honores de la escuela de leyes, y con la clara misión de poder desarrollar su profesión desde un lugar de ayuda y colaboración para los más necesitados, Radmann, sin saberlo, al comenzar la investigación sobre el profesor iniciará un largo proceso en el que nada ni nadie será lo que aparenta y dice ser. “Laberinto de Mentiras” posee elementos de ficción legal, aquella que desnudando procesos intenta demostrar la razón de algún suceso o sus orígenes, pero gracias a la clara intención de Ricciarelli de apoyarse en la figura del fiscal como vector narrativo, se termina por construir una épica sobre la búsqueda de la verdad de Auschwitz y también sobre la determinación de los ideales de una persona que intenta llegar a lo más alto en su carrera a como dé lugar. Y en ese llegar habrá elementos de su propia vida que deberán relegarse o que saldrán dañados, como por ejemplo la relación con su novia o la que mantiene con algunos colaboradores, como su secretaria (Hansi Jochmann) con quien chocará al intentar ceder ante las presiones propias y externas para que deje la investigación. La reconstrucción de época, la elección de una banda sonora que va envolviendo la ficción con climas sugerentes y atmósferas propicias para la trama, como así también la reiteración de secuencias oníricas pesadillescas que padece el protagonistas, van conformando la trama de “Laberinto de Mentiras” de una manera tan fluida que posibilita el acceso a una temática tan dolorosa y dura de manera imperceptible y natural. A medida que avanza el relato, también lo hace la conspiración de silencio con la que se mantuvo, hasta entrados los años sesenta, el resguardo de aquellos que participaron de manera directa en el exterminio nazi, y que mantuvo en secreto la verdadera identidad de muchos de ellos hasta que la investigación iluminó su verdadera injerencia. “Llegaron a casa, colgaron el uniforme y siguieron con la vida como si nada” le dice el fiscal general en un pasaje del film a Radmann, en una de las tantas recaídas de este frente a la poca colaboración que recibe del propio cuerpo de investigación con el que trabaja, pero esa frase, que esconde en su ontología el “no te metas” y el “no digas nada” también es la que alertó la necesidad de urgencia de poder terminar con la denuncia y exposición de todos aquellos que participaron en Auschwitz, y que hasta el momento entraban y salían de Alemania con total impunidad. Necesaria y pese a algunos clichés y momentos desafortunados (discusión con la novia con “traje” roto como metáfora de la relación), “Laberinto de Mentiras” es una buena muestra de cómo se puede hacer cine con la clara intención de denunciar y esclarecer momentos del pasado para evitar así que se vuelvan a repetir e ilustrar a las nuevas generaciones.
Laberinto de mentiras buscará representar a Alemania en los premios Oscar a mejor película extranjera. La película dirigida por Giulio Ricciarelli está basada en la investigación del fiscal Johann Radmann sobre los crímenes cometidos en el campo de concentración de Auschwitz, en la Segunda Guerra Mundial. La historia se sitúa en la ciudad alemana de Frankfurt, en el año 1963. El país, que hace relativamente poco venía de ser derrotado en la Segunda Guerra Mundial por los Aliados, transitaba una etapa de incertidumbre y confusión. Johann Radmann (Alexander Fehling), un joven fiscal que se dedica a casos menores, comienza a investigar el paradero de soldados nazis, que luego de la guerra colgaron su traje y se dispersaron por todo el país en búsqueda de sobrevivir y a la vez pasar desapercibidos, e intenta arrestarlos. La historia se centró en el esfuerzo del superhonesto y heroico Radmann en su búsqueda de la verdad. Hasta ese entonces, los trágicos hechos sucedidos en el campo de concentración de Auschwitz no habían salido a la luz, así como tampoco las atrocidades que cometía el doctor Josef Mengele. Estos temas, amén de que la intención del fiscal era atrapar a cada solado nazi suelto, fueron el centro de la investigación del fiscal, que contó con ayuda de un periodista, los demás fiscales de la ciudad y un ex prisionero judío. Compleja ópera prima del director alemán Giulio Ricciarelli en la que cuestiona el proceder de las políticas alemanas y los comportamientos de la sociedad, ajenos a toda situación conflictiva, que no difieren mucho a los de hoy en día. ¿Quién fue nazi y quién no? ¿Todos son nazis? Son preguntas que se plantea Laberinto de Mentiras y que quedan expresadas con suma literalidad cuando en una de las escenas finales Radmann transita borracho por las calles y en su saturación por el caso acusa de nazi a toda persona que pasa. Ricciarelli abre la posibilidad que cualquiera de los personajes pueda tener un pasado nazi y ser descubierto por nuestro Sherlock Holmes alemán. El fiscal se enfrentará a las mentiras, a la hipocresía y al abandono de las víctimas de los campos de concentración de la Alemania de posguerra. Laberinto de mentiras 1 La película no tiene pelos en la lengua. Las declaraciones de los ex prisioneros judíos sobre sus vivencias en Auschwitz estremecen y logran que se recree el terror con solo palabras, sin que haya necesidad de mostrar ni una imagen que las representen físicamente. Las emociones incrementan su peso a medida que la película avanza ayudadas por una gran composición musical de Sebastian Pille. Las interpretaciones, tanto del protagonista como la de los secundarios, son correctas y cumplen siempre que una intensa escena intensa requiere de toda su capacidad. Laberinto de mentiras no da vueltas, el caso no lo permite y la casi surrealista entrega de Radmann sabe atrapar. Si el espectador no sabe el final de esta investigación, lo averiguará junto a su protagonista.
Memoria culpable en tensa crónica Esta película se basa en hechos reales. A fines de los '50, en Frankfurt, el periodista Thomas Gnielka, veterano de guerra, logró que algunos fiscales consideraran sus reclamos sobre la presencia de exnazis en la función pública. Luego fue más allá, y les hizo entender que muchos de esos exnazis habían cometido asesinatos aberrantes y masivos. Tuvo que explicarles qué había sido Auschwitz. Para entonces, los crímenes nazis estaban perimidos, salvo los de asesinato y participación necesaria en asesinato. Pero los acusados debían llegar al estrado por delitos debidamente comprobados y/o testificados, lo que sonaba difícil. Además debían ser encontrados y arrestados, y eso sonaba todavía más difícil. Pero se pudo. Gehrard Wiese, Joachim Kugler y Georg F. Vogel eran los fiscales. Herman Langbein, veterano de la Guerra Civil Española y de los campos de concentración, secretario del Comité Internationale des Camps, proveyó los testigos en cantidad más que suficiente. Supervisando todo sin hacerse notar mucho, estaba el fiscal general Fritz Bauer, de origen judío. En los '30 había sido juez civil, hasta que lo detuvieron por su pensamiento opositor. Exiliado, editó en Suecia el "Sozialistische Tribune" junto a Willy Brandt, que con el tiempo sería canciller de Alemania. Así se llegó a los llamados Juicios de Auschwitz. Por primera vez un país juzgaba a sus propios soldados por crímenes cometidos fuera del campo de batalla. En 1965, entre los finalmente condenados (no muchos) estaban Robert Mulka, oficial adjunto reciclado en empresario importador, y Richard Baer, el último comandante de campo, que se había cambiado el nombre y trabajaba en una finca. Gnielka no pudo disfrutar de su triunfo. Murió de cancer pocos meses antes del fallo. Pero tampoco disfrutó la mayoría de los alemanes. Esta película describe esa época. La connivencia de la gente común con los nazis, los ocultamientos, el desprecio a quienes querían aplicar justicia, pero también la entereza de un puñado de miembros de la Justicia. Lástima que el guión reduce los tres fiscales a uno, de nombre ficticio, asistido por un fiscal ayudante y una secretaria. Y que encima por ahí se desvíe con otras convenciones y escenas oníricas (el protagonista tiene pesadillas con Mengele), y se empantane un poco en la germánica angustia del absoluto, en vez de seguir impulsando la intriga. Como sea, a pesar de esos lunares y otros más pequeños, el relato se ve con interés, tiene fuerza, buenos intérpretes, muy buena ambientación, y una clara lección de historia. Director, Giulio Ceccarelli, ítalo-germano. Una actriz, Hansi Jochman, la señora gordita que hace de secretaria. Hay que ver la escena en que sale de la oficina tras haber registrado la primera declaración. No hemos escuchado una palabra, sólo la música, y su rostro lo dice todo. Un actor, el veterano Gert Voss, nacido en Shanghai de padres exiliados durante la guerra, muerto en julio último en la Viena de sus mayores. El interpreta a Fritz Bauer. Ahora salió otra película sobre este hombre, "Der Staat Gegen Fritz Bauer" (el Estado contra...), que describe cómo luchó para que Alemania pida la extradición de Adolf Eichmann, y, cansado de dilaciones, les pasó el dato al Mossad. El resto es conocido.
No eran cuatro psicópatas sueltos “Laberinto de mentiras”, película realizada en Alemania en 2014, escrita y dirigida por un italiano, Giulio Ricciarelli, es un producto elaborado con la clara intención de ilustrar un período de la historia de una nación. Partiendo de datos y de personajes reales, Ricciarelli y su coguionista Elisabeth Bartel incorporan un personaje ficticio al que le dan el rol de protagonista, con la evidente intención de que el relato gane algo de flexibilidad. Es por todos conocida la característica alemana del orden, la rigidez, las líneas geométricas, el esquematismo y si bien llevan varias décadas procesando y revisando su conflictivo pasado nazi, parece que nunca terminan de sacudirse de encima los prejuicios y los corsés del pensamiento. Johann Radmann es un joven fiscal federal que trabaja bajo las órdenes del fiscal general Bauer (personaje histórico), quien fue el que llevó adelante en Frankfurt los primeros juicios a quienes habían participado en torturas y asesinatos en campos de concentración, especialmente en Auschwitz. Esto sucedió entre 1958 y 1963, año en que los tribunales comenzaron a ventilar los casos. Lo que quiere mostrar “Laberinto de mentiras” es el clima social que se vivía en esa época previa al enjuiciamiento, cuando Estados Unidos seguía teniendo el control de algunos asuntos alemanes delicados y los aliados no se habían retirado aún del territorio. Según señala Ricciarelli en una entrevista, “en los ‘60 los hijos empezaron a sospechar de sus padres”, descubrieron que “los nazis no eran cuatro psicópatas sueltos”, sino que la gran mayoría del país era nazi o simpatizaba con ellos. La gente intentaba llevar una vida normal, y la primera reacción parecía ser dar vuelta rápido la página, pero las heridas eran muy profundas y la convivencia entre las víctimas del régimen nazi y quienes habían participado activamente en él producía cortocircuitos a menudo, difíciles de predecir y de controlar. En ese marco, un periodista, Thomas Gnielka, encabeza un movimiento que empieza a presionar a través de la prensa para que se abran los archivos y se busque a los responsables de crímenes del nazismo para llevarlos a juicio. Gnielka forma parte de un grupo de gente joven que protagoniza una movida crítica y libertaria, que quiere saldar cuentas con el pasado. Pero esa corriente que busca verdad y justicia se encuentra con enormes resistencias en prácticamente todos los frentes, ya que algunos no quieren ventilar el pasado por estar comprometidos y otros, porque les resulta muy doloroso revivir momentos aciagos. La película muestra a Radmann atravesando por distintas instancias en su lucha contra todas esas resistencias, comienza con gran ímpetu pero poco a poco se va hundiendo en el fracaso y la frustración, descubre también verdades incómodas que involucran a su propia familia y sintiéndose vencido, decide renunciar. Pero Bauer y su equipo no eran los únicos que estaban tras los nazis en esa época. Los israelíes estaban presionando internacionalmente para ubicar sobre todo a aquellos que habían huido de Alemania y se habían refugiado en países latinoamericanos, como Eichmann y Mengele, por ejemplo. La cuestión es que los tiempos iban cambiando y pese al dolor y a los sentimientos de culpa, la investigación se encaminó, las pruebas fueron apareciendo y los primeros juicios fueron posibles, en 1963, en Frankfurt, iniciando así el proceso de revisión del pasado por parte de un pueblo desgarrado por divisiones internas todavía presentes. Un proceso que al día de hoy permanece vigente y sigue dando que hablar. El film adopta una estructura clásica, con una estética de corte brechtiano y visualmente le da una gran preponderancia a la arquitectura típica de la época, con sus líneas geométricas simples, despejadas y carentes de adornos superfluos. La reconstrucción de época incluye también un vestuario detallista y minucioso, y un tratamiento de la fotografía que le da un tenue tono sepia a la imagen. “Laberinto de mentiras” es una película de interés sociohistórico más que de ficción o entretenimiento, en la que la mirada del autor trata de desmitificar algunas cuestiones y sobre todo, no quiere mostrar a los protagonistas como seres complejos, contradictorios y sin rasgos de héroes, sino todo lo contrario.
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Laberinto de Mentiras empieza en un mundo que nos parece inverosímil, imposible y demente… En Alemania, en 1958, mucha gente ignora lo que pasó en Auschwitz y en los demas campos de concentración, al punto que los llaman “Campos de Protección Custodiada”. Los judíos que han sobrevivido al Holocausto, no hablan por temor, por verguenza o por estar traumados, y desde las más altas esferas del poder político, quieren que eso quede así, no quieren que la mayoría de la gente cuestione el rol individual de las personas dentro del ejército alemán durante la guerra. Como dice un fiscal “Quieres que todos los niños alemanes se cuestionen si sus padres son asesinos?”. Y ahí esta el tema de la película. Lo que paso en Alemania en la segunda guerra mundial no fue algo que involucro a los 150 enjuiciados en Nuremberg, no fueron un grupo de locos solamente. Hubo complicidad de miles de personas, que ya sea por omisión, miedo, o simple conveniencia participaron de las atrocidades que se cometieron. A través de los ojos de un fiscal novato, como metáfora a la generación mas joven de Alemania, se va revelando la historia oculta de los campos de concentración, la verdad oculta, el secreto a voces que la mayoría se negaba a blanquear, porque en la segunda guerra mundial, era imposible trabajar sin ser miembro del partido Nazi, y además, era imposible que 150 personas mataran a 6 millones de judíos. Esta es la historia de la primera vez que Alemania juzgo a alemanes sobre las atrocidades que se cometieron, la primera vez que Alemania se atrevió a reconocer su pasado, y el inicio para sanar las heridas internas que estaban ocultas debajo de la civilizada paz que los buenos modales imponen. Con una cuidada reproducción de época, y actuaciones sólidas, cuando termina la película tenemos la sensación de haber presenciado algo importante, que no debería repetirse, y que todos tendríamos que saber, porque en definitiva, “lo único que hace falta para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”.