“El hombre es el lobo del hombre”, resuena la frase popularizada por el filósofo inglés Thomas Hobbes, quien da por sentado el egoísmo que rige el comportamiento del ser humano, aunque la sociedad lo intente corregir para favorecer la convivencia. “Lobos” cuenta la historia de la familia Nieto, la cual como muchas otras tienen inconvenientes económicos. El padre de familia (Daniel Fanego) quiere asegurar el futuro de sus hijos a partir de robos menores. Es ayudado por su yerno Boris (Alberto Ajaka), mientras que su hijo Marcelo (Luciano Cáceres) se retiró de este negocio para dedicarse a la seguridad privada. Pero cuando uno de los trabajos salga mal, Marcelo deberá elegir entre su empleo y ayudar a su familia. El séptimo largometraje de Rodolfo Durán busca retratar la vida de una familia que por necesidades generadas en el contexto en el que vive debe sobrevivir recayendo en la delincuencia. Sin embargo, su mirada no busca justificarlos o fomentar estas prácticas (porque más entrada la trama veremos las consecuencias de tales actos), pero tampoco los condena, sino que nos muestra la escala de grises por la que transitan estos personajes. Fuera de su forma de vida, la familia se encuentra unida y se transmiten afecto y cuidado. Es por eso que el espectador logra empatizar con los protagonistas que se mueven dentro de esta ambigüedad y contradicción. Uno de los grandes aciertos del film es la elección del elenco, con algunos de los mejores actores nacionales de estos tiempos. En primer lugar, Daniel Fanego, el padre de familia, vuelve a entregarnos una muy buena interpretación que no solo se transmite con el diálogo sino más a través de sus gestos. Logra plasmar la situación familiar y su desesperación por dejarles un buen pasar económico. Alberto Ajaka y Luciano Cáceres acompañan muy bien en puntos contrapuestos, mientras que uno promete fidelidad frente a cualquier costo, el otro busca apartarse del negocio, aunque el límite entre los vínculos afectivos y las malas prácticas sean bastante difusos. También debemos destacar la labor de César Bordón, quien encarna a un policía que trabaja en colaboración con los delincuentes (lo llaman el “jefe”) y es el encargado de apuntar los próximos pasos. Gracias a su trabajo se incorpora la subtrama de corrupción policial, la división de barrios por parte de las autoridades y las relaciones que mantienen con los criminales. Filmado en Avellaneda y Lobos, la ambientación de la película ayuda a que se desarrolle la trama, sobre todo en la última instancia en la cual se trasladan, por motivos intrínsecos a la historia, a una casa alejada y desolada. Lo mismo ocurre con el clima generado a partir de la tensión (uno de los recursos mejores tratados del film) y la banda sonora. En síntesis, “Lobos” nos ofrece un logrado drama policial que se beneficia de su tono intenso y la construcción de sus personajes, quienes nos muestran sus contradicciones y ambigüedades, a través de grandes interpretaciones, que permiten poder empatizar con ellos a pesar de los malos actos.
Una casta de ladrones intenta sobrevivir a pesar de las exigencias que recae en ella. Un elenco que ofrece más que lo que la propuesta les da, con un Daniel Fanego sublime y actuaciones destacadas de Luciano Cáceres, César Bordón y Alberto Ajaka, en un film que termina perdiendo la oportunidad de convertirse en uno de los grandes policiales del nuevo siglo.
El séptimo largometraje de Rodolfo Durán -después de El karma de Carmen- se sumerge en una realidad que no ofrece segundas oportunidades y en una familia que utiliza el robo como forma de vida. Un drama policial que expone vínculos alterados. ¿"Cuánto tiempo más me dará el cuero?" pregunta Nieto -Daniel Fanego, en otro personaje oscuro que se permite algunos rasgos de humanidad- mientras espera al volante para robar un automóvil o que sus cómplices ingresen en una casa marcada. Entre personajes marginales -Potrillo sale de la cárcel y se une a la banda-; Molina, el comisario corrupto -un acertado César Bordón, recientemente visto en El tío- y una hija que quiere montar una peluquería junto a su marido -Alberto Ajaka-, el relato también pone en primer plano a Cáceres -Luciano Cáceres-, el único miembro del clan que quiere salir del negocio y trabaja como vigilador en un barrio. Todos saben lo que se hace en familia y en la sombra en medio de un clima de corrupción generalizada en el que se salva el que puede. Claro que las cosas no salen como se esperaban y una muerte cambia el rumbo de los acontecimientos. El filme de Durán cuenta con el guión de María Meira y deja al descubierto la actividad delictiva de los Nieto, que si bien el público sabe que están del otro lado de la ley, también saben imponer su cuota de empatía a través de vínculos claroscuros que se van tejiendo con sus propìos códigos. Los sueños en Lobos aparecen sintetizados en un día de pesca alejado del mundo criminal y de un secuestro express en la parte final del filme. Entre silencios cómplices, asaltos y un entramado policial que empuja a sus personajes al límite, el relato concentra suspenso e intriga bien manejada que explora los crímenes de familia.
Los Nieto son una familia ligada a la delincuencia en el sur del Gran Buenos Aires. Está el padre (Daniel Fanego), un “pesado” ya sexagenario que lidera la banda; su yerno Boris (Alberto Ajaka) y un novato impulsivo y no demasiado confiable que acaba de salir de la cárcel y al que apodan El Potrillo (Ezequiel Baquero). En cambio, su hijo Marcelo (Luciano Cáceres) ha optado por abrirse y subsistir con un empleo “digno” como agente de seguridad privada. Nieto padre es quien arregla los golpes (secuestros extorsivos, asaltos, robos, apretadas) en connivencia con Molina (César Bordón), uno de los comisarios de la zona. Su objetivo es, con el fruto de los sucesivos golpes, dejarle algo a su hija Nati (Anahí Gadda), quien planea abrir una peluquería, intentar un acercamiento con Marcelo y en algún momento retirarse a pescar en una precaria casa que tiene junto a la Laguna de Lobos. En su séptimo largometraje, Durán construye un thriller negro de impronta suburbana (buen uso de las calles de Avellaneda) sobre las lealtades familiares, la culpa, la venganza, las diferencias generacionales, los dilemas éticos y morales, y cierto sino trágico que de manera inevitable sobrevuela en este tipo de grupos y actividades en el submundo delictivo. Más allá de su planteo sencillo y por momentos sin demasiados matices, la película escapa afortunadamente tanto de la glorificación como de la denuncia horrorizada. Los personajes tienen sus aspectos nobles y sus bajezas, contradicciones íntimas que los invaden en situaciones banales (una fiesta de cumpleaños infantil) o extremas (un robo que no sale como estaba planeado). En definitiva, un más que digno exponente de género construido con una narración prolija e intérpretes que sintonizan a puro profesionalismo con el tono elegido.
Ser humano, ser egoísta Lobos (2019), séptima película del director Rodolfo Durán (Cuando yo te vuelva a ver), llega a las salas con tres importantes condimentos: delincuencia familiar, corrupción policial y puja por el poder. El egoísmo, la esencia del hombre. Una familia, cuyos problemas económicos comienzan a ser una preocupación, decide recurrir a la herramienta de un pasado tormentoso: delitos para satisfacer la actualidad financiera. El líder de la familia Nieto (Daniel Fanego) encabeza una banda de delincuentes donde su yerno Boris (Alberto Ajaka) es su mano derecha. Marcelo (Luciano Cáceres), su hijo, durante su juventud era miembro de este grupo, pero optó por encasillar su vida. Ahora, como personal de seguridad privada, disfruta de un empleo honrado. Hasta que un día todo se descontrola: la banda comandada por su padre ingresa a robar a una casa que él tiene que custodiar. Lobos es una obra que reúne los requisitos fundamentales de un buen policial oscuro. Envuelto en una trama familiar desconcertante, dónde no se precita en explicar la existencia del bien y el mal, el film explora de manera curiosa esta faceta. Fanego se destaca como el cabecilla de la banda y tiene un trato diario con uno de los jefes policiales, interpretado por César Bordón. En primera instancia, uno de los miembros del conjunto sale de prisión y eso funciona como el disparador para que sea el ejecutor de un encargue. En segundo término, no está clara la vida que lleva en la actualidad Marcelo, pero de manera tacita se sugiere que sus días son rutinarios y alejados de momentos hoscos. En tercer lugar, la relación de él con su padre es el sustento de la historia: el grado de emotividad se da al abocar al pasado vivido y a cierto resentimiento de un presente que va por distintos caminos. El largometraje nos regala una fotografía espléndida y el reparto sabe lo que hace y el rol que cumple. Luciano Cáceres sigue demostrando que es uno de los mejores actores de su generación. Con un claro primer acto introductorio, un segundo acto plagado de acción y un tramo final que promete revanchismo, el film logra entretener. Queda a segundo plano que por momentos se aleje de la propuesta al profundizar en la otra subtrama familiar (Boris y su mujer), la cual no le brinda tanta relevancia a la más que interesante relación padre/hijo. Una historia sombría, dónde la corrupción policial y el individualismo están siempre presentes, y con momentos cruciales que hacen que la venganza sea fruto de las emociones, Lobos es un thriller policial que explora y describe de la mejor forma la parte oscura del hombre, la cual la sociedad fracasa en su corrección.
“Lobos”, de Rodolfo Durán Por Gustavo Castagna Un policial de márgenes, un policial “familiar” aunado a la corrupción policial y al destino que le corresponderá a cada uno de los personajes es aquello que narra la nueva película de Rodolfo Durán (Cerca de la frontera, su opera prima; Cuando te vuelva a ver; El karma de Carmen). Policial familiar porque hay un clan protagonista pero en las antípodas de los Puccio. Familia disgregada, con un hijo fuera de los negocios (Luciano Cáceres), un padre viudo que necesita dar un par de golpes más, levantar buen dinero y así retirarse (el excepcional Daniel Fanego), una hija peluquera (Anahí Gadda) que preocupa a su progenitor al no poder dejarle una mejor herencia, un yerno asociado a su andar delictivo (Alberto Ajaka), un chorro que sale de sale de la cárcel y que jamás oculta su comportamiento irascible (Ezequiel Baquero), y como centro operativo del argumento, el cana Molina (estupendo trabajo de César Bordón), quien maneja los engranajes públicos y hasta privados de un paisaje en permanente tensión. La familia Nieto no se refleja en el clan Puccio porque Durán, en la primera parte de Lobos, describe con elegancia a un grupo que delinque sin regodearse en el dolor ajeno. Por eso, más allá del distanciamiento entre el padre y el hijo que trabaja para una empresa de seguridad, la fortaleza de este clan ciclotímico pero sincero en su intimidad no se compadece con las características de ese otro violento personaje recién salido de la cárcel. Es decir, la necesidad por vivir al margen de la ley y luego retirarse se manifiestan en más de un acción del grupo. Pero siempre convive, al tratarse de quien guía las acciones de todos, el policía Molina, sujeto actuante cuando está en cuadro pero también protagonista desde el espacio off. Los diálogos, muy bien trabajados, que se establecen entre el padre de familia y ese custodio de los movimientos ajenos y rey de los negocios turbios resultan los mejores de la película, en contraste con cierto esquematismo de los personajes de los hijos y del yerno. Lobos se destaca por capturar una geografía que recuerda a la de Un oso rojo de Caetano y a aquella de los films de José Campusano, pero sin la roña y el salvajismo a flor de piel del autor de Vikingo y Fango. Los últimos minutos, en oposición, a cierta previsibilidad argumental, acumulan buenos momentos visuales a través de un paisaje abierto, una lancha acaso salvadora, un tiroteo con la policía, cuerpos que caen, planos con cámara cenital y el destino que marca con sello a la familia Nieto, señalado tal vez desde la primera imagen de Lobos, cuando el contexto y las decisiones de un otro ajeno al clan ya prevén quién ganará finalmente la partida. LOBOS Lobos. Argentina, 2019. Dirección: Rodolfo Durán. Producción: Fabián Duek y Rodolfo Durán. Guión: María Meira. Fotografía: Mariana Russo. Dirección de arte: Augusto Latorraca. Montaje: Emiliano Serra. Música: Gabriel E. Bajarlía. Diseño de vestuario: Carolina Cichetto. Intérpretes: Luciano Cáceres, Daniel Fanego, Alberto Ajaka, César Bordón, Anahí Gadda, Fabián Arenillas, Ezequiel Baquero, Alberto Cattan, Martina Krasinsky. Duración: 92 minutos.
Este jueves se estrena Lobos, un policial con un elenco de actores tan conocidos como buenos. Entre ellos figuran Luciano Cáceres y Daniel Fanego que hacen de hijo y padre respectivamente, así como Alberto Ajaka y César Bordón; entre otres. La película está dirigida por Rodolfo Durán, quien ya tiene varios films en su haber, como Cerca de la frontera y Terapias Alternativas. Producida a través de SOY CINE SRL en sociedad con Fabián Duek /Rodolfo Durán, el apoyo del INCAA y el auspicio de Avellaneda Filma. Lobos narra la historia de los Nieto, una familia en apariencia tranquila, pero solo en apariencia. Todos amenazan y roban y lo hacen en su barrio, dejando que el crimen sea parte de su cotidianidad, aunque nadie pareciera notarlo. Un poco por desesperación, otro por mantener cierto estatus social, terminan metidos en encargos a mano a armada comandados por el comisario Molina (César Bordón). Este es el primer estereotipo que presenta la película o lo ya contado y contado innumerables veces, “la policía corrupta”. El “Nieto” padre de familia, representado por Daniel Fanego, se preocupa por el cansancio devenido en sus años y por querer dejarle algo a su familia, sobre todo a su hija Natalia (Anahí Gadda), una peluquera de barrio a punto de perder su local. Boris (Alberto Ajaka), es el marido de Natalia y cómplice de Nieto, con quien encaran juntos cada crimen. El único que parece resistirse es Marcelo (Luciano Cáceres), hijo de Nieto, quien trabaja en una garita, cerca de donde se desata el conflicto principal de la película, que cambiará las reglas del juego y lo pondrá en jaque. El guión, de María Meira, es bastante predecible y llano, sin dejar mucho espacio para el vuelo actoral. La música tampoco sobresale. Sí tiene una estética interesante, por el hecho de que muestra cierta quietud en una historia que en realidad está llena de ruido y desesperación. Siempre hay que apostar por el cine nacional, darle una oportunidad, sobre todo en este contexto en el cual se vuelve tan cuesta arriba producir películas. Entretiene, como la mayoría de los films policiales, aunque cuesta encontrarle algo diferente a las demás, pero, tal vez la mirada de cada uno puede dar ese giro inesperado. ¡Y para eso hay que ir a verla! Desde el 14 de marzo en la Ciudad de Buenos Aires, Salta, Mendoza, Neuquén, Río Cuarto, Santa Fe, Lobos y Avellaneda.
“Justo cuando pensaba que estaba fuera, vuelven a meterme”, se indignaba Michael Corleone en El Padrino III. Una frase que puede funcionar como la sinopsis de infinitos policiales y que en Lobos vuelve a cobrar vigencia: una vez que se está en el lado oscuro, es casi imposible escapar. Y mucho más cuando toda la familia está involucrada. Aquí la dinastía criminal es manejada por Nieto (Daniel Fanego), un veterano delincuente que tiene como ayudante a su yerno, Boris (Alberto Ajaka), y está apadrinado por el comisario Molina (César Bordón, más conocido como el manager argentino de Luis Miguel). Nieto es un criminal de con códigos de la vieja escuela, que tal vez podría haber sido albañil o comerciante pero eligió dedicarse a robar para mantener a su familia. Claro que los años pasan, y cada vez sueña más con un retiro bucólico en esa casita que tiene junto a la laguna de Lobos. El contrapunto con Nieto recae en su hijo Marcelo (Luciano Cáceres), que decidió no acompañar más a su padre en sus andanzas delictivas por el Gran Buenos Aires y, en cambio, rumbeó para la dirección opuesta: trabaja en una garita de seguridad privada. Pero no le resultará tan sencillo despegarse de los negocios turbios del padre. Lobos tiene sus mejores momentos cuando toca la cuerda del drama familiar. La película se sostiene por la tensión creada por el conflicto entre el padre gángster y el hijo que lo rechaza; entre ambos queda la otra hija (Anahí Gadda) y sus sueños de prosperar estableciendo su propia peluquería en el barrio. Cuando la trama se va para el lado más estrictamente policial, la película toma un peligroso aire de familiaridad con aquellos policiales nacionales de los ’70 y principios de los ’80, donde las escenas de acción eran poco creíbles y las actuaciones dejaban mucho que desear. Así y todo, los giros del guión consiguen mantener el interés hasta el final que otra vez remite a un personaje de Al Pacino: el Carlito Brigante de Carlito’s Way.
En el centro de la escena de Lobos está la familia. Una muy particular, eso sí, envuelta en asuntos espesos y realmente peligrosos que involucran arreglos espúreos con policías corruptos y unos cuantos negocios turbios. Un patriarca al borde del retiro sueña con dejarles a los suyos un futuro más digno que el presente que los abruma y condiciona (Daniel Fanego interpreta a ese personaje frío pero a la vez intenso con un aplomo admirable). Y a su alrededor, con la potencia de la fatalidad, va creciendo una espiral de violencia que dejará muy poco en pie. Aunque su obra previa ( Terapias alternativas, Vecinos) no tiene relación con el género, Rodolfo Durán consigue esta vez moldear un policial seco y efectivo. Todo el tiempo la violencia flota en el ambiente de una historia oscura que también puede disparar interrogantes sobre los modos de supervivencia en un entorno social desigual: ¿Cómo salir a flote en un mundo hostil que brinda pocas oportunidades? ¿Cuáles son los límites de la lealtad? Lejos de tener las respuestas a mano, los protagonistas de esta película de sabor amargo parecen apremiados por un destino ominoso y deciden, antes que apretar el freno, acelerar a fondo, aun cuando sospechan que las consecuencias de esa jugada pueden ser irreversibles. Todo el elenco trabaja coordinado y seguro en un mismo registro, y esa es, sin dudas, una de las fortalezas mayores del film.
NI EL TIRO DEL FINAL Para la industria cinematográfica local, el género policial es uno de los más difíciles de desarrollar. Son pocos los ejemplos en los cuales las producciones han cumplido medianamente con las expectativas. Tratando de sumar un nuevo elemento a este conjunto, el film nacional Lobos es la crónica de una familia y su acto desesperado por mantener su forma de vida. Los Nieto son victimarios pero pronto serán víctimas de un poder que los empuja a un destino irreversible por aquellos… para quienes en el crimen no hay error ni inocentes. La película posiciona su historia en el delictivo Gran Buenos Aires, donde la Bonaerense es partícipe de cada asalto que ocurre. Este ámbito será el contexto en el cual se desarrolle la mayor parte de la historia, donde se intenta narrar un policial con estilo local pero con poco rigor ya que todo lo que sucede es demasiado cansino y pausado, quitándole potencia y vértigo a un relato que de por sí debería tenerlo. Cada situación parece ser contada en cámara lenta, nunca llega a haber tensión en la historia ni a explotar narrativamente, sólo hay meros intentos que se agotan apenas comenzada la película. En estos pasajes se destaca la tarea de Fanego y Bordón, que parecen ser los únicos que entienden el pulso que debe tener el film. Más allá de la pobre factura de los efectos especiales, lo cual es perdonable entendiendo el costo que conlleva su realización, cada escena de acción resulta mal trabajada, con poca ambición y sin alcanzar nunca impacto por lo que se muestra. Sin embargo, la última fracción de la historia resulta aún más pobre, ya que pretende abandonar la cuestión policial para volverse más “dramática” y existencialista, pero sin una transición correcta entre una situación y otra. En estos minutos finales, la historia se vuelve confusa, algo extraña, para terminar con una búsqueda sentimental que nunca fue sustanciada durante el desarrollo. Lobos tiene el valor de intentar hacer un policial con ritmo local, pero nunca llega a armar un relato potente y entretenido como para que el espectador resulte impactado por lo que se ve en pantalla, quedándose en un mero intento fallido.
La nueva película de Rodolfo Durán, "Lobos", es un desafío aprobado para el director que sabe trasladar su estilo costumbrista al cine de género con fórmulas establecidas. Más allá de cualquier apreciación personal. El cine de género se define por seguir una fórmula universal, por acotarse a las reglas establecidas que el género escogido (valga la redundancia) mantiene para ser “catalogado”. En contraposición se hablaría de cine de autor, personal, y también de costumbrismo. Con cinco largometrajes de ficción previos, se puede hablar de un estilo en el cine de Rodolfo Durán. Sabe moverse dentro de un cine atemporal, comedias y dramas, o comedias dramáticas, y retratar un costumbrismo barrial que es cada vez menos común dentro del cine nacional. Sus detractores hablan de un cine quedado en el tiempo; quienes lo defendemos, hablamos de un impronta propia, nuestra, cercana. Para su sexta ficción, Durán toma un riesgo, se aleja de sus temáticas habituales, la mencionada comedia dramática; para plantear un policial, un thriller con mucho de género. Lo hace con la inteligencia suficiente como para también respetar los códigos de su cine. De esa mezcla entre el género y la marca propia, surge "Lobos". Dicen que cada familia es un mundo. El de la familia que integra "Lobos", es un mundo podrido, y aun así, identificable. Podríamos hablar de "Los Soprano", de "At close range", por supuesto de esa pequeña gema tapada "Pride and Glory"; pero también del cine – y principalmente los policiales – de Santiago Carlos Oves y hasta los clásicos de Juan Carlos Desanzo. Lobos absorbe de buen cine policial, y Durán lo lleva a su terreno. El patriarca es Nieto (Daniel Fanego), que lidera una banda delictiva en la que participa su yerno Boris (Alberto Ajaka). Nieto tiene dos hijos, Natalia (Anahí Gadda), casada con Boris, peluquera que busca independizarse laboralmente con un local propio; y Marcelo (Luciano Cáceres), que en el pasado colaboró en las actividades de su padre, pero actualmente trabaja como seguridad privada y se ubica en la vereda de enfrente. Lobos pone el foco principal en esa relación padre e hijo enfrentados moralmente; algo similar a lo que mostraba "At close range" entre Christopher Walken y Sean Penn. Marcelo hace todo lo posible por alejarse de su pasado y de los suyos, pero la sangre tira. Natalia parece más permeable al trabajo de papá y marido. Si bien no participa activamente en los delitos, es consciente, y aprovecha los beneficios. Su relación con Boris también denota vestigios de violencia de género doméstica que, como se sabe, no necesariamente tiene que ser violencia física. Los vínculos son fundamentales en Lobos, y ahí es donde más allá del policial, sabemos que estamos en presencia de un film de Rodolfo Durán. Nieto ya es un hombre mayor, y desea retirarse del negocio, quiere asegurarse tranquilidad y futuro para él y su familia; pero nada será tan fácil. El comisario Molina (César Bordón) que es el que le encarga los trabajos a Nieto – ambos lados de la ley – no va a aceptar esta posible filtración, lo quiere adentro, y para eso le encarga un último trabajo a Nieto a cambio de “su libertad”. Por supuesto, será un trabajo más complicado de que lo que esperan. En esa familia con incendios puertas abiertas a punto de implosionar; en esos personajes que quieren reformarse pero el entorno se los impide (tanto padre como hijo); en las redes vinculares propias de una familia tradicional; "Lobos" se acerca a Pride and glory, cambiando la mafia irlandesa por los códigos de los barrios bajos de la Ciudad de Buenos Aires. Los personajes hablan como nosotros, reconocemos situaciones, y toman decisiones que, fuera de nuestra coyuntura, sería aún más difícil de comprender. Hay algunas fallas propias de un film que abarca demasiado, algunos detalles “técnicos” en el accionar de los personajes, y algún cliché generalizado. Nada que afecte al tronco de la propuesta, su corazón. El fuerte de Durán siempre fue el retrato de personajes; y en eso no falla. Nieto ya está retirado aún en actividad. Habrá sido un hombre respetado de las bandas barriales; pero hoy en día es un ser sombrío, cansado, adusto, rutinario; quizás hasta arrepentido de la vida que llevó, aunque no le quede otro camino. Marcelo se muestra como una autoridad que no es. Es el típico seguridad privada que actúa como si fuese policía. Mantiene una imagen de moral, huye de su pasado, y hasta busca redención mediante una mujer en la que posó sus ojos. La relación entre ambos será tirante, imposible, y aún así son padre e hijo, y el amor familiar existe, y es fuerte. No le pidan el vértigo, ni la explosión de un film de acción. No es ese tipo de película, su camino es otro, el del drama policial humano. Entendiendo eso, el clima que genera es correcto, y su ritmo es sostenido como para nunca perder interés sobre lo que sucede, y los dilemas y planteos morales que presenta. El elenco suma. Daniel Fanego y Luciano Cáceres son un gran acierto protagónico. Ambos están más que correctos, y plantean su propio duelo actoral. Ajaka, y Bordón, hacen también sus aportes desde los secundarios. "Lobos" es la muestra de un director con mirada propia, preocupado por lo que sucede a su alrededor, y atento a contar una buena historia de base universal y traducción puramente nuestra. Sin lugar a dudas, es un paso adelante.
Después de “Terapias Alternativas” “Cuando yo te vuelva a ver” o “El Karma de Carmen”, Rodolfo Durán toma en sus manos el desafío del cine de género y su séptimo largometraje, “LOBOS” relata una historia puramente enmarcada dentro del cine policial. Si bien la historia va presentando a los personajes lentamente y descubriendo no tan rápidamente algunos velos y entramados familiares, podemos apreciar, ya desde las primeras escenas que la familia Nieto, con Daniel Fanego como ese pater familia a la cabeza, se dedica a ganarse la vida no tan honradamente. Pero Nieto, al borde del retiro, intenta por un lado a su hija Natalia (Anahí Gadda) a montarse su propia peluquería pero por el otro sigue padeciendo a su manera la decisión que ha tomado su hijo Marcelo (Luciano Cáceres), de “desmarcase” de los negocios de su padre, y ganarse la vida con su trabajo en una garita como guardia de seguridad privada por las noches -habiendo decidido en su momento dejar la banda y tomar otro rumbo en su vida-. Nieto básicamente realiza ciertos “trabajos” por encargo. Allí aparece el comisario Molina (otro gran trabajo de César Bordón) quien comanda desde afuera la pequeña organización dedicada a delitos menores: aprietes, robos, pequeños secuestros express, asaltos, en los que Nieto participa junto con su yerno (Alberto Ajaka) y al que se suma un novato que apodan “el potrillo” (Ezequiel Baquero). Respetando uno de los esquemas más frecuentes en el formato del policial, Durán trabaja en el guion de María Meira con la sensación de tironeo y dualidad que vive el protagonista entre aceptar o no ese “último trabajo”, y la posibilidad de poder retirarse de la forma en que sueña hace tiempo: irse a su pequeña casita frente a la laguna de Lobos –aquella donde han pasado momentos de pesca y camaradería con su hijo Marcelo-, después de haber realizado esta última misión que generará esa solvencia económica que quiere dejarle a su familia y que le permita retirarse tranquilo. La tensión permanente, el halo de tragedia que comienza a teñir a los personajes y la negrura propia que impone el relato policial, está perfectamente manejada por Durán quien logra sostener a lo largo de toda la película, una cadencia que atrapa, aun cuando la historia con sus propias convenciones no presenta demasiadas sorpresas y hay un presentimiento de que las cosas irremediablemente tomarán un rumbo poco feliz. Por eso es que, sin desapegarse de los cánones del género, Meira construye una historia que respeta la estructura del relato policial –y en particular esta especie de subgénero del último trabajo previo al retiro- y encuentra, de todos modos, la manera de plantear giros y vueltas de tuerca interesantes, dobleces de los personajes y situaciones que permitan seguir el relato con sumo interés. “LOBOS” gana cuerpo cuando se introduce en el núcleo del drama familiar y plantea los conflictos de pertenencia y lealtad que deberán guardar los personajes con ese entramado primario, donde se plantean dilemas morales y lidiar con sus propias pulsiones; por sobre las escenas de acción que en algunos casos no están tan bien logradas. Es por eso que transmite con exactitud ese espíritu familiar que Nieto intenta no perder en ningún momento, bregando por esa unidad que considera vital, aun cuando por diversos avatares ha decidido construirla en base a sus actos de delincuencia, que sonaría, en apariencia, contradictorio. Justamente “LOBOS” ni condena ni quiere impartir justicia con sus personajes, los expone con sus miserias, sus contradicciones, sus dobleces y su espíritu genuino, no emite ningún juicio de valor sobre sus actos, tarea que en el último caso quedará en manos del espectador. Durán se ha rodeado de un elenco de excelencia para poder contar esta historia de lealtades familiares y delitos comunes, encabezado por Daniel Fanego quien una vez más demuestra que tiene un particular tono que hace que su personaje de Nieto sea querible aun con todos sus errores. Sostiene de modo firme un personaje con el que cuesta empatizar y sin embargo Fanego le imprime su sello personal para que como espectadores, podamos pararnos en su contradicción y hasta comprenderlo. Luciano Cáceres como Marcelo, ese hijo que quisiera despegarse del mandato familiar pero siente en sus espaldas el peso de la exclusión familiar y Alberto Ajaka como Boris, su yerno, entregan dos trabajos precisos y que hacen creíble la historia. Si bien sabemos que el trio Fanego – Ajaka – Cáceres ya nos asegura un nivel actoral que marca la diferencia, cabe destacar muy particularmente los trabajos de César Bordón –quien junto a su reciente protagónico en “El tio” y su participación en “La noche de 12 años”, sumados a sus personajes televisivos en “Luis Miguel-la serie” y “Un gallo para esculapio” demuestra que está pasando por un momento excelente de su carrera- y de Ezequiel Baquero, que asombra con su composición de “el potrillo”. “LOBOS” se presenta entonces como un producto sólido dentro del género, con muy buenas actuaciones y una historia, que pese a estructurarse en las convenciones propias del policial, busca nuevos matices para que desde el drama intimo familiar el relato crezca y nos muestre los conflictos internos de los personajes que son, justamente, los que enriquecen la propuesta.
En las difusas fronteras de la ley Tenía razón Daniel Fanego cuando, en una entrevista publicada en estas mismas páginas, definió a Lobos como “una historia de gente que pierde”. Las pérdidas en el séptimo trabajo como realizador de Rodolfo Durán son constantes y no sólo materiales, sino también afectivas. Pérdidas totales: todos pierden prácticamente todo durante los 90 minutos de metraje. Empezando por Nieto (Fanego), el padre de una familia del conurbano bonaerense que sueña con el progreso en un contexto donde las cosas no son nada fáciles, sobre todo en esa zona de la provincia dominada por la desigualdad y los contrastes. Nieto es parte junto a su yerno Boris (Alberto Ajaka) de una banda dedicada a los robos y los aprietes, al tiempo que su hija (Anahí Gadda) regentea una peluquería y su hijo Marcelo (Luciano Cáceres) volvió a cruzar la frontera de la ley para dedicarse a la vigilancia privada. En ese caldo de indudable actualidad se cuece este thriller menos preocupado por el desarrollo de un entramado policial sólido que por indagar en las fisuras de un frágil equilibrio familiar. Ladrón a la vieja usanza, con códigos y hasta buen corazón, Nieto sueña con un retiro y la posterior recomposición de la relación con Nicolás mediante un viaje hasta una vieja casa familiar ubicada a la vera de la laguna de la ciudad del título. Esa proyección opera como el motor de cada una de sus acciones, lo que convierte por enésima vez al agua en metáfora de la purificación y el resurgimiento. El problema es que a Nicolás no le gusta que papá siga saliendo de gira para concretar golpes cuyos botines, para colmo, no van a parar a las arcas familiares sino a los bolsillos del comisario Molina (César Bordón, todo un especialista en interpretar garcas y/o funcionarios corruptos), quien comanda la banda a prudente distancia, siempre con proverbial cara 1de buen tipo. Es justamente Molina el que le propone a Nieto y compañía una nueva misión, no sin antes prometer que será la última. Una misión que, desde ya, saldrá pésimo, desatando así la inevitable revancha. Película de atmósferas ominosas, Lobos funciona en la medida que sus personajes lo hacen. Bordón se lleva los laureles haciendo de Molina un ser que trasviste la manipulación con un trato amable, digno de psicópata y casi paternal hacia esa familia a la que supuestamente “ayuda”. Fanego, por su parte, vuelve a demostrar que es una lástima que el cine argentino lo haya desaprovechado durante tantos años dándole a su Nieto un aire de cansancio físico y existencial, como si la vida fuera una mochila de 50 kilos que carga sobre sus hombros. Entre ellos se desata el duelo central de un relato que, luego del golpe fallido y ya con ambos corridos del centro de la escena, deja atrás su faceta intimista para volcarse a la resolución –a puro convencionalismo– de un conflicto que incluirá golpizas, secuestros y traiciones, entre otras delicias.
Una familia cuyo medio de vida es el delito. Y por sobre ellos la omnipresencia del poder que utiliza por decirlo de alguna manera a los sectores más bajos del delito para cumplir sus fines. El guión de María Meira apunto a esas tramas de capas corruptas que se sirven de esta familia Nieto, que es como una casta de malditos, donde el jefe de familia ha naturalizado su manera de ganarse la vida, los sueños y ambiciones tienen que ver con lo mucho en común que puede tener un grupo de clase media baja, la única diferencia es el “trabajo” que realizan. Y dentro de esa estructura un hijo rebelde que intenta pasarse a la parte lícita de la aceptación real, aunque sus esfuerzos son vanos. Lo mejor del film es un elenco de excepción: Un Daniel Fanego que con los años cada día actúa mejor, un intenso, convincente, Luciano Càceres, Cesar Bordón reafirma una vez más su calidad, Alberto Ajaka en un rol más acotado pero decisivo, violento y melindroso. Todos ellos envueltos en un destino imposible de evadir.
Buscando un símbolo de paz. Relación padre/ hijo: si bien es un tópico recurrente en cine, nos encontramos aquí con una historia mucho más cotidiana de lo que pensamos, sin embargo, contada desde un punto de vista muy interesante. Nos sumergimos en el universo de una familia que delinque, en donde la presencia de una madre que abandonó este plano, delimita lo que se puede o no hacer, estando muy presente e incorporada al alma familiar y finalmente, recordándole a los protagonistas que los lazos sanguíneos prevalecen. Lobos (2019), séptimo largometraje del director Rodolfo Durán, está protagonizado por Luciano Cáceres y Daniel Fanego. Se trata de un drama policial que involucra delincuencia, mafias, políticos, policías, estafas, coimas, sobornos y a una familia en particular del conurbano bonaerense, una familia de delincuentes: los Nieto. Fanego, “El Jefe”, abatido por un extenso camino recorrido, en el que obtuvo pocos logros, decide retirarse, y en un último intento por dejar una herencia y obtener tranquilidad, acepta un trabajo. Por otra parte, su hijo Marcelo, que eligió otro camino, marca un un contraste en cuanto a elección de vida; sin embargo, más adelante nos daremos cuenta de que, en esencia, ambas vidas no son tan diferentes. Se destaca el trabajo del director Rodolfo Durán por la acertada elección de locaciones, su maravilloso estilo fotográfico, sobre todo en los planos aéreos y la bella composición en el encuadre de los estáticos; los opuestos de la ciudad y el campo -ruido vs silencio, cemento vs agua, coches vs caballos, odisea vs paz-, excelentemente logrados-, que obviamente acompañan y enfatizan el contraste del relato. En cuanto a guion, si bien resulta un tanto predecible, el ritmo de la historia consigue atrapar al espectador de principio a fin, generando intriga, sorpresa y atención. Además de las excelentes interpretaciones de Fanego, Cáceres y elenco, muy bien logradas las escenas de crimen y acción. El encanto del sonido de la lluvia, armonía y descanso en el campo, con la fluidez que regala el agua, contra el caos y la corrupción de la ciudad, un delincuente de más de 60 años cansado, que se relaja escuchando música clásica, un hijo que eligió otra vida y hace yoga quizás para sentir calma o conectarse con él mismo… son algunos de los elementos de este film que dividen, pero finalmente unen a los protagonistas desde un lugar auténtico: el hogar, - una alegoría para la frase: la verdadera paz siempre estará en tu interior”-, en donde se encontrarán por siempre Mabel (esposa y madre), y su antiguo pasatiempo compartido: la pesca.
“Lobos” es un raro y notable ejemplo de cine negro argentino hecho y derecho. Ya desde la primer secuencia de un robo a un automovilista con el consabido paseo obligado a la víctima por un cajero automático refleja situaciones que el espectador puede ver todos los días en los noticieros. Pero el director Rodolfo Duran, un cinéfilo de ley, no se limita a filmar situaciones policíacas de la actualidad nacional, sino que elabora una trama compleja y creíble sobre las relaciones entre distintos estilos de criminales, sus familiares, y los policías corruptos que digitan los hechos delictivos. Daniel Fanego es un hampón veterano que trabaja con su yerno, y que en algún momento también trabajaba con su hijo Luciano Caceres, que en un momento se desligo de la banda y ahora tiene un puesto como vigilador privado. La presión de un comisario para el que cometen sus robos va generando más y más complicaciones, hasta que el tipo que quería seguir el camino recto termina metido hasta las manos en un secuestro. El director se mete en la psicología de sus personajes sin descuidar el ritmo, ni mucho menos la violencia, que cuando explota, explota en serio. La película estámuy bien contada y solo en los últimos actos se deja llevar un poco por la melancolía, algo entendible por lo oscuro de las situaciones que plantea. La excelente fotografía da lugar a imágenes intensas dignas de este solido film noir.
¿Hasta dónde la herencia familiar es una asignatura pendiente con los antepasados que nunca se termina de aprobar? Lobos narra la historia de una familia que intenta pagar una deuda para desligarse de los negocios turbios donde estaban inmiscuidos. Que el final sea tan tajante da cuenta de que no hay medias tintas con la familia aun en estas relaciones tan difusas. En la película de Durán parecen estar desarrollándose al mismo tiempo dos registros que no terminan de cuajar. Por un lado, está la historia familiar de retirarse a pescar y evocar el pasado, allí una cinematografía embellecida nos hace pensar en la familia que no fue o dejó de ser. Por otro, está la historia de los negocios turbios entre el padre, el hijo y el yerno que cae en los lugares comunes sin descubrir nada nuevo en esta oportunidad. El primer tono de Lobos se apodera de la segunda parte de la historia, pero ya el director nos venía dando pistas de lo que estaba por ocurrir. Marcelo y su cuñado se esconden en la casa de campo de la familia. Los recuerdos y la tranquilidad se apoderan de la trama para darle lugar a lo que dejó de existir: un refugio filial. Es ahí donde el film funciona mejor. La ambigüedad de carácter en Luciano Cáceres le brinda la posibilidad de ser un policía arrepentido con los vínculos de su padre y su cuñado, vengando además las injusticias cometidas en contra de su familia. En su mirada hay una energía taimada que jalona hacia ambos lados: la bondad posible y la crueldad sin aspavientos. Toda su rutina corporal incluso es la de un hombre que pretende recuperar cierta cordura aunque sus ojos sugieran la mirada del ausente. Su calma al caminar y la distancia al hablar dejan una inquietud constante cuando aparece en escena. Si al final la película flaquea, es porque no le brinda más tiempo a este personaje. Los giros previsibles en la trama de la familia caída en un círculo vicioso no permiten que la historia fluya. Los personajes principales confían en los más sospechosos. Hay destellos de cierta química entre Daniel Fanego y Anahí Gadda, pero todo resulta sacado de tramas que ya hemos visto antes donde había mayor atención a los detalles y menos giros truculentos.
Lobos: Thriller made in Argentina. Lobos es una nueva película argentina dirigida por Rodolfo Durán y con un elenco de actores bastante abultado y de gran nivel. ¿Llega esta obra al nivel que se le puede pretender? Esta historia narra la vida de una familia metida plenamente en la delincuencia mientras va mostrando u ocultando distintos elementos que cada vez dan más claridad a la trama. Esta misma es por lejos uno de los elementos más recordables y mejor desarrollados en todo el film, que pese a no tener la presencia de un mega-conflicto que la haga desarrollarse, termina viviendo por si sola y resultando interesante de ver. Este interés que el espectador puede tener hacia la historia está principalmente fundamentado en la excelente construcción de personajes que tiene el guión. Cada uno de los sujetos que aparece en pantalla tiene sus propias motivaciones, sus propios deseos y debilidades. Ningún personaje es el clásico antagonista simplemente malvado ni tenemos protagonistas héroes o víctimas, sino que cada uno de ellos juega en un área gris muy disfrutable, que recuerda por ejemplo a “Tres anuncios por un crimen”. Estos excelentes personajes no podrían ser lo que son si no fuera por la gran elección de actores que tiene el film. Todo el elenco mantiene un nivel actoral muy bueno y terminan siendo uno de los pilares fundamentales para mantener esta trama andando. Desde actores consagrados como Daniel Fanego, actores que están llegando al mundo cinematográfico con gran nivel como Alberto Ajaka o papeles tan frescos como es el excelente personaje interpretado por Ezequiel Baquero, para dar ejemplos. El único que puede llegar a desentonar un poco en este rango de calidad puede llegar a ser Luciano Cáceres quien a pesar de tener un personaje ya de por si poco expresivo, parece a veces estar muy afuera de la búsqueda artística del film, quizás como decisión para alejarlo esquemáticamente de la familia retratada en la historia. Sea como sea, no se puede dudar de la calidad en el casting y en la excelente dirección de actores que tuvo. Eso si, no todo es color de rosas en esta producción nacional, y algunos elementos como el ritmo o la fotografía pueden no estar en el nivel que uno esperaría, sobre todo comparado al grado de calidad que maneja su guion. Desde la cuestión puramente visual, la historia cuenta con muy poco juego que contribuya a narrar cinematográficamente y que se aleje un poco de lo convencional en el género Thriller. El ritmo, como otro ejemplo, no está del todo logrado tampoco y termina teniendo como consecuencia una película que parecen sobrarle algunos minutos pese a que dure tan solo 92 minutos. Todo esto es claramente perdonable si recordamos el excelentísimo trabajo que hay conceptualmente en el desarrollo de la trama. Un final que no te deja vacío, una historia que no te deja sin opinión y una película que, apoyada por sus grandes actuaciones, desentona positivamente de la marea de films argentinos de suspenso hechos todos como una maquina industrial. Este caso logra ser la excepción, y termina resultando como una película positiva y recomendable a cualquier acérrimo al género.
El realizador Rodolfo Durán se mete con “Lobos”en la vida de una familia dedicada al crimen en un momento de crisis El mundo criminal es, siempre, un universo atractivo, básicamente porque en general no somos delincuentes y el cine es nuestra ventana a lo desconocido. El realizador Rodolfo Durán se mete aquí en la vida de una familia dedicada al crimen en un momento de crisis, y concentrándose más en los personajes –todas las actuaciones son buenas, algunas mejores, pero todas buenas– que en la historia per se, logra tejer un tapiz complejo y atractivo. Un buen ejercicio que trasciende su género.
Uno de los géneros más tradicionales del cine argentino es el policial, siendo uno de los pocos que atraviesa la totalidad de la historia de nuestro cine. Lobos se inscribe en la larga lista de policiales argentinos que, tal vez por esa larga tradición, tienen un piso de solidez mayor que otros géneros. Aunque la película no cumpla del todo con lo que se propone, al menos queda claro que su director conoce las reglas del género, en particular del policial negro, y sabe qué clase de personajes tiene. Una familia de delincuentes del sur del Gran Buenos Aires está en el centro de la trama de Lobos. El patriarca es un hombre de sesenta años interpretado magistralmente por Daniel Fanego, a esta altura experto en personajes siniestros. Está su yerno, que representa una variable más joven y, como no puede faltar, se suma un personaje más joven e impulsivo que ha salido de la cárcel y que desde el vamos es una bomba de tiempo. La contraparte es el hijo de Fanego, interpretado por Luciano Cáceres, quien no quiere formar parte de la banda y trabaja de guardia de seguridad. Obviamente todas las historias se mezclarán cuando la familia entre en disputa con los pesos pesados de la zona. La historia respeta códigos y estilos del policial, mantiene interés y resulta por momentos atrapante, pero tal vez el problema es el desenlace, donde no se logra la efectividad dramática o narrativa acorde a todas las promesas del comienzo. Dentro de un cine más industrial, una película así tal vez tendría ese toque extra, dentro del cine argentino parece que ese pulido que cierra el film no se concreta. Su respeto por el género igual le permite una dignidad y un espíritu que vale la pena destacar.
Este es un thriller negro que gira en torno a una familia que se dedica al delito. Por un lado esta Nieto (Daniel Fanego) y Boris (Alberto Ajaka), que son suegro y yerno, roban a algún automovilista y casas marcadas, entre otras víctimas. Nieto es viudo y como jefe de familia quiere que su hija Natalia (Anahí Gadda), nietos e hijos tengan su futuro asegurado y cumplirle el sueño a su querida Natalia de que pueda comprar su peluquería. Uno de sus hijos, Marcelo (Luciano Cáceres), más tímido, se retiró del negocio y ahora trabaja en seguridad del vecindario pero a la hora de defender a los suyos puede ser un lobo feroz. Por otra parte esta Molina (César Bordón), un policía corrupto, es quien determina los robos, un delincuente que acaba de salir de prisión Potrillo (Ezequiel Baguero) y un hombre poderoso llamado Marra (Fabián Arenillas) que vive solo con su hija Ana (Martina Krasinsky). Todos los personajes se lucen a su medida, se van incorporando buenos climas, entre: la corrupción, la venganza, las mentiras y la tensión e intriga, no se deja de lado el amor, la melancolía y la nostalgia. Es un lujo la ambientación y el contraste que logra mostrar entre las localidades de Avellaneda y Lobos. Pero los últimos minutos termina siendo algo pobre, intenta ir más a lo nostálgico y se pierde lo logrado del policial.
La delincuencia se expande por todos los rincones, ningún sitio está exento de ella. Ubicada en algún barrio del conurbano bonaerense, esta película cuenta las actividades ilícitas de una familia encabezada por Nieto (Daniel Fanego), quien domina una parte de ese vecindario cometiendo todo tipo de delitos, siempre con el amparo del comisario Molina (César Bordón). Tienen una vida modesta, sin muchos lujos, Nieto se siente viejo y cansado, está con ganas de retirarse e instalarse en una casita a la orilla de la laguna de Lobos. Sus ambiciones son moderadas, al igual que las de su hija Natalia (Anahí Gadda), una peluquera de barrio, y su yerno Boris (Alberto Ajaka), mano derecha del jefe de familia. El director Roberto Durán describe a un clan de clase media baja que no sabe hacer otra cosa. Sólo su hijo Marcelo (Luciano Cáceres) logró despegarse de ellos, trabajando de noche en una garita de seguridad. Cada personaje del elenco tiene su importancia con el que se justifican las acciones en todas las escenas. Las personalidades están bien marcadas y no desentonan entre sí. Con un ritmo sostenido van sucediendo hechos vandálicos y familiares hasta que, para saldar una deuda con el comisario, Nieto involucra, de un modo u otro, a toda su familia para robarle a una persona demasiado poderosa y con influencias en la zona. En este punto el relato se vuelve álgido, vertiginoso. De presenciar cómo se desenvuelven los vínculos entre los parientes y “colegas” del rubro, donde hay amor, desconfianza, tensiones, esperanzas, etc., cambia el tono del film, a un policial puro, en el que veremos de qué manera, y si pueden, conseguir el botín que les fue encargado. Además, gracias a los autos viejos, ciertos modismos y gestos corporales, junto a la estética y la iluminación, trae reminiscencias de décadas pasadas. Esta misión especial no la esperaban. En sus manos tienen la oportunidad de cambiar el status económico y corregir el rumbo de la vida. Todo enmarcado en una película de género, precisa y entretenida.
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Hay familias que de afuera parecen gente trabajadora, pero basta meter las narices en su historia para descubrir lo real. Este es el derrotero de Los Nieto, a quienes les cabe un karma inevitable: todos están vinculados con la policía. De este lado de las rejas o del otro. La trama se desanda desde la vivencia del padre de familia (un impecable Fanego), quien quiere retirarse de hacer negocios sucios, pero no puede despegarse. Es que su ambición por dejar a su familia "bien parada" lo volverá a tentar a meter los pies en el barro. Para eso contará con la colaboración de su yerno Boris (Ajaka), un tipo ideal para las tareas inescrupulosas, amigo de los chorros y de los uniformados. El lado bueno de la familia estará representado por Marcelo (Cáceres), quien ya tuvo un pasado en la mugre pero ahora apenas rescata unos pesos por mes en una garita donde se responsabiliza de la seguridad de un barrio de alta alcurnia.Molina (otro rol destacado de César Bordón) será la piedra en el zapato de todos. Un policía que siempre está del lado del Diablo y no se casa con nadie. Acá todo será por plata y la lucha se dirimirá entre bandas dueñas de los barrios. Los roles de villanos y héroes se trastocan a partir de un robo que sale mal y habrá que barajar y dar de nuevo. Rodolfo Durán acierta en este filme a partir de un thriller dinámico, bien dirigido y con actuaciones destacadas. Para ver de cerca a la maldita policía.
Agobio barrial y la cerrazón de una familia La película indaga en la vida delictiva de una familia que intenta resolver sus problemas afectivos y económicos. Es sintomático que el director Rodolfo Durán (Vecinos, Cuando yo te vuelva a ver, El karma de Carmen), haya optado por contar una historia desde los parámetros del cine negro en los tiempos que corren. Sensibilidad pertinente, desde ya, de acuerdo con el clima -político, social- que se respira. Y lo hace con una película que se recorta y construye desde una sensación de agobio barrial y cerrazón familiar. Lobos, de hecho, es palabra de semántica animal, con ribetes de manada y cuidado por los propios. Los Nieto son el grupo personaje, el cuerpo familiar que opera como unidad. El líder es el padre (Daniel Fanego), vértice de una pirámide que se organiza en torno a la complicidad y los trabajos destinados a la plata rápida. En suma, una familia de clase media que sobrelleva el día a día, con tantos o menos sueños como cualquier otra, y con la cotidianeidad que significa el gran Buenos Aires. Desde una perspectiva cercana -pero lejana, ya que las propuestas de ambos films son enteramente diferentes-, el japonés Hirokazu Koreeda plantea en la reciente Somos una familia los avatares de un grupo familiar que hace del robo una forma de vida, a la que hay que aprender y saber compartir (cuestión todavía mucho más compleja, ya que es la misma conformación de ese grupo familiar la que adquiere una problemática similar). En el caso de Lobos, de igual manera, el apoyo mutuo es también signo solidario. Robar es un riesgo compartido. Pero es la única manera de obtener lo que de otro modo no se podría. En este sentido, es fundamental el contraste que la película de Durán plantea entre sus primeras secuencias: luego del atraco violento, el padre y su yerno (Alberto Ajaka) llegan con regalos a la familia; entre éstos, una caña de pescar para Marcelo (Luciano Cáceres), ese hijo que parece resistirse al mandato paterno. Marcelo está empecinado en su trabajo como guardia de seguridad barrial, aposentado en una esquina. La caña de pescar, objeto que éste mira con recelo, no deja de ser la evocación de algo que entre padre e hijo se ha roto. Volver a pescar juntos podría devolver el nexo perdido. Con el escenario que significa ese otro lugar, parecido a un paraíso caído, que es la casita que la familia todavía tiene en Laguna de Lobos. La virtud del film está en adentrar al espectador a partir de problemáticas que son conocidas y compartidas por cualquier familia. El robo, de esta manera, surge como una solución o práctica más, como ese trabajo que habilita al acceso de un bienestar vedado. Para llegar a ese dinero hay que trabar lazos, y es en estas amistades donde se fraguan las ambivalencias morales. De este modo, Nieto codea palabras y acuerdos -fastidio mediante- con el comisario Molina (César Bordón), garante de esos trabajitos en donde la guita corre por parte (más o menos) iguales. A Molina parece que se lo conoce desde hace mucho, proveedor como es de ciertos favores (que con favores se pagan). La virtud del film está en adentrar al espectador a partir de problemas compartidos por cualquier familia, donde el robo es una práctica más. En este sentido, es sustancial detenerse en el personaje de Luciano Cáceres: Marcelo es guardia de seguridad, no quiere ser como su padre, y su profesión no es la misma que la de un policía. Está en un umbral, un límite que lo mantiene en equilibrio precario, cercado por ambas partes. Además, por esa misma esquina en la que él se mantiene estoico, pasea también la mujer que lo desea. Él, con su mirada hundida, parece no dejarse afectar. Cáceres tiene el rostro pétreo, casi cincelado, con ojos de tristeza clara. Está retenido en un lugar incómodo, pero no hay seguridad alguna sobre su estabilidad. Tarde o temprano, los hechos lo llamarán a comparecer y él deberá decidir. De esta manera, Lobos atiende a la premisa que roe a la mayoría del cine negro: el destino espera con paciencia inevitable. Un devenir que el espectador presiente desde la progresión de ciertas acciones y estados de ánimo. Nieto se siente viejo, cada vez más solo. La evocación de su mujer se perfila durante la visita a la casita herrumbrada que descansa en Laguna de Lobos, ese lugar que ella prefería. Un tiempo ido al que la nostalgia intenta mínimamente atrapar. La caña de pescar es otro de estos intentos. Tal vez se puedan pasar allí los últimos años de vida, a la manera de un recuerdo inasible. Pero el sueño tuerce en pesadilla, porque tal vez nunca hubo nada diferente. Lo que más se disfruta en Lobos es la primera parte de su desarrollo, durante la presentación de sus personajes, los móviles cifrados que les acompañan, los vínculos de a poco sugeridos. La delineación de este (sub)mundo se vuelve atrapante, porque -como ya se dijo- implica al espectador en una misma cotidianeidad. Mientras los hechos se suceden, se sobreentiende la moral que les acompaña. Así como la organización social respecto de la cual Nieto no es ningún vértice de pirámide sino, antes bien, apenas parte de una gran base que la sostiene. Este rasgo es sumamente atendible, ya que destaca al líder de la banda delictiva como un jefe que no deja de ser un súbdito. Un engranaje más, por encima del cual se erige una cadena que necesariamente pasa por la policía, hasta arribar a los lugares que el espectador suponga o quiera agregar. Además, como otro rasgo sustancial, Lobos desperdiga su acción entre ambientes de una fisonomía accesible, reconocible, pero a la vez cubiertos de sospecha, como ámbitos de pasaje, destinados a alterarse en su composición -comprados, pintados, asaltados, deshabitados-. El único lugar que podría oficiar como lazo afectivo, con algún resabio de otros tiempos, es el que está en la Laguna. Hacia allí, entonces, habrá de dirigirse el asunto para dirimirse. De todos modos, es esto lo que hará que también ese lugar sea de una vez por todas tan percudido como cualquiera de los otros. No es algo que suceda por alguna especie de "virus" o cosa parecida que los protagonistas porten -retórica que en todo caso corresponde a ciertos retratos televisivos y tendenciosos-, sino porque es una misma organización social, enfermiza y corrupta, la que culmina por arrojar fuera de sí sus dardos de veneno. La resolución es algo precipitada, porque prefiere la acción como forma dramática. Al hacerlo, deja sin ahondar aquella mella afectiva en la que Marcelo estaba estancado. Haber persistido en ello, habría hecho de Lobos una película más dolida. De todas formas, el perfume podrido de un mundo caído en desgracia es lo que sobresale.
Rodolfo Durán regresa, esta vez, con un thriller alrededor de una familia de delincuentes que no pueden salir de ese círculo, escrito por María Meira. En medio de una lluvia torrencial, dos delincuentes asaltan a un hombre en su auto, lo llevan hasta el cajero automático y luego lo dejan tirado en la calle. Esos mismos ladrones llegan, luego, al cumpleaños de su nieta e hija respectivamente, con regalos para su familia. Si bien estamos ante personas que llevan esta doble vida, hay una especie de pacto de silencio que ronda en la familia. Las preguntas que se hacen sobre cómo consiguen tal cosa son mínimas. Luciano Cáceres interpreta a Marcelo, otro miembro de la familia, pero uno que se quiere escapar de estos aparentes designios familiares. Trabaja como seguridad privada y lleva una vida tranquila, solitaria pero tranquila. Es su padre (interpretado por Daniel Fanego) quien intenta acercarse siempre a él sin mucho éxito. Ese lugar de hijo que en el negocio no ocupa Marcelo, es para Boris, el marido de su hija (Alberto Ajaka). Ellos dos son una especie de títeres de Molina (César Bordón), quien en realidad tiene el poder, por lo tanto es una persona a la que siempre conviene tener al lado. Lobos va narrando los vaivenes de esta familia que resulta unida pero que al mismo tiempo está envuelta en un mundo que nunca presenta finales felices, en especial porque nunca parece posible salir de ese círculo. Porque a la larga estamos ante personajes que saben que no quieren permanecer allí dentro pero no logran encontrar una salida. Consiguieron lo que consiguieron así, pero no quieren mantenerse de ese modo de por vida. Su meta es terminar de afianzarse y salir, no obstante el negocio viene con puerta giratoria, como se encarga de remarcar un personaje. El guion gira siempre en torno a los mismos personajes, algo que sólo puede suceder entendiendo que nos manejamos en un hábitat suburbano y poco poblado, aun así, en algún momento, parece poco verosímil. No obstante no es en el thriller y en la historia de ladrones donde radica el corazón de la película, sino en el seno familiar. Lo familiar no sólo como sinónimo de lazos sanguíneos, sino de valores compartidos. Así, durante el último tercio, el film se torna un poco más intimista y el final, inevitable, conmovedor.