La tentacion vive arriba En el marco del París de los sesenta, un agente de bolsa, de vida acomodada y bastante burguesa verá conmocionada su cotidianeidad con sus nuevas vecinas de edificio. Él es Jean-Louise Joubert, en la piel de Fabrice Luchini, nuevamente luciendo muy fresco y hasta ingenuo en un nuevo rol de comedia, tal como habia jugado ya en "Potiche - Las mujeres al poder" como marido de Catherine Deneuve en el homenaje sesentoso de Francois Ozon. Sandrine Kiberlain -bella y elegante como siempre, a quien recientemente vimos en "Un affaire d'amour" y pronto será la maestra de "Le petit Nicolas"- es Suzzane, su esposa, arquetipo de la mujer de la alta sociedad. Fria, distante, consumiendo su tiempo en actividades sociales y con un vínculo distante y poco afectuoso con su esposo. Completa el panorama familiar un hijo que asiste a un colegio pupilo, razón por la cual sólo comparte algunos fines de semana con ellos. El frágil mundo de Suzanne entra en problemas cuando el personal de servicio que se encontrabaja trabajando en su casa presenta la renuncia. Ese será el momento donde irrumple María, la nueva mucama de la familia, interpretada con una mezcla de candor y mucha sensualidad por Natalia Verbeke (de extensa carrera en el cine español e intervenciones en el cine nacional "El otro lado de la cama" "El método" "EL hijo de la novia"). María es una de las mucamas españolas que se han instalado en unos cuartos pequeños del sexto piso del edificio, huyendo a cualquier precio del régimen franquista que azotaba en ese momento a la sociedad española. Planteada como una contraposición de dos universos que parecen no tener puntos de contacto, al tándem de mucamas españolas (entre las que se encuentran la siempre pintoresca Carmen Maura -quien ha sido nominada al César como mejor actriz de reparto por este trabajo- componiendo a la tía de Verbeke, Lola Dueñas, Berta Ojea y Nuria Solé entre otras) que se muestran alegres, dispuestas, de espíritu libre y con una chispa especial que se opone fuertemente la pintura de burguesía francesa. Mucho más estructurados, acartonados y hasta con un semblante sinceramente poco feliz. No faltará mucho para que Joubert se vea seducido por ese universo que se desarrolla paralelamente a su vida, en ese sexto piso tan diferente al suyo. A medida que vaya conociendo ese micromundo y avancen los días, Joubert se sentirá particularmente atraido por Maria que lo dispone hacia una relación de disfrute muy particular en su vida, en un terreno para él, desconocido por completo. Pero nada es perfecto, obviamente, y María también tiene asuntos de su pasado a cuestas que irán influyendo en sus decisiones estando además siempre presente la figura de su tía quien advierte rápidamente lo que está pasando entre ellos. A pesar de algunos momentos con toques de drama, "Las mujeres del Sexto Piso" no pierde en ningún momento el espíritu alegre de comedia, intentando no sólamente entretener sino brindar al mismo tiempo, un pequeño fresco social de esa época, mostrando a dos grupos tan contrastantes y diferentes y con dos formas completamente opuestas de abordar la vida y el disfrute. Aún cuando Le Guay (de quien comercialmente no se ha estrenado ningún film en la Argentina) aborda esas diferencias desde un lugar que puede sonar tradicional y estereotipado, acierta en recurrir a este artilugio de mostrar un esquema conocido, con el efecto de causar la inmediata adhesión del espectador en el ritmo y la situación a la que nos quiere llevar. Como una pequeña fábula de la irrupción de algo distinto en la vida de Jean - Louise, el director trabaja en un tono de comedia amena, administrando tanto los toques de humor (personificados mayoritariamente en la relación de Carmen Maura con sus amigas mayores), pequeñas dosis de drama (sobre todo en algunos momentos de la siempre exacta Lola Dueñas que entrega también un trabajo con matices interesantes y además en las situaciones donde el peso del pasado recae en María para tomar decisiones sobre esta nueva relación que se plantea) y un hilo romántico para esta historia que suena creible y entretiene. Impecable en los rubros técnicos (ha sido nominada también al César como mejor diseño de vestuario y mejor decorado) "Las mujeres del Sexto Piso" se constituye en un agradable pasatiempo con muy buenas actuaciones y una historia sencilla pero efectiva. Ya lo decía Marilyn, la tentación vive arriba. En este caso, en el sexto piso.
Inocencia y Culpa Burguesa El cuento de la Cenicienta me lo han contado demasiadas veces. La historia de la chica humilde que gracias a su simpatía, carisma, carácter y belleza física logra ablandar al príncipe frío y seco, hacerle sentir empatía por las clases bajas, libre de culpa y pecado, convertir a la bestia que se rige por dogmas y protocolos sociales, en un ser alegre y solidario, la he visto hasta el hartazgo. Algunos realizadores supieron aportarle giros más o menos originales, y no desestimo el encanto de obras clásicas como El Príncipe y la Corista de Laurence Olivier. Pero Las Mujeres del Sexto Piso, no solamente no aporta una sola idea original, sino que además peca de ingenua, superficial y hace apología al capitalismo. Jean Louis Jeaubert es un hombre tímido que siempre vivió bajo la sombra de mujeres: primero su madre y después su esposa. Cuando la primera fallece, la segunda despide a la empleada doméstica que había estado junto a ellos por más de 25 años. En el mismo edificio del que es propietario, en el sexto piso, viven 5 mujeres provenientes de España, que son las empleadas domésticas de los aristocráticos del edificio, todos burgueses, dueños de negocio o empresas con dinastía, como la de Jeaubert, que se dedica a la compra y venta de acciones. Cuando llega María, la sobrina de una de las mujeres del sexto piso, Jeaubert la emplea y pronto empieza a sentir interés romántico por ella, y simpatía por las demás mujeres, brindándoles el apoyo económico que necesitan, pero al mismo tiempo, dejando de lado a su propia familia. Nadie duda de las buenas intenciones de Le Guay a la hora de filmar. El relato tiene ritmo, y escenas muy simpáticas. Básicamente, es agradable y no cae ni en golpes bajos ni en otros momentos sentimentalistas. Ahora bien, la acción sucede en 1962, y supuestamente, las mujeres españolas se fueron a Francia, escapando del franquismo. Esta elección de tiempo termina siendo bastante trivial y banal. El interés de Jeaubert por la situación político-social de España es relativamente menor al que tiene por la cultura culinaria o musical que las mujeres intentan instruirle. De hecho, una de ellas, la que pone mayores barreras a la relación del protagonista con ellas, defiende el comunismo, pero queda como un personaje demasiado superficial. Se nota que Le Guay fue criado en una familia burguesa, aislada de los acontecimientos que se estaban dando en Francia en los años ’60. La inferencia de la política y la economía nunca se profundiza, e incluso, se intenta demostrar que invertir en la bolsa da frutos y es favorable para todos. La “comunista” termina sintiéndose atraída por la Bon Vivant que propone Jeaubert. Los conflictos conyugales que llevan las acciones del protagonista con su esposa, están reducidos a superficiales gags referentes a la imposibilidad de las clases aristocráticas de llevar adelante una vida doméstica sin empleadas. Para dejar en claro que las mujeres son españolas, Le Guay las estereotipa al máximo, mostrando al burgués como víctima de su educación conservadora. Recientemente vi en el último Les Avant Premiere, Ma Part du Gateau, en donde también se mostraba la evolución en la relación de una mujer obrera que termina como empleada doméstica de un yuppie de la bolsa, en la actualidad. Pero en la obra de Cedric Klapisch, se hacía mayor énfasis en lo social; al personaje del burgués no se lo ingenuizaba tanto e incluso, se lo castigaba. Acá, Jeaubert es un ángel, un hombre sometido, sin maldad, que demuestra que el capitalismo no es tan salvaje, y el dinero puede construir la felicidad. La narración es demasiado amable, tira por el suelo todas las enseñanzas cinematográficas que brindó la nouvelle vague. Es anticuada, de ideología peligrosamente conservadora y retrógrada. Lo único que realmente salva un poco al film son las interpretaciones. Fabrice Luchini, es un actor inmenso, sutil, de pocos gestos y gran expresividad, con innumerable versatilidad humorística y dramática. Uno de esos intérpretes que brillan en cualquier género, y cualquier personaje. Sandrine Kiberlain, también es una destacada actriz, minimalista, con una mirada penetrante y sonrisa compradora. Su honestidad le brinda calidez a un personaje tan frío y calculador. La tercera pata, del triángulo, es Natalia Verbeke, la actriz argentina, pero que trabaja hace bastante en España y compone a María, la Mary Poppins del cuento. Verbeke, con su belleza y simpatía logra una interpretación mucho más contenida que en obras anteriores, y mucho más creíble también. Berta Ojea es la más interesante del elenco secundario, y dos enormes actrices como Lola Dueñas y Carmen Maura, se encuentran completamente desperdiciadas. De hecho, es decepcionante, el ambiguo rol que le dieron a la protagonista de ¿Qué he Hecho Yo para Merecer Esto? Visualmente poco imaginativa (aunque la fotografía es bastante destacada), Las Mujeres del Sexto Piso es una comedia sin personalidad, simpática, pero demasiado armada a partir de fórmulas remanidas, calculada, que repite con mucha ingenuidad el modelo del burgúes con conciencia social que decide cambiar gracias al amor, y sale triunfante. Ya va a llegar el día en que el cine se dé cuenta que el príncipe azul y el lobo feroz, son la misma persona.
Philippe Le Guay lleva a la pantalla un recuerdo que lo ha marcado para el resto de su vida. Ese recuerdo se llama Lourdes y era la señora que realizaba las tareas domésticas en su casa, la persona que prácticamente lo crió y la que le contó historias del país vecino. Lourdes era una española que tuvo que dejar su país en el momento de la dictadura e instalarse en Francia para poder mantener a su familia a la distancia. Esta historia es la que retrata Le Guay con excelentes interpretaciones con actores de ambos países. Carmen Maura, Natalia Verbeke y Lola Dueñas son -algunas- de las representantes españolas que durante el día realizan las tareas de limpieza de diversos departamentos y por la noche habitan el sexto piso de ese edificio burgués, pero en precarias condiciones. La pareja de actores franceses son Fabrice Luchini y Sandrine Kinberlain como el matrimonio principal. Jean-Louis Joubert y su esposa contratan el servicio de María (Verbeke). Poco a poco, su carisma traerá confianza en el nuevo hogar que despertará el interés de Jean-Louis llegando a estudiar al país vecino como si fuera un punto remoto en el mapa. Cuando la situación matrimonial se deteriora, Jean-Louis decide mudarse al sexto piso, y desde este momento él encontrará la paz así sea rodeado de mujeres que hablan a los gritos. Donde la comodidad se reduce a un pequeño cuarto sin calefacción ni agua caliente. Las Mujeres del 6º Piso es una comedia que nos muestra la manera en que los franceses educan a los españoles (¿brutos?) con refinados modales. Mientras que los españoles los conquistan por sus sabores y solidaridad.
El discreto desencanto de la burguesía Gran éxito comercial en los cines franceses (más de dos millones y medio de espectadores), esta nueva película de Philippe Le Guay es una amable y esquemática comedia matizada con algunos leves tintes sociopolíticos sobre las diferencias de clase y la inmigración. La historia -no exenta de estereotipos, clichés y pintoresquismos varios- tiene como protagonista a Jean-Louis (Fabrice Luchini), exitoso, rígido y conservador financista del París de 1962, casado con una mujer insegura (Sandrine Kiberlain) y padre de dos hijos. Su vida metódica, previsible, se ve conmovida con la irrupción de seis simpáticas, queribles, desprejuiciadas empleadas domésticas españolas (para más datos, refugiadas que huyen del franquismo) que se hospedan en el altillo. Hay un poco de enredos, color, romances, gastronomía y pasión latina, una absurda vuelta de tuerca con el burgués conmovido por las desdichas de estas proletarias, y algunos momentos en que las actrices españolas del elenco (sobre todo, Carmen Maura) logran arrancarnos alguna sonrisa a fuerza de despliegue histriónico. Demasiado poco como para salvar un crowd-pleaser que no irrita, pero que resulta decididamente menor.
Cuestión de clase La película francesa Las mujeres del 6º piso (Les femmes du 6éme étage, 2011) es una grata sorpresa. Una comedia de narración clásica que se detiene en los personajes al punto de lograr empatía con ellos, y acompañar el desarrollo del conflicto. Simpática, divertida y con una pequeña dosis de crítica social, el film de Philippe Le Guay representa lo mejor del cine clásico francés. El Sr. Jean-Louis Joubert (Fabrice Luchini , a quien vimos recientemente en Potiche, mujeres al poder) contrata de ama de llaves a María (Natalia Verbeke), una joven y atractiva empleada de nacionalidad española que rápidamente entabla relación con su familia. Las mucamas, como es costumbre en la década del ‘60, viven en el sexto piso y no se relacionan con los señores propietarios. A partir del atractivo que el Sr. Joubert siente por su nueva empleada, entra en contacto con las “españolas del 6to piso” y comenzará a frecuentarlas, rompiendo la barrera que diferencia una clase social de otra. Las mujeres del 6º piso tiene el pulso justo para contar con pequeños gestos los sentimientos de sus personajes. El gran elenco que compone la película, logra con sus actuaciones precisas, dar carnadura a los entrañables personajes. Sin ellos, el cine de narración clásica perdería su esencia. El universo del film contrapone propietarios con trabajadores. Además las empleadas son mujeres y españolas, todo un universo de costumbres, códigos y lenguaje, que desubica aún más al sumiso Sr. Joubert, de costumbre burguesa, código de propietario y lenguaje francés. Vaya forma de tratar las diferencias de clase desde la comedia, porque los contrastes pondrán en ridículo al personaje masculino, con todos los chistes que la situación implica. De esta manera, escalera mediante, la película que se remonta a la década del '60, propone un alegato sobre la búsqueda de la libertad. Una época de distinciones clasistas, en las que el protagonista atrapado en su monótona vida burguesa, sufre las restricciones sociales tanto como las españolas, desde el proletariado. Las mujeres del 6º piso tiene su punto fuerte en el pulso narrativo de su director, que sabe extraer los elementos necesarios de la historia y para llevarla a buen puerto.
Un burgués gentil El realizador francés Philippe Le Guay escribe y dirige esta comedia insulsa ambientada en la Francia de los años 60, época en que muchas mujeres españolas debían huir a la ciudad luz tras los estragos del franquismo para trabajar como mucamas de las clases adineradas francesas. La historia gira en torno a la familia Joubert, quienes contratan a María Gonzalez (Natalia Verbeke) para que se haga cargo de los quehaceres domésticos en un piso amplio y lujoso donde quien lleva la voz cantante es Madame Joubert (Sandrine Kiberlain), una avinagrada y aburrida mujer que juega al bridge con sus amigas. Concepción Ramirez (Carmen Maura), tía de María, trabaja junto con otras mujeres españolas -de variada edad- para diferentes familias burguesas y comparten el sexto piso del edificio, donde cuentan con un cuarto diminuto y baño compartido. Pero pese a esos problemas, siempre sacan una sonrisa de la galera. Su suerte cambia a partir de que Jean-Louis Joubert (Fabrice Luchini), patrón de María, comienza a descubrir el mundo de las mucamas; interiorizarse sobre sus problemas cotidianos –muchos más interesantes que los problemas financieros- y a valorar su pequeña cuota de libertad al no depender más que de ellas mismas, mientras empieza a ver a María como una mujer valiente y hermosa de la que no tardará en enamorarse. Un cambio de conciencia tan radical pone en riesgo su estabilidad matrimonial pero abre las chances a una nueva vida mucho más afín con lo que realmente desea y lo hace feliz. Así las cosas, más allá de las diferencias de clase y los roles de patrón y empleadas que se ven trastocados, Las mucamas del sexto piso se concentra en la anécdota más que en el trasfondo bajo un registro de comedia liviana que busca explotar la frescura de un elenco de figuras españolas como Lola Dueñas en un rol de mucama comunista; la fotogénica Natalia Verbeke y la experimentada Carmen Maura para ofrecer un relato pasatista y ameno, aunque sin demasiadas ideas, con personajes muy poco desarrollados en constante coqueteo con estereotipos amigables. Si bien la idea de idealizar a los personajes obedece a desdramatizar una historia cuyo contexto no es otro que el del exilio obligado, resulta algo extraño que el director francés lo haya hecho con tanta liviandad y que termine circunscribiendo toda la película a una historia de amor entre un burgués gentil y una empleada doméstica hermosa y sensible.
Todo marcharía viento en popa en el suntuoso departamento parisiense de Jean-Louis, el compuesto caballero francés socio de una financiera, si no fuera porque la anciana criada que lo vio nacer y la burguesísima dama que tiene como esposa se llevan como perro y gato. Y ya se sabe cómo terminan esas guerras. Total, que la empleada da el portazo y la rubia señora, tan ocupada siempre con sus pedicuros y sus cócteles, comprende que deberá buscarle reemplazo, salvo que quiera enfrentar un futuro de pesadilla donde la esperan pilas de camisas para planchar, lavarropas desbordantes de espuma y cristaleros donde nada brilla. Felizmente estamos en 1962 y hay una solución a la vuelta de la esquina: el servicio doméstico está copado por inmigrantes españolas que son trabajadoras, limpias, honestas, siempre muy vivaces y en algunos casos también lindas. Como María, que reúne todas esas condiciones y naturalmente logra que Jean-Louis la contrate de inmediato. Sin proponérselo, la muchacha también tenderá el puente entre el señor y las compatriotas que, como ella, sirven en viviendas similares y duermen en los estrechos desvanes del piso de arriba, el sexto, territorio cuya existencia los amos parecen ignorar. Como Phillipe Le Guay quiere hacer un film optimista a toda costa, poco importa que haya que recurrir a lugares comunes, añadir pintoresquismos, olvidar la coherencia en la conducta de los personajes y desentenderse de la verosimilitud. Esto tiene que ser una fábula amable, complaciente, colorida, con cierto tono nostalgioso de fondo y unas pizquitas de emotividad. Un par de apuntes superficiales darán cuenta de que casi todas las españolas traen alguna marca de la Guerra Civil, que ni esa ni otras desdichas (entre ellas la de estar lejos de los suyos y vivir en esos cuchitriles, que el generoso señor se encargará de adecentar) les quitan la alegría de vivir, y que esa vitalidad puede ser tan contagiosa como para derrumbar barreras de clase, dar lecciones de vida, promover la hermandad universal y distribuir democráticamente la felicidad. Así son los cuentos de hadas: ahí está el eterno ejemplo de Cenicienta. Aquí hay varias, todas simpáticas y bienhumoradas y están interpretadas por un grupo de desenvueltas actrices españolas con Carmen Maura a la cabeza. El humor, el buen ritmo y la música ayudan a perdonar tanto convencionalismo y también lo hacen la belleza de Natalia Verbeke y el desempeño de comediantes como Fabrice Luchini y Sandrine Kiberlain, la única que intenta la vena satírica que la historia pedía
Una maravillosa película francesa, con un delicioso elenco español. Eso es Las mujeres del 6° piso. Y se le puede agregar que la estrella termina siendo la argentina Natalia Verbeke como para darle un toquecito más para generar interés. Obviamente quien busque una película de Hollywood tendrá que esperar una remake… Pero quien quiera descubrir una pequeña historia que posiblemente te mantenga el 90% con una sonrisita “simpaticona”, realmente la va a pasar muy bien. Es un cuentito dulce y agradable, que es alimentado permanentemente por un elenco muy sólido en personajes muy pintorescos. Desde la experimentada Carmen Maura, pasando por el expresivo Fabrice Luchini… y llegando a las divinas… y confieso mi debilidad por Lola Dueñas (Mar adentro y Volver) y nuestra compatriota Natalia Verbeke (la novia de Darín en El hijo de la novia), la película no deja cabos sueltos por ningún lado. Las mujeres del 6° piso es garantía de pasar una tarde tranquila y simpática en una sala de cine. Y si tienen que compensar algo con sus madres o tías… no duden en llevarlas. Van a compensar todo.
Una liviana farsa con Carmen Maura. Una suerte de fantasía retro, a mitad de camino entre la nostalgia y el absurdo, Las mujeres del 6° piso intenta contar, en tono de farsa casi teatral, una situación de la vida real como fue la vida de las mujeres españolas que, en los años ’60, se iban a Francia a trabajar como mucamas para escapar de la pobreza y del franquismo. Un grupo de ellas vive en el sexto piso de un edificio en el que muchas también trabajan. Allí, un piso más abajo pero sin casi darse por enterado de esa situación, vive Jean-Louis (interpretado con todos los tics posibles por Fabrice Luchini). Tras una disputa entre su mujer y la mucama que trabajó con ellos toda la vida (no una española), terminan echándola. Sin saber qué hacer con su casa, contratan a María (la argentina Natalia Verbeke, de El hijo de la novia ), recién llegada a París desde España y sin experiencia laboral, pero “recomendada” por su tía Concepción (Carmen Maura), una de las “mujeres del sexto piso”. Ese simple pretexto sirve para contar un cuento falsamente inocente sobre cómo la vida de un hombre francés cambia al conocer a su mucama, interesarse primero en ella y luego, ante las fricciones cada vez más constantes con su esposa (Sandrine Kimberlain), enamorarse de la chica. Ese interés por María lo llevará a conocer a “las chicas”, un grupete bastante gritón y estereotipado de señoras españolas que vive arriba (Lola Dueñas, Berta Ojea y Concha Galán completan el equipo, cada una con sus problemas específicos), ver las lamentables condiciones en las que conviven y su mezcla de bonhomía, solidaridad mutua y dureza en los reclamos, digamos, sindicales. Todo teñido de un entusiasmo y un joie de vivre que incluye su costado gastronómico. La ayuda será mutua: él tratará de mejorar sus condiciones de vida y ellas lo despertarán emocional y, claro, sensorialmente, si bien las sospechas entre ambos tarden un rato en disiparse. Se podría decir que el filme tiene algo de Historias cruzadas en el cruce entre el mundo de los “patrones” y las lecciones que aprenden de las mucamas, lo mismo que la idea de un hombre reservado y “civilizado” que descubre su otro lado más juvenil y rebelde al conocer bien la vida de “las chicas”. Pero Las mujeres del 6° piso ni siquiera se preocupa demasiado por cualquier costado social ni cinematográfico. Es una fantasía banal, una comedia de tono y tempo teatrales que ya quedaría vieja en la calle Corrientes, y que representa al lado más intrascendente y ñoño del cine francés.
Si se pudiera imaginar una cruza entre lo más condescendiente de la comedia francesa y un universo femenino almodovariano pero clase B, tal vez así se pudiera andar cerca de lo que propone Las mujeres del 6º piso, que casualmente es el sexto largometraje del francés Philippe Le Guay. Ambicioso en su concepción, el objetivo del experimento pareciera ser la obtención de una comedia romántica con apuntes sociales, y el deseo de oponer las atrocidades de la dictadura franquista a la realidad pequeñoburguesa de la sociedad francesa a comienzos de los años ’60, cuando la popularidad del general De Gaulle iniciaba su lenta curva descendente. El resultado es una versión ligerísima de ese hipotético proyecto, en el cual los elementos de la comedia resultan convencionales y cuya mirada social, en lugar de conseguir ser aguda, apenas aporta detalles superficiales sobre el contexto histórico. Ambientada en París 1962, el universo de Las mujeres del 6º piso se limita a los habitantes de un edificio que intenta ser un modelo a escala de la sociedad francesa de la época. Ahí dentro, la burguesía acomodada es representada por el matrimonio de monsieur Joubert y señora que, instalado plácidamente en uno de los pisos inferiores del edificio que les pertenece por herencia, encuentra en las exiliadas del franquismo una mano de obra ideal (barata y trabajadora) para cubrir puestos del servicio doméstico. He ahí a las mujeres de ese sexto piso al que alude el título, que al norte de los Pirineos encuentran en sus paellas, su música y la religión un remedo de esa Patria ahora deforme. El cruce entre ambos mundos, el plácido pero aburrido de los Joubert, y el pobre pero vivo de esas mujeres doblemente exiliadas, ocurrirá cuando los primeros deban echar a la mujer francesa que ha servido para ellos durante décadas, y tomar en su reemplazo a María, una joven recién llegada de España. En la simpatía y simpleza de ella, el señor Joubert encontrará mucho más que una empleada: María será para él la puerta de acceso a una nueva vida posible. De esa oposición entre el aburrimiento de los chicos ricos y la felicidad empecinada de los pobres, Las mujeres del 6º piso hará brotar el amor a fuerza de golpes de efecto. Mientras se empalaga con la pobreza digna, la película reduce a la Guerra Civil Española al mismo y triste pintoresquismo histórico, poniendo en boca de una de esas mucamas el relato de la tortura y asesinato de sus padres frente a sus ojos. Escena que aquí es apenas un detalle de color y que ese buen burgués que encarna el señor Joubert utilizará para intentar inculcarles alguna dosis de conciencia social a esos dos hijos suyos que mastican quejas de panzas llenas. No es que todo sea criticable en esta comedia: cuenta con un elenco eficiente que consigue hacer que el relato pueda seguirse a pesar de lo esquemático. Fabrice Luchini –que ha trabajado con directores como Claude Chabrol o Eric Rohmer y a quien se ha visto recientemente en Potiche, las mujeres al poder, comedia kitsch de François Ozon– es el actor ideal para dar vida al caricaturesco señor Joubert. Del mismo modo un compacto grupo de actrices españolas, con Carmen Maura y Natalia Verbeke al frente, entregan un abanico femenino que, aun limitado por los estereotipos, no deja de ser simpático. A pesar de ello, Las mujeres del 6º piso no consigue evadir las moralejas obvias ni los clichés del cuento de hadas. En definitiva, una película apta para amantes acríticos de los finales felices.
El encanto español mudado a París Estas mujeres a las que alude el título son empleadas domésticas españolas que ejercen su oficio en la París de los años 60. Nada las acerca a las psicópatas que presentaba Chabrol en "La ceremonia", la muy decidida Dora, la criada de "Cama adentro" o las mucamas de la reciente "Historias cruzadas" de Tate Taylor. Nada que ver estas señoras con sojuzgamientos, diferencias sociales o locuras definitivas. Ellas son simplemente amas de casa víctimas de los coletazos del Plan de estabilización de la España de los "60, sometidas a los problemas económicos que las lleva a buscar trabajo en Francia para ayudar a mantener la casa natal, mientras se acomodan al frío ambiental y la racionalidad gala, tan lejana al espíritu hispano. Los protagonistas de la historia son un economista y la nueva chica de servicio, rodeados de un grupo de ruidosas "paisanas". La atractiva españolita es sobrina de una de las domésticas que, llegadas de España hace tiempo, viven juntas alquilando los altos de la casa del pequeño financista. La llegada de la joven será el desencadenante de la toma de conciencia del bueno de Jean Louis Joubert, que hasta ahora sólo veía por los ojos de su superficial esposa, sus circunspectos compañeros de trabajo y sus malhumorados hijos. El mundo parece tomar color a partir de la irrupción de las salerosas señoras del sexto piso. LA TERNURA El director Philippe Le Guay se inspiró para hacer la historia en su realidad. No sólo su padre es un conocido ejecutivo (agente de cambios), sino que fue criado en su infancia por una señora española de nombre Lourdes con la que pasaba, según comenta "más tiempo que con su propia madre". "Las mujeres del 6º piso" está muy bien contada y tiene todos los ingredientes que gustan al público en general, romance, un poco de intriga, bulerías, humor, buena música y mucha ternura. Sí, es una película para todos. Tiene encanto a pesar de cierto esquematismo en los caracteres y la previsibilidad del final. Pero lo importante es que llega al espíritu directamente, con humanidad y personajes profundamente creíbles. Personajes muy logrado, como el que interpreta Fabrice Lucini, un señor contenido y con libertad de espíritu, la tía representada por Carmen Maura, un manojo de simpatía y espíritu de pueblo, muy leal a sus compinches, Lola Dueñas, Berta Ojea, Concha Galán y la encantadora Natalia Verbeke.
Buen humor, sutiles observaciones y un elenco ejemplar Paris, comienzos de los 60. Monsieur Jaubert, agente de bolsa, apagado esposo de una flaca, insípida y tilinga, pero en el fondo buena, debe reemplazar a la vieja doméstica. La señora trae una novedad que le han dicho sus amigas: basta de bretonas, la moda es contratar españolas, cuyo único antojo es ir a misa los domingos, «y tan limpias que no parecen españolas». Ya vimos varias al comienzo, diciendo a cámara sus habilidades y reticencias. Ahora monsieur verá una de cerca, y también conocerá su cámara, si así puede llamarse al recoveco del altillo donde la pusieron. Una porquería. Pero ella no se queja, al contrario. Cerca suyo están sus paisanas. Visten sencillamente de negro. Trabajan en tierra extraña, lejos de sus familias. La ciudad les resulta fría y gris. Y sin embargo en todo lo que hacen ponen una energía tremenda, el piso en que viven es un jolgorio, contagian entusiasmo. Hay que verlas limpiando una casa mientras de paso cantan aquel tema de moda sobre una chica tímida de bikini amarillo a lunares, diminuto. Señoras grandes. Se ríen, hacen planes, miran con algo de compasión al señor del piso de abajo que ha subido en busca de una de ellas. Y él descubre ese mundo. No es una comedia de descubrimientos, pero la vida de ese hombre va a cambiar. Ni comedia social, aunque señale algunas cosas. Ni comedia romántica, al menos romántica convencional. Pero tiene algo de todas ellas, y lo comparte amablemente con el público. Se disfruta de principio a fin, enternece, hace entender. Buen tono, buen humor, buenas observaciones, y muy buen elenco: Fabrice Luchini (el marido en «Potiche»), Sandrine Kiberlain, la argentina hispanizada Natalia Verbeke, y encima Carmen Maura, premio César por este personaje, Lola Dueñas, y la lista sigue. De antología, la breve escena de pocas líneas y expresiones contenidas pero muy ricas donde Maura le explica a Luchini lo que fue «la guerre dSpagne». Para masticar gozosamente, la otra donde él les explica a las sirvientas qué son y cómo invertir en acciones de la Bolsa. Y hay otras, irónicas, dulces, humanas todas. Vale la pena. Postdata para memoriosos: ese mundo de inmigrantes «gallegas» reconoce un buen antecedente en la comedia de Roberto Bodegas «Españolas en Paris», 1971, que no tenía ningún romance franco-hispano, pero sí buenas críticas a los prejuicios de entonces, y buen reparto, con las entonces jovencitas Laura Valenzuela y Ana Belén a la cabeza. Entre los guionistas, Mingote, el histórico y admirable humorista de «ABC» recientemente fallecido.
Metejón francés Ambientada en la década del sesenta, esta comedia muestra a través de la relación de un hombre de negocios y su mucama la parte de atrás de la sociedad francesa de la época. En un edificio de categoría hay un piso destinado a la servidumbre, el sexto. Allí vive un grupo de mujeres españolas que llegaron a París huyendo del franquismo y la miseria. Una de ellas, María, consigue trabajo en el departamento de monsieur Jean-Louis quien vive junto a su esposa snob y dos hijos racistas y malcriados. La vida de Jean-Lois -estupendamente interpretado por Fabrice Luchini- era rutinaria hasta que llegó María -una sensual Natalia Verbeke-, quien gracias a su carácter y personalidad lleva a su maduro patrón a querer conocer más sobre el universo en el que ella se mueve cuando no trabaja. Así, Jean-Lois sube al sexto piso de ese edificio en el que nació y vivió toda su vida pero que aún no conocía en su totalidad. La precaria condición en el que viven todas las mucamas lo conmueven al punto de interesarse personalmente en solucionar los problemas que tengan, sea un baño tapado o la falta de vivienda de alguna conocida de las muchachas. Este francés rutinario de pronto se halla fascinado con esas mujeres que viven para servir a otros y aún así se permiten cantar y reir por las noches. También está fascinado con María. Con un buen trabajo en la dirección de arte, una notable reconstrucción de época y de forma equilibrada, el director Philippe Le Guay logra una armoniosa comedia con algo de cuento de hadas, previsible y hasta tal vez algo cursi, pero en definitiva entrañable gracias la performance de ese coro de sirvientas encabezado por la gran Carmen Maura y secundada por Lola Dueñas.
Vodevil francés, ridiculización española Si nada para destacar, el film de Phillippe De Guay es puro efecto de guión al que Buñuel hubiera destruido desde la primera toma. La comedia standard francesa tiene sus adeptos y defensores incondicionales. Con su rancio estilo originado en el vodevil que establece sus características con una puesta en escena teatral, diálogos funcionales y personajes arquetípicos, la tradicional comedia gala, lejos de la concretar un discurso que se aproxime al cine, continúa acumulando espectadores en forma masiva. Poco tiempo atrás fue Las mujeres al poder (Potiche) del sobrevalorado Francois Ozon, que proponía una placentera manera de vivir los conflictos al articular un argumento donde se reconciliaban las ideas marxistas de un líder obrero con la esposa del dueño de una fábrica, claramente tipificada como la burguesa triunfante luego de la posguerra. Mirtha Legrand, a finales de los ’80, encarnó en teatro el rol que le correspondería a Catherine Deneuve en la cinta de Ozon. No es casual que nuevamente durante los años sesenta se materialice la historia de Las mujeres del sexto piso, dando la impresión que el Mayo Francés, la toma de la Sorbone y las prédicas de Sartre sobre el marxismo no existieran para la comedia vodevilesca francesa. Se dirá que no es necesario pedirle demasiado a una mirada sobre el mundo que soluciona los conflictos sociales y políticos a través de una serie de equívocos y situaciones que transcurren entre cuatro paredes. De acuerdo, está bien. Sin embargo, ni aquel film de Ozon ni este de Phillippe De Guay se caracterizan por su impacto humorístico ni por la originalidad de su historia, ya de por sí, inverosímil y bastante superficial, tan sabrosa como una gelatina bajas calorías. De ahí que sorprenden las cifras exitosas del combo fílmico en su país de origen, aun cuando se entienda que se trata de un cine que necesita toda industria para sobrevivir, pero con una manera de hacer películas concebidas a reglamento, que ya tenían su fecha de vencimiento en los primeros años del sonoro. Las mujeres del sexto piso es puro efecto de guión donde se muestra el contraste entre un matrimonio al que Buñuel hubiera destruido desde la primera toma, en oposición a un grupo de españolas que huyeron del franquismo, trabajan como mucamas y son expertas en el arte culinario. Con este conflicto la película adopta una postura que, aun siendo subliminal, adquiere un tono pedante y presuntuoso desde la mirada francesa hacia las vulgares mujeres españolas. Los chistes son obvios en relación a la preparación de las comidas, y la caracterización de los arrogantes franceses y la simpatía forzada de las hispánicas buscan su lugar en el mundo. Por momentos, la historia parece escrita por el fantasma de De Gaulle con la aprobación de Sarkozy pero tampoco es necesario buscarle demasiadas vueltas al asunto. Como comedia a secas que se precie de tal, Las mujeres del sexto piso –más allá de los esfuerzos de un buen actor como Fabrice Luchini- es menor, vacua y de olvido inmediato.
OTRA LIVIANA COMEDIA Sorprende que esta película haya tenido tanto éxito en Francia. Porque es tan candorosa, tan antigua, tan estereotipada, que uno tiene la sensación de estar viendo una tonta comedia rosa del cine nacional de allá lejos y hace tiempo. La historia es simple y forzada: estamos en los años 50, en París, un burgués vive en la planta baja de un edificio, y en el 6° piso se apiñan como pueden seis mujeres españolas que llegaron escapándole a Franco y que trabajan como domésticas en hogares parisinos. El libro es maniqueo, lleno de lugares comunes. El burgués bien pensante aprenderá de ellas la frescura, la espontaneidad, la solidaridad y el amor. Porque este buen señor, embalado por el salero que llega desde el 6° piso, un día deja a su esposa, abandona el trabajo, se muda con las extranjeras y hasta se enamora de una de ellas, linda, esbelta, buenísima y ubicada. Livianísima comedia, que va de lo romántico a lo costumbrista y que, de paso, nos ofrece unas francesas insensibles y tilingas y unas españolas cálidas y vulgares.
Una película con altibajos pero con mucho encanto y grandes actores. Un señor que en los años ´60 descubre que más allá de su mundo, el de las finanzas y la comodidad, está el de las mucamas españolas que viven en ese sexto piso en habitaciones mínimas, con un solo baño, en pésimas condiciones. Su vida ya no será igual, y tampoco la de ellas, que descubren a un benefactor. Carmen Maura, Lola Dueñas, Fabrice Luchini, y elenco, artífices de la melancólica atracción.
Fábula romántica social que se sostiene en sus muy divertidos gags e impecables actuaciones. Comedia francesa más liviana de lo que pretende, propone una historia con algunos apuntes de mirada social a propósito de la relación de subordinación entre la clase alta parisina y las inmigrantes españolas, cruzada con una historia romántica entre hombre rico – chica pobre, que se sostiene especialmente por los talentos actorales con los que cuenta. A mediados de la década del ’60, en las casas de las familias de la alta sociedad el servicio doméstico era fundamental para sostener la cada vez más ajetreada vida de las damas en estado de ocupaciones vanas permanentes. Es por ello que tras la renuncia de su eterna doméstica francesa, Suzanne Joubert y su esposo, rápidamente optan por una empleada española. Estas por razones de necesidad extrema trabajan en Francia aceptando las condiciones de trabajo que se le impongan. Así la joven y bella María será la nueva dependienta de los Joubert. Pero María vive, junto con su tía y otras mujeres españolas empleadas también para el servicio doméstico, en el sexto piso de la casa donde trabaja. Edificio que pertenece, por herencia familiar, a Jean-Luis Joubert (Lucini). Pronto él verá las condiciones de vida que soportan estas mujeres en su propio edificio e irá abriendo los ojos, a partir de esta novedad, a situaciones sociales, culturales y políticas ante las que parecía ciego, por su propio encierro personal. La película es una fábula romántica social que no de ser por los muy divertidos gags y las actuaciones impecables – especialmente en el caso de Lucini – sería menos que un pasatiempo. Pero lo cierto es que funciona bien en casi todo su desarrollo, con muy buen ritmo y sutileza. Salvo al final, donde una extraña necesidad de dar un cierre convencional a la historia, hace que la misma desbarranque hacia una resolución innecesaria y francamente inverosímil. Buenos pasos de comedia, buenas actuaciones y no mucho más. Pero tampoco mucho menos es lo que pueden ofrecer estas Mujeres del sexto piso.
Ese oscuro objeto del deseo Que una comedia romántica, o de situación, o de cambios inminentes, con sutiles incursiones a posarse en una tímida critica social, en relación a las diferencias, por momentos aparentemente liviana, esté situada temporalmente a principios de la década de 1960, instala el interrogantes sobre si es una parábola ¿Qué está excluido intencionalmente desde el relato, el discurso? El film no es metafórico, ni alegórico, menos metonímico, es una sencilla historia que cobra importancia por los interrogantes que puede desplegar a partir de una mirada que deja de ser ingenua. ¿Y si traspoláramos la historia a la actualidad? La narración se centra en Jean Luois Joubert (Fabrice Luchini), un casi cincuentón de la alta sociedad, que siempre vivió bajo el yugo de las mujeres, primero fue su madre, ahora su mujer. Luego del fallecimiento de su progenitora, su esposa como primera medida despide a la mucama bretona, que estuvo trabajando por muchos años en la familia, quien era un freno para Susanne Joubert (Sandrine Kimberlain) de hacerse ama y señora de la casa. También juegan dentro de la estructura familiar los hijos de ambos, que la mirada extraviada de Susanne sobre Jean promociona que ellos no valoricen al padre, quien a pesar de los esfuerzos no puede superar el conflicto. La novedad en esos tiempos era contratar inmigrantes españoles como mucamas, más baratas, menos conflictivas, que se acomodan y son agradecidas, al decir de uno de los personajes. En el sexto piso del edificio vive como puede este grupo de mujeres españolas. Hacen sus tareas, no sabemos mucho de las razones de su estancia y permanencia en Francia, sólo algunos datos, así Concepción Ramírez (Carmen Maura) está supuestamente por razones únicamente económicas, en tanto Carmen (Lola Dueñas) lo hace por razones políticas, ya que dice ser una perseguida por el régimen franquista imperante en España. Todas tienen en común la esperanza de una vida mejor, de planes a futuro, ya sea de regreso a su tierra natal o adaptándose a la sociedad que las acogió, fríamente al principio, para luego ir acortando distancias por el candor que ellas generan. Para cubrir la vacante de mucama bretona llega a Paris María Gonzáles (Natalia Verbeke), la joven y bella sobrina de Concepción. Los atributos físicos de María y sus características de personalidad, jovial, predispuesta, pero firme en sus concepciones, son registrados de inmediato por Jean, quien comienza a enamorarse. Esto hará que él se acerque más a estas mujeres. A partir de ese momento, interés afectivo de por medio, comienza a concernirse por ellas, por su micromundo, sus costumbres cotidianas, sus motivaciones, su cultura, sus deseos, su comodidad en esa especie de altillo que tiene el inmueble donde ellas se ocultan más que residen. Esto posiblemente pueda ser leído como una falacia, el capitalista, hombre rico, que rompe las barreras sociales, pero en realidad es la estructura necesaria para llevar adelante, progresivamente, el relato tal cual el cuento de “Cenicienta”. Lo que hace realmente llevadera la historia, aparte del guión y los muy buenos diálogos, es la forma de presentación y construcción al detalle de los personajes. Para que esto luzca era menester la selección de intérpretes que le den la carnadura exacta a cada uno, comenzando por amar incondicionalmente al personaje jugado por Carmen Maura y terminando por odiar al de Sandrine Kimberlain, actriz a la que amamos en el personaje de la maestra suplente en “Un affaire de Amor” (2009). En el medio se sitúa Fabrice Luchini, quien trabaja con sutileza su personaje mediante una gran economía de recursos, centrados en la expresión del rostro, la vos y el cuerpo casi inerme. Para que esto se conjugue es imperioso contar un director que no pierda el pulso, ni de vista, que lo importante es el cuento y que aunque la realización transpire clasicismo narrativo por donde se lo mire, no deje de ser efectivo. Si le extirpamos los interrogantes, posiblemente se transforme en una obra menor. Queda a criterio del espectador tomarlo únicamente como un pasatiempo, o darle una vuelta de tuerca al relato.
Desarrollando una historia colorida, con personajes femeninos entretenidos y con un conflicto central que no se aleja de los convencionales para este tipo de propuestas, esta es una película con un guión demasiado sencillo, con muchos cliches y con un desarrollo paralelo de la vida burgués de la Francia de la década de los 60 desaprovechado.
Vas a ver una película francesa, y la primera frase que escuchás es en español. Te preguntás si está doblada, y no te avisaron, pero no. Lo que sucede es que las mujeres a las hace referencia el título son las españolas que en los años ’60 fueron la mano de obra por excelencia para las tareas domésticas en Francia. La última década del franquismo generó una gran emigración, en especial de mujeres, hacia otros países europeos. Ir a Francia era lo más fácil: era más barato viajar, y la distancia, en especial para quienes dejaban a los hijos en España, no era tan grande. Esta película nos muestra la vida de estas empleadas, que viven en el último piso de un clásico edificio parisino, en habitaciones originalmente pensadas como depósitos (bauleras) de los departamentos de abajo. Sin calefacción, ni baño, apenas una letrina, y una canilla común de donde sacar el agua (fría) para higienizarse, estas mujeres no pierden la alegría, la fe, el idioma, y mucho menos, el orgullo. La historia comienza con la llegada a París de María (Natalia Verbeke, aquí muy conocida por su papel en El hijo de la novia). La recibe su tía Concepción (Carmen Maura), y el resto de las españolas que viven en ese sexto piso. No tarda mucho en conseguir trabajo con un matrimonio que vive justamente en el mismo edificio que ella, y que acaba de despedir a su fiel empleada francesa de toda la vida. Al principio el hecho de tener “una española” en la casa genera un clima algo extraño en la casa, como si la extranjera fuera algo exótico. Pero pronto el impecable desempeño de María, y su personalidad, llamarán la atención del dueño de casa, el Sr. Joubert (el comediante Fabrice Luchini). Casi de casualidad, Joubert conocerá cómo viven las mujeres con quienes comparte el edificio, y se conmoverá por su situación, ayudándolas a mejorar algunas cosas básicas. Poco a poco se encariñará con ellas, aunque es claro que empieza a sentir algo más por María. La comedia es muy simpática, en especial los personajes de estas extraordinarias españolas, víctimas, aunque sin hacerse cargo, de la xenofobia francesa, y la lejanía con respecto a su tierra y sus sueños. En breves líneas, sin apuntar al golpe bajo, se mencionará la guerra civil, la dictadura de Franco, y la separación de las familias que dejaron atrás. Joubert se compenetrará tanto de la vida de estas mujeres, que no sólo terminará enamorado de María, sino casi inmerso en las vidas personales de cada una de ellas, y de la cultura española también. Mientras tanto, su estructurado matrimonio se irá derrumbando, más por las erradas sospechas de su esposa Suzanne que por lo que realmente está pasando. Una vez que sepa la verdad, su mujer dirá a sus compañeras de bridge, que lo entiende “tal vez porque ellas están tan vivas, y nosotras, tan muertas”. Y es real, la alegría española se respira en toda la película, con medida justa, sin exagerar ni idealizar, pero realmente agradable, contrastando con la rígida vida de esta familia (y por qué no, de toda una sociedad) burguesa.
Se desarrolla en Paris en 1962, vemos un matrimonio que lleva una vida armoniosa y estable ellos son Jean-Louis Joubert (Fabrice Luchini) quien se dedica a las finanzas, ella Suzanne Joubert (Sandrine Kiberlain) vive sumergida en las actividades sociales, y tienen dos hijos Bertrand Joubert y Olivier Joubert (Camille Gigot y Jean-Charles Deval) pupilos en un colegio. La vida de ellos cambia cuando su empleada domestica decide irse luego de una discusión, pero muy cerca vive un grupo de mucamas españolas que para escapar del franquismo y la pobreza ahora trabajan en Francia, ellas son las mujeres del sexto piso del edificio. Ahora Suzanne no sabe qué hacer con su casa, y contrata a María González (Natalia Verbeke, actriz argentina, de “Apasionados”, “El hijo de la novia”), acaba de llegar de España y sin ninguna experiencia laboral, pero quien la recomienda es su tía Concepción Ramírez (Carmen Maura), una de las mujeres del sexto piso, entre todas esta mujeres existe la solidaridad y se ayudan entre sí. Inesperadamente, Jean-Louise lentamente va dejando de lado su vida burguesa, entablando un vínculo muy especial con María y el resto de las mujeres, irá descubriendo sentimientos y emociones, se va contagiando de esa alegría española, relacionando con todas ellas, conociendo sus problemas, sus historias y sus inconvenientes. Así lentamente su espíritu adormecido recuperará la alegría, dándole otra visión a su vida, un nuevo giro, y llega lo previsible se enamora de María, aunque conoce muy poco de ella en un principio y todo se complicará. Es una comedia muy simpática, sencilla y previsible, aunque está bien contada y actuada, es todo el tema lo de las diferencias sociales, como se van estableciendo las migraciones en diferentes países y según sus épocas, vemos a estas mujeres inmigrantes españolas que buscan una vida mejor y trabajan como amas de casa para las familias ricas de Francia en el mismo edificio, pero con cierta ironía en un piso más arriba.
La complejidad de la simpleza Ya desde el título, el director Philippe Le Guay se sitúa desde un punto en especial para narrar el film. Las mujeres son aquí el eje de la cuestión. La película nos transporta a lo que pasaba en Francia cuando paralelamente en España se vivía el franquismo. El contraste social de la época se logra mediante un edificio en el que conviven tanto las empleadas domésticas como las damas adineradas que contratan su servicio. Con la llegada al poder del general Francisco Franco muchos de los españoles deciden exiliarse como método de escapar de ese régimen autoritario y hostil. Uno de los lugares de escape, sin duda debido a la distancia, fue Francia. Philippe Le Guay construye el exilio de seis mujeres españolas que van a parar a Francia. Ellas son amigas y parientes y fortalecen sus vínculos trabajando como empleadas domésticas en las casas de varios ricachones. Lo particular es que todos van a convivir en un mismo ambiente, en un edificio en el que por un lado estarán los pisos de los empleadores y por el otro el piso en el que viven todas las empleadas, el sexto. Es una gran obsesión el hecho de que la empleada conquiste a su empleador. Perder o abandonar la asimetría por un sentimiento más importante que el dinero sería tal vez la hipótesis. Pero en este caso no es un amor deslumbrante lo que destruye al poder dominante y lo vuelve par. Es una nueva visión del mundo la que María (Natalia Verbeke) le presenta al señor Jeaubert (Fabrice Luchini). Después sí, este hombre tendrá la posibilidad de conocer a las demás mujeres que hacen que rompa todas aquellas estructuras de cómo había que vivir. Cuando aparece, el humor sólo lo hace para aplacar la melancolía y la nostalgia de la época; y las imágenes y los colores cumplen el objeto de transportar en el tiempo. Asimismo, los detalles de las casas son muy importantes: de un lado tenemos la belleza y los lujos que en ningún momento se cuentan sino que son las imágenes las que hablan. Por el otro lado aparecen las habitaciones de las empleadas domésticas, pequeños cuartos que no tienen nada más que lo esencial. El baño era compartido por las mujeres que vivían en el sexto piso y su ducha era mediante una palangana. En cuanto a las mujeres, como expresaba en un principio, constituyen el tema central. Además del contraste de dinero entre francesas y españolas, está la diferencia de personalidades. Quedan muy expuestos los modos de las mujeres de cada nacionalidad. Más allá de que cada mujer sea un mundo, la crianza y los valores son propios de la sociedad en que se vive y definen sin duda el trato con los demás. Quizás al ser mujeres de un mismo país la película pasaría a ser una más, pero sin embargo explora contrastes continuos y atractivos. Es muy notable la alegría española (llamativa por los pesares que les tocaba vivir) y en definitiva es la que hace mover los pisos del edificio convulsionando a sus propietarios. Aunque en realidad lo que está haciendo es modificar los cimientos, construir una nueva forma de ver la vida mediante la mezcla de dos percepciones diferentes. Por último, es bueno resaltar que el director no cierra a sus personajes, sino que los representa en un momento. Sí hay un final marcado y el mayor conflicto se soluciona, pero no condena a los protagonistas principalmente a ser felices para siempre por tratarse de un film de amor. Porque este amor sobrepasa al de dos personas y pasa a ser colectivo.
Otra historia de amor en París En una crónica sencilla, el director francés Philippe Le Guay expone las vidas de un grupo de empleadas domésticas españolas inmigrantes en París, durante la década de 1960. Las mujeres del sexto piso no va más allá del tono evocador de esas trabajadoras que han huido del hambre y la falta de horizonte en pleno auge del franquismo. París ofrece cantidad de familias burguesas prósperas que inician un intercambio cultural mientras las tareas cotidianas revelan intimidades y costumbres. Ese universo femenino lleno de gracia, nostalgia y sacrificios entra en contacto con el señor Joubert (Fabrice Luchini), patrón de María (Natalia Verbeke). Su matrimonio con Suzane (Sandrine Kiberlain), una insípida muchacha de Provenza, evidencia las grietas de la rutina cuando el hombre comienza a mirar por primera vez la realidad de las mujeres del sexto piso donde viven las empleadas del edificio. Claro que María ha conmovido de manera inexplicable el corazón metódico y tímido de Jean Louis. Él descubre el romanticismo y la riqueza del idioma que las mujeres intercalan con el francés. Carmen Maura lidera el grupo. La actriz se luce hablando en francés y español, siempre atenta a la suerte de su sobrina María, con la naturalidad de la matrona que ha sorteado épocas difíciles. Mientras avanza la relación del señor con las españolas, la película deja entrever las marcas del progreso, los esfuerzos para lograr el ascenso social; el pretendido estatus que aleja a las señoras de las tareas domésticas y las condena a la peluquería, la modista y el té con sus pares. El contraste pone las certezas de Jean Louis de cabeza. La película acompaña esa educación sentimental tardía, cuando el señor ve que en el sexto, el baño se tapó hace mucho tiempo, que no hay agua caliente, aunque sí camaradería. La película de Le Guay no idealiza ni pontifica. Funciona como un reconocimiento a ese segmento social que desembarcó en París en tiempos de De Gaulle y mejoró el sabor de la mesa. Alude con ternura a la realidad de las inmigrantes, mujeres solas que no han podido elegir nada mejor. Aun así, no se quejan. Las canciones y picardías, la devoción, la misa de domingo y hasta las respuestas de una republicana van armando un trozo de la España instalada en casa del vecino de buen pasar económico. Sin embargo, son ellas quienes enseñan a Jean Louis el valor y la alegría de ser libres en esta película de trazo diáfano y un tanto pueril. Fabrice Luchini logra un personaje encantador, que primero no destaca en medio de las mujeres potentes, pero paulatinamente, va animando la propia sonrisa y el amor de su vida.
Jean-Louis (Luchini) es un agente de Bolsa parisino, en la Francia de los años 60, que vive con tanta comodidad que está aburrido de cuerpo y alma. Hasta que contrata como mucama a la bella española María (Verbeke) y lo que parecía un casillero más a llenar en su vida estructurada se convierte en un pleno total. Pero no porque él se enamore perdidamente de un día para otro. Llevado de las narices por un buen director como Philippe Le Guay, este personaje burgués y cincuentón conoce la vida distendida de un grupo de empleadas domésticas españolas, que pese a sus carencias jamás les falta tiempo para una buena sonrisa. Jean-Louis conoce a partir de allí su costado más solidario y en vez de preocuparse por cómo le servían un huevo duro comienza a ocuparse de cubrir las necesidades del otro. Así, ayudará a estas seis mujeres del piso de arriba a destapar el único excusado con el que cuentan, o prestará su teléfono para que una de ellas llame a su hermana a España, o bien comprenderá de qué se trata la Guerra Civil Española. Y, desde ya, se topará con el amor de María y, más que eso, una luz hacia su libertad. La comedia tiene chispazos de humor y un tono costumbrista que seduce, pese a que no escapa a un toque rosa y previsible. Pero vale la pena conocer a estas entrañables mujeres.
Un grupo de alocadas muchachas españolas El film de Philippe Le Guay articula diferentes planos, como los que se dan desde el punto de vista no sólo arquitectónico, sino a partir de un cruce de miradas y de limitaciones entre dos culturas, en el París de principios de los años 60. En el orden de las comedias, de este género que alguna vez tuvo un lugar muy significativo en la cartelera cinematográfica, son muy contados los títulos que, en los últimos años, merecen recordarse. Y no son precisamente como ocurría hace algunas décadas los que provenían no sólo de países europeos, sino también de realizadores estadounidenses, cuyas trayectorias, entonces, garantizaban ese concepto de divertimiento; hoy, por otra parte, tan ausente, reemplazado por un cine standard y conformista, pensado sobre todo y fundamentalmente con un criterio que no va más allá de una tardo?adolescencia. La gran esperanza, ante la ausencia de relevos de los grandes nombres de la comedia estadunidense, sigue estando, de acuerdo con lo que llega a nuestro país, en la cinematografía europea, ya que de otros países, en lo que respecta a este género, poco conocemos. Y no de todos los países de Europa claro está, sólo de Francia, Italia, España, Inglaterra e Irlanda, a razón de no más, con suerte y como se dice coloquialmente con muchísimo viento a favor, dos o tres películas al año; siempre y cuando hayan sido éxito de taquilla en sus propios países y/o bien hayan obtenido numerosos premios internacionales. Presentada en la función de cierre del Encuentro de Pinamar 2012 y aún no estrenada en España, aunque sí en Italia, "Las mujeres del sexto piso" puede representar para nosotros, espectadores tan expectantes de renovadores títulos, una más que bienvenida propuesta. Y si esto lo considero así es porque el film de Philippe Le Guay, realizador no conocido para nosotros, articula diferentes planos, como los que se dan desde el punto de vista no sólo arquitectónico, sino a partir de un cruce de miradas y de limitaciones entre dos culturas, en el París de principios de los años 60. En ese París de aquellos años, en el que podemos imaginar a los realizadores de la Nouvelle Vague rodar sus historias; un grupo de mujeres españolas, escapando de las tensiones y de la asfixia del franquismo, comienzan su búsqueda como empleadas domésticas. Y algunas de ellas, recién llegadas, ya ocupan, bajo la censora mirada de una portera, un sexto piso, cuyo propietario, que habita un piso de abajo, reconocido financista, casado con una muy aburrida mujer, padre de dos hijos, es un tal M. Jean Louis Joubert. Todo esto ya está planteado en los primeros minutos del film. Como el portazo que dará la vieja criada, la de toda la vida, por los enojos continuos con la Sra. Joubert, ahora, ante una dolorosa situación. En esos primeros minutos, sabremos que esas mujeres españolas que habitan el sexto piso, esa noche, tal como se quejado la portera y así se lo ha transmitido al Sr. Joubert, ellas, las mujeres españolas, han estando cantando y bailando. Como vemos en estas primeras secuencias, ¡cuántas historias de vida se nos han acercado!. No sin antes su realizador, a través de unas fugaz panorámica, recordarnos al París de René Clair, porque su mirada exterior, por la manera en que nos ha permitirá ingresar al departamento de ese sexto piso, en el que habitan las mujeres españolas, es a través de sus techos. Sobre los techos de París. Paulatinamente, nada será vertiginoso en el film, comenzarán a marcarse deslizamientos muy sutiles. Hay camisas que planchar en la casa de M Joubert y su esposa debe atender sus citas con el peluquero, pedicuro u obviamente recorrer las grandes tiendas con sus amigas. Y siempre estará fatigada al final del día. La señora de servicio ya no volverá y ahora hay que acudir en busca de una reemplazante y ahì está una de ella, una joven, María, que en el film, está interpretada por la actriz argentina Natalia Verbeke, nacida en Buenos Aires en 1975, cuya trayectoria la comenzó en España. Será ella quien, desde su lugar y su idioma, desde esos tres minutos de cocción para el huevo, esos tres justos minutos, comienza a sorprender al tan almidonado ejecutivo M. Jourdain. No quisiera avanzar a nivel argumental. Sólo señalar que sí escucharemos canciones de la época y retazos de una trágica memoria; de cómo M. Jourdain sabrá que el universo puede encontrarse en la palma de la mano y que el aprendizaje de otro idioma nos lleva felizmente a abrir puertas, ventanas, horizontes. Y de cómo ciertos virajes, desvíos y cruces de fronteras, en algunos de sus personajes, nos pueden llevar a pensar, estimo, en que ya se están bosquejando algunos cambios que cristalizarían hacia fines de esa década. M. Jourdain está interpretado por un muy admirable Fabrice Luchini, actor de films de P. de Broca, Patrice Leconte, Cedric Kaplisch, entre otros; y de las almodorovianas Carmen Maura y Lola Dueñas como asimismo de la joven N. Verbeke y de la hiératica, desde su rol, Sandrine Kiberlain Y muchos más,claro está. Un film que desde el seno de una familia acomodada y de la alta burguesía, que se maneja tediosamente regido por las alzas y bajas de las acciones y una repetida agenda del sinsentido, pasa a ser un relato coral en el que juega un coherente y muy esperado, más que esperado, final feliz.
Publicada en la edición digital de la revista.
Los de arriba y los de abajo A mitad de camino entre el costumbrismo estereotipado de “El exótico Hotel Marigold” (pero sin colgarse tanto de la chapa de sus protagonistas) y la denuncia social licuada por el paso del tiempo de “Historias cruzadas” (otra película sobre señores y criadas situada en los años 60), la película de Philippe le Guay se sostiene apenas por el encanto de los protagonistas, la bella argentina Natalia Verbeke (El hijo de la novia) y el siempre perfecto hombre gris que compone Fabrice Lucchini (Confidencias muy íntimas), en este caso pobremente acompañados por el grupo de mujeres españolas de título, aquejadas por una sobredosis de clichés (comen paella y tortillas, gritan, rezan, y parecen disfrutar de la vida más que los franceses). El contexto histórico, muy de fondo, es interesante, la migración de mujeres que iban a trabajar de lo que fuera a Francia escapando del franquismo, pero todo redunda en un módico entretenimiento, tan amable como esquemático, cuya principal virtud termina siendo su falta de ambiciones.
Franceses y españoles, en apariencia, no tienen mucho en común. El director Le Guay pone el acento en aproximaciones y diferencias culturales en esta comedia con apuntes sabrosos. Transcurre en París, en 1960, cuando un alud de trabajadoras españolas invade la capital francesa. La mayoría se emplea en el servicio doméstico. Jean-Louis Joubert es un típico representante de la clase media con una vida ordenada, sin imprevistos. Su mujer lleva una intensa actividad social, su hijo está pupilo en un colegio y él se dedica a las finanzas. Esa paz burguesa se verá alterada por la presencia de un grupo de españolas que se instala en el piso sexto, prodigando desparpajo y alboroto en todo el edificio. Jean-Louis, al principio escandalizado, entablará un vínculo inesperado con ellas y el sagrado orden familiar entrará en crisis. El choque cultural y los prejuicios sociales dejarán paso a una bocanada de aire fresco, que más de uno estaba necesitando.
Producción menor, amable y entretenida En 1971 el madrileño Roberto Bodegas dirigió Españolas en París , con Laura Valenzuela y Ana Belén, sobre mujeres hispanas que a principios de la década de 1960 emigraron a París para trabajar como empleadas domésticas y enviar algún dinero a sus familias. La película de Bodegas inauguró la corriente que se conoció como "tercera vía" del cine español de los años setenta, con producciones situadas entre el cine de autor y el comercial, entre la crítica a las imposiciones del mercado cinematográfico y la aspiración de llegar a la mayor cantidad posible de espectadores. Pues bien, Las mujeres del 6º piso es el punto de vista francés sobre el mismo tema. En este caso son un grupo de españolas de distinta edad, muy trabajadoras, limpias, honestas y vitales, que se instalan en el sexto piso de un edificio parisimo y desde allí emprenden la búsqueda de un trabajo como sirvientas. El edificio es propiedad de Jean Louis Joubrt, un atildado burgués casado con Suzanne, una mujer llegada del campo y muy preocupada con sus podólogas y sus cócteles. Monsieur Joubert es socio de una empresa financiera. Cuando la sirvienta se va de la casa luego de veinte años de trabajo, Joubert contrata a María, que reúne las aptitudes señaladas precedentemente y, además, es la más bella de ese bullicioso grupo de "exiliadas del franquismo" que arrastran, quién más quién menos, alguna marca de la Guerra Civil. El amable y caricaturesco caballero francés se convierte en involuntario benefactor cuando procura mejorar las condiciones de vida de las hispanas y a fuerza de dádivas logrará conquistar el corazón de una de ellas. El relato concluye con un impensado epílogo ambientado tres años después de los episodios centrales de la historia. El director, para quien éste es su sexto largometraje, centra la atención sobre las diferencias culturales entre franceses y españolas, que deriva en una comedia costumbrista a la vieja usanza, narrada según el estilo folletinesco de los radioteatros de la época evocada. Una de las bazas de esta producción menor pero amable y entretenida, son las actuaciones de los franceses Fabrice Luchini (Joubert), Sandrine Kiberlain (Suzanne) y las españolas Natalia Verbeque (María), Carmen Maura y Lola Dueñas, entre las más conocidas.