“Los que aman, odian”, la película basada en la novela homónima escrita por Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en 1946, transmite al igual que el libro un estado constante de suspenso, misterio e intriga. Si bien cuenta con una impecable banda sonora y sobrio vestuario, el elemento central que sostiene la película es la historia. Durante los 90 minutos de duración del film se palapa en el aire que hay algo detrás, que el mundo de la literatura está presente. Toda la historia transcurre desde el principio hasta el final en un hotel ubicado en la costa argentina, más precisamente, Ostende. Hay un asesinato, varios sospechosos y diversos caminos y pistas que incitan al espectador, como si se tratara de un juego, a resolver el crimen. Guillermo Francella y Luisana Lopilato encabezan el gran elenco elegido por el director Alejandro Maci, entre los que se destacan Marilú Marini, Justina Bustos, Carlos Portaluppi, y Mario Alarcón. Que la impronta de dos grandes escritores como Bioy Casares y Silvina Ocampo esté detrás de la trama de “Los que aman, odian” hace que valga la pena recomendar la película.
Con excepción de la comentada influencia de La invención de Morel en la serie Lost, los intentos de llevar a las pantallas la obra de Adolfo Bioy Casares no se apartaron demasiado de la literalidad de sus textos. Esto quedó demostrado en las adaptaciones de Sergio Renán (El sueño de los héroes, de 1997) y de Alejandro Chomsky (Dormir al sol, de 2012). Para la transposición de Los que aman, odian -novela escrita entre Bioy y su esposa Silvina Ocampo-, Alejandro Maci se toma algunas libertades respecto al original, pero esas búsquedas no llegan a buen puerto.
Los que aman, odian: un thriller pampeano que juega con los clásicos del género. “… el té es de China; las tostadas son quebradizas y tenues; la miel es de abejas que han libado flores de acacias, de favoritas y de lilas. Así, en este limitado paraíso, empezaré a escribir la historia del asesinato de Bosque del Mar.” Bioy Casares y Silvina Ocampo Alejandro Maci no es ajeno a la obra de estos laureados escritores, habiendo dirigido ya una historia de Ocampo, que heredó de María Luisa Bemberg, titulada El Impostor (1997), ni de una expresiva elegancia a la hora de poner en imágenes truculentas historias sobre el comportamiento humano; como lo hiciera en la series En terapia (2012) y la bellísima Variaciones Walsh (2015). Así que ha sido interesante ver su aproximación a una obra y autores que son ante todo considerados por su elegante e irónica manera de retratar la naturaleza humana y sus bajezas. Es un ejercicio transportar a imágenes lo que los autores demoran en líneas escritas, sobre todo cuando el ambiente es un personaje más de la historia, porque el aislado hotel en esa playa, lo es, al igual que ese cangrejal y los arenales. Uno que el director ha resuelto con mucha pericia, descartando algunos complementos, que para uno pudieron resultar una monstruosa metáfora de lo que acontece en el espacio intemporalmente elegante de este hotel. Pero vayamos a la historia, El doctor Huberman llega al apartado hotel de Bosque de Mar en busca de una deleitable y fecunda soledad. Poco imagina que pronto se verá envuelto en las complejas relaciones que los curiosos habitantes del hotel han ido tejiendo. Una mañana, uno de ellos aparece muerto y otro ha desaparecido. Bajo la amenaza del mar, aislados por una tormenta de viento y arena, las ya frágiles relaciones entre los personajes se tensan. Es en la búsqueda de un thriller, al mejor estilo Agatha Christie, que el director encara el filme, quizás olvidando la ironía a esos relatos que los autores otorgan a la novela. Pero sin prescindir del preciosismo con que se retrataba a la sociedad de entonces, esa en particular clase media alta, cosmopolita y letrada que el matrimonio frecuentaba, un juego interesante y plagado de metáforas que hace de varios de los personajes verdaderas delicias, aunque caiga en otros de ellos en ciertos estereotipos que confunden al espectador. Es el caso del personaje desarrollado por Luisana Lopilato, Mary, el escarceo amoroso del doctor Enrique Hubermann (Guillermo Francella), una mujer moderna, traductora y autosuficiente que frecuentemente se pierde en un mar de tópicos femeninos, que resultan chocantes, al no quedar claros los límites entre la mujer de armas tomar y una caricatura de una femme fatale. Pero más allá de ciertos personajes, la historia se sostiene con un buen ritmo, donde la recreación histórica, la trama transcurre en la década del cuarenta, es un acertado aporte. La adaptación no siempre resulta una abreviación fiel de un escrito en la pantalla deciamos, algo que suponemos positivo, porque representa un punto de vista a considerar sobre la historia, el atrapar el espíritu del relato y su época es un ejercicio arduo. Quizás esta cinta, se toma con demasiada gravedad, cargando las tintas a una historia que de por sí ya la tiene. Por supuesto que el elenco es de una calidad insuperable; Justina Bustos, Juan Minujín, Marilú Marini, Carlos Portaluppi, Mario Alarcón y Gonzalo Urtizberea. Un film de excelente producción, un thriller pampeano que juega con los clásicos del género y que aporta un encuentro más que bienvenido con la prosa de dos grandes escritores argentinos.
Tormentas que desatan pasiones Esta película de Alejandro Maci, director y escritor que supo dar en la tecla en la televisión con series como En terapia y Tumberos, se adentra en el género policíaco, una cuenta pendiente desde hace tiempo dentro del cine argentino. Agatha Christie supo dar cátedra sobre las novelas policiales durante toda su trayectoria y en pos de las generaciones lectoras venideras. Adolfo Bioy Casares (en colaboración con Silvina Ocampo en este caso) tampoco se quedó atrás y aportó lo suyo en sus obras, casi todas pertenecientes al género en cuestión. Los que aman, odian es un relato atrapante de principio a fin, difícil de llevar adelante cinematográficamente, pero de la mano de Maci, este filme supo salir airoso en casi todo sentido. Enrique Huberman (un siempre correcto Guillermo Francella) llega a pasar unos días de descanso al hotel que su prima Andrea (Marilú Marini) tiene en Ostende. La tranquilidad le dura poco, ya que se reencuentra con un viejo amor fugaz llamado Mary (Luisana Lopilato) quien también se hospeda en el hotel junto a su hermana, su cuñado y su padre. La trama se irá desarrollando en torno a las idas y venidas de ellos, las intrigas familiares y un asesinato que cambiará el curso de todo. En tiempos en donde las ideas escasean, siempre es bueno volver a las fuentes y rescatar clásicos literarios. El género policial argentino venía en picada desde hace años, y una película de este tenor nunca está de más, siempre y cuando el proyecto sea tomado en serio, sin caer en banalidades ni en los lugares comunes. Felizmente, no es el caso de Los que aman, odian, que cumple de manera eficaz con todo lo que se propone, desde la puesta en escena hasta el guion, que no deja nada al azar, ni siquiera en los momentos en que la trama alcanza su clímax y los personajes comienzan a entrar en el juego perverso de la intriga y las sospechas compartidas. Al estar la historia situada temporalmente en la década del 40, la recreación de época toma un rol fundamental, destacando su presencia en cada fragmento. Las actuaciones también están a tono con la trama, cada uno de los personajes en su timing justo, descontando un poco a Luisana Lopilato, algo exagerada en su construcción del personaje, pero aún así no entorpece el lucimiento de los demás actores, sobre todo el de Guillermo Francella, quien se destaca entre el resto del elenco. Los que aman, odian es una prueba más de que el cine argentino tiene el potencial suficiente para hacer proyectos de calidad, especialmente teniendo a mano obras literarias dignas de ser filmadas, olvidadas por mucho tiempo. Esta película cumple con lo que promete, construye una trama de suspenso adecuada y la lleva adelante con osadía y desparpajo. No toma riesgos, no se adentra en lugares desconocidos, pero va hacia donde tiene que ir, lo que la hace una propuesta más que recomendable.
“Los que aman odian” es la película protagonizada por Guillermo Francella, en la que Luisana Lopilato juega el papel de amante del ex Pepe Argento. Lejos de ese ícono que fue “Casados con hijos”, aquí vemos a una Luisana en plan “Femme Fatale” que rompe corazones y juega a varias puntas. La película está basada en el libro de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, en el que un homeópata llamado Huberman (Francella) viaja a Ostende en busca de descanso y de olvidarse de Mary (Lopilato). Oh casualidad, Mary, su hermana (Justina Bustos), su cuñado (Juan Minujín) y un colaborador, viajan a la misma mansión ubicada en la playa, porque alguna vez Huberman le había recomendado la estancia. Ambientado en los años ’40 el film transita esta historia de amor principal, un amor rodeado de obsesión; y luego se transforma en un policial del estilo “el asesino es el mayordomo”, en donde todos son sospechosos. El trabajo de ambientación está muy bien logrado, todos los detalles son un placer visual, el vestuario, los autos; y desde la actuación, la forma en la que se mueven los personajes, van acorde a la época. Esa década le queda muy bien a Juan Minujín y sorprende Justina Bustos con su trabajo en un papel totalmente distinto a los que estamos acostumbrados a verla. La música también juga un papel importante en la película en donde todo lo que sucede dentro del cuarto de Huberman musicalmente es insoportable, marcado con un sonido que genera constante tensión. El trabajo de Luisana Lopilato es impecable, se puede ver como moldeó a Mary, en sus gestos, su manera de fumar, de moverse. Sin embargo, su cara aniñada no ayudó a convencerme del todo. Los que aman odian, consigue suspenso, y ese juego con el espectador de ir cambiando de posible asesino a lo largo de la trama, hacen que nos sorprenda hacia el final.
Una historia de pasiones desatadas que convocan con igual intensidad el odio y el amor en un lugar sofisticado, alejado del mundo y aislado por tormentas de arena. En un entorno de esa naturaleza Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares imaginaron que una mujer hermosa, seductora serial, empeñada en agradarle a todos los hombres, en usarlos como juguetes eróticos, provocaría un destino de tragedia que deriva en una intriga policial. Alejandro Maci con Esther Feldamn adaptó el material y luego dirigió con mano segura y buenos interpretes, una ambientación perfecta (la casa de Victoria Ocampo), un vestuario de buen gusto, efectos especiales al servicio del argumento y como resultado una película que entretiene y atrapa al espectador. Maci le prestó atención a todos los detalles, desde un especialista en costumbres de la época que marco gestos, maneras de moverse, hasta la seguridad de un clima generado por Ocampo que ya visito en su opera prima “El impostor”. Guillermo Francella acierta el tono de ese doctor homeópata ordenado y previsible frente a una mujer que lo desarma. Luisa Lopilato es toda una revelación con mujer fatal que desata su sensualidad. Se entrenó y preocupó por su personaje con mucho ahínco y los resultados están a la vista. Igual de ajustado luce todo el elenco. Sofisticada elegancia y bajos instintos, un cóctel que atrae y que seguramente tendrá mucho éxitos.
Del odio al amor… Basada en la novela policial escrita por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, Los que aman odian (2017) se sustenta en el argumento porque las actuaciones de Guillermo Francella y Luisana Lopilato no llegan a convencer. Década del ´40. El médico homeópata Enrique Hubermann (Guillermo Francella) viaja a Ostende para alejarse de una historia de amor que lo perturba. Pero desconoce que esa playa solitaria será el escenario que lo una, y separe, de Mary (Luisana Lopilato), la mujer que intenta olvidar. El suspenso es el hilo conductor de la película dirigida por Alejandro Maci. Y ese aspecto interesante pone a prueba al espectador, ya que tiene la posibilidad de intentar adivinar quién es el culpable antes de que la trama lo devele. En ese sentido, el film es un todo bien construido que genera intriga y no deja cabos sueltos. La dirección y la ambientación de la época son excelentes, al igual que la banda sonora que acompaña perfectamente los climas de cada escena. Quizás el lado más débil sea la interpretación de sus protagonistas, dado que Francella y Lopilato no se consolidan como una pareja creíble. Juan Minujín, Justina Bustos, Mario Alarcón, Carlos Portaluppi, Marilú Marini y Gonzalo Urtizberea completan el elenco con buenas interpretaciones. Los que aman odian es una película bien resulta que presenta una historia que atrapa. Y genera la oportunidad de acercarse a la obra literaria de dos reconocidos autores argentinos.
Misterios en una playa junto al mar. Basado en la novela de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, Maci se toma algunas licencias, pero no demasiadas. La primera parte es un estudio de caracteres y la segunda responde al clásico policial de enigma, ese juego que los anglosajones llaman whodunit. “Veo que tiene una buena colección de policiales”, dice la dama elegante, como escapada de una novela negra, y acercándose a la biblioteca que el médico atesora toma delicadamente un volumen. “¿Éste lo leyó?”, pregunta, dejando ver la tapa de El halcón maltés. “Psssee, claro”, vacila el médico, no se sabe si intimidado por la belleza de la muchacha o por su determinación. “Entonces me conoce”, susurra ella, y hace un oportuno silencio... “Yo lo traduje”. Es curioso que la protagonista de un policial de enigma, a la inglesa, cite el libro más famoso del más famoso autor de novela negra, la variante estadounidense del género, que no se parece en nada a la otra. Pero no deja de ser cierto que algunas novelas negras de Hammett tienen rémoras del policial de enigma, y El halcón maltés es una de ellas. Lo seguro es que Adolfo Bioy Casares, coautor junto a Silvina Ocampo de la novela Los que aman, odian, jamás hubiera citado a El halcón maltés, a Dashiell Hammett o a cualquier novela negra: tanto él como Borges abjuraban de la violencia que campea en esa forma genérica. El pasaje testimonia, en tal caso, la libertad con que los creadores de la versión cinematográfica de Los que aman, odian han tomado la novela de Ocampo & Bioy. Lo cual, como se sabe, nunca es malo o bueno de por sí. El médico es el doctor Huberman, un atareado homeópata y conferencista, entre otras responsabilidades, que para descansar de su ajetreada agenda viaja a reposar al Hotel Ostende (que no es el Viejo Hotel Ostende, tal como se lo conoce hoy en día). El solo cambio de su nombre de pila es revelador de las mayores diferencias entre novela y película. En la novela se llama Humberto. Humberto Huberman: sólo un personaje ridículo podría llamarse así. (Vladimir Nabokov, que llamó Humbert Humbert al profesor de Lolita, ¿habrá leído Los que aman, odian? Parece poco probable). En la película, Huberman es Enrique: un nombre neutro, un personaje neutro, un tono neutro se desprende de él. Que en el original HH sea el narrador convierte a Los que aman, odian de Ocampo & Bioy es una (auto)sátira. Narrada en tercera persona, Los que aman, odian de Alejandro Maci & Esther Feldman está en cambio más cerca del drama policial. La época son los años 40. Unos años 40 indeterminados, tanto en el libro (publicado por primera vez en 1946) como en la película. El 45 no parece haber pasado por estas playas: los escasos pasajeros del Hotel Ostende son dueños de campos o venidos a menos, que van a la arena con saco y sombrero y toman brandy por las noches, espléndidamente atendidos por esa dama que es Andrea, prima de Huberman (Marilú Marini, siempre derrochando histrionismo). El doctor Huberman (Guillermo Francella, envarado, aunque no al punto de la autorridiculización) sólo quiere una cosa: descansar. Le resultará difícil. Una de las pasajeras del hotel (que parecería reservar sólo a amigos y conocidos) es Mary, aquella paciente y traductora (Luisana Lopilato, de pelo oscuro). El primer encuentro, en la playa, transparenta la clase de relación que se da entre ambos. Mary, acompañada de su hermana Emilia (Jimena Bustos, otra rubia oscurecida), el novio de ésta, Atuel (Juan MInujín) y un amigo, el doctor Cornejo (el siempre excelente Mario Alarcón), se muestra, llama la atención, seduce a troche y moche. Huberman espía desde detrás de un médano, y cuando es descubierto huye aparatosamente, sin cuidar la línea en lo más mínimo. Otra diferencia mayor, la Mary de la novela casi no tiene tiempo de desarrollarse. La de la película es una histérica de manual, que no puede parar de usarse a sí misma como arma de seducción, volviendo locos a los tipos y a sí misma. Es clave, en este punto, la única escena en la que se la ve libre de la mirada de los demás. Hasta determinado momento (mitad del metraje, más o menos), la película es un estudio de caracteres, con los del solterón Huberman y la predadora Mary como figuras centrales. El resto es el policial de enigma, guiado por la pregunta “¿quién lo hizo?” (de allí el nombre de whodunit con que lo designan los anglosajones), con el inspector provinciano de Carlos Portaluppi conduciendo la investigación. El whodunit es, por definición, algo parecido a un juego. “¿Quién lo hizo? ¿Éste, el otro? Hagan sus apuestas”. El giro final de Los que aman, odian lo salva de la nimiedad. En cuanto a la primera parte, la creciente obsesión de Huberman parece interrumpida por, justamente, la irrupción del policial. Pero eso no es responsabilidad de Maci & Feldman, sino de Ocampo & Bioy. Lo que está fuera de toda discusión es la excelencia técnica de Los que aman, odian, desde el diseño de producción para abajo y sin que ni la dirección de arte ni el vestuario ni la fotografía predominen jamás sobre el relato.
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Bellísima estéticamente (la fotografía, reconstrucción de época y dirección de arte son notables), esta adaptación de la novela de Silvina Ocampo y su marido Bioy Casares tiene buenas interpretaciones pero se detiene excesivamente en presentar los personajes y sus vínculos. Casi en la segunda hora el guión tracciona fuerte: es decir, entra en la trama policial. Es entonces cuando el film funciona narrativamente, aunque ya sea un poco tarde.
La transposición es una operación que permite, o bien crear una obra nueva a partir de un original, o bien copiar a rajatabla un texto para intentar traducirlo en imágenes. El caso de la adaptación que Alejandro Maci y Esther Feldman han hecho del libro de Bioy Casares y Silvina Ocampo se ubica en el primer apartado, dotándola, además, de una estructura mucho más efectistas que las páginas del célebre libro proponía. En el arrebato emocional de un médico homeópata que busca escaparse de una historia amorosa complicada, el inevitable y desenfrenado impulso regresa de una manera casi inesperada. En un lujoso hotel de Ostende esa pasíon que se quería olvidar golpea una vez más. Maci propone un juego de preguntas sin respuestas para un thriller con elementos de film noir que genera encierro y agobio, pero que además impulsa hacia el final una sorpresa para resolver la pesquisa que proponía inicialmente.
Los principios del siglo XX en Argentina vuelven al cine de la mano de Alejandro Maci (El impostor) y la adaptación de la novela co-escrita por dos de los más grandes talentos literarios de nuestro país: Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Los que aman, odian incursiona en la obsesión, la locura y el amor a través de un relato policial en donde brilla más la reconstrucción de época que la propia historia.
Basándose en una novela coescrita por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, el director Alejandro Maci lleva a la pantalla grande, el policial de época, Los que aman, odian. La historia gira alrededor del Doctor Enrique Huberman, un homeópata que llega a pasar unos días a un hotel paradisíaco regenteado por su prima. En él, aparentemente por casualidad, Huberman se encuentra con una mujer de la cual estuvo muy enamorado. Ella está ahí con su hermana y su futuro cuñado con el cual no puede parar de flirtear, y rápidamente la tensión del triángulo amoroso pone en jaque la tranquilidad del lugar y de los otros huéspedes. Los que aman, odian es una película que promete cautivar en sus primeros minutos gracias a una excelente realización de época, pero que rápidamente se pierde en fallidas decisiones estéticas. Por un lado, las actuaciones están muy alejadas de la calidad que una producción de época requiere. El nivel actoral para poder recrear un estilo de época en los diálogos es muy elevado y no es el caso en ninguno de los actores. Guillermo Francella, en el protagónico, suena demasiado a sus personajes cómicos televisivos y Luisana Lopilato no está a la altura de un protagónico en cine. El resto del elenco no ayuda a volver más creíble el código y la mayoría de las veces las escenas dramáticas provocan alguna sonrisa en el espectador. El film, a pesar de tener una duración más bien corta, parece estar montado con un cierto apuro. Los pequeños saltos en el tiempo que genera el montaje lo único que logran es arrebatar el clima que puede lograr la magnífica locación de este hotel detenido en el tiempo y, aún así, no sirve para que la trama fluya un poco más dinámicamente. El punto más alto del film es sin duda la reconstrucción de época, pero hay elementos que aparecen en primer plano, como por ejemplo algunos libros sobre los que trabaja el personaje de Lopilato, que están completamente fuera de época.
Pasiones apenas superficiales La trasposición de esta mítica novela escrita por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares no era un desafío sencillo, pero el director Alejandro Maci y su coguionista Esther Feldman se arriesgaron con una estructura que divide al film en dos: una primera mitad que apuesta al drama sobre pasiones y seres torturados (las conexiones con Lolita son evidentes) y una segunda con una muerte seguida de una investigación policial a-lo-Agatha Christie, que ubica a distintos personajes con motivaciones suficientes como para ser autores del crimen. El problema es que, más allá del indudable profesionalismo del equipo técnico y artístico, del cuidado en la reconstrucción de época (mediados de la década de 1940) y de ciertos hallazgos visuales y narrativos (como el uso del plano secuencia para darle dinamismo a una historia asfixiante que transcurre casi íntegramente dentro de un hotel frente al mar), este film coral narrado desde el punto de vista del médico homeópata que interpreta Guillermo Francella no termina de funcionar en ninguno de los dos registros apuntados: la descripción psicológica y la interrelación entre los personajes es bastante obvia, subrayada y superficial y, cuando llega el tiempo de la intriga policial, la trama carece de la tensión y el suspenso propios de ese género. Así, Los que aman, odian resulta una película prolija, de esas que son más para admirar que para sentir en profundidad.
Te amo, te odio, no me des más Sobre la novela de Bioy Casares y Ocampo, el personaje de Francella cambia en un filme que es romántico y thriller. Adaptar un libro, o una historia, significa apropiarse de hechos, tramas y personajes y volverlos propios. Al menos eso han entendido el director Alejandro Maci (con más trabajo en TV, como En terapia) y su coguionista Esther Feldman (trabajó con él, entre otras tiras en Los exitosos Pells), ya que el homeópata Huberman de Los que aman, odian (el de la película, no el que idearon Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en la novela original) es un ser (re)creado a su conveniencia. Huberman nació como un homenaje a Hercules Poirot, el detective de Agatha Christie, y de ahí que sí, tanto la novela publicada en 1946 como el filme que se estrena hoy, respiran el aire de la autora de El misterioso caso de Styles (1920)… con la que tiene más de una semejanza. En la pantalla, Huberman (Guillermo Francella, de bigotito, cabellos oscuros) llega hasta un hotel enclavado en la arena, cerca del mar, que regentea su prima (Marilú Marini), huyendo de un amor. Pero el que quiere olvidar no siempre en verdad quiere hacerlo, y hete aquí, o en el hotel, que está Mary (Luisana Lopilato), que fue su paciente y es la razón ya casi de su existencia y su desesperación. Mary es una comehombres. Tiene con qué, y también es una manipuladora (ahí, no tanto). De lo que muchos hablarán es de las escenas de sexo que mantienen los protagonistas, por aquello de que fueron padre e hija hace una docena de años en Casados con hijos (bah, todavía lo siguen siendo en la pantalla reiterativa de Telefe), obviando o minimizando la trama. Que en cierto momento abandona el melodrama para lanzarse al thriller. Y que es lo que Bioy Casares y Ocampo querían, y a lo que Maci y Feldman llegan, creando cierto desconcierto -y está bien que lo hagan- porque todo parecía indicar que la veta era la del romanticismo. Pero no. Tras un inicio entre taciturno y bastante premoldeado en las presentaciones, la película arranca. Hay una tormenta de viento y arena, se habla de un personaje que ha desaparecido, otro muere misteriosamente en el hotel. Hay muchas puertas que se abren y cierran, pero no es un vodevil, hay mirones, celos y calenturas varias. Francella sigue probando y probándose en personajes en el cine que nunca había experimentado. Salta, se corre, ensaya. No siempre los directores lo orientan para no caer por momentos en macchiettas. Maci sabe lo que quiere retratar y Francella es un peón en su juego. Lopilato debe parecer exagerada, una Marilyn Monroe del territorio bonaerense, y digamos que ese rol lo cumple. Su desnudo va a dar que hablar por motivos que ya están circulando: sus pechos no son de ella. El resto del elenco, la mencionada Marini, más Juan Minujín, Carlos Portaluppi y Justina Bustos dicen y actúan como en los ’40 –lo cual para una película de época no está nada mal- y los rubros técnicos –ambientación, vestuario, iluminación, música y sonido- superan con creces la media de la industria del cine local. Redondeando, que ya se sabe que los que aman, odian, y los que exaltan, sufren.
Los tiempos del policial exquisito Buena factura, valiosas actuaciones, lindos personajes, atrapante novela, inteligente adaptación, final polémico. Así puede sintetizarse esta obra, basada en una intriga policial que escribió hace años un matrimonio exquisito, el de Bioy Casares y Silvina Ocampo. Quien la filmó también es un exquisito: Alejandro Maci. Que ya había adaptado a Ocampo en cine ("El impostor"), teatro ("Invenciones") y televisión ("Anillo de humo"). Como para estar más en clima, todos los interiores que simulan ser del hotel donde transcurre la historia los rodó en la mismísima Villa Ocampo. Los exteriores, en cambio, son digitales. No existen hoy, aunque alguna vez hubo, lugares como ese en las playas de Ostende. Y veraneantes como esos, cuando veranear todavía era un lujo para pocos. La adaptación de Maci y su habitual socia Esther Feldman tiene lógicos cambios. Anticipamos solo cuatro: el chico se lleva bien con el médico, el barco encallado es un mero bote, para lo cual hay una buena razón; la frase del título parece dedicada a otra pareja y, sobre todo, se inserta una historia pasional que amplía la lista de sospechosos y el número de espectadores potenciales: mucha gente irá al cine solo para ver las escenas de Guillermo Francella con Luisana Lopilato, que interpreta muy bien a una perversa manejadora. Dignos de ver también los trabajos de Justina Bustos, Marilú Marini (que casualmente protagonizó "Invenciones"), Mario Alarcón, Gonzalo Urtizberea, Mercedes Alfonsín, directora de arte, Julián Apezteguía, director de fotografía, Beatriz Di Benedetto, vestuarista, y demás miembros del equipo. Música, Nicolás Sorín, con algo de radionovela de otros tiempos, como corresponde (spoiler: el plano del desnudo en la penumbra es de una doble de cuerpo).
Crítica emitida por radio.
Sobre la novela policial de Bioy Casares y Silvina Ocampo, esta adaptación encara la difícil tarea de meterse con un registro y una estética del melodrama de los cuarenta y el policial a puerta cerrada. A lo Ágatha Christie, el doctor interpretado por Francella llega al hotel de Ostende alejado y alejándose de todo. Pero allí está la femme fatale que lo enamoró, Lopilato. También está su hermana comprometida con un hombre al que también seduce. El resultado, de buen nivel técnico, es irregular, plagado de situaciones inverosímiles y una afectación que desgasta.
La novela policial coescrita por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares es de una enorme sutileza; es, además, un retrato de costumbres que vale más que su trama a lo Agatha Christie. Ese aspecto no permanece en esta versión cinematográfica, que vuelve más explícitos algunos aspectos que la pluma de los autores jugaba a dejar en brumas. El elenco está bien, son actores de gran profesionalismo y comprenden lo que sucede con sus personajes. Y el diseño que los rodea, bello, aunque no siempre funcional a la trama. El problema es que este cuento de celos, de asesinato y de sospechosos encerrados en un hotel de una playa casi desierta no genera la tensión suficiente como para que la historia capture al espectador. Y no se aprovecha ese recurso del melodrama, que las fuerzas de la naturaleza ilustren las pasiones sin palabras. Un film prolijo.
La novela escrita a cuatro manos por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, considerada como una de las precursoras del género literario policial en nuestro país, llega ahora en forma de adaptación cinematográfica. Con la dirección de Alejandro Maci (conocido de manera más reciente por su versión argentina de la serie “En Terapia”) y un guión escrito por el mismo director junto a la reconocida guionista de tv principalmente Esther Feldman, “Los que aman, odian” es una versión mucho menos sutil y más apasionada que su material original. Hubermann es un doctor en busca de unas relajadas vacaciones y para eso recurre al hotel cuya dueña es su prima. En Ostende, cerca de la playa pero alejado de todo y constantemente asediado por tormentas de arena, el hotel Bosque de Mar va a terminar convirtiéndose en uno de los protagonistas después de que Mary, una joven hospedada junto a su hermana y su cuñado, fallezca por envenenamiento. Al tener una sola locación y pocos personajes, "Los que aman, odian" bien podría ser una obra de teatro. Pero nos encontramos ante otro lenguaje y aquí se hizo mucho hincapié en la realización. La recreación de época, vestuarios y escenarios, es majestuosa pero no puede evitar sentirse artificial, superficial. Y a esto se le suman las actuaciones, impostadas, poco naturales, acercándolas de nuevo a lo teatral. En cuanto a adaptación, algo que detesto hacer y que se haga es comparar punto por punto las diferencias o similitudes entre ambos materiales. Lo cierto es que la historia literaria es bastante simple, ligera, chiquita incluso, y es allí donde radica gran parte del encanto. El traspaso al cine sin dudas necesitaba de algo más llamativo, potente, y es así que acá se le agrega una pasión desmedida y, claro, porque para vender nunca falla, sexo. “Uno no elige de quién se enamora”, verdad que todos tarde o temprano aprendemos. En este caso, Hubermann se reencuentra en estas vacaciones que pretendían ser relajadas con la mujer que le rompió el corazón, con esa joven hermosa y sensual que destila seguridad y confianza pero esconde miedo, a entregarse, a dejar de ser libre. Entre los dos hay mucho histeriqueo, muchas vueltas y sobre todo una pasión desbordante, de esas que uno sabe que no pueden conducir nunca a un buen camino. Hasta ahora intenté evitarlo pero es preciso hacerlo, mencionar el elenco, porque seguramente sea lo que lleve a más gente al cine. Guillermo Francella, en su afán de seguir mostrando que puede hacer cosas distintas y despegarse de la comedia que lo hizo tan famoso, es quien interpreta a este hombre dolido y al mismo tiempo muy observador. Como todo policial, vemos y sabemos lo mismo que su narrador y aquí éste es su personaje. Mary está interpretada por Luisana Lopilato, mostrándose a veces encantadora y otras tantas insoportable pero siempre atractiva y sensual, siempre dispuesta a obtener lo que quiera y del modo en que ella quiera. Justina Bustos es Emilia, su hermana, una joven depresiva e inestable que choca constantemente con la personalidad avasalladora de Mary. Está a punto de casarse con Atuel, un Juan Minujín bastante insulso cuya construcción de personaje tampoco le permite lucirse demasiado. Entre pocos personajes, a los que se les suman la dueña Andrea, el comisario, el Dr. Cornejo y un niño huérfano que vive con ellos, Miguel, es que se va desentrañando una trama misteriosa y retorcida en torno a quién mató, ¿o es que acaso fue un suicidio? ¿Y cuáles fueron los motivos? Todas esas preguntas convergen dentro de ese hotel donde tras una fuerte tormenta quedan varados. Entre planos secuencia a través de los pasillos que dejan entrever situaciones a medias, encuentros y desencuentros, discusiones y sospechas. Si bien es cierto que esta adaptación logra a grandes rasgos diferenciarse y generar cierto interés propio, “Los que aman, odian” falla en lo poco verosímil que todo se termina sintiendo en un punto. Con una primera parte larga, donde se exponen los personajes y sus relaciones, con unos flashbacks realmente poco atractivos y sobre todo muy innecesarios, el film se mueve por el terreno del policial sin atreverse a salirse de las líneas. Todo se percibe demasiado medido, forzado, poco inspirado, especialmente en su vuelta final. “Los que aman, odian” es una propuesta ambiciosa y llamativa. Logra sortear cuestiones argumentales para que funcionen mejor en el cine. Aunque fallida, no deja de ser una opción interesante para gente que busca productos diferentes dentro del cine nacional.
Melodrama desequilibrado La película, una adaptación de la novela de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, cuenta la historia de un médico homeópata que escapa a la playa para olvidar un desamor. El primer día que llega se encuentra a la misma mujer y compartirán días de pasión y desenfreno. Adaptación de la novela del mismo nombre, de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, la película de Alejandro Maci narra la historia de Enrique Huberman (Francella), un médico homeópata que escapa de la ciudad en busca de paz al hotel de playa que le pertenece a su prima (Marilú Marini). Lo cierto es que intenta sacarse de encima el pasado tortuoso que le dejó el desamor de Mary (Lopilato). Desgraciadamente, el mismo día que llega a ese lugar inhóspito y paradisíaco se reencuentra con la joven que desea olvidar, que por casualidad -al menos es lo que el espectador sabefue a vacacionar con su familia al mismo lugar. Allí deberán compartir algunos días de pasión, desenfreno y nuevamente histeria y juegos de parte de la joven, que en las primeras escenas le asegura a su hermana (Justina Bustos) que le “gusta gustar”. Tanto persigue la seducción y manipulación Mary, que también se entretiene con los celos de su hermana, comprometida con Enrique Atuel (Juan Minujín), con quien también coquetea. El vuelo melodramático evoluciona en thriller cuando la encantadora Mary aparece muerta en su habitación, y aparecen las dudas sobre cuál de los huéspedes fue el que cometió el asesinato. Con poca fortuna, el espacio que se le otorga a la primera parte es abrumador y se come demasiado al tinte policial que continúa, borrando toda posibilidad de armonía entre los actos. Si bien la obra literaria también carece de complejidad en su desarrollo y desenlace, en pantalla, esta simpleza resta dentro del argumento y hasta resulta demasiado predecible por el pobre trabajo de plantar pistas y despistar que estructuran los fi lmes de este género. Si bien estéticamente es impecable, con actuaciones a la altura de un largometraje de época y detalles fotográfi cos, de vestuario y gestualidad que nos transportan a los años ‘40, la propuesta se malogra por la incapacidad de equilibrar el drama y lo policial, en vicioso error de entrelazar lo romántico antes que un sentimiento más extremo como lo pasional y lujurioso, algo que hubiese llevado a mejor puerto la confección narrativa.
Sin duda alguna Los que aman odian es una propuesta muy diferente del cine argentino. No todos los días podemos ver una película de género situada en la década del cuarenta protagonizada por Guillermo Francella. Ya con eso alcanza y sobra como para pagar una entrada, por la mera curiosidad. Y por fortuna el film complace. Tiene un nivel de producción muy grande y muy bien utilizado. O sea, no es solo el dinero invertido lo que se destaca sino cómo se usó. El departamento de arte hizo un laburo magnífico en la recreación de época en todos los detalles, lo mismo sucede con el vestuario. Pero me quiero detener en la escala, porque vemos desde una mansión/hotel espectacular hasta un tren a locomotora recreado de manera brillante. También hay un muy buen uso sutil de VFX en estas cuestiones y otras tales como la creación de tormentas de arena. El director Alejandro Maci orquestó muy bien a todo su equipo y delibera una buena narración audiovisual aunque no invente nada. El otro punto importante para analizar es el tono, porque nos encontramos con un thriller/policial al mejor estilo Agatha Christie, con todo lo que ello puede conllevar. La gran contra es que ya fue muy utilizado, aunque no tanto en nuestro país y menos en el cine moderno. De ahí la ironía de un redescubrimiento para el género. Segundo: las interpretaciones. Si bien están todas muy bien, a muchos les podrán parecer sobreactuadas. Pero la realidad es que distan de eso. Los personajes se mueven y hablan así por la época y por el protocolo. Son todos de alta alcurnia y lo hacen notar. La gran conglomeración de ello es Luisana Lopilato, quien interpreta a una muy hipnótica mujer llamada Luisa. Es Guillermo Francella quien se para justo en el medio de ese histrionismo y la solemnidad, tanta la inherente de su personaje como la que él le aporta. No “francellea” ni una vez en toda la película. A priori eso parecería un pecado pero la verdad es que en este film no tienen cabida esas expresiones que nos encantan a los argentinos. El resto del elenco está muy bien. Sobretodo Justina Bustos, quien de a poco va creciendo y se perfila como una de las mejores actrices de su generación. Los que aman odian es una experiencia diferente que seguro generará amantes y detractores. Lo cierto es que nos encontramos con un film de realización impecable y con performances que se animaron a salir del molde y romper esquemas modernos. Una muy buena película que merece ser vista en el cine.
Podríamos decir que esta producción, repleta de buenas intenciones, se presenta por sobre todas las cosas como desprolija, o al menos desordenada. Esto no esta dicho en correspondencia a la estructura narrativa o el diseño de montaje, la primera de un clasicismo atroz, imposible de fallar con la elección. La segunda con algunas cuestiones que llaman poderosamente la atención, como la utilización de analepsis, no la razón de las mismas sino su constitución definitiva en relación al relato. En este sentido el narrador de la historia tiene recuerdos que configuran lo que se denomina analepsis externa, tiene la particularidad de ir al pasado y retorna al punto actual exactamente de donde partió, lo que en esta película nunca sucede. Basada muy libremente en la novela homónima que Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares publicaran a mediados de la década de 1940. Pero muy libremente, casi que demasiado. Otro orden del desorden se manifiesta en los diferentes tipos de actuación, no hay una coherencia entre todos, aunque el espacio y el tiempo sean el mismo. Varios de los personajes actúan como si se tratara de una producción de la época, una jugada difícil pero de la que salen airosos Carlos Portaluppi, Mario Alarcón, pero, como dice el colega Miguel Pérez, les tiras hierro candente y hacen jueguito. Marilu Marini por momentos con una actuación más teatral que cinematográfica, en tanto que Gonzalo Urtizberea y Juan Minujin están en otro registro, más contemporáneo si se quiere, mientras Guillermo Francella parece que le dijeran pone el chip de “El secreto de sus ojos” (2009) y repite, repite. Luisana Lopilato es muy bella, dicen que muy buena modelo, ¿alguna vez la veremos actuar? Por ultimo, cierra el desatino en la dirección de actores un niño, personaje importante en la resolución del conflicto que no se sabe muy bien si sabe que es lo que debe hacer. En relación de los otros rubros que complementan a un texto fílmico, la banda de sonido es de un nivel de insoportabilidad increíble desde los primeros acordes, demasiado enfática sobre las imágenes y el relato. No sucede lo mismo con el montaje de sonido, del orden de lo correcto. La dirección de fotografía, como la dirección de arte toda, específicamente la recreación de época, son de muy buena factura. El problema del filme es que no se define, no sabe si ir hacia la descripción del universo de Silvina Ocampo o dar rienda suelta al suspenso trabajado por Bioy Casares, termina por ser morosa en su recorrido, de previsilidad absoluta. Otro de los problemas pasa por el respeto al público, y a ellos mismos, en una escena en el mar, de “hondo” dramatismo, aunque transcurre en la orilla, todos los personajes dicen que el mar está muy peligroso, mucho oleaje, y la imagen muestra un mar con menos olas que una pileta de lona en un patio cubierto. De estas varias. La historia se centra en el Dr. Hubermann, quien llega a un hotel en la playa a descansar, allí se encuentra con una joven con la que tuvo un romance, a la que acompañan su hermana, su cuñado y otros personajes laterales. Hasta que hay una muerte en la que todos son sospechosos, aunque por cuestiones de estructura y del recorrido del relato, una vez que aparece el muerto todos saben quien es el culpable, no digamos asesino, ese es el que hizo la traslación al lenguaje del cine. Los temas que intenta desarrollar son amores, engaños, odio, envidia, venganza, etc. Todo muy pomposo y vacuo simultáneamente.
65% -Crítica emitida en "Cartelera 1030", Radio Del Plata (AM 1030) SÁBADO de 20-21hs.
APUESTAS QUE FALLAN No se puede negar que hay apuestas en Los que aman, odian, y que esas apuestas la distinguen por encima del resto de un cine comercial argentino que se muere de previsibilidad. La película de Alejandro Maci se pretende masiva y popular, pero lo hace sobre la base de un tipo de relato que no suele tener anclaje emocional en el público argentino que consume cine argentino: ni hay una mirada urgente sobre una realidad circundante como puede ser en el Trapero post Carancho, ni una reflexión sobre el “así somos” a lo Campanella, ni un entretenimiento canchero y efectista a lo Szifrón. Los que aman, odian es una propuesta casi huérfana, la adaptación de un libro de Silvina Ocampo y Bioy Casares que juega con el policial clásico y que desde su propia esencia (un grupo de personajes casi que encerrados entre las paredes de un hotel) le pide más al espectador que confíe y se involucre en sus trucos que lo que le da a cambio. Claro, hablamos de apuestas y una película es mucho más que eso que se intenta: también exige resultados y en este caso del debe es bastante grande. Apuestas hay también por parte de Guillermo Francella y Luisana Lopilato, una pareja que se aleja de sus personajes habituales para buscar nuevos horizontes: Francella limitando aún más su galería gestual en un personaje entre obsesivo y patético, y Lopilato construyendo una suerte de femme fatale alejada de la imagen más naif que siempre ha proyectado. Y ya sea por sus propias limitaciones (a él se lo nota demasiado envarado) o por personajes trazados de manera lineal (ella no puede mucho con esa criatura histérica y superficial), los resultados también por el lado de las actuaciones son bastante fallidos. De hecho, el resto del elenco sufre cierta imposición lúdica de jugar al policial clásico, entre líneas de diálogo demasiado marcadas y artificiales. Los que aman, odian es un relato dividido en dos partes. En la primera y más extensa, se sigue la llegada de los personajes a un hotel anclado entre los médanos: un médico que huye de algo, la mujer de la que parece estar huyendo -su obsesión-, la hermana de ésta y su novio. Y hay más. Lo que el relato debería haber sido durante esa hora larga es un retrato satírico de cierta burguesía ilustrada de los 40’s, y sus costumbres de descanso en la costa atlántica. Pero a cambio, la película parece concentrarse exclusivamente en el juego de pasiones que despierta la inquieta Mary, en cómo seduce y repele. Digamos que a Maci le corresponde, como guionista y director, hacer el recorte y la reescritura de la novela original que le parezca. El problema de la película es que por un lado resulta excesivamente redundante y poco sutil (los comportamientos de sus criaturas son bastante ridículos por momentos), y que tampoco logra hacer de eso que le pasa a los protagonistas algo decididamente interesante. El giro del film se da con un crimen, y allí el relato ingresa en la estructura del whodunit a lo Agatha Christie: un personaje muere y hay varios sospechosos. La presencia de lo genérico no es del todo lograda, pero al menos moviliza una trama que comenzaba a estancarse sistemáticamente. Claro que si hay un misterio y un par de personajes de los cuales dudar, el mayor problema que arrastra Los que aman, odian es esa primera parte donde nada interesa demasiado. Por eso, que ni preocupa la muerte de un personaje ni tampoco intriga descubrir al asesino: esta todo construido de manera tan forzada que la historia se vuelve anodina. Sobrevuela entonces la idea de que Los que aman, odian es una película de excesivo diseño: hay un diseño de producción bastante atendible, la película es bella visualmente (más allá de ciertos rasgos televisivos en la puesta en escena), pero también se da una construcción que de tan pensada se vuelve artificial, donde la autoconciencia no termina de convertirse en un rasgo positivo y atenta contra la reescritura del policial clásico. Así como en esa primera hora se recrean ciertos hábitos burgueses sin mayor profundidad o análisis (se los muestra, se los actúa, pero se los interpela poco), esa misma recreación es la que se hace con los códigos del policial británico o el noir americano en la última media hora (se podría decir que la primera parte es noir, y la segunda un whodunit tradicional). Los que aman, odian es casi una fiesta de disfraces donde cada intérprete cumple un rol con esfuerzo, con responsabilidad, con profesionalismo, pero sin la posibilidad de hacer de eso algo real, algo que vibre. Una apuesta fallida, definitivamente.
Que se trata de una adaptación literaria queda clarísimo desde sus primeros minutos. Síntoma típico de una mala traslación: cada diálogo suena dislocado de la puesta en escena, evidenciando una comunión torpe entre la sugestión de la imagen y la necesidad literaria de bajar información. Por ejemplo: Francella resopla, se seca la transpiración, la luz es contrastada, e inmediatamente exclama: “Qué calor”. O bien los personajes anuncian que están por irse, cuando es el mismo desplazamiento en el encuadre lo que explicita esta retirada. La redundancia llega al colmo cuando se subrayan sentimientos: allí la gesticulación se convierte en el suplemento dietario de la palabra, cuando debería ser al revés. Que en un primer plano de Francella angustiado aparezca la frase “Me hacés mal”, indica la impericia del director Alejandro Maci para separar la materia prima de la novela de la potencia plástica del cine. No se reducen los problemas a estas manías de adaptación. El filme se divide en una primera parte melodramática y en una segunda policial. Sólo a los 50 minutos de metraje, cuando el crimen acapara el relato, el asunto levantará un poco de vuelo, con una atmósfera a lo Agatha Christie desafiando el ingenio del espectador. Previo al cambio de registro, Los que aman, odian narra con fuego desaturado el reencuentro casual de dos amantes en un hotel perdido en la arena. Gran parte de la insipidez recae en la desorientación actoral de la dupla protagónica. Lopilato y Francella tienen elementos para crear personajes complejos pero sólo entregan un puñado de emociones comunes. La función de femme fatale en Lopilato se sintetiza en vestidos rojos, miradas lascivas y frases ingeniosas, mientras que Francella no trasciende su corporeidad cómica. Ni siquiera Pablo Trapero en El Clan pudo quitarle su ADN risueño. Si a la insistente música trágica de esta película la suplantasen por un solo de banjo, cada aparición de Francella con su andar despistado dibujaría una sonrisa en el espectador. El resto del elenco se ajusta un poco más a la sintonía de Maci: un costumbrismo de época apesadumbrado. Pero la escasa imaginación para armar puestas (o el exceso tóxico de clasicismo), más la cobardía para incursionar de lleno en el thriller psicológico, deja desprotegido incluso a Juan Minujín y Carlos Portaluppi, dos de los más diestros actores de cine que haya dado el país.
Amores que matan nunca mueren Desde ya, la idea de adaptar un libro a la pantalla grande, suele tener siempre sus reparos, basados en la convincente teoría que suele resultar de mayor calidad el papel impreso que el fílmico proyectado. Si a esa tarea le agregamos que el escrito en cuestión es una novela policial a cargo de dos de los más grandes autores que la literatura argentina ha tenido, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, resulta por lo menos una aventura más que desafiante. Alejandro Maci, el guionista y director de la adaptación de Los que Aman, Odian, logra de manera correcta, aunque no sublime, entregar un buen producto cinematográfico. El guión se apoya un poco más en la descripción de sus personajes (algo superficial, vale decir) y en las relaciones que se tejen entre ellos, que en lo referido a la trama policial, que se asemejaba en las páginas de Ocampo y Casares a un cuento digno del género y de una de sus mayores exponentes, como lo fue la autora británica Agatha Christie. El argumento convoca al médico Enrique Hubermann (Guillermo Francella), quien en busca de un tranquilo y merecido descanso, se instala en el hotel Bosque de Mar, un apartado rincón en la costa argentina. Allí está a cargo su prima (Marilú Marini, quien a nivel actoral es, junto a Juan Minujín, un deleite visual), una mujer mayor que conoce todas las mañas del lugar, y posiblemente de sus huéspedes también. Coindicen en la hostería otros visitantes, entre los que se encuentra Mary (Luisana Lopilato, quien hace un esfuerzo por alcanzar en niveles interpretativos al resto del elenco y pareciera no lograrlo del todo). La historia de amor, pasión, celos, mentiras se suscita entre el doctor y esta bella mujer, con tintes de femme fatale y de niña caprichosa, quien lleva al extremo el juego de seducción con más de uno de los integrantes del hotel. Llegará una mañana donde uno de los cuerpos aparece sin vida y otro desaparece del lugar. Aquí comienza la trama abocada al policial, que nunca llega a generar la tensión requerida. Sin ir más lejos, el final se lo anticipa casi a mitad de película, lo que vuelve todo un poco monótono y previsible. Todo aquello donde el guión encuentra algunas flaquezas, es equilibrado por los rubros técnicos: brillan por su excelencia, el trabajo de arte y vestuario es superlativo, una exquisita dirección de arte nos lleva directo a la década de los cuarenta, con la bella y sutil vestimenta de la época, y los detalles de escenografía y utilería, donde se aprecia un trabajo impecable, así como el sonido y la música se vuelven puntos fuertes de un todo que convence más por su pluralidad que por su división de partes. Los que Aman, Odian (2017) es una interesante thriller que oscila entre el género policial y dramático, sin terminar de definirse por ninguno de los dos, con un elenco atrayente y una historia de seducción continua a la cual pareciera faltarle un poco más de pasión para estar a la altura de la novela en la que se inspira.
Los que aman, de Alejandro Maci Por Jorge Barnárdez La novela Los que aman, odian fue un ejercicio de la pareja de escritores que formaban Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares y para muchos, una de las mejores novelas del siglo XX. Por eso es que llevar adelante una versión cinematográfica de semejante obra literaria era un desafío extremo. Alejandro Maci, un guionista y productor de larga trayectoria convocó a una guionista de gran trayectoria, Esther Feldman, y ambos pusieron manos a las obra para trasladar de la literatura al cine ese libro admirado por generaciones de lectores. Los que aman odian es la demostración de que se puede hacer una película de alta calidad, en la que los rubros técnicos estén bien resueltos y sin embargo, el producto puede no ser satisfactorio. Quizás algo en el registro de la actuación, donde se lo ve a Francella una vez más rompiendo el esquema de lo que se espera de él -a esta altura lo revolucionario de Francella a sería volver a latiguillos del tipo: “¡Es una nena!” o “¡A comerla!”-. La idea de que todo el elenco se maneje en un registro propio de las actuaciones de la época en la que se desarrolla la historia, las primeras décadas del siglo veinte, no termina de funcionar aunque sea ejecutado por actores de reconocida trayectoria como Carlos Portaluppi o Juan Minujín. Decir que acaso lo más flojo en ese rubro sea lo de Louisiana Lopilato sea cortar el hilo por lo más delgado, pero es inevitable, en tanto a su personaje le tocó ser el motor de la historia. El relato arranca como una trama de amor fou y de lo tortuoso que puede ponerse todo cuando en una pareja, uno de los miembros juega con el otro -como juega el gato maula con el mísero ratón- y eso es lo que ocurre en la primera mitad de la película entre el doctor Huberman (Guillermo Francella) y Mary (Lousian Lopilatto), pero en la segunda parte y tras la muerte de Mary, la película y el libro derivan en una situación que parece un homenaje a las novelas de Agatha Christie. Aunque algo no permita que la película fluya, hay que decir que es una buena adaptación que en todo caso, le queda como gran mérito acercarle al gran público un texto clásico y una historia apasionante. LOS QUE AMAN, ODIAN Los que aman, odian. Argentina, 2017. Dirección: Alejandro Maci. Intérpretes: Guillermo Francella, Luisana Lopilato, Marilú Marini, Juan Minujín, Carlos Portaluppi. Duración: 110 minutos.
¿Cuán cierta es la frase “lo que no te mata, te fortalece”? es el interrogante que atraviesa la trama de la novela homónima Los que Aman odian escrita por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares en que se basa el presente largometraje del director Alejandro Maci. Esta nueva versión del melodrama no sólo ratifica su admiración por la prosa de Ocampo que lo inspiró a realizar su ópera prima El impostor (1997); sino que mantiene estilísticamente la impronta de época que contextualiza la obra en los años ’40. Sin embargo, en esta ocasión su génesis narrativa y esencia poética se aleja a los parámetros establecidos por los autores, publicados en 1946, y renueva el aire del trillado relato de amores no correspondidos. Lo muta en un impecable thriller de tinte psicótico que roza lo erótico y el morbo con el objetivo de ahondar el paradigma que afirma el teorema los que aman odian. En este sentido, el guión a cargo de Maci y Esther Feldman pivotea dramatúrgicamente con el concepto de tragedia shakespeareano que intenta comprender lo intangible: La pasión. Esta búsqueda retórica es el eje del relato interpretado por la dupla actoral Guillermo Francella y Luisana Lopilato que encarnan una historia de amor anclada en potenciar los efectos contrarios que definen la pasión como sinónimo de goce y plenitud. Este espíritu tiene el propósito de inquietar al espectador y brindarle un viaje introspectivo hacia lo más profundo del ser, invitándolo a reflexionar -cual efecto terapéutico- sobre la angustia que les ocasiona su constante y frustrante ímpetu de descifrar lo irracional del sentimiento que implica la genuina e incondicional entrega hacia el otro. A punto tal que el miedo los paraliza y conduce al accionar contrario: los enfurece y transforma aquella virtud en debilidad, potenciando en su interior el odio y resentimiento… ¿Podrán derribar el mito? A grandes rasgos, este es el hilo conductor y premisa del relato. Entretanto, avanzan los minutos y la trama se tiñe de suspenso. Párrafo aparte para el gran elenco que marca el ritmo y complementa la historia de una familia disfuncional que, por momentos, recuerda la película vanguardista La Bahía (Ma Loute, 2016) del director francés Bruno Dumont, inspirada en el cine de Jean-Luc Godard y distinguida en el Festival de Cannes 2016 por el impecable ensamble de delirio y mística llevada al extremo con las descomunales actuaciones. Algo similar ocurre en esta familia aburguesada, compuesta por dos hermanas huérfanas, Mary (Lopilato) y Emilia (Justina Bustos), que se adoran pero viven discutiendo -cigarrillo mediante- en la lujosa mansión que heredaron en Ostende, la cruda realidad a la que fueron destinadas; plagada de secuelas que replican una relación de dependencia mutua y, a su vez, marca el opuesto enfoque de vida que las distancia como agua y aceite. Emilia es una pianista dueña de un talento formidable para componer sinfonías, pero es insegura, inestable, manipulable y está a punto de casarse con Atuel (Juan Minujin) que vive con ellas y es amante de su hermana. Mary, por el contrario, es transgresora, indisciplinada y traductora de novelas; su gran poder de seducción engatuza a todo hombre que se cruza en su camino. Entre ellos, a su homeópata, el Dr. Huberman (Francella) con quien mantuvo una relación sexual, le duplica la edad y no ve hace años. Un buen día, el destino los reencuentra fortuitamente a raíz de una tormenta de viento y arena que se avecina y obliga a refugiarse juntos… ¿Serán capaces de sobrevivir y revertir el pasado? La respuesta queda sujeta a criterio del espectador que esperemos no caiga en la desdicha de emparentar la dupla a un “incesto” ilógico que circula por las redes sociales y cuestiona el exitoso vínculo padre e hija que lograron transmitir en la tira de la comedia televisiva Casados con hijos. Los que Aman odian logra con éxito posicionarse como una adaptación digna de ver, con un mensaje intrínseco que traspasa la pantalla y a su vez sirve de disparador en materia artística. Cabe destacar la lucidez de su directora, Mercedes Alfonsín, que logra transpolar la épica historia a una única locación: la emblemática mansión en Villa Ocampo de Silvina Ocampo y sus alrededores. Esto en conjunto a la música a cargo de Nicolás Sorin, la utilería, vestuario, iluminación y modismos implementados para marcar el pulso de época supera con creces la media de la industria del cine local y rememoran desde el magnífico Stanley, del director de fotografía Julián Apezteguía, el mítico personaje Hércules Poirot y el espíritu de Marilyn Monroe con vestido exuberante colorado en alusión al deseo y la pasión. En esta línea, otros datillos a tener presentes: Por un lado, al elenco lo completan Marilú Marini, Carlos Portaluppi, Mario Alarcón, Gonzalo Urtizberea y el pequeño Teo Inama Chiabrando. Por otro, y no menos importante, los senos que generaron polémica y se ven al desnudo en plano detalle no son de Luisana, aclaró la actriz el pasado jueves en el junket de prensa del hotel Alvear. No obstante, su rol de femme fatal, frenesí, sigue intacto.
Esta adaptación cinematográfica se encuentra inspirada en la novela del mismo título que publicaron en 1946 Silvina Ocampo y su marido Adolfo Bioy Casares (la única que hicieron juntos). Su trama se separa en dos partes: la primera centrada en el amor y la segunda en el policial. Ambientada en la década del 40, el Doctor homeópata Enrique Huberman (Guillermo Francella) viaja para hospedarse en el hotel de su prima Andrea (Marilú Marini) para olvidar situaciones tormentosas que lo angustian, pero en ese lugar se reencuentra con el amor del cual huye y cuyo nombre es Mary (Luisana Lopilato) una traductora a quien le encanta jugar con el amor de los hombres, los enamora hasta enloquecerlos y ellos se rinden a sus pies. Es una femme fatale. En ese lugar también se encuentran Emilia (Justina Bustos), la hermana de Mary, Atuel (Juan Minujín), el novio de Emilia, un tutor (Mario Alarcón), un huésped (Gonzalo Urtizberea) un sobrino llamado Miguel y otros empleados. En ese lugar se desatan tormentas no solo de arena sino también de pasiones, se despiertan los celos y deseos, el misterio y los impulsos que no se logran contener. Contiene una buena recreación de época y resultan muy bien logrados los rubros técnicos (ambientación, vestuario, iluminación, música y sonido) resultando un film prolijo. La propuesta tiene un toque al estilo de Agatha Christie. Pero le falta profundidad, aunque resulta entretenida y en algunos espectadores despertará el interés por todo lo que plantea su trama.
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Crítica emitida por radio.