Elogio del amor (desmesurado) Aunque varios de mis colegas más prestigiosos de todo el mundo vienen sosteniendo desde que la vimos en su première mundial en el último Festival de Cannes que Las hierbas salvajes es una obra maestra (Cahiers du Cinéma, por ejemplo, la consignó como la mejor película de 2009), yo no alcancé a disfrutarla a ese nivel y, si bien lo considero un trabajo lleno de audacia, de libertad, de ideas y de hallazgos, no lo ubiqué en mi lista de favoritos del año pasado. Decidí -Resnais se lo merece- darle una segunda oportunidad y volví a ver la película unos días antes de su (bienvenido) estreno comercial. No hubo caso. Su apuesta al artificio naïf, al absurdo, a la exageración que por momentos casi roza el ridículo son demasiado para mí, al menos en el contexto de esta tragicomedia romántica (Conozco la canción, por ejemplo, sí me parece una obra maestra porque el musical se presta más a los desbordes). En su siempre estimulante columna Desde Europa, nuestro amigo catalán Manuel Yáñez Murillo propone una "lectura" posible del film: "Resnais violenta los límites de lo verosímil para confeccionar un grácil elogio de la energía fabuladora del cine. Sin miedo a incurrir en lo naif, Resnais construye una historia de amour fou entre el cinéfilo Georges (André Dussollier) y la aviadora Marguerite (Sabine Azéma), en la que el deseo y la pasión consiguen romper con los protocolos sociales y el academicismo narrativo. Un delirio lúdico, lúcido, incandescente y moderno que no teme transitar el territorio de lo ridículo en su apetencia por la conquista de lo sublime. No tengo demasiados argumentos para oponer al brillante concepto de Manu, por lo que aquí entra a jugar la más absoluta y caprichosa subjetividad / sensibilidad: disfruté del hecho de que un maestro del cine como el director de Hiroshima mon amour y Hace una año en Marienbad adaptara con casi 87 años por primera vez en su carrera una novela y convirtiera el relato original de Christian Gailly en una de sus típicas películas corales y de enredos sobre los vericuetos del amor y del azar. Pero, aunque me divierten sus excesos y me tienen sin cuidado sus recaídas, no pude ingresar del todo en el juego de gato y ratón, de atracciones y rechazos, de perversiones y convenciones sociales que propone Resnais. Así, quedé como un observador privilegiado, fascinado, pero no "involucrado" en esta comedia/drama demencial. La historia de amor (imposible) entre un hombre casado desde hace 30 años y dueño de un oscuro pasado que sólo podemos adivinar (Dussollier) y una dentista y fanática de la aviación (Azéma) que se desata a partir de un hecho banal de lo cotidiano (el robo a ella de una billetera roja que luego es encontrada por él en el estacionamiento de un shopping) es premeditadamente desconcertante en sus bruscos cambios de tono (que pendula entre la más absoluta levedad y ciertos toques de gravedad), pero termina siendo rescatada por la innegable gracia, sensibilidad, melancolía y ligereza de este incansable patriarca de la nouvelle vague. PD: Gran trabajo del DF Eric Gautier y lucido, como siempre, los secundarios de Anne Consigny (la esposa del protagonista), Emmanuelle Devos (la amiga y confidente de Azéma) y Mathieu Amalric (el desquiciado policía "psicólogo").
Resnais, mon amour Esas pequeñas hierbas locas del título crecen como maleza, en cualquier lugar y circunstancia, como el vello en algunos cuerpos. Empeñadas en crecer incluso en lugares tan inapropiados como la rendija inapreciable entre dos adoquines de una calle parisina, esa hierba, si llueve crece, si pasa el tiempo crece, si se lo poda también crece y puede estar meses convirtiéndolo todo en un cañaveral incontrolable. Amour fou, al fin. Las Hierbas Salvajes resulta así, un film desbordante, intenso y fresco, un delirio lúdico con toques modernos que no teme transitar el territorio de lo ridículo como verdadero motor de lo sublime de la vida. Alain Resnais tiene la originalidad como rasgo de estilo. Providence, Mi tío de América o Conozco la canción por sólo citar tres de sus películas, recorren sin necesidad de fórmulas un doble camino. Por un lado, el vértigo de la experimentación, la ilusión de un tiempo fantasmal creado con climas, encuadres y constantes dislocaciones. Por otro, la cercanía y la complicidad de personajes vitales, imperfectos, enigmáticos que, con una mueca turbada en su rostro, construyen algo que permite la identificación con el espectador. Se trata de personajes enredados en encuentros fortuitos que hilvanan el tema recurrente en la filmografía de Resnais: el tiempo, el asiento fugaz de las presencias y vacíos de las relaciones, el transcurrir en las horas suspendidas, pesadas o etéreas pero siempre fluidas en su devenir eterno. Salvo obviamente Noche y niebla, donde el tema, las imágenes documentales de los campos de exterminio nazi y los textos de Jean Cayrol evitan toda distancia, toda liviandad. Pero hasta en Hiroshima, mon amour, en el texto de Marguerite Duras sobre un intenso romance en el escenario mustio de la guerra nuclear entre una francesa pacifista que viaja a Japón y un ex soldado enemigo, la memoria actúa como el tiempo que debe superar el duelo, la pérdida y la melancolía. Con Hierbas Salvajes, Resnais conserva sus antiguos recurrentes y vuelve a desnudar el costado trivial de todo lo que se supone importante. El amor se reduce a azar y obsesión; el detonante del amor: una simple billetera perdida con la tesis del personaje arrobado por encontrar a su dueña; la familia, distante, con una extraña esposa que acompaña su súbito enamoramiento; profesionales poco sensatos: un policía “psicólogo” que se encomienda a la devolución de la billetera como si fuera un asunto de estado o la dentista con vocación de aviadora. Todo aparece como algo seductor y ridículo. La vida de los personajes atada a pequeñas obcecaciones, un tanto frívolos, algo cercanos a cualquier habitante de una ciudad, burgueses un poco aburridos, oscilantes entre la más absoluta levedad y ciertos toques de gravedad. La historia crece como un enorme looping, un firulete vertical hacia alguna parte entre el cielo y la tierra -¿el lugar de los sueños?- donde los destinos quedan suspendidos envueltos en un aire tibio o quizá en los brazos de alguien desconocido que inesperadamente va a convertirse en alguien imprescindible en nuestras vidas. Deslizamientos esquivos y juguetones que preservan lo más íntimo y también lo más inconfesable de sus personajes. Resnais violenta los límites de lo verosímil, la velocidad de la cámara, área y flotante, la música, el lirismo, salpicado de ambigüedad y bellas elipsis. Las historias pasionales, los personajes, la ciudad... cuanto más avanza el relato, menos claro se nos vuelve todo. Definitivamente, el director no se toma - ni nos toma - en serio pero resulta muy serio a la vez. Comedia o drama demencial Zambulléndose en la melancolía, la tensión del deseo y la ingravidez de las relaciones con innegable elegancia y sensibilidad, el fantasma de la comedia romántica de encuentros y desencuentros es en Las hierbas salvajes, un espejismo. Como en Hace un año en Marienbad, la propia narración pone en cuestión lo que se narra, en tanto relato como lucha interior, no en el campo literario – como es el caso del guión de Alain Robbe-Grillet - sino en el terreno cinematográfico con guiños que elaboran un grácil elogio de la energía fabuladora del cine como puede apreciarse en el tiempo detenido en los cafés vacíos, la representación de los pensamientos internos, el lento movimiento de las personas o en los cines de reestreno como locales que se caen a pedazos. El emblemático film de los 60 pertenece al período de la ruptura en la forma y los vaivenes de las personas que se esperan o se buscan. Este espacio es el que de alguna forma se inscribe Las hierbas salvajes pero livianamente, sin solemnidades ni excelsas filosofías que generen una reflexión intelectual sobre la naturaleza de la realidad. Sólo la hierba conserva el enigma. Es ella la que contiene en su indefectible crecimiento, el peso de la vida, testigo impasible del eterno transcurrir del tiempo. Las hierbas salvajes, Ganadora Premio Especial del Jurado, Premio a la trayectoria, Nominada a la Palma de Oro en Cannes, no pasará a la historia como la mejor película de Alain Resnais. Pero con algo de inocencia y mucho de juego, sigue renovando su mote de maestro. Su cine nos sumerge con una acaricia vehemente que se siente tibia pero algo extraña. Una película que no traiciona ni aun cuando sea encantador que lo haga.
Dentro del cine francés suelo recomendar más el género de suspenso y comedia, dejando un poco de lado el drama, el cual no suelo disfrutar de la misma forma. Al revisar las películas francesas que he visto en los últimos tiempos, compruebo que en estos dos géneros siempre las he calificado de buenas para arriba ("Pour Elle", "La Moustache", "Le Petit Nicolas", "Micmacs", "Mes Stars et Moi", "Le Premier Cercle", "Diamant 13"), mientras que en el caso de los dramas el resultado es mas desparejo ("Un Prophéte", "Welcome", "Il y a longtemps que je t'aime" valen la pena y "L'heure d'été", "Faubourg 36", entre otras, no tanto). Quizás es porque el drama francés tiene otro ritmo y si la historia no es interesante, suelo terminar aburriéndome. Esto es lo que me pasó con "Les Herbes Folles", el nuevo trabajo del director Alain Resnais quien con 87 años sigue filmando. El nuevo film del reconocido director ha recibido excelentes críticas y fue galardonado con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes, pero no me parece justo elogiar su trabajo por el solo hecho de su trayectoria. Adaptando por primera vez una novela, presenta la relación entre dos adultos que se conocen por un hecho casual. Cuando Georges Palet encuentra una billetera tirada en el estacionamiento de un centro comercial, decide contactar a la dueña, Marguerite Muir, y ambos comienzan a relacionarse. Pero esta relación es un poco extraña, ambos se atraen y rechazan continuamente, además de que la esposa del hombre lo aprueba todo sin problema alguno. Técnicamente es impecable (dirección, fotografía, música, etc.), pero la historia terminó resultándome bastante densa y hasta ridícula. Seguramente seguirán apareciendo críticas que la elogien y habrá mucho público que la disfrute, pero a mí no me llegó.
Esos pequeños placeres que nos otorga de vez en cuando el cine. He confirmado con agradable placer que los directores octogenarios aportan vitalidad, juventud y sabiduría al cine, a medida que envejecen sus cuerpos. Debemos ser concientes de lo que significa tener todavía entre la comunidad cinéfila a verdaderos próceres de la historia cinematográfica mundial como Claude Chabrol, Jean Luc Godard, Jacques Rivette (de quien se presentó su última obra en el último BAFICI), Agnes Varda (de la que se pudo ver ese poema autorretrato biográfico llamado Las Playas de Agnes en Les Avants Premieres) y Alains Resnais. Se ha dicho que el director de obras cumbres como Hiroshima, Mon Amour; El Año Pasado en Marienband; Providence y Mi Tío de América se ha aburguesado. Decidió relajarse, crear comedias musicales, románticas menores. Pero desde Conozco la Canción, pasando por En los Labios No, y Corazones hasta llegar hasta esta, su última obra, Las Hierbas Salvajes, Resnais sigue creando historias que desafían visualmente el espacio y tiempo diegético como se lo suele ver en la mayoría de las películas, y sigue experimentando con la técnica. Es probable que los guiones que lo acompañan sean algunos más banales y sencillos que otros, pero conservan el lirismo que caracteriza a su obra completa. Las Hierbas Salvajes comienza con una narración en off que rememora a Hiroshima y Marienband… Un relato en presente… un pensamiento… una reflexión… una fábula, quizás. Esta fábula con tono de film noir narra el (des) encuentro entre Marguerite y Georges. Ella una dentista solitaria, soñadora que acaba de ser robada, y cuya billetera va a parar a las manos del segundo, un hombre de pasado misterioso, temeroso, con demasiadas dudas… solitario, a pesar de estar casado, con oscuras fantasías. Georges se obsesiona con esta mujer que no conoce, y pronto el sentimiento empieza a ser recíproco. Una historia de amour fou (como le gusta decir a los franceses) donde un gesto dice más que mil palabras… Una mirada suspicaz, un roce de manos… un cine de fondo… un rojo… un azul… Todo eso forma parte de la manera en que Resnais desfragmenta un pequeño incidente en consecuencias imprevisibles. La armonía con la que Resnais hace uso de la cámara, calculando los tiempos de cada movimiento de los actores para que sean exactos y precisos, y no haya una acción azarosa… El director nos envuelve dentro de este juego de personajes tímidos, con dulce melancolía, nostalgia, pero sobretodo mucho humor. Además de encariñarnos con los personajes, la química generada por la extraordinaria pareja que forman Azéma – Dussolier (que trabajaron en las anteriores películas de Renais) llevan al espectador a volar con ellos en esta aventura de sugestiones. Donde a pesar, de la meticulosidad con que están compuestos cada cuadro, cada plano, ellos nunca transmiten la frialdad de los actores que no saben donde están parados, porque no son ellos los que llevan la película. La magia de Resnais a la hora de dirigir consiste en equilibrar la puesta en escena con la narración de forma que los personajes sigan siendo los protagonistas de la película, y los actores tengan la libertad para hacerlos propios, y ser los conductores del relato. Nunca estética o intérpretes se pasan por encima, sino que colaboran para crear un híbrido natural. Emmanuelle Devos y Mattheu Amalric ayudan a crear pequeños personajes inspirados, trascendentes y demuestran con ellos, que ningún pequeño detalle se le escapa a Resnais cada vez que arma su propio universo, el cuál tiene un código personal, digno del realizador-autor, que será apreciado y distinguido por sus seguidores. La fotografía a contraluz del experimentado Eric Gautier y los decorados fluorescentes de Jacques Saunier, aportan a crear la atmósfera necesaria para entrar en este micromundo de personajes patéticos, melancólicos, tristes pero esperanzados en encontrar el verdadero amor. No es de extrañar que la mayor carga de tensión se lea en un primer plano, o un plano detalle de una mirada, de una mano rozando la superficie de un coche, de una boca temblando sobre el parlante de un teléfono… ya sea en silencio o una voz en off, los segundos de expectación emocionan. La música de Mark Snow, acompaña esos silencios y aportan suspenso a cada escena, aún cuando entendemos que no hay crimen de por medio, Resnais se encarga de engañarnos una y otra vez, alrededor del misterio y el miedo mismo que rodea a los protagonistas. Es posible que tras el primer encuentro real de la pareja, la narración decaiga apenas un poco, pero la belleza y el lirismo con que un maestro del cine da el broche final, la última pincelada a su pintura, provocan que olvidemos los traspiés habituales de los guionistas, y admiremos la sensibilidad de un poeta contemporáneo que a los 87 años sigue sorprendiéndonos con su juventud, vitalidad y sabiduría.
Destinos Cruzados Lo curioso del último film de Alain Resnais es que por primera vez en su dilatadísima trayectoria va a adaptar una novela, L'incident perteneciente a Christian Gailly, si bien en temas de transposición ya había incursionado en la obras de teatro. A sus casi 88 años, Resnais nos sorprende gratamente con una historia de encuentros y desencuentros, explorando una vez mas las relaciones humanas y las existencias insatisfechas de dos extraños seres. George es un hombre maduro y casado. Un día encuentra la cartera robada de una mujer llamada Margarite y este hecho fortuito les cambiara la vida. El acontecimiento casual deviene en un simple gesto de agradecimiento de la mujer. La historia va dejando su tono de azar para convertirse en una obsesión casi paranoica, enfermiza y con destino de llevar un desenlace no de los felices precisamente. Un evento fortuito –la cartera robada- resulta el disparador para una serie de enredos que nos generan desconcierto y que dejan ver en su planteo la sensibilidad de este pionero de la ola francesa de los ’60 que, con trazo firme y la profundidad que acostumbra, viste una historia de gracia y a la vez melancolía. Lúcido y fresco como en sus mejores años, el creador de Hiroshima Mon Amour (1959) nos habla del azar, casi de una forma lúdica jugando con sentimientos y sensaciones que se despiertan en una relación humana afectada, justamente, por un golpe de suerte. El film plantea un juego tan extraño como seductor mediante personajes, diálogos y situaciones emocionantes, por momentos excesivos y desequilibrados, que son parte de la ironía con la que el autor de Noche y la Niebla (Nuit et Broulliard, 1955) nos cautiva y se nos hace irresistible, pese a sus caprichos de genio. Con sapiencia desenvuelve su narrativa encadenando momentos y géneros cinematográficos sin dar demasiado tiempo para encasillar al film en un thriller, una comedia o un drama. El jugar con esas marcas de género es parte del puzzle que se nos plantea para parodiar a los mismos y provocar aun más interrogantes sobre la naturaleza del ser humano cuando este ha perdido su eje y se encuentra fugado de su rumbo. La excentricidad que le caracteriza a Resnais no esta ausente a la hora de contar esta historia del modo que elige hacerlo para retratar una obsesión mutua donde entre lo inverosímil y en lo contradictorio se encuentra el factor sorpresa que juegan los imponderables de la casualidad y el destino.
Política de actores. Las hierbas salvajes brotan en lo mejor de un mundo hostil, crecen describiendo una exploración digresiva, estallada y poética que une a Georges con Marguerite. Los dos protagonistas están encarnados por los irreemplazables Sabine Azéma y André Dussollier, un dúo ligado casi incestuosamente al cine de Resnais, que forzamos a quererse desde las primeras secuencias, aunque entren en contacto visual sólo después de una hora y cuarto de película, en una escena tan simple como espléndida. Desde el interior de una de esas salas de cine de ensueño en las que sólo se proyectan clásicos, emerge pensativo y solitario André Dussollier, ignorando que Sabine Azéma lo aguarda con creciente impaciencia en un entorno irresistiblemente irreal. El director captura lo sublime, el espacio entre el cielo y la tierra donde los destinos quedan suspendidos en el tiempo, algo tan extraño e incomprensible que sólo puede suceder en las noches recreadas en estudio, donde el visible artificio del decorado hace que los cuerpos se liberen de las leyes físicas y los corazones de las pautas morales. Bolsos robados. Marguerite es una dentista extravagante que colecciona zapatos de marca y vuela Spitfire en sus ratos libres. El personaje, con su cabellera roja desgreñada a bordo de un descapotable amarillo, es un torbellino de color que parece haber salido de una historieta. Georges está retirado en una casona de suburbio venida a menos, amarrado al bricolaje doméstico como terapia, pero escondiendo bajo la rutina un pesado secreto que lo perfila como un peligro probable y público. La película comienza, con un homenaje encubierto a Pacto siniestro de Alfred Hitchcock, invitándonos a sentir el loco placer de dejarnos guiar por los pasos Marguerite. El director la filma de forma etérea y flotante, y Marguerite parece bailar, incluso cuando le roban la cartera que luego encuentra Georges para dar comienzo a esta insólita historia de amor. Resnais les dedica la misma atención y ternura a todos sus personajes, desde su dúo fetiche hasta el que toma prestado de Desplechin (Mathieu Amalric y Emmanuelle Devos). Una mirada siempre benévola hacia esos seres perdidos que, como las hierbas salvajes, tienden torpemente hacia espacios de mayor libertad. Free jazz. Del azar convertido en necesidad, emana un río de peripecias servidas por una mecánica precisa y festiva, coqueteando con el absurdo, lo inquietante y lo maravilloso. Discretamente emancipada de las reglas del realismo, la película nos precipita en sus misterios, en sus ausencias, comparte sus indecisiones. La pista es sinuosa, la cámara se mueve jugando con deslizamientos que preservan la esencia de sus personajes, mientras las formas falsamente geométricas enturbian cualquier certeza. El suspenso titila sin interrupción, nada avanza de manera previsible en la estela enigmática de Resnais. La voz en off es una capa suplementaria de ficción que se sobrepone a la imagen y al sonido sin enterrarlos, generando un vértigo consubstancial con el cine. La música funciona como ensueño y estimula relámpagos de valentía, como cuando irrumpe el policía que interpreta un Amalric salido de Reyes y reina. El trabajo con la cámara, la luz, el color, los decorados y la música configuran un sujeto expresivo al servicio de los personajes, un ballet que contagia alegría. Toda la memoria del mundo. Resnais acompaña a estos héroes descentrados hacia su liberación, se declara a favor de su locura y organiza una huida vertical. La película se desprende de todos sus hilos narrativos y se deshace poco a poco hasta a alcanzar, en la última secuencia, la materia misma de su arte: el aire libre. Después de sesenta años de gran cine, Alain Resnais entrega una fenomenal lección de libertad y fantasía, un delirio luminoso y moderno. Entre tanto derroche de ideas e inventiva visual, se mezcla discreta pero íntimamente la sombra transportada de la muerte. Sus signos están por todas partes: en la voz del narrador omnisciente que nos cuenta la historia con el desapego de quien conoce el final, en el agotamiento del reloj del protagonista, en la lógica espectral que conduce a la película hasta su accidente final y en el secreto de Georges que jamás será develado. Parte de la euforia que provoca esta descomunal obra maestra, algo del irresistible deseo de volver a verla una y otra vez se funda en la intuición de que Alain Resnais se despide, con una elegancia loca y una serenidad conmovedora. À bientôt.
El espíritu juvenil de Alain Resnais En Las hierbas salvajes, el director francés, de 87 años, invita a entregarse al placer de lo inesperado y lo irreal Más libre que nunca, con la misma audacia que mostraba en Hiroshima mon amour , Hace un año en Marienbad o Providence , la elegancia formal que define su estilo y la voluntad de seguir experimentando, Alain Resnais se libera aquí de unos cuantos códigos, lo que deleitará a espíritus tan indeclinablemente juveniles como el suyo y desconcertará a quienes vayan en busca de una historia psicológicamente coherente, cuya lógica narrativa responda a explicaciones razonables y, en lo posible, que tenga un principio y un fin. Las hierbas salvajes es, sobre todo, imprevisible. Parte de un hecho banal para después permitirse todas las digresiones posibles, y la única lógica a la que parece responder, en todo caso, es la del absurdo. Pero ese recorrido fortuito -que quizá no lo sea tanto, ya que conduce, aunque por caminos improbables, a temas como la pasión, la obsesión, la necesidad de ser amado, el dolor o la muerte- está lleno de sorpresas, de imaginación, de jugosos ping-pongs verbales, de humor. Los personajes responden a impulsos irracionales; no saben adónde van, pero su paso es firme, decidido. La voz en off del narrador omnisciente intenta poner algún orden en esta historia que a ratos no tiene pies ni cabeza, pero titubea, se corrige o se contradice tanto que agrega ambigüedad. En el principio hay algo de Hitchcock en los planos detalle que refieren el hecho determinante de la acción: a una mujer que sale del local donde acaba de comprarse zapatos -después sabremos que es madura, soltera, dentista y piloto de aviones- le roban la billetera que llevaba en la cartera. Un hombre la encuentra, sin dinero pero con toda la documentación, en un estacionamiento cercano, y decide entregarla a la policía, pero -burocracia mediante- su gestión fracasa, de modo que decide encargarse él mismo de la devolución. La búsqueda se hace obsesiva para este burgués casado, retirado y con un pasado misterioso. Y la historia, a partir del encuentro que al fin se concreta, sigue los rumbos más azarosos. Resnais invita a entregarse al placer de lo inesperado y lo irreal, el placer del puro cine. El principal interés del film está precisamente en esa deriva constante, en ese andar -desentendido de todo realismo- donde todo es posible, pero nunca faltan la gracia, la inteligencia ni la diversidad de personajes atractivos, a los que el cineasta concede atención y ternura similares. Como sucede siempre en sus películas, el elenco funciona como una orquesta perfecta, y el acople de imágenes, palabras y música confirma que detrás de la cámara hay un director de los grandes.
Cuando la felicidad llega en avión A los 88 años y muy lejos de la gravedad de Hiroshima mon amour, el gran director francés propone una comedia sobre el deseo, sobre los impulsos, una película no precisamente erótica, sino más bien sensual, en el sentido más amplio del término. ¿Una comedia de Alain Resnais? Sí, una comedia. Es injusto que después de la levedad aérea de Yo conozco la canción (1997) o incluso del tono agridulce de su anteúltima película, Corazones (2006), se siga asociando al legendario director francés, de 88 años recién cumplidos, únicamente con su costado más grave, que sin duda lo tiene, desde que se dio a conocer con su célebre ópera prima, Hiroshima mon amour (1959), una de las puertas de entrada al cine moderno. Pero ya en el díptico Smoking / Not Smoking (1993) bullía un espíritu irónico y chispeante, que ahora Las hierbas salvajes no hace sino profundizar. El nuevo opus de Resnais, inspirado en una novela de Christian Gailly (un autor desconocido en Argentina, como también lo eran Marguerite Duras y Robbe-Grillet cuando el director trabajó con ellos, medio siglo atrás), es un film sobre el deseo, sobre los impulsos, una película no precisamente erótica, sino más bien sensual, en el sentido más amplio del término. Que la pareja protagónica esté integrada por dos intérpretes que no son jóvenes –André Dussolier y Sabine Azéma, viejos conocidos del director– no hace sino más singular el proyecto. El punto de partida es El incidente, una novela de Gailly que parece haber despertado en Resnais –según confesó el año pasado en Cannes– “el sentido de la síncopa, el deseo de hacer variaciones sobre una situación como un músico de jazz le busca nuevos ángulos a un mismo tema”. Un tema más bien ligero, por otra parte. El punto de partida es la billetera perdida de la mujer, que el hombre encuentra y que despierta su curiosidad y sus fantasías: ¿quién es esa desconocida que lo mira de diferentes maneras desde las fotos de sus distintos documentos? ¿Será verdad, como dice ese carnet, que ella tiene licencia para pilotear aviones, un gusto que él nunca se llegó a permitir? Antes que la circulación del deseo, en Las hierbas salvajes parece haber una circulación de veleidades contrariadas, de equívocos, de graciosos malentendidos. Si Corazones tenía quizás un tono demasiado oscuro, o más bien invernal, con esas permanentes nevadas que teñían de melancolía los desencuentros de sus personajes, Las hierbas salvajes en cambio parece una película veraniega, luminosa, de colores alegres y primarios. Y los personajes, a pesar de su edad, que puede parecer otoñal, responden a esa energía estival y crecen en direcciones imprevisibles, como esas hierbas silvestres a las que menciona el título. La cámara de Resnais, cada vez más libre, hace un poco lo mismo. Va y viene con una fluidez asombrosa y en alguna ocasión incluso parece cobrar vida propia y se libera del yugo de tener que someterse a los dictados de la narración. Hay una escena en la que, como si se aburriera de las disquisiciones de sus personajes, la cámara los abandona discretamente, como quien deja un cuarto en puntas de pie y va a buscar su propio campo de interés, vagando por la sala y registrando detalles que hacen a la vida cotidiana de esa gente, pero que son mucho más divertidos o reveladores que ese parloteo insustancial que se sigue desarrollando, ahora lejano, en el comedor. La paleta deliberadamente colorida y artificiosa del virtuoso fotógrafo Eric Gautier hace aún más feérico ese mundo que parece transcurrir solamente en la cabeza de los personajes, sensación que acentúan los respectivos monólogos interiores de uno y otra. Es verdad que esas “variaciones” de las que habla Resnais funcionan mejor en la primera mitad de la película y que después se vuelven quizá no tanto reiterativas como algo banales. Pero al mismo tiempo no puede dejar de celebrarse la libertad y el desprejuicio con que Resnais sigue pensando el cine y la vida.
Deconstrucción de una historia de amor La impronta literaria es la capa que recubre la mínima trama de Las hierbas salvajes, último opus del realizador francés Alain Resnais, donde la presencia de un narrador omnisciente es la clave para entender de qué se trata esta propuesta, inspirada en la novela" El incidente", de Christian Gailly. El octogenario director (tiene en la actualidad 88 años) parte de una anécdota insignificante: la pérdida de una billetera tras el robo de una cartera. A partir de allí -y siempre avanzando en un terreno especulativo- se las ingenia para tejer las redes narrativas por las cuales unirá a los protagonistas George y Margueritte (André Dussollier y Sabine Azéma). Ambos llevan vidas rutinarias y grises al punto que comparten ese aspecto irremediable sin saberlo pero también la pasión por la aviación que cada uno mantiene intacta como un secreto y hace un tiempo dejaron en el olvido. ¿Podrían dos extraños encontrarse y enamorarse? Ella es piloto matriculada, pese a que se ha dedicado a la odontología y él simplemente un padre de familia, esposo y abuelo a punto de jubilarse tal vez, además de aficionado por la aviación, hobbie que abrazó gracias a su padre. Pese a que estas coordenadas se abren de una manera lógica en el relato, para el que Resnais despliega una batería de recursos cinematográficos como el desfasaje entre audio e imagen; el plano de la imaginación y el soliloquio; el flashback y la superposición de tiempos, resulta evidente la ambigüedad a partir de la incursión del narrador y de los erráticos rumbos que va tomando el desarrollo de la historia; incluso con la incorporación de una serie de personajes secundarios como el policía (Mathieu Amalric) o la amiga de la protagonista (Emmanuelle Devos), para quienes el director reserva un falso triángulo amoroso por un lado y un inconcluso thriller paranoico por el otro. Tampoco pueden dejarse de lado la aparición permanente de apuntes cinéfilos, revestidos con sutil ironía, en clara referencia al cine hollywoodense y sus “happy endings” forzados. Quizás uno de los mayores defectos del film consista en la digresión que penetra y avanza de forma constante, generando en muchas ocasiones ciertos huecos narrativos que pese al mecanismo propuesto y al concepto de la fugacidad como eje rector hacen ruido en la cohesión final. No obstante, sin ser una gran obra del director de Conozco la canción, alcanza para tomar contacto con un cine diferente que le exige al espectador mayor compromiso y atención.
Del amor y otros efectos colaterales Una tarde cualquiera en París puede cambiar dos vidas. O más. Así parece al menos para George (André Dussollier), que por obra y gracia de un hallazgo inesperado deja volar su fantasía para ir detrás del misterio que para él entraña una mujer ignota, arriesgando todo lo que ya tiene. En tanto, Marguerite, la mujer (Sabine Azéma) se deja arrastrar por este factor novedoso en su existencia, por más que la paulatina obsesión de George y los grises de su pasado enturbian la incipiente relación. Aunque ya roza los noventa años, Alain Resnais demuestra que puede seguir siendo uno de los directores más vigentes y frescos (si cupiera el término) de la cinematografía francesa. Combina diferentes elementos de géneros como el thriller, la comedia negra, el policial y el romance clásico, más un giro moderno para insertar la trama en la actualidad. Y así, en poco más de hora y media, desarrolla su relato sin prisas, con el pulso de un buen narrador. El trabajo de André Dussollier y Sabine Azéma en los roles principales es correctísimo, sin brillanteces pero con toda la solvencia que es de esperar en dos veteranos de buenas batallas cinematográficas. Los secundarios, a cargo de Mathieu Amalric y Emmanuelle Devos, son las auténticas marcas de agua de una historia donde la mano del director realza verdaderamente el libro en que se basa. Lo más flojo: algunos de los meandros narrativos hacen que se pierda un poco el interés en la trama, aunque las imágenes y el virtuosismo visual contribuyen a mantener enganchado al espectador. También, que el mejor estreno de la cartelera para este jueves sea tan limitado en cuanto a su exhibición y se haya demorado tanto, comercialmente hablando.
Amorosa obsesión La nueva película del veterano Alain Resnais (87 años) habla del amor y la casualidad. Las ambigüedades propias del ser humano inundan la pantalla en cada escena de Las hierbas salvajes , la película del jovencísimo Alain Resnais (87 años al presentar este filme en Cannes el año pasado). Así como al director de Hiroshima mon amour le gusta no repetirse y que sus filmes sean bien distintos entre sí, al adaptar por primera vez en su carrera una novela también se ha permitido, en la misma película, saltar de un género a otro. Todo comienza con una pérdida y un encuentro. Georges Palet (André Dussollier) es un marido supuestamente feliz, casado hace 30 años con una mujer más joven, que encuentra en el estacionamiento de un shopping un portadocumentos. Es de Marguerite Muir (Sabine Azéma), a quien un ladrón le arrebató la cartera y tras quitarle el dinero, lo arrojó. Georges siente el deseo, primero, de devolver lo encontrado, pero poco a poco sus ansias van in crescendo, hasta transformar el encuentro en una obsesión. El amor ¿no es en sí una obsesión?, parece preguntarnos Resnais? “Si uno quiere que todas esas cosas funcionen tiene que aceptar, aún a regañadientes, renunciar, ceder. En fin, comprometerse... Finalmente eligió un modelo que se acercaba a lo que quería”, dice una voz en off. No habla de amor. Habla de la elección de Marguerite por un par de zapatos. Resnais siempre estuvo en la avant garde, por lo que se permite jugar con las imágenes, los colores, los pensamientos (“Todos cometemos errores, es nuestra naturaleza imaginar cosas”) de sus protagonistas. La luz emocional, no realista, del fotógrafo Eric Gautier, la manipulación del tiempo a través de la edición (un rasgo del realizador), todo aúna en un filme que por momentos es comedia de enredos, por otro se asemeja a un thriller y finalmente es una película romántica al viejo estilo del cine francés de los ’50. Es que, al fin y al cabo, como dice Georges, “después del cine, nada nos sorprende, todo puede ocurrir con total naturalidad”... Y así es como sus personajes pueden usar pilotos en días de sol, la dentista y aviadora Marguerite puede decir algo y querer manifestar lo contrario, tomar decisiones intempestivas, temer, soñar... “Uno puede preocuparse sin amar, pero ¿acaso uno puede amar sin preocuparse?”, Georges afirma más que le pregunta a Marguerite. “Sí”, es la desconcertante respuesta de ella. Igual que la pregunta que una niña hace a su madre al final, que descoloca al espectador y permite abrir un abanico de posibilidades sobre su inclusión por parte de Resnais. Claramente los actores juegan a lo que Resnais les pide y se sienten a sus anchas. Dussollier y Azéma expresan esas ambigüedades que marcábamos al principio. La relación de sus personajes es como esas hierbas salvajes que menciona el título, que crecen en cualquier lugar, sin que medie un motivo aparente. Nada podía hacer pensar que Georges y Marguerite podían conocerse y/o amarse. Pero las hierbas salvajes se abren paso sin motivo, sin razón aparente. “Si pone algo nuevo en algo viejo, tiene que reemplazarlo todo. Sí, no hay opción. Lo viejo pronto se vuelve insoportable”. Y Georges no habla de las relaciones afectivas.
Amor fou, mon amour En las últimas dos décadas Alain Resnais abandonó el discurso hermético y aferrado a la importancia literaria de los comienzos de su carrera (Marguerite Duras, Alain Robbe Grillet) para sumergirse en una tónica argumental más leve, agradable y democrática para un espectador no tan acostumbrado a aquellos juegos con el tiempo y el espacio de Hiroshima mon amour y Hace un año en Marienbad. Dentro de esa vertiente se presenta un amour fou entre un hombre casado, fanático de viejas películas y con un pasado oscuro (extraordinario André Dussollier) y una dentista y piloto de aviones (Sabine Azema), contada a través de los azares y las casualidades, encuentros y desencuentros, que comprenden una historia de amor. Pero en manos de Resnais, las convenciones narrativas, aun pautadas por la levedad que enmascara el tema de la película, prontamente se destruyen para que Las hierbas salvajes no se transforme en otra esquemática historia de amor. En ese sentido, Resnais utiliza una voz en off que se contradice o que duda de aquello que debería afirmar mostrando las fragilidades humanas de su pareja, pero también, del entorno que rodea a estos amantes imposibles, Es difícil, en este punto, definir a Las hierbas salvajes (basada en la novela de Cristian Gailly) por un género determinado: las situaciones oscilan entre la comedia de situaciones y el drama familiar con la suficiente astucia y elegancia que puede provocar, en determinadas escenas, cierto desconcierto en el espectador. Y, por si fuera poco, Resnais tampoco le teme al ridículo de acuerdo a las decisiones que toma la pareja central, al fin y al cabo, dos personajes que harán lo posible para conocerse de la mejor manera. Ese es el secreto de esta película feliz sobre un amor otoñal: esquivar los lugares comunes de una historia de amor para sumergirse en los enigmas que representa conocer a alguien desconocido. Más que suficiente para un cineasta cerca de cumplir 88 años.
Desde “Hiroshima, mon amour” (1959), el amor y el tiempo han sido dos temas recurrentes en la obra de Alain Resnais (88). Títulos tan disímiles como “Hace un año en Marienbad”, “Muriel” o “Están tocando nuestra canción”, hablan de ese misterio elusivo y desesperante de las relaciones sentimentales, Apartado de aquel hermetismo de su primera época, su cine se ha vuelto más liviano, más fresco y más cargado de un humor sutil, sin descuidar el misterio. Ahora se trata de parejas mayores. Para Georges (A. Dussollier), encontrar la billetera de Margherite (Z. Azema) puede significar un cambio rotundo en esa vida de pasado oscuro.
Llega a las pantallas de Buenos Aires la última obra del realizador francés Alain Resnais, ganadora del Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Cannes 2009 y en la que nos ofrece un historia basada en la del libro "L´incident" escrito por Christian Gailly y guionada por Alex Reval y Laurent Herbiet. Con una profusa carrera cinematográfica integrada por 23 largometrajes y 24 cortos documentales, Resnais, de 88 años, uno de los pilares de la mejor época de la Nouvelle Vague, vuelve a ocuparse de las personas que transitan una etapa de confusión en sus existencias provocada por episodios de su pasado que no pueden superar pero que, para olvidarlos, se aferran a los acontecimientos fortuitos con los que el presente los sorprende como si fueran una tabla de salvación que los alejará de la depresión y del vacío vivencial que sienten bajo una apariencia de indiferencia los unos o de frivolidad los otros. Personajes que en definitiva no se conocen, esencialmente, entre ellos. Así lo hizo en su primer largometraje, inolvidable "Hiroshima, mon amour" (1959) guionado nada menos que por Marguerite Duras y en obras posteriores como por ejemplo "El año pasado en Marienbad" (1961) con un guión de Alain Robbe-Grillet basado en la novela "La invención de Morel" del argentino Adolfo Bioy Casares, también se encuentra esta narrativa experimental de la ambigüedad, que luego fue su característica, en "Muerte al amor" (1984), "En la boca, no" (2003) y en una de las más recientes, "Asuntos privados en lugares públicos" (2007). En esta realización, la primera puesta en situación del espectador se hace mediante un narrador, con un magnífico trabajo en off del conductor televisivo francés Edouard Baer. Después, Renais, mediante su característico uso del montaje sin continuidad y de planos superpuestos como alter ego, comienza desde las primeras escenas a perfilar a cada personaje en el tiempo y espacio real para contarnos que están en una aguda etapa de expectativa a lo que sucederá en sus existencias. Marguerite compra cosas que no necesita pero llenan su vida y en un shopping le robarán su billetera, la que será encontrada, sin dinero pero con documentos por Georges, que posterga tareas tan simples como cortar el césped de su casa para tener así algo para estar ocupado en su futuro. El hombre decidirá devolver lo que encontró pero el estar frente a la mujer no será algo que busque de inmediato sino que obviamente lo postergará, mientras ella se debatirá con un histerismo que la confundirá aún más. Son dos seres que no se aman pero se reclaman el uno al otro, no se quieren pero se necesitan. Sus vínculos son casi superfluos. Poéticamente desde el título y también en algunas imágenes vemos que en los canteros de sus vidas crecen "malezas" y no encuentran la forma de eliminarlas. Esos "yuyos" pueden llegar a bloquear los caminitos que se emplean para salir de enmarañado jardín. La trama contiene, casi todo el tiempo y a pesar de ser un drama, rápidos pases de comedia, que arrancan sonrisas, muy cargados de una ironía que dispara sus dardos a las mujeres, a los hombres, a la situación laboral francesa, al cine de Hollywood y hasta a las más emblemáticas obras del propio realizador. La protagonista, Marguerite, está interpretada por Sabine Azéma, famosa actriz y directora francesa de 60 años y esposa de Alain Resnais. Azéma compone sin discontinuidad su personaje desde la inocencia, lo pasa por la excentricidad y vuelve a colocarlo en la inocencia; mientras que André Dussollier compone a Georges más que con los gestos con una construcción vocal al utilizar tonos dubitativos casi todo el tiempo, trabajo difícil, pero él es también un actor de radio acostumbrado a este tipo de resoluciones interpretativas. Este drama, con dos falsos finales y un cierre de historia que todos los espectadores se imaginan, entretiene y hasta arranca sonrisas al tocar, sin demasiada profundidad, el mecanismo de ocultamiento que casi todas las personas utilizan al menos en una etapa de su vida para que no se revele algo que consideran que arruinará su presente y su futuro.
Película para transformar la mirada Esta historia de trasfondo amargo, que alcanza lo trágico, lleva a participar de cabriolas circenses en pleno vuelo, tras un último gesto de sensualidad y deseo que se centra en un juego de miradas y en el caprichos de un pantalón. A cincuenta años de su primer largometraje, Hiroshima Mon Amour, que motivó una vasta y profunda literatura crítica y que hoy figura entre los clásicos de todos los tiempos, Alain Resnais, nacido en Vannes en junio del 22, nos ofrece otra sus más sorprendentes obras, en la que se atreve a proponernos otro relato lúdico en el que campea lo imprevisto y el absurdo y que como su título lo refiere nos lleva a pensar este film, que se ha estrenado esta semana, en aquellos personajes y situaciones que se manifiestan de manera espontánea, alocada, en un medio particularmente ordenado y delineado. En varios momentos del film se hacen presentes estos planos que descubren entre las losas de cemento de un paisaje urbano un conjunto irregular de estas hierbas, que escapan a todo control y que surgen allí, llegando a modificar una estructurada geografía. En este sentido, cabe partir de aquí para ver de que manera Resnais nos invita, en esta historia de trasfondo amargo y que alcanza lo trágico, a participar de unas cabriolas circenses en pleno vuelo, tras un último gesto de sensualidad y deseo que se centra en un juego de miradas y en los caprichos de un cierre de pantalón que queda atascado. En la trayectoria de este eximio realizador, que parte de los días de la Nouvelle Vague, junto a sus compañeros de ruta Jacques Rivette, Jean Luc Godard, Francois Truffaut, Agnes Varda y Jacques Demy, entre otros, encontramos algunos títulos que han ido bosquejando este. Nos referimos particularmente a La vida es una novela de 1983, Smoking/No Smoking del 93 y particularmente Yo conozco la canción del 97 y años después esa recreación de una opereta de 1925, en clave humorístico que es En la boca, no, films que, por otra parte, nos llevan a revivir escenas musicales de otras anteriores obras de su autoría. En Yo conozco la canción, Resnais ponía en escena la quintaesencia del festivo "teatro de boulevard" desde un juego de equívocos y de situaciones azarosas en torno al tema del amor no correspondido. En este film del 97, recurría a un puesta brechtiana con dispositivo de flashback, que evocan medio siglo de la canción francesa, a través de sus intérpretes más populares, tales como Josephine Baker, Jacques Dutronc, Alain Souchon, Gilbert Becaud, Maurice Chevallier, Edith Piaf, Jane Birkin, entre tantos otros. En esta brillante y eufórica comedia que roza el musical, podemos ya localizar algunos aspectos que hoy se pueden seguir en Las hierbas salvajes. Particularmente en la escena final, Las hierbas salvajes puede llegar a desconcertar; más aún, si tenemos en cuenta el parámetro institucionalizado de cierto cine de hoy, que busca interesadamente efectuar un cierre de equilibrio, que evita espacios en blancos y quiebres. Quizá una de las claves para ingresar este film sea la de "dejarse llevar", como esa voz que funciona como hilo conductor y que nos acerca a situaciones cotidianas que en sí mismo revelan contradicciones: los pasos de la protagonista que conducen a una zapatería preferencial de París, en un aquilatado tiempo de observaciones, que se contraponen con una resolución fugaz; mediando una cartera de mujer, de llamativo color, que se mueve ralentizada en el aire; plano que abrirá la puerta y ventanas a un posible encuentro, sostenido por un latente, aunque adormecido en principio, deseo. Ingresar al film, dejando a un costado cierta lógica que agenda nuestro periplo cotidiano, tomándole la mano sí a una sonriente locura, (término alejado aquí de toda connotación clínica) y que en este caso está emparentado con los juegos de la ficción. Esta historia vuelve a decir "dejate llevar", subí a este avión de prueba junto a su desconcertante protagonista, odontóloga, que está a punto de recuperar su billetera, tras un vertiginoso robo; instantes después de adquirir esos preciados zapatos que le salieron al cruce después de una pormenorizada búsqueda. Cuadro de matrimonio estable, aunque silenciado, vidas de mujeres solteras que esperan desde un rincón de su profesión, confidencias y vacilaciones, rechazos e insistentes llamados, algunas de las situaciones y cuadros que se irán cruzando, con pinceladas de un fluorescente celeste que irá cubriendo los marcos de puertas y ventanas, de la puerta que da a la casa y que descubre un jardín. Y en ese cruce, los por momentos caricaturescos agentes de policía respecto de un hallazgo y de un llamado de atención, ante un hecho, que raya en lo delictivo. Aún aquellas escenas que podrían haber provocado reacciones de angustia encuentran en Resnais, por su lente de acercamiento muy reflexiva, un toque de ironía y de reconocible ternura. La cámara de Resnais va creando misterio y descubre lo excéntrico, allí donde aparentemente nada ocurre. La posición que elige para recortar esos fragmentos de realidad es la que permite, junto a la música de Mark Snow -el compositor de las bandas sonoras de la trilogía Millenium-, crear determinadas atmósferas. Resnais nos invita a participar con su juego, desde sus propios interrogantes. Las hierbas salvajes convoca y desconcierta, es un film de colorido disfrute si podemos llegar a aceptar esas claves de ingreso para iniciar una partida. Y es pensar al cine como un arte que transforma la mirada.
Los vuelos de un octogenario La vejez es un estadio en el que un artista puede alcanzar una libertad soberana. A sus 87 años, Resnais demuestra por qué es un cineasta fundamental. Moderno, lúdico, declaradamente formalista, y un surrealista anacrónico, Resnais, que ya está preparando su próxima película, puede en Las hierbas salvajes transitar magistralmente la comedia romántica, el thriller, el drama y hasta insinuar un musical, siempre con una fluidez admirable. El origen literario de Las hierbas salvajes (basada en la novela El incidente , de Christian Gailly) sólo podrá asociarse a una voz en off capaz de describir lo que sucede en la película como también de interpretar los pensamientos de los protagonistas. El resto del filme es puro cine. Así, el plano inicial, es un misterioso travelling hacia adelante. La cámara se dirige hacia un agujero en una construcción abandonada. Luego, sobrevolará a ras del suelo la hierba salvaje que crece en el pavimento. Es una metáfora del encuentro azaroso entre dos sujetos y un amor cuyo destino más certero podría ser el fracaso. Pero no aquí, pues en el cine, o más bien a la salida, “nada nos sorprende. Todo es posible”. El robo de una cartera y la devolución de una billetera serán los lazos entre Marguerite y a Georges. Ella, dentista y soltera; él, casado con hijos, y quizás un sobreviviente de alguna crisis devastadora, al menos a juzgar por su conducta por momentos delirante. Estos cincuentones poseen una pasión en común: la aviación. Poco importa si el romance prosperará, pues en este retrato del amour fou la asociación libre es la regla, lo que importa es volar. La cartera vuela, la cámara también, y el vuelo concreto del desenlace llevará a una resolución narrativa que parece un koan del Zen. Si Corazones era secretamente un filme sobre la nieve, Las hierbas salvajes es oblicuamente un tratado sobre el color. Las luces de neón de una sala de cine, un momento sublime, son imborrables. El resto es puro Resnais: hacer visible cómo funciona nuestro órgano pensante. Sus planos son materializaciones perfectas de cómo pensamos.
Renais a las finas hierbas En un reportaje al cineasta Alain Resnais, celebrado director de "Hiroshima mon Amour" y las más recientes "Conozco la canción" o "Corazones", comentó que la idea que lo movió a adaptar para la pantalla la novela "L'incident" de Gailly es "el sentido de la síncopa, el deseo de hacer variaciones sobre una situación como un músico de jazz le busca nuevos ángulos a un mismo tema". Y con este puntapié inicial, Resnais juega con estas posibilidades de variación de una historia sencilla durante los frescos 105 minutos del film. Sobre una anécdota simple, logra abrir un abanico de posibilidades, de eventualidades, de encuentros y desencuentros que van haciendo girar la trama en distintas direcciones -y a veces sobre sí misma- sin poder encasillar a su último opus, "Las hierbas salvajes", en ningún genero en particular. Marguerite va a comprarse zapatos, un placer que ella se habilita como un juego, probándose varios pares en su local preferido con su vendedora preferida. Al salir del negocio, esa tarde cualquiera, un jóven en patines pasa a toda velocidad y le arrebata la cartera, dejándola sin un centavo. Por otro lado, George cuando va a subir a su auto, en el estacionamiento y junto a la rueda, encuentra la billetera de Marguerite y comienza a tejer las diferentes fantasías posibles para abordar a esta mujer que sólo conoce por el nombre y por las fotos de sus documentos... y devolverle sus pertenencias. Rozando el thriller con un ritmo Hitchcockiano, el policial, saltando a la comedia y al romance más clásico (a quien el director rinde un homenaje con una radiante Grace Kelly en el afiche y las fotos de "Los puentes de Toko Ri") se divierte mutando de género en género, desorientando al espectador de forma tal que la película sorprenda a cada paso por su falta de previsibilidad y por la irracionalidad en las reacciones de sus personajes. ¿Porqué George se ha obsesionado tanto con esa desconocida hasta el punto de descuidar a su pareja? ¿Y su pareja, porqué acepta silenciosamente esta nueva relación que George pretende construir? ¿Qué le despiertan a Marguerite las llamadas de ese extraño que encontró en algún momento su billetera pero con el que no tiene porqué seguir hablando? Resnais nos deja libre el campo para que nosotros como espectadores tratemos de darle respuestas a cada una de esas preguntas que deliberadamente nos deja sin responder. Y así los personajes se construyen tan irracionales como intrigantes. Y fundamentalmente, para este juego cinematográfico que lo consolida con sus casi noventa años en uno de los directores más prolíficos e interesantes del cine francés actual, Resnais cuenta con el trabajo de André Dussollier (George) y Sabine Azéma (Marguerite) cuyo disfrute se transmite fuera de la pantalla (quienes ya habían probado su excelente química como los padres de joven que no quiere irse de su casa en "Tanguy "). Azéma está radiante con sus pelos rojos electrizados que marcan el nervio desde la primer aparición y Dussolier se regodea con ese personaje de un hombre de oscuro pasado que esconde más de lo que muestra y que a la hora de poner en juegos sus sentimientos, se pone a dudar como un niño. Mathieu Amalric y Emmanuelle Devos, dos super estrellas del cine francés actual, participan con dos roles secundarios completamente deliciosos que marcan algunos de los pasos de comedia que nos regala Resnais amenizando la trama. Sin duda el esplendor visual, el color de las imágenes y el ritmo de la narración confirman que Resnais todavía tiene mucho para regalar.