Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge) es una médica francesa que llega hasta Polonia, como parte de una misión de la Cruz Roja, para atender a los últimos heridos de la Segunda Guerra Mundial. Un día acude hasta ella una monja que, quebrando las reglas de obediencia, se escapa del convento para pedir ayuda. Cuando ambas arriban al lugar, el panorama que se encuentra es bastante oscuro: un grupo de monjas embarazadas por el Ejército Rojo, solas, a punto de dar a luz. Nadie más que Mathilde sabe lo que ocurre, y están decididas a que así sea. El inconveniente es que la joven médica no da a basto, hay una barrera idiomática de por medio y, encima, las mujeres se encuentran reacias a que cualquier persona las revise. Sus cuerpos aparecen convertidos en un motivo de vergüenza, un padecimiento, algo de lo cual sienten culpa por tener y por haber incumplido el voto de castidad -incluso contra su voluntad. Mientras las calles de Polonia se llenan de huérfanos de guerra que juegan en las calles y hacen travesuras, las monjas dan a luz y luego entregan los recién nacidos a quien se encarga, supuestamente, de hacérselos llegar a alguno de sus familiares.
Polonia, 1945. En un convento a las afueras de Varsovia, unas monjas llevan su aislada y austera vida, pero a la vez, también esconden un terrible secreto. Y es que hace meses fueron violadas por miembros del ejército rojo. Ahora con varias de ellas embarazadas, deberán abrir las puertas del lugar y de sus creencias a un par de médicos de la Cruz Roja que las intentaran ayudar para llevar adelante los últimos momentos de embarazo. Solo basta leer la sinopsis para saber que estamos ante una película bastante densa, y no por lo aburrida, si no por el tema pesado que toca. Y no hablo solo por la violación en sí, si no quienes la sufren, el contexto histórico en el que sucede todo, y la eterna duda de si hacer lo correcto según las creencias o el criterio de cada uno. Es una lástima que ante tanto potencial, Las Inocente no termine por explotar ninguna de las varias puertas que se abren. Por un lado tenemos como la Iglesia y su forma de pensar, hace frente al embarazo por violación y más aun cuando son ellos mismos quienes lo padecen; y por otro lado tenemos el siempre interesante tema de la ciencia versus la religión. Y por desgracia todo se queda a medias tintas. Si tuviera que decir cuál es el tema central, el conflicto de fondo que cuenta Las Inocentes, no sabría decirles, ya que como escribí en el párrafo anterior, las buenas premisas que se tenían se tratan con bastante frialdad, siendo lo que más vemos la relación de amistad que forja la doctora Mathilde (Lou de Laage) y una de las jóvenes monjas. De hecho, a medida que el filma avanza, vemos otro minis arcos argumentales que se abren (y que no comentaremos cuales son), que quedan en la nada, ya que no tienen conclusión, o a los pocos minutos se cierran. Es una lástima que Las Inocentes toque muy por arriba estos temas, ya que ver la postura de la Iglesia en dicha época con respecto a ciertos temas hubiera sido interesante, pero viendo el film, se nota que el guionista Pascal Bonitzer no se animó a llegar demasiado lejos y prefirió quedarse con lo políticamente correcto, intentando quedar bien con todo el mundo. Las Inocentes se muestra como una película que verá mucha gente debido a su temática y seguramente entre dicho público le irá bien. Pero si se la analiza con un poco de ojo crítico, se nota que es un film bastante chato que nunca se arriesga a trasgredir más que desde una premisa bastante fuerte, y que se queda en eso, una premisa fuerte. Una pena que a veces este tipo de cine tampoco se anime a ser políticamente incorrecto.
La cruz bélica Desde hace varios lustros el cine europeo viene entregando una serie de obras que examinan aspectos poco tratados de los conflictos armados del siglo XX, con la microhistoria como gran bandera. Hoy la directora Anne Fontaine se luce al indagar en un tópico delicado como las violaciones masivas… En diciembre de 1945, en Polonia, una monja escapa sigilosamente del convento donde reside en pos de dar con un médico. Unos niños que viven en la calle la conducen a un destacamento francés de la Cruz Roja que está socorriendo a los sobrevivientes galos de la Segunda Guerra Mundial. Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge), una joven doctora, accede a acompañarla hasta el claustro y allí mismo descubre que ha sido llamada para asistir a una mujer embarazada que está en trabajo de parto. La Madre Superiora Jadwiga Olezka (Agata Kulesza) y su mano derecha Maria (Agata Buzek) le informan que la congregación albergó a la susodicha porque su familia la rechazó de lleno. Mathilde realiza una cesárea y promete regresar al día siguiente con penicilina: precisamente en esa segunda jornada descubrirá que existen más mujeres en ese estado, siete en total, todas monjas violadas por el ejército ruso.
La prolífica e irregular (pero siempre provocativa) directora francesa de Nathalie X, Entre sus manos, La chica de Mónaco, Mi peor pesadilla, Coco antes de Chanel, Madres perfectas y La ilusión de estar contigo rodó este drama inspirado en hechos reales sobre unas monjas polacas de un convento de clausura violadas en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial por soldados rusos, y cómo deben lidiar con su nueva realidad cuando varias de ellas quedan embarazadas. Más allá de la dureza del conflicto, Fontaine lo maneja con rigor, sobriedad y sensibilidad, sólidas actuaciones y un impecable despliegue visual. La película arranca en diciembre de 1945. La guerra ha terminado, pero las heridas (corporales y morales) se perciben en toda su dimensión. Mathilde Beaulieu (Lou de Lâage, impecable) es una joven médica que trabaja a destajo en un hospital de la Cruz Roja francesa en Polonia cuyo objetivo principal es tratar y repatriar a sobrevivientes de los campos de concentración nazis. Ella -proveniente de una familia comunista- es una mujer independiente, emprendedora e irresistible hasta para Samuel (el siempre notable Vincent Macaigne), experimentado cirujano al que asiste y con el que mantiene algunos encuentros sexuales. Más allá de los horrores cotidianos con los que se enfrenta, Mathilde descubrirá uno todavía más conmovedor: en un convento de clausura varias monjas han sido varias veces violadas por soldados rusos (los supuestos “liberadores”) y siete de ellas han quedado embarazadas. Aunque tratan de mantener la situación oculta, llega un momento en que necesitan atención médica ante el riesgo de muerte no sólo de las criaturas sino incluso de las propias religiosas. A pesar de la oposición de la madre superiora (Agata Kulesza), quien tiene todo arreglado para dar los bebés en adopción y evitar el escándalo, la protagonista podrá ingresar y empezar a asistir con la ayuda de la querible Hermana Maria (Agata Buzek) a las jóvenes descontenidas en lo médico y psicológico, y llenas de miedos, angustias y contradicciones íntimas. Si bien por momentos la película –que tiene algunos puntos de contacto con De dioses y hombres, de Xavier Beauvois; y con Ida, de Pawel Pawlikowski– se extiende demasiado en retratar la dinámica interna del convento y es un poco torpe en la presentación de escenas extremas (en un momento la propia Mathilde está a punto de ser abusada por militares en plena ruta), los conflictos principales tanto de la protagonista como de las monjas están narrados con sobriedad, austeridad y una elegancia nunca ostentosa cortesía de la talentosa directora de fotografía Caroline Champetier. Se trata, en definitiva, de una propuesta en muchos aspectos conmovedora y que merece ser tenida en cuenta.
Cuestión de fe. Agosto de 1945 en un convento cerca de Polonia, en el medio de la nieve las religiosas viven a puertas cerradas y nadie sabe lo que han sufrido allí adentro durante la guerra, hasta que una joven novicia desobedece a la Madre Superiora y escapa hacia el pueblo en busca de un doctor. Luego de varias súplicas a médicos que la ignoraban mientras atendían soldados heridos consigue la ayuda de Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge), una joven doctora de la Cruz Roja que la acompaña hasta al convento. Al llegar descubre que la monja a la que debe atender está en trabajo de parto, y hay varias hermanas en la misma condición, ya que han sido violadas por soldados del ejército rojo. Al principio se niegan a recibir ayuda, y la única condición que ponen es que la doctora guarde absoluto silencio, nadie debe saber lo que sucede allí, ya que temen que la iglesia las aleje del convento si se entera de lo que ha pasado. La doctora Beaulieu es una mujer independiente, fuerte, acostumbrada a pelear por su lugar en una época en que la medicina era cosa de hombres, pero no logra comprender a estas mujeres sumisas, sufridas, que pretenden arreglar todo rezando y con fe, aun así se solidariza con ellas y es capaz de poner en riesgo su trabajo para poder ayudarlas. A simple vista el encuentro de la doctora con las religiosas representaría el planteo fe versus ciencia, pero la película profundiza un poco más allá de eso al mostrar la relación que cada religiosa tiene con su embarazo; algunas sienten rechazo por los bebés, otras ponen en duda su fe, y en algunas nace el deseo de protegerlos. La historia es muy dura, y muestra desde un lugar muy trágico el rol de la mujer durante la guerra, son muchos los temas que toca y las reflexiones que despierta, pero a pesar de lo interesante que es el argumento el filme no profundiza demasiado ninguno de los temas, quedándose en la superficie de todas las situaciones que muestra, y lamentablemente elige un final muy políticamente correcto para no herir susceptibilidades de ningún tipo de público. La dirección es correcta, con una hermosa fotografía, al igual que las actuaciones, especialmente la de Lou de Laâge que construye un personaje muy interesante y lo interpreta con gran sensibilidad. El filme es un drama que muestra un costado de la segunda guerra que generalmente no vemos en la pantalla grande, sin golpes bajos, con interpretaciones a la altura de la complicada temática, y con un final tal vez demasiado feliz para un contexto tan trágico, pero que deja al espectador con un poco de esperanzas.
LOS HORRORES DESPUÉS DE LA GUERRA Es una coproducción francesa-polaca, dirigida por Anne Fontaine (la misma de “La ilusión de estar contigo” y “Coco antes de Chanel”) que se mete con tema que tiene raíces en hechos reales. Las monjas de un convento de clausura en las afueras de Varsovia que han sido salvajemente abusadas por los soldados rusos. Una práctica tan horriblemente común en muchas guerras. La historia del film se articula enfrentando a dos mundos. El de los médicos de la cruz roja que rescatan heridos y ayudan a muchos huérfanos y lo que ocurre en ese convento donde siete monjas quedaron embarazadas. Una medica joven y decidida descubre ese drama que debe mantenerse en secreto sino pueden clausurar el convento. Entre la relación de esa profesional y esas monjas esta lo mejor del film, entre dudas de fe, prohibiciones absurdas, crímenes para evitar el escándalo en nombre del bien común. Y aunque a veces el argumento se ramifique sin razón y algunas resoluciones son demasiados mágicas, el espesor del film entre esos mundos contrapuestos, la delicadeza y el buen gusto para mostrar lo ocurrido o lo que se decide no mostrar, la impecable belleza de muchos momentos, hace que este film valga la pena ser visto. Grandes actores.
Sobre mujeres y sus circunstancias. A partir del personaje de una joven médica de la Cruz Roja que descubre que las monjas de un convento fueron violadas por soldados rusos, la directora arma un sutil entramado de coyunturas personales y aborda además el eterno tema de la fe. Nada podría ser más diferente en el nuevo film de la franco-luxemburguesa Anne Fontaine respecto de su esfuerzo anterior, La ilusión de estar contigo (estrenada aquí tardíamente hace unos cuatro meses), que su tono e intenciones: si aquella era ligera y socarrona –aunque con alguna que otra pincelada dramática–, Las inocentes es dura y seria, sin que estos dos últimos términos puedan confundirse con la solemnidad. Y es que su tema así parece requerirlo: basada libremente en un hecho real pero muy poco conocido, la historia escrita a cuatro manos por Sabrina Karine y Alice Vial –más la habitual colaboración de Pascal Bonitzer en la adaptación y los diálogos– tiene como protagonistas a un grupo de mujeres sacudidas por los traumas de la Segunda Guerra Mundial. Es diciembre de 1945 y Polonia comienza a reconstruirse al tiempo que endurece su coraza de nuevo país comunista. En ese contexto, una joven médica de la Cruz Roja francesa llamada Mathilde (Lou de Laâge), enviada al lugar para asistir a sus compatriotas heridos, conoce el secreto mejor guardado de un monasterio de monjas: muchas de ellas fueron violadas repetidas veces por soldados rusos que violentaron y usurparon el lugar y, en varios casos, el resultado es un embarazo en sus últimas etapas. Película sobre mujeres a pesar del importante papel secundario de un médico también francés, Las inocentes retrata al grupo de clausura a través de la mirada (escéptica, científica, moderna y “comunista”, según sus propias palabras) de la joven doctora. Además, contrasta ambos universos desde un primer momento, para ir construyendo con el correr de las escenas un posible acercamiento y entendimiento a partir de la empatía y el humanismo más visceral, aquel que surge del contacto y la experiencia personal. La situación de violencia vivida por Mathilde a manos de un grupo de hombres puede parecer un giro del guión demasiado obvio para relacionar su experiencia con la de las religiosas, pero el hecho resulta no sólo verosímil, sino que se transforma en el elemento necesario para que la historia avance más allá de lo anecdótico, una vez pasado el shock narrativo inicial. De hecho, lo mejor de la película es el sutil entramado de coyunturas personales y la influencia de las cambiantes situaciones políticas, sociales e institucionales, además del eterno tema de la fe, que cada una de las mujeres interpreta e interpela de maneras muy diversas. Esa falta de condescendencia es uno de los signos más evidentes de la inteligencia del guión: una mirada menos preocupada por las criaturas que está retratando podría haber tomado más a la ligera (o descripto menos concienzudamente) el calvario de las “esposas de Jesús”, enfrentadas a la existencia concreta de la vida que crece en el interior de sus cuerpos, consecuencia directa de un acto de violencia extrema. Incluso los personajes en apariencia más inmunes al sufrimiento ajeno –en algunos casos por simple habituación, en otros por razones muy específicas (“Los únicos polacos que me importan son los que estuvieron en el gueto de Varsovia, el resto me resulta indiferente”, afirma el médico francés, de origen judío)– terminan resultando seres mucho más complejos o problemáticos de lo que las primeras apariencias parecerían indicar. En ese sentido, resulta paradigmática la Madre Superiora interpretada con especial atención a los detalles gestuales por la polaca Agata Kulesza, la misma actriz que en Ida había encarnado a la jueza que acompañaba a la “monja judía” a buscar sus raíces. Fontaine opta rigurosamente por una fotografía de tonos fríos y opacos para apoyar visualmente una historia que nunca cae en la tentación del preciosismo de la reconstrucción histórica o la entrega servil a las buenas intenciones. Y que, más allá de apoyarse en diálogos que resultan de esencial importancia para la comprensión cabal de esas mujeres y sus circunstancias, escapa al concepto del personaje como mero emisor de ideas y emociones. Película bilingüe por necesidades de producción y lógica narrativa, Las inocentes retrata un universo cuya lógica ética y/o moral ha dado un giro de 180 grados, en el cual los dilemas personales de cualquier miembro de una orden religiosa se ven confrontados como nunca a los límites impuestos por la propia institución y por la más convulsionada de las sociedades.
Testimonio entre el cielo y el infierno El diario íntimo de una médica francesa que se desempeñó para la Cruz Roja en Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial, inspiró a Anne Fontaine la memoria de estos crímenes olvidados, crímenes de guerra a los que no siempre se les ha prestado demasiada atención aunque también integran el frondoso capítulo de los crímenes contra la humanidad que sufrió Polonia en aquellos años. La historia que la médica en cuestión rescata del olvido y que devuelve a Anne Fontaine al vigoroso dramatismo que es el terreno en el que se desempeña con más firmeza y autoridad, es la que vivió la citada médica en 1945 cuando debió ocuparse de atender el regreso a su país de franceses heridos en la contienda, para lo que debe integrarse a una unidad sanitaria en las proximidades de la frontera polaco-germana. En esa circunstancia, su ayuda profesional es requerida desde un convento cercano, aislado en medio de un bosque, un grupo de cuyas monjas han sido violadas por soldados del ejército rojo y una está a punto de ser madre, y no se trata precisamente de un parto normal. La muchacha comprobará enseguida que el mentado ataque (una suerte de siniestro premio que según se cuenta fue autorizado por Stalin como reconocimiento al valor de los soldados) ha sido bastante más grave y la situación, creada, mucho más compleja, no sólo porque las víctimas fueron varias, algunas mortales, y que hay otras monjas embarazadas, sino porque la entrada de la doctora al convento no esta permitida y porque a la vergüenza se suma el profundo conflicto que cada una de las ultrajadas, que han hecho voto de castidad, vive ante la inminente maternidad. No es menos complicada la situación que se presenta respecto del futuro de los chicos que están por nacer y para atender a los cuales la protagonista se decide a tomar el riesgo de frecuentar el convento. Fontaine recupera con Las inocentes el nivel de sus primeras realizaciones. Apoyada en un elenco estupendo en el que tanto brilla su protagonista francesa, Lou de Laage, como las excelentes intérpretes polacas Agata Buzek y Agata Kulesza, su film es duro y contenido, austero y libre de cualquier exceso o apelación emotiva, expone en inteligente claroscuro el tema de la maternidad, habla de la solidaridad y del coraje, y está colmado de merecidos homenajes: a la historia verdadera que el film recupera, a la propia Madeleine Pauliac, cuyo admirable retrato pinta a las mujeres, víctimas obligadas de todas las guerras, y a la solidaridad, sentimiento que domina buena parte del relato. Visualmente vuelve a dar pruebas de la sensibidad de la cineasta.
PONER A DIOS ENTRE PARÉNTESIS Diciembre de 1945, Polonia. La guerra finalizó, pero las secuelas se extienden a una población devastada y empobrecida tras el conflicto bélico, donde se desarrollará la historia. En la región, una unidad especial de la Cruz Roja asiste a las víctimas. Allí, trabaja una joven médica francesa Mathilde Bealieu (Lou de Lâage, en un gran papel), que recibe a una monja desesperada pidiéndole que vaya con urgencia a atender a una hermana de su convento. Ayudarla implica desobedecer las órdenes de su jefe, pero sus principios pueden más. Al llegar al convento de clausura jamás imaginó encontrarse con monjas abusadas sexualmente por soldados rusos. Siete de ellas quedaron embarazas, pero nadie deberá enterarse de lo sucedido. Pese a la oposición de la madre superiora (Agata Kulesza) de pedir ayuda a un extraño por miedo a ser descubierto ese secreto humillante, la necesidad de atención médica, por más precaria que sea, debe salvar la vida de las mujeres y los recién nacidos. Ese primer contacto, aunque resistido y culposo, comenzará a generar un vínculo inesperado entre Mathilde y las hermanas, principalmente con María (Agata Buzek) quien la ayuda con los pacientes. Esa experiencia mutua pondrá a prueba cuestiones morales, metafísicas y humanas. La directora franco-luxemburguesa Anne Fontaine (La chica de Mónaco, Mi peor pesadilla, Coco antes de Chanel, Madres perfectas, entre otras) vuelve con un relato sobrio y elegante sobre un suceso real basado en las notas que escribió la francesa Madeleine Pauliac, médica de la Cruz Roja, donde cuenta su vivencia con las monjas embarazadas y el conflicto interior que presenció en cada una de ellas; un sentimiento ambivalente que se manifiesta con intensidad a lo largo de la película. En Las inocentes ese conflicto permanece latente no sólo dentro de los claustros y en el interior mismo de las protagonistas sino también en el afuera donde habita el enemigo que acecha y lastima. Esas huellas parecen estigmas sobre el cuerpo impoluto de las monjas. Esos cuerpos virginales que no se tocan, ni se acarician, ni se muestran desnudos. Hacerlo sería como aceptar el placer de lo prohibido y entonces entregarse al castigo. La maternidad se presenta como el desafío que las llena de contradicciones, de miedos y de una angustia que pone a prueba la fe en Dios. Con pasajes que recuerdan a Ida (2013) de Pawel Pawlikowski, la austeridad de los planos, los leves movimientos de la cámara recorriendo el Convento narran con fluidez y esteticismo un relato dramático que no deja de relacionarse con su contexto político. Su formalismo destaca el gran trabajo de fotografía de Caroline Champetier. El manejo de la luz otorga calidez a los ambientes y un tono intimista a los interiores para contrastarlos con las imágenes blanquecinas y amenazantes del exterior. Al igual que Coco, la protagonista de Coco antes de Chanel, la médica se muestra valiente y con la convicción sobre sus ideales. Es independiente y tiene confianza en sí misma. La mirada de la realizadora no juzga a sus personajes sino más bien los enfrenta con su destino en el que resalta las cualidades que las diferencian del resto. Las inocentes, estrenada en el Sundance en la sección Premieres, contó con el guion de Sabrina Karine y Alice Vial, adaptado por la directora junto al talentoso Pascal Bonitzer. Su éxito la llevó a estar entre las posibles competidoras para el Oscar como mejor película en lengua extranjera. El film logra mantener la tensión y el dramatismo de la historia de manera equilibrada, salvo hacia el final donde redundan las escenas sobre la problemática de las religiosas, innecesariamente. Más allá de eso, la película es interesante y transmite esa dualidad constante entre el ser y el deber ser. LAS INOCENTES Les Innocentes. Francia/Polonia, 2016. Dirección: Anne Fontaine. Guión: Sabrina B. Karine y Alice Vial. Intérpretes: Lou de Laage, Agata Buzek, Agata Kulesza, Vincent Macaigne, Joanna Kulig, Eliza Rycembel y Anna Prochniak. Fotografía: Caroline Champetier/ Música: Gregoire Hetzel/ Edición: Annette Dutertre. Duración: 115 minutos.
Mathilde es una valiente médica francesa de un puesto de la cruz roja en la Polonia de 1945. Entre las horribles heridas de los pacientes, recibe el pedido de ayuda de una monja de clausura. En su convento hay una urgencia: una hermana está dando a luz y es un parto complicado. Mathilde descubrirá que las embarazadas son siete, producto de las violaciones sistemáticas de los soldados rusos, que les perdonaron la vida de milagro. La directora Anne Fontaine hace de esta historia durísima un relato atrapante, de los que te mantienen en vilo, así como están las vidas de sus personajes. Basada en hechos reales, Las Inocentes explora el micromundo del convento, sus costumbres, cantos y silencios detrozados por la violencia, pero también lo que sucede fuera de sus muros, en esa posguerra que es más bien un campo de gente rota, física y psicológicamente. Hay otras dualidades: la razón y la ciencia versus la fe, ¿cómo ayudar a parir a mujeres que no permiten que nadie las toque, que no conciben mostrar su cuerpo? En una película que a la vez expone, aunque suene obvio, que la violencia machista no ha hecho más que mantener su plena vigencia a lo largo de la historia reciente. La maternidad, la capacidad de ternura y solidaridad en tiempos violentos, la amistad entre mujeres distintas y hasta las distintas naturalezas de la femineidad son temas que vibran en cada escena. Consciente de la dureza de su drama, Fontaine mantiene una mirada cuidadosa y elegante, que evita los miserabilismos, a pesar de alguna escena que parece too much pero que no empaña el conmovedor resultado final.
Bellísimo largometraje basado en hechos reales, emocionante y cruel a la vez. La historia nos sitúa en Polonia a finales de la segunda guerra mundial (1945). La protagonista, una médica de la cruz roja está al servicio de los primeros auxilios para curar y repatriar heridos franceses. Sin autorización, presta su ayuda a un convento cercano donde muchas de las monjas alojadas allí se encontraban embarazadas por soldados Rusos (el ejército Rojo). El elenco está espléndido. Las actrices tienen un talento, una sensibilidad para transmitir todo aquello tan desgarrador, mezcla de fe, amor y solidaridad, que aconteció allí. La protagonista y las monjas. La dirección de Anne Fontaine es preciosa. Toda la película es de una belleza indescriptible con palabras. Y la última escena, cómo resuelve y le pone un marco a esta historia. Emocionante film, muy recomendable.
El tono descreído anestesia la fuerza de una historia real La directora francesa Anne Fontaine narra de modo distante la historia real de los abusos cometidos en 1945 por la soldadesca rusa en un convento polaco y sus angustiantes consecuencias. A la directora Anne Fontaine le gusta probarse en campos variados. Cada película suya es distinta a la anterior. Así, al biopic "Cocó antes de Chanel", le siguieron "Mi peor pesadilla", la escabrosa "Madres perfectas", y la encantadora "Gema Bovary", aquí rebautizada "El placer de estar contigo". Cada una tiene, además, un toquecito personal destinado a pervertir levemente el género asumido. Ahora, por ejemplo, ha hecho una pieza de tono solemne y ambiente religioso, en el más rancio y descreído estilo francés. En este caso, el estilo anestesia la fuerza tremenda de la historia, que es muy interesante. Polonia, 1945. Alemania ha caído, la Unión Soviética domina, un cuerpo de la Cruz Roja francesa va recuperando a los galos perdidos en esas tierras, para repatriarlos, una monja benedictina polaca le pide a una doctora francesa que la acompañe al convento. Allí, víctimas de la soldadesca rusa, hay siete monjas embarazadas. Cosas así pasan en todas las guerras. Cuando fue la de los Balcanes, Juan Pablo II alentó a las pobres víctimas para que tuvieran sus hijos sin menoscabo alguno, como corresponde. Pero décadas atrás, la gente pensaba distinto. De saber lo que pasaba, los polacos las hubieran despreciado. Ellas mismas se sentían en culpa. El relato les hace decir sus distintos grados de angustia, duda, vergüenza o resignación. Será la médica francesa, bonita, atea y socialista, quien les proporcione la luz final, y la alegría. La acompaña un médico judío. Así es la película. Que cumple con el estilo propuesto y el público al que va destinada, el de la religión atea que hoy se impone. Pero, como suele pasar, la realidad es aún más interesante. La historia se basa en los apuntes de la doctora católica Madeleine Pauliac, miembro de la Resistencia que después de la guerra condujo una división de la Cruz Roja en Polonia, ayudó con sus enfermeras y con un cura a las monjas, y murió tres meses después en un accidente en la ruta. Su sobrino Philippe Maynial escribió su biografía. Cometió el error de vender los derechos, y esto es lo que vemos.
Basada en una historia real y dirigida por la franco-luxemburguesaAnneFontaine (“La ilusión de estar contigo” y “Coco antes de Chanel”) narra una historia difícil relacionada con los desastres que dejó la segunda guerra mundial. Unas monjas de clausura en las afueras de Varsovia fueron brutalmente abusadas por los soldados rusos. Muchas quedaron embarazadas y otras adquirieron enfermedades venéreas.El problema está en que no pueden recurrir a nadie porque esta juego su dignidad y la institución. Entonces llaman a una médica francesa Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge) y comienza un juego entre: la madre superiora rígida y vehemente Mère Abesse (Agata Kulesza, "Ida") y la monja sometida Maria (Agata Buzek), entre diálogos, miradas y situaciones.Varios elementos además de las buenas actuaciones forman parte de su relato como: el sonido, la paleta de colores, los climas que se van generando, cada plano y el paisaje, un crudo invierno, todo bajo la estupenda fotografía de Caroline Champetier.Una historia fuerte, intensa, emociónate e interesante.
En su nueva película Las Inocentes, Anne Fontaine vuelve a contar una historia basada en hechos reales, con un tópico complejo y delicado. A Anne Fontaine le interesan los personajes femeninos y fuertes. Su más claro ejemplo se veía en Coco Avant Chanel, donde retrató a la ya mítica diseñadora de moda desde un costado personal y alejado de las biopics con aire a telefilm. En Las Inocentes vuelve a basarse en personajes que existieron, y acá decide retratar la vida en un convento de monjas polacas que fueron abusadas por soldados soviéticos y la gran mayoría se encuentran ahora embarazadas de ellos. También están solas, escondidas, resguardadas, hasta que una de ellas, desesperada por la situación crucial de una de sus hermanas, sale a buscar ayuda y así conoce a Mathilde. Mathilde trabaja para la Cruz Roja francesa y arriesga su trabajo y su vida en más de una ocasión para poder ayudarlas, también en silencio y a escondidas, a medida que salen a la luz otros secretos del lugar. Mathilde no es religiosa (“Con la ayuda de Dios no es suficiente”, intenta hacerle entender a quienes se niegan en un principio su ayuda) pero es mujer y es por eso que de a poco se va creando afinidad entre la joven y las monjas. Pero a la cabeza está la madre superiora, rígida y madre de todas las decisiones a las que el resto debe obedecer. El film va delineando las diferentes relaciones y sus modos de Mathilde para con las diferentes chicas, pero también en su trabajo y vida personal, con el doctor para el que trabaja. Mathilde no es una mujer que hable demasiado, o mejor dicho, sólo habla cuando tiene algo para decir, y si bien seguramente tendría mucho para decir sobre esta nueva situación en la cual se encuentra también sabe que ellas confían en que guardará su secreto. Y en su trabajo parece relegada a un lugar de ayudante cuando su trabajo con las monjas demuestra que tiene mayores conocimientos y capacidades. El marco de ese invierno de 1945 que parece interminable, de esos bosques nevados de Polonia y recién concluida la Segunda Guerra Mundial, termina de agregar cierta distancia y frialdad que se siente durante gran parte del montaje. Es quizás por eso que su resolución resulta un poco apresurada y abrupta, principalmente por la calidez que de repente desprende. Las Inocentes es un drama bien logrado, austero, pero peca de tibio a la hora de retratar una historia tan oscura y sórdida. Conmovedora y amarga al mismo tiempo, con buenas actuaciones y una trama que merecía ser contada, la última película de Anne Fontaine demuestra mucha madurez además.
Cómo dejar de ser hermanas para empezar a ser madres Agosto de 1945. Mathilde Beaulieu, una joven médica enviada por la Cruz Roja a Polonia, se encuentra de golpe ante una historia sobrecogedora: siete hermanas de un convento de clausura, que fueron violadas por soldados del Ejército Rojo, están embarazadas. El hecho sacude los cimientos del lugar y los muros de la fe. Una de las parturientas está en un grito de dolor. Mientras la madre superiora se encomienda a la providencia, otras buscan en ayuda en el afuera. Los votos impiden ser tocadas, pero el dolor esta allí. La tragedia plantea varios interrogantes. Por un lado ante la fe, que suele trastabillar mucho más de lo permitido: “Aquí tenemos 24 horas de dudas y un minuto de esperanzas”, dice esa hermana francesa que le pregunta a Dios por qué les mando semejante castigo. Y está el instinto maternal, que se sobrepone a los votos de castidad y que las obligará a dejar de ser hermanas para empezar a ser madres. Y el sentido de solidaridad, la piedad y la obediencia serán puestos a prueba cuando estas nuevas vidas confronten con la vocación y la religiosidad. Anne Fontaine parte otra vez de un hecho real: el libro se basa en el diario íntimo de esa médica francesa. En un film anterior, Coco, antes de Chanel, mostró que sus historias están bien vestidas, pero son distantes. Y ahora, ante un desafío mayor, reitera sus lunares: cine académico, frío, que exige más intensidad y rigor, aunque es austero y respetuoso. Los diálogos son sustanciosos y la historia deja ver el drama de conciencia de esa médica que al exponerse nos muestra que todos en medio de una guerra sufren diferentes formas de vejación. Con su entrega, ella entreabre esas conciencias y esos portones tan cerrados. Las nuevas vidas que van llegando al convento, darán nueva vida a la internas. Y los llantos (primero de las embarazadas, después de los recién nacidos) acaso enseñe que puede haber una manera distinta de llamar a la fe desde otro lugar.
Secretos en el convento En Las inocentes, la directora Anne Fontaine cuentan una historia de mujeres que sobreviven a fines de la Segunda Guerra Mundial. Los dramas de la Segunda Guerra Mundial no se agotan en el Holocausto. Las inocentes cuenta una historia real que ha sido muy poco explorada en el cine: las atrocidades cometidas por el Ejército Rojo luego de liberar Polonia de los nazis. La directora Anne Fontaine (especialista en retratar mujeres y temas femeninos, no siempre con puntería, como en Coco antes de Chanel o Madres perfectas) se une al célebre guionista Pascal Bonitzer (responsable del libro de La belle noiseuse, de Jacques Rivette, y del de la anterior película de Fontaine, La ilusión de estar contigo) para hablar del que quizás sea el tema que esté en el corazón mismo de la tragedia que fue la Segunda Guerra: la fe. Estamos en Varsovia en diciembre de 1945. El pais está devastado. La Cruz Roja francesa montó un hospital para ayudar a los sobrevivientes. Ahí trabaja como voluntaria Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge), la protagonista de esta historia. Una monja polaca se le acerca y le pide ayuda. Mathilde le dice que hable con la Cruz Roja polaca, pero la monja insiste. Mathilde accede, va al convento y se encuentra con que una de las monjas está a punto de dar a luz. La Madre Superiora (Agata Kulesza) le revela que unos meses antes, miembros del Ejército Rojo entraron al convento y las violaron. Como consecuencia, siete de ellas están embarazadas. Entre la culpa, la vergüenza y el terror, le dicen que no pueden informar de esto a las autoridades, porque cerrarían el convento. Mathilde acepta ayudarlas, a escondida de sus propios superiores. Lou de Laâge, la protagonista que interpreta a Mathilde, es el corazón y el nervio de la película. Es una actriz francesa joven a quien yo no conocía y que tiene todo para ser una estrella. Esta es la primera vez que la podemos ver en la pantalla grande en nuestro país, pero se consigue para bajar Breathe, de Mélanie Laurent -si, Shosanna de Bastardos sin gloria dirige películas-. Mathilde viene de una familia comunista -suponemos anticlerical- y su choque con la cosmogonía de las religiosas hace avanzar la trama. En un mundo desmoronado, en el que Dios parece estar ausente -pero también el Estado-, las monjas y Mathilde resultan tener más cosas en común que las que ellas mismas imaginan: en definitiva, son mujeres en un mundo de hombres salvajes que empuñan armas largas y visten uniformes. A Agata Kulesza, la actriz que interpreta a la Madre Superiora, sí la hemos visto: es la tía de Ida en la película homónima que le ganó el Oscar a nuestra Relatos salvajes. Y hay algo en común entre Las inocentes e Ida, además de la presencia de Kulesza y del tema religioso: las consecuencias que tuvo la ocupación alemana y la posterior ocupación soviética en la sociedad civil polaca. A estas tres mujeres -Fontaine, de Laâge y Kulesza- les podemos sumar a Caroline Champetier, la directora de fotografía, que consigue una imagen extraordinariamente limpia e imponente, tan expresiva dentro del convento como afuera en la nieve del invierno polaco. Mujeres que cuentan una historia de mujeres de hace setenta años pero que resuena todavía hoy.
EL TEMPLO PROFANADO Las inocentes, de la directora nacida en Luxemburgo Anne Fontaine (Mi peor pesadilla, Coco antes de Chanel), cuyo estreno en cartelera cae justo en nuestro país en un momento sensible en cuanto a múltiples casos de aberraciones impuestas a la mujer y femicidios, nos muestra, por un lado, la fuerza del amor y la solidaridad entre pares frente a cualquier credo o ciencia. Y tristemente por otro, la repetición en la historia de la Humanidad de la violencia sociocultural ejercida sobre la mujer. Estamos ante una pieza maravillosa basada en hechos reales, con escenario que tiene como epicentro a la invernal Polonia de postguerra. Allí, una monja, infringiendo las normas de su orden, recurre a Mathilde, una joven médica de la Cruz Roja para que la ayude con los embarazos fruto de violaciones de soldados rusos y posteriores partos de un puñado de religiosas. Un martirio colectivo donde el protagonismo de ambas mujeres -una de la ciencia y otra de la fe- se superpone a cualquier humillación y secreto guardado a la sociedad. Fontaine, experta en retratar el mundo femenino en su filmografía, juega con una paleta de personajes con una moralidad diferente frente a la cuestión maternal impuesta, a veces sentida y, por sobre todo, compleja. Logra verter esa impunidad implícita en las fechorías de algunos hombres para enriquecer el relato con la problemática presente y un futuro más esperanzador del destino de esas mujeres. También vemos la vida de Mathilde, que se debate entre repatriar a los sobrevivientes de los campos nazis, su profesión, su lealtad comunista y su independencia sexual, una realidad muy diferente a la de sus amigas religiosas. El peso de la fuerte e impactante fotografía, además de los gélidos paisajes de finales del 45′, recae en el factor emotivo y correctamente interpretativo de la francesa Lou de Laäge, cuyo personaje demuestra esa valentía avasallante y pionera que Fontaine gusta exponer en sus obras. Pero también disfrutamos de otros personajes, como el amable cirujano enamorado de Mathilde, interpretado por Vincent Macaigne (2 otoños, 3 inviernos); o la soberbia Madre Superiora encarnada por Agata Kulesza (Ida). Las locaciones también son bien contrapuestas y emanan ese sentido de ateísmo o escepticismo versus una vida limitada al servicio de Dios. Pero será en la unión de esos dos mundos femeninos tan contrastantes donde se logre cierta “armonía y equilibrio”. Las inocentes, a pesar de su equilibrio y belleza estética, peca de una larga duración y una narración por momentos algo reiterativa. Sin embargo, es tan interesante y conmovedora que todo lo suple con creces, a partir de adentrarse en una temática psíquica y moralmente compleja: el difícil camino de las mujeres tomadas sexualmente a la fuerza cuyo fruto es la llegada de un ser inocente como un bebé. ¿Será posible amar el fruto del odio?
En principio, hay que hacer la aclaración de que no se trata de la película de terror Los inocentes estrenada a mediados de este año en Argentina. Ésta es dirigida por varios, entre ellos Carlos Alonso-Ojea y es española. Uno se pregunta al salir de la función que moviliza a Mathilde (Lou de Lâage) a ayudar a las monjas del convento en su viacrucis. Por encima de la humanidad que ella demuestra con su ayuda, está arriesgando su vida con soldados a quienes les interesa humillar a las mujeres, o al menos a la mayoría de ellas. Su ayuda, también, puede justificarse con el acuerdo que jura todo médico de ayudar a quienes lo necesiten, pero en el caso de ella ya está comprometida con la Cruz Roja. Sea como sea, la historia se guía por esta humanidad que contrasta con la fe de las hermanas del convento. Tanto la humanidad de Mathilde como la fe de las hermanas se empecina en seguir adelante, en compensarse y resolver la situación de la mejor manera posible. El obstáculo, en este caso, es la Madre Abesse, interpretada con detalle por Agata Kulesza, quien actuó en Ida (Pawel Pawlikowski), ganadora del Óscar 2013 por Mejor Película Extranjera. No cede ante sus propias condiciones y las que les impusieron a las hermanas. De esta manera, la música despierta impresiones duraderas por la presencia de un coro en la banda sonora que acentúa la grandilocuencia del drama y destaca los momentos más íntimos. Así, la música de Grégoire Hetzel le imprime un carácter trascendental a la catarsis por la que pasamos con las hermanas. Así, fe y humanidad, caras de una misma moneda, son motores de la historia que permiten entrever cómo actuamos en situaciones de crisis desde estos dos lugares. Mathilde busca las maneras de que cada mujer se sienta cómoda y que conozca a su bebé como debería ser, mientras que la Madre Abesse se va resignando poco a poco a que Mathilde actúe según cómo se ha formado. Pero esta dinámica no se plantea como una lucha, sino como dos maneras de ver la vida y de interactuar. Por otro lado, la debilidad de la película reside en el final que se dilata en un bienestar por parte de las hermanas con una escena en cámara lenta, en donde la misma resulta innecesaria considerando que ya hemos tenido tal sensación con la carta que lee Mathilde.
La doctora y el voto de silencio A partir de la cruz como figura nodal, Las inocentes estructura su puesta en escena. Y lo hace de manera simétrica, al repartirla entre el convento y la cruz roja. Dos instituciones, separadas espacialmente, de modus operandi divergentes, preocupadas por el alma y el cuerpo. Una de ellas vuelta hacia dentro, la otra hacia fuera. Síntesis de un conflicto, de una época, y de cosmovisiones que tocan el ahora. Vale decir, el film de Anne Fontaine transcurre durante diciembre de 1945, en Polonia. La acción sucede a partir de una de las monjas que contraviene las órdenes y escapa. La transgresión aparece como paso primero y no es un dato menor, ya que se revela como un riesgo necesario: el caos, el desorden, amenaza con desbaratar el secreto religioso. Cuando consiga contactarse con una doctora a partir de un rezo que parece responder de manera más efectiva, contrariamente a las palabras, que se confunden entre el francés y el polaco , la película permitirá el cruce inverso del umbral. Dos sentidos, dos direcciones, que se recorren para converger, a partir de dos mujeres que son, en tanto síntesis, también expresión de sus instituciones respectivas. De esta manera, desde la réplica espacial y simbólica, el film encuentra su equilibrio formal y discursivo. El argumento tiene sostén en un hecho concreto, basado en una historia real, cuando el convento aludido fuera asaltado por soldados comunistas, y todas las monjas violadas. Mathilde, la doctora (Lou de Laâge), llega allí sin saber con qué encontrarse, casi como en respuesta al misterio de la oración que se refería. Su decisión, finalmente, será cuidarlas y asistirlas, sin revelar el secreto. Sin darse cuenta, irónicamente, la mujer de ciencia cumplirá con un voto de silencio, sin palabras que respondan a las exigencias de sus superiores, todos hombres, que se ufanan por explicar sus horarios dispersos. Del mismo modo, las monjas comienzan a demostrar comportamientos que resquebrajan sus normas habituales. Ante Mathilde, algunas demuestran otras actitudes, entre historias guardadas de una vida anterior, con sonrisas ahora prohibidas. Casi como si se confesaran. La irrupción de la doctora no deja de ser, por eso, el temor que crece a los ojos de la madre superiora (AgataKulesza), quien sabe sobre el resquebrajamiento gradual de su ámbito de encierro. Mathilde puede ser el detonante final, la consecuencia de los nacimientos que inevitablemente sobrevienen.Con ella el afuera está adentro, y la clausura amenaza romperse. Entre las monjas, Anna (Agata Buzek) es quien dará cuenta de una transformación gradual, si bien primero renuente, obligada como se siente a responder sin objecionesa las decisiones de su madre superiora. Por otra parte, su nombre es un palíndromo, rasgo que acentúa su comportamiento, de manera acorde con el tono general de la película. Si salir afuera tiene su correlato en la introspección, vale entonces detenerse en las maneras desde las cuales Mathilde habrá de interrogarse, circunspecta como es, de caricias difíciles, con un semblante pétreo. Es bella, pero no parece notarlo. Y es tal su adhesión a la atención hacia estas mujeres, que inevitablemente habrá de atravesar, si bien desde el roce amargo, la brutalidad de las que han sido víctimas. No hay palabras que expliquen algo semejante. El espectador será, por esto, hábilmente dirigido hacia lo espeluznante. Es por ello que el film de Anne Fontaine es capaz de indagar en asuntos densos, que son actuales. Violación, miedo, hijos, aborto; no le hace falta al film declamarlo sino, antes bien, indagar desde preguntas, con interrogantes que se traducen en la acción de sus personajes. El resultado es magnífico, de una ambigüedad que interpela al espectador, aspecto mayor que ya se intuye en el título mismo, que la distribución elige volver femenino. La traducción podría haber sido "Los inocentes", y la valoración de la película seguir todavía problemática, por fuera de la intención primera: ¿cuáles son los/las inocentes? Además, es menester destacar que tales instancias son dispuestas por una mirada y voz femeninas. Anne Fontaine es quien dispara sus ideas en forma de cine, y lo hace con una altura que resulta admirable. El trabajo de guión es preciso y cuenta con la participación del gran Pascal Bonitzer. Pero lo que prevalece, vale atender, es el tono con el que Fontaine plasma el relato.
Los horrores de la guerra y sus huellas La hipocresía mezclada con los horrores de la guerra, y el fantasma del comunismo, es un coctel difícil de digerir en el filme “Las inocentes” (o “Les inocentes” – “Agnus Dei”), de Anne Fontaine, franco-luxemburguesa con 16 títulos en su haber, entre los que se encuentran: “Natalie X” (2003), “Coco, antes que Chanel” (2009)“Dos madres perfectas” (2013), “Primavera en Normandía” (o “Gemma Bovery”, 2014). La trama encara con tacto, pero con ciertas deficiencias narrativas, las múltiples aristas éticas y emocionales que suponen las atrocidades y el vandalismo de la guerra y que afectan directamente a un grupo de monjas. En su ambicioso planteamiento, la realización contiene ingredientes de suspenso, guerra, amor e inquietudes espirituales. La historia se centra en el hecho real que protagonizó una joven médica francesa Mathilde Beaulieu (Lou De Laâge) durante la retirada de las tropas alemanas de Varsovia y la entrada de las rusas. Pero su denuncia es más profunda porque pone de relieve la doble moral de una dirigente de la iglesia católica, la abadesa del convento, que, por un lado, sostiene toda su creencia en el amor a Jesucristo y, por otro, no le tiembla la mano, ni la lengua con la cual predica mentiras, a la hora de deshacerse de seres indefensos. “Las inocentes” es un filme para mujeres realizado por una mujer, en el cual se muestra un mundo oclusivo, limitado al perímetro de un convento, un hospital de la Cruz Roja, un salón de baile. Casi ningún espacio es abierto, salvo el bosque que rodea al convento y una pequeña plaza frente al centro asistencial. La narración comienza con un cierto matiz de misterio. Una joven religiosa sale por una puerta secreta de un convento hacia un bosque nevado, con dificultad caminará hasta una población cercana para encontrar a un médico, que por supuesto debe ser mujer y no polaca o rusa. Tras una breve explicación sobre algo que al espectador le está vedado escuchar, lleva a la joven médica al convento. Allí ésta se enfrentará a la realidad de las monjas, una de ellas está en trabajo de parto y deberá asistirla. Pero además hay siete monjas más embarazadas por las hordas de soldados rusos que irrumpieron en Polonia. Miedo, rabia, resignación, pero sobre todo vergüenza, es lo que lleva a estas hermanas a callar su embarazo y mantener al convento en la más absoluta aislación. Al igual que el público, la médica se sumerge en un mundo totalmente desconocido y trata de encontrar un modo de conexión y anclaje en él. Ella no habla polaco y sólo dos monjas hablan un poco francés, interpretadas por dos excelentes actrices: la abadesa (Agata Kulesza, “Ida”, 2013) y la hermana María (Agata Buzek, “Redención”, 2013). La historia de la película se acredita a Philippe Maynial, el guión de Sabrina B. Karine y Alice Via, y al escritor-director Pascal Bonitzer, que también ayudó a adaptar, “Gemma Bovery”, se le atribuye la adaptación y diálogos. El hecho de que tantos han trabajado en el guión podría explicar porque el enfoque de la obra se percibe difuso. En realidad la revisión de la historia, aunque sea contemporánea, nunca es completa, porque siempre existen aristas que no se pueden o no se quieren mostrar. Por otra parte está la iglesia católica, sobre la que no es conveniente poner la lupa y tampoco es conveniente señalar con dedo acusador los malos procederes de ciertos religiosos o religiosas, aunque sean justificados por una guerra o la apropiación de territorios por parte de los comunistas. El personaje de Samuel (Vincent Macaigne), el médico jefe del hospital francés, cuya familia murió en un campo de concentración, es el del primer hombre que atraviesa los muros del convento, además del cura párroco, pero también es el que genera alguna de las pocas situaciones relativamente cómicas del relato. Los hombres en ésta realización están desdibujados, ninguno presenta un rol definido y claro. Sólo sirven de apoyatura a determinadas acciones para que puedan sostenerse los personajes femeninos. Una de las particularidades del filme es el tono de luces opacas y apasteladas que implementó en su fotografía Caroline Hetzel, que recuerda la estética de los pintores barrocos de la pintura Flamenca. Otra es la presentación de los personajes sobre los cuales el espectador siente que los observa a través del cristal de una pecera, porque no pueden escapar al destino. Están encerrados nadando en un mar de confusiones, cada uno transportando su propia cruz. La música de Grégoire Hetzel, austera, seca, y casi como un lamento, es la llave que abre los caminos emocionales de cada personaje. Pero a la vez deja una sensación de sabor amargo sobre un momento dentro de la compleja historia del siglo XX.
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En el inicio, un coro de monjas entona un canto litúrgico mientras se oyen unas notas discordantes, lejanas. Son lamentos, gritos de dolor. Una adolescente monja polaca atraviesa el campo nevado para solicitar ayuda en un campamento de la Cruz Roja francesa. Atareados con las múltiples heridas de los soldados galos, los médicos le niegan asistencia; mientras, la más joven del equipo, Mathilde (Lou de Laâge), se acerca a la ventana para fumar y descubre a la monja rezando en el frío del exterior, arrodillada en la nieve. Con una camioneta de la Cruz Roja, Mathilde se escapa del campamento y sigue las indicaciones de la chica. Al llegar a destino, sorteando la estricta vigilancia de la madre superiora (Agata Kulesza, del film Ida) descubrirá una hecatombe. Es 1945 y la guerra ha terminado, pero en el trayecto a Berlín una horda de soldados rusos hizo una parada en un convento benedictino para saciar su apetito sexual con las monjas polacas. Más de una docena de monjas son asistidas por Mathilde para dar a luz, y los niños tendrán un destino incierto. Más allá de los escollos en las escapadas de la médica, confesa marxista y agnóstica, para cumplir con un deber humano, y del casi accidental affaire con un colega de la Cruz Roja, la potencia del film está en las imágenes: en las solitarias figuras que huyen del infierno por los páramos congelados de los raleados bosques, en la irremediable tristeza de los rostros de mujeres eslavas. Y sobre todo, en las imágenes de las monjas con sus criaturas, un increíble trabajo de reinvención a partir de las incontables representaciones renacentistas de la virgen con el niño. La película parte de un hecho real, registrado en las crónicas de la médica Madeleine Pauliac, y se interna en un relato tan bello como escalofriante. Casi una obra maestra.
Entre tanto dolor hay una esperanza La Segunda Guerra Mundial ha terminado y las potencias se reparten Europa. Bajo el control de la Unión Soviética, Polonia espía un destino incierto. Es invierno y una monja marcha presurosa entre la nieve. Busca ayuda médica y encuentra a Mathilde Beaulieu, asistente de una unidad de la Cruz Roja francesa. La conduce al convento, donde una de las hermanas está a punto de dar a la luz. No es la única embarazada: las monjas fueron violadas por soldados rusos. Basada en hechos reales, “Las inocentes” bucea en el dolor de una comunidad devastada sin pisar el palito de la condescendencia. No hay pompa ni héroes en la película de Anne Fontaine, sólo mujeres que transitan situaciones límite desde el silencio, el deber ser, lo poco o mucho de fe que puede quedarles. O, simplemente, desde la ilusión de vivir un día más. Hay mucha belleza en “Las inocentes”. Los ojos de Mathilde se llenan de amor cuando va descubriendo la dinámica de la comunidad religiosa; sus cantos, sus juegos, sus confidencias. Y en el mismo plano conviven el horror de lo ocurrido y de lo que puede repetirse, porque los rusos están listos para irrumpir a cada momento en el convento. Y también los secretos, algunos terribles, adivinados en los ojos de hierro de la madre superiora. En ese mundo va penetrando Mathilde, una comunista francesa a la que nada parece unir con un grupo de monjas polacas. La relación que se forja termina siendo excepcional. Prolífica, polémica, capaz de saltar del mundo de la prostitución (“Nathalie X”) a una biopic de Coco Chanel, Fontaine encontró el tono justo para contar la historia de “Las inocentes”. Desde lo visual su película es impecable. Los ambientes, marcados por ese terrible invierno de posguerra, son tan angustiantes como la risa de los huerfanitos que juegan sobre un ataúd. Las paredes del convento lucen tan desnudas como el bosque que lo rodea. El desempeño actoral es formidable. Lou de Laâge construye su Mathilde desde una progresión emocional que se dibuja en la mirada. Apenas esboza algún contrapunto con Samuel (Vincent Macaigne), un médico judío con el que se permite el sexo, y con Maria (la notable Agata Buzek), la monja capaz de desafiar la autoridad y, al mismo tiempo, revelar su pasado. Vale el reconocimiento para Cines del Solar. No es común el estreno en Tucumán de una película europea, por más premios internacionales que haya ganado. Hay cinematografías que parecen condenadas a fluir desde una pantalla hogareña, como si no hubiera un público ávido por disfrutarlas desde la platea, como en los buenos viejos tiempos.
Las inocentes: violencia y conflictos éticos Es cierto que la película polaca Las inocentes puede ser leída en clave de la violencia sufrida por las mujeres en escenarios de conflicto. Género, violencia y conflicto son temas de relevancia en las agendas de Derechos humanos. Pero para elaborar conceptos teóricos, el cine de ficción debe siempre recurrir a estrategias narrativas, que es donde me gusta poner el ojo cuando veo una película. En cuanto a la estrategia narrativa de Las inocentes lo primero que hay que destacar es el ingenio de la propuesta para evitar mostrar la violencia. Se trata de una película que habla de la violencia pero sólo sugiriéndola. Los espectadores sabemos que en el pasado un convento de mujeres sufrió el ultraje de un comando militar, en plena Segunda Guerra Mundial, pero no se nos muestra nada de ello, salvo por los relatos orales de las monjas. Hay una única escena en la que esa violencia del pasado emerge de forma semi-directa: las monjas se encuentran cantando en la misa y de repente la armoniosa melodía es interrumpida por voces masculinas, con aires marciales, entrando intempestivamente en el monasterio. No vemos ese escuadrón militar, la cámara se queda con las religiosas. Algunas de ellas siguen cantando, como queriendo evadirse de lo que escuchan, o simplemente rezando frente a la adversidad inminente, otras entran en estado de pánico. En el aire flota la posibilidad de que los abusos del pasado se repitan. Finalmente, los soldados se retirarán rápido del convento, movidos principalmente por una mentira astuta que logra ahuyentarlos. En tiempos en que gran parte del cine no parece encontrar fórmulas efectivas por fuera de la exposición directa del hecho violento, esta película logra hablarnos del tema pero sin caer en el recurso fácil y efectista. Hay una segunda escena, de una violación que no se consuma, a la voluntaria de la cruz roja francesa que se involucra con esa iglesia que está realizando partos clandestinamente, producto de los abusos perpetrados, y que no quiere que trasciendan para que las monjas no sean estigmatizadas. La joven francesa debe conducir una camioneta por la noche para llegar a esa iglesia y, en una de esas cruzadas nocturnas, el ejército ruso la intercepta en el camino. Alcoholizados, los soldados intentan abusar sexualmente de ella, lo que no termina de ocurrir por la llegada de otro oficial ruso, de mayor rango, que parece estudiar un poco más la situación e impide que se consume el acto. Nuevamente, la película nos muestra la violencia sin exponerla en toda su brutalidad. El personaje parece tomar conciencia del sufrimiento de esas mujeres en el convento a las que asiste médicamente, pero también para el espectador es un golpe duro por esa proximidad controlada a la que es sometido con los horrores de la guerra. Hay un segundo tema en la película, que interesa mucho a cierto cine intelectual europeo, que es el de la vida religiosa. Suele utilizarse a la mujer devota para expresar cierta pureza ética. Está la película de Margarette Von Trotta Visión, la historia de Hildegard Von Bingen o Bernadette de Jean Delannoy. Pureza que va a ser puesta en crisis como en la francesa La religiosa de Jacques Rivette, o en la también polaca Ida. O en Las amistades particulares y Sinfonía pastoral, también de Delannoy, donde son niños varones en un internado religioso en el primer caso y un pastor que da misas en un pequeño pueblo en el segundo. En Las inocentes podría hablarse de un conflicto entre dos éticas, la que intenta asistir desde un paradigma laico y humanitario a las monjas que fueron abusadas, ayudándolas a parir en condiciones dignas los bebés, que fueron producto de las violaciones, y buscando la forma de que el hecho no trascienda para no perjudicar el prestigio del convento. Y la otra moral, la de la castidad y el renunciamiento, que lleva a ciertas monjas, y sobre todo a la madre superiora, a evitar por todos los medios que no aflore entre ellas la vocación maternal, ni tampoco cierta permisividad a ser revisadas por los médicos, visto ese contacto físico como un acto pecaminoso. Se trata de una situación que pone en crisis ambas éticas, y en la que las dos partes involucradas, monjas y médicos, deben renunciar a algo. La voluntaria comunista de la cruz roja debe involucrarse con una institución, la iglesia, en la que nunca pensó que iba a depositar esperanzas. Debe tolerar los rezos que interrumpen (¿queriendo “purificar” tal vez?) cada intervención ginecológica de los médicos. Conflictos éticos de laicos y religiosos, la conciliación en vistas a trabajar en situaciones de conflicto y la violencia, son algunos de los temas que pueden extraerse de la película polaca, de la directora Anne Fontaine, todos tratados con gran sensibilidad y profundo cuidado estético.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030