Descubriendo la identidad El primer largometraje de Martín Rodríguez Redondo, Marilyn (2018), director del cortometraje Las Liebres (2016), narra la historia del despertar sexual de un adolescente y el proceso de construcción de su identidad en un entorno conservador y hostil por parte de su familia y la sociedad que lo rodea. Situada en una localidad rural al sur de La Plata, la trama indaga en un caso real emblemático de discriminación en Argentina. Marcos es un adolescente que vive con sus padres y su hermano mayor en una granja en una zona asediada por merodeadores que matan a las vacas por su carne. La muerte del padre de Marcos acelera los tiempos de la inserción del adolescente en la rutina de la casa mientras el joven le oculta como puede a su familia sus inclinaciones sexuales en medio de un verano muy caluroso. A la vez que la situación con los cuatreros se torna insostenible y el dueño de la chacra intima a la familia a irse para mejorar la seguridad, los jóvenes de la zona hostigan a Marcos, que decide mostrarse tal cual es en el carnaval. La relación con Federico, otro joven de La Plata, le da un respiro al protagonista pero el ocultamiento de su identidad a su familia tendrá graves consecuencias para el futuro de la pareja. Con una extraordinaria actuación de todo el elenco y principalmente del protagonista, Walter Rodríguez, Marilyn desarrolla un gran relato sobre las transformaciones y los momentos más transcendentales de los cambios en la vida de un joven. A pesar de ser un film de temática LGBT, el periplo funciona como una historia universal sobre el rechazo conservador a lo diferente que rompe con los moldes preestablecidos. El guión cansino de Rodríguez Redondo junto a Mara Pescio y Mariana Docampo crea una trama de momentos paradigmáticos y traumáticos en la que el descubrimiento de la sexualidad va cediendo lugar a la discriminación y a la violencia de parte de la familia y de toda la comunidad, llevando al muchacho hacia una situación insostenible e imprevisible. Marilyn se adentra en la identidad LGBT a partir del choque entre la construcción propia de la identidad y la mirada conservadora de la familia y el pueblo, dos instituciones sociales que consideran su comportamiento como una perversión que debe ser corregida. El conflicto entre ambas concepciones traslada el lugar de la perversión y la degeneración hacia los que hostigan al joven, que solo desea expresar su sexualidad. El film corre los significantes para darle un nuevo significado de libertad a la actitud de Marcos, que solo busca encontrar el amor a través de su identidad. Rodríguez Redondo logra así romper con algunos tabúes construyendo un gran relato que estremece por su realismo y plantea interesantes interrogantes sobre las preconcepciones de las instituciones sociales, las nuevas dinámicas familiares y el odio cimentado por la intolerancia y la ignorancia.
El travestismo ha sido abordado en el cine argentino desde épocas muy tempranas, ya en la primera película sonora ¡Tango! (1933, Luis Moglia Barth), la popular cantante Azucena Maizani cierra con una perfomance drag interpretando el tango “Milonga del 900” vestida de varón, emulando a un compadrito (signo de la virilidad). Lo que ya implicaba una desnaturalización del malevo tanguero en una primera actuación transgénero. Con el correr de los años, la figura del trasvesti es tomada desde roles estereotipados y estigmatizantes para gags con chistes de alto contenido homofóbico y transfóbico. Estas representaciones se perpetuaron en el imaginario colectivo como personas enfermas que reniegan de su biología. Tuvieron que pasar muchas décadas, casi un siglo, para que la temática de transgénero fuera abordada desde una mirada inclusiva, despojada de prejuicios y arquetipos. De hecho, hay muy pocos casos en la cinematografía de ficción nacional, no así en documental, donde la narración esté desarrollada desde el punto de vista de un personaje transgénero, que posibilite la empatía con el espectador. Uno buen ejemplo es Mía (2011), de Javier Van de Couter, protagonizada por la actriz trans Camila Sosa Villada. Marilyn, ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, vuelve a abordar la temática en una ficción con una historia tal vez polémica, que fue inspirada en hechos reales y trágicos. Ofrece otra mirada de los acontecimientos desde los procesos subjetivos y sociales que transitó su personaje protagonista. En ese momento Marcos, quién más tarde será Marilyn. Ambientada en un contexto rural no muy lejano de la Capital Federal, Marcos (Walter Rodríguez) es un adolescente que vive con su familia en una estancia de campo donde cuidan el ganado del patrón y hacen trabajos de peones. A Marcos esas labores no le interesan mucho, su deseo está puesto en la llegada del carnaval. Su padre (Germán De Silva) celebra su buen rendimiento escolar y lo alienta a que estudie computación. La madre (Catalina Saavedra) se la rebusca como modista y, a diferencia del padre, no valora dichos logros estudiantiles. La familia debe lidiar con el robo de ganado, lo cual es sancionado por su patrón y hace peligrar el alojamiento en la estancia. El escape de Marcos de ese clima hostil y asfixiante pasa por probarse los vestidos de la madre, cocer, maquillarse y ver ropa de mujer en las vidrieras. La llegada del carnaval es su motivación, es allí donde el joven podrá experimentar liberación, aunque sea de manera lúdica. En la casa casi ni se habla, hay economía de diálogos. No hay lugar para la subjetividad y mucho menos para tratar con las experiencias dolorosas que se atraviesan. En la vida del peón de campo hay que poner el cuerpo, sobrevivir y sobretodo evitar generar rumores. No hay tiempo para duelos. La historia aborda el despertar sexual de Marcos y los primeros momentos de transición hacia su identidad de género autopercibida. En ese ambiente, todo lo que salga de los mandatos hegemónicos se vuelve hostil y represor hacia la propia persona. El joven no solo debe lidiar con la no aceptación familiar -su hermano mayor (Ignacio Giménez) lo llama maricón- sino también con sus pulsiones. Cuando puede ubicarse como objeto de deseo de alguien es por medio de acosos (lo apodan Marilyn), violaciones y vejaciones. La homofobia se padece tanto en el ámbito público como íntimo. La salida es el pasaje al acto como sea posible. Un modo disruptivo de saltar al vacío para zafar de un panorama interno y externo, tan opresor que lo acorrala. Pero Marcos también se las ingenia para tener momentos de luz, desde el baile del carnaval donde aparece vestido de mujer con un antifaz, convirtiendo la timidez en desenfado, hasta el vínculo con su amiga Laura (Josefina Paredes), que lo aloja y le brinda un espacio para que él sea realmente quien quiere ser. También vive una historia de amor con Federico (Andrew Bargsted), aunque la inexperiencia juvenil y la imperante necesidad de ser aceptado y amado hace que cometa algunas desprolijidades que le costarán muy caro. El relato hiperrealista que Rodriguez Redondo elige para contarnos la historia hace que carezca de eufemismos narrativos y el ahogo se viva a la par de como lo vive el protagonista, en medio del aire asfixiante de ese verano caluroso. La ambientación de la época (fines de los años dos mil) y el lugar (esos pueblos donde parece que el tiempo no transcurre) se logran gracias a una cuidada combinación de matices en los planos, las luces y la fotografía. El timing narrativo va construyendo el conflicto. Marcos, quien debe lidiar con su deseo y sus pulsiones, frente al desamparo y la abyección de los otros. El film no juzga ni heroifica a los personajes sino que los retrata expuestos a una realidad socioambiental, con una rutina apática que no les otorga muchas chances de armar otro tipo de vida. La madre del protagonista, por ejemplo, es fría y distante, pero esa es la defensa que posee para sobrevivir al destino que como mujer le ha sido impuesto. La interpretación del debutante Walter Rodríguez es una revelación que se apropia del personaje y de la cámara. Sin decir muchas palabras, sus gestos, miradas y andar transmiten todo lo que está viviendo Marcos en esta difícil y atormentada transición a Marilyn. La experimentada actriz chilena Catalina Saavedra (La Nana, Neruda) encarna con notable solidez el temperamento áspero de esta madre inquietante y controladora. Otro actor chileno, Andrew Bargsted (quien ya había protagonizado en su país Nunca vas a estar solo, película que también aborda la homofobia) interpreta a Federico. El papel del padre está personificado por el reconocido Germán Da Silva (Las acacias, El limonero real, La educación del Rey). La banda sonora original está a cargo de la agrupación Kumbia Queers, que nos regala la escena de mayor resplandor de Marcos, donde por fin logra ser Marilyn. La escena final irrumpe, es arrolladora y nos deja perplejos, convoca a resignificar toda la historia desde una mirada que deconstruye la cruda realidad que viven las identidades disidentes, especialmente en poblaciones ultraconservadoras y alejadas de los grandes centros urbanos. Marilyn llega a los cines luego de pasear por varios festivales y llevarse unos cuantos premios. Es una oportunidad para encontrarse con un relato que aborda el pasaje de la transexualidad adolescente lejos de los estereotipos burlescos y anacrónicos, y también de miradas rosas que romantizan la cuestión.
Que todo el año sea carnaval Inspirado en un hecho policial y real que por motivos obvios no revelaremos aquí, la opera prima de Martín Rodríguez Redondo se aparta de los cánones del cine LGTB, aunque su protagonista Marcos (Walter Rodríguez) intenta bajo todo tipo de humillaciones y violencia tanto verbal como física que respeten su identidad y además su afinidad sexual por los hombres. Todo transcurre en el clima conservador de un pueblo rural de la provincia de Buenos Aires, con una familia que rechaza y castiga a Marcos, quien junto a su hermano y madre recientemente viuda debe hacerse cargo del cuidado de un rancho al que le roban y matan vacas que no son de su propiedad. Vivir en rancho ajeno es uno de los legados que su padre (Germán Da Silva) dejó a los hijos pero también al no estar presente su ausencia implica la rápida advertencia por parte del dueño de que Marcos y su familia deben dejar el lugar. Ante la hostilidad, el rechazo de su madre y el constante acecho de un grupo de jóvenes homofóbicos, la única salida para Marcos se encuentra en disfrazarse de Marilyn y ganarse las miradas en el carnaval. A veces, en la noche de una barra tomando un trago, pero durante el día la presión por convertirse en hombre y hacerse cargo de actividades rurales dista con sus inquietudes de estudiar computación. La palabra “maricón” resulta tan hiriente como la discriminación que llega cuando se busca ante la adversidad dar un paso más en esa libertad y es en el cuerpo y en el rostro entristecido donde el maquillaje no alcanza a tapar la intolerancia de la sociedad y la incomprensión de la familia. La virtud del film recientemente premiado en tres oportunidades en San Sebastián reside en su universalidad y no es casual que tenga la co producción de Chile, país ganador del último Oscar a película extranjera por un film que habla de las mismas trabas sociales, reconoce los mismos prejuicios y defiende por sobre todas las cosas el derecho a sentirse distinto.
“Marilyn” es una película dirigida y escrita por Martín Rodríguez Redondo. Está protagonizada por Walter Rodríguez, Catalina Saavedra, Germán de Silva, Ignacio Giménez, entre otros. “Marilyn” trata sobre Marcos, un campesino de diecisiete años, quien descubre su sexualidad en un ambiente hostil. Apodado Marilyn por otros adolescentes en la ciudad, se convierte en el objetivo tanto del deseo humano como de la discriminación. Lo más destacable de la cinta es la manera en la que está manejada la historia de Marcos y su conflicto acerca de su homosexualidad con su familia, sobre todo su madre. Nos presentan de principio a fin una relación que se va a ir deteriorando y empeorando con el tiempo hasta llegar a situaciones impresionantes y bien logradas para los espectadores. Sobre todo el final, que termina siendo realmente impactante. A pesar de que la trama no está ambientada en estos años actuales sino que se remonta apenas en los 2000, perfectamente podemos notar como se toca el tema de la homosexualidad y el transgénero y cómo es presentado frente a los personajes en la historia, comparándolo con la actualidad, y dándonos a entender que no han cambiado tanto las cosas. Con respecto a los personajes, no tenemos tanto desarrollo ni profundización, ya que la historia se basa plenamente en lo que le sucedía interna y externamente a Marcos antes y después de descubrir su sexualidad. Tenemos un perfecto desarrollo en los 80 minutos de metraje que empiezan desde la curiosidad hasta la desesperación misma del protagonista por ser aceptado tal cual es. En cuanto a los aspectos técnicos, la banda sonora no está tan presente en los momentos de felicidad, tristeza o drama en las respectivas escenas, sino que acompaña en los momentos no tan relevantes en la película, como por ejemplo las secuencias en un baile o en un boliche. Los pocos escenarios que tenemos generalmente en el campo y algunos pocos en la ciudad, están bastante bien. En resumen, “Marilyn” es una muy interesante película argentina sobre el caso concreto de Marcos acerca de su homosexualidad y transgénero combinado con un buen drama familiar y excelentes actuaciones de los protagonistas.
Un ambiente rural es el escenario en el que crece Marcos -Walter Rodríguez-, un adolescente que comienza a buscar su identidad frente a la hostilidad de un entorno complejo y conservador. Junto a sus padres -Germán De Silva y Catalina Saavedra- y hermano, Marcos regresa al hogar y es un buen alumno pero muestra más interés en los vestidos que arregla su madre que en ordeñar vacas y las tareas del campo. Cautivado por el universo femenino y con la mira colocada en el carnaval del pueblo, Marcos irá forjando su personalidad acompañado de pocas palabras y mucha curiosidad. La narración de Martín Rodríguez Redondo, basada en hechos reales, se mueve con precisión entre la amenaza y la ola de robos de ganado que sufre la familia del joven y la humillación contra su persona por tratarse de un chico "distinto". Después de Mía -2001-, una interesante y emocionante aproximación del cine nacional al mundo trans, Marilyn explora el tema de la ´busqueda de la identidad y se adentra en un choque de mundos distintos en el que no tarda en aflorar la violencia. El personaje central se muestra vulnerable y sólo pide ser querido mientras es cuidadosamente vigilado por su madre para que no caiga en la "tentación" de travestirse. De este modo, Marcos se va construyendo en este viaje de exploración que se encamina hacia la tragedia. Su mundo, al menos al que él quiere pertenecer, reposa en su mejor amiga y confidente, y en la relación amorosa que inicia con un chico que atiende una despensa en el pueblo. La marcada diferencia de clases se hace presente en la historia -peones de campo y patrón-; chicos amenazantes en moto y una nueva oportunidad de créditos para viviendas, son algunos de los obstáculos que enfrenta Marcos, impulsado por un transparente Walter Rodríguez en un rol ambiguo y sobre quien pesa la totalidad del relato.
Difícil imaginar un ámbito más hostil para la homosexualidad que un pueblo chico perdido en el medio de la pampa húmeda. Si salir del clóset suele ser complicado, las circunstancias de Marcos son aún más adversas que lo usual: es el menor de los dos hijos varones de un matrimonio de puesteros de una estancia bonaerense. La palabra “gay” no figura en los diccionarios sociales de la zona. Que esta historia esté “inspirada en hechos reales” -el caso de Marcelo “Marilyn” Bernasconi, que en 2009 sacudió a la localidad de Oliden, cerca de La Plata- tiene poca importancia. Porque no necesita ningún anclaje con la realidad para resultar verosímil. Construida con gestos, miradas y silencios antes que proclamas, la opera prima de Martín Rodríguez Redondo conmueve más allá de que su protagonista haya aparecido en los diarios alguna vez. Dentro de un sólido elenco, integrado por actores poco conocidos -a excepción de Germán De Silva- la chilena Catalina Saavedra y el debutante Walter Rodríguez son los intérpretes ideales para llevar las riendas de esta tragedia. “¿Por qué me hacés esto?”, le pregunta ella cuando descubre ropas de mujer en el cajón de su hijo. Un diálogo típico, pero la película siempre esquiva el trazo grueso y nunca se regodea en golpes bajos. El adolescente es hostigado tanto dentro de su casa como fuera de ella, pero está decidido a vivir su sexualidad libremente. Es difícil saber lo que pasa por su cabeza, pero el personaje nunca es apático, sino que comunica con sus acciones. Es una víctima, sí, pero no se busca que le tengamos lástima. Rodríguez Redondo y sus coguionistas -Mariana Docampo y Mara Pescio- consiguieron mostrar con sutileza que en la raíz del odio a Marcos están el deseo y la envidia. Pero tal vez lo que más diferencie a Marilyn de otras películas de la misma temática sea que el sometimiento viene por partida doble: la intolerancia sexual va a la par de la opresión de clase. Porque Marcos es gay pero, ante todo, es pobre, y ese sí que es un pecado imperdonable.
Marcos (el debutante Walter Rodríguez) es un adolescente que ha terminado con buenas calificaciones el secundario y regresa al hogar para ayudar a su familia en el verano. Su padre (Germán De Silva) y su hermano mayor se dedican a ordeñar las vacas y cuidar el ganado del patrón de los constantes intentos de robo, mientras que su madre (la chilena Catalina Saavedra) ayuda como modista. La vida de estos caseros es ardua, y Marcos no se siente a gusto con esas tareas: a escondidas se maquilla y se prueba coloridas ropas de mujer. Llega el carnaval y -con un antifaz como escudo- este joven apocado y tímido demostrará una alegría y un envidiable desenfado con su cuerpo sobre las pistas de baile. Sin embargo, ya en los primeros minutos adivinamos que el entorno familiar y social de Marcos no será comprensivo ni estimulante para con él y lo llevará a presenciar, padecer o protagonizar distintos eventos trágicos. Ni siquiera una efímera historia de amor con otro muchacho aliviará un poco sus penas. La película -que tiene algo del clásico Secreto en la montaña, de Ang Lee- está narrada con convicción, precisión y contundencia, aunque por momentos se extrañen un poco más de matices y sutilezas. El film describe sin eufemismos las fuertes diferencias de clase y los prejuicios hacia los "distintos", que se resuelven con burla, provocación y violencia. Mientras en algunas grandes urbes este tipo de conflictos ya no generan tantas rispideces, en otros ámbitos rurales conllevan todavía un grado de estigmatización y marginación.
Siguiendo los pasos de un joven que busca imponer su identidad sexual a pesar del entorno, que lo abruma, acosa, rechaza y lastima, esta película pone en evidencia el atraso y la poca capacidad de tolerancia ante los demás. Con la intención de mezclarse con el documental observacional, esta ficción habla de aquello que se pretende callar, y que más allá que se intente hacerlo, siempre, siempre, emerge un nuevo estado de situación que doblega y subyuga al protagonista.
Para ser una noticia real que sucedió en los aledaños de la ciudad en la que vivo, la historia que cuenta Marilyn, primer y aplaudible largometraje de Martín Rodríguez Redondo, me pasó completamente desapercibida hasta la escena final y la aclaración en los créditos. Película sobre el descubrimiento personal y el despertar sexual en un ambiente hostil e ignorante, con mesura se toma su tiempo en delinear a sus asediados personajes para construir un relato tan doloroso como necesario en los tiempos que corren.
Y me solté el cabello, me vestí de reina Marilyn es la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, quien se basa en una historia real para construir este relato. La historia a simple vista puede resultar sencilla: Marcos es un adolescente que vive con su familia en un pueblo de pocos habitantes. Un lugar conservador, opresivo, al igual que el mundo que lo rodea. Su familia, un patrón dominante, todos sin salirse del molde y ajustados al sistema establecido. Marcos se encuentra en plena búsqueda de su identidad sexual, un proceso interno que por momentos logra esbozar hacia el exterior, pero de forma sigilosa. Nadie puede saber lo que realmente le sucede a él. Es por eso que son los pequeños detalles los que nos llevan a develar a nuestro protagonista. Y es allí donde la sencillez aparente se transforma en un recorrido más complejo, cuando la búsqueda de identidad fluye por debajo de lo que se ve. Contrariamente a lo que uno supone, no es su padre quien pareciera estar a la retaguardia de los actos y actitudes de Marcos. Es la relación con su madre la que desde el principio se observa como más distante y conservadora. Es el universo de lo llamado “femenino” (la estética de la mujer, la ropa, la costura) lo que podría unir a este adolescente con su progenitora, pero por lo contrario es lo que más los aleja y actúa como sanción cuando se pasa el límite de lo establecido. La relación con su hermano tampoco es llevadera (incluso en algunas escenas vemos una complicidad con la madre de ambos que bordea el incesto), por lo que Marcos solamente puede confiar en su amiga, una joven de su misma edad con la que vagan en una moto, pero a la que por momentos también intenta alejar de sus preocupaciones en cuanto a su elección de género. Él parece estar totalmente solo en su mundo. Lejos de ser una típica película de “salida del closet”, Marilyn apuesta a un mensaje mucho más directo y efectivo. Vamos a encontrarnos con una secuencia de Marcos, envuelto en ropa de mujer en medio del carnaval, viviendo su vida como si nadie mirara. Donde no necesita la aprobación del entorno y solo la suya. Constantemente la sexualidad parece ser la preocupación extrema, y Marcos en la piel de quien elige ser intenta modificar hasta eliminar completamente. La sociedad donde Marilyn se siente opresiva funciona como su mismo hogar: una metáfora de la asfixia, una bomba a punto de estallar, donde la única salida parece ser escapar. Las actuaciones, especialmente la de Walter Rodríguez como Marcos/Marilyn y la de Catalina Saavedra como Olga, su madre, son indescriptibles. Cada uno maneja sus palabras, sus silencios, sus movimientos sin desentonar. A Saavedra ya la conocemos gratamente de muchos trabajos anteriores, por lo cual no nos sorprende, pero el debut de Rodríguez es asombroso: mantiene un registro especial de sus emociones que nos permite introducirnos en su propio cuerpo. Austero, emocionante, crudo, explícito. Todo eso es el mundo de Marilyn al que su director nos permite observar, con planos cuidados y cámara testigo. Y un final contundente que irremediablemente nos plantea muchas preguntas.
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“Marilyn”, de Martín Rodríguez Redondo Por Marcela Barbaro Luego de recorrer con éxito grandes Festivales, llega a las salas Marilyn, ópera prima de Martín Rodríguez Redondo (aquí la entrevista al director durante el Festival de San Sebastián). La película ofrece un crudo relato, basado en hechos reales, sobre la identidad sexual, el sometimiento y el peso de las presiones sociales. Marcos (Walter Rodríguez) tiene diecisiete años, es peón de campo, y vive con su familia dentro de una estancia donde trabajan como puesteros. Es el único que estudia, que aprendió a coser y ayuda en su casa. Tiene una buena relación con su padre (Germán de Silva, talentoso actor), pero no así, con su hermano (Ignacio Giménez) y su madre (la actriz chilena, Catalina Saavedra), quienes lo juzgan y discriminan por sus gustos afeminados. Marcos se refugia en su única amiga, con quien logra ser auténtico. Sin embargo, sentirse libre en un pueblo conservador y machista, lo lleva a ser objeto de burlas constantes y de vejaciones de parte de unos adolescentes que lo apodan “Marilyn”. En un clima de constante opresión y hostilidad, Marcos intentará, a pesar de las consecuencias, ir en busca de libertad y reconocimiento. Con pocos diálogos y muestras de un realismo contundente, el realizador evita los matices y eufemismos, para narrar una historia dramática inspirada en la vida de Marcelo Berlusconi, apodado Marilyn, quien actualmente cumple cadena perpetua en una cárcel provincial. Bajo un relato intimista, las imágenes traducen el conflicto interno del joven en relación a su subjetividad, al mandato social y familiar, como al entorno adverso, que lo excluye. La mirada cercana sobre los actos cotidianos y el desamor, permite que las acciones fluyan con una tensión latente que irá in crescendo ante las presiones psicológicas sobre el protagonista. Si hay un rasgo que caracteriza a los personajes de Marilyn es su situación de acorralamiento. No sólo desde su condición de clase, sino a nivel económico, social y sexual. Todos son “sujetos sujetados” como aludía Michael Foucault, en virtud a la relación de dominio y atadura que ejerce el poder institucional y social sobre ellos. Ese control, que genera dependencia y sumisión, les resta libertad, autonomismo y posibilidades de ser lo que sienten, principalmente Marcos. Sólo en la escena de carnaval, lo vemos disfrutar a pleno de la música y el baile, mientras libera su cuerpo y expone el deseo de su sexualidad temprana en cada movimiento. Acompañado de un buen elenco, el debut protagónico del actor Walter Rodríguez, se destaca por la naturalidad y entrega a su personaje. Un rol, que describe esa transformación interna, que él mismo vivenció en su vida privada. Su rostro en primer plano expresa la impotencia de lo que calla y, también, de lo que desea y ha perdido, como vemos hacia el final. Un desenlace demasiado sorpresivo, en función del ritmo narrativo que se venía sosteniendo. La exhibición de Marilyn cosechó números premios. Fue elegida Mejor película de ficción en el Festival Aviv Internacional LCBT de Tel Aviv; Mejor largometraje en el Festival de Cine Queer, Lisboa 22; Mejor Película y Mejor Actor – Walter Rodríguez, en el Festival Nacional de Cine (Fenaci 1); Mejor Actor Protagónico, nuevamente, para Rodríguez, en el Festival Audiovisual Bariloche y una Mención Especial para el Actor Andrew Bargsted en Tenemos que ver – Festival Internacional de Cine y Derechos Humanos de Uruguay. Frente a la identidad de un cine predominantemente heterosexual, la historia de Marilyn va más allá del conflicto de identidad de género. El logro de Rodríguez Redondo fue el de ampliar esa mirada, alejarse de los discursos dominantes y concebir un mundo más diverso e inclusivo, con menos sujetos sujetados. MARILYN Marilyn. Argentina, 2018. Dirección: Martín Rodríguez Redondo. Guion: Mariana Docampo, Mara Pescio, Martín Rodríguez Redondo. Intérpretes: Walter Rodríguez, Catalina Saavedra, Germán de Silva, Ignacio Giménez, Rodolfo García Werner, Andrew Bargstead, Josefina Paredes, Germán Baudio. Montaje: Felipe Gálvez. Música: Laurent Apffel. Fotografía: Guillermo Saposnik. Duración: 80 minutos.
El último verano de Marcos El hijo menor de la familia siempre fue diferente, ganándose algunas miradas juzgadoras por ser inteligente y más afecto a pasar el tiempo dentro de la casa con la madre que trabajando el ganado junto a su padre y su hermano mayor, en el puesto que les encomendaba el patrón. Consciente de esto, su padre guardaba la esperanza de poder costearle estudios que le permitan aspirar a una vida mejor que la suya. Pero esos sueños se derrumbaron con su repentina muerte, dejando a la familia en una situación precaria. Ya no podían atender de la misma manera el puesto y eso implica la amenaza de tener que abandonarlo. Pero con todo lo que esto implica, Marcos mantiene la alegría porque se acerca la época del año en que puede ser quien es. Durante los carnavales puede maquillarse y vestirse para salir de fiesta con su única amiga. Incluso jugar a seducir al hijo del patrón, uno de esos chicos que lo maltratan y bautizan Marilyn con desprecio para esconder su propio deseo. Mientras baila Marilyn sonríe todo lo que Marcos no puede el resto del año, donde vive el silencio y la sumisión ante la violenta mirada de todo un pueblo que condena su ser y lo obliga a guardar en secreto lo que todos ya saben. Camino Vedado La existencia de Marcos es incómoda y él lo sabe. Molesta a su familia y al resto del pueblo: por más que apenas algunos se atreven a mostrarlo abiertamente, muchos lo hacen de forma solapada. Solo tiene dos aliados en el mundo: uno de ellos muere súbitamente desbalanceando la lógica interna de su familia, y el otro tiene más voluntad que herramientas para entender cómo ayudarlo. Por ello no encuentra otra forma de relacionarse que bajando la cabeza y guardando silencio, aceptando los maltratos y la opresión como algo natural, pero sin que sirvan para que considere convertirse en la persona que el resto espera que sea. Tiene claro su deseo y lo que pretende, aunque no tenga tan definido quién es. No es Marilyn, aún no puede. Ese camino está tan prohibido que ni él se atreve a contemplarlo. Hay algo de engaño en la trama deMarilyn, que de antemano parece de manual. Pero en algún momento indefinido deja de ser la previsible historia de coming outadolescente, su optimismo inicial se va esfumando con el pasar de los minutos a medida que los ataques para reprimir a Marcos recrudecen. Paso a paso se va oscureciendo su mundo y le es más difícil contener en su interior lo que sufre, oprimido también por su origen humilde. Walter Rodriguez lo interpreta con desprejuicio y precisión en todo el espectro que le toca mostrar, sosteniendo gran parte del peso dramático de una película visualmente austera que se concentra en sus personajes para contar lo que busca decir.
Una película conmovedora sobre un caso real de extrema represión que vive un joven homosexual en un ambiente rural. Se basa en un hecho real de trágicas consecuencias. Sin embargo en la opera prima de Marcos Rodríguez Redondo no se profundiza en el hecho policial que tanta repercusión tuvo en los medios. La mirada del realizador está sobre Marcos, el hijo menor de unos puesteros, de vida dura. Cuando el padre muere toma el mando la mama, la formidable actriz chilena Catalina Saavedra. Ella y su hijo mayor, mas el entorno social, encarnan la total represión, para eso chico que solo es feliz con ropa de mujer o cuando llega el carnaval y puede bailar disfrazado. Todos los intentos del protagonista (el premiado Walter Rodríguez) son cortados de cuajo, el despertar al amor, la relación violenta con sus vecinos, la quema de sus pocas pertenencias más preciadas, vestidos coloridos y maquillaje. Lo que ocurre en su vida solo alimenta una presión, que cuando estalla, no tiene retorno. Una visión austera de la construcción de la frustración y el deseo reprimido hasta lo imposible.
La búsqueda de la identidad Basada libremente en hechos reales, la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo retrata algunas semanas en la vida de Marcos, un chico de 17 años en cuyo interior vive Marilyn, quien pugna por salir pese a la incomprensión de su entorno. Marcos camina por la calle que lo lleva de la escuela a casa, una construcción de campo donde tanto él como los suyos viven de prestado, una típica situación de grupo familiar que cuida los campos y animales del verdadero dueño de las tierras. De pronto, desde ambos costados, de manera inequívocamente burlona, pasa un grupo de motitos levantando polvo; sus conductores –chicos del pueblo, que conocen muy bien al muchacho– comienzan a gritarle una serie de improperios, que la banda de sonido no deja discernir, a pesar de su carácter definidamente amenazante. Basada libremente en hechos reales de la crónica periodística policial, según afirma una placa al comienzo de la proyección (el realizador investigó el caso antes de poner manos a la obra en la escritura del guión), la ópera prima del argentino Martín Rodríguez Redondo –que viene de presentarse en la Berlinale, el Bafici y el Festival de San Sebastián– retrata algunas semanas en la vida de Marcos, un chico de 17 años del interior rural de la provincia de Buenos Aires. Dentro de Marcos vive Marilyn, quien pugna por salir en los tiempos libres, cuando las duras faenas del campo han terminado. Marcos/Marilyn se prueba algunos vestidos que la madre acaba de comprarle a la vendedora ambulante. Pero la búsqueda de su propia identidad no resulta nada fácil en un entorno conservador como el que lo rodea y cada momento de intimidad frente al espejo debe ser protegido de las miradas ajenas. A pesar de ello, en casa todos parecen conocer la situación, y quien más parece comprenderla –al menos, en apariencia– es su padre, interpretado con usual prestancia por Germán de Silva. La madre, en tanto (Catalina Saavedra en un rol árido) es bastante más dura con el hijo menor; sin embargo, deja que le tiña el cabello y le cosa las prendas, situación que se irá haciendo más ambigua a medida que el relato continúe su recorrido. Algo similar ocurre con el hermano mayor, Carlitos, quien parece destinado a seguir los recios pasos de su padre y a quien se le notan los celos a la distancia: Marcos es quien irá a aprender computación y, en palabras del padre, tal vez los termine manteniendo a todos. Las condiciones económicas y la tirante relación con los patrones –en particular, luego de la aparición en la zona de un grupo de cuatreros– le sirven de marco al realizador para retratar el progresivo descubrimiento del protagonista de sus deseos, al tiempo que el entorno familiar intenta “enderezarlo”. Un hecho inesperado y trágico que toca de cerca a la familia los obliga a reorganizar tanto su vida cotidiana como la laboral, con posibilidades ciertas de un desarraigo no deseado. Al mismo tiempo, la cercanía del carnaval permite que Rodríguez Redondo ponga en pantalla una de las grandes escenas de la película: en pleno corso, el antifaz de brillantina tapando sus facciones, Marilyn baila en la calle con total libertad. Es como si el cuerpo de Marcos se hubiera liberado de unas ataduras invisibles, y ahora pudiera moverse y sacudirse de maneras insospechadas. Más tarde, el debut sexual como herida física y emocional. La violencia, inspirada tanto en el deseo reprimido como en el desprecio por aquello que no se conoce y, por lo tanto, se teme. “¿Por qué me hacés esto?”, le preguntará la madre. La respuesta, a pesar de su lógica irrebatible, no ofrecerá un camino de diálogo posible: “No te hice nada”. Apostando por un realismo extremo y un consecuente seguimiento de su protagonista, Marilyn echa mano a las elipsis recurrentes como método de concentración dramática, lo cual ayuda a que el relato sostenga su interés de principio a fin. La gran víctima de ese proceso de destilación –seguramente obtenido durante el montaje– es el personaje de la mejor amiga de Marcos, la única persona que parece conocer sus miedos y anhelos más íntimos: Laura aparece desdibujada, apenas una confidente de ocasión cada vez que ofrece trasladar al protagonista a bordo de su moto. Pero es el notable debut en la pantalla del joven Walter Rodríguez en el difícil papel central –quien nunca termina de adoptar el rol de mártir a pesar de sus más que evidentes cualidades simbólicas– lo que termina por darle su potencia a la película. En su rostro se hace evidente el deseo de ser amado tal y como se es, y su consecuencia inevitable, la frustración ante la incomprensión más absoluta.
Al final, todos me amarán Martín Rodríguez Redondo debuta en el largometraje narrando una historia sobre diversidad sexual y opresión de clase con la notable Marilyn (2018), un acercamiento profundo y certero inspirado en un hecho de la realidad. Marcos (formidable actuación de Walter Rodríguez despojada de todo tipo de clisés) vive junto a sus padres y hermano en una zona rural de la Argentina. Su padre es el único que vislumbra un futuro para el adolescente más allá de las tareas rurales. Pero el padre muere repentinamente y Marcos queda a la merced de su madre y hermano, dos seres que niegan lo que está delante de sus ojos con un hostigamiento feroz. A Marcos le encantan las lentejuelas, la ropa de mujer y un chico que conoce en un quiosco del pueblo cercano. Marilyn se inspira en la historia verdadera de Marcelo Bernasconi ocurrida en 2009, un chico de campo condenado a cadena perpetua por matar a su madre y hermano luego de sufrir un rechazo permanente, de encierros y maltratos, por su elección sexual. En la cárcel, Marcelo se asumió como trans y se convirtió en Marilyn. Rodríguez Redondo utiliza el colorido y la alegría del carnaval para ambientar una ópera prima con un trasfondo oscuro y trágico. Es el carnaval el único momento que Marcos tiene para liberarse pero también a partir de él comenzará la tragedia. Marilyn es una película sensorial donde la tensión se respira en el aire mientras uno espera un trágico desenlace que nunca llega, siendo ese momento fatal tan shockeante como liberador, tanto para el personaje como para el espectador. Marilyn le escapa a las convenciones del género policial sobre el que se enmarca la historia, su corazón late por un costado donde el riesgo es mayor. Rodríguez Redondo trabaja sobre la perturbación provocada por el rechazo de la propia familia ante mandatos sociales y opresión de clase. Patrones-Padres-Hijos, la santísima trinidad del poder y la dominación de uno sobre otros. El peor pecado de Marcos no es su elección sexual sino su condición social. Con una puesta en escena precisa, Rodríguez Redondo acierta en cada una de las decisiones que toma, ya sea en cuanto a la forma de filmar, de que mostrar o en qué momento musicalizar, como también la novedosa manera en la que decide contar una historia LGBTIQ donde el verdadero problema subyace en la pobreza.
Basada en un caso real, Marilyn (2018) aporta una mirada sensible (y al mismo tiempo ríspida) sobre las vivencias de un adolescente que explora su sexualidad más allá de la heteronorma. Marcos vive en el campo junto a sus padres (Germán da Silva y Catalina Saavedra) y a su hermano. Allí, la familia entera oficia como casera de un patrón al que cada vez le preocupa más la presencia de los cuatreros. En medio de ese entorno amenazante, Marcos, en secreto, se pone la ropa de su madre y mira en el espejo a aquella persona que en verdad es. O, al menos, una que se ajusta más a sus deseos, por fuera de toda marcación heteronormativa. Tras la muerte de su padre (el único adulto en su entorno que le prodigaba un poco de afecto), Marcos no cederá ante sus deseos. Más bien lo contrario; profundizará en ellos y, entonces, recibirá el hostigamiento tanto de su familia como de casi todo el afuera. Esa negación a no aceptarlo como es (y a maltratarlo, tanto física como psicológicamente) adquiere rostro en la propia madre, que aunque lo deje hacer tareas culturalmente señaladas como “femeninas” se niega a acompañar a su hijo en su etapa de exploración. Su hermano, aún celoso por el trato preferencial del padre, tampoco lo ayudará en nada. Quizás sea su amiga la mejor confidente que Marcos encuentra, aunque ella también –como veremos en una secuencia- será rebajada por un grupo de jóvenes que operan como policías de la “heterosexualidad obligatoria”. Paradoja mediante, es uno de ellos uno de sus sujetos de deseo de Marilyn. Ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, Marilyn no se aparta ni un fotograma del realismo seco que profesa desde el comienzo. La cámara, pegada a su protagonista (gran debut de Walter Rodríguez), es testigo de sus momentos de soledad y de sosiego, en los que logra una intimidad fértil para explorarse o para, al menos, imaginar que lejos de ese campo opresivo hay un “más allá”. Ese momento llega con fuerza en el carnaval, verdadero espacio de subversión y liberación en el que Marcos/Marilyn baila. En ese baile se cifra su identidad en potencia. Pero que, al fin de cuentas, no deja de ser una libertad restringida; no sólo la danza parece estar aprobada por la comunidad, sino también el antifaz (el goce, para Marilyn; el disfraz habilitante, para los otros). El realizador prescinde de música para ambientar el derrotero de su criatura; en cambio, potencia el sonido ambiente. Su puesta adscribe a un realismo de tipo naturalista, que encuentra en el campo un espacio ideal. Ya lo supo interpretar así Julia Solomonoff en la estupenda El último verano de la boyita. En este relato, lo rural también encarna la fuerza de liberación que conduce a Marcos hacia Marilyn, en un derrotero que la pone de frente a la felicidad, pero que también la empuja a la tragedia.
Esta película se basa en la historia real de un adolescente gay que, luego de sufrir abusos y malos tratos, terminó cometiendo un doble homicidio y actualmente esta condenado a cadena perpetua. "Marilyn" empieza de modo interesante, con un crescendo dramático que llega a su punto culminante hacia la mitad de la proyección cuando el protagonista es violado y golpeado por un grupo de chicos de su pueblo una noche de carnaval. Lamentablemente, a partir de ese momento el director descuida el pulso narrativo y la historia de esta tragedia se vuelve un tanto deshilvanada. Se pierde la fuerza que tenia el relato inicialmente, las situaciones se vuelven mas anecdóticas, y se enfocan algunos hechos menos interesantes que los que hacen a la esencia de la trama. Las coloridas imágenes del carnaval litoraleño y la convincente actuación del protagonista, Walter Rodríguez, no alcanzan para que la película convenza del todo, en especial si se tiene en cuenta que con solo una hora y cuarto de duración se vuelve casi un poco demasiado larga.
La ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, "Marilyn", es una obra que opera a pura sensibilidad y potencia, arropando por completo al espectador. ¿Cómo se vive siendo diferente en una comunidad que no nos acepta y nos lo hace saber del peor modo? En los últimos años se avanzó a pasos enormes respecto a derechos de género. Aun así, es importante que sigan existiendo historias que nos hagan ver que no todo es fácil, que nunca se debe dar por sentado. Saber mirar desde dónde vinimos para encarar el futuro; y aprender que, tristemente, no todo el conjunto de la sociedad siempre avanza de la mano. "Marilyn" se basa, con ciertas libertades, en una historia real ocurrida hace unos cuántos años en el interior del país. Un pueblo pequeño con una mecánica que, quizás desde la urbe cueste comprender. Marcos (Walter Rodríguez), vive con su hermano y sus padres en una casa que el mismo dueño del campo “les alquila” a cambio del trabajo como peón. La rutina de la familia es básicamente trabajar desde que amanece hasta que se pone el sol. No hay mucha escapatoria. Sin embargo, Carlos (Germán De Silva, siempre sobresaliente) quiere otra cosa para su hijo menor, y por eso se preocupa en que Marcos, de diecisiete años, termine sus estudios. La madre, Olga (Catalina Saavedra), no está tan convencida de ese torcer el destino, probablemente cargando su propia frustración, y apoyándose más en su hijo mayor trabajador. Pero Marcos tiene algo más, su cada vez más latente deseo de reconocerse con el género femenino. Junto a su única amiga, se anima a probarse – a escondidas por supuesto – la bijouterie y la ropa que su madre se compra a pagar a la puestera que visita su casa. Sólo le queda el refugio que la da su padre apañando en silencio, ante la severidad inquebrantable de la mujer. Nada es fácil, así como Marcos es hostigado por su ambiente, su familia sufre el peso de la explotación del capataz, que sólo acarreará más tragedias en la vida de Marcos. Rodríguez Redondo se encarga de traspasar al espectador todo el peso de esta vida cargada de dolor y represión. Minuto a minuto, Marilyn se hace más difícil, como la vida a Marcos. Sin apresurarse, pero sin soltar las riendas del relato, el realizador pinta un cuadro de situación, a modo de viñetas de una vida cada vez más cercada y con la necesidad urgente de un botón de salida. Marilyn es un drama profundo que también se observa como un thriller para saber cuál será el destino de los personajes. Mientras más presente se manifiesta su identidad de género, mientras más quiere Marcos avanzar, más fuerte es la represión de Olga y el entorno de este pueblo en el que todos se conocen, intuyen lo que sucede “a escondidas”, y solamente se limitan a hostigar. Cualquiera de las salidas posibles que se nos ocurre para los que vivimos en el contexto de una gran ciudad y otro nivel socio cultural, es imposible para el protagonista. Marcos va forjando, a puro golpe de vida , una personalidad tímida, apagada, auto reprimida, propia de alguien que quiere, pero al que le han arrebatado muy pronto todos sus sueños. En Rodríguez Redondo se intuye aquel Favio de Crónica de un niño solo, o la sensibilidad con la que Lautaro Murúa presentó a la emblemática Raulito. Una mixtura exacta entre el nuevo cine independiente joven, y la mejor raigambre de la generación del ’60 y primera mitad de los ‘70. Marilyn es cine social con todas las letras. El tratamiento de la temática LGBTIQ no será el de los films de Marco Berger, menos el de Enrique Dawi en la ya hoy vetusta "Adiós, Roberto". Recorre un camino propio, con referencias bien claras en las que el contexto social prima por sobre todo. Nombres como el de Ricardo Wullicher (Quebracho), y el Grupo Cine Liberación, también pasarán por nuestras cabezas. No sólo nos hablan de una mujer a la que no dejan ser tal, nos hablan también de la realidad que no vemos sobre una vida en el interior que ni imaginamos. Despojada de toda idealización, y a la vez, eludiendo cualquier golpe bajo. El registro del realizador se siente casi documental, pero con gran pulso narrativo, libre de todo adorno que distraiga del objetivo principal. También hablamos del debut para Walter Rodríguez, y no siempre se tiene la posibilidad de realizar un primer trabajo con el peso que implica "Marily"n. Su interpretación es de una corrección magistral tal que se nos hace imposible imaginarnos a Marcos con otro rostro, y otros gestos, que no sean los suyos. Todo el sufrimiento del personaje pasa por el cuerpo de Walter, y sirve como un perfecto canal transmisor hacia el espectador que entrará en clima de situación inmediatamente. Rodríguez, que en la vida real es mucho más expresivo y explosivo de lo que marcos es en un inicio, logra hacernos creer que es ese ser golpeado, opaco, reprimido, de gestos mínimos, con una personalidad que aún no termina de definirse porque no lo dejan ser. A Rodríguez Redondo no le interesa la falsa objetividad, su postura es la de llevarnos de la mano junto a Marcos para que comprendamos todo su arco de situación y querramos intervenir para librarlo. Desde los pocos minutos iniciada la narración se nos instalará un interrogante ¿Cómo hará Marcos para poder ser Marilyn finalmente? ¿lo logrará? La chilena Catalina Saavedra carga también con una composición difícil. Olga se hace odiar, pero también es imposible correrla de su contexto. Es una mujer dura, que lleva el control del hogar, y que debe cargar con todo el peso de lo que le va ocurriendo a esa familia. Acostumbrada a callar, así como Marcos es sumiso ante ella (y sólo busca su comprensión como figura de autoridad); ella es sumisa ante la explotación, también quisiera gritar, y su modo de hacerlo, es gritarle al que considera debe corregir, por puro mandato familiar y de tradición. Saavedra logra otra gran interpretación, y entre ambos actores se transforman en la herramienta principal para que el realizador exponga su postura de hechos. La química/anti química natural de madre e hijo, matriarca y “diferente”, queda representada con muchísima naturalidad y verosimilitud. "Marilyn" es una obra arriesgada, tanto narrativa como visualmente, asume la necesidad de transformarse a sí misma en una declaración de derechos, sin jamás decaer en lo declamatorio o reiterativo. A través del montaje, y de una pulsión lenta pero constante, como un grito desaforado y desenfrenado, pero implosivo; nuestro intereses nunca decae, por el contrario, cada vez ahoga, sofoca, congoja, y apasiona más. Al punto de dejarnos abatidos, noqueados, inmóviles ante tanto cine delante nuestro. No será fácil reponerse a lo que veremos. Martín Rodriguez Redondo concibió una joya tan delicada, adulta, y comprometida, que cuesta creer se trate apenas de un realizador dando sus primeros pasos. "Marilyn" es la carta de presentación perfecta para alguien de quien ansiosos ahora aguardamos su próximo grito de liberación.
El complejo camino de la búsqueda de una identidad sexual ha sido abordado en múltiples ocasiones en el cine. Pero claramente “MARILYN” no es una más de la lista. Así como Dolan rompió algunos esquemas con “Laurence Anyways” y su protagonista travestido, la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo encuentra también algunos puntos de contacto con “Tomboy” de Céline Sciamma y la formidable “Ma vie en rosa” de Alain Berliner, asumiendo enteramente el riesgo de abordar una temática muy poco frecuentada en el cine nacional, logrando aportar una nueva mirada. El trabajo es aún más complejo, más osado y más valiente, y ese riesgo se multiplica cuando Rodríguez Redondo logra mezclar en partes iguales, elementos de una historia “coming of age”, una película enmarcada dentro del cine LGBTIQ y un relato basado en hechos reales. Conviene ser espectador de “MARILYN” teniendo la menor cantidad de información posible sobre los sucesos ocurridos, y disfrutar de cómo Rodríguez Redondo va estructurando el relato de forma tal de sumergirnos en la historia de Marcos, develando capa sobre capa y construyendo la complejidad de su personaje al ir enhebrando pequeños momentos y situaciones familiares que van actuando por acumulación. Marcos es un adolescente que vive junto con sus padres y su hermano mayor en una estancia de la Provincia de Buenos Aires. Mientras el padre y el hermano se dedican a las tareas más pesadas en el campo, Marcos suele pasar la mayor parte de su tiempo acompañando a su madre, participando ya sea activamente o en silencio, dentro de ese universo donde comparten ciertas tareas hogareñas y pasan juntos todas las tardes. La ayuda con un dobladillo, ocasionalmente intervienen las amigas de su madre, eligen bijouterie o le ayuda a preparar alguna comida. De a poco y muy lentamente algunas escenas nos permiten ir descubriendo el lugar que ocupa Marcos dentro de la estructura familiar. Con cierto fetiche sobre los elementos con los que se conecta y lo vemos jugar frente a la cámara (un vestido, telas, una cadenita con piedras de colores, maquillaje) seremos testigos del proceso por el que Marcos está atravesando en este ambiente familiar que le es completamente hostil y en el cual obviamente, no tendrá la posibilidad de expresarse abiertamente. Un hecho puntual sacude a la familia y rompe con ese delicado equilibrio que venía sosteniendo precariamente algunas situaciones. Ante la repentina ausencia del padre, la estructura familiar se reacomoda y el lugar de Marcos dentro de esa constelación, cambiará rotundamente. Su gran oportunidad llegará junto con el carnaval: un tiempo en donde el pueblo se viste de fiesta y todo parece ser alegría. Detrás de un antifaz, Marcos comenzará a coquetear con concretar la idea de ser otro/a e ir mostrándose al mundo –incluso a su propio mundo-, tal como se siente, su verdadera identidad. En una bellísima escena donde la cámara de Rodríguez Redondo capta con una profunda intensidad todo ese mundo interior de Marcos que se despliega frente a nosotros (imposible no recordar la chilena “Gloria” con el momento de liberación de la protagonista), seremos testigos de un momento crucial, de un paso adelante y de un giro en su historia, pero que obviamente, tendrá sus consecuencias. El precio que deberá pagar será la condena social y en particular, la de un grupo de jóvenes del pueblo con los que Marcos/Marilyn coquetea, desencadenando una ráfaga de violencia, un momento decisivo para ese proceso que Marcos está transitando. La opresión y la discriminación no sólo será la de jóvenes del pueblo sino fundamentalmente la que encuentre en su propio entorno familiar, con un clima cada vez más enrarecido y perturbador en el que Marcos se siente fragmentado frente a una madre que lo ha tratado como la hija mujer que nunca tuvo pero que no termina de aceptarlo tal como es. Sumado a esto, el aire endogámico que se respira en la casa, que el director sabe retratar tan efectivamente sin ningún tipo de subrayados ni refuerzos mediante diálogos, sino que por el contrario construye a base de climas, miradas y pequeñas señales, conlleva a que la situación sea cada vez más asfixiante, aun cuando Marcos acepte cada vez más pasivamente ese padecimiento familiar. Encontrará refugio tanto en su mejor amiga y confidente como en el vínculo amoroso que entabla con el chico que atiende la despensa del pueblo, situación en la que también se marca una diferencia de clases pero por sobre todo, la aceptación que asume cada una de las familias sobre una elección diferente. Indudablemente, uno de los grandes aciertos del director es la conducción de sus actores. A un brillante y exacto trabajo de Germán De Silva (una vez más demostrando ser, desde “Las Acacias” en adelante, uno de los grandes actores del momento sacando provecho de sus grandes papeles secundarios) se suma la composición de Catalina Saavedra (la actriz chilena que conocimos con “La Nana” y su participación en “Neruda”) de gestualidad tan medida como potente y certera. Pero la mirada del espectador no puede despegarse del Marcos que compone Walter Rodríguez en el que es su trabajo debut en el cine, lo que llama doblemente la atención. En un más que acertado trabajo de casting, Rodríguez no sólo le pone el cuerpo a Marcos/Marilyn sino que logra captar por completo el alma del personaje y apoderarse de él desde las primeras escenas. Al estar basada en hechos reales, cualquiera podría acercarse a “MARILYN” con la información de lo que ha sucedido que puede encontrarse en cualquier portal y entender el porqué de haberla llevado a la pantalla grande. Pero el final que depara la historia, la forma y el timing con el que está filmado es tan impactante, tan arrasador, que vale la pena aventurarse a la experiencia de la forma más vacía posible para maravillarse del crescendo dramático que Rodríguez Redondo le pone a la historia, para quedarse absolutamente shockeado y conmovido con la que indudablemente se presenta como una de las opera prima más logradas y sutiles del año.
Un hecho real, un despertar sexual y un ambiente familiar hosco, vuelven a Marilyn un personaje digno de contar en un film que marca el prometedor debut en el largometraje de Martín Rodríguez Redondo. Marcos es un joven de 17 años que vive en el seno de una familia de trabajadores del campo. Estudia y recibe el incondicional apoyo de su padre, quien entiende el potencial de su hijo y lo respeta en el distanciamiento que tiene por la tarea rural, lo que que resiente a su madre y hermano que trabajan junto al padre de sol a sol. El progenitor fallece luego de un disgusto, dejando a la familia sola en una situación precaria y donde su vivienda corre peligro al no poder generar el dinero para pagar el alquiler. Al mismo tiempo Marcos se va transformando (aunque no lentamente) en Marilyn, una joven trans. En su despertar sexual, él no sólo se siente atraído por jóvenes de su mismo sexo sino que también disfruta de vestirse con ropas de mujer. El entorno social y su familia no lo comprenden, lo discriminan y agreden constantemente, lo que va llevando a Marcos al límite de la desesperación. Marilyn es un film con muchos aciertos, principalmente la empatía que el director logra generar en el espectador que entra sin tapujos ni traumas en sintonía con el personaje de Marcos, con una pintura alejada de los traumas clásicos de estos relatos y mucho más cercana a la convicción que él siente por su deseo sexual y su elección de vida. Marcos es encarnado con naturalidad y soltura por el también debutante Walter Rodríguez, que pasa del introspectivo joven a la desfachatada Marilyn con la misma gracia con la que el director cambia el tono del relato de escena a escena. El elenco acompaña también de forma impecable, particularmente la madre compuesta por la actriz chilena Catalina Saavedra (a quien conocimos en Argentina en la excepcional película La nana de Sebastián Silva, 2009) quien compone al duro personaje que le toca lidiar con la muerte de su esposo, el riesgo de perder lo poco que logró en su vida y lo inabarcable que le resulta el conflicto sexual de su hijo. Cuando un director sabe lo que tiene que contar se nota en todos los aspectos de la realización y esto queda claro en la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo. La misma naturalidad con la que Marcos y Marilyn conviven en el film se refleja en el montaje y particularmente en la fotografía de Guillermo Saposnik que va desde el árido mundo de Marcos al potencialmente colorido mundo de su alter ego femenino.
Este encuentro es “un cara a cara” con el cine nuevo, algo que funciona sin duda como un un motor para los amantes del cine novel, del cine auténtico, del cine puro, del lenguaje en estado creativo. Marilyn es la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, realizador argentino que da sus primeros pasos en este largometraje de ficción inspirado en una historia real. Vale aclarar que la historia que disparó el filme transcurrió allá por el 2009 en un pueblo cercano a La Plata, y no agrego más datos de contexto periodístico para que en primera instancia nos acerquemos a esta obra sin lecturas previas, sin contrastar los datos reales como si ver el filme fuera chequear el guion con un test. El relato es lo suficientemente solvente para que se convoque al espectador a ver la obra libre de otros pliegos, evitando realizar comparaciones entre los hechos verídicos casi de corte forense con la libertad interpretativa del autor. Pues a la hora de narrar según su perspectiva personal esta historia que lo atrapó, lo envolvió y lo llevó a plasmar un relato va mucho más allá de una serie de hechos reales recopilados en varias notas de un diario. La historia, que parece breve para describirla pero no menos elaborada para construirla, es la de Marcos, un adolescente que vive con su familia en un pueblo de campo. Es una familia de puesteros instalados en un mundo pequeño, cerrado, conservador y opresivo. Un patrón dominante, un pueblo endogámico y las vidas de todos que parecen discurrir casi como predestinadas para no salirse de ese sistema. El filme trata sobre la íntima búsqueda de identidad sexual de nuestro protagonista, una misión tan personal e interior que solo la vamos develando progresivamente en algunas escenas con pequeños detalles. Marcos en relación a su madre y al universo de lo llamado “femenino”, la costura, la estética de la mujer o al menos la idea de ello. Marcos y su lugar del hijo que estudia y que parece tener más capacidad para eso que para las rudas tareas del campo. Marcos y su amiga, una joven de su edad con la que deambulan en una motito un poco como pares, sin que de ello se hable y menos aún que Marcos haga de ese vínculo un lugar de confidencias para sus preocupaciones de género. Por el contrario, su búsqueda identitaria es algo que fluye en todo el filme por debajo de las escenas como un agua que corre intensa pero no siempre visible. Existen escenas de apuesta más directa como cuando vemos la secuencia del carnaval donde aparece un Marcos envuelto en maquillaje y ropas de mujer deseando ser mirado, elegido o aprobado en el universo de su pueblo oclusivo. Pero el filme lejos está de ser una película de “salida del closet”, ya que parece más preocupada por proponernos una pregunta más amplia que por darnos una respuesta cerrada sobre la sexualidad como definición del hombre. La piedra fundamental es el interrogante sobre la construcción del camino para la búsqueda por la identidad, en todo el sentido de la palabra, excediendo a esto el tema de la sexualidad como único revés de la trama. La condición de la película como filme sobre la identidad de género es genuina, no es falso el recurso dramático ni el tema está impostado, pero a su vez funciona como una metáfora sobre una identidad total del sujeto, y cómo esta definición puede ser perturbadora para el sistema social. “Ser uno”, “ser diferente a otros”… sea esa diferencia radical por la razón que sea de género o de ideas distintas, la preocupación subtextual en el filme es por una identidad que al emerger no pueda encontrar lugar en el sistema, o no modificar el funcionamiento de la maquinaria social para existir. Esto puede ser un hecho crítico y extremo, algo que el sistema buscará oprimir hasta eliminar o atomizar. Donde también el sujeto de la identidad podría buscar la autodestrucción o destruir a los opresores. La sociedad que describe el guion de Marilyn es opresiva y rígida, vemos como todo funciona con la dialéctica del amo y el esclavo, leyes que se deben obedecer y son acatadas sin cuestionamiento. Por eso mismo Marcos, sus preguntas y su conflicto laten de manera interna, asfixiados en el pecho del personaje como una bomba a punto de estallar, pero aún así se somete a los mandatos del sistema porque no parece haber otra salida. Los planteos vinculares en el filme se definen con pequeños y precisos trazos ya desde el guion hasta las actuaciones que cristalizan con la dosis de expresividad necesaria el registro emocional de los personajes. La relación entre el padre de Marcos y su apoyo a ciertas facetas de su hijo como el estudio frente al trabajo de campo o detalles de ese tenor entre ambos son claves para la trama total. La relación entre Marcos y su madre, compleja, ambivalente, y ante todo determinada por el sometimiento ya que es ella la que enarbola la bandera del castigo y la sanción hacia esa identidad que Marcos trata de poner en actos. Es oscura y monstruosa la carga maternal que pone a Marcos que va desde el lugar de la hija mujer que nunca tuvo a la del hijo marginado y no reconocido. Es muy inquietante la relación entre el hermano de Marcos y la madre, un vínculo en el que pareciera asomar cierta cercanía incestuosa. En un plano breve pero no menos eficaz los vemos reírse juntos mirando la televisión tirados en una cama matrimonial mientras comen a la par, como un acto de complicidad, intimidad y pertenencia que nos incomoda hasta los huesos. Todo el filme está medido con austeridad pero no menos belleza. El director nos deja observar el mundo visto desde el punto de vista de Marcos, filtrado por su mirada pero sin recargar en ello una sobre expresividad externa o un tipo imágenes muy explícitas o redundantes haciendo del campo y del fuera de campo un trabajo narrativo muy cuidado plano a plano. Es una ópera prima de impronta Bressoniana en muchos aspectos, casi documental en algunas de sus formas, medida en su expresividad actoral, con una cámara que no danza en preciosismos y con primeros planos cargados de silencios narrativos y de pensamientos no dichos. Un hallazgo narrativo, auténtico cine de autor con un final de contundencia radical. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Marcos vuelve de su estadía en el colegio. Adolescente, su vida al lado de sus padres, caseros rurales, será una sucesión de trabajos que no parecen satisfacerlo. Pasear vacas, ordeñarlas, ayudar a vender los productos de granja o en las batidas tras los ladrones de ganado que parecen ser una constante en la zona. Quién sabe si no le gusta más lo que hace Olga, esa madre dura que parece relajarse un poco cuando acciona la máquina de coser de la que salen las simples prendas que alguna vecina le compra. El mismo, cuando la madre no está, maneja la máquina mejor que un coche, si hasta ayuda muy bien a atender alguna clienta y disponer alfileres a lo largo de esos ruedos de tan difícil caída. Marcos, ese chico callado, está descubriendo que el sexo parece no coincidir con su vestimenta ni con su nombre. Lo que viene será la transformación paulatina y la imposibilidad de convivir en armonía con padres que no comprenden al diferente. Un camino de discriminación y estigma que lo obligará a mutar en carnaval con el antifaz que él mismo se cosió al ritmo de alguna cumbia que lo bautiza Marilyn. REVELACION JUVENIL Radiografía impecable de un chico que descubre su sexualidad, la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo llama la atención por la verosimilitud, la fuerza y la solidez de plantar a su protagonista en un ambiente hostil y desarrollarlo en un viaje a su identidad. Filme sin concesiones, casi sin palabras, con rostros y cuerpos expresivos (la madre, el chico en la estupenda pista de baile de un carnaval pueblerino). Austero en la forma, delicado en escenas que lo requieren Rodríguez Redondo es un más que interesante nuevo director en un filme polémico. El debutante Walter Rodríguez, un hallazgo, mezcla de ingenuidad, curiosidad y encanto sólo en el momento en que da permiso a Marilyn para aparecer (baile de carnaval). La chilena Catalina Saavedra da una sólida y pétrea personificación de una madre que no puede comprender la realidad, a su lado Germán de Silva es el padre. Un grupo de adolescentes acompaña con buen desempeño este filme provocativo y que ayuda a comprender situaciones de violencia ante realidades que no siempre el individuo es capaz de comprender. El filme está basado en hechos reales y su protagonista, al que se agradece en los carteles finales, haber aceptado la difusión de la trágica historia, aún permanece tras las rejas en una cárcel de la ciudad.
Marilyn: Déjenme ser feliz. Marilyn (2018), la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, aborda un caso real donde lo que más importa es la identidad de cada ser humano. Son tiempos modernos. Son épocas en las que el cine sobre adolescentes en búsqueda de su identidad y sexualidad es necesario. De igual modo, en su momento fue necesario también hablar sobre la última dictadura militar y los desaparecidos, y de la misma forma, en otras épocas, abundaban las historias costumbristas y el cine sobre familias disfuncionales. Hoy el foco del cine está puesto en la rebeldía adolescente, el primer amor y la necesidad de ser quienes queremos ser barriendo con los mandatos sociales. Marilyn (2018), la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, está basada en una historia real. Marilyn es la historia de Marcelo Bernasconi, un chico condenado a cadena perpetua por matar a su madre y hermano. La película de Rodríguez Redondo no justifica este hecho, sino que propone un recorrido, poniendo sobre la mesa verdades que mucha gente ignora: la opresión, el rechazo familiar, el bullying y la “pacateria” de un pueblo de campo frente a las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo. Marcos -encarnado por un más que acertado Walter Rodríguez– es el protagonista de esta historia de encierros, maltratos, vergüenza y desamor. Luego de que su padre- interpretado por el siempre brillante Germán de Silva– el único integrante de la familia con quien tenía algún tipo de conexión, muriera repentinamente, Marcos queda completamente solo tratando de construirse como persona. El único momento en que lo vemos feliz es en el ansiado Carnaval del pueblo, donde –con una máscara- oculta su rostro pero no la identidad deseada. Se viste de mujer y baila; pasa desapercibido como hombre, mimetizándose perfectamente entre la gente, sintiéndose cómodo y alegre. Pero lo bueno dura poco. Él tiene que volver a su casa como varón para enfrentar día a día a su familia. Su madre, una mujer recia y parca, que lo castiga casi sin razón y un hermano indiferente a todo lo que pasa alrededor. Aquí el film de Rodríguez Redondo recalca cuán importantes son los vínculos y el afecto de la familia en momentos de crecimiento y vivencias adolescentes. Más allá de estas pálidas, la película es colorida con un personaje decidido y desprejuiciado, convencido en llevar adelante su deseo y concepción de sí mismo. Marilyn no es una película más sobre la temática de salida del closet; sino que representa el drama de un protagonista sorprendente en sus actos. Para ello, la cámara cercana de Rodríguez Redondo captura cada gesto, cada acción y movimiento, como si fuera casi una extensión del cuerpo de Marcos. En la película, además, es evidente la cuestión de clase. La familia de Marcos es humilde y está sometida a las reglas del patrón que los presiona cada vez más. Marcos lleva una mochila doble en sus espaldas: ser gay y ser pobre. El sometimiento tanto físico como emocional atraviesa a todo el film y, así, las actuaciones de todos –no sólo de Walter Rodríguez- le dan veracidad y realismo a las situaciones. Trágica pero muy disfrutable, Marilyn tiene un guión sin fisuras, con un recorte del caso real muy particular, tomando sólo algunos elementos clave para ir construyendo los personajes y ficcionalizarlos de forma atractiva. Una película necesaria que no tiene desperdicio.
En el pueblo lo llaman Marilyn. Pero en realidad su nombre es Marcos (Walter Rodríguez), un adolescente que va al colegio secundario, vive con sus padres y un hermano en una casa muy mal conservada, dentro de una estancia que se dedica a la producción de ganadería vacuna. Ellos no son los propietarios, sino los puesteros que mantienen y cuidan el lugar como pueden. La historia transcurre durante las vacaciones de verano. Marcos ayuda a su familia con las tareas diarias de la casa y el campo. En sus ratos libres, a escondidas, cose a máquina ropa femenina y la prueba él mismo, junto con un poco de maquillaje en la cara. Martín Rodríguez Redondo dirige esta película basada en un hecho real, sucedido hace unos diez años, que conmocionó en su momento a la opinión pública. Los acontecimientos adquirieron tal relevancia que hasta el día de hoy se lo recuerda. Bajo un clima de opresión y hostigamiento diario, proveniente de unos muchachos del vecindario por ser homosexual, transcurre la vida del protagonista, que nunca dudó de lo que sentía y quería. Jamás se lo cuestionó. Desea ser mujer y alejado de las miradas inquisitorias, actúa y viste como tal. Pero si ser así en una gran ciudad es muy difícil, en un pueblo chico y, además siendo pobre, se torna traumático. La intolerancia se acrecienta de parte de su madre Olga (Catalina Saavedra) y del hermano (Ignacio Giménez), cuando muere Carlos (Germán De Silva) y la familia queda a la deriva. Pese a todo y contra todos, Marcos no piensa en cambiar de actitud. Se siente una chica. La única que lo comprende y apoya es Laura (Josefina Paredes), su mejor amiga, que está siempre a su lado. La película está narrada con una estructura dramática tradicional. El tono es monocorde al igual que la dinámica. Salvo algunas escenas desarrolladas con más agilidad. El director no utiliza música o ruidos incidentales, prioriza el sonido ambiente. Sólo altera el clima, un par de cumbias que suenan en el boliche pueblerino cambiando la atmósfera agobiante que rodea al relato. Cabe destacar la interpretación que hace Walter Rodríguez. Cuando tiene que ser un hombre frente a todos siempre está serio, introvertido, dice las palabras justas. Pero cuando puede transformarse en una chica, la hace muy mujer, delicada y amorosa. Los movimientos rústicos de varón los convierte en plásticos y femeninos, sin inconvenientes. Los hechos reales fueron una inspiración para el realizador. Eso no implica que lo expresado en pantalla fue como pasó exactamente en la realidad, sino que está planeado de ese modo para que funcione cinematográficamente. La decisión de Marcos en ser Marilyn tiene sus consecuencias. Pero eso no lo amedrenta. Tiene plena conciencia que el problema por ser así, lo tienen los otros, no él, y eso no lo puede tolerar. Porque sólo quiere ser como es y no lo dejan
La narración de Martín Rodríguez Redondo, se encuentra basada en hechos reales que sucedieron en el 2009, aunque varias situaciones se encuentran ficcionadas. El ámbito donde se mueve el adolescente Marcos (17 años) es conmovedor, porque vive en una zona rural, como reza el dicho “pueblo chico infierno grande”, ahí todos saben de todos; su familia se encuentra compuesta por sus padres y un hermano mayor, ellos trabajan en el campo, son peones y a cambio tienen la vivienda y comida pero comienzan a sufrir algunos robos de ganado. Todo se complica cuando el jefe de familia (Germán de Silva, aunque tiene una acotada participación, resulta impecable), muere, la ola de robos se incrementa, el dueño del campo presiona, hasta quiere que se vayan, ya tienen fecha de vencimiento. Marcos se siente Marilyn (Walter Rodríguez, mucho expresa través de un lenguaje corporal y su mirada: tierna, brillante, penetrante y atormentada) y comienza a cargar una mochila enorme, su identidad. Por un lado se puede ver la incomprensión de su entorno, constantes ataques físicos y verbales de otros jóvenes del lugar a los que se suma la frialdad y el acoso psicológico por parte de su madre (actriz chilena de teatro, cine y televisión Catalina Saavedra, logra una buena interpretación) y su hermano Carlos (Ignacio Giménez). El único momento de paz que encuentra es junto a Laura (Josefina Paredes), su amiga y confidente y su primer amor Federico (Andrew Bargsted). Su desarrollo resulta sólido, con pocos diálogos y actuaciones precisas, donde está el mundo de Marilyn, cualquiera puede ser su nombre, que sufre las humillaciones por sentirse distinto, porque no hay una ley de matrimonio igualitario ni identidad de género que lo proteja y solo se puede ver el dedo acusador. Con un final visualmente impactante, para pensar, debatir y reflexionar. “Marilyn” es la opera prima Martín Rodríguez Redondo. Dentro de los Premios obtenidos se pueden mencionar: El Tel Aviv International LGBT Film Festival. Mejor película de ficción (2018), Premio Guion Ópera Prima INCAA, Premio a Mejor largometraje en el Festival de Cine Queer Lisboa 22 (2018), Premio a Mejor Actor Protagónico en el Festival Audiovisual Bariloche (FAB, 2018), Mención Especial por su participación en la sección Oficial Competencia Nacional de largometrajes del Festival Audiovisual Bariloche (2018).
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Marilyn es una película basada en la historia de Marcelo Bernasconi, la cual expone la falta de comprensión y contención hacia un joven homosexual, que desea travesti ese, en un contexto rural y conservador. La inteligencia de su director Martín Rodríguez Redondo reside en no juzgar al protagonista sino en desarrollar su identidad de género y la discriminación que éste padece. Este relato atrapante y sorprendente, debido a sus ritmos e intriga, aún para quiénes conocen lo acontecido en el 2009, resulta impredecible. En #Marilyn se representa un sociedad con valores retrogrados y violentos que empujan a la represión y el abuso. No casualmente en una noche de carnaval será cuando Marcos se permita ser Marilyn, cuando se sienta libre y deje salir lo reprimido. En la cotidianidad de esa comunidad Marilyn no puede hacerse presente porque encarna la otredad que esa sociedad no quiere se exprese, en el sentido de lo #queer entendido según Bolívar Echeverría como “(…) el atributo distintivo de un comportamiento que, sin ser de este mundo, se atreve a hacerse presente en él, sin tener cabida en la realidad, tal como es puesta por la civilización de la modernidad capitalista, se hace sin embargo un lugar en ella”. No se pierdan este doloroso pero necesario retrato de la diversidad de género.
Con mucha delicadeza para pintar situaciones duras, el realizador Rodríguez Redondo logra comunica la historia de un peón rural que descubre su sexualidad en un universo represivo, lleno de mandatos y de discriminaciones. La película dice las cosas por su nombre, enfrenta el problema pero no da soluciones fáciles, sino que trata de entender sin, por eso, dejar de tomar partido. Sinceridad y buen trabajo estético, una gran combinación.
Marilyn se trata de la opera prima de Martín Rodríguez Redondo y nos cuenta una historia que aparenta ser sencilla que se desarrolla en una geografía campestre, a las afueras de la gran ciudad. Allí se encuentra Marcos (Walter Rodríguez), un joven que está descubriéndose en un ambiente que no le permite ser libre. Marcos encara su vida con los recursos que tiene y apoyándose en su amiga, la única que lo entiende. Este personaje lucha contra varios oponente, el cual parece ser el único medio que encuentra para escaparse de ese lugar de encierro para lo que él quiere de sí mismo. En su madre encuentra su principal oponente y, justamente en su figura encuentra una femineidad tosca que le da indicios de cómo podría llegar a ser. En el pequeño pueblo enmascarado, vestido de mujer, con maquillaje y peluca puede ser un poco más libre. Allí, conoce otra vida posible, todo está a su alcance incluso el fantasear con un amor hecho casi a su medida. Pero, a pesar de ello el rechazo de sus más allegados se torna insoportable y toma una decisión drástica. La película brilla por su simpleza y encanta por su imagen, el sonido de la naturaleza que denota la pureza mezclado con la adrenalina que despierta el pueblo. El tema tratado da a debate y, es de enorme alegría que cada vez hay menos prejuicio para hablar de ciertos temas que en el pasado eran considerados prohibidos. Ficha técnica Marilyn (Argentina-Chile, 2018) Director: Martín Rodríguez Redondo / Guión: Martín Rodríguez Redondo, Mara Pescio, Mariana Docampo / Director de fotografía: Guillermo Saposnik / Elenco: Germán De Silva, Ignacio Giménez, Catalina Saavedra, Walter Rodríguez / Producción:Martín Rodríguez Redondo, Paula Zyngierman / Calificación: SAM 16 años / Distribuye: CINETREN.
Esta opera prima argentina que participó en el Festival de Berlín se centra en un chico de provincia gay al que le gusta vestirse de mujer y que debe soportar maltratos y humillaciones constantes, tanto fuera como dentro de su familia. Basada en un caso real. Basada en una historia real, la opera prima de Rodríguez Redondo que participó en el Festival de Berlín toma como eje la vida de un adolescente que trata de escapar a la gris cotidianeidad provinciana de su sufrida familia de clase trabajadora. Y lo hace maquillándose y vistiéndose como mujer. Su padre (Germán de Silva) y su hermano se dedican al campo y no parecen prestarle demasiada atención pero su madre (la actriz chilena Catalina Saavedra), que es modista, parece notar que algo inusual sucede con él. Cuando llega el carnaval, Marcos (Walter Rodríguez), que en la vida diaria es tímido y silencioso, ya se ha vuelto la Marilyn del título, desfilando en toda su gloria femenina y dejando entrever la ilusión de otra vida posible en su rostro. Pero, claro, el carnaval es una cosa y la vida cotidiana es otra, por lo que no le será muy fácil convivir con el alrededor, ni aún cuando encuentre en ese ambiente hostil algo parecido a una posible historia de amor. Este drama cauto se va oscureciendo y acercando a un final trágico que llegará de todos modos de una manera inesperada. Se trata de una película que, aún cuando funciona por momentos en base a patrones clásicos y arquetípicos, pone el acento y el eje en el enorme camino que falta transitar para que una persona como Marcos/Marilyn pueda ser entendida y aceptada por su marco social, cultural y hasta familiar. Los micromundos urbanos y algunas leyes progresistas pueden hacer pensar que estas cosas deberían ser asuntos del pasado, pero en esta suerte de “Lejano Oeste” en el que transcurre el filme, vivir al margen de las convenciones sigue siendo un tema de vida o muerte.