“Somos espías, con toda la ambigua intimidad que esto supone” ¿Cómo describir o hablar sobre este film? Película con actores no profesionales –excepto una de las protagonistas- que mantiene un hilo narrativo absolutamente realista durante 90% del metraje para regalarnos un final totalmente inesperado (aunque no tanto, intuyo, en una segunda mirada, prestándole atención a ciertos detalles que se pierden durante la primera vez)...
Es muy extraño lo que sucede con el primer trabajo en solitario completo de Alejandro Fadel, por un lado la obra cinematográficamente es de una belleza destacable para el cine argentino, pero por el otro la narración es tan larga, lenta y estancada que la vuelve bastante tediosa...
Alejandro Fadel tiene dominio de la técnica pero muestra cierta falta de fibra narrativa. Un grupo de jóvenes se fuga de un instituto de menores, dejando muertos detrás, con la idea de recuperar la libertad y alcanzar la casa del padrino de dos de ellos, refugio y comienzo de la nueva vida. Para lograrlo, Gaucho, Simón, Monzón, Demián y Grace deberán atravesar un monte desértico y peligroso. Lo que en principio podría leerse, interesantemente, como una especie de western a la argentina comienza rápidamente a volcarse al género de viaje (interior y exterior) con las consabidas diferencias y traiciones dentro del grupo que irá mermando a medida que los caminos se equivoquen, el punto de llegada se aleje y las relaciones se compliquen. La potencia del comienzo se va diluyendo en esas jornadas a la intemperie largas y tediosas que narrativamente se muestran predecibles -aunque debe reconocerse filmadas con una fotografía irreprochable (las escenas nocturnas son de una calidad impresionante)-, y donde el guión muestra sus hilos y el origen que da marco a esos chicos y la elección del título (toda una posición del director) quita toda sorpresa. Además el misticismo que parece apoderarse de la narración (diálogos, puesta en escena) tampoco ayuda demasiado. Y los cielos que se oscurecen, las aves que los surcan y la elección de una banda de sonido que recurre a las cuerdas religiosas o a los tambores tribales para anticipar o anunciar las tragedias demuestran la poca confianza en la imagen y la necesidad de explicitar lo poco que parece querer contarse. Alejandro Fadel tiene dominio de la técnica y muestra cierta falta de fibra narrativa, un cóctel que deslumbra pero nos deja fríos.
Un título que, con atino, sabe improvisar pero se mantiene en los límites de la tradición. No sabía mucho de Los Salvajes más allá de su reconocimiento en el Festival de Cine de Cannes. Cuando mi editor-en-jefe me mandó la invitación de prensa, indague inmediatamente todo lo que podía saber de la película. Como no encontré el trailer, lo único que sabía era que se trataba de un argumento con ribetes de western ––según la gacetilla de prensa y unas entrevistas hechas a su director en el marco de la Semana de la Critica en Cannes donde fue estrenada su película–. Con esta información, cuya búsqueda sería una acción que más de uno consideraría prejuiciosa, sabía que estaba encaminado a ver una película profunda y por profunda, llena de simbolismos y retratos cuasi-documentales, lo que metería a uno en el prejuicio de ver una película aburrida y carente de ritmo. Afortunadamente, el debut en la dirección de Alejandro Fadel, es una narración hecha y derecha con una estructura concreta pero que sigue las reglas de un modo diferente. ¿Cómo está en el papel? La película tiene una clara estructura de tres actos pero que, en este caso, es tratada con muy buenos resultados por Fadel, que utiliza los mecanismos de varios géneros: la película carcelaria, el western, el melodrama y el documental. El genero carcelario abarca todo el primer acto, pero simplemente a modo de establecer a los personajes, el mundo en el que se mueven y la fuga que dará inicio a la trama; que como corresponde a este sub-genero es rica en alarmas y guardias muertos. Todo esto sin vueltas y al punto. Cuando los personajes están afuera de la cárcel, la película vira al género western, pero no en cuanto a los escenarios, sino a la motivación dramática. Porque salvando las enormes diferencias de país, historia y género cinematográfico, tanto los integrantes de las caravanas del viejo oeste así como estos “salvajes” buscan lo mismo: surcar el país en busca de un nuevo territorio que llamar hogar. Pero la insurrección entre sus miembros no tarda en llegar y esto nos mete en el segundo acto. Dicho segundo acto es estrictamente el viaje y los desacuerdos que hay en el grupo, en el cual el lema “La unión hace la fuerza”, da paso lento, pero seguro, al “Cada quien por su lado”. Es en esta instancia donde la trama se ubica a mitad de camino entre el melodrama y el documental, donde por distintos motivos el grupo se va achicando a medida que los integrantes encuentran cada uno su suerte; ya sea de la mano de desvíos o fatalidades. También en este segundo acto ocurre un revés inesperado en el objetivo que se proponen los personajes. Pero a esta altura, estamos tan involucrados con ellos que no nos importa tanto si ese paraíso que buscan existe o si alguien los espera allá; sino el simple y sencillo hecho de detonar nuestra curiosidad en saber cómo va a terminar la historia o cuántos de ellos sobrevivirán. El que se hayan apegado a esta sencillísima regla de la narración, por encima de todo, es lo que hace admisible y disfrutable cualquier improvisación o reversionamiento de las reglas de la tensión dramática. Y el haber pasado exitosamente este umbral es lo que les permite que su onírica resolución no pase desapercibida y quede más que clara. ¿Cómo está en la pantalla? La estética de la película es impecable. La fotografía en Cinemascope de Julián Apezteguia es casi siempre de carácter objetivo y enfatiza la estética de documental a la que apuntaba anteriormente. Es apreciable cómo utiliza el ambiente como un dispositivo de encuadre; casi siempre vemos todo a través de una alambrada o una rama que aparece en primer término. Pero lo que no quiero perder de vista es que esta decisión estética va de la mano con el estilo de escritura del guión; nos introduce a través de lo clásico para guiarnos por la carne de la historia a través los caminos menos transitados. Los planos generales están a modo de introducción o cierre de escenas, como ocurre con la mayoría de los clásicos. Pero cuando llega la hora de ocuparse de las acciones de los personajes ––sus movimientos y sus palabras–– es siempre valiéndose de un teleobjetivo que genera planos cerrados. Esta decisión estética hace acordar a una máxima atribuida a John Ford: “La clave principal sobre la dirección es fotografiar los ojos de la gente”. La musicalización no es tan predominante y su uso aquí se limita a subrayar ciertos momentos de tensión. Pero puedo decir que lo poco que se utiliza ayuda y acentúa a crear un ambiente. Si hay un aspecto técnico que destaca por encima de todo, es el del montaje. Mis felicitaciones a los montajistas de esta película, por su pulso y precisión quirúrgica a la hora de saber cuándo conviene cortar a un contraplano y cuando hay que dejar que el plano fluya de corrido. Una trama y un contexto de esta naturaleza suelen exigir mucho la atención y la paciencia del espectador; fue el haber editado, con estas dos cosas en mente, lo que hizo que las dos horas de película sean más fluidas; supieron poner el acento pura y exclusivamente a lo esencial de cada escena. El costado actoral es sorprendente y habla muy bien de la habilidad de Alejandro Fadel para dirigir actores. Hay un viejo adagio que reza: “Mientras más cerca este la cámara, mas va a estar diciendo la verdad” y tomando en cuenta la propuesta estética con la que Fadel quería encarar esta historia, es un logro digno de estudio el cómo pudo sacar tanta emoción de estos actores que no eran profesionales. Eso sí, cabe destacar que Sofía Brito, la única actriz entrenada del reparto, se vuelve en su rol de Grace -rebosante de naturalidad y espontaneidad- un talento para tener en cuenta para producciones futuras. Conclusión Un título que cumple con creces su intención de improvisar dentro de los límites de la tradición. Los espectadores pacientes sabrán apreciar en toda su gloria el viaje y el estudio de carácter en el que Alejandro Fadel nos mete. Un experimento, al menos desde mi punto de vista, muy logrado. Recomendable para los incondicionales de este tipo de cine.
El hombre y la naturaleza Mucho se habló de Los salvajes en los meses previos al BAFICI. Fue, creo yo, la más comentada, la más esperada, la que, se decía, iba a ser la estrella argentina de este festival, así como el año pasado lo había sido El estudiante. Se trata de la misma productora, "Unión de los Ríos" (uno de sus integrantes es Santiago Mitre, director de aquel film), y tiene la misma característica: fue realizada por fuera del INCAA, es decir, se trata, como El estudiante, de una producción mucho más independiente y de menor presupuesto que gran parte del cine argentino. Esto es destacable desde cualquier punto de vista, porque es una prueba más de que el cine es posible con cualquier recurso, sin por ello restarle méritos técnicos (justamente, como veremos más adelante, Los salvajes es un ejemplo de notable ejercicio técnico) y que no es necesario pasar por el INCAA para realizar un largometraje hoy en día, factor que muchos parecen desconocer o, en otros casos, vapulear. Así, Los salvajes desembarcó en el BAFICI (en la categoría de competencia internacional) de manera rimbombante, prometiendo mucho. Antes de su proyección, Sergio Wolf dijo que este film era polémico, ambicioso y divisor de aguas. Y que esa era lo que se necesitaba hoy en día en el cine. En ese momento estuve de acuerdo con sus apreciaciones; no así luego de ver el film. Porque ahí vi que Los salvajes no es ambiciosa sino pretenciosa (que son dos cosas muy distintas), autocomplaciente, y que de polémica no tiene nada: se trata de un relato de pura forma y nada de contenido, con bellas imágenes que esconden detrás la nada misma. Los protagonistas se ven absorbidos lentamente por el paisaje y por la naturaleza. El film comienza bien, muy bien. Vemos en la pantalla el escape de cinco jóvenes de un instituto de menores. Así, con explosiones de violencia, desesperación, plegarias, gritos y armas, estos personajes se abren paso hacia el agreste campo y comienzan un éxodo de unos cuantos días, con el objetivo de llegar a la casa del padrino de dos de ellos. Deberán sobrevivir a la naturaleza, a los animales, y, por sobre todas las cosas, a ellos mismos, los salvajes. Entonces, lo que había comenzado como una película de escape y fuga se transformará lentamente en un viaje iniciático para uno de los protagonistas, Simón, el más sumiso e introvertido de los cinco. A la larga, el objetivo se hará difuso, el viaje pasará a ser interno, y la transformación, evidente. El método que utiliza el director Alejandro Fadel es claro. Ubica la cámara detrás de ciertos personajes- protagonistas pasajeros- y los sigue detenidamente, creando así una pluralidad de voces que no es simultánea, sino secuencial. La focalización va variando de personaje a medida que avanza el film; el grupo se reduce en número constantemente, y por lo tanto los protagonistas van variando. El espectador entonces nunca sabe con certeza quién vivirá y quién será el personaje principal, o, en definitiva, el que sostendrá el punto de vista final (por más que sea bastante evidente desde el comienzo que será el hermano menor de Gaucho, el pibito callado y meditabundo, quien tome la batuta). En esta estructura hay un claro método, una clara intención, y eso es mérito de Fadel. También lo hay en la fotografía de Julián Apezteguía, quien crea a partir de un paisaje una obra de arte, y de cualquier situación una danza coreografiada. En los planos generales, el método del encuadre es ubicar a los personajes como si fueran un elemento más de la naturaleza, una transformación que se hace más evidente, incluso desde la fotografía, hacia el final del film. La cámara se plantea como un contrapunto entre planos generales y cerradísimos primeros planos, y este contrapunto también funciona justamente para mostrar esa mutación de los personajes, esa adaptación al medio que los rodea. El clímax de esto se encuentra en el enfrentamiento de Samuel con el jabalí, su prueba iniciática. Toda la persecución y muerte del animal está realizado con planos cerradísimos, cortos y confusos, otorgando un vértigo notable a esta escena. Uno de los problemas de Los salvajes es su sonido, no desde el punto de vista técnico sino desde el criterio. La elaboración de climas a partir de la banda sonora tiene aquí un traspié, principalmente debido a su exceso. No hace falta, por momentos, depender tanto de ese sonido ambiente, el cual sólo contribuye a que la película se vuelva tediosa. Uno de los hallazgos (sin lugar a dudas lo mejor del film) es el de los actores. Todos, los cinco, se mueven con naturalidad y solvencia frente a cámara, y construyen escenas complejas con la altura de actores profesionales. Excepto Sofía Brito, la única mujer del grupo y de toda la película, ninguno de los otros cuatro había actuado en su vida, por lo que su labor es aún más valiosa. "Yo soy el jabalí, yo soy el jabalí, soy el hombre y soy el jabalí". Sin embargo, y dejando de lado todos estos hallazgos ténicos y artísticos, Los salvajes tiene algo de irritante. Y eso es lo que la condena. Esa pedantería que la caracteriza, ese aire de grandeza que se otorga; se trata de una película que se masturba pensando en sí misma, que se declara como Gran Cine ya desde el guión, desde los comienzos de su desarrollo. Y esto se ve reflejado en su trama, en su narración. Los salvajes (o la gente detrás de Los salvajes) confía en sus climas, en las actuaciones, en su fotogafía. Confía en todas sus partes. Y aquí está la falla de Fadel. La película se presenta como una suma de partes, no como un todo. Sin querer caer en frases trilladas, el método de este film es el de alcanzar la excelencia en todos sus rubros, y esto le juega en contra. Hacia la mitad de Los salvajes, ya no hay dirección, no hay sentido. Fadel habló de su intencionalidad de transformar este recorrido en un recorrido interno de Samuel, en una búsqueda y un viaje personal, en algo más místico que otra cosa. No tengo dudas de la intencionalidad detrás de esa mutación, de lo que tengo dudas es de que funcione. El relato se estanca en ese orgasmo visual y no avanza, se regodea con sus imágenes y comete un gran error: sacrifica el todo por la parte. A Fadel le costó cortar más material en la isla de edición por su exceso de orgullo, por su vanidad imperante. Se olvidó de que en muchos casos (y particularmente en este) menos es más, y que no hace falta mostrarlo todo: Los salvajes es un film puramente denotativo cuando debería ser absolutamente connotativo. En definitiva, sería una mucho mejor película si no estuviera demasiado ocupada en (intentar) demostrarnos en cada plano que lo que estamos viendo es cine puro, si se despegara un poco de su belleza y su amor propio. Se trata de un film que impone la contemplación cuando no hay absolutamente nada que contar, cuando lo que vemos es una máscara- una superficie- sin nada detrás, casi un capricho que no peca de caprichoso sino de insostenible.
Un milagro para el cine argentino Los salvajes es una ratificación de muchas cosas. Que no hace falta un gran presupuesto para hacer una gran película (y la ópera prima de Fadel es grande en ambiciones y también en su dimensión artística), que se puede seguir haciendo cine de primerísimo nivel técnico (extraordinaria fotografía de Julián Apezteguía aprovechando todo el ancho de pantalla, brillante trabajo de sonido con acabado en Dolby 5.1) sin recurrir a los subsidios del INCAA, y que -luego de El estudiante y de este film- la gente de La Unión de los Ríos está tocada por la varita mágica tanto a nivel de producción como de realización (ver columna más abajo al respecto). Este primer largometraje de Fadel (31 años, mendocino) es un film de fuga, un western, una historia de aventuras en medio de la naturaleza más salvaje, un thriller de tensión y violencia permanentes y un melodrama religioso. Una película que va siempre por más (que va por todo), que está regada de citas e inspiraciones cinéfilas (The Shooting, de Monte Hellman; y Francisco Juglar de Dios, de Roberto Rossellini), pero también el cine de Robert Bresson, Carl Dreyer. Y Deliverance: La violencia está en nosotros, de John Boorman y, por qué no, imágenes que remiten a un Apichatpong Weerasethakul, un Lisandro Alonso o el Carlos Reygadas de Luz silenciosa. En la primera escena vemos a unos adolescentes rezando detrás unas rejas. La fe, lo místico, lo espiritual será una constante del film y seguramente su aspecto más discutido. Yo no soy un fan del cine "religioso" y me suelen molestar bastante los simbolismos (aquí hay mucho de deseo, culpa, sacrificio y redención), pero todo esos elementos están tan bien imbricados en la estructura narrativa que no me perturbó en absoluto. No sólo eso: le da un tono de fábula elegíaca, de epifanía, que transporta al espectador a muy diferentes estados. La primera secuencia describe de manera seca, cruda, el escape de varios muchachos de un instituto de menores. Ellos deberán caminar durante siete días por la zona serrana más virgen de Córdoba para evitar que los atrapen. Estamos ante chicos "pesados", marginales, adictos a la merca, al alcohol y a las armas, que no tienen nada que perder y al mismo tiempo están dispuestos a todo. No contaré nada de sus peripecias -que son muchas en los abundantes 119 minutos del relato (el corte original era de 130)-, pero Fadel, como buen guionista que es, construye un mecanismo de relojería en el que el protagonismo, el punto de vista va cambiando minuto a minuto. Cuando logramos identificamos un poco con un personaje, éste desaparece y el proceso vuelve a empezar. Así, iremos conociendo la historia, la intimidad de cada uno de ellos. Se trata de un mecanismo de condensación o, mejor, de jibarización. En vez de crecer a niveles épicos (y la travesía está llena de momentos épicos) la película va menguando sin por eso perder el suspenso ni el interés. Llama poderosa y positivamente la atención la convicción de Fadel para manejar los distintos resortes de esta muy arriesgada apuesta. Filmó en condiciones adversas (hasta tuvo un accidente bastante grave que le dejó varias marcas en su cuerpo), con no-actores descubiertos en castings o directamente en la calle, con un equipo técnico muy reducido y en apenas cinco semanas. En ese contexto, logró que el trabajo de los chicos (todos capaces de cargar el peso no menor de las situaciones extremas por las que atraviesan) resultara siempre funcional a la propuesta narrativa y visual. En este sentido, la estilización, la belleza subyugante de muchas de sus imágenes, jamás conspiran contra la potencia, el rigor o la emoción de la historia. Puede que haya algún regodeo innecesario (esteticismo), que los apuntados simbolismos a veces caigan en la obviedad, que los efectos de sonido que acentúan climas que ya estaban suficientemente logrados estén de más, pero son todos reparos menores. Los salvajes nos revela a un nuevo gran director y nos asegura que -por más que algunos poderosos quieran expedirle el certificado de defunción- el cine argentino no se ha suicidado: goza de muy buena salud.
Como mucho cine argentino reciente, Los salvajes ensaya el camino inverso al recorrido por el NCA: en vez de la ciudad, el espacio vital de los personajes es una naturaleza inhóspita plagada de amenazas. Un grupo de chicos se escapa de un instituto de menores y se dirige a la casa del padrino de dos de ellos. Conforme avanza el viaje, el destino es cada vez más incierto; de una forma u otra, la trama va dejando personajes por el camino hasta quedar solamente Simón, el más joven de todos, el que dice poco y reza mucho. Los actores son un hallazgo notable: tanto las caras (marcadas, entre otras cosas, por cicatrices) como los cuerpos, los gestos y el habla son el sostén visual y narrativo de la película. Alejandro Fadel confía ciegamente en ellos y por eso Los salvajes descansa en buena medida sobre planos detalle de piernas, brazos o rostros que miran el fuego. El supuesto carácter polémico surge de la cercanía que la película mantiene con unos personajes violentos, asesinos y ladrones, sin que nunca se intente justificar sus acciones recurriendo a la excusa de un pasado terrible. Hay un solo momento (que corre por cuenta del gigante Monzón) que parecería que apunta en esa dirección, pero más que un argumento que explique el asesinato innecesario del comienzo, su monólogo cumple otra función: humanizar a uno de los personajes más peligrosos mostrándolo consciente de sus actos y capaz de experimentar culpa por eso. Pero no es cuestión de enaltecer a los protagonistas mediante algunas pocas palabras dichas en tono solemne: Los salvajes se hace cargo de sus criaturas, no es gentil con ellas y elige contar su historia sin importar lo oscura que pueda ser, siempre colocándose a la par del grupo y buscando la belleza oculta que anida en sus movimientos torpes, su expresión hosca y sus deseos criminales.
Crónica de una fuga Presentada en la última edición del BAFICI con críticas encontradas, Los Salvajes llega a la cartelera comercial argentina después de ganar en el Octavo Sanfic como Mejor película. Simón, junto a su hermano y tres jóvenes más se escapan de un reformatorio de menores para emprender un viaje, travesía que se vivirá en los paisajes más vírgenes de las sierras cordobesas. Como buen guionista, el director Alejandro Fadel, brinda a cada personaje el tiempo necesario de exposición. Cuando se logra una empatía con el personaje es ahí cuando desaparece de la narración. Esa historia, esa vida, ya culminó. Con esa estructura vamos conociendo a cada uno de ellos, sus pasados y sus anhelos que los movilizan para encontrar el lugar deseado. A medida que avanzan los 130 minutos de metraje, aumenta el suspenso, la adrenalina por la supervivencia y en esa misma dirección se va creando una atmósfera espiritual. Gaucho, Simón, Grace, Monzón y Demián, van creando su propia peregrinación, buscan su estado de paz con ellos mismos, pero para hallarlo necesitan robar, cazar y comportarse como verdaderos salvajes. Fadel, logra sostener la tensión durante toda la cinta, dirigir a no-actores, rozar el género documental y el western, además cuenta con una excelente fotografía y sonido. Qué más se puede pedir a un director independiente, argentino, que rodó con un bajo presupuesto, su ópera prima.
Mundo primitivo Los salvajes (2011) primer largometraje del guionista y director Alejandro Fadel, que ha recibido buenas críticas en su paso por distintos festivales internacionales, es una película absolutamente dueña de una fuerza visual propia y una propuesta estética salida del western, pero que se va modificando a sí mismo. Además, el argumento parece ser de cierta simpleza narrativa, pero poco a poco va ganando en otros niveles. Cinco muchachos (cuatro varones y una mujer de aspecto misterioso y particular) escapan de un instituto de menores violentando a los cuidadores y a todos los que se crucen en su camino. De esta manera quedan libres en las mismas sierras sobre las que se irán adentrando, descubriendo así un mundo sobre el cual tendrán que sobrevivir. Ahí se drogan, se bañan, y tienen que ir en busca de su alimento (que son animales en la mayoría de los casos). Siguiendo la promesa de un hogar en donde van a estar mejor, van juntos cruzando sus propios destinos y se van consumiendo en la desgracia, pero con cierto aire mítico y surrealista donde la naturaleza se convierte en un personaje más. Es interesante como la película equipara el salvajismo de los chicos que, salidos del instituto, demuestran no ser del todo instruidos para leer y hablar, con el salvajismo animal, el cual se basa en recorrer su medio para sobrevivir. Representan una especie de jauría: se protegen entre sí manteniendo un lenguaje marcado de códigos y una organización fiel (en su parte humana) a una banda de gánsteres. Sólo que aquí lo que los motiva es llegar a destino. Pero esa tarea será cada vez más difícil y el grupo tendrá bajas. Incluso en las caídas, el grupo mantiene cierta ritualidad y ahí es cuando la idea de clan queda establecida. En este grupo cada uno de los muchachos tiene una manera de comportarse, cada uno tiene su propia personalidad que conforme avanza la travesía, se pueden ir identificando. Y esto porque la idea de viaje está presente, no sólo en el argumento, sino también como hilo conductor de las escenas. La idea de desplazamiento presente desde una puesta en escena que conjuga un registro que va entre lo documental y la ficción, pone en evidencia el personaje que cada uno de ellos interpreta, y eso irá develando cómo la ficción tiene un papel importante en la narración. Finalmente, la técnica cinematográfica que emplea (desde los movimientos de cámara hasta los cambios de iluminación) es de lo más atrayente ya que hacen que la película mantenga buen nivel dramático, a partir de una técnica detallada y atrevida le hace asumir riesgos a grandes niveles. Cuestiones que terminan por hacer de Los salvajes, una película con un estilo propio que al espectador le exige la atención que éste difícilmente podrá quitarle.
Acariciando lo áspero Esta áspera película coral arranca con una fuga de un penal de menores para internarse en otra fuga mucho más compleja y abstracta: la del encierro y ensimismamiento de cada uno de los cinco personajes, jóvenes marginales y jugados a todo o nada, que deben sobrevivir en plena sierra cordobesa a merced de la naturaleza y su hostilidad, pero también amparados por su animalidad e instinto de supervivencia que se mezcla con fuertes convicciones de una fe que trasciende lo religioso aunque todos busquen de cierta forma la redención a ese castigo que implica ser marginal en el mundo. Fadel con Los salvajes, opera prima que logró terminar en 5 semanas de rodaje y por la que no sólo se entregó desde el punto de vista artístico sino también físico que le costó accidentarse, se toma todo el tiempo posible en un relato que sabe dosificar la tensión dramática con el vuelco simbólico; lo humano con lo deshumanizante a fuerza de rigor y talento a la hora de crear un espacio completamente funcional a la historia donde los protagonismos divididos, si bien no logran una primaria sensación de empatía con el público tampoco resultan indiferentes o planos en términos estrictamente narrativos. En Los Salvajes las balas se escuchan fuerte y no son balaceras, como aquellos westerns que defendían el honor en un duelo y al igual que en este inquietante film lo único que tenía verdadero sentido era la muerte desde su costado ritual pero también como aquel único vínculo real con la vida y la naturaleza, despojada de toda capa bucólica o pintoresca. Una ópera prima dura, comprometida con su historia y proveniente de un grupo de cineastas de un talento y potencial que en el futuro quizás produzca el recambio que el cine argentino, luego de aparecer el nuevo cine, anda necesitando. El público debería apoyar este tipo de propuestas que procuran mantener calidad e identidad, algo que ya las vuelve únicas y más que respetables.
Potencia expresiva y esplendor visual Desde el comienzo, Los salvajes se revela como una especie de OVNI cinematográfico, y no sólo por el rigor de su concepcion formal, por su potencia expresiva y poética, y por su rara mezcla de crueldad y ternura, de humanidad y brutalidad, de serenidad y de violencia, sino también por el riesgo que asume al partir de lo que parece una historia de jóvenes marginales expulsados del cuadro social para ir entrando cada vez más en un espacio mítico y arribar a una desesperanzada reflexión existencial. No por muy citada, la referencia al western deja de ser válida. La simple historia empieza con la fuga de cinco adolescentes (cuatro muchachos y una chica) de un instituto correccional donde conviven huérfanos y delincuentes. En el camino hacia la libertad dejan dos muertes. Habrá más, casi siempre gratuitas (en algún momento hasta el propio responsable de ellas reconocerá que ignora por qué apretó el gatillo). Pero lo que logran es una libertad precaria: deberán perderse en la naturaleza para evitar ser recapturados. Como una especie de tribu salvaje de los tiempos modernos con sus piercings y sus tatuajes como señales de reconocimiento, los cinco deberán andar día y noche atravesando llanos, sierras, arroyos y bosques, en busca de un refugio improbable a muchos kilómetros de la ciudad. Pero es un horizonte que siempre está un poco más lejos, y ellos parecen saberlo: nunca habrá espacio que los albergue; iletrados, primitivos, no tienen nada que perder y nada que ganar: apenas, subsistir con lo que la naturaleza les proporciona: animales para cazar, el agua fresca de las cascadas y lagunas para beber, bañarse, retozar o hacer el amor. Tiempo sobra. También para pelear entre ellos, para echarse a disfrutar del olvido con la droga y la cola de contacto o para robar en algún rancho, pobre vestigio de un poblado desaparecido. Durante la aventura, el grupo irá desmembrándose. El líder inicial, Gaucho -macho alfa del pequeño grupo- será el primero en caer (la ceremonia fúnebre improvisada por sus compañeros dará origen a una de las muchas escenas memorables del film) y su lugar ocupado por otro, con lo que la película irá cambiando de puntos de vista, mientras un tercer personaje -el silencioso Simón, el más joven del grupo y el único que parece candidato a la salvación- cobra mayor peso a medida que la historia avanza hacia un final con connotaciones místicas. Fadel desarrolla su cautivante y áspero poema sin interferir ni juzgar el comportamiento de los muchachos, que han ido aprendiendo un poco del amor y del compañerismo, y han inventado sus propios ritos. Si algo despunta de la ambiciosa propuesta del realizador -más allá de la extraordinaria potencia y la belleza de su lenguaje visual, sustentada en la fotografía de Julián Apezteguía- es un examen antropológico de las relaciones humanas tal como se manifiestan en su estado primitivo, pero el film evita cualquier comentario social y sólo en contadas ocasiones incluye algún simbolismo explícito. Lo que no impide que Los salvajes sea una joya rara y su director, toda una revelación.
Parábola moral, física y visual Cinco adolescentes que se fugan de un instituto de menores son el centro de un relato de iniciación, en el que el director Alejandro Fadel se enfrenta al problema de mostrar en pantalla los procesos metafísicos de sus personajes. No la tenía fácil Alejandro Fadel. Como si fuera insuficiente el desafío de realizar una película de más dos horas de duración –el corte original era de 130 minutos; éste es de 119– por fuera de los mecanismos habituales de financiación del Incaa, Los salvajes está producida por La Unión de los Ríos, misma compañía detrás del éxito de El estudiante, de Santiago Mitre. Por si fuera poco, ambos debutantes llegaron prohijados por sus trabajos previos en los guiones de varios films de Pablo Trapero, hecho que abría aún más las puertas para una potencial comparación. Pero Fadel esfuma toda esa matriz en común con una película de infinitos matices cuyos únicos puntos en común con El estudiante son la construcción de una enorme maquinaria narrativa y el zarandeo de los cánones tradicionales de ese compendio muchas veces inabarcable que es el cine argentino. Un adolescente visiblemente tensionado susurra rezos con las manos entrecruzadas, otro saca un arma envuelta en un nylon de un pozo de agua, un tercero observa agazapado a través de una ventana enrejada y, finalmente, todos los anteriores y algunos más se echan miradas cómplices durante la oración previa a un almuerzo en un comedor comunitario, rodeados de decenas de otros jóvenes tan chicos como ellos o más. Los primeros tres minutos de Los salvajes son un resumen casi perfecto de lo que vendrá: sofisticación clásica, vocación por narrar a través de imágenes y no de parlamentos, y la requisitoria de un espectador atento, todo atravesado por el misticismo y el peso de la religión. Lo primero y segundo se manifiesta en la entrega dosificada de la información justa y necesaria para construir las coordenadas espaciales y circunstanciales del relato: un quinteto de chicos planea el escape de un instituto de menores ubicado en un terreno inhóspito, con escasos vestigios de urbanización alrededor (de allí una de las posibles interpretaciones del título). La secuencia de la fuga termina con uno de ellos baleando a un guardia-perseguidor en el patio. La cámara lo muestra a través de un plano general estático, configurando así una imagen similar al punto culminante de la escena del tractor que abría Historias extraordinarias, quizá la depuración máxima del cine como maquinaria narrativa surgida de estas tierras. Una vez afuera, el quinteto –cuatro chicos y una chica– caminará largos días por terrenos serranos con un rumbo inicialmente desconocido para el espectador, pero que se develará con el correr de los minutos. Articulado como un western, el recorrido funciona como disparador de tensiones grupales, pero también como abono para el florecimiento de la sensibilidad lúdica escondida bajo una coraza impuesta por la falta de contención emocional, tendencia perceptible sobre todo en el personaje femenino. Basta ver cómo actúa ante un vestido o la explicación de los tatuajes que le da a un compañero mientras retoza desnuda junto a él. “Esta es una Glock semiautomática. Es como la del Counter, ¿viste?”, dirá. Allí está, entonces, la inocencia de la niñez resquebrajando al salvajismo corruptor, segunda interpretación posible del título, quizá la más dual, discutible y, por lo tanto, interesante: lo salvaje equiparado con lo marginal y la baja cultura, sí, pero todo retratado como si no hubiera otra posibilidad ante un mundo que no brinda respuestas a la incertidumbre de un futuro. De esta forma, Los salvajes sería el relato de iniciación que incluye no sólo el recorrido, sino también la búsqueda de un punto de llegada, de una alternativa ante esa suerte de destino manifiesto. El problema pasa, entonces, por cómo mostrar en pantalla esos procesos enteramente metafísicos. Y es a partir de las decisiones tomadas por Fadel (el primer plano de un cielo nublado después de una muerte será el primero) en esta encrucijada donde Los salvajes empieza a empantanarse. Como las criaturas que la habitan, la historia va pasando de la exultación de la mitad inicial a la introspección, configurando un dispositivo de ambición creciente. Así, cargada de simbolismos, Los salvajes construye una parábola no sólo moral y física para sus protagonistas, sino también visual: de la sequedad y frialdad de un thriller de los ’70 al misticismo y la fantasía del último Malick.
Realidades que duelen Alejandro Fadel realizó este film, su opera prima, como si fuera un western o una road movie vernácula. Cinco adolescentes que se fugan de un hospicio donde estaban presos para volver a su hogar, un lugar en medio de la nada, volver a una realidad que duele. Solo entre ellos tienen códigos de convivencia y compañerismo, pero a veces con eso no alcanza para poder seguir sobreviviendo, Fadel plantea una Buena historia que por momentos toma un buen ritmo y que en otras se enamora del paisaje (la fotografía es excelente) y se pierde en una meseta, haciendo el film más largo de lo que debería. Incluso nunca llega a adentrarse bien en los sentimientos más profundos de los personajes, quizás el más logrado es el de Simón, que es el único que el público entenderá el porque es como es. "Los salvajes” es un muy buen intento y una Buena opera prima. Fadel muestra, por momentos, mucho talento, con lo cual estaremos expectantes esperando su segundo film.
Adolescencia interrumpida Esta película, primer largometraje de Alejandro Fadel, cuenta la historia de un grupo de chicos que se escapa de un instituto de menores ubicado en el interior de alguna provincia, y sus intentos por sobrevivir en la naturaleza, mientras buscan qué hacer de sus vidas. Con un esquema algo similar al cuento de los diez indiecitos, los personajes van saliendo de escena de a uno, por diferentes motivos. A través de un trabajo de construcción de perfiles psicológicos muy cuidado, y que resulta interesante para descubrir, Fadel va mostrando cómo cada uno de estos chicos va tomando un camino diferente al de sus compañeros, siempre según su personalidad. Son cuatro chicos y una chica, sin educación, de vocabulario muy limitado, pero con sueños. Con dolor, tratan de justificar lo que hacen e hicieron. No matan a otro porque les guste, es lo único que creen que pueden hacer cuando la situación se complica. En cierto modo escapar del instituto no los ha liberado del todo, cargan con sus pasados, y tratarán de abrirse camino para sobrevivir. De una factura técnica impecable, filmado con gran calidad y una fotografía excelente (a cargo de Julián Apetezguía), "Los Salvajes" es un filme en el que no hay muchos diálogos, y un poco largo en su duración. Si bien las escenas son muy bellas estéticamente, las largas secuencias en las que no pasa nada tienen un valor artístico casi pictórico, pero a nivel fílmico se hacen sentir en el espectador. Esto hace que cueste un poco lograr empatía con los personajes, ya que los tiempos muertos, como escenas de aves volando, o el anochecer en la gruta, son frecuentes, y generan cierta distancia con respecto a lo que se está contando. Este nuevo ejemplo del denominado Nuevo Cine Argentino fue producido por Pablo Trapero, y resulta un filme correcto, muy prolijo, pero que no logra transmitir muchas emociones.
El film de Alejandro Fadel impresiona porque conjuga la posibilidad de la belleza buscada a fondo en el destino de esos adolescentes violentos, condenados desde el vamos a la brutalidad y la marginación. En el entorno de una naturaleza que los abraza y los lleva a lo más primitivo del ser humano con todos los interrogantes y los instintos sin barrera. Un film que se ama o se rechaza. No permite indiferencia.
El lado más primitivo Una sólida propuesta del cine independiente que lleva la firma de Alejandro Fadel y propone una mirada dolorosa que radiografía a seres marginales en estado de ebullición. La trama comienza con el escape de cinco jóvenes de un instituto de menores del interior argentino. Ellos, cuatro varones y una mujer, inician una travesía de cien kilómetros a través de las sierras cordobesas. El film muestra a estas ¿víctimas o victimarios? que se fugan de un infierno para meterse en otro, marcado por la incertidumbre y la violencia. Entre crímenes, robos, consumo de drogas, cacería y baños en el río, la película avanza con un clima de creciente suspenso y desnuda a estos jóvenes que sueñan con un futuro mejor ("Imaginate nosotros dos caminando por Buenos Aires") a pesar de su presente caótico y su lucha por la supervivencia. Mezcla de western, thriller y fabula mística, Los salvajes (encarnados por actores no profesionales) exponen su lado más visceral gracias al buen trabajo de su realizador.
Una poética de la resistencia "Los salvajes" carece de textos y cuando sus protagonistas hablan, casi no se entiende lo que dicen, pero eso no parece haber sido de esencial importancia para el director, quien intentó mostrar lo hostil que puede ser la vida con aquellos a los que la sociedad expulsa sin contención alguna. Alejandro Fadel fue el coguionista de Pablo Trapero, en "Elefante blanco", "Carancho" y "Leonera". "Los salvajes" es su "opera prima" y con esta película demuestra una rara intensidad poética. Fadel a través de sus imágenes y su muy estudiada puesta en escena, construye un mosaico de situaciones que aluden al artificio de lo primitivo, de los aspectos más instintivos del hombre: robar, cazar, o intentar conquistar un territorio ajeno, con el fin de lograr la propia subsistencia. "Los salvajes" es un filme curioso y difícil de digerir para el gran público, porque el que la ve tiene que predisponerse a "mimetizarse", con ese tiempo tenso y calmo a la vez que viven sus protagonistas. Instantes que por momentos parecen rozar la muerte, pero que aluden a la simple idea de resistir a la imponencia de la naturaleza. UNA "ROAD MOVIE" La historia tiene algo de "road movie" existencial. Cinco chicos -cuatro varones y una mujer-, escapan de un orfanato del interior del país. Juntos atraviesan sierras y llanuras, se bañan en un río, se pelean, se amenazan, matan para comer y van disponiendo de sus vidas, como pueden, aceptando y rechazando lo que el indomable destino les propone. A veces roban, matan a alguien, consumen drogas y van tiñendo el paisaje de una presencia que en las grandes ciudades se cataloga de temible, de emarginal. LA TRAVESIA A lo largo de la travesía algunos van a lograr cumplir sus deseos, depende de las circunstancias. La mujer (Sofía Brito) es la que parece dar con el más simple instinto de preservación, se une a un hombre mayor, que le da casa, amor y comida. El resto queda librado a su propia animosidad, (Leonel Arancibia, Martín Cotari, César Roldán y Roberto Cowal) de algún modo, sin expresarlo, intentan construir a su manera una forma de vida, o tan solo sentirse acompañados. "Los salvajes" carece de textos y cuando sus protagonistas hablan, casi no se entiende lo que dicen, pero eso no parece haber sido de esencial importancia para el director, quien intentó mostrar lo hostil que puede ser la vida con aquellos a los que la sociedad expulsa sin contención alguna.
Pocas películas son tan atrevidas como Los salvajes, este enorme debut en solitario de Alejandro Fadel, que integró los equipos de directores de El amor (primera parte) y de guionistas de las últimas películas de Pablo Trapero. La sangrienta fuga de un correccional por parte de un grupo de adolescentes es sólo el punto de partida de una película que muta, en ese extrañado deambular de sus protagonistas por la naturaleza, a partir de un misticismo magnético que reformula el viaje y desafía toda convención del cine nacional contemporáneo.
En fuga hacia ninguna parte Cinco jóvenes que se escapan de un correccional emprenden, en estado brutal, primitivo, natural, una huida entre la naturaleza. Hay, en esta opera prima solista de Alejandro Fadel, codirector de la notable El amor (primera parte), un elemento que él mismo procura no subrayar y que -tal vez por eso- alcanza mayor contundencia: la lógica naturalidad del salvajismo de Los salvajes, transmitida sin condescendencia ni, claro, juicios morales. Juicios morales que sí tenemos incorporados aquellos que formamos parte de la civilización -nombre benigno que le damos a la burguesía-, en perjuicio de los supuestos inadaptados, a los que, para ser más justos, podríamos llamar expulsados, huérfanos, abandonados, víctimas. En el comienzo de esta película plagada de sentidos y matices, pero dinámica, cinco jóvenes -interpretados por actores que no son profesionales- se fugan violentamente de un correccional. Así empiezan una huida hacia territorios personales que parecen más idealizados que reales, a través de una naturaleza hostil o, mejor, indiferente. Lo que ocurre en este primer tramo fue encuadrado como un western, y está bien. Pero también podríamos hablar de una lucha por la supervivencia en los términos más primitivos. En este contexto, ellos roban, cazan, carnean animales, cocinan, se drogan, pelean por el liderazgo: mueren y matan sin piedad y, suponemos, sin culpa. Son lo único que pueden ser: parte de las leyes naturales. Salvajes. Esta primera parte del filme funciona en dos líneas entrelaza- das con aparente simpleza: la de las peripecias, muchas veces brutales, y la de los vínculos de los cinco jóvenes, cuatro hombres y una mujer: entre ellos y entre ellos y su entorno. Fadel demuestra que la acción y la observación no son incompatibles, que lo narrativo no anula lo contemplativo. Además, no se reduce a buscar la empatía otorgándonos el punto de vista de uno de los cinco prófugos: va desplazando el punto de vista de uno a otro, alternando las miradas de un grupo que a la distancia nos parecía homogéneo, indiferenciado. Así, con imágenes que hablan más que las palabras -los prota- gonistas comparten una lacónica jerga-, avanza este viaje violento e inhóspito, que transcurre en una especie de no lugar, sin tiempo, o con un tiempo regresivo que parece avanzar hacia una suerte de prehistoria. Poco a poco, aunque el planteo estaba hecho desde el principio, los personajes -los que sobrevivan- irán avanzando también hacia un territorio místico, lo que vincula a Los salvajes con cierto cine de Bruno Dumont y, desde luego, con el de algunos de sus maestros: Robert Bresson y Carl Dreyer, entre otros. Tal vez, en algún momento del relato, el incesante devenir "salva- je" se frene ante la introspección, ante la búsqueda de la trascendencia, acaso de la redención, que parecen buscar algunos personajes. La película, en el último tramo, se vuelve algo más pretenciosa, más preciosista, aunque felizmente jamás cae en explicaciones psicológicas ni sociológicas. Así como es capaz de combinar puntos de vista sin ser disruptivo, Fadel logra hacer algo similar con los géneros cinematográficos. Los salvajes muta de drama social a película de aventuras y, después, a filme con matices religiosos. Pero, básicamente, es una crónica de niños solos, de esos que abundan a nuestro alrededor, en las grandes urbes, con el doble castigo de haber sido marginados y considerados, luego, salvajes por decisión propia.
Perdido en las sierras Cinco adolescentes se escapan de un internado en el interior del país, y luego de la huida deben continuar su camino por un paisaje de sierras, en medio de una desolación absoluta. Van armados, también llevan algo de comida, aunque cazan para alimentarse. Con espíritu de aventuras, pero más preocupado en el costado existencialista de la travesía, y con ecos que lo conectan a gran parte de la historia del cine nacional, Alejandro Fadel llega al largo en solitario tras su colaboración en El amor, primera parte. El film comienza con la huida de los cinco jóvenes, en lo que representa un inicio tenso, ágil y atrapante. Pero cuando todo estaba servido para una película de género sobre un escape en un paisaje salvaje, el director opta por inspirarse en una mixtura de las obras de Lucrecia Martel, Lisandro Alonso e incluso Leonardo Favio, pero indudablemente sin la misma pericia narrativa. En Los salvajes, todo va decantando en una combinación indigesta de citas a las tragedias griegas, postulados religiosos y realismo mágico. Los personajes de la película de Fadel nunca alcanzan vida propia y son sometidos permanentemente a los designios de un guión cuanto menos arbitrario. Sumémosle a eso que de los 130 minutos, hay por lo menos 40 de más, y tenemos cartón lleno. Eso sí, al igual que en otros ejemplos de la cinematografía de la FUC, los rubros técnicos están impecables, aunque no se sabe bien en función de qué. Una oportunidad totalmente desperdiciada, que obliga a pensar que el miedo a lo genérico está matando a ciertos sectores del cine argentino más joven.
Apuesta muy extrema de Alejandro Fadel (coguionista de El Estudiante), filmada con una belleza enorme -que a veces eclipsa la tensa trama- que retrata de un modo simbólico la vida de un grupo de menores escapados de un penal, atravesando una región agreste y peligrosa. El film es de una dureza impecable y lo que realmente cuenta es la disolución del mundo hasta sus componentes primitivos a través de una trama que incluye elementos de muy diversos géneros. Sin dudas un film importante y discutible, como pocos del panorama argentino actual.
(Parte de la siguiente nota fue publicada cuando "Los Salvajes" se presentó en el BAFICI de este año) Indudablemente era muy esperado, este opus de Alejandro Fadel... Fadel viene trabajando con Pablo Trapero hace tiempo y ha formado dupla con Santiago Mitre anteriormente, por lo que todo apuntaba a ver un film de alto perfil, y eso fue exactamente lo que vimos. "Los salvajes" es una especie de road movie, aunque el camino, no esté marcado por una ruta, precisamente. La historia arranca con una fuga de adolescentes de un instituto de menores, en busca de un espacio, que promete libertad. Todos han pasado por experiencias que los han marcado y que fácilmente podríamos encuadrar como marginales puros. Este grupo escapa y la trama presenta, a lo largo de poco más de dos horas, sus derroteros grupales e individuales intentando sobrevivir y encontrar aquello que buscan. La película, producida por Unión de los Ríos (segundo impacto detrás de "El estudiante"), sorprende por su alta calidad técnica. Del guión, no esperábamos menos (Fadel vive de hacerlo para cineastas importantes). Sí "Los salvajes" ofrece una increíble construcción antropológica de cierta clase social y la caracteriza como pocas veces se recuerde en el cine nacional. La fotografía es maravillosa y los simbolismos en el juego de los diálogos nos parecieron excelentes. Hay una meticulosa descripción de cada personaje y un balance en los diálogos, muy rico. El paisaje elegido como escenario, impecable, así como la banda de sonido. Todo encaja en un gran film. En el debe, quizás podríamos señalar que Fadel se toma demasiado tiempo para la contemplación de escenarios, generando que el film sea demasiado extenso para el espectador corriente y se sienta en el cuerpo, por mucho que uno lo disfrute. Más allá de eso, en sala, todos percibimos que la fuerza y profundidad de este trabajo nos atraviesa. De principio a fin, es una película que rara vez desfila por nuestras salas. No la dejen pasar.
Cómo filmar las palabras que nacen Una película, por lo general, presupone cierta manera relacional con el espectador -contenida en el desarrollo argumental, caracterizaciones, puesta en escena, montaje, música, etc.-. Es decir, hay una suma de convenciones, de códigos, que se comparten y que prejuzgan al momento de sentarse a ver cine. Todo esto ha sido consolidado así como dinamitado, una y tantas veces más. Los salvajes cuenta una historia y no cuenta una historia. O, antes bien, deconstruye el parecer del espectador a la vez que, parece, lo ratifica. El inicio mismo, casi prólogo, es evidencia de esto. Los chicos huyen, balacera mediante, del correccional en el medio de la sierra. Huida violenta, de montaje con vértigo. Con un plano que contiene, a manera de saldo, al que dispara con su víctima, uno a cada lado del cuadro, pequeños y de cuerpo entero, con el cálculo justo como para considerar el trayecto de la bala a lo largo de todo lo ancho del cuadro hasta la caída mortal. Acción, entonces. Hay cine donde hay acción. Pandilla huidiza, bribona, adolescente. ¿Qué más habrá de ocurrir? En medio de la naturaleza, en camino hacia ningún lado, encuentros fortuitos mediante (y uno de ellos el que más y mejor dice, con Ricardo Soulé ermitaño), los compañeros en el escape se miran, se dicen, se besan, se pelean. Pero todo esto, de a poco y tan sensiblemente, se desgaja. Lo de la sensibilidad sólo es posible porque se trata de una mirada poética. Como si de dejar que las imágenes puedan respirar se tratase. Es verdad, las imágenes de Los salvajes respiran, se humedecen, se consumen. Un cine de contacto natural, cierto, metafísico. Para este último rasgo, primero habrá de desgajarse, se decía. Sacar tantas capas como sean posibles de lo que el prólogo-secuencia prometía. Sólo así lograr después un abismarse que, si el espectador quiere, también habrá de ocurrir en él. Entonces, si la progresión argumental indicaría un camino habitual, la película de Alejandro Fadel lo desarma. Le va quitando lo que lo haría funcionar en tal sentido. La banda fugitiva se convertirá en ánimas solitarias. Porque sólo será posible quedar sin palabras allí cuando cada uno se enfrente consigo mismo. El diálogo a ocurrir será íntimo, para cada uno, de maneras distintas. En comunión, como se refería, con los elementos naturales. Deshacer, por eso, una huída que -increíble hombre menguante de por medio- habrá de acallarse para dejar que el fuego ritual surja en medio de la noche. Una vez allí, al fin, el silencio. Y el cine, se sabe, es el único medio que puede filmarlo. Filmar el silencio. Un grado cero desde el cual, ahora sí, volver a contar la historia. Esto es, la palabra.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Sorprendente esta película argentina que se estrena en la Lugones Puede decirse que la historia de Los salvajes es una especie de viaje y/o peregrinación que emprende un grupo de adolescentes, luego de huir de un instituto de menores. Una road movie, en principio en clave de western, donde 5 personas parten hacia un lugar A medida que avanza el relato este viaje, que es también una historia coral va asumiendo a través de cada uno de sus personajes connotaciones místicas y existenciales, que se transmiten al espectador desde una brutal y a la vez impactante belleza. Como la belleza de Corazón Salvaje de David Lynch. Interpretada por actores no profesionales con un talento increíble, Los Salvajes tiene los mismos productores que El Estudiante, pero tanto su temática como su tratamiento está en sus antípodas. Estamos hablando de 5 adolescentes, cuya mayoría han matado en su vida, y tanto esas muertes, como las que vendrán, pertenecen a un terreno que cuestiona en algún punto la delgada línea que muchas veces separa al bien y al mal. Son 5 existencias que van en busca (sin saberlo claramente) de cosas muy diferentes. Y para llegar o quedarse a posteriori en alguna parte del camino deberán volver a matar una y otra vez. Casi en la mitad de un film de más de dos horas la estructura del western comienza a dar un viraje desde su faceta mística hacia lo fantástico. En ese momento podemos pensar en un Favio. Un film con un trabajo impecable en el tratamiento de la psicología de los personajes. Rodado casi totalmente en exteriores por lo que la fotografía es casi un personaje más de la historia. Los humanos podemos llegar a ser bestias, pero aún el más salvaje puede discernir qué es lo bueno para sí mismo. El hombre, como la mayoría de los animaes es domesticado, algunos por la fuerza, y otros por las creencias. Y cuando un animal domesticado se salvajiza o se bestializa, no sabe muchas veces por qué llega a hacer lo que hace, y allí es muchas veces donde bordea la locura. Un film sorprendente para no dejar de ver!
1. Si El estudiante intentaba mixturar los métodos contrapuestos de Llinás y Trapero (que condensan los elogiados caminos del mainstream-independiente), de los que los directores de la productora “La unión de los ríos” se reconocen deudores, Los salvajes marca otra vuelta de tuerca en esa condensación de tradiciones: en ella se encuentran finalmente lo popular con el modernismo. Pero esa bienvenida y compleja búsqueda (clave para pensar los problemas del cine pos-moderno) da una vez más un resultado reaccionario (es decir, une miserabilismo y esteticismo). De hecho, tal vez se podría decir –ayudados por su misma desmesura– que es una de las películas más reaccionarias del Nuevo Cine Argentino (incluido el de los ’60), ya que señala la clausura conservadora de su fallida revisión de la tradición. Porque Fadel no reniega de lo “popular” (así como no se priva de citar a Favio, Buñuel o Rossellini), pero justamente la distancia entre sus modelos y su modelización es lo que marca sus límites. Porque lo que en esa tradición estaba vivo aquí se convierte en mera repetición: en rito sin mito de origen. 2. No hay que olvidar que el cine se ha acercado al Mito con mayor rigor cuando no se aleja demasiado de la Historia (o cuando se deja atravesar por sus sublimados fulgores): el peronismo en Favio o la historia universal en Rossellini (y podríamos agregar: el marxismo en Pasolini, que nada curiosamente falta entre las citas de Fadel). Pero nada hay en Los salvajes de –cinematográficamente hablando– amor o entrega a su objeto. Los planos son tan distantes (hasta en los arrebatos de sexualidad) como los de las ahistóricas películas de Alonso, pero sin siquiera tener su curiosidad entomológica (lo que los hace al menos más honestos). Lo único que parece guiar cada plano de Los salvajes es su inmanente esteticismo: los personajes son sólo figuras (más estereotípicas que arquetípicas) a través de las cuales el autor pone en escena su refinada visión del salvajismo. Por lo que –digámoslo de una vez, ya que salta a la vista– no hay nada salvaje en Los salvajes. Se trata –una vez más– de la barbarie tal como la define la civilización, sólo que en este caso el autor no la “condena” sino que se entrega a su fascinación (gesto nada nuevo tampoco, que entre nosotros se remonta al Facundo). No en vano esa mirada “extranjera” se asimila a la que de lo latinoamericano tiene Europa: una domesticada visión de lo salvaje. 3. Detengámonos en tres escenas clave. En principio, Fadel no escapa a repetir una escena ya canónica en este tipo de films: la matanza de un animal. (de hecho podría hacerse un análisis de cómo funcionan esa escenas en cada film -Los muertos, La rabia, etc-, aunque finalmente todas apunten a lo mismo: sublimar lo “real” en estado puro –asumiendo la muerte como punto límite–, permitiéndose aquello que la civilizada corrección política –primermundista– suele enmascarar: la propia violencia sobre el otro). En este caso, la brutalidad de la escena encuentra su sentido (más místico que naturalista) en el uso de la piel por uno de los salvajes: y ese primitivismo disfrazado de ritual metaforiza de algún modo toda la película (no en vano ocurre casi al final, en el clímax), ya que podría decirse que el film es una oveja con piel de lobo: no sólo no se eleva nunca a su declamado misticismo, sino que se hunde en un materialismo poco trascendente (del que no puede sacarlo ni siquiera ese inútil ejercicio de crueldad). De hecho la película no nos ahorra metáforas, como cuando uno de los salvajes mea una biblioteca. Por supuesto que esa metáfora (ese invertido odio de clase, que no osa decir su nombre) es a la vez otra disfrazada literalidad, y ese vaivén entre lo mundano y lo (in)trascendente dibuja también el arco de todo el film, que termina más cerca de lo pedestre que de lo celeste (porque tampoco alcanza con quemarse en una especie de acto de fe final). Y no se trata de un problema de guión (como algunos críticos proponen en su defensa), sino de concepción: se trata de una “moderna” oda al primitivismo. En ese sentido, tal vez el momento (o el cuadro) definitivo sea el de uno de los salvajes respirando pegamento boca arriba semisumergido en una laguna, con ecos pictóricos de la Ofelia prerrafaelista. En Pasolini (como en Buñuel) esa escena hubiera tenido un ligero aire de subversión paródica, pero en Los salvajes adopta -como todo- una gravedad mortecina, como si su vicaria belleza ocultara una declamada trascendencia que nunca nos es revelada.