Para dejar las cosas en claro desde el principio, conviene afirmar que el mensaje del film es tácito y se ubica muy entre líneas, pero apunta sin medias tintas al doble hecho de que la humanidad deja mucho que desear y que el amor es una farsa que eventualmente se cae a pedazos por el típico egoísmo de los hombres y las mujeres, lo que por supuesto no quita que el susodicho tenga sus momentos de gloria a lo largo de lo que dure la relación en cuestión. Aronofsky, que tiene una larga historia con Venecia porque varias de sus obras compitieron en el festival, aquí construye un relato en verdad asfixiante cuyo eje es la frustración de un personaje femenino sin nombre (interpretado por Jennifer Lawrence), la encantadora esposa de un poeta (en la piel de Javier Bardem), un hombre que está atravesando un bloqueo creativo y sistemáticamente desperdicia la oportunidad de ser feliz que le brinda el amor incondicional de ella, porque prefiere en cambio el escurridizo y caprichoso afecto del enclave exterior… con los lectores como el fetiche de sus ansias de ser apreciado por extraños. Desde el inicio la propuesta nos confirma que estamos ante una especie de drama naturalista de encierro con elementos fantásticos y de terror: luego de ver los ojos de una mujer en llamas, apreciamos cómo él coloca en un soporte de una biblioteca un objeto símil piedra de cristal, lo que provoca que los restos quemados de la casa en la que transcurre toda la acción -un inmueble rústico situado en una región inhóspita e indefinida -vuelvan a la normalidad y ella despierte en el dormitorio principal. A partir de allí la historia nos presenta una serie de intromisiones por parte de forasteros que destrozan paulatinamente la estabilidad de la pareja. El hombre celebra y alienta que los otros avancen más y más sobre la intimidad del domicilio con la excusa de que los responsables de este acoso son fans de su trabajo, y la mujer en cambio se siente atosigada y al borde del colapso ante las sucesivas faltas de respeto de huéspedes que se autoimponen como tales y hasta tienen el tupé de juzgarla y arrinconarla en su “bondad” -léase silencio y relativa pasividad- frente a esta avanzada del espacio público sobre el privado. Primero cae de sopetón el misterioso personaje de Ed Harris, luego su esposa -interpretada por Michelle Pfeiffer- y sus dos hijos, y todos a su vez protagonizan una acalorada discusión que deriva en tragedia. Más allá de estas precisiones, resulta difícil describir la entonación de la película ya que Aronofsky apuntala una claustrofobia magnífica sostenida en pequeños detalles mundanos, en agresiones microscópicas que lastiman inconmensurablemente al personaje de Lawrence y su anhelo de calma, de tranquilidad, de poder acceder al corazón de su pareja para mejorar una convivencia que sufre de esa clásica insatisfacción masculina y su necesidad de novedad. El realizador y guionista acompaña a la actriz constantemente con su cámara de la misma forma que siguió los pasos de Mickey Rourke en El Luchador (The Wrestler, 2008) y de Natalie Portman en El Cisne Negro (Black Swan, 2010), con una steadycam orientada a los primeros planos del rostro, el divagar sin rumbo fijo del personaje y la catarata de tomas gloriosamente ininterrumpidas cual documental de observación. Mother! utiliza de manera inteligente la iconografía del terror -con un acento más surrealista y poético que fantasmagórico en el sentido del Hollywood contemporáneo- para esculpir los pormenores concernientes a un dolor que no se verbaliza del todo por la desesperante pretensión de agradar al prójimo, por más que éste resulte un imbécil egoísta de grandes aspiraciones y pocos recursos intelectuales para articularlas… circunstancia que de manera indirecta puede leerse como una crítica a la concepción elitista del arte y la banalidad bobalicona general de nuestros días. El trabajo de Bardem es excelente ya que construye desde la meticulosidad a un monstruo acaparador y caníbal que está convencido de que en realidad es una joyita de persona, y Lawrence vuelve a brillar en todo su esplendor como una mujer que tolera, tolera y tolera desde una óptica tan femenina y naif como abúlica y esperanzada para con un apoyo de él -con vistas a expulsar a los intrusos- que nunca llega. A la hora del extraordinario desenlace el director dispara toda su artillería pesadillesca al punto de transformar lo que hasta ese instante era una reformulación onírica de los thrillers de invasión de hogar en un apocalipsis de una enorme ambición conceptual, totalmente inaudita para el paupérrimo nivel retórico de casi todo el mainstream actual. Mother! lleva al extremo la virulencia, la desproporción y la pluralidad de idiosincrasias que se esconden en todas las relaciones con vistas a dar forma a un retrato nihilista de la condición humana y de su única faceta positiva, el amor, pateando el tablero de la previsibilidad de los géneros y examinando un abanico de emociones contradictorias -subyacentes a personajes de los que no tenemos datos concretos más allá de su comportamiento frente al entorno- a través de una fábula cíclica alrededor de los tiempos muertos y los reinicios de nuestra vida, el misterio del otro semejante y la posibilidad de que estemos en este mundo sólo para morir y no mucho más… sin que en el final importen demasiado las ilusiones de justificación, tengan éstas que ver con el proyecto de un libro, la adoración externa, la inquebrantable integridad de la casa propia, el amor del compañero sexual o la construcción de una familia.
Salí de la sala luego de ver lo nuevo del enorme Darren Aronofsky, confundido y buscando explicaciones. Tratando de ordenar lo visto durante los 121 minutos que dura "Mother!", como un boxeador cuando la cuenta empieza a sonar, y te encontrás en la lona, tratando de incorporarte, desconcertado por el golpe exacto que te propinó el rival. Perdiste el equilibrio y estás buscando aire... "Madre" golpea. Es una alegoría potente, densa y sangrienta. Un golpe al hígado que no viste venir. Vuelve a la carga uno de los cineastas más creativos de los últimos tiempos. Puede gustarte o no, pero desconocer el talento de Aronofsky es casi inaceptable. Si disfrutaste "The black swan", sabés de que va el pibe. El hombre es un vendaval de originalidad, destacado ilusionista de la imagen, quien logra con instrumentos puramente cinematográficos, generar mundos extraños, raros y cíclicos. Explora las fantasías y coquetea con lo lisérgico, desde un costado cercano y delicado. Y en esos universos, propone historias que navegan y se sumergen en las aguas del inconciente y las emociones a flor de piel. Es difícil explicarles de que va la película. Como muchos colegas coinciden, aquí hay dos historias en una, que están unidas perfectamente, pero que aluden a situaciones distintas. En la primera parte, el escenario es la crisis marital y el bloqueo creativo de un escritor famoso, perdido en su propia incertidumbre como artista. Jennifer Lawrence y Javier Bardem componen a esta pareja (en la cinta los personajes principales no tienen nombre de pila), que se lleva años y vive en una casa enorme, alejada de la civilización. Es un paraje desolado que guarda gran simbolismo para el poeta. Su casa (porque era de él y su familia), en un tiempo pasado, fue arrasada por un incendio en circunstancias no determinadas. Sólo él logró sobrevivir a la tragedia y ahora, su joven esposa reconstruye esa enorme casona, parte por parte. Pero las cosas no parecen ir bien entre ellos. A poco de conocerlos, vemos que "Javier" es presa fácil de halagos y eso permite que abra las puertas de su casa a dos personajes raros. Uno jugado por Ed Harris y el otro por Michelle Pfeiffer. Ellos son un matrimonio extraño que visita al poeta por circunstancias que no detallaré. Se instala entonces un escenario complejo donde lo Bíblico, tiene referencias corpóreas en la historia y expande la intriga en el público: ¿Es ésto una película de terror clásica al estilo sectas satánicas o el sagaz Aronofsky se guarda algo más debajo de la manga? Cuando todos ya suponemos que el film tiene un camino claro por avanzar, aparece la calma, el amor renace y todas las piezas se modifican. El cineasta decide alejarse del ritmo metódico y punzante de ese segmento para bajar la velocidad y aplicar un bálsamo paliativo que descomprima tanto misterio, tanta incertidumbre. A partir de allí, decide meterse de lleno en una segunda parte donde termina por conformar sus ideas, pleno de energía y con intenciones de trascender los límites y trasgredir sin falsos pudores. Las convenciones dejan paso a la emoción pura y el desborde, todo muy al estilo Aronofsky. "Es un verdadero apocalipsis", como bien dice Lawrence, en un momento cerca del clímax. Lo es. Dalo por seguro. "Mother!" puede ser definida como una película en la cual se exploran las consecuencias de la fama y la necesidad explícita de los artistas y personajes públicos de nutrirse de su medio para conseguir los fines de permanencia en esa posición. O puede hablarnos sobre el cuidado que debemos tener para proteger el hogar (por qué no la Tierra misma?) y a las personas que protegen ese lugar vital (las madres)... Hay muchos matices y posibilidades en su lectura. Pero no crean que saldrán del cine sin pistas. La película cierra sin fisuras y con todo el esplendor posible para un recorrido sorprendente para cualquier espectador. Podría decirse que es un viaje experiencial, rodado con acierto y superlativas actuaciones. Se qué adentrarse en ella supone riesgos (no la experimenten como una película de género porque no lo es), pero si aceptan el desafío, reconocerán al final el valor de un gran director que tiene aún, muchísimo para dar. Es una gran película. Pero quizás no sea exactamente lo que se espera de ella.
El (Javier Bardem), un escritor que no encuentra inspiración, y Madre (Jeniffer Lawrence) es su joven esposa viven en una casa en el campo. Mientras él dedica su tiempo a tratar de volver a escribir, ella remodela la casa que fue destruida en un incendio. Una noche llega un invitado inesperado, Un Hombre (Ed Harris), más tarde Una Mujer (Michelle Pfeiffer), su esposa. A partir de ese momento comienza una sucesión de hechos extraños que harán a Madre dudar de su esposo y de la gente que lo rodea. “¡Madre!” es una película un poco controversial, con críticas variadas que van desde la mejor película del año a la peor. Lo que podemos decir es que es un film con una trama compleja, no es muy recomendable para personas sensibles o que se impresionan fácilmente. La historia en sí es atraparte, realmente deja pensando al espectador. Con el mismo tono de sus películas anteriores, Aronofsky logra llevar la trama de manera impecable. Por momentos el público logra sentir la angustia del personaje de Madre, sufrimos y nos angustiamos por ella y con ella, que es el objetivo principal de la película. Las actuaciones son realmente muy buenas, en especial la de Jennifer Lawrence, que una vez más conquista al público; ciertamente uno quiere que salga todo bien para ella. Los movimientos de cámara, los planos, las secuencias de acción, el drama y la violencia van a tono con la historia que se está contando. Aunque hay algunas escenas controversiales, hay que entender que es el mensaje que se quiere transmitir a través del relato, por eso son necesarias a pesar de que a veces incomoden. “¡Madre!” es una gran película si se logra entender el mensaje que quiere difundir, una gran metáfora sobre la religión, la tierra y cómo actuamos los seres humanos en distintas situaciones. Algunas escenas no son aptas para todo publico, se entiende el enojo de cierto sectores por los contenidos que se tocan. En conclusión, “¡Madre!” es un muy buen film, con un gran argumento, pero al mismo tiempo no es recomendable para gente muy sensible o impresionable fácilmente.
La poesía y la vida Desde su primer largometraje, Pi (1998), el realizador norteamericano Darren Aronofsky (Black Swan, 2010) ha demostrado una capacidad para sorprender a los espectadores desde distintos puntos de vista a través de la dirección, la mezcla de sonido y la utilización de la cámara, por nombrar algunas características que definen los rasgos destacables de una filmografía maravillosa definida por su visión poética y oscura de la naturaleza humana. En ¡Madre! (Mother!, 2017) Aronofsky retoma el carácter teológico de su tercer largometraje, La Fuente de la Vida (The Fountain, 2006) un film sobre un científico que busca curar de cáncer a su esposa enferma, para ir un paso más allá en una reelaboración bíblica con diferentes aproximaciones que permiten establecer distintos puntos de análisis a partir del eje conceptual que se profundice. En una casa en medio de un bosque un matrimonio convive solitariamente hasta que la llegada de un fanático (Ed Harris) de la obra poética del hombre (Javier Bardem) busca consuelo en su hogar ante la inminencia de la muerte a pesar de la oposición de la mujer (Jennifer Lawrence). El acontecimiento parece presagiar terribles sucesos por venir y desencadena una vertiginosa serie de eventos que terminan en la perdida absoluta de privacidad e intimidad. A simple vista el guión parece una alegoría sobre el génesis bíblico a través de la historia de Adán y Eva, sus hijos Caín y Abel para recorrer aceleradamente el antiguo testamento hasta llegar al nacimiento y la muerte del hijo de Dios con la introducción de la figura materna, desterrada de la mitología monoteísta occidental. Este cambio coloca a Dios como un creador poeta, imagen común en el arte, que crea el mundo y la vida y le da un propósito a la misma pero propone a la madre como el hogar, la naturaleza, que reconstruye desde las cenizas para dar cobijo e inspiración al creador en su proceso creativo. La imagen de la madre como dadora y garante de la vida es una imagen poderosa, presente en las religiones politeístas y panteístas, previas anteriores a la imposición del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, que busca aquí crear una contradicción al interior de las religiones monoteístas actuales desde un punto de vista filosófico y teológico. Así el film hace alusión por ejemplo al mito del eterno retorno, a los símbolos de la madre como la naturaleza, al dios poeta creador, al hombre como lobo del hombre, al apocalipsis como destrucción, entre algunas de las menciones que Aronofsky propone en su compleja obra. Por otro lado, desde un punto de vista de las relaciones humanas, ¡Madre! presenta un relato sobre el abuso de parte de un hombre del amor incondicional y la entrega de una mujer que busca formas de aproximarse al corazón del talentoso hombre que ama y admira, pero también narra la locura y la destrucción que acechan detrás del fanatismo, la envidia, la soberbia y todos los males que la creación y la vida son capaces de desatar. Ya sea desde este punto de vista o desde una perspectiva histórica, teológica o filosófica Aronofsky pone de manifiesto la bajeza humana y los límites del amor en todo su esplendor en un opus desesperanzador hasta el sinsentido y la enajenación. Desde lo formal el director de Réquiem para un Sueño (Requiem for a Dream, 2000) crea una obra innovadora influida de la cinematografía desenfrenada de Pier Paolo Pasolini (Il Decameron, 1971) y la sutileza surrealista de Luis Buñuel (El Fantasma de la Libertad, 1974) que destaca por su mezcla de sonido que busca descolocar al espectador y ponerlo en el lugar de la madre que sufre y debe medicarse para soportar el peso del hogar que sostiene sola. La fotografía a cargo de Matthew Libatique (Noah, 2014) marca los primeros planos con un carácter desgarrador y vehemente resaltando las extraordinarias actuaciones de un elenco estupendo compuesto por una Jennifer Lawrence realmente desoladora y asfixiante, un Javier Bardem completamente templado, un Ed Harris trastornado y una Michelle Pfeiffer punzante. ¡Madre! profundiza así la provocación teológica de La Fuente de la Vida para llevarla hasta los límites de lo artísticamente tolerable por la industria cinematográfica actual y ciertamente mucho más allá de lo teológicamente tolerable por los fanáticos y dogmáticos de distinta índole, ahondando en los padecimientos de una madre naturaleza abusada sin la cual la vida no sería posible en una película tan ambiciosa como extraordinaria. Pero el film también es una crítica sobre las contradicciones de la vida, el amor no correspondido, la adoración y el abuso marcando de esta manera la verdadera función transformadora y provocadora del arte como medio para proponer nuevos horizontes y destruir los escenarios dispuestos para entretener inocuamente sin cuestionar las visiones del mundo impuestas desde el olimpo del capital.
¿ Hasta que punto un ser egoísta, que vampiriza siempre a sus afectos o ante cualquier prójimo, que sucumbe ante al halago hasta límites insospechados, que adora ser adorado pero es incapaz de ningún sentimiento, que necesita siempre que lo amen sin límites, que lo admiren casi o mejor dicho como a un dios no se transforma en un monstruo que asusta mucho mas que cualquier invención apestosa del imaginario popular? Escrita y dirigida por Darren Aronofsky (el mismo de “El cisne negro” y “Réquiem para un sueño”) partió de esa premisa para esta producción que recurre a lo fantástico, a lo desmesurado y operístico para dar la verdadera dimensión de un ser ególatra al extremo. Todo comienza en una casa idílica, ubicado en un entorno verde, muy de revista de decoración. Allí vive un escritor y su joven esposa. Esa casa se incendió en el pasado y ella la reconstruyó pieza por pieza hasta dejarla impecable, aunque algunas inquietudes y crujidos dan cuenta de que algo anda mal. En ese paraíso llega un matrimonio extraño que el protagonista invita a vivir en el lugar. Y poco a poco todo naturalismo se pierde y se llega a situaciones sangrientas e invasivas. Un pequeño remanso y el pandemónium otra vez. Dos horas y un despliegue técnico, delirante, violento, religioso y por sobre todo muy barroco para demostrar que monstruos puede genera un humano, sin ser ni hombre lobo, ni vampiro, ni de otra galaxia o el resultado de una explosión atómica. No hace falta más que enorme y puro egoísmo, incapacidad de amar. Da miedo y desconcierta, es revulsiva pero no deja de ser una original manera de ilustrar lo que ocurre con la mente humana.
¡Madre!: Bendita Tú Eres… Qué difícil hablar de una majestuosidad como lo es el último film de Darren Aronofsky sin caer en el spoiler. Por esto, la primera parte de esta review será spoilers free y la segunda, un análisis más profundo que develará parte de la trama. No se preocupen, avisaré. Un extraño llama a la puerta (1ra parte Spoilers free) Un matrimonio compuesto por Jennifer Lawrence (Ella) y Javier Bardem (Él) viven en una casa de campo, alejados de todo bullicio mundano. Él es un poeta falto de inspiración que busca en la tranquilidad de su nuevo hogar (ya que la misma casa sufrió un incendio pero Ella se encargó de ir reconstruyéndola) la musa que lo lleve a ese nuevo gran éxito editorial que logró antaño. Ella, sin entretanto, es una ama de casa abnegada, tranquila, de modales dulces que apoya a su marido incondicionalmente. De repente, la tranquilidad del hogar se ve interrumpida por la visita de un extraño (Ed Harris) quien dice estar “de paso” y pensó que la casa era una posada (poco después se declara fanático del poeta, y que está en sus últimos días de vida, por eso el afán de conocerlo). Él ve al extraño como un aire fresco en el hogar y se interesa en sus historias como médico, dejando poco a poco de lado a Ella, quien es espectadora de una relación que va quebrándose de a poco. Un día después de la llegada del extraño (y que ya está instalado en el hogar gracias a la hospitalidad de Él) llega su esposa (Michelle Pfeiffer), una mujer madura que viene a completar el caos psicológico en el que Ella va sumergiéndose poco a poco. Ella y la casa, van teniendo una transformación drástica a medida que se suceden cada vez más extraños sucesos en el hogar: extraños pasan como si fuese su propia morada, van y vienen sin que Él haga nada al respecto. Sin embargo, Ella logra quedar embarazada, un hecho que hace que a Él le llegue la inspiración deseada. Como consecuencia logra escribir su obra magna, algo tan perfecto que emociona. Pero lo que en principio parecía la entrada al Paraíso, se va transformando cada vez más en Infierno en vida para Ella, una espectadora que sufre lo inimaginable, y nosotros con ella. ¡Oh Madre, ¿por qué me has abandonado?! (2da parte CONTIENE SPOILERS) "La religión tiene por padre a la Miseria y por madre a la Imaginación"- Ludwig Feuerbach. Antes de comenzar este análisis, quiero advertir que es una apreciación personal y está sujeta a debate, además que puede haber algún que otro tema que me quede sin analizar. Voy a tratar de ser lo más sintético, pero tratando de abarcar la nueva obra de Aronofsky. ¡Madre!, ante todo, es un film religioso. O más bien dicho, sobre la religión y su decadencia y trasfondo humano. Él (Javier Bardem) es Dios. Pero además de ser un Dios falto de ideas, de inspiración, es una entidad que lo mantienen sus “fanáticos”: los primeros, Adán y Eva (Ed Harris y Michelle Pfeiffer), el matrimonio que fue expulsado y vuelve en busca del Padre Creador; que al fin y al cabo nunca conocieron, pero en sus últimos días desean hacerlo. Claro que hay lugar para la batalla de Caín y Abel (Brian y Domhnall Gleeson), siempre en la casa del poeta. este hecho desencadena el sufrimiento de la entidad más importante en esta historia: Ella (Jennifer Lawrence), la Madre Tierra. La que sostiene el hogar antes incendiado. La que sufre porque su marido la deja de lado por la admiración perdida que ahora es nuevamente recobrada, pero abordada por la horda de seres humanos que no entienden que a Él solo le damos entidad nosotros. El ser humano crea al Dios, y no al revés (vital es la foto de Él como estampita, primero impoluta y luego rota y burlada con cuernos dibujados, clara alusión a como las personas demonizamos y endiosamos entidades irreales). La genialidad de Darren Aronofsky es mostrarnos una Madre Tierra que sufre los ataques y el fanatismo religioso en su máxima expresión: algunas veces Ella existe como musa inspiradora, pero al momento se la olvida, y hasta se la maltrata, culpándola de nuestros males, vejándola, brutalizándola a golpes, tratándola de “puta”. Nos olvidamos que LA MUJER es la creadora de vida, y aún así, y ante la pasividad, junto a la egolatría ciega de Él, el hijo de ambos, EL VERDADERO Y ÚNICO HIJO DE AMBOS, es expuesto por Él ante la muchedumbre, fervorizada que termina masacrándolo (un bebé recién nacido, muy fuerte) y comiendo sus partes, al mismo tiempo que se arrepiente de haberlo hecho. Ella finalmente desciende al sótano (el descenso a los Infiernos personales) y vuelve a incendiar la casa, luego que la locura se apropió del hogar en forma de guerras, adulterio y demás nefastos pecados terrenales. Cuando lo que queda del hogar son solo ruinas, la única forma de volver a empezar es el fuego purificador, y solo nuestra Madre sabe que lo mejor es sacrificar su vida, aún en pos de que Él siga viviendo y legando sus escritos, que serán por momentos olvidados, otras veces recordados, pero nunca puestos en práctica. ¡Madre! es una obra de arte que no dejará indiferente a ningún espectador. Sean religiosos, ateos, agnósticos, etc., es un film que seguramente quedará para más de un visionado y mucho análisis posterior. Otra obra maestra de Darren Aronofsky.
¡madre! Una experiencia difícil de digerir, contundente, intensa y surreal. Había leído por ahí que ¡madre! era un film para amar u odiar, o ni siquiera, en realidad sabía que había generado controversia, fui al cine como me gusta ir, despojada de información, sin tener idea de lo que iba a ver, y quedé conmovida, invadida y agobiada. Knock Out. Es bastante complejo contar la película de manera sencilla, o más bien siento que si deslizo una pequeña sinopsis, estaría hablando de otra cosa, no de ¡madre! porque a simple vista vemos una pareja en crisis. Él (Javier Bardem), un poeta con un bloqueo mental, el cual no le permite escribir nuevo material; y ella (Jennifer Lawrence), una compañera que se la pasa arreglando la casona donde viven. Ellos en su quietud y monotonía, reciben a otra pareja (Ed Harris y Michelle Pfeiffer), que irrumpen de la nada y terminan hospedándose en el hogar. Eso es lo que vemos, nos desconcierta porque los invitados actúan raro. Al principio, uno piensa “qué desubicados!” y luego ya nos incomodan, nos sacan de quicio. ¡madre! es el más reciente film del director Darren Aronofsky (El Cisne Negro, Requiem para un sueño). Su mente brillante hizo esta película metafórica, brutal y asfixiante. Un film diferente, no van a ver algo así muy fácilmente. No es una película para pasar el rato, ni para disfrutar con unos pochoclos. Salí del cine con el estómago revuelto, asqueada, afectada. ¡madre! es un viaje onírico, en donde a primera vista la historia que vemos, no es y tampoco tiene explicación. Terminó y la odié. Terminó y no entendí nada. Luego, el día continuó con otras actividades, pero las imágenes de la película invadían mi mente y allí le fui encontrando un sentido. Rebobiné en mi cabeza y encontré pistas que me hicieron ver otra faceta de la película, una posible explicación, que es fantástica, pero prefiero no revelar porque la convertiría en un gran spoiler. El film está lleno de metáforas, referencias bíblicas, puedo mencionar sin considerarlo un spoiler. Pocos films pueden generar tantas sensaciones. Vemos todo desde el punto de vista de Jennifer Lawrence, somos sus ojos, pero también vemos su rostro en primer plano. Todo el tiempo estamos en sus pies. Somos ¡madre!. Y es asfixiante, intolerable. Sentí ganas de que termine en cuanto la película llegó a su primera parte. Y es que en cierta forma hay dos partes. Y si bien la primera genera suspenso, intriga y confusión, porque no sabemos para donde va, y eso molesta, la segunda se torna un poco lenta y sobre todo muy grotesca e impactante. Visualmente intolerable. El trabajo de Jennifer Lawrence es impecable. Esa mujer pasa por todos los estados, la quietud del inicio se transforma en furia. Un in crescendo que la hace estallar hacia el final. Wow! Lawrence es un bestia y punto. En síntesis, ¡madre! es el óleo de un apocalipsis, una tierra que se destruye, en donde no hay peor cosa en este planeta que el ser humano y su egoísmo, maltrato, desamor y brutalidad. Terminé de ver el film agotada, cuál Jennifer Lawrence. Sí, fuimos ¡madre! y menos mal que no fue una experiencia en 3D!
Moderna pero desbalanceada. Lo mejor de la nueva producción del responsable de Pi y Cisne Negro pasa por su cuarteto de protagonistas, que les dan espesor a escenas disfrutables y aciertos de puesta en escena. Pero esta reversión de un clásico que no conviene revelar termina trastabillando. “Me cae bien, le encantan mis libros”, le comenta “él” a su esposa (la película tiene la peculiaridad de que ninguno de sus personajes, del primero al último del elenco, tiene nombre), en una frase casi calcada –con las diferencias del caso– de la que un director de cine argentino pronunció alguna vez en presencia de quien escribe. Muy propio de su relación, ella (Jennifer Lawrence) escucha con cierta sorpresa, pero calla. Enfermedad por excelencia del escritor y el director de cine (no es demasiado aventurado suponer que lo único que hizo Darren Aronofsky para imaginar el guión de Madre! fue llevar al plano del delirio sus propias fantasías), el narcisismo mueve todas y cada una de las acciones de “él” (Javier Bardem, comprobadamente el único actor español capaz de hablar una película entera en inglés sin pasar papelones). Incluso, aunque a simple vista parezca imposible, la de tener un hijo, ése que “madre” (ese nombre dan los créditos al personaje de Lawrence) ansía en silencio y sufridamente. Mater dolorosa. Como bien señaló el colega Luciano Monteagudo en su informe desde Toronto, la película de Darren Aronofsky (Pi, El cisne negro) es, reducida al hueso, casi un calco de cierto superclásico del cine de terror, cuyo nombre no debe ser revelado, a riesgo de espoilearla por completo. Una escena sumamente representativa de la dinámica de pareja de “él” y “madre” (qué molesto se hace tener que llamarlos así), en la que “él” trabaja frente a su escritorio, mientras “madre” lo observa en silencio, es interrumpida por un sorpresivo timbrazo. Ambos viven en una enorme casona en medio del campo, y por lo visto no están habituados a recibir visitas. El que llama es “hombre”, cirujano ortopedista a quien “él” conoció durante una reciente internación hospitalaria. Poco menos que un desecho humano que no para de toser (y de fumar), “hombre” (un huesudo Ed Harris) no tiene casa. Sí, cosa rara para un profesional veterano con empleo estable, pero el guión dice así y así habrá que aceptarlo. Sin consultarle a “ella”, “él” le ofrece alojamiento, que “hombre” por supuesto acepta gustoso. Detrás de “hombre” viene, claro, “mujer”, su esposa, que desde que llega trata a “madre” como a su sirvienta (Michelle Pfeiffer, todavía linda y sexy). ¿Pero qué clase de disparate es éste? En principio, un cruce de melodrama íntimo–feminista con sátira, justamente, disparatada. La cámara señala como protagonista a “madre”, siguiéndola cada vez que se desplaza por el gigantesco caserón, que perteneció a la familia de su marido y que ella está reconstruyendo sola, después de un incendio que la quemó por completo. Todos los seguimientos son con cámara en mano, de modo de subrayar una inestabilidad de la situación desde el punto de vista de “madre”. El mecanismo de inestabilidad es creciente, en la medida en que su casa y su rol van siendo invadidos, y su marido, en lugar de apoyarla, parece estar siempre más del lado de los “invitados”. Hay algo de cuento de hadas en esta zona del relato, no tanto por el tono o el clima como por el juego de roles, con una bruja (Pfeiffer), una pobre Cenicienta (Lawrence) y un príncipe hechizado, poeta que atraviesa un largo bloqueo creativo (Bardem). Hasta que llegan los hermanos malos (Brian y Domhnall Gleeson, haciendo de hijos de “hombre” y “mujer”), que además de comportarse como si la casa les perteneciera (“¿y vos quién sos?”, le dicen a “madre”) protagonizarán una divertida escena de dibujo animado sangriento. Todo frente a los azorados ojos de la dueña de casa, que no puede creer lo que ve. A su vez, hay señales extrañas que vienen desde “el corazón” de la casa, detrás de las paredes, anunciando que esto se dirige al fantástico y el grand guignol. Más allá de aciertos de puesta en escena, de escenas disfrutables y de un cuarteto central de perillas (Jennifer Lawrence vuelve a estar excelente, otra vez en un papel distinto a todos los anteriores), uno de los problemas de Madre! (¿no está faltando el signo de exclamación de apertura?) es la reiteración del esquema invasores–le–toman–el–pelo–a–la–invadida, que se repite en por lo menos media docena de secuencias sucesivas, con distintos grupos de personajes incluso. Otro problema mayor, producto sin duda de la descontrolada audacia de Aronofsky, es que el verosímil trastabilla, tironeado como se ve entre registros de lo más diversos, que hacen tambalear sobre todo la resolución (que sucede a la peor secuencia de la película, una que condensa tiempos, capas y realidades de un modo casi imposible de decodificar). Sería tal vez injusta la comparación con el modelo que la película toma (sin acreditar, por cierto), ya que allí la construcción del verosímil es clásica, por lo tanto progresiva y ordenada, y aquí es moderna, en el sentido más desbalanceado de la palabra.
El hombre que todo construye y también lo destruye. Mother! es el nombre de esta película escrita y dirigida por Darren Aronofsky. Film muy particular y diferente a lo que estamos acostumbrados de ver. No es una peli para ver cómodamente desde la butaca sin conmoverse. La propuesta está en que uno encuentre los significados que se proponen. La forma en que se cuenta es de lo más original. La historia transcurre en una gran casa en el medio de un campo donde la pareja protagonista vive. Y sin aviso caerán por sorpresa uno y luego más invitados. No daremos detalles de más para tu propio asombro. Y aparecen los miedos, es lógico, gente que no conocen se instalan en el hogar. Los dos tienen comportamientos extraños igualmente (Jennifer Lawrence y Javier Bardem) ella es sumamente prolija, está en todos los detalles, limpia, ordena, cocina, lava, y es muy atractiva. Dedica su vida a poner en las mejores condiciones esa casa que había sufrido un terrible incendio. Y acompaña a este escritor que le está faltando inspiración para empezar a escribir su nuevo libro. Intentar develar la simbología utilizada es el desafío para poder desanudarla, desenredarla, entenderla. Porque si no es probable que te moleste rápidamente al no encontrar una respuesta clara, el no saber hacia dónde va, que se te haga un tanto tediosa y con algunos conceptos reiterativa. Y aunque pareciera que hay situaciones extrañas que no tiene nada que ver, lo que hay es un mundo de metáforas. Donde encontramos los miedos, las enfermedades, las guerras, la religión, el fanatismo, la devoción, el sacrificio, el arte, la desconfianza, el egoísmo, la posesión, el embarazo. Está en cada uno encontrar ese mensaje en la cinta, en lo que podría llamarse un cine de adivinanzas. Si ese corazón es un cristal de a quien amas ¿que pasa si se rompe?
Después del fracaso que representó la tan ajena Noah (2014), Darren Aronofsky consiguió tomar impulso para volver a pergeñar un film de su retorcida mente. mother! representa la incursión del director en el género de terror, pero de la forma que solo su estilo tan personal puede crear con sus personajes adictos, objetos en detalles, diálogos obsesivos, ambiente hostil y una realidad deformada. Jennifer Lawrence y Javier Bardem protagonizan una producción que cuanto más intensidad va logrando, más difícil resulta de ver.
Darren Aronosfky es un provocador, cuando se acerca a convencionalismos el público responde de manera positiva, cuando bucea aristas complicadas narrativamente su obra automáticamente genera rechazo. En Madre! logra generar dos historias disímiles pero que ambas responden a una misma lógica, la del avance de la otredad, la banalización y explotación de los ídolos, la fama, el dolor, la pasión, la historia de la humanidad reunida dentro de una casa, una casa que respira y que atrapa a quien ingrese a ella. Los planos cercanos, la cámara nerviosa, rabiosa, configuran una de las más asfixiantes películas, y también inasible, de los últimos tiempos. Lawrence impecable como esa Rosemary actual que busca sentido a su vida.
Alegoría que se hunde bajo su peso Difícil que alguien quede indiferente ante una propuesta tan extrema e impactante como ¡Madre! El propio director habló de "película punk" y hasta la campaña de marketing se basó en el cisma generado entre quienes la consideran poco menos que una obra maestra y aquellos que la detestan. La grieta cinematográfica. Es que casi que no hay término medio posible ante un film de semejante crudeza. La primera mitad de ¡Madre! trabaja sobre tópicos bastante transitados como el de la invasión a la privacidad (unos extraños que llegan a un hogar y van convirtiéndose en una presencia cada vez más perturbadora para los dueños de casa), el bloqueo creativo de un escritor (Javier Bardem) con una esposa sacrificada que además podría funcionar como musa inspiradora (Jennifer Lawrence), y la tentación (y los riesgos) de la celebridad y la fama. El problema es que tras ese inicio inquietante el film -construido íntegramente dentro de una casona ubicada en un paraje rural- cede a la tentación de la alegoría, el simbolismo religioso, el mensaje grandilocuente y la moraleja subrayada. El director de Pi, El luchador y El cisne negro apela a la pirotecnia visual, al sensacionalismo, a la bajada de línea, a referencias obvias (El bebé de Rosemary, El resplandor) y en varios momentos incluso al golpe bajo con picos de sadismo que tienen a Lawrence, sometida a un tour-de-force de primeros planos siempre en situaciones terribles, como dueña del punto de vista y como víctima principal.
Era una cosa, y después, otra Jennifer Lawrence y Javier Bardem son una pareja en crisis asordinada, hasta que llega el delirio. Tiene tanto talento como delirio de grandeza. Darren Aronofsky es el mismo director que puede atrapar con Pi, con Réquiem por un sueño y con El cisne negro y puede desbarrancar con la pretenciosa La fuente de la vida y la catastrófica, en más de un sentido, no sólo bíblico, Noé. ¡Madre! conecta mucho con La fuente de la vida, la película de la que rápidamente se bajaron Brad Pitt y Cate Blanchett para hacer Babel, y terminó rodando con Hugh Jackman (que ni apareció en la première mundial en Venecia) y la por entonces su esposa Rachel Ward. Anécdotas al margen, aquí Aronofsky construye un relato que aparenta ser un thriller, pero con un tour de force antes del final que hace dudar al espectador de varias cosas. Una, la naturaleza misma del relato: ¿no era un filme de terror? ¿Era todo una alegoría? Otra, si le están tomando el pelo. La protagonista es Jennifer Lawrence, todo candidez cada vez que en la mansión semialejada del mundo (literalmente, no hay conexión para el celular, sí un teléfono fijo) se encarga de reconstruir esa casa en la que habita con su pareja, un poeta algo frustrado porque no le sale una rima (Javier Bardem). Ama de casa y creador en crisis, a la pareja le golpea la puerta una noche Ed Harris (los personajes no tienen nombre). Es un ortopedista con problemas de salud, que se dice fan de la obra del escritor, Y a la mañana, toc, toc de nuevo, es Michelle Pfeiffer, que es la esposa del que llegó a la noche y que se mete donde no debe. Por ejemplo, en el cuarto de la planta de arriba donde el poeta se encierra a crear y que no permite que nadie ingrese sin su presencia. Para más, hay un extraño cristal que el poeta observa allí, en su cuarto, con desvelo, y que… Como ¡Madre! comienza como un thriller con aires de terror –la casa termina teniendo vida propia, esto es algo que se adivina de entrada), hay cierta sangre que no se va, un sótano con sorpresas, y varios etcéteras-, lo que sucede después puede ser un descalabro. Y lo es. Aronofsky salió a esclarecer -que un cineasta tenga que explicar su película nunca es buen síntoma de nada- que su filme trataba sobre la sociedad actual y… Cada uno podrá encontrar las aclaraciones que le guste, pero El bebé de Rosemary y Repulsión ya fueron hechas por Polanski. O sea. Lawrence es, en verdad quien soporta en todo sentido todo lo que sucede en la película. Porque habrá más gente que golpee a la puerta, y que generará un desconcierto, o una intriga en el mejor de los casos, que se disipará pronto cuando el delirio se apodere de la trama. Lo dicho, Aronofsky puede demostrar ser muy hábil con la construcción psicológica (El cisne negro) o hasta física de sus protagonistas (Mickey Rourke en El luchador), pero aquí la filosofía, por definirla de alguna manera, le cae fuera del encuadre.
Pocos cineastas de la órbita del Hollywood actual pueden enorgullecerse de ostentar una obra tan compacta y coherente como la de Darren Aronofsky. Desde su ópera prima, Pi, el cineasta neoyorquino no ha dejado de ampliar, película a película, el alcance de su proyecto narrativo y espiritual, basado en la representación laberíntica de ideas elementales: la dimensión trágica y sublime del amor, la idea del talento creativo como losa existencial y una concepción cristiana del sufrimiento como camino hacia la iluminación. En el plano estilístico, pese a la afectación realista de El luchador, el tiempo y el éxito han demostrado que la verdadera esencia de Aronofsky es la del cineasta pictórico y pirotécnico, hijo del impulso fantasioso de Georges Méliès, en su cara más megalómana, efervescente y efímera. En ¡Madre! Aronofsky juega al despiste con el espectador: lo que empieza como un drama matrimonial deviene un thriller de invasión al hogar, para luego precipitarse por una peripecia apocalíptica y esquizoide que tiene algún punto en común con el desquiciamiento de El club de la pelea. He aquí una película que nunca deja de girar, con pulso terrorífico y surrealista, en torno a una situación poderosamente arquetípica: la mujer embarazada y neurótica que no acepta ser el segundo plato de un marido dominado por el narcisismo del artista/creador. Ideas que se hilvanan a través de sendos homenajes a El bebé de Rosemary y El resplandor, incrustados en un trabajo formal que explora la subjetividad trastornada del personaje de Jennifer Lawrence. Como ocurría en El cisne negro, uno tiene la impresión de que Aronofsky aspira a conquistar un territorio de vigor plástico y transgresión narrativa propios de la obra de Brian De Palma. El problema es que el psicologismo de baratillo y la parafernalia digital de Aronofsky no pueden competir con la luminosa autorreflexividad de De Palma. Mientras De Palma juega con Hitchcock, Aronofsky maneja una versión de bolsillo de la Biblia.
Está bien, hay una sola estrellita. Darren Aronofsky, dicen, escribió este cuento alegórico donde los personajes se llaman “Él”, “Madre”, “Hombre”, “Mujer” en cinco días. Se nota. Hay una pareja: él es un escritor bloqueado, ella se dedica a restaurar una casa. Hay un objeto vidriado que significa “algo” y de afuera llegan al estéril hogar dos extraños que turban el orden. Pasan bastantes cosas más, todas del orden del “acá queremos decir algo importante”, mezclado con imágenes a veces chocantes y otras risibles. Pero cuidado: Aronofsky, de tan desbordado y tan “mirá mamá, filmo sin manos” que es, a veces genera algún fotograma sorprendente, y nos hace pensar que no hay muchas películas así. Es cierto, Buñuel –en “La edad de oro”, hace noventa años– lo hizo mucho mejor. Pero quizás ¡madre! (en minúsculas) divierta un poco con su desproporción, su despropósito.
Quizá es un escritor frustrado, y de ahí la mirada cruel que hace, de un poeta, un demonio vanidoso. Quizá tiene razones para manifestarse contra la creación artística y sus musas inspiradoras, y para eso concibe un horror film alegórico: la musa fagocitada por la creatividad. O quizá detesta a las mujeres, y de ahí el ensañamiento con sus protagonistas femeninas, con frecuencia víctimas de palizas, violaciones y humillaciones aberrantes en su filmografía, (de la que hay que exceptuar El luchador, proyecto Mickey Rourke). O quizá hay algún asunto no resuelto con la figura materna, vaya uno a saber. Son todas conjeturas que pasan por la cabeza después de ver ¡Madre!, la nueva película de Darren Aronofsky, el de El cisne negro y Réquiem por un sueño. Esta vez, el ensañamiento de Aronofsky tiene la forma de cruza, de casa embrujada con ritual maléfico. Lo primero está claro desde el preámbulo, cuando un efecto digital tipo botón de photoshop va convirtiendo un lugar en cenizas en una casona preciosa, iluminada por el sol. Lo segundo se infiere sin esfuerzo, apenas la protagonista deambula por el caserón, y se asusta frente a la aparición de su marido. Pronto sabemos que la casa es de él, que se incendió y fue reconstruida por ella, con sus propias manos. Se supone que es el lugar donde deben y quieren estar solos, para que él escriba y ella termine su trabajo. Pero empieza a llegar gente extraña. Aronofsky cita, homenajea, ideas que tuvieron otros cineastas. Imposible no linkear con el Polanski de El bebé de Rosemary, alguien dijo Bergman, y hasta viene a la cabeza el Buñuel de Viridiana, con aquella otra casa magnífica invadida por extraños que todo lo comían y todo lo tocaban. La primera hora de película mantiene la atención, el suspenso por averiguar hacia dónde irá todo esto. En ese tramo de película de misterio y terror dark a secas, está lo mejor de Madre!. La segunda hace del misterio un estallido de situaciones cada vez más bizarras -¡tentación de spoiler!- que van desquiciando a la pobre ama de casa. Si hay una fuerza natural capaz de mantener con vida todo el asunto es Jennifer Lawrence, claro. Pero su papel (ella es Mother, y Bardem, Him, háganse la idea), el de una mujer servicial cegada por el enamoramiento, es tan poco agradecido que la violencia obscena parece responsabilidad de su propia estupidez. Es cierto que, la buena o los malos, Aronofsky no parece mirar con cariño a ninguno de sus personajes, títeres de su pretenciosa metáfora. Sobre el loco fanatismo por las celebridades, conviene volver a Misery.
La Biblia del Poeta y la Madrecrítica de ¡madre! En el medio de la nada, una mansión victoriana a medio terminar. Dentro de ella, un famoso poeta incapaz de seguir escribiendo es amorosamente acompañado por su joven esposa, quien a la vez se dedica a reconstruir la antigua vivienda después de que un gran incendio la destruyera antes de conocerlo. Su tranquila vida es interrumpida una noche por un hombre que golpea la puerta buscando un lugar donde quedarse: se hace rápidamente amigo del poeta, para descontento de su esposa. Con el mismo rechazo recibe al resto de la familia del hombre, que durante los días siguientes se le instalan sin mucha contemplación, no solo invadiéndola sino ignorando por completo sus deseos o pedidos. Todo parece volver a su cauce cuando finalmente logra deshacerse de los intrusos, quedar embarazada y ayudar a que el poeta vuelva a crear. Pero cuando su nuevo libro se publica sólo sirve para atraer a nuevos invasores. Insatisfacción y creación: Si la descripción inicial parece algo confusa es en parte porque los personajes no tienen nombres que los identifiquen, aunque si al salir todos hicieran una lista seguramente habría muchas similitudes entre ellos, porque el simbolismo es fuerte y presente en cada gesto. Como en cualquier rompecabezas, después de que las primeras piezas encuentran su lugar van delatando en cadena la posición de las otras. Hay mucho para hablar de la trama de ¡Madre! pero muy poco que se pueda contar sin develar algo que sería mejor no saber de antemano. Sin embargo, hay algo que merece la pena anticipar: a pesar de lo que parece prometer el trailer no estamos frente a una película de terror, e ir esperando sentarse con un balde de pochoclos a entretenerse con una mansión embrujada o un asesino serial, es una decepción segura. La película empieza un poco por ese lado, aunque pronto demuestra que solo le interesa quedarse con el clima de tensión de ese género: el susto no figura en sus planes por más que explota componentes sobrenaturales para sostenerse. La trama comienza apacible y va subiendo de ritmo hasta volverse un bombardeo a medida que más gente entra a esa casa, algo que podría interpretarse como otro de los tantos símbolos que nos tira por la cabeza. Religión, ambientalismo, fama, egocentrismo. Son las referencias y metáforas las que empujan hacia adelante la narrativa, pidiéndonos el esfuerzo de mantener la atención sobre lo que está sucediendo al mismo tiempo que seguimos intentando descifrar lo que pasó un instante antes, desenmarañando el surrealismo que se vuelve progresivamente más intenso. Todo lo que vemos pasa por el filtro de los ojos de la abrumada protagonista. Jennifer Lawrence no sale nunca de cámara, con un desafío actoral que -prejuzgando- estaría fuera de su alcance, pero del que sale bastante airosa, aunque quizás la cara de pánico y confusión constante no fuera actuada. Con menos tiempo en pantalla son más intensos los trabajos de los personajes que la rodean, como el ambivalente Poeta (Javier Bardem) que dice amarla, y los primeros intrusos (Michelle Pfeiffer y Ed Harris) que se dedican a sacarla de balance con su actitud de ser los únicos que entienden lo que está pasando. Aronofsky se preocupa de que nos sintamos tan confundidos como la protagonista, incluso moviendo la cámara en círculos tan rápidos que replica en nosotros el malestar que ella siente en determinados momentos. No le alcanza con mostrar una historia que apenas explica y que todos los demás dicen entender, parece querer provocar una reacción física en el público. Y ese es el principal punto sobre ¡Madre! Es una película compleja pero tampoco indescifrable, y si alguien se perdió en el camino la última escena debería alcanzar para que pueda desandarlo y entender el resto. Hace falta entender aunque sea una parte para poder disfrutarla, pero entenderla no implica disfrutarla. Es claro que el director quiere tomar riesgos que incomoden y apuntar a una respuesta emocional además de una intelectual. Junto al bombardeo de imágenes simbólicas que nos pide descifrar pretende una reacción más visceral, que de ser posible ofenda o disguste, y eso es algo para lo que no hay tantas reglas objetivas. Seguramente habrá parte del público que se pierda en la trama y no le guste, también habrá una parte que aun entendiendo de lo que se está hablando tampoco va a gustarle, porque no es una cuestión de ser más inteligentes o cultos sino de correr el riesgo. Conclusión: Es difícil recomendar ¡Madre! al público masivo. No solo por su trama compleja o su fuerte contenido, sino porque no alcanza con entenderla: la película además pretende generar una conexión emocional que no a todos les interesará lograr.
HAY UNA SOLA Llega la película "rara" del año, así que prepárense para la controversia y el WTF? Darren Aronofsky viene acumulando delirios místicos desde “La Fuente de la Vida” (The Fountain, 2006). Con “Madre!” (Mother!, 2017) lleva la alegoría religiosa hasta el extremo y es ahí donde puede dividir las aguas entre críticos y público. “Madre!” es muchas cosas, casi imposible definirla. Es un drama doméstico, una historia de terror de “casa tomada”, un thriller de misterio y una metáfora enorme sobre la creación en todos sus aspectos. Todo arranca (y concluye) en una casita soñada en medio de un páramo alejado del mundo, casi paradisiaco. Ella (Jennifer Lawrence) es una esposa joven y abnegada que apoya incondicionalmente a su marido escritor (Javier Bardem), quien atraviesa un terrible bloqueo creativo. Mientras él intenta salir adelante en su arte, ella se dedica a reconstruir la vivienda (destruida tras un incendio), una conexión casi biológica con cada una de sus paredes, puertas y escalones, que la motiva y la aterroriza al mismo tiempo. Todo cambia con la llegada de un extraño (Ed Harris) que viene a interrumpir la tranquilidad de la pareja. Pronto se suma su esposa (Michelle Pfeiffer), dos hijos y un conflicto que desencadena el caos. Pero nada de esto es importante. Cuando nos queremos dar cuenta la trama, por momentos absurda e inverosímil, pasa a un segundo plano para descubrir todos los simbolismos que esconde a simple vista. Ahí es donde Aronofsky se descontrola y este pequeño gran escenario (la casa) se convierte en el centro del universo, de la historia de la humanidad, el rol de la mujer, la relación del hombre con la naturaleza, y un sinfín de analogías religiosas que se entremezclan con un argumento demasiado macabro y mórbido. “Madre!” no pretende generar controversia, pero sí todo tipo de discusiones sobre sus temas. La idea es atestiguarla con cierta incomodidad, sufrirla, de la misma forma que lo hace su turbada protagonista. Imposible entrar en muchos detalles sin “spoilear” cada uno de los significados que se desprenden de la película, para muchos un WTF? incomprensible, para otros un manifiesto ambientalista sobre la creación universal, y por qué no, la artística. Acá el cómo es tan importante como el qué, y es ahí donde entra en juego la mano maestra del realizador. Los planos, la puesta en escena, la iluminación, incluso el granulado que generan los 16 mm…, todo circunscripto a las paredes de esta vivienda, a veces paradisiaca, otras tantas opresiva. Lawrence puede ser amorosa, dedicada, tierna, desconfiada y paranoica (toda una madre). Su actuación, como casi todo en la película, llega a un extremo y alcanza picos de locura, por momentos un tanto molestos. Pero eso es lo que quiere Aronofsky, mantener nuestra guardia bien en alto y la incomodidad a toda costa. No se priva de las imágenes más explícitas, aunque todo está pincelado con su particular estilo visual y alegorías, muchas alegorías. Como gran parte de la filmografía de Aronofsky, “Madre!” es un tómalo o déjalo. Un “lo amo” o “lo odio”, pero nunca pasa ante nosotros desapercibida. Esta película es más interesante como metáfora provocadora y punto de partida para la discusión y el análisis, más que como obra cinematográfica hecha y derecha. No es mala, tampoco es maravillosa; puede volarte la cabeza o agarrarte totalmente desprevenido.
Quizá el virus de Malick (El árbol de la vida) contagió recientemente a Aronofsky, pero cierto es que la película alcanza un punto en que el director se propone, sin miramientos ni disimulo, levantar vuelo; pero no solamente un vuelo conceptual, metafórico y audiovisual, sino hasta filosófico y trascendental. Había tomado carrera de forma envidiable con ese inicio, había atravesado sin trastabillar un tramo inclemente aunque pulcro y sin fallas, y todo venía preparado para el despegue. Pero desde que la invasión a la privacidad de la protagonista adquiere tintes surrealistas y se propicia una sucesión de secuencias oníricas es justamente cuando ¡Madre! pierde fuerza, precisamente en el momento en que podía haberla redoblado.
Fallida metáfora, pura controversia La película trata sobre una pareja que recibe a un matrimonio desconocido en su hogar en contra de la voluntad de la mujer. Con el correr de las horas, lo extraño comenzará a ser costumbre. Una pareja (Jennifer Lawrence, Javier Bardem) recibe a un médico desconocido en su hogar, y el dueño de casa invita al hombre a pasar la noche sin muchas explicaciones y en contra de la voluntad de su mujer. Al otro día, llega la esposa del médico, quien también se instala allí. Con el correr de las horas, lo extraño comenzará a ser costumbre, un hecho tras otro, en lo que jugará como un despiste para el espectador. Al menos en apariencia. Drama y suspenso formarán parte de la primera parte en el filme de Darren Aronofsky, un extraño cineasta que fue alabado por “Pi”, y “Réquiem por un sueño”, sus primeros largometrajes, y fue un gran hallazgo en la elogiada “El cisne negro”. Es necesario conocer algo de la trayectoria del director para no caer fácilmente en el juicio de haber sido engañado, aunque eso sea exactamente lo que sucede. A conciencia, Darren abre el juego en la segunda parte a una serie de hechos que circulan la metáfora ritualista de la religión cristiana (con una primera sección en la que se denotan referencias constantes al Antiguo Testamento) pero de manera extravagante y forzada. Despistados La idea parece ser todo el tiempo confundir. ¿Es terror?, ¿es un thriller psicológico? o ¿es una metáfora en sí misma lo que vemos en la pantalla grande? No está mal generar un debate o una reflexión dentro de un filme, pero la improbable respuesta a alguna de estas cuestiones apunta más a pensar que en realidad la confluencia de diferentes elementos que se suman escena tras escena sólo tienen la intención de generar controversia más que dejar ideas en las cabezas y corazones de los espectadores. Por otro lado, el hecho de que el largometraje sea un rompecabezas que se arma y desarma todo el tiempo, es rescatable en cuanto tiene la intención de entretener o mantener en vilo. De todas formas, se trata de un fi lme que promete mucho más de lo que cumple.
La historia se desarrolla en una mansión en las afueras, alejada de todo, la habita un matrimonio compuesto por una mujer encarnada por Jennifer Lawrence, quien se encarga de restaurar la casa, las tareas del hogar y es la musa inspiradora de un escritor famoso (Javier Bardem), quien se encuentra bloqueado en su aspecto creativo y cuida una piedra de cristal, un símbolo especial que pertenece al pasado. Con el correr de los minutos notamos que ellos se encuentran en crisis y al abrir la puerta de entrada a la casa una serie de situaciones raras se desatan, ingresan un hombre (Ed Harris), luego su esposa (Michelle Pfeiffer), tiempo más tarde dos hijos de estos y una serie de personajes que van a desatar el posterior devenir de situaciones realmente extrañas. Un mundo inquietante que atrapa al espectador (hay que ir con la mente bien abierta), con una serie de elementos sobre naturales, surgen los miedos que tenemos al crecer, a ser padres, están los temores a lo que le pueda pasar a nuestros hijos, las pérdidas, las incertidumbres, infidelidad, ansiedades, frivolidades, frustraciones, injusticia, egoísmo, fama, vanidades, y la relación con los fans, además toca varios temas para analizar. Es un film interesante, juega con el espacio y el tiempo, donde se pueden hacer distintas lecturas, está lleno de metáforas, símbolos, mensajes y elementos que aportan a la reflexión. Su relato resulta asfixiante, inquietante, claustrofóbico, hay pánico, con toques apocalípticos y su terror esta en los interiores. Los personajes transmiten mucho desde la mirada, lo gestual y lo corporal, ninguno de estos tienen nombre. El elenco se destaca; un gran trabajo de Bardem (quien representa al tiempo y a al artista), excelente, Lawrence (ella es la Madre tierra) vuelve a brillar, esta impresionante (entiende bien sus personajes y a su pareja Aronofsky), Ed Harris extraordinario, es un actor que siempre rinde y Pfeiffer a los 59 años, mantiene su belleza, sensual y de un gran profesionalismo. Una gran dirección de arte, y bajo la gran dirección Darren Aronofsky (“Noé”, “Cisne negro”, “El luchador”, “Pi, fe en el caos”). Cierto hilo conductor a “La semilla del diablo” de Roman Polanski.
Al parecer Darren Aronofsky ama las alegorías, en Madre! nos presenta una tan obvia y explícita que resulta imposible no tener una reacción al respecto. Y las reacciones han recorrido todo el espectro de las emociones, del amor al odio, sin grises. Aronofsky regresa al thriller paranoico en la vena de Pi (1998) y Cisne Negro (2010), pero ninguno de esos filmes llegó a los limites de la paciencia y el insulto a la inteligencia del espectador que nos presenta Madre! Sí, los elementos habituales de su cine están aquí: la descomposición mental de su protagonista, las imágenes en primer plano, la cámara en mano que adoptó desde The Wrestler (2008), la pretenciosa pompa de The Fountain (2006), y el descenso a la locura total en el último acto, pero todo esto está trabajado dentro de una escala temática del tamaño de La Biblia (no mencionaré el esperpento Noé). Las ideas pueden ser grandes, pero el guión de Aronofsky es paupérrimo, dejando a Madre! como un ejercicio cinematográfico donde presenciamos a un director/guionista conducir una única y ridícula idea, directamente al precipicio más alto imaginable. Es una de las películas más jugadas que se haya visto con este talento en pantalla, pero también es una de las más absurdas. Salvo por las actuaciones de Javier Bardem, Ed Harris, Michelle Pfeiffer y -especialmente- Jenniffer Lawrence (que tiene experiencia en actuar muy bien en muy malos filmes: Silver Linings Playbook, American Hustle, Joy, Passengers) la película falla totalmente en cada rubro posible. Madre! parece existir en un espacio propio y revuelto en la ensalada intelectual de su creador, tanto en lo que se refiere a sus personajes como a las diversas referencias literarias, religiosas, mitológicas y autorreflexivas que harían sonrojar a José Narosky. Si alguién tuvo el atino de resguardar su salud y no verla, le cuento, Madre! es una metáfora sobre la madre tierra… y lo que le hacemos al planeta ¿Tiene unos minutos para Greenpeace? El tercer acto donde vemos al personaje (sin nombre, oh!) de Lawrence ser golpeada y su hijo recién nacido ser asesinado, debe funcionar como la ostensible alegoría. ¿Necesitamos ver esas imágenes para entenderlo? En el contexto mundial de empoderamiento y neofeminsimo, que Aronofsky haya pensado que esta era la manera de subrayar su punto es incomprensible. La falta de especificidad de Aronofsky llevará a la cinefilia snob a defender este film sólo por ser una rara avis de la cartelera global. En realidad todo lo que impulsa el filme es apenas esa metáfora gigante, un movimiento tosco que no funciona ni antes, ni durante, ni cuando se revela el “secreto” en el acto final (si alguien no pudo adivinarlo a los 15 minutos de metraje cuando se habla del “creador” y de convertir la casa en un “paraíso”). La forma, las imágenes naturistas y el grano de los 16mm que usa el director, no tienen ningún peso si lo que se pretende demostrar es que en realidad esta no es sólo una película de “home invasion”, sino algo mucho más profundo. El comentario social se pierde en la zoncera de la práctica. Estos personajes sin nombres hablando de la vida, la creación y la muerte e intentando ocultar lo que realmente está pasando es un recurso barato que hará inentendible el film para el público masivo y demasiado estúpido para el resto. El puro compromiso de Aronofsky de seguir su única idea hasta el final de la manera más extrema es valorable, casi admirable. Pero es demasiado tarde cuando la naturaleza de la conclusión no puede escapar del hecho de que está al servicio de una concepción malnacida. Madre! es fácil de admirar por su ambición, pero aún más fácil de descartar por su pobre ejecución.
Me gustan los directores que quieren volar, que ansían más, no me molesta que sean “pretenciosos”. La nueva película de Darren Aronofsky no deja indiferente a los espectadores. Si bien Aronofsky puede estar “obsesionado” con algunos temas y sea reiterativo en sus cintas, muchos directores hacen lo mismo, tal vez, incluso, esté exorcizando esos temas que lo inquietan en sus películas, ejemplo con su anterior film: Noé (2014). ¿Por qué le pedimos tanto a él? Cuando aplaudimos tanques comerciales para un público poco exigente ¿Acaso no puedo comparar? Sí, puedo. Hay mucha clase de cine, y de espectadores. También puedo ver una película de superhéroes y tan solo paso un buen momento. No salgo pensando en nada. Pero puedo considerar que es buena y no me llevo absolutamente nada. Sin contar la historia puedo decir que Madre! es surrealista, es un film distinto a lo que suele verse en pantalla grande. Es desagradable y agradable a su vez. Con primeros planos que te asfixian, que ponen nervioso al espectador. Incluso marean. Madre! presenta alegorías que uno va viendo a lo largo de la historia, pueden ser “obvias” para algunos, pero tratar de explicar la vida misma, el origen de todo y dentro de una vieja casa de madera, tiene mérito, y doble mérito que el director también escribió toda la obra. Con las brillantes actuaciones de Jennifer Lawrence, que puede hacer cualquier papel con una naturalidad que fascina, para ganar siempre un Oscar. Interpretando en este caso a una mujer casada, perturbada, sufrida, agobiada y confundida (¿como toda mujer casada?). Siempre detrás del hombre, a sus pies. Entendemos también eso. Por su parte, Javier Bardem, con solo verlo genera miedo. Miradas demenciales nos regala durante las dos horas de película. Siempre se ha dicho; o amás las películas de Aronofsky o las odias. Y así es, esa dualidad está generando este director. Personalmente prefiero eso. Me cansa la unanimidad. Por momentos, la historia, me trasladó a un libro de Clive Barker. A un mundo de pesadillas sin salida, de entrar en un limbo para luego reiterar el peor infierno una y otra vez, por toda la eternidad. Eso es desesperación. La vida, muchas veces, es terror, como este film que cuenta con la dosis justa de horror, y que intenta explicarlo todo. Con la demencia necesaria (e incluso un poco más), y tintes religiosos que no pueden faltar. Hay referencias sobre todo, y se entienden, no quiere esconder nada Aronofsky, no quiere que descifremos un increíble secreto, lo muestra de manera cruda, pone las cartas sobre la mesa y las vemos, una por una. Contado de una manera artística, poética y dolorosa como un vientre que se desangra, como un alma inquieta vagando enajenada. Aronofsky marca su indignación por el mundo en sus diversas áreas. Se entiende el mensaje y llega a cada frágil corazón en medio del caos. Puede ser predecible, incluso con sus simbolismos, pero es una historia original y creativa. No es tarea sencilla tratar de explicar la vida misma, y la decisión de hacerlo de esa manera. Vale la pena, al menos que atrape a algunas almas sensibles en este mundo de constante horror y sin sentido.
Intenso ejercicio de misantropía trash Podríamos dividir la filmografía de Aronofsky en dos; por un lado sus películas terrenales (categoría que no implica que no tengan momentos surrealistas, de hecho los tienen): Requiem for a dream, The wrestler y Black Swan; y, por el otro, las místicas: Pi, The fountain y Noah. Su séptimo hijo, por supuesto, debía entrar en el grupo místico. De todos modos, más allá de que Madre! pueda pertenecer a ese grupo, es la primera de su creador en reunir claramente y por más de sólo algunas secuencias, características de ambas categorías. De hecho, está prácticamente partida en dos: se compone de una primera hora dividida entre el drama naturalista y la dinámica de ciertas formas del cine de horror, y una segunda hora en otro tono, más cercano ideológica y estéticamente a sus tres películas más religiosas y donde las influencias parecen estar ligadas a tres cineastas a los que Aronofsky admira: Fellini, Buñuel y Jodorowky. La alegoría que sobresale –y que además de formar parte del título fue explicada por el propio director- es la relacionada a la reformulación de una parte del libro del Génesis del antiguo testamento. La pareja protagonista, compuesta por los personajes de Bardem y Lawrence- representa una relación entre Dios y la madre naturaleza, sendos habitantes de una casa que representa tanto a un posible paraíso como a la tierra y que sufre la catastrófica invasión de la humanidad a partir de la llegada de una pareja de extraños (Adán y Eva) y sus hijos (Abel y Caín). Sin embargo, no todo es misantropía trash envuelta en relatos de la Torá, la primera hora, sin el barroquismo, la violencia gráfica y la lógica pesadillesca que predomina en la segunda, tiene una intensidad vital que sintetiza lo mejor del director. Potencia cinética y profundidad emocional que Aronofsky ya había mostrado en varios pasajes de Requiem for a dream, The Wrestler y Black Swan, sus películas de, entre tantas otras cosas, pérdida y dolor. En esa primera hora pareciera conseguir aún mayor intensidad que en aquellas y con menos recursos a la vista. Apoyado fundamentalmente en el trabajo de las caras de Jennifer Lawrence y los planos cerrados que la contienen. En la primera hora, que además rebota cómoda en los resortes del horror, Aronofsky vuelve a declararle su amor a Polansky. El Bebé de Rosemary brota de los escenas incluso más rápido que la alegoría religiosa y que la sangre del corazón de la casa. Cuando todavía no está del todo subrayado su juego de representaciones, Lawrence emula a una desconcertada Mia Farrow avasallada por la caradurez de los invitados de turno. Las fabulosas caras de Ruth Gordon y Sidney Blackmer son reemplazadas por las del inoxidable Ed Harris y la cachonda MILF Pfeiffer. El encadenamiento de planos subjetivos, con los que se nos ubica en el lugar del personaje de Lawrence constantemente, consigue que la paranoia y la tensión entren una espiral mefistofélica. Paradójicamente, cuando el director prende todas sus cañitas voladoras y se arma para la joda grossa, la tensión se diluye. Toda la construcción del suspense es abandonada y se instaura un régimen surrealista menos complaciente con el espectador. De todos modos, el desconcierto provocado por la ruptura del relato no es impericia sino provocación del realizador. Lo que no parece buscado es la disminución de la tensión que acompaña el pasaje del tono minimalista al barroco. Aronosfsky compone quirúrgicamente un relato para luego destruirlo y mandar al carajo al género y al espectador hambriento de resoluciones clásicas. Un ejercicio audiovisual salido de las entrañas de un Hollywood aniñado que por suerte, cada tanto, muestra los pelos canosos de sus huevos caídos.
La experiencia de ver Madre! en el cine es como sentarte en un bar al lado de un borracho triste (los peores) que descarga sus penas durante dos horas ininterrumpidas, el día que te dieron un ascenso en el trabajo. Ya sea porque lo afectó la crisis de la mediana edad o simplemente se enojó con la vida, El director Darren Aronofsky utilizó este proyecto para descargar toda su furia contra la humanidad en lo que representa una de las obras más delirantes que llegaron a la cartelera este año. La calificación de esta reseña es prácticamente simbólica porque se trata de esa clase de producciones que está por encima de los puntajes. Creo que al margen de la opinión que cada espectador pueda tener sobre la película, los seguidores de este cineasta deben verla en una sala de cine y dejarse llevar por la experiencia lisérgica que ofrece el relato. Madre! tiene la virtud de ser una película que no te deja indiferente y ya sea que la ames o la odies se trata de una obra artística que al menos despierta reacciones y debates, algo que no ocurre con la gran mayoría de los estrenos que llegan semanalmente a la cartelera. Hay que darle el crédito al director por animarse a tomar riesgos en un tiempo donde la industria de Hollywood sólo apuesta a las mismas fórmulas argumentales que se explotan una otra vez. La impresión personal que cada espectador puede tener después frente al film es un tema diferente, pero es positivo que cada tanto surjan esta clase de historias que desconciertan al público y generan polémica. En Madre! Aronofsky utiliza la conflictiva relación entre un escritor famoso que enfrenta un bloqueo creativo (Javier Bardem) y su joven musa (Jennifer Lawrence) para trabajar diversas alegorías. Entre los temas principales tiene una presencia destacada una metáfora de la historia de la Biblia, desde la creación del Paraíso hasta la Pasión de Jesús. El rol de Lawrence vendría a representar el espíritu de la Madre Tierra, Bardem encarna el rol de Dios y la casa que habitan se convierte en una recreación del planeta que es vejado por la naturaleza violenta del hombre. Esa es una interpretación posible pero otro espectador podría tener una lectura diferente y también sería válida por la manera en que está construido el film. De todos modos, no es necesario contar con un master en psicología para seguir la trama, debido a que Aronofsky aborda las metáforas bíblicas y la simbología que contiene su relato con la sutileza de un violinista que toca el instrumento con una motosierra. En lo personal la película me pareció más interesante en los momentos en que se trabaja la relación tóxica del artista con su musa, más que las secuencias surrealistas que evocan el cine de Ken Russell (The Devils) y Roman Polanski. En esas escenas todo es tan grotesco y delirante que uno tiene la sensación de encontrarse frente a un happening hippy de los años ´60. De hecho, durante los 15 minutos finales tuve la ilusión que Marta Minujín apareciera gritando ""¡arte! "¡arte!" mientras destruía los muebles de la casa de Jennifer Lawrence pero lamentablemente no se dio. Desde los aspectos técnicos Mother! tiene la calidad visual que estamos acostumbrados a ver en el cine de Aronofsky y la labor de todo el reparto es impecable. Celebro el regreso de Michelle Pfeiffer que se extrañaba muchísimo en el cine. El director utiliza numerosos primeros planos (la mayoría se concentran en el rostro de la protagonista) que refuerzan con solidez la sensación de claustrofobia que transmite el escenario principal. La historia es narrada con mucha tensión y a diferencia de Personal Shopper, de Olivier Assayas, una película mucho más pretenciosa que esta, la experiencia que propone el director nunca se vuelve aburrida. Tal vez en la intención de abordar tantas alegorías juntas, que se refieren también a la ecología e inclusive el culto a la fama en Hollywood, la película se vuelve demasiado abrumadora y cae en algunos excesos de mal gusto en el retrato de la violencia. No obstante, el mayor inconveniente con este film es que más allá del lamento de borracho triste que expresa el director, donde se nos recuerda una y otra vez lo retorcido que puede ser el hombre, la historia no tiene razón de ser y todo se limita al collage de alegorías políticas y religiosas que no tienen sentido. De los últimos trabajos que hizo Darren Aronofsky este es el que menos me gustó pero si sos amante del cine tenés que conocerla y permitirte tener tu propia experiencia.
Que difícil escribir sobre Madre. Es una película demasiado compleja para analizar y ni hablar para puntuar. Así que pido por favor que no presten atención a la calificación que le di porque en este caso es decorativa. A un film de estas características y complejidades no se le puede asignar un número, así que los invito a terminar de leer el presente texto en el cual intentaré -sin spoilers- brindar un panorama aproximado de lo que esta obra puede transmitir. Sin duda alguna nos encontramos ante el trabajo más polémico de Darren Aronofsky (Requiem para un sueño, El Cisne Negro). No es su mejor película y tampoco es la peor. Sale por una tangente. Madre es una experiencia en sí misma, y toda la controversia que se armó con la crítica y los espectadores cuando se estrenó en Estados Unidos acrecentó su corte diferencial. Tal como dijo su creador: “Piden algo distinto, acá lo tienen. No entiendo las quejas”. De repente nos encontramos espiando el matrimonio compuesto por Jennifer Lawrence y Javier Bardem, de quienes nunca escuchamos sus nombres al igual que los de ninguno de los personajes. Él es un escritor que se encuentra dentro de un largo bloqueó creativo y ella lo acompaña mientras reconstruye y decora la enorme casa en la que viven y que nos enteramos que fue destrozada en un incendio en el pasado. De por sí vemos actitudes y cosas raras en los protagonistas y en su entorno, pero todo se enrarece aún más cuando entran a escena los personajes de Ed Harris y Michelle Pfeiffer. Las reacciones y actitudes de todos son inentendibles y alejadas de la realidad, y cuando creés que estás entendiendo lo que pasa, la historia pega un giro impresionante. Dos puntos de giro en realidad. No puedo describirlos por razones obvias pero si captás la alegoría que intentó hacer Aronofsky vas a tomar la película de cierta manera y disfrutarla, pero si se te escapa va a ser imposible entrar en sintonía. Es un 50 y un 50 por ciento. Vas a ver escenas grotescas (una demasiado), y presenciar mil metáforas. Todo es metalenguaje narrativo. Algunos podrán comparar esta producción con la obra de David Lynch, y puede ser que haya algo de ello. De la misma manera en la cual hay mucho homenaje a Alfred Hitchcock, en lo narrativo. Me partió la cabeza la forma que el director eligió para contar la historia: salvo por un par de planos, todo se cuenta con plano medio que se abre y se cierra sobre Lawrence, y un contraplano con su subjetiva para que miremos lo que su personaje ve. Una genialidad absoluta y muy bien utilizada en este caso porque nos desesperamos y nos asfixiamos con ella. Madre me dejó pensando por horas, y creí haberla entendido pero me doy cuenta que no. Tiene varios niveles de lectura, tal vez demasiados. Es un desafío tremendo no solo como espectador sino como ser pensante. Te incomoda, te golpea, te sorprende, te irrita, te da bronca, la querés silbar y la querés aplaudir. Madre es todo eso, y todo eso causó Aronofsky en mí y en muchísimas personas. Vuelvo a repetirlo: ver esta película es una experiencia. Y entiendo si los deja knock out de maravillados o si se indignan y se levantan de la sala a los 40 minutos. Ambas posturas son válidas y comprensibles. Les recomiendo que se desafíen a sí mismos y que vayan a verla para discernir qué les ocurre. Es una gran oportunidad para experimentar algo diferente en una pantalla de cine y no da para dejarlo pasar
Casa tomada Madre (Mother!, 2017), la nueva película de Darren Aronofsky, es una alegoría meticulosamente plasmada en la pantalla grande con todo el rigor y talento visual de un buen director. El problema es que, como toda alegoría, posee una única y asfixiante interpretación, y ni bien entendemos cuál es el mensaje de la película el resto es puro circo. ¿Cuál es el mensaje de la película? Hay pistas en la composición del afiche, un flagrante plagio de El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968); en el tráiler, el título, los créditos. Más vale ver la película sin saber nada sobre ella, excepto que fue hecha por Aronofsky, y de alguna forma toda su carrera desemboca en Madre La moralización de Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000). El esoterismo de La fuente de la vida (The Fountain, 2006). El simbolismo de El Cisne Negro (Black Swan, 2010). La temática cristiana, abordada literalmente en Noé (Noah, 2014). La única omisión parece ser El Luchador (The Wrestler, 2008), probablemente la más humana y conmovedora de sus películas. Su ausencia es la ausencia de interés o peso humano, lo cual tiene sentido, porque Aronofsky no quiere contar una historia humana sino una alegórica, en la que todo personaje (ninguna lleva nombre) representa algo más que sí mismo. Abunda el simbolismo a prueba de púberes. La mancha de sangre que no se quita. El corazón que se va ennegreciendo. La reliquia de cristal a punto de romperse. La casa que se va prendiendo fuego. Los actantes, por no llamarlos personajes, son interpretados por Jennifer Lawrence y Javier Bardem, una pareja aislada del resto del mundo en una casa de campo. Él es un poeta a la espera de nueva inspiración. Ella se mantiene ocupada restaurando la casa tras un terrible incendio que consumió todo. La vida es idílica, más allá del descontento del poeta, hasta que llega un hombre (Ed Harris), admirador del poeta, a instalarse en su casa. Al hombre sigue una mujer (Michelle Pfeiffer), y a la pareja siguen dos hijos (los hermanos Brian y Domhnall Gleeson). Se establece un patrón: el personaje de Bardem está más que contento de invitar y agasajar cuanta persona se aparece en la puerta de su casa, indiferente a sus impertinencias, y el personaje de Lawrence le toca sufrir y reparar el caos que van sembrando los huéspedes. La lástima que sentimos por el personaje de Lawrence en el primer acto se disipa hacia el segundo, para cuando comprendemos las reglas del juego, y desaparece del todo en el tercero, cuando la anarquía crece fuera de proporción y alcanza una bacanal tan grotesca y sanguinaria que resultaría intolerable para el espectador si no pudiera resguardarse tras el recurso de la metáfora. Las actuaciones son un punto fuerte. Jennifer Lawrence no termina de mudar la piel de ídolo adolescente pero da una de sus mejores interpretaciones. Javier Bardem es adecuadamente servil, distante y odioso. Ed Harris y Michelle Pfeiffer, presentes durante la primera mitad de la historia, son temibles y excelentes. Madre se anuncia como una de las películas más polémicas y divisivas del año, empezando por la mezcla de aplausos y abucheos con la que fue recibida en Venecia y pasando por la crítica internacional, que ha dado puntajes tan altos y tan bajos como permite la escala. ¿Cuánto sufre la película al romperse el frágil hechizo de la alegoría? La historia termina reducida a un sencillo (si bien lúgubre) mensaje. En algún punto es admirable que un estudio como Paramount de luz verde a una película de autor, nacida de un guión original, sin chances de enhebrar un universo de secuelas, con una visión tan misántropa de la humanidad y un papel tan humillante para su estrella principal. Madre no es una experiencia placentera, pero está hecha de manera tan osada e ingeniosa que vale la pena verla en el cine. Por morbo o fascinación, como quieran llamarlo. No va a haber otra igual.
Mother! es el Opus del momento, del director Darren Aronoksky que abandonó la tradición familiar judía y religiosa que pregonaba para dedicarse al arte. Desde entonces, nacieron sus obras maestras Requiem por un sueño, La fuente de la vida, El luchador o Pi (Fe en el caos), Cisne Negro y; su contrapartida más arriesgada: Noé, cuyo tópico bíblico replica en Mother! Esta nueva joyita plagada de significantes y metáforas, protagonizada por Jennifer Lawrence y Javier Bardem que serán los dos ejes de la trama inmersos en la vorágine perturbadora de una mansión donde ocurren sucesos inesperados que los alejan y, al mismo tiempo, unen como pareja. Esta dualidad y el poder simbólico intrínsecos denotan la imposibilidad de encasillar el presente largometraje de Aronoksky en un género específico. Desde el primer minuto, pivotea entre thriller y drama; posicionando al espectador en un rol activo. Lo perturba y a cuentagotas brinda detalles para que a libre albedrío revele el mensaje oculto, arriesgado y polémico detrás de esta madre peculiar. A grandes rasgos, el guión trasciende en una única locación: la casa victoriana que yace en medio de la nada -A saber, rememora el arca de Noé-. Allí se presenta la intimidad de una pareja: La mujer sin nombre (Lawrence) es ama de casa y dedica su vida a esperar conformar una familia mientras restaura la mansión de su enamorado que está desbordado tras haber perdido todo, o casi todo, post-incendio. Sin embargo, su contrapartida, el reconocido escritor (Bardem) que la duplica en edad, está en otra sintonía: su objetivo es encontrar la inspiración y terminar su nuevo libro en una habitación que logró recauchutar. Así pasan días, meses… hasta que el desencuentro y el vacío de alma/cuerpo cobra vuelo: la ausencia sexual se traduce en psicosis y la aparente tranquilidad deviene en caos. Esto se acentúa cuando una plaga de fanáticos del escritor visita su hogar, sin previo aviso. Los primeros en ingresar son el matrimonio interpretado por Ed Harris y Michelle Pfeiffer; Berdem complacido y conmovido por la llegada de sus fans les brinda hospitalidad sin consultarle a su mujer, como si ya no existiese en esa dimensión. Esta situación se replica ante la llegada de los hijos de aquel matrimonio y, luego, más huéspedes hasta que, un buen día, todo el pueblo esta encerrado en esas cuatro paredes que ella con amor restauró y corrompen el hogar. Hasta aquí vemos el lado A de la historia que apunta a un thriller dramático. Sin embargo, hay un lado B: Preiffer y Lawrence comenzarán a tener charlas filosóficas sobre el concepto de la ausencia, la muerte en vida, la fe… a punto tal que Lawrence siente la soledad en su mayor expresión y comienza a deambular por los sitios inhóspitos de la mansión, percibiendo cosas que creía imposibles. En estas escenas, propias del cine fantástico, el público observa la casa poseída y percibe alegorías, metáforas, manchas inesperadas que denotan cómo el frenesí de la creación artística obnubila al autor y el sueño de alcanzar la fama pone en peligro su familia (Desván familiar inspirado en Hamlet y Kafka). En este sentido, Aronoksky converge que la inspiración nace del caos, desorden y la multitud; no del estadio de paz. Al mismo tiempo, hace clara denuncia metafórica a la historia bíblica y al Arca de Noé cuando la familia pende de un hilo ya que, metafóricamente, Bardem interpretaría a Dios y Lawrence a la madre naturaleza. Ambos viven en el paraíso hasta que Dios crea a Adán y Eva quienes irrumpen y traen el caos, literalmente: ¡La casa se inunda! Y la naturaleza se adueña de la existencia humana; redireccionando su rumbo. Este clímax permite llevar la trama a su máxima expresión simbólica. Párrafo aparte para la dupla protagónica Lawrrence-Bardem cuya impecable performance da vida al relato y los complejos universos que representan: él es el plano artístico -la figura del escritor- y ella el biológico -la figura de la madre que espera el nacimiento de un hijo-. Cuando sus universos chocan y se ramifican en el presente mundo capitalista se genera el éxtasis buscado por Aronosky. Nace la angustia de la creación humana. En este sentido, el espectador comprende que los personajes no tienen nombres porque son genéricos, al igual que todo ser humano en medio de tanta corporación y universo abstracto donde prima el silencio. La falta de banda sonora transmite más angustia discursiva. Estos elementos sumados a la artística, DF y cameos in-house en una locación precisa disparan múltiples resultados al espectador en el ritmo lento buscado, de suspenso hasta el minuto final en haras de saber qué está ocurriendo. Mother! Logra su objetivo: Perturba. Aborda el universo metafórico y metafísico en su máxima expresión y, en consecuencia, consigue multiplicidad de miradas en la civilización actual cinéfila. Habrá quienes digan que, por momentos, rememora La Semilla del Diablo de Román Polanski, otros podrán mimetizarla con Noé. Consigue ponderar la creación del mundo capitalista del ser humano como arma de destrucción, producto del egocentrismo, la adoración por el culto a la fama, la manipulación de los recursos del planeta y principalmente el desamor.
El amor nunca muere Luego de tres años sin dirigir, Darren Aronofsky (Réquiem por un Sueño, El Cisne Negro) vuelve a la pantalla grande con un thriller psicológico que presenta las actuaciones protagónicas de Jannifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris y Michelle Pfeiffer. En el medio del campo hay una casa. Una casa de madera, vieja, grande, que oculta más de lo que muestra. En ella vive una pareja. Él, hombre de mediana edad, culto y resuelto dedica su vida a la escritura y ella, bastante más joven, solo tiene ojos para él y para hacerlo feliz por eso el inicio de la historia la encuentra remodelando la mencionada casa que, más tarde sabremos, tiene un gran valor sentimental para él. Y en ese contexto, el conflicto aparece. Resulta que un buen día, un conocido del señor escritor se presenta de improviso alterando la rutina y los nervios de su mujer. Porque sus actitudes son extrañas, porque desoye las sugerencias que ella le hace y porque parece que piensa quedarse a pasar unos días a pesar de ser prácticamente un desconocido. Después aparece su mujer y hasta sus hijos, todos con el mismo abuso de confianza que empieza a minar lentamente la tranquilidad que esta pareja había sabido construir. Lo que tenemos es una atmósfera opresiva, asfixiante que sirve de telón de fondo para una historia que no se molesta en hacer demasiadas presentaciones sino que le propone al espectador descubrir lo que tiene que saber partiendo del inicio del relato y de ahí para adelante, sin demasiado contexto previo ni nada que le permita presagiar lo que vendrá. Esto, sumado al ambiente de incertidumbre que rodea a los personajes sienta las bases de una historia que genera tanto misterio como incomodidad en todo momento, sensaciones que nunca dejarán de ganar en intensidad hasta ese punto de explosión que parece acecharnos con su inevitable llegada desde el minuto cero. Por lo dicho, queda claro que la mano de Aronofsky dice presente en todo momento dada la importancia que ese clima de hermetismo a presión tiene para la historia. Esto lo logra con una muy buena dirección de actores, prescindiendo prácticamente de cualquier tipo de música y con muchos planos medios de la protagonista, el personaje de Jennifer Lawrence, mientras esta recorre su casa en una caminata frenética e incesante intentando encontrarle sentido a la situación que se encuentra viviendo. No está de más decir, en este sentido, que la labor de Lawrence es tan buena como fundamental para sustentar el relato. Su personaje es el de un ama de casa joven, devota y hasta sumisa por lo que su evolución dramática experimenta un arco muy pronunciado conforme avanza la acción y, tanto en un extremo como en el otro, Jennifer Lawrence está a la altura. Lo mismo cabe para Javier Bardem en su rol de coprotagonista y para Ed Harris y Michelle Pfeiffer, quienes aportan y mucho en eso de darle argumentos a la protagonista para perder su paciencia estilo zen. Una película que aparenta ser de lo más simple y mundana toma un cariz inquietante y hasta sobrenatural gracias a un director tan particular como es Aronofsky, que acá también es guionista, para terminar con una reflexión final muy bien trabajada y de profunda reflexión sobre el último tema en el que uno podría estar pensando mientras la ve, como es el amor.
“¡Madre!”, el ego insaciable El cine de Darren Aronofsky nunca fue fácil de digerir. Aún en sus mejores momentos (“Pi”, “Réquiem por un sueño”, “El cisne negro”), el director neoyorquino se mueve en los extremos y genera controversia. “¡Madre!”, su nueva película, viene a confirmar esta regla, pero esta vez el resultado general es desparejo. Aronofsky construye una alegoría desbordada sobre el ego insaciable de los artistas y la gente que termina viviendo a su sombra. El fin es interesante, los medios son cuestionables. En el centro de la historia hay una pareja que vive en una casona en medio del campo. El (Javier Bardem) es un poeta (aparentemente reconocido) que está pasando por un bloqueo creativo. Ella (Jennifer Lawrence) es una ama de casa dedicada y musa inspiradora, que pasa sus horas reconstruyendo el viejo caserón después de un incendio. Un día llegan al lugar visitantes inesperados: un admirador del poeta y su mujer, una extraña dupla que termina resultando una amenaza para la protagonista. “¡Madre!” es, en esencia, un derroche de recursos cinematográficos: la película arranca como un thriller psicológico, suma elementos del cine de terror clásico (hay referencias a “El bebé de Rosemary” y “El resplandor”) y retoma al final su tono alegórico. En el medio el director amaga con una sátira disparatada, tira pistas falsas, se excede, derrapa y por momentos se vuelve a levantar con la invalorable ayuda de los actores (tanto Lawrence como Bardem están fantásticos). Todo esto suena como una montaña rusa, y lo es, aunque no hay tanto delirio surrealista como se anticipaba ni tantas imágenes violentas que generen rechazo. Lo molesto es que Aronofsky intenta todo el tiempo despistar y manipular al espectador, y al final, para colmo, subraya el mensaje.
Darren Aronofsky está de regreso con ¡Madre!, película que continúa su estilo caótico y desconcertante, de la mano de un destacado grupo de actores encabezado por Jennifer Lawrence. ¿De qué se trata ¡Madre!? Un matrimonio vive feliz en una casa aislada. Él (Javier Bardem) es un famoso escritor que ha perdido la inspiración y ella (Jennifer Lawrence) es una abnegada esposa dedicada a reconstruir la casona donde viven y que ha sufrido un incendio. La llegada de visitantes inesperados (Ed Harris y Michelle Pfeiffer) enrarecerá el ambiente hasta límites insospechados. Darren Aronofsky, la locura y la extrañeza Cuando vas a ver una de Aronofsky (El cisne negro, Pi), sabés que no vas a encontrarte con algo convencional. Eso puede salir bien o mal. En ¡Madre!, el director es fiel a su estilo, ese que no da todo servido en bandeja sino que apuesta a la metáfora y al sinsentido para narrar historias de angustia. La buena noticia es que Madre! resulta un film atrapante, que se entiende (sin ser obvio) y que va por el camino de lo inesperado. ¡Madre! no es un film tradicional, no, para nada, pero si suficientemente accesible. Bendita combinación. Aronofsky toma la arriesgada decisión de focalizar el relato de principio a fin en el personaje de Jennifer Lawrence y todo lo que pasa -TODO- lo vemos a través de su perspectiva. Los personajes, sin nombre, empiezan a convertirse en seres habitados por el misterio y Madre! acaba volviéndose un thriller no convencional. Con qué te vas a encontrar al ver ¡Madre! ¡Madre! puede volverse agobiante en su constante seguimiento de Jennifer Lawrence pero no tanto como para resultar molesto. La película tiene una primera mitad ligada al thriller para luego tomar el camino de la locura, en una serie de secuencias dominadas por la metáfora y el retrato desquiciado del fanatismo, la religión, la guerra y los medios. Todo eso sin salir de la casona, el único ambiente donde transcurrirá la película. Con una fotografía que acompaña la atmósfera sombría y el terror – sí, porque a su manera ¡Madre! también es una película de terror- el film propone una historia que mezcla terror psicológico, elementos sobrenaturales y drama en iguales dosis. El destacado elenco acompaña de maravillas el relato. Desde Lawrence que vuelve a demostrar que puede hacer todo -y se lo creemos- hasta la extraordinaria Michelle Pfeiffer que regresa triunfal con un personaje que le calza perfecto. Bardem y Ed Harris completan el talento al que nos tienen acostumbrados. ¡Madre! entretiene, atrapa y tiene en vilo. Ideal para quienes quieran ver algo distinto y quedarse pensando. Puntaje: 8/10 Título original: Mother! Duración: 121 minutos País: Estados Unidos Año: 2017
Crítica emitida el sábado 30/9 de 20-21hs. en "Cartelera 1030" por Radio Del Plata (AM 1030)
EL ARTE DE LA ARROGANCIA Hay cineastas chantas con talento con los cuales uno va y viene (Lars Von Trier), otros chantas sin talento con los que uno no se amiga nunca (González Iñarritu) y una tercera clase de chantas que calificarían como arrogantes. Darren Aronofsky es uno de ellos, un tipo que más allá de un par de títulos rescatables como Pi o El luchador, se cree siempre por encima de todo lo que filma. ¡Mother! es una ensalada de, por lo menos, diez clásicos de terror con unos bocadillos buñuelescos mal horneados. La asfixiante historia, especie de materialización de esas pesadillas donde uno padece la intrusión de personas a la propia intimidad, se sostiene solo por breves lapsos ante la desmedida voluntad del director por llevar el argumento a terrenos carentes de verosimilitud y someter a una mujer a la tortura infinita. Seguimiento con cámara pegada a la protagonista como para que sepamos que el tipo está presente siempre y una serie de recursos efectistas que saturan a la media hora, son algunos de los adornos ofrecidos. Toda la primera mitad ya confirma la intención de acumular tópicos recurrentes. El primero que se manifiesta es el del síndrome del escritor ante la página en blanco. El personaje de Bardem (qué feos le sientan estos papeles) parece abrumado pese al idílico lugar que habita junto a su joven mujer (Jennifer Lawrence) dado que no logra plasmar una línea creativa. Luego, el tema de la invasión a la privacidad domina la atención a partir de la llegada de Ed Harris y Michelle Pfeiffer, una excéntrica pareja, dos viejitos simpáticos ante nuestros ojos que encarnan todo lo reprimido en el matrimonio anfitrión. Una vez que se exhibe el juego dramático, el resto es una progresiva cadena de elementos disparatados cuya resolución confirma que Aronofsky nunca supo cerrar la historia y se regodea en el sufrimiento ajeno (señal que había que captar en El cisne negro, otro cocoliche tortuoso) sin un ápice de autenticidad. Lo suyo es la pose capaz de encuadrar con parsimoniosa belleza la situación más desagradable que pueda haber pero desde un lugar falaz. Como si fuera poco, como si no bastara desperdiciar un ejercicio de género bañado de ampulosidad, incurre en el terreno de la alegoría de manera tan arbitraria que hay un momento en que uno no sabe si reír o putear. La última media hora utiliza la acumulación sin asco, con la mayor dosis de sensacionalismo. Allí surge el otro tópico, caído como un aerolito: el precio de la fama y sus consecuencias. La casa tomada del matrimonio deviene en un infierno dantesco que no tiene retorno del disparate (aclaremos: una cosa es un festival cinéfilo, libre, desprejuiciado, atrevido, políticamente incorrecto y otra cosa esta mediocre fotocopia mal hecha; la diferencia entre Aronofsky y los otros es que éste invita todo el tiempo a las metáforas). A esta altura, la exasperación se cura levantándose o con un calmante. Pocas veces preferí la luz del día antes que la oscuridad de la sala. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
No puedo creer o entender lo que acabo de ver. Más que nada entender. Me costó muchísimo poder descifrar el trasfondo de esta película, pero ahora que he leído y entendido varias cosas puedo digerirla mejor y comprender mejor su todo. A mitad de la película me di cuenta que los personajes no tienen nombre. Son “El Poeta” “La Madre” “El Invitado” y así sucesivamente y debo admitir que eso es algo que me gustó mucho. No darle nombre, pero darles personalidad, y unas fuertes personalidades. El dúo que comienza la película está muy bien, un Bardem que se luce y una Lawrence que también lo hace y siempre es lindo verla en pantalla grande. Luego aparece Ed Harris y la eterna Michelle Pfeiffer que también tienen una gran actuación. La banda sonora va tan de la mano con la película que hasta no la percibís. Son increíbles los efectos sonoros que hay en la película. Otro elemente importante es que todo ocurre en una sola locación, y para que la película funcione en este solo lugar la fotografía y el buen uso de la cámara ayudan mucho. El film me mantuvo todo el tiempo expectante, porque nunca terminaba de entender que estaba pasando, ¿porque Lawrence hacia lo que hacía? ¿Por qué el personaje de Bardem actuaba de esa forma? Algunos van a tildar de pretencioso y arrogante al director Aronofsky, y puede ser que lo sea. Mi recomendación: Vale la pena verla, me parece que va a dejar pensando a más de uno. Mi puntuación: 7.5/10 ZONA DE SPOILERS Pero la alegoría a Dios, a la pacha mama, y a todo lo que sigue a esto es increíble, sutil y hasta soberbia. La devoción hacia este Poeta que escribió palabras maravillosas (¿la biblia?) hace que se vuelvan locos sus seguidores, y este Poeta no tema en recibirlos con los brazos abiertos y así el caos reina en su casa, en su mundo, en su planeta tierra. Y entre 10 y 20 minutos pasa afuera y dentro de la casa toda la historia de la raza humana, con guerras incluidas.
SIMBOLISMOS CADUCADOS Darren Aronofsky es parte de ese panteón de directores que, gustosos del riesgo, dividen las aguas entre espectadores fanáticos y detractores de su obra, y ¡Madre! es la propuesta más radical y personal del cineasta dentro de su filmografía. Lo que comienza como un thriller psicológico pausado, con clima misterioso y de autor, nos sitúa en un viejo caserón con un matrimonio joven recién instalado, quienes nunca revelan sus nombres. Él un escritor con un importante grado de egocentrismo que busca desesperado inspiración para comenzar su nueva novela. Ella, en cambio, sumisa y complaciente, le brinda el contexto para su comodidad, ocupándose de los quehaceres del hogar hasta pintando las paredes añejas de la casona, tal vez con la intención de recuperar la atención que su marido supo depositar en ella. Así como su afiche, el principio del film nos muestra una fotografía preciosa que recuerda pinturas hiperrealistas donde la figura protagónica de Jennifer Lawrence se vuelve la mirada del espectador. Este escenario abstracto tiene un clima silencioso y tenebroso que a la vez genera incertidumbre. Para el personaje de Lawrence, los diferentes espacios de esa casa guardan secretos y comienza a explorarlos sin dejar de sentir que es observada. Todo comienza a potenciarse con mayor graduación cuando al hogar llega un enigmático hombre interpretado por Ed Harris. Este, pensando que aquel lugar era una posada, es sin embargo recibido con eufórica hospitalidad por “el dueño del hogar” que es Bardem, quien lo invita a hospedarse sin consentimiento alguno de su esposa. Y como si fuera poco, al día siguiente cae la mujer -Michelle Pfeiffer- de este aparente doctor especializado en “fracturas”, que no hace otra cosa que apropiarse de la casa abriendo habitaciones prohibidas y mostrando un atrevimiento desenfadado. Esta invasión no tardará en hacer mella en la protagonista, que se siente desbordada, aislada y sin apoyo ni autoridad alguna. Algo que parece conectar de forma inmediata a la fisonomía de la casa, jugando con los distintos estados de ánimos de Lawrence. Es decir, con luz si existe tranquilidad y con resquebrajamiento y deterioro en los mayores momentos de paranoia. Solo esto será la antesala del delirio, donde luego la intrusión tomará una escala masiva con un significado alegórico y múltiples interpretaciones. El thriller a esta altura se desdibuja y comienza llanamente la pesadilla del terror. ¡Madre! logra no dejar indiferente a nadie. Sin embargo, ese desquicio de su último tramo no será tomado de la misma manera, dividiendo a quienes piensan que la obra se trata de una pérdida de tiempo de quienes sostendrán el relato con teorías religiosas y/o naturalistas y, por supuesto, disfrutándolo. El espiral asfixiante que atraviesa Lawrence recuerda al misterio que atraviesa a El bebé de Rosemary, pero prescindiendo de esa narrativa eficaz, líneal y sólida. ¡Madre! a la vez podría estar muy cerca de un capítulo de Black Mirror, aunque no alcanza el impacto directo y crudo con moraleja social. Y es que tal vez Aronofsky se ahoga en su propio simbolismo, donde incluye cierto grado de violencia y escenas de gore estableciendo solo un circo gratuito que causará polémica entre los más conservadores. Estas convenciones, sin embargo, aportan un tibio relleno, ya que la historia del cine tiene un frondoso prontuario de films que supieron escandalizar al público dependiendo del contexto social de sus promociones. Y ¡Madre! le hace cosquillas al listado porque cae en los lugares comunes de las propuestas fílmicas radicales. Propuestas que ya caducaron pero que sin embargo, en este caso no serán olvidada por la chapa de su director.
Con Madre! Darren Aronofsky desarrolla una mirada reflexiva sobre la sociedad moderna y busca, a través de una alegoría bíblica, exorcizar sus demonios y angustias. Una película difícil de encasillar en un género y que para entender toda su simbología es necesario verla más de una vez. El juego cinematográfico de Darren Aronofsky no está exento a caer en críticas duras y también a cierta incomprensión por parte del público. A lo largo de su filmografía se puede observar un tema recurrente: el ser humano. Le atrae en cierta forma, realizar una autopsia a esta figura, analizando sus virtudes, defectos y por sobre todo identificando su espiritualidad. Escribe sus personajes teniendo en cuenta que su realidad está sesgada por recuerdos, pensamientos y creencias. Esboza en ellos las preguntas que todo ser humano se ha planteado en algún momento: la relación entre vida, enfermedad y muerte; el rol de la naturaleza y como la humanidad interactúa con ella; las consecuencias de los actos egoístas, ya sean contra los demás, la Tierra o uno mismo. A través de su arte intenta exorcizar estas dudas planteando posibles respuestas. No sorprende que en su séptima película recurra al mismo tipo de análisis. Los personajes de Madre! no tienen nombre. Nunca los mencionan. Jennifer Lawrence y Javier Bardem encarnan un matrimonio que vive recluido en una mansión rural, completamente aislados de la sociedad. Él es un poeta que busca superar su bloqueo mental y conseguir inspiración para su nueva obra, ella es un ama de casa enfocada en reconstruir un hogar desde las cenizas. El vínculo entre ambos es tenso y por momentos extraño. Esto se incrementa cuando llega a su puerta un hombre (Ed Harris), luego su mujer (Michelle Pfeiffer). Negado a escuchar a su esposa, el poeta les da alojamiento. Sin saber que está intromisión generará un clima de hostilidad, malestar y odio en el interior de la casa. Este no es un film convencional, va mutando al correr de los minutos y exige distancia y compresión para entender a qué dirección va. Aronofsky tiene a su favor su capacidad de mantener al público en tensión, abrumándolo con escenas claustrofóbicas y perturbadoras. La ausencia de banda sonora es clave para incrementar el suspenso. Y el hecho de que ocurra todo en una misma locación ayuda al juego psicológico que intenta el director. La narración tiene varias visiones, desde una ruptura matrimonial, la guerra entre los sexos, el inminente Apocalipsis y hasta incluso la paranoia social. Al final va a ser el espectador quien decide cuál es el mensaje. Lo que tiene en su contra es que el desenlace es largo y con muchos excesos, pero no deja de ser un gran ejercicio visual. Lo que comienza como una invasión a la privacidad se transforma en una perturbadora alegoría bíblica que busca reescribir él génesis en la modernidad. Mención aparte para el gran trabajo de fotografía de Matthew Libatique, fiel colaborador de Aronosfky desde su comienzo. Y también hay que destacar el trabajo actoral de los protagonistas, principalmente Bardem y Lawrence que son capaces de cargar con un argumento agobiante y estar a la altura de la intensidad de cada episodio.
Historia de supuesto terror centrada en lo que le sucede a una pareja compuesta por un escritor y su mujer, la nuevo del realizador de “El cisne negro” es –en palabras de un célebre autor– “un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia que no significa nada”… ¡Ay, el ego de los creadores, el sufrimiento del artista torturado! Ese gran problema contemporáneo. ¿Qué sería del cine sin esa película en la que los creadores nos muestran, desgarrándose, sus problemas creativos y su relación con sus enloquecidos fans? ¿Cómo podríamos sobrevivir sin saber lo traumados y, a la vez, monstruosos, que pueden ser? Por suerte, un autor del tamaño y el talento de Darren Aronofsky (?) viene a sacarnos de la duda, viene a ofrecer –casi literalmente– su corazón para que lo diseccionemos. ¡MADRE! es una monstruosidad de película, un ejercicio de auto conmiseración y masaje al ego disfrazado de mea culpa, una muestra de abyecto desprecio por el espectador (el que va a la sala pero en especial el que está representado en la propia ficción) y, finalmente, una película que no hace más que repetir ideas trilladas sobre todo por parte de un realizador que cree estar expresando algo original cuando no hace más que versionar de modo falsamente experimental ideas sobre el arte, el matrimonio, la familia y el cine que son, por lo menos, retrógradas. Por no decir imbéciles. Uno puede suponer que sus problemas creativos y matrimoniales lo llevaron a imaginar este escenario de filme de terror: el artista torturado, su devota esposa y una casa, antigua, que ella ha reconstruido con amor y devoción (ya que todo en la vida de ella pasa por el bienestar de él) mientras él miraba su propio ombligo con cara de Javier Bardem mirando su propio ombligo. Ella, en la piel de Jennifer Lawrence, solo parece tener un deseo de realización personal: tener un hijo. Según Aronofsky, es obvio que para eso es que las mujeres existen en el mundo. Nada más que para sus hijos y su marido. Y, claro, para verse sexys en camisón… La película no es otra cosa que una extensa alegoría a partir de una disolución matrimonial generada por la tensión entre el ego desmesurado del artista y aquello de “me debo a mi público” (quienes, obviamente, no son otra cosa que un tendal de zombies descerebrados) con los deseos de domesticidad y vida familiar de su mujer. En la cabeza de Aronofsky, seguramente, ¡MADRE! es una suerte de autocrítica, pero viendo la construcción de sus personajes y la lógica de su estructura termina claramente siendo todo lo contrario. Durante su primera mitad funciona, más allá de su infinidad de clichés, como una suerte de película de suspenso vagamente “polanskiana” en la que la casa de esta pareja es prácticamente invadida por otra (Ed Harris y una gran Michelle Pfeiffer, claramente lo mejor del filme) que llega supuestamente por error pero luego se convierten en invitados insoportables, especialmente para J. Law, que sólo quiere cocinar, lavar y mirar a su marido embobada mientras él se mira la nariz. J. Bard, en cambio, disfruta la presencia de estos invasores porque, ya verán, ellos tienen sus motivos ocultos para estar ahí. Esa primera parte de una película dividida claramente en dos termina de manera bastante absurda. Pero, de todos modos, si todo el filme concluyera allí no sería tan grave. La verdadera monstruosidad viene después, pero no conviene adelantar demasiado. Solo diré que es una supuestamente pesadillesca y, uy, provocadora acumulación de situaciones que intentarán demostrar, una y otra vez, lo ya planteado de entrada: la lucha entre el ego del artista sufriente frente a la adorada devoción de su noble y un tanto idiota esposa. Pasará de todo, literalmente, pero el problema no es lo absurdo, escatológico y delirante de lo que sucede, sino las ideas banales –podríamos agregar adolescentes y abyectas– que sostienen todo lo que se ve en el filme. Un catálogo de imbecilidades disfrazado de una autocrítica que no se la cree ni el propio director de NOÉ…
People are strange En una de las múltiples entrevistas que ha ofrecido Lucrecia Martel en el último mes, ella mencionaba cuáles fueron sus razones para eliminar la violación de una esclava del montaje de la película: su intención era no alimentar las fantasías violatorias que mostrar una escena de violencia de género podría generar en nuestra sociedad. Martel no se sintió capacitada para lidiar con las implicaciones de incluir semejante escena en la película. A lo largo del metraje de mother! (con minúscula y signo de exclamación, como querría su director) pensé mucho en este comentario: la película se posiciona en la vereda exactamente opuesta, narrando el suplicio de una mujer a lo largo de dos horas que alcanzan picos de tensión inusitados; también ofrece al menos dos imágenes que permanecerán en mi cabeza (y en mi estómago) durante mucho tiempo. Su apuesta es el impacto; sus pretensiones, un tanto banales. Cada película de Darren Aronofsky es una apuesta fuerte en la que toma decisiones claras. Si tiene que estrellarse contra una pared (como en la infame La fuente, de 2006), se estrella, pero sus películas jamás sufren de las vacilaciones propias de un director con más recato. Tras El luchador (2008) y El cisne negro (2010), en las que pareció acercarse a temáticas y sensibilidades más cercanas al Oscar, dio un volantazo hacia una fantasía épica de alto presupuesto como Noé (2014), que fue un desastre de taquilla y de crítica. Acá vuelve a dar otro volantazo, pero en un ámbito mucho más controlado. Si mother! se convierte o no en otro desastre, es pronto para decirlo. El máximo elogio que se le puede hacer a la película es que su puntapié inicial parece el de un cuento de Cortázar, como certeramente me lo señalara un amigo. En un espacio-tiempo convenientemente ambiguo, la esposa de un poeta (Jennifer Lawrence) se dedica con afán a reconstruir la casa donde conviven. Él (Javier Bardem) adolece de un bloqueo creativo muy sostenido que ha tenido como consecuencia un creciente distanciamiento afectivo de ella, quien procura comprenderlo y alentarlo en todo momento posponiendo sus deseos de ser madre. Todo cambiará cuando reciban la visita de un inesperado huésped (Ed Harris), un admirador del poeta que ha deseado conocerlo antes de que una enfermedad terminal acabe con su vida. Con este admirador vendrán otros, de una conducta cada vez más intrusiva y exasperante. Lawrence, protagonista excluyente de la película, verá amenazado su nido de amor y luchará por defenderlo, a la vez que procurará complacer a su marido artista, quien no parece acusar recibo de lo extraño de todo y se muestra inspirado por la llegada de los desconocidos. Esta película es una maravilla: Aronofsky hace gala de un manejo de la tensión superlativo para freírle los nervios al espectador y a su protagonista, además de mostrar un humor agudo y malvado que recuerda a esa obra maestra que es Funny Games. No comprender la situación es parte del encanto y nos mantenemos atornillados al punto de vista de Lawrence en todo momento; la puesta de cámara, que mantiene su mirada en primer plano y su referencia en casi todo momento, tampoco nos permite irnos muy lejos. Lamentablemente, por cada exhibición de su maestría, Aronofsky se comporta intermitentemente como un estudiante de cine deseoso de que lo tomen en serio. Y aparecen los traspiés. Si bien durante toda la película algo se nos permite sospechar, el tramo final aclara todo a través del diálogo más explicativo e indignante posible entre los personajes de Bardem y Lawrence: se trata todo de una alegoría. Bardem no es un artista, es “el” artista; tal vez hasta sea Dios. Lawrence es su “obra”, que tiene que destruirse para que él pueda volver a crear otra. Esta revelación, que seguramente Aronofsky imaginó como una genialidad, me frustró muchísimo. Nuevamente se manifestaba el director de La fuente, el que no cuenta historias sino que elabora una idea mental y la ilustra de la manera más literal posible. Es la tiranía del “mensaje”, la literalización del sentido. Ni siquiera la idea que procura plasmar (y luego explica) es demasiado inteligente: es más bien un lugar común, vestido con las ropas lujosas de una “película loca”. Para colmo de males, este giro de la trama que Aronofsky ideó objetiviza a su protagonista. La objetiviza de manera literal: en una de esas escenas que mencioné anteriormente, y de las cuales mi estómago tomó nota, el personaje de Bardem le arranca el corazón al de Lawrence y de él extrae una piedra de una material extraño, que ya apareciera al inicio de la película: la inspiración, una idea brillante, el concepto abstracto que quieran. Total, nada de lo que vimos es lo que es, sino que representa algo más, algo que habrá que googlear en algún lado. ¿Habrá alguien que considere esto ingenioso? El personaje con el que viví una película entera, una mujer cuya transformación consistía en liberarse de un hombre que la ignora y la oprime, solo sirve a los propósitos de una reflexión bastante banal sobre la creación artística. ¿Por qué a Aronofsky no le basta con esto? ¿Por qué no le basta con crear un thriller de una intensidad increíble? En sus pretensiones, se minimiza. Celebro que Darren Aronofsky tenga oportunidades para realizar una película con las libertades que se toma mother! en términos artísticos. Sólo deseo que las aproveche mejor. Y que no sea vueltero cuando está haciendo cine.
Réquiem para un sueño El final del filme instala algo del orden de lo explicito en tanto discurso, sin embargo todo se constituye como una gran alegoría. ya que la dialéctica espiralada de la historia de este relato en particular también lo es a nivel general, pues es inevitable la proyección sobre todo lo humano desde su historicidad. En las tres primeras escenas se presenta sendos registros, el fantasmagórico, el del suspenso en tanto incógnita, y el del drama, este establecido en las fantasías de una mujer en gravidez. Luego, como de costumbre, el director de “PI” (1998) y “El cisne negro” (2010), entre otras, derrapa en un frenesí visual y narrativo. Claro que esto ocurre en la segunda parte del filme, la primera es una lección de cine de géneros entrecruzados entre el drama y el misterio, con dualidades en los personajes que rodean al principal que le otorga el nombre. Madre (Jennifer Lawrence) esta embarazada, la fantasías de estar gestando un monstruo dentro suyo es tan común como creíble desde la imagen, Él (Javier Bardem), su esposo, es un escritor famoso en pleno estatismo creativo. Ambos habitan la casa paterna del novelista, en un lugar aislado e inhóspito, alejada de la ciudad, destruida por el fuego y reconstruida por ella con minuciosa paciencia. El amor se hace presente en cada una de sus miradas, sus gestos, detalles, actos, acciones, diálogos, hasta que en plena noche lluviosa llega un Hombre perdido (Ed Harris), presentándose como el nuevo medico del hospital comunitario, es invitado por Él a pernoctar primero y luego, cuando se descubre como fanático del dramaturgo, a establecerse, narcisismo establecido. A la mañana llega una mujer (Michelle Pfeiffer), la esposa del facultativo, y la invasión en la residencia empieza a gestarse. Los hijos de la pareja también concurren, casi presentados como una relectura de Cain y Abel, hasta que la tragedia dice presente. Lo que hasta el momento era pura intimidad invadida se transforma en otra cosa, del orden de lo religioso, del fanatismo, la invasión del mundo en la intimidad, y la ignorancia de su presencia se diluyo. Él está en su apogeo, todos lo idolatran, lo llaman “el poeta”. Madre sólo quiere preservar a su marido y a su bebe, en el orden inverso. Todo transcurre en ese espacio físico, principio y fin indiviso, la cantidad de recortes que se pueden establecer, simultáneamente a las lecturas posibles, hacen de todo el texto como imposible de asir. Desde el mal como inherente al ser humano, las ansias de fagocitación del sistema capitalista, antropofagia incluida, perversión extrema, destrucción, discriminación junto al holocausto como contenido. Todo a partir de imágenes caóticas, superpuestas en plena contradicción o continuidad. No hay nombres, son personajes que se repiten, que pueden ser ocupados por distintas personas, la banalidad del mal esta ahí y no lo vemos hasta que es tarde. Mirada apocalíptica del director, muy similar a la establecida en la nombrada como titulo de este intento de análisis. Filmada con impecable precisión, con un despliegue visual y sonoro fuera de lo común, todo lo que se ve tiene un sentido, figurativo o narrativo, todo lo que se escucha transita por los mismo andariveles. Otro elemento que está en el tope de la producción es el montaje, impecable, ayudado y apoyado por la dirección de arte que establece algo del orden de la intemporalidad que el guión no hace, sin embargo los diálogos refrendan Si algo podía dar orden, sostén y hasta coherencia al texto eran las actuaciones, el cuarteto principal lo logra, Jennifer Lawrence sustenta la mayor parte del metraje, en su rostro y en su cuerpo está la apoyatura principal, la evolución del personaje es progresiva, constante, la cámara la ama, Darren Aronfsky lo sabe y aprovecha esto plagando de primeros planos para lucimiento de la actriz. Javier Bardem juega en los límites de la dualidad, transitando la delgada línea de la actuación naturalista y la de las mascaras, hasta dentro del mismo plano, ya sea del genero dramático y/o el terror, genial como siempre. Ed Harris hace lo suyo con tal destreza que no parecería estar actuando, y la performance de Michelle Pfeiffer podría ser llevada para estudiar el cinismo como variable de personalidad humana. Es cierto que es difícil de establecerse frente al texto, todo es comprensible, pero tal es el torbellino de sensaciones que produce que se necesitaría ver dos veces más, la segunda para descubrir aquello que se pudo pasar por alto, la tercera para relajarse y disfrutarla a pleno. (*) Realizada por Darren Aronofsky, en 2000.
¡Madre!, de Darren Aronofsky Por Paula Caffaro Darren Aronosky (Requiem por un sueño, El cisne negro) es un realizador controvertido. Odiado por varios y amado por unos tantos más, el neoyorkino tiene una visión particular del mundo, la cual no duda en exponer, sin filtro, a la audiencia. En esta oportunidad, Mother!, su último film, viene a confirmar su locura creativa de la mano de una historia que no todo el mundo podrá tolerar. En la tranquilidad del hogar, una bella y joven mujer se despierta en búsqueda de su pareja quien, en apariencia no ha pasado la noche junto a ella. La extensa búsqueda comienza y junto a ella conocemos los espacios de una casa inmensa y en construcción. Finalmente, el hombre aparece súbitamente y ahí empieza la historia. Una que narra la historia de una pareja sin hijos con rasgos sobrenaturales, por el momento desconectados. Pero el film avanza y, a su ritmo, logra no sólo develar el misterio de la extrañeza sino la evidencia de estar a punto de presenciar la magia de la creación desde la primera fila. Porque la mujer (Jennifer Lawrance), es la musa y el hombre (Javier Bardem), el escritor. Sin nombres propios, pero con los roles definidos, en Mother!, todo puede suceder, incluso lo menos esperado. Como una colección de mamushkas, Mother! también es una película salvaje. Desde lo más profundo de las entrañas el film se vuelve visceral en una escalada de tensión, violencia y frenesí no apto para sensibles. Desde el fratricidio hasta el canibalismo, la película se va desmadrando conforme avanza. Con una extrañeza construida desde la primera secuencia, Mother!, viene a remover las estructuras de algunos lugares comunes presentes en relatos encastrados o films-puzzle. Porque en apariencia todo sucede bajo las estrictas normas del género hasta que el timbre suena y los intrusos hacen su aparición. Intrusos que vienen a cumplir una misión muy importante: constatar en cada diálogo la presencia del artificio. La exterioridad del film no sólo se da a través de la detección del extrañamiento (brechtiano, si se quiere) en la puesta en escena y los personajes, sino también en el sutil juego de puntos de vista. El espectador entrará al film de la mano de una secuencia onírica de imágenes inconexas, para luego, con esa información fragmentada, reconstruir los restos de historia. Hay mucho de imaginación, y así como se escriben las páginas de un libro en blanco, la película coquetea con el extenuante proceso creativo de los escritores haciendo participe a todo aquel que quiera hacerlo a través de una mirada introspectiva al mundo de la escritura de ficción. ¡MADRE! Mother! Estados Unidos, 2017. Guión y dirección: Darren Aronofsky. Intérpretes: Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris, Michelle Pfeiffer, Brian Gleeson y Domhnall Gleeson. Fotografía: Matthew Libatique. Edición: Andrew Weisblum. Diseño de producción: Philip Messina. Distribuidora: UIP (Paramount). Duración: 121 minutos.
Video Review
Crítica emitida por radio.
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Si hay algo que no puede sucedernos después de ver una película de Darren Aronofsky es quedar indiferentes. Tales son las inquietantes propuestas, en cuanto a trama y estética, que este director norteamericano propone película tras película. Es así que Pi, el orden del caos (1998), Réquiem para un sueño (2000), La Fuente de la Vida (2006) y El Cisne Negro (2010), por nombrar solo algunas, provocaron, tras sus respectivos estrenos, una catarata de aplausos y abucheos por igual. Hay quienes lo consideran un genio y los que lo tildan de hacer psicologismo barato. Lo que sí está latente en todas sus obras es la semilla de la obsesión. Una semilla que, una vez germinada, destruye a sus propias criaturas sin contemplación alguna. En algunos casos logran redimirse, en otros caen víctimas de su propio caos mental. En el caso de ¡Madre!, Aronofsky no deja la obsesión de lado, pero le adiciona tantas lecturas posibles que esta manifestación psicosomática adquiere tantas interpretaciones que escapan a una primera y única visión. Algo así sucedía con La Isla Siniestra (2010), de Martin Scorsese, cuando la última vuelta de tuerca, al final de la película, daba pie para verla de nuevo, ya que todos los detalles que nos habían pasado desapercibidos volvían a resignificarse. - Publicidad - Disfrazada de película de terror gótico —una casa solitaria, largos pasillos, sótanos oscuros, pisos que crujen, paredes que laten, manchas de sangre, es decir todos los tópicos propios del género—, ¡madre! es mucho más que eso. Si bien el terror se apodera de Jennifer Lawrence, y de nosotros como espectadores, la historia está atiborrada de simbolismos y analogías que vale la pena destacar. Podemos dilucidar, entre muchas lecturas posibles, tres viables: Lo que sucede entre un poeta que sufre una crisis de inspiración y su mujer en el papel de musa expectante —que lo acompaña desde un amor incondicional hacia él y hacia la casa en donde viven— cuando el deseo desesperado de su esposo por ser reconocido, hace trizas la convivencia. Una alegoría sobre el génesis bíblico en donde se retrata al mismísimo Paraíso —de hecho hay una secuencia en donde nombran así el lugar en donde viven— en donde ella (re) crea la casa —incendiada en un pasado remoto— con pintura y arquitectura nueva, y que se va viendo amenazada por oscuras fuerzas externas que van a desembocar en el Armagedón. Y, por último un descarnado alegato en contra de la destrucción del Medio Ambiente. Parecerían tres lecturas imposibles de compatibilizar en una sola película, pero hilando muy fino vemos que en los tres casos está presente el concepto de la creación. Creación literaria —el poeta como demiurgo de su propio mundo—; la creación divina —ella como decoradora de un solitario Jardín del Edén— y la destrucción de la Naturaleza, es decir la destrucción de la creación. Los tres caminos están abiertos. Está en cada uno de nosotros elegir cuál camino tomar, o, en su defecto, transitar los tres a la vez. Esto es lo fascinante en las obras de Aronofsky: su capacidad para incomodarnos con el recurso del metalenguaje, la intertextualidad y el simbolismo puro y duro. De hecho hay un claro homenaje a la película El bebé de Rosemary (1968) de Roman Polanski, a quién admira, en cuanto al papel de los personajes. En los dos casos una pareja siniestra irrumpe en la vida tranquila de los protagonistas, pero con un cambio significativo entre una y otra. En la película del director polaco, Mía Farrow engendraba al diablo, en ¡madre!, Jennifer Lawrence da a luz al Mesías. Sin entrar en muchos detalles, la historia podría resumirse de la siguiente manera: la vida casi perfecta de Jennifer Lawrence (madre) y Javier Bardem (Él) —en ningún momento se nombran—, se ve trastocada por la aparición de un desconocido, Ed Harris en el papel de hombre, un doctor enfermo que es hospedado sin el consentimiento de la dueña de casa. Al otro día aparece la esposa del doctor, (Michelle Pfeiffer), en el papel de mujer, que invade el terreno virtuoso de la casa y se mete en lugares indebidos. Es muy clara la analogía entre un Adán, que aparece primero en el Paraíso y Eva, que viene después. Una vez instalados en el Edén, la fascinación que experimenta la mujer del doctor por una piedra que atesora el marido de Jennifer (el fruto prohibido) es una perfecta analogía a la manzana del pecado. Es ella quién lo arrastra al hombre para que contemple ese diamante en bruto que a pesar de su supuesta dureza es tan frágil como la misma casa en donde se asienta. A los pocos días entran en escena los hijos de ambos que no serían otros que Caín y Abel. A partir de entonces todo se desvirtúa. Empiezan a llegar de la nada decenas de personas que invaden y destruyen la casa —la Naturaleza, el Paraíso— sin importar los ruegos de su dueña. No solo la invaden sino que la vacían de alimentos, la despojan de muebles, se llevan partes de ventanas y marcos de puertas como recuerdos. Es así que van destruyendo todo a su paso, en un intento de demostrar hasta qué punto la Humanidad depreda los recursos del lugar que los recibe sin importar las consecuencias. En este punto la película de Aranofsky entra en otro universo: el caótico, el desmesurado, el violento. Solo el embarazo de madre, luego de que los intrusos son echados por las súplicas a un marido que parece adorar a sus huéspedes —siguiendo la lectura religiosa, no podía ser de otra manera ya que Él sería nada menos que Dios y sus huéspedes no serían otra cosa que sus creaciones—, logra imprimirle un poco de sosiego al mundo idílico que alguna vez había sido. Pero es por poco tiempo. La llegada del hijo de Lawrence y Bardem impacta no solo a sus padres sino a los seguidores del poeta que ven en su hijo un símbolo de adoración. Pero, claro, las multitudes fanáticas convierten y subvierten la paz espiritual que habían logrado y todo se trastoca. Luchas entre diferentes seguidores, represión por parte de fuerzas de choque, muertes, fundamentalismos, campos de concentración, rituales que rozan lo pagano. Todo este aquelarre de imágenes se despliega, aunque parezca mentira, dentro de las paredes de lo que alguna vez fue la morada de madre y Él, esa casa pacífica, llena de luz y sosiego, ubicada en medio de una naturaleza todavía virgen. No se puede adelantar más sin caer en un laberinto del que costaría salir. Sí, se puede decir que la tensión angustiante de un principio —una marcada primera parte que bien podría responder al Antiguo Testamento— nos lleva a la segunda parte de la película y nos sumerge en el desborde más crudo y surrealista, que bien podría remitir al Nuevo Testamento, con liturgias, eucaristía, la muerte del Mesías y finalmente el Apocalipsis. Ya no hay escapatoria. Asistimos, a través de los ojos de madre, como se va desmoronando, literal y metafóricamente, la casa, la paz, el orden en medio de los fanatismos que como plagas van destrozando todo a su paso. Filmada en 16 mm, el director de fotografía (Matthew Libatique) nos regala una visión oscura y “granulada” de los primerísimos planos de Jennifer Lawrence. A modo de un revulsivo documental —esa fue la idea al filmarla en un formato utilizado en las crónicas periodísticas— el punto de vista de toda la película está centrado en lo que ve la actriz, una memorable Jennifer Lawrence, que acrecienta —en las dos horas de proyección— una sensación de claustrofobia, de tensión constante, de angustia hasta en los momentos más calmos. La filmación, cámara en mano, propicia esa impresión. Una película intensa, visceral, desmesurada, que bien podría haberse llamado Génesis, con el aditamento de algunas secuencias del más puro cine gore, y con un final que sorprende por su circularidad. Un desenlace en el que el cosmos y el caos, aunque sean antagonistas, se necesitan mutuamente.
Te guste mucho, poco o nada, su visión vale la pena para poder disfrutar de excelentes actuaciones. Cuando llega el momento del desenlace, muy poco convencional, una parte de los espectadores (la más conservadora) se sentirá descolocada y no muy a gusto por el...