La endogamia compulsiva Considerando la andanada de películas fallidas de terror centradas en casas embrujadas, fantasmas y maldiciones de diversa índole, a decir verdad Los Inquilinos (The Lodgers, 2017) es una pequeña maravilla que no sólo le da nueva vida al formato sino que hasta logra complementar sus tópicos de siempre con un trasfondo decididamente humanista que pocas realizaciones han sabido aprovechar. Entre los proyectos góticos de la Hammer, la impronta del J-Horror y la vertiente sobrenatural española encabezada por Los Otros (The Others, 2001) y las obras de Sergio G. Sánchez, léase El Orfanato (2007) y la reciente Marrowbone (2017), este segundo opus del irlandés Brian O’Malley construye personajes interesantes, cuenta con un elenco a la altura del desafío en su conjunto y por último explota inteligentemente los recursos del género para ofrecer al espectador una experiencia enriquecedora y sutil que combina clasicismo y una sensibilidad retórica contemporánea. La trama no se anda con introducciones redundantes ni nada por el estilo ya que desde el vamos sabemos que los dos protagonistas principales, los hermanos gemelos Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner), están prisioneros en su propio caserón/ finca y deben obedecer tres reglas fundamentales, a saber: tienen que acostarse siempre antes de la medianoche, nunca deben dejar que un extraño entre en el hogar y no deben apartarse del todo uno del otro. La autoridad que hace respetar estas normas está conformada por un cónclave de espectros acuosos que yacen en lo que parece ser el sótano de la vivienda de turno. Luego de cumplir los 18 años, Edward se pone cada vez más nervioso frente a la exigencia familiar de “consumación” entre ambos, circunstancia que se complica por la idea recurrente de Rachel de escapar definitivamente del lugar y por su atracción hacia Sean (Eugene Simon), un veterano de guerra recién llegado y con una pierna mutilada. Si bien todo transcurre en la Irlanda rural de la década del 20 del siglo pasado, el eficaz guión del debutante David Turpin -dato curioso: además compuso la música, junto a Kevin Murphy y Stephen Shannon- se las ingenia para tratar temáticas atemporales como la tendencia a repetir las barrabasadas de antaño (desde ya que todos los antepasados de los hermanos fueron también fruto del incesto y todos se suicidaron en un bello lago cercano), la enajenación progresiva por aislamiento (la historia se mueve en la frontera con la locura vía la claustrofobia y la pobreza extrema, debido a la necesidad de no salir de la mansión y vivir de una herencia ya extinta, a lo que se agrega la insistencia del abogado familiar con visitar y vender la morada) y hasta los prejuicios sociales más estúpidos (no falta la banda de pueblerinos fascistas que verduguean por deporte a Sean y andan con ganas de violar a cualquier fémina que ande dando vueltas por ahí, improvisando “excusas” en el momento). Sobre los hombros de Vega recae el mayor peso del relato y lo cierto es que la chica hace maravillas con su personaje, logrando que sea sexy, taciturno y tierno al mismo tiempo sin que haya contradicción interpretativa ni cambio de tono pronunciado. La fotografía de Richard Kendrick y el diseño de producción de Joe Fallover son los otros puntos fuertes del film porque calzan perfecto con la atmósfera lúgubre y sensual del convite. Mención aparte merece el desenlace, uno realmente muy complejo y ambicioso para lo que debe haber sido un presupuesto acotado, dando por resultado un final de corte poético, bastante tétrico y con una energía envidiable que parece citar las secuencias más arrebatadoras de Under the Skin (2013). Basándose más en el apuntalamiento de climas opresivos y el apego/ desapego entre los personajes que en los sustos cronometrados y la falta de imaginación visual de buena parte del terror mainstream norteamericano, Los Inquilinos es una joyita encantadora y sugestiva que pone el acento en una maldición que tiene más que ver con la endogamia compulsiva y los componentes sociales más derechosos y reaccionarios que con algún tipo de venganza o necesidad de reparación desde el inefable más allá: aquí el ansia de libertad de Rachel conduce y da sentido a la película, consiguiendo que el resto de las amenazas circunstanciales -las representadas por el abogado y los energúmenos del montón- poco asusten en comparación con el sustrato hiper conservador de su linaje a través del tiempo…
Los Inquilinos (2017) es el segundo largometraje del director irlandés Brian O´Malley, luego de Let us prey (2015), otra película de terror ambientada en Escocia. En este caso, la historia se desarrolla en la Irlanda rural de 1920, dos años después de haber finalizado la Primera Guerra Mundial. - Publicidad - En un poblado perdido en medio del bosque se levanta una mansión en donde habitan los gemelos Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner); huérfanos de padre y madre. El hecho inevitable de su cumpleaños número dieciocho va a traer aparejado cambios en el comportamiento de Rachel que empieza a cuestionar la permanencia en ese lugar en ruinas y sobre el que pesa una maldición que, lamentablemente, nunca se revela. Cuesta no remitirse a esa gran película de 1961, dirigida por Jack Clayton que fue Los Inocentes (1961). Existen motivos de sobra para intentar hacer algunas analogías. En ambos films los personajes principales son dos niños huérfanos que ven fantasmas; en las dos películas estas apariciones tiene que ver con personas cercanas a ellos —el cochero y la cocinera en Los Inocentes, los padres y parientes lejanos en Los Inquilinos—; en ambos casos la película empieza y termina con una canción infantil — claro propósito que tiene un solo motivo: erizarnos la piel cuando la escuchamos (en las películas de terror, las canciones infantiles cantadas por niños actúan como una letanía siniestra)—; en las dos películas hay un clara tendencia al incesto y en ambos casos uno de los hermanos muere. Hay muchas coincidencias más que hacen que Los Inquilinos parezca una mera copia, pero convengamos que las influencias literarias o cinematográficas son inevitables, y más cuando el tema a tratar —el gótico— está ceñido a ciertas pautas que es imposible no respetar. Brian O´Malley parece ser un apasionado de las historias de terror gótico y Otra Vuelta de Tuerca (1898), el libro de Henry James en el que está basada la película Los Inocentes, no puede ser desconocido, tanto el libro como la película, para este amante de un género que todo el tiempo se está reinventando. Claro que aquí no hay una institutriz ni ama de llaves que estén a cargo de la mansión, sino dos niños que pasan sus días rodeados de un paisaje de ensueño y, a la vez, terriblemente desolador. Algo que el Romanticismo del siglo XIX tuvo como idea excluyente en toda su literatura y que volcó, con la irrupción del cine, a los escenarios que se montaron para la recreación de dicha estética. Los inquilinos es una exhaustiva compilación de todos los tópicos del género que se inició con El Castillo de Otranto (1764) de Horace Walpole y que tuvo su mejor exponente en las novelas de Anne Radcliffe. Castillos y mansiones derruidas, escaleras que parecen a punto de venirse abajo, tormentas imprevistas, cuadros de antepasados, vegetación exuberante y lujuriosa, lagos o estanques, apariciones malignas, rechinar de maderas, puertas que se cierran solas. Todo este rosario de situaciones y elementos que desarrolló el gótico desde la época dorada, con Radcliffe a la cabeza, hasta el canto de cisne de Melmoth, el errabundo (1820) de Charles Maturin, aparece a lo largo de toda la película de O´Malley. Y no solo eso, a esta gran cantidad de tópicos hay que añadirle las innumerables citas hacia el cuento popular y literario como Caperucita Roja —Rachel se pasea por el bosque con una capucha y una canasta en la mano—, La Cenicienta —Rachel tiene que regresar a su casa antes de la doce o su vida corre peligro o a las historias de amor trágicas de Poe que se evidencia cuando Rachel corteja a su pretendiente rodeada por las lápidas de sus antepasados. Si bien la fotografía de Richard Kendrick es muy cuidada en cuanto a crear una atmósfera bella y sombría, lo que adolece esta obra de terror gótico es de un buen guión. Podemos estar en presencia de una muy buena puesta en escena, pero si la trama es poco creíble, hasta los actores parecen desprovistos de esa verosimilitud que necesita toda historia, aunque estemos hablando de fantasmas y aparecidos. La verosimilitud en el caso de los géneros de terror, fantástico o ciencia ficción, corre por otros carriles. En este caso se nota que muchas de las acciones de los personajes son forzadas lo que provoca que la trama se resienta y caiga, por momentos, en hechos totalmente incoherentes. La escapatoria de dos mujeres que habían sido rodeadas por un grupo de hombres dispuestos a todo, es totalmente inverosímil. Claro que si no hubiese sido así, no podría seguir la historia. Aquí es donde se nota la solución más fácil y cómoda. El famoso deus ex machina, el pasaje a otro momento de la trama después de haber solucionado el anterior de una manera cuasi infantil. Hay tantos de estos recursos en la película que termina por caer en el absurdo. No olvidemos que si algo agotó al género gótico, fue precisamente este tipo de atajos narrativos. Sabemos que los niños están encerrados en esa mansión por una serie de normas que tienen que cumplir: tres preceptos dados por sus padres para que sus vidas se mantengan a salvo: estar en su cama antes de la medianoche, no permitir el ingreso de extraños en la casa y no intentar escapar. Es así que los hermanos viven en un estado de permanente angustia, tratando de no quebrantar esas leyes transmitidas de generación en generación. Una trama que bien podría haber escrito la gran novelista norteamericana Shirley Jackson. Si bien hay una clara metáfora del paso de la niñez a la vida adulta —la madurez sexual, la búsqueda de libertad y el cuestionamiento de las obligaciones impuestas por los mayores—, el guión de David Turpin es endeble y solo es llevadero por los lúgubres y logrados escenarios en donde transcurre. Y aunque existe otra lectura posible, como la de la liberación de Irlanda del yugo inglés —en este caso Rachel sería la que encarna a esa Irlanda que se subleva a los mandatos ancestrales y rompe las cadenas del sometimiento al decidir dejar la mansión— me parece una idea un poco rebuscada. Aunque algo de esto deslizó el director cuando presentó la película en el 50 Festival de Cine Fantástico de Sitges. Palabras más, palabras menos, Brian O´Malley también aclaró que su meta era hacer una obra estéticamente oscura, centrándose más en la fotografía y en recrear los ambientes propios del Romanticismo, dejando de lado todo lo demás. Es cierto que hay una predisposición a profundizar la historia mediante el pretexto de una guerra que no se muestra pero que el soldado Dessie (un inexpresivo Moe Dunford) demuestra mediante su pierna amputada, o el abogado de la familia Birmingham (un demasiado extrovertido David Bradley) que visita la casa para anunciar a los hermanos que su fortuna está prácticamente agotada y que la única salida es vender la mansión para pagar sus deudas, pero no es suficiente. La que se lleva todos los aplausos es la actriz española Charlotte Vega —curiosamente empezó su carrera con una serie de terror filmada por 12 estudiantes de la ESCAC de Barcelona, llamada Los Inocentes— que sobrelleva sobre sus hombros todo el peso de la película, y lo hace con convicción, talento y una buena dosis de lirismo. Los Inquilinos es una película que cumple con todos los requisitos del género, pero para no sucumbir en la trampa en la que cayeron las novelas góticas del siglo XIX —repetición de clichés y lugares comunes— tendría que haber dado una vuelta de tuerca, al mejor estilo Henry James, para no caer en el olvido.
Los inquilinos: Los hermanos sean unidos. Bryan O’ Malley nos trae una historia de terror gótico trágica, oscura y tenebrosa. No somos ingleses, no hay nombre para lo que somos… Los secretos de familia son cosas que pueden atormentar a muchas personas, todos tenemos secretos que no podemos sacar a la luz. En Los Inquilinos (The Lodgers) vemos que ese tormento es llevado a otro nivel. La trama nos muestra la vida de Rachel y Edward, dos gemelos destinados a seguir las reglas derivadas de una canción de cuna de la infancia. Dichas reglas los confina en sus habitaciones antes de la medianoche, a no dejar entrar extraños y a no separarse jamás. La ruptura de estas reglas podría desatar la ira de “Los inquilinos” que merodean por los pasillos en la noche. Primeramente, este filme nos abre las puertas al mundo lúgubre y horrendo de los protagonistas. Ya desde el comienzo nos arrastra al temor y los misterios que esconde la mansión que habitan los gemelos Edward y Rachel. Nos mantiene con los ojos en la pantalla, preguntándonos qué es lo que acecha a estos dos huérfanos y no los deja vivir vidas comunes y corrientes. A pesar de que la historia se hace densa de momentos, no logra distraerse de su conflicto original. En cuanto a los personajes, no mucho se puede decir de ellos. Se les da suma importancia a los gemelos, dado que este filme tiene todos los elementos de un relato gótico. Nos muestra a su protagonista femenina como una joven un tanto seria y responsable, pero que anhela otro tipo de vida. Asimismo, nos hace ver al protagonista masculino como un niño solitario, pero que esconde una personalidad peligrosa. Ambos están interpretados de manera maravillosa, las actuaciones de Charlotte Vega y Bill Milner son sublimes dentro de lo que se refiere a este género. En otro orden de cosas, la gran mansión que ellos dos habitan otorga un aire de inseguridad y confinamiento. La mansión, Loftus Hall, construida en 1350, ha sido la locación perfecta para esta historia. Esta antigua mansión es una reconocida meca para los avisadores y cazadores de fantasmas. El lugar es visitado por miles de personas cada año y aparece en numerosos shows de TV incluyendo a Ghost Adventures como también la película Loftus Hall y el documental The Legend of Loftus Hall. Sus enormes y solitarias habitaciones, su falta de luz y aire, y su estado de decadencia hace que nos sintamos tan atrapados como los protagonistas. Por lo que se refiere a elementos del terror, la película logra asustarnos en el momento adecuado. Manifiesta poco a poco la fuente del miedo y, finalmente, nos atemoriza al revelarnos lo que se esconde en la oscuridad. En definitiva, Los inquilinos es una película de terror gótico con una historia trágica y oscura. La trama, los personajes y la historia se complementan entre sí, dando forma a un todo para atrapar y sorprender al espectador. Sin duda un filme que los fanáticos de este género no deben perderse.
“Los Inquilinos” es un thriller de horror gótico y sobrenatural dirigido por Brian O’Malley (“Let Us Prey”, 2014), cuya trama comienza cuando dos hermanos gemelos que viven dentro de una sombría mansión en la época posterior a la Primera Guerra Mundial, cumplen la mayoría de edad y deberán enfrentarse a su destino. Esto significa luchar contra una extraña maldición que va pasando de generación en generación y ellos no serán la excepción. Más adelante, la hermana que se encuentra en su despertar sexual decide esposarse con un vecino que es un soldado que sufrió las secuelas de la guerra y perdió una pierna. De esta manera, ella intentará romper la maldición de la familia que incluye ritos de incesto y suicidio entre sus antepasados. En el apartado técnico se destaca la fotografía a cargo de Richard Kendrick, que nos sumerge en un mundo fantasmagórico y acuático en donde habitan los difuntos. Además, abundan los paisajes boscosos y el lago que es el lugar más importante de la cinta junto con la escalofriante mansión. También vale la pena mencionar la música compuesta por Kevin Murphy, en la que se hace mucho uso de los violines para generar tensión y suspenso. Las actuaciones más sobresalientes son las de los protagonistas Charlotte Vega y Bill Milner, que se ponen en la piel de los hermanos gemelos y ofrecen una performance perturbadora y de gran nivel. En conclusión, esta película de tintes góticos y surrealistas hace buen uso del drama y el suspenso, dejando de lado los sustos más fáciles. Se toma su tiempo para desarrollar la trama y los personajes, pero el final resultó más que satisfactorio y logró cerrar la historia de manera sublime. Dato extra: La cinta de origen irlandés fue el largometraje seleccionado para la clausura de la 50ª edición del Festival Internacional de Sitges.
Un cuento fantástico: La Independencia de Irlanda Rachel y Edward, gemelos huérfanos y únicos habitantes de una mansión decadente, viven aislados del mundo exterior y a la sombra de tres reglas básicas que deben respetar: no recibir extraños, acostarse antes de medianoche y nunca separarse. Quebrar alguna de esas reglas provocaría la cólera de unos extraños seres que parecen habitar la parte baja de la casa y que durante las noches se apoderan de la propiedad. Los elementos de la historia son los necesarios y esperables para un clásico relato de horror fantástico. Y es justamente ese el camino que desde el primer minuto, y sin ningún tipo reparos, toma el director Brian O’Malley. Pero el camino es tan directo que el comienzo de la película resulta muy torpe y un tanto exhibicionista. Realmente los primeros hacen temer lo peor y surge la sospecha de que Los Inquilinos no será otra cosa más que un recorrido de tópicos genéricos vacíos y ya vueltos clisés, bien decorados con imágenes gratuitas y obviamente impactantes, con el plus de caer en el regodeo morboso de la perversa relación que los gemelos parecen destinados a consumar. Sin embargo, asistido por su autoconciencia irlandesa y la ayuda de Edgar Alan Poe –siempre bien dispuestos para estos asuntos–, O’Malley logra encausar su obra y dotarla de virtudes que, si bien no consiguen borrar del todos sus carencias, la vuelven una película digna de atención. Las referencias a Poe son varias. Pero dos son claras y fundamentales: por un lado tenemos la aparición –fantasmal– de un cuervo, símbolo poeiano clásico que, en primera instancia, indica un estado anímico particular (“….al filo de una lúgubre medianoche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido”, comienza diciendo el narrador del poema) que luego deriva en una condena que parece eterna. Quien ve al cuervo (¿busca, convoca?) en Los Inquilinos es Edward, justamente aquel de los hermanos que elige entregarse a las reglas y permite extender la maldición. Tan entregado está que no soporta las intenciones de su hermana, que es quien busca librarse de esa eterna pesadilla. Y de esa diferencia surge el perverso romanticismo de Edward, una siniestra melancolía de la que el cuervo es, mediante el despliegue de la puesta en escena, su emblema particular. El tratamiento del director de este símbolo es muy acertado: parte de lo universalmente identificable –el cuervo poeiano– para transformarlo en otra cosa, en algo con un sentido un tanto diferente del original, más propio de su personaje y del relato (sobre el final de la película este símbolo será acertadamente retomado, como una temible sombra siempre al acecho). Por otro lodo, hay también en Rachel referencias a Poe. Promediando el film le recita a su pretendiente (y luego salvador) algunas estrofas del poema “El lago”. Pero su melancolía no es la misma que la de su gemelo. Su estado de ánimo responde al deseo de escapar, pero también de sentirse condenada al recordar que ninguno de sus antepasados lo ha logrado. Hay terror ante el mal inevitable y eso es lo que refleja al recitar las estrofas (“…la muerte estaba en el fondo de la ola envenenada”). Esta puja de posturas opuestas encontrará resolución mediante un tercer personaje: Sean, el ya mencionado pretendiente de Rachel, quien además es la clave para desentrañar el sentido último de Los Inquilinos. Este personaje vuelve a su tierra mutilado luego de una guerra. La historia transcurre en los comienzos de los años veinte del siglo pasado, o sea mientras se llevaba a cabo la Guerra de Independencia irlandesa contra Gran Bretaña. A este personaje los lugareños lo tratan de traidor, es decir que ha peleado para el bando contrario (cabe aclarar que en la acertada ambigüedad de la película sobre este punto existe la posibilidad de que el personaje tal vez haya peleado en la Primera Guerra Mundial). Sobre todo esto son pocas las palabras que se dicen en la película, sin embargo, el fuera de campo se vuelve primordial y envuelve de sentido a todo el relato: nos permite ver en Rachel a esa Irlanda que busca despojarse de sus inquilinos (más bien invasores) que parecen ser eternos; mientras que en Edward distinguimos a la porción irlandesa que ha entregado su alma y quedará condenada. ¿Y qué podemos ver en Sean? La puesta en escena es clara: mientras pelea contra los seres que invaden la mansión, un clavo le atraviesa la mano, y luego –ya cargando ese unívoco signo crístico– desciende a los infiernos y entrega su vida para salvar la de Rachel. Para Irlanda su independencia significa también el triunfo y la afirmación de su fe católica, indivisible de su identidad nacional y factor polémico esencial frente a su enemigo. Por esto es que esa resolución, simbólica y no explícita, es el acierto final del director O’Malley, que yendo de Poe y lo fantástico a lo político y lo religioso (católico), logra superar sus propias torpezas y limitaciones.
Una mansión en ruinas y alejada de la sociedad, dos protagonistas con una relación cargada de tensión sexual, un pantano, una maldición y fantasmas. Los inquilinos (2017) tiene como principal referente al terror gótico (palabra derivada de Godo, pueblo germánico que fue importante en la caída de El imperio romano de Occidente) pero con algún que otro susto para mantener la atención del espectador casual. En su segundo largometraje, después de la muy interesante Let us prey (2014), el director Brian O’ Malley se centra en la historia de Rachel y Edward interpretados por Charlotte Vega (Rec 3: Genesis, American Assasin) y Bill Milner (Dunkirk y X-First Class), dos hermanos gemelos con personalidades opuestas y muy marcadas. Ella es quien da la cara, la que es capaz de salir de su hogar y lógicamente es también la que anhela ser libre. Él es un ser asustado y reprimido, un émulo de Norman Bates. Es con esta persona con quien O’ Malley sabiamente juega mezclándolo con El cuervo de Edgar Allan Poe. En una época en donde las historias de fantasmas están en retirada es bueno ver una que está anclada en otra forma de trabajar el miedo y de perturbar. Lo perturbador en Los inquilinos es la frágil y aterradora personalidad de Edward, en contraposición con la racionalidad y frialdad de su hermana. Los verdaderos espectros están en segundo lugar, en el fondo y aunque se los vea no dan miedo porque lo importante está en la enferma relación entre los dos personajes principales. Tanto Vega como Milner están excelentes en sus papeles, ya que son capaces de transmitir una gran diversidad de sentimientos en pequeñas miradas y sobre todo en sus silencios. El resto del elenco está acorde a la propuesta pero quedan opacados por sus protagonistas. La fotografía a cargo de Richard Kendrick es otro de los motivos por el cual ver The Lodgers. En su segundo proyecto juntos, el director de fotografía captó la atmósfera de este sub-género y entrega unos planos donde la oscuridad se cuela en cada rincón de esa mansión en contraste con la luz que hay cada vez que el personaje de Vega sale. Si la historia se hubiera quedado en eso sería una obra mucho más valiosa de lo que es. Pero en su afán de querer contentar a todos el guion del debutante David Turpin comete algunos errores que le juegan en contra. Algunas situaciones que no llevan a nada y sobre todo clímax que no tiene ni pies ni cabeza parecen querer enmascarar algo que cuando se inclina por la simpleza funciona mucho mejor. A veces no es necesario volver complicada una trama simple, algo que los autores de relatos de terror góticos sabían. Aun con esos reparos Brian O’ Malley demuestra una vez más ser un director que promete. Tal vez con el paso del tiempo entregue una obra maestra, pero por lo pronto es una nueva joven promesa del género de terror.
El terror vive en tu casa. Ambientada en la Irlanda rural de la década del veinte, The Lodgers es un relato oscuro y siniestro que gracias a la propuesta estética de su director, Brian O'Malley, y sobre todo de las actuaciones de sus protagonistas, Charlotte Vega y Bill Milner, se erige como una obra opresiva y tétrica con muchas reminiscencias al terror gótico clásico. Rachel y Edward acaban de cumplir 18 años y, lejos de que sus vidas adopten el tinte liberador de quien adquiere la mayoría de edad, los horrores que siempre los atormentaron no harán sino empeorar. Sin la presencia de sus padres, muertos por suicidio, estos hermanos gemelos están atados a la mansión en la que viven y acaban de heredar, pero ese vínculo con la casa sobrepasa los límites de la simple propiedad del inmueble. Porque aunque no lo parezca, Rachel y Edward no viven solos. Ya desde el comienzo la película se plantea como un relato bastante hermético, con locaciones que nunca exceden la mansión donde viven los protagonistas y la pequeña aldea vecina de donde vendrá el elemento disruptivo de la historia. Porque resulta que esos inquilinos a los que se refiere el título de la película son unas presencias fantasmagóricas que viven debajo de la mansión y se aseguran la buena “convivencia” con Rachel y Edward a partir de tres reglas que los hermanos no deben romper. Nunca estar fuera de la casa después de la medianoche, nunca dejar completamente solo al otro y jamás permitir el ingreso de un extraño a la casa. Conforme avanza el relato, no solo estas tres reglas harán las veces de guía para una historia que inicialmente tiene a sus protagonistas como dos figuras pasivas que se someten a la imposición que estos inquilinos les imparten sino que lentamente nos iremos acercando al verdadero motivo por el que estos jóvenes deben vivir una existencia prácticamente de esclavitud y este tiene que ver con el oscuro pasado de su familia. El riesgo cada vez más inminente de romper alguna de las tres reglas (como el momento en el que el abogado de la familia visita a Rachel y Edward con noticias sobre su cada vez más pequeño patrimonio heredado) y ese secreto familiar que pugna por ser descubierto son los elementos que mantendrán expectante a la audiencia hasta que uno de los protagonistas logra romper con ese estado de pasividad esclava. Se trata de Rachel, quien ha encontrado el amor. Con esas incógnitas bien planteadas y actuaciones principales dignas de ser destacadas es que Los Inquilinos consigue sus principales méritos dada su poca cuota de creatividad al plantear una historia de horror que, excepto por algún que otro detalle, hemos visto infinidad de veces.
Un thriller sobrenatural gótico que cuenta la historia de una familia y su mansión derruida, sobre la que pesa una maldición. Se supone que es después de la primera guerra mundial, en un pueblo rural irlandés. Lo gemelos que habitan el castillo cumplen con normas impuestas por una canción de cuna: nada de extraños, a la medianoche estar en la cama, nunca separarse. Mientras tanto algo siniestro que tiene que ver con el agua de un lago que corre debajo de la casa, marca presencia. Con el cumpleaños de los mellizos la cosa se complica y los secretos se descubren. Con poco, muy buena iluminación, una elección acertada de actores, el director Brian O`Malley hace lo que puede con el libro de David Turpin. Explota especialmente la casa, con efectos sonoros y visuales, y las actuaciones en especial de Bill Milner, y Charlotte Vega. Puro clima bien logrado y poco terror, pero en un envoltorio de lujo al lado de los frecuentes films clase B que siempre cumplen con la cuota de “miedo” de la semana. Un entretenimiento mediano.
Hermanos maldecidos Más allá de que el terror sea un género que siempre está buscando nuevas formas, estilos e historias, lo clásico permanece como perdurable. Un buen relato de H. P. Lovecraft o Edgar Allan Poe siempre va a cautivar nuestros corazones por más slashers o ghots storys que existan. El director Brian O’Mailey y el novel guionista David Turpin parecen haber entendido esto: en Los inquilinos vuelven a los orígenes de un relato tradicional que opta más por la sugestión y la creación de ambiente, que por la sangre contada de a galones. Ambientada en la Irlanda de 1920, Los inquilinos presenta la historia de dos hermanos con una maldición que nos los deja desarrollar su vida de modo tradicional. Tal como sucedía en La casa Usher original de Poe, lo que Turpin y O’Mailey transmiten es una relación endogámica, quizás no tanto por voluntad como por necesidad. Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner) son dos gemelos que viven solos en una mansión rural cercada por un inmenso bosque y un profundo lago. Nada ni nadie se interpone ante su inmensa soledad. La razón es simple: ellos deben permanecer juntos, ahí, como prisioneros del lugar, o pagarán las consecuencias de lo que pueda ocurrir. No pueden huir. Pero el asunto será aún peor cuando cumplan la mayoría de edad: la profecía alrededor de ellos cerrará su círculo y no les quedan demasiados días para que eso ocurra. El encierro interno El problema es que ambos hermanos, sobre todo Rachel, desea conocer ese exterior. Y no solo eso, desea conocer otras personas, otros hombres, en particular a Sean (Eugene Simon) el joven que parece cortejarla. Los inquilinos juega con esa relación entre los hermanos, cómo entre ambos crece una necesidad y un deseo, pero también la exigencia de salir, de enfrentarse a lo que va a venir. Es un claro simbolismo a la edad que atraviesan los personajes. Los secretos familiares los atormentan y el ambiente es un personaje más. La casa se derrumba y el agua los invade cual Casa tomada de Cortázar. Un escribano (David Bradley) que pretende efectivizar la herencia y cobrar una hipoteca los visita, y de alguna manera habrá que tapar el secreto del lugar. O’Mailey arropa el reato de Turpey que bien puede pasar por una obra teatral, pero se encuentra lo suficientemente aireado para que sea una verdadera obra cinematográfica. Con un juego fotográfico, una puesta técnica y de ambientación detallista e hiper cuidada, Los inquilinos será un film que penetre por los ojos, llega a subyugar. La atmósfera que consigue es extraña y enigmática, más de una vez no sabremos qué es lo que sucede. Quienes no estén atentos pueden llegar a perderse, pero al final del segundo acto y a lo largo del tercero todas las piezas se recogen y el rompecabezas creado se resuelve a la perfección. Conclusión Recurriendo al terror gótico tradicional, pero con una imaginativa visual riquísima, Los inquilinos de Brian O’Mailey es una propuesta original, con gran química entre sus protagonistas y un ambiente como para ponernos los pelos de punta. Quienes busquen experiencias diferentes, está puede ser la opción.
La historia de los gemelos huérfanos Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner) nos transporta a la Irlanda rural de 1920, luego de la Primera Guerra Mundial. Allí viven casi confinados a la oscuridad y a ciertas reglas que deben obedecer, para que los “inquilinos” que habitan una especie de sótano no se alteren... Las reglas son: No dejar entrar a personas desconocidas, acostarse siempre antes de la medianoche y no separarse nunca. Edward, obsesionado con su hermana, no sale de la mansión y es el más temeroso, en cambio Rachel sí lo hace para ir al río y para hacer las compras básicas, aunque ya suma deudas en el comercio y es por eso que su abogado quiere obligarlos a vender el caserón. Ya no queda dinero. En la despensa donde Rachel compra las provisiones, conoce a Sean (Eugene Simon) un soldado con una pierna menos, reemplazada por una ortopédica y nace entre ellos una suerte de atracción que altera a su hermano, al existir entre ellos una suerte de incesto que parece a punto de consumarse cuando cumplen 18.Muy del estilo de “Los Otros” (2001) pero sólo en su estilo, la segunda película de Brian O’ Malley consigue una excelente puesta al lograr un ambiente sombrío y gótico en todo momento, buenas actuaciones, sobre todo de Charlotte Vega, buena dirección de arte y fotografía de Richard Kendrick. Pero no consigue asustar al no tener un guión con demasiado sustento. Bien hecha, sí. Asusta, no. Nuestra opinión: Regular. https://www.youtube.com/watch?v=G3ThIpRfdD0 ELENCO: Charlotte Vega, David Bradley, Moe Dunford. Eugene Simon, Bill Milner. GENERO: Terror . DIRECCION: Brian O'Malley. ORIGEN: Irlanda. DURACION: 92 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 15 de Marzo de 2018 . Distribution Company Sudamericana
Hermanos en loop Anclada en el terror gótico, la producción irlandesa Los inquilinos (The Lodgers, 2017) propone un viaje alucinatorio a la enfermiza relación de dos hermanos que custodian una vieja y deteriorada mansión en la que, además, ocultan oscuros secretos. Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner) viven y vigilan una mansión que supo conocer épocas de gloria pero que ahora sólo acumula suciedad, polvo y podredumbre. Dentro de ella los hermanos, agobiados por siniestros personajes que la habitan, deben seguir una serie de reglas derivadas de una extraña melodía que digita sus pasos, días y horas. Cumplir con estos preceptos es esencial para evitar que “inquilinos” irrumpan y tomen el control. Pero cuando Rachel decida transgredir las leyes de la música, una serie de desafortunados acontecimientos pondrá al extraño y cercano vínculo fraternal en jaque, primando los impulsos por sobre la razón y desatando una serie de sucesos que nadie podrá controlar. La segunda película del realizador Brian O'Malley propone un barroco juego de espejos, el que, de manera progresiva, comienza a profundizar en la psicología de los personajes centrales sumando secundarios que ayudan al conflicto guía del film: el choque entre el deber ser y las necesidades de trastocar los mandatos. Hábilmente el guion comienza con una presentación casi didáctica de los hermanos dentro del microuniverso que se esconde detrás de las paredes de la casa que habitan, y en esa primera instancia el desarrollo de ciertas características de Rachel y Edward posibilitan el ingreso a un relato que no por poseer similitudes con películas como Los otros (The Others, 2001), o La dama de negro (The woman in black, 2012), repite fórmulas y estereotipos. Al contrario, O’Malley se encarga de adicionar elementos realistas, como el enamorado de Rachel que proviene de la guerra con una minusvalía, o la imposibilidad de mantener en pie la mansión por los apremios económicos que refuerzan su espíritu de género. Rodada en Loftus Hall, una construcción original que según una leyenda urbana está maldita, tanto la casa como los escenarios naturales que la rodean, son el espacio ideal para que la épica lucha entre el bien y el mal trascienda la anécdota del incesto. Las animaciones digitales suman en momentos clave la dosis necesaria de fantasía para que el relato no sólo impacte, sino, principalmente, pueda generar intriga en la progresión del desarrollo. Si bien en algunos pasajes las explicaciones verbales en la voz de Rachel, casi un acto enunciativo de aquello que luego vendrá, coartan las posibilidades de fluidez narrativa, en su totalidad Los inquilinos se presenta como un sólido exponente de género que intenta innovar saliendo airoso de su propia propuesta.
El viejo refrán dice “Aunque la mona se vista de seda, mona queda”. Este precepto bien puede aplicarse a la atmosférica pero vacua The Lodgers, terror gótico y sobrenatural proveniente del viejo continente, que se queda corta en buenas intenciones y falla en agregar un giro interesante al género.
Terror gótico desde Irlanda para renovar cartelera. Hay que reconocer que en este momento de alta demanda de productos de género, es interesante buscar en otras latitudes. En esta oportunidad, y siguiendo con la línea que trajo este mes "Winchester", de alguna lejana manera, "The lodgers" también aporta una mansión real. Llena de fantasmas, según cuentan los locales (Loftus Hall en County Wexford en ese lugar, donde también se dio el rodaje) y como punto de atracción para quienes les gusta este tipo de intrigas. Esta es la historia de dos hermanos mellizos, Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner), quienes son húerfanos viviendo en dicho caserón desde hace un largo tiempo. Algo sucede allí porque ellos no pueden escapar de ese espacio, dado que hay entidades (si, digamos), que marcan que reglas deben seguirse para sobrevivir: "nunca dejar entrar extraños", "nunca salir de sus cuartos a medianoche" y "si intentan escpar, la vida de su hermano/o estará en peligro". Bajo esta premisa, Rachel y Edward intentan vivir la vida que pueden, hasta que un soldado (Sean jugado por Eugene Simon) regresa después de la guerra (la película está ambientada en las primeras décadas del siglo pasado) y pone en riesgo el escenario establecido. Hay una energía oscura que amenaza a los hermanos y ellos intentan, dentro de sus diferencias, cuidarse y resolver su condición. El tema será cómo reaccionarán los "inquilinos" frente a tamaño acto de rebeldía. En "The lodgers" encontrarán sólidos rubros técnicos, un gran trabajo de fotografía y sonido. A todo eso, la presencia de Charlotte Vega es magnética en grado extremo y eso provocará que incluso quienes estén seguros que el film no los atrae, quedarán enganchados por su encanto y sencillez. El director Brian O'Malley es especialista en la creación de atmósferas y creo que queda cautivado por el lugar donde rondó. Eso produjo cierta falta de tensión en la curva de tensión que el film debería generar siendo una cinta de terror más bien clásica. Pero más allá de eso, "Los inquilinos" es una propuesta simple, discreta y elegante sobre los fantasmas que habitan el alguna perdida mansión irlandesa...
Una de suspenso y terror con casa maldita y hermosa aunque en ruinas. Esto sucede hace un siglo en Irlanda, con mellizos que cargan con alguna tradición maldita. Las explicaciones argumentales, maldición, se van explicando en malditos bloques explicativos. Y es una lástima, porque el primer maldito ladrillo de aclaración del conflicto llega después de los lindos créditos y una secuencia inicial que promete algún logro en términos de climas. Pero no: hay derivas inútiles, más aclaraciones, feos efectos digitales y personajes que sobran. Al final, algo más de movimiento, y quizás habría que hablar de Lévi-Strauss y el tabú del incesto, pero mejor no.
The Lodgers (Los Inquilinos), lo nuevo de Brian O´Malley (Let Us Prey) es dificil de reseñar contando lo necesario para lograr hilvanar una idea, pero sin pasarse de la raya y arruinarle el clima al espectador. Pero lo voy a intentar. Los gemelos Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner) viven en una enorme casa derruída, y las deudas los apremian. Quedan pocas joyas heredadas para vender y se niegan a desprenderse de la casa, pero la preocupación mayor es otra. Todas las noches deben encerrarse en sus habitaciones porque, hasta que amanece, la casa es propiedad de ciertos seres. Estos inquilinos, relacionados con el agua, atormentaron a sus antepasados y ahora los acosan a ellos. La historia se va desarrollando mediante algunos giros que, como dije antes, no vale la pena mencionar. Lo primero a destacar es el clima que genera. El ambiente rural casi en ruinas, la iluminación escasa que parece de velas y te envuelven en una historia lenta pero atrapante. Todo reforzado con una mezcla sonora que te pone la piel de gallina. Las actuaciones de los hermanos, por momentos estan llenas de una tensión que te invade. Cierta ambigüedad en su vinculo hace el resto, logrando por momentos incomodar. Nunca busca generar un sobresalto o un susto fácil, sino que apunta a perturbarte de modo más profundo. Lo logra con creces. Coquetea de tal manera con algunos tabúes que no sabes si apunta a eso o es tu idea. Algunos personajes secundarios que viven en la aldea cercana, como Sean (Eugene Simon, un joven veterano de guerra) o Kay (Roisin Murphy, la chica acosada por los bravucones del pueblo) acompañan una trama que no se desarrolla demasiado. Pero la escasez narrativa está lejos de ser un defecto. En un cine donde cada vez prima más lo explícito y lo obvio, una propuesta sugerente como Los inquilinos se despega del resto. Muy recomendable para ver en sala, sobre todo por los ambientes sonoros que logra.
CASA CONSERVADORA La segunda producción irlandesa de Brian O’Malley después de la trunca Let us prey, donde una policía novata pasaba su primera velada en una comisaría siniestra, parece de nuevo repetir la fórmula de un comienzo prometedor que se desinfla con el desarrollo de la trama. Trama que tampoco queda bien clara para el espectador. Aquí dos gemelos huérfanos de 18 años en plena época de entre guerras viven en una mansión descascarada y sin un peso de herencia. Son hostigados por un tasador a vender la propiedad, pero se rehúsan con excusas de que la casa no los dejaría abandonarla y lo sobornan con las pocas joyas que les quedan. Casi un comienzo similar al más logrado e interesante drama de terror El secreto Marrowbone (2017). Pero en Los inquilinos reside más la cuota sobrenatural “victoriana” que recién se despliega con toda su potencia pasada la hora. Por ende, llegar hasta allí es un karma extremadamente lento y aburrido. El clima misterioso que funciona al principio va perdiendo energía y el terror es casi inexistente, sólo se relega a ciertos efectos correctos pero llenos de lugares comunes. En Los inquilinos todo está naturalizado: el incesto entre hermanos pese a la negación de ella; el encierro casi constante en aquella edificación enorme; y este tercer personaje que es la casa misma que toma presencia por la noche y obliga a obedecer un par de reglas a los hermanos. Como si todo esto se tratara de un legado rutinario paternalista. Y es que la casa no quiere que entren extraños, deben ya estar en sus camas por la medianoche y si alguno es osado en escapar de ella, el otro hermano morirá. Por cierto un guión que llama la atención en la ridiculez de esa propuesta pero tomada con mucha solemnidad. Pero claro, todo se viene abajo cuando ella se enamora de un joven ex soldado que vuelve de la guerra al almacén de su familia en el pueblo. Las intenciones de este muchacho son buenas y generosas -a diferencia de los hombres que viven en la zona y que acosan a esta “caperucita” que sale para hacer mandados y subsistir-. El se ve deslumbrado por el encanto femenino de esta chica misteriosa envuelta en un abrigo con capucha azul y no tardará en conquistarla y dirigirse a su hogar. Pero como ya dijimos, toda esta trama no sirve, es cansina y monotemática. En Los inquilinos los lugares comunes de casas embrujadas -por cierto fue filmada en la locación de Loftus Hall, una de las mansiones con mayor presencia paranormal en Irlanda- se hacen lugar para aburrir. La ambientación gótica del interior de la vivienda y la fotografía que se contrapone entre los lugares cerrados y el exterior son notables, destacándose paisajes como un bello lago con historia y el frondoso bosque que recuerdan a esos cuentos de los hermanos Grimm. De las pocas cosas que se valoran de esta película es el contraste entre la maldad que el joven menciona de la guerra, y que ella retruca que no hay mayor estado diabólico que el que reside en su casa y que por eso quiere que la ayude a escapar. Sin embargo, todo eso no alcanza. Y es que en este film no existe un interés fuerte, sólo una trama que tiene demasiadas e innecesarias aristas que logran enredarse y aclarar poco. Con lo que puede confirmarse que el subgénero de casas poseídas en esta década tiene pocas propuestas fuertes por el momento. Y todo eso, claro, sumado a un inmueble castrador que es más malo que el peor de los padres conservadores que no dejan salir a los pibes un sábado al boliche.
Encuadrado en el subgénero del terror gótico se estrena Los inquilinos, película irlandesa que retoma el código de otras que ya se han vuelto clásicos del género, pero que no logra en ningún momento levantar vuelo por sí misma. Rachel y Edward son dos hermanos gemelos que viven en una inmensa propiedad familiar que fue pasando por casi dos siglos de padres a hijos. Pero de la misma forma que con la casa, durante todos estos años los padres heredaron un terrible secreto, causal de una maldición que tiene a los miembros de la familia presos dentro de su propio hogar. Si ellos no respetan las tres reglas impuestas: estar en sus habitaciones antes de la medianoche, no dejar a ningún extraño entrar a la casa y tratar bien a su hermano, aquellas presencias que habitan debajo de la casa volverán a entrar en ella para castigar a los chicos. El problema es que los gemelos, ahora mayores de edad, se ven enfrentados a la disyuntiva de continuar la costumbre familiar que perpetúa la maldición o huir y cortar finalmente con ese ciclo aparentemente interminable. Siguiendo la tradición de películas como Los otros o El orfanato, el guion de Los inquilinos descansa mucho en la locación en la cual se filmó. El estilo impactante de la mansión es, sin dudas, lo más llamativo de este film que no logra en ningún momento asustar verdaderamente al espectador. Las actuaciones son bastante aceptables, particularmente el dúo protagónico de los hermanos, pero la redundante charla que trata de poner de manifiesto todo el tiempo la amenaza latente a la que se ven sometidos termina siendo tediosa. Dos, tres, cuatro veces se repiten las frases hasta el punto en el cual se habla más de los temores que lo que realmente se percibe en pantalla. Y cuando finalmente las amenazas como “están llegando” “vienen por nosotros” y otras más se cumplen, la estética de las criaturas sobrenaturales es decepcionante, no asusta, no impresiona y no está definida por ninguna cualidad particular, como si uno estuviese mirando maniquíes.
Crítica emitida en radio.
Crítica emitida en radio.
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