Una comedia preocupante. La oscuridad de la noche -y su silencio- se rompen. Liz estira la mano a ciegas. Tantea. Toca una manito. Con la otra mano prende una luz pero Nicanor llora igual. Se levanta y lo alza. Le prepara una mamadera. Es de madrugada y el acto es automático. Le da de tomar y se calma. Se calman. Tanto que se quedan los dos dormidos de nuevo, así, en esa posición. Liz (Julieta Zylberberg) está sola pero no soltera. Su pareja (Daniel Hendler) está en Chile haciendo un documental sobre volcanes. O sea: Liz sí está sola. Nadie le dijo cómo es esto de la maternidad. En ningún lado enseñan a ser madre pero todos siempre tienen algo que decir. “Ah no, lo que yo siempre hago es…”. “¿Por qué no probás con esto?”. “¿Sabés qué te vendría bien a vos…?”. Y así. Entonces Liz va al parque con Nicanor. Lo quiere sentar en una hamaca pero es muy chico todavía: tiene tres meses. En la hamaca de al lado está Rosa (Ana Katz) con una nena un poquito más grande. Charlan. Rosa indaga: “¿tenés auto”. Luego se van a comer juntas una pizza a las once de la mañana. El vértigo de lo extraño seduce a Liz pero con cautela. Rosa es rara. Nombra mucho a su hermana, Renata (Maricel Álvarez). Y son ellas tres: Liz, Rosa y Renata el eje central de esta hermosa película que escribió (junto a Inés Bortagaray), actuó y dirigió Ana Katz: Mi Amiga del Parque. El personaje de Rosa es complejo. Nunca se sabe si dice la verdad. Nunca se sabe para dónde puede salir o qué será lo próximo que hará. Renata es igual. La película es una mezcla de géneros. Drama, comedia, pero sobre todo suspenso. “Un suspenso cotidiano”, define su directora y acierta. No es necesario crear suspenso con un asesino en busca de una chica escondida en un placard. En Mi Amiga del Parque el suspenso está puesto en lo poco claros que son los pedidos de Rosa. O en la relación entre Renata y Liz. En lo no dicho. En los silencios. En las pausas. Katz decide bajar línea con la película y eso está bien. Desmitifica el supuesto idilio de la maternidad. Obvio que la madre ama al hijo. Pero también sufre (con y por él), y mucho. Explora los miedos y las inseguridades de las mujeres desde el punto de vista que sólo da la experiencia de haber pasado por eso mismo. La presión social de tener que dar la teta (el personaje de Julieta Zylberberg no puede y es un tema). La culpa que genera salir y dejar al hijo al cuidado de otro. Y por último, la mirada de los otros que juzgan las acciones y las decisiones de Liz y los consejos no pedidos. Ya en sus películas anteriores (El Juego de la Silla, 2002; Una Novia Errante, 2006; Los Marziano, 2011), Ana Katz demostró que es una gran directora. Pero en esta queda claro que el sentido de la estética a la hora de componer los planos -sobre todo los de las plazas- es perfecto. Mi Amiga del Parque es una crítica a la maternidad radiante de Verónica Varano o Maru Botana. La muestra cruda y descarnada pero no por eso sin un enorme amor.
Historias del encuentro de clase. Mi Amiga del Parque (2015), el último film de Ana Katz, narra la maternidad de dos mujeres que se encuentran azarosamente en una plaza hamacando a sus bebés. Liz (Julieta Zylberberg) es una madre primeriza de más de treinta años que debe criar a su bebé sola debido a que su marido está filmando un documental sobre un volcán en Chile, emulando los pasos de Werner Herzog en La Soufrière (1977). Recorriendo el parque en que se pasea junto al cochecito de su hijo y alejada de las aburridas conversaciones de las otras madres, conoce a Rosa (Katz), su contracara, una mujer que rápidamente toma confianza con Liz y la lleva por el camino de la “viveza criolla”. A medida que Liz se va abriendo con su amiga, vamos conociendo sus angustias y su necesidad de un hombro en el cual apoyarse. Cada intento de acercamiento encuentra la pared de la soledad, salvo en Rosa y en Renata (Maricel Álvarez), la hermana de Rosa, quienes parecen tener una visión de la vida menos prejuiciosa pero también desvergonzada. La película de Katz logra a través de buenas actuaciones construir los matices de las personalidades de estas mujeres que se necesitan mutualmente pero les cuesta acercarse, dialogar, conocerse y principalmente ser ellas mismas y comunicarse. El abordaje de la cuestión de la maternidad le permite a Katz poner a las protagonistas en una situación de vulnerabilidad que hace énfasis en las emociones y la sensibilidad femenina para crear un ambiente íntimo pero siempre en tensión. La fotografía a cargo de Guillermo Nieto propone paisajes abiertos del parque en contraste con primeros planos asfixiantes que captan las gesticulaciones más imperceptibles y las emociones que inundan el ambiente. A través de estas características y un guión que propone contraponer dos clases sociales que se encuentran en el espacio público, y que deben poner en juego su relación en el espacio privado, Katz consigue crear una narración ágil pero reflexiva que se detiene a observar las sensaciones que atraviesan a los personajes. Con Mi Amiga del Parque la directora demuestra una gran pericia a la hora de transformarse de directora en actriz, para trabajar a la par de Julieta Zylberberg y Maricel Álvarez, destacándose por su versatilidad. La obra de Katz consigue combinar cuestiones universales como la soledad, la incomunicación y la distancia con las problemáticas actuales de la maternidad que recaen en las mujeres, y especialmente en las madres primerizas, para construir un drama sobre una relación de amistad entre dos personas de contextos diferentes pero con problemáticas similares. De esta manera, vemos cómo los valores universales son puestos a prueba a la vez que se expone la necesidad de crear canales de comunicación y establecer un diálogo para crear la posibilidad de una visión de comunidad -tanto en el espacio público como en el privado- para poder convivir.
Un relato de madres disidentes. La película Mi Amiga del Parque narra la historia de Liz (Julieta Zylberberg), quien recientemente fue madre por primera vez. Sin embargo, por más que la invade la felicidad, es consciente de la inmensidad de dicho acontecimiento e inevitablemente se siente abatida por el mismo. Posiblemente esto se deba a que Liz es casi una madre soltera, ya que su marido (Daniel Hendler) se encuentra permanentemente de viaje por trabajo y su núcleo familiar es reducido. Este film dirigido por Ana Katz, cuyas propuestas suelen brindarnos historias extrañas e interesantes, esboza sutilmente los miedos y dudas que nacen ante la maternidad y la nueva identidad que para la madre esto implica. En palabras de su autora, Mi Amiga del Parque narra el “estado de ensoñación de una madre primeriza”. Esta madre posmoderna sale de paseo con su bebé hacia un espacio abierto, no sólo en cuanto a naturaleza, sino también en tanto que invita al encuentro. Allí conoce diferentes tipos de madres: la monotemática, la que habla del aborto, la convencional, la que renuncia a ser madre, pero quien principalmente llamará su atención será Rosa (interpretada por quien escribe y dirige). En palabras de la directora durante la conferencia de prensa: “queríamos contar estilos pero no prototipos”. Liz se siente identificada con Rosa, ya que ambas se sienten algo perdidas y las dos sienten ciertas “insuficiencias” como madres. Rosa por no ser la madre biológica de la beba, y Liz por no haber podido amantar a su hijo. Pues este es el objetivo principal del film: mostrar que no hay una única forma de ser madre, ni un deber ser. En una sociedad en la cual se dan varios aspectos de la maternidad de forma naturalizada como la “intuición maternal” o lo que se supone que es bueno o no para un niño, Mi Amiga del Parque indaga en qué implica en este contexto ser madre. En el largometraje se muestran diversos tipos de madres, ninguno es mejor o peor que el otro, simplemente ejemplifican un mundo diegético heterogéneo. Tan múltiple que en él algunos hombres están presentes, pero otros como en el caso del marido y el padre de Liz están casi ausentes. En el caso de Gustavo, su esposo, su presencia es mediante un registro audiovisual a través de la pantalla de una computadora. En cuanto a su padre, su aparición es meramente sonora dejando frases en un contestador que nada le aportan a Liz y su complicada cotidianidad. Liz se acerca cada vez más a Renata y Rosa, estas hermanas que son extrañas pero con un atractivo peligroso que despierta la curiosidad de esta madre primeriza. El sobrenombre “las hermanas R” -denominadas así por el resto de los padres del parque- tal vez sea una simplificación de “raras”, sin embargo, son las únicas que al comienzo la hacen sentirse a Liz cómoda en ese espacio. Pues ese es el conflicto de la protagonista, quien se siente algo abrumada por el espacio maternal y las madres “tradicionales” que se reúnen en ese parque. En esa unión entre las madres que rompen con las normas y las madres normativas, ella encontrará el equilibrio. Es complejo encasillar este film en un género cinematográfico, en palabras de su creadora es definida como “una comedia preocupante”, con un “suspenso doméstico”. En esta ambigüedad que va desde planos en la nuca de la protagonista hasta canciones de cuna, lo que es certero es que Ana Katz no juzga, sino que comprende a éstas madres disidentes.
Entre el cielo y el infierno La directora de El juego de la silla, Una novia errante y Los Marziano aborda un tema tan universal y al mismo tiempo inasible, contradictorio y lleno de matices como el de la maternidad sin caer en subrayados, psicologismos ni resoluciones políticamente correctas o tranquilizadoras. Protagonizada por una exquisita Julieta Zylberberg, se trata de una tragicomedia incómoda y fascinante a la vez donde las pequeñas desventuras cotidianas se convierten en épicas aventuras de superación. Liz (Julieta Zylberberg) es una madre primeriza. Su propia mamá ha muerto hace un año, y ella se encuentra ante esa nueva situación, desconocida, a solas, porque para colmo su marido Gustavo (Daniel Hendler) se ha ido en un largo viaje de trabajo al sur. La protagonista está desorientada, abrumada por un mundo nuevo que se le abre y en el que no sabe muy bien cómo actuar. Para colmo, no tiene leche para amamantar a su bebé Nicanor, con el cual vive -como toda madre reciente- una relación simbiótica amorosa y mutuamente dependiente. En el parque donde pasea con Nicanor conoce a Rosa (Ana Katz), quien también lleva a una beba, hija de su hermana Renata (Maricel Álvarez), aunque Rosa parece ser la verdadera madre de Clarisa. Katz vuelve a desplegar su inteligencia para desarrollar un tema femenino, sin declamaciones de género. Como en Una novia errante, se interna en el universo de la mujer desde un lugar poco habitual, dada la hegemonía de la mirada masculina en todo el cine hasta fines del siglo XX. La maternidad como una aventura, la entrada a un mundo desconocido y lleno de sorpresas. El film está presentado desde el punto de vista de Liz, sin subrayados, sin psicologismos. Todo son indicios, sutilezas del proceso de apertura que está viviendo. Apertura a su bebé y asomarse a otras formas alternativas de constituirse como madre. Rosa y Renata, con toda su inestabilidad, su conducta algo dudosa, no dejan de mostrarle que no existe una sola forma de ser madre. Mi amiga del parque se estrena en el mismo mes que El clan, celebrado y promocionado estreno nacional. Estéticamente, el film de Katz se ubica en la vereda opuesta del de Trapero. Si El clan se limita a ilustrar una historia muy sonada, por todos conocida, sin permitirse el menor gesto de vuelo imaginativo, Mi amiga del parque también se basa en un hecho conocido por todas las madres, pero a partir de allí se permite todas las libertades para imaginar actitudes alternativas, libres, opciones fuera de la convención o de lo que se espera de la nueva madre, de la maternidad compartida, de la solidaridad entre las madres. Mientras El clan se acerca a la superproducción, con una recreación de época estupendamente lograda, Mi amiga del parque sólo cuenta -ni más ni menos- con un buen guión y actrices extraordinarias, que poseen una enorme convicción por su trabajo, y dejan lo mejor de sí ante la cámara. Zylberberg está genial como la contradictoria Rosa, confundida en su nuevo rol, que atraviesa momentos delirantes -cuando está pendiente de su bebé mientras ella llora bajo la ducha, o cuando revisa la cartera de su nueva amiga-; Katz y Álvarez componen a las “hermanas R”, ese dúo de hermanas freak, siempre con la frase ambigua, el detalle sorprendente, la propuesta inusitada. Entre las tres se logra un clima suspensivo, intrigante, que nos deja alertas porque puede sobrevenir cualquier sorpresa desde lo cotidiano y, sobre todo, cuando aparece una pistola en escena. El film siempre realiza una pirueta para no colocarse en el lugar esperado, siempre corre el foco de donde se supone que debería estar. Katz ha declarado que la película avanza hasta el borde del juicio, evitando caer en él. Para ello está allí el juicio de los otros: la opinión de las madres del parque (“Rosa es un personaje que te la voglio dire…”) o la mirada censuradora de la empleada de Liz, interpretada por la contundente Mirella Pascual, célebre por su rol en Whisky. Si bien el hombre está ausente, o muy lejano, en la figura del marido, hay un padre presente en el grupo que pasea por ese parque. Y el otro varón relevante es Bill Nieto, el fotógrafo, que supo mostrar ese parque como el espacio abierto y de libertad (en Montevideo, claro, aquí están casi todos enrejados) donde las madres buscan su camino.
La maternidad. Una asignatura que no se enseña en ninguna escuela o universidad. Para una mujer, convertirse en madre es el acontecimiento más importante que pueda experimentar en su vida, porque el lazo que se forma entre ese ser que crece durante nueve meses dentro del vientre, no se destruirá jamás. Tomando como punto de partida esta temática tan amplia, la directora Ana Katz construyó un relato que roza los límites de la comedia, el absurdo, el drama y hasta el suspenso. Liz (Julieta Zylberberg) es una joven que está transitando sola los primeros meses de esa aventura. Su pareja se encuentra trabajando a unos cuántos kilómetros del hogar y para ella todo es incertidumbre. No sabe muy bien qué es lo mejor para sí o para el bebé, sin embargo hace su mejor esfuerzo. Se siente algo frustrada y atormentada por el hecho de que no puede amamantar, y no quiero sonar redundante, pero esa es una cuestión que toda madre se toma muy a pecho. A diario da un paseo por el parque; un cambio de aire en todo sentido, tanto para mamá como para Nicanor. En una de esas caminatas, conoce a Rosa (la mismísima Ana Katz), con quien entablará una suerte de amistad llena de preguntas sin responder. Está bien que la normalidad no la define nadie, pero digamos que su nueva amiga no es del todo cuerda, algo que Liz descubre desde el primer momento, cuando la “obliga” a abandonar un restaurante sin pagar la cuenta del almuerzo. A partir de ahí, todo será una sutil locura. Rosa involucrará a su hermana Renata (Maricel Álvarez) – sí, las hermanas “R”- y pretenderá que una pobre, insegura y confundida Liz haga algunas cosas que no tienen demasiado sentido. Mientras tanto, la maternidad de la primeriza sigue transcurriendo; Gustavo (Daniel Hendler) está lejos, Nicanor empieza a pasar cada vez más tiempo con su niñera… Caos. Así, tan de repente y sin aviso previo. mi_amiga_del_parque_loco_x_el_cine_1 Lo bueno de la película es que el espectador se siente igual de desorientado que la protagonista. No sabemos si lo que estamos pensando va a pasar o no, no sabemos si las decisiones que toma son las correctas. Lo que seguro sabemos es que no queremos ser ella. Todo lo que se insinúa y parece tomar un rumbo gravísimo termina siendo casi un juego de niños; algo que habla de lo retorcida que puede ser la mente del ser humano. Visualmente, el film es sencillo, pero el guión está muy bien pensado y las actuaciones logran transmitir lo que Ana se propuso con cada personaje. Buen mérito para su productora, directora, guionista y actriz. La historia es tan enredada como lo pueden ser las inservibles opiniones aisladas de otras madres en el arenero de una plaza. Tan enredada como alimentar, entretener, asear y dormir a un bebé. Tan enredada como querer retomar un trabajo que abandonaste el mismo tiempo que la edad de tu hijo. Sí, es verdad, las mujeres solemos revolucionar bastante el mundo que nos rodea cuando nos sentimos abrumadas ante una situación. No es para menos. Y hasta quizás desatar el nudo del cordón sea un poco más simple de lo que aparenta. Nadie está calificado para juzgar el accionar de otro ante determinada situación, porque la historia personal de cada uno es única y tan propia como su ADN. Lo que más destaco de esta obra es que venga de una mujer, ya que puede exteriorizar con más certeza qué podría preocuparnos y qué aliviarnos. Una propuesta interesante que expone algo muy realista en medio de la cantidad de ficciones que vemos. Nada alocado, nada que saldría en un noticiero, sino algo que te coloca en la posición de “Qué haría yo en los zapatos de Liz”.
Todo sobre ser madre Abordar la crisis provocada por la maternidad sin caer en el lugar común de la explicación psicológica no es tarea fácil y no son muchas las películas que han transitado por este tópico con éxito. Ana Katz se le anima en Mi amiga del parque (2015) y el resultado es más que satisfactorio. Liz (impecable trabajo de Julieta Zylberberg) es madre de Nicanor y está desbordada. Su marido (Daniel Hendler) está trabajando en Chile, las tareas la sobrepasan y entra en crisis. En los paseos diarios por la plaza conoce a Rosa (Ana Katz) y la pequeña Clarisa. En un comienzo todo la hará suponer que también son madre e hija, pero a medida que la trama avanza aparecerá Renata (Maricel Álvarez) y nada será como ella suponía. La relación entablada con estas nuevas amistades llevará a Liz a situaciones insospechadas que la harán salir del ostracismo en el que se encuentra. La realizadora de Los Marziano (2010) hace transitar a sus personajes por un camino entre el realismo y el delirio. La película está narrada desde el punto de vista de Liz, una chica de clase media, sin grandes problemas pero de quien se denota que está en una crisis post maternidad de la que no se ahonda demasiado. Todas son suposiciones que Katz plantea con notable sutileza. En el otro extremo están Rosa Y Renata (Las hermanas R.) dos chicas que son el opuesto a Liz en todo sentido y que desde el primer encuentro lograrán empatía. En las hermanar R. está representado todo lo que Liz quisiera ser y viceversa. En Mi amiga del parque el drama inicial muta y se convierte en una comedia que le escapa a los estereotipos gracias a un guion inteligente que provoca giros inesperados, rupturas narrativas y estilísticas. Cuando todo indica que está yendo por un camino se corre y toma otro, y así sucesivamente. Esto es gracias a una guionista experimentada que, como en sus películas anteriores, arriesga en favor de historia sin caer en la complaciencia, aunque uno espere que vaya por el camino más simple, Katz toma el más complicado y logra salir victoriosa. Las actuaciones son otro condimento para destacar. El trio actoral es solvente, creíble pese al delirio, construyen personajes con matices y se permiten cambiar sin cuestionarse. Una vez más Katz demuestra su sensibilidad a la hora de dirigir actores, narrar una historia simple desde una óptica no simplista y convertir el drama en comedia. Todo esto porque tiene en claro lo que quiere y que tipo de cine quiera hacer.
Maternidad o libertad Ana Katz, directora y coprotagonista de Mi amiga del parque (2015), consigue a fuerza de austeridad y enorme potencial del reparto elegido convertir una anécdota en una película perturbadora, cambiante y muy atractiva en términos narrativos. Lo anecdótico alcanza para comenzar a construir el derrotero de Liz -soberbia actuación de Julieta Zylberberg-, madre primeriza con marido ausente –Daniel Hendler por skype- por trabajo, quien atraviesa varias crisis, a la vez en su rol maternal y procura encontrar interlocutores afines –su madre fallecida hace un año- en la plaza donde acude con su bebé Nicanor. La mayoría de las personas en ese lugar, abierto -en el doble sentido- son madres como ella, quienes comparten experiencias y también hablan de otras madres como en cualquier charla de mujeres. En especial de Rosa -Ana Katz-, a quien Liz encuentra en la hamaca, concentrada en Clarisa, otra beba, cuya madre, Renata, ha dejado al cuidado de Rosa. Indescifrable, al menos en un principio para la protagonista, Rosa se acopla de inmediato a la rutina de Liz, le da consejos, la involucra en situaciones incómodas y construye una relación en base a la soledad de ambas en un mundo sin hombres y en el que, evidentemente, las mujeres se las deben arreglar solas. Pero el punto de vista de este relato, que de manera sutil asume una atmósfera que se va enrareciendo a medida que la relación transita por distintos estadíos, siempre es el de Liz, y en ese sentido la percepción del entorno y mucho más de cada situación anormal para ella, se magnifica desde su angustia particular, que va horadando en su necesidad de escapar de su rol, o encontrar al menos una cuota de libertad sin abandonar su función y su vínculo con Nicanor. La alternativa para que la maternidad adquiera en ella una experiencia positiva y no traumática, como la que vive cada vez que intenta modificar algo de su conducta. El enrarecimiento que envuelve a la trama sin subrayados y gracias a la predisposición, tanto de Ana Katz como de Julieta Zylberberg, a quien debe sumarse Maricel Álvarez, en el rol de Renata, hace de este opus de la directora de Los Marziano (2011) un fiel retrato del universo femenino, sin caer en el cliché feminista, sumado a la enorme capacidad para construir personajes con carnadura y mucha tela para cortar, desde sus comportamientos y actitudes. Mi amiga del parque explora con fuerza y sutileza una conflictiva o aventura de la mujer cuando atraviesa la maternidad sin establecer juicios de valor y mucho menos elabora lecturas facilistas o psicológicas de cada acción, encuentra el punto justo para estallar y sorprender o alterar un orden de las cosas que muchas veces se creen de un color pero terminan siendo de otro.
Mundo nuevo de presencias y ausencias Liz (Zylberberg), una madre primeriza, descubre un nuevo mundo con sus amigas del parque y otros personajes que se cruzan en su camino. Katz otra vez hace la diferencia. Como trasluce en su corta pero estupenda filmografía, Ana Katz se ubica en los bordes del naturalismo para opinar sobre presencias y ausencias. Desde el minimalismo familiar de El juego de la silla, el desconcierto ante un nuevo paisaje afectivo en Una novia errante y el humor negro virado a la descripción social de Los Marziano, Katz construye argumentos que nada se parecen al grueso de la producción local. Como sucede con Liz (extraordinaria Zylberberg), madre primeriza, descubriendo un nuevo mundo, con sus dos extrañas nuevas amigas del parque (Katz y Álvarez) y otras mujeres que rondan a la protagonista central. El argumento dispara diferentes líneas argumentales pero como siempre acaece en el cine de la directora, no existe la necesidad de caer en escenas redundantes y obviedades sobre el rol de una joven madre y sus primeros miedos y temores. La película trabaja desde la sospecha de Liz, quien observa cómo su mundo se ve invadido por "las hermanas R", empezando por cuestiones ínfimas que luego confluirán a la invasión de la privacidad que tanto aterra al personaje. Así, los diálogos entre las tres mujeres y de Liz con las otras madres del parque van conformando una trama repleta de misterios donde nada es lo que parece ser. Desde un eje centrado en los miedos y las paranoias de una mujer, que basculan entre presencias placenteras e intimidatorias, pero que para Liz representarían lo mismo, la película expone como contraste una suma importante de ausencias y vacíos. En el caso de Mi amiga del parque, la mamá de la protagonista murió hace un año, el esposo está haciendo un documental sobre volcanes y solo se comunica por Skype (Hendler, otra vez, "lejos" de su pareja como en Una novia errante) y el hecho de que Liz no pueda amamantar a su bebé, también representan indicadores importantes para comprender las inestabilidades emocionales de la joven madre. Ausencias que también comprenden su alejamiento momentáneo del mundo laboral y de otras amistades de antaño. Por eso Liz y el resto de las madres del parque, también "las hermanas R", se refugian en ese paisaje de concepción cinematográfica abstracta, a solas en su mundo y con sus nuevos miedos, conformando un grupo heterogéneo de múltiples y dispares voces. Y con solo un hombre como consejero experimentado de esta particular comparsa. El viaje inicial de Liz, esbozado en ese rostro ambiguo del final, como sucedía con las carcajadas a solas de Érica Rivas en el maravilloso cortometraje Despedida (2002) de la misma directora, encierra más de una pregunta que un espectador atento será invitado a responder.
Tres mujeres imperfectas Con tragicomedias como El juego de la silla, Una novia errante y Los Marziano, la actriz, guionista y directora Ana Katz ha incursionado en temas universales (familias y parejas disfuncionales), pero con un abordaje poco convencional, alejado por completo de lo demagógico. Esa mirada por momentos incluso algo deforme e incómoda, pero siempre provocativa y fascinante, reaparece en Mi amiga del parque, notable película sobre otra cuestión que afecta a buena parte de la sociedad: la maternidad. En un cine como el argentino casi monopolizado por hombres (y en muchos casos dominado por acercamientos machistas), una película como Mi amiga del parque resulta una experiencia liberadora, revulsiva, casi rupturista. Pocas veces la dinámica, la intimidad, las contradicciones, las angustias y los códigos de lealtad del universo femenino han sido retratados con la sensibilidad y la falta de prejuicios de los que hace gala Katz. En ese sentido, su cuarto largometraje escapa por completo de los dictados de la corrección política y de una búsqueda concebida de manera premeditada para emocionar como sea. Es una película imperfecta y valiente. Como sus protagonistas? La protagonista del film es Liz (brillante trabajo de Julieta Zylberberg), flamante madre primeriza de Nicanor. A las dificultades de criar un bebe le suma que su marido, Gustavo (Daniel Hendler), se encuentra en el sur de Chile filmando un documental. Ellos sólo se comunican por Skype, sin que él logre entender en toda su dimensión las dudas, los miedos y el cansancio que abruman a nuestra heroína. Los hombres, aquí, están prácticamente ausentes. La amiga del parque a la que alude el título es Rosa (la propia Katz), quien en primera instancia parece también la obsesiva madre de una beba, pero que a los pocos minutos descubriremos que en verdad, muchas veces "suple" en la crianza a su inestable hermana Renata (Maricel Álvarez). Nada ni nadie es "normal" en Mi amiga del parque, porque Katz descree del concepto de normalidad (hay, sí, un contraste con otras madres que van a la plaza y se burlan de las "loquitas"). Sus criaturas, es cierto, están un poco descentradas, o confundidas, o directamente perdidas, pero la directora las quiere de manera incondicional y las une para que se acompañen de manera cómplice en un transitar difícil, algo traumático, pero lleno de intensidad y de aventuras de descubrimiento. Como la vida misma.
Elogio de un amor libre Con suspenso y rebeldía Ana Katz, la directora de “Los Marziano”, construye una historia personal e íntima. Hay cierta libertad en algunas películas "chicas", portadoras de una solidez y coherencia envidiables, un despertador para grandes temas. Mi amiga del parque, la nueva obra de Ana Katz, transmite esa libertad, incluso un tono personalísimo amparado en la dirección, las actuaciones y en un guión escrito a cuatro manos por la propia Katz e Inés Bortagaray. Un estado de cosas, de sensaciones, de rebelión interna atraviesa a Liz (Julieta Zylberberg), madre primeriza de Nicanor en tiempos del puerperio. Gustavo (Daniel Hendler), su marido, está filmando en Chile, y sólo participa de su flamante paternidad vía Skype. Está sola Liz, apenas con el apoyo de su mucama, y la complicidad sospechosa de los madres y padres de la plaza, punto de encuentro de su nueva vida con el mundo exterior, un lugar extraño desde que nació Nicanor. Allí, en el parque, Liz conoce a Rosa (Ana Katz), epítome de su propia confusión, que pasea a la beba Clarisa por la plaza. Ambas construyen una relación sin otro sustento que ése, diálogos indefinidos, acciones inesperadas que provocan la tentación de juzgar, y sobre todo rodean al filme de un clima de suspenso. Liz desconfía de su nueva amiga, avizora algún peligro, sin embargo avanza con la relación. Hay pequeñas aventuras, se escapan de un bar sin pagar, planean un viaje en auto, irían a conocer al novio de Renata (Maricel Alvarez), la hermana de Rosa, a quien conoció por Internet. Lazos débiles, para los prejuicios de una cultura afianzada. ¿Qué es ser madre o padre hoy? Liz tiene al alcance las viejas respuestas para la crianza, un manual representado en su mucama, pero quiere aventurarse en su propia experiencia de maternidad. En ese sentido la película es un retrato dinámico de esta época de transición, en el que las nuevas formas de familia se abren camino en el rústico universo de las instituciones, los prejuicios y las convenciones. Liz se rebela de manera natural, sin ser una militante, sin explicarse a ella misma, y por eso su personaje atrapa en la confusión, en su derecho a la confusión y la negación doméstica de un mandato social. ¿Desde qué instituciones, leyes, ejemplos vamos a construir nuestras relaciones? ¿Cuál es la forma de ser madre hoy? Por decisión de Katz, el filme no da respuesta a semejantes preguntas. Sí abre un espacio de libertad, una libertad abrumada, confusa, peligrosa y hasta aterradora de un tiempo hermoso y difícil. No en vano Nicanor lleva nombre de antipoeta, nació en un tiempo de ruptura, con padres que no necesitan ser héroes. ¿No?
Ana Katz fue siempre una creadora difícil de clasificar. Actriz y directora de cine y teatro, sus proyectos se caracterizan por ser muy distintos entre sí pero, a la vez, responder a una sensibilidad única, particular. Y esa sensibilidad es la que marca la diferencia en todas sus obras. Su manera de mirar el mundo es muy personal, su forma de acercarse a los personajes evita todo lugar común o característica prototípica y su forma de construir las historias casi nunca responde a los parámetros clásicos o más o menos establecidos. Lo que es singular del cine de Katz es que tampoco se trata de una artista marginal o que circula por las franjas más extremas o radicales del cine arte, sino una realizadora que trabaja sobre temas y personajes reconocibles, y una cuyas marcas estilísticas son sobrias, discretas y pueden pasar desapercibidas. Pero allí donde todo parece que la puede llevar hacia algún tipo de convención o fórmula, Katz siempre pega volantazos que descolocan, nunca conduce en línea recta. Eso, que la hace una realizadora inasible y fascinante, la vuelve también una suerte de problema en lo que respecta a las categorizaciones comerciales. A priori, los temas y títulos de sus películas invitan a un espectador más acostumbrado a un cine comercial, pero su propuesta –una vez que los acontecimientos se ponen en marcha– lo descolocan. Por decirlo de otro modo: demasiado arty para el cine comercial, demasiado tradicional (o al menos es lo que parece) para el espectador que busca cine de riesgo o la prototípica película “festivalera”. mi-amiga-del-parque-zylberberg-katzY eso, al menos para mí, es lo que la hace única. MI AMIGA DEL PARQUE –como LOS MARZIANO o UNA NOVIA ERRANTE— es una película que parece correr por carriles esperables durante apenas un rato, cuando conocemos a Liz (Julieta Zylberberg), una madre con un bebé pequeño que está sola ya que su marido (Daniel Hendler) está de viaje por Chile, filmando un documental, y su madre ha fallecido hace poco tiempo. Atribulada, confundida, fascinada y fastidiada a la vez, un tanto agotada de las demandas del bebé y frutrada por tener que abandonar su trabajo, a Liz no le queda otra que ir a la plaza con el cochecito a dar unas vueltas y confraternizar con otras madres (y padres) en situación similar. Allí conoce a Rosa (la propia Katz), una mujer algo rara y huraña que anda con un bebé a cuestas también y con la que Liz se engancha porque está un poco afuera del círculo de madres que no hacen más que hablar de sus hijos todo el día, un grupito al que parecen no querer pertenecer. Rosa, como es esperable, tiene sus secretitos y actitudes raras: se va sin pagar de un restaurante, es muy directa a la hora de pedir favores (un auto, plata, trabajo) y otros que iremos descubriendo con el correr del filme. Uno que se puede adelantar es que tiene una hermana, Renata (Maricel Alvarez), con la que arman un dúo por lo menos extravagante. mi amiga 4Lo más probable es que un espectador acostumbrado a los giros tradicionales de un relato de este tipo ya esté imaginando una trama hollywoodense en la que la amiga en cuestión termina siendo una pesadilla para nuestra protagonista. Y no, MI AMIGA DEL PARQUE no va por ahí. O sí va, pero luego no, y después tal vez sí, o quizás no tanto. Y lo mismo sucede con las otras madres del parque, que podrían ser objeto de sorna o burla en otra película, pero jamás aquí. Y es eso, precisamente, lo que vuelve original y sorprendente al filme. Es una película que juega con el potencial suspenso que genera la situación (madres, bebés, mucamas, desconocidos en el parque, etc) pero solo para torcer las expectativas a cada momento, revelando ambiguedades donde uno menos las espera. MI AMIGA… utiliza ese recurso (la misteriosa relación entre las hermanas que parecen traerse algo escondido entre manos, y cómo Liz se relaciona con ellas también para escapar de su agobio) como una suerte de McGuffin hitchcockiano para, finalmente, hablar de otra cosa. Llamémosle, a secas, las distintas formas de afrontar la maternidad. La película se entromete en esa nebulosa, en esa zona de miedos, alegrías y confusiones que son las primeras experiencias con un bebé a cuestas. Si a este caso le sumamos la ausencia paterna, la imposibilidad de trabajar, la diferencia de criterio con las niñeras, es obvio que sobre las espaldas de Liz caen muchas preocupaciones. Pero también algunos placeres y satisfacciones en la intimidad de la relación con su bebé. Y no solo Liz está así, sino que la película pone en cuestión ciertas ideas acerca de la maternidad tradicional, del rol de los padres, del “instinto materno” y otros ejes que irán descubriendo con el correr del filme. En ese sentido es importante lograr, como espectadores, correrse de la comodidad de la previsión (a la que a veces el filme parece apuntar directamente) y abrirse hacia los giros menos de género y más personales y de ambigüedad psicológica de los personajes que propone Katz, especialmente el que ella misma interpreta. Con grandes actuaciones de las tres protagonistas, MI AMIGA DEL PARQUE es una película inquietante en el sentido más abarcador de esa seductora y peligrosa palabra.
Un conejo blanco en el mundo femenino La realizadora y actriz consigue plasmar una profunda mirada sobre un universo en el que los hombres tienen una presencia sólo eventual: un país de las maravillas melancólico y peligroso, pero también tierno y con un ácido sentido del humor. Suele decirse que el de la crítica es un ejercicio personal, rabiosamente personal, en el que un objeto, en este caso una película, es pasado por el tamiz cultural de quien la ejerce. En virtud de esa certeza y antes de dar inicio al trabajo, es oportuno destacar que Mi amiga del parque, lo nuevo de esa gran cineasta que es Ana Katz, obliga a recordar y a poner por delante algunos detalles de esa subjetividad. A reconocer que resulta muy difícil, sino inevitable, escribir sobre la historia que cuenta y sus protagonistas desde otro lugar que no sea el del individuo que firma este texto. Que es un crítico de cine, sí, pero mucho antes de eso es un hombre. Y para un espectador –es decir: para un espectador hombre–, Mi amiga del parque puede representar una experiencia cercana al voyeurismo, a la mirada clandestina que se echa a través del ojo de una cerradura. A resbalar de golpe dentro de un universo al que la extrema proximidad vuelve aún más ajeno, para observarlo como si fuera la primera vez.Para un hombre, la nueva película de Katz es un agujero en el suelo en el que es inevitable caer apenas uno se asoma. Un agujero como aquellos en los que caían los personajes de Los Marziano, la película anterior de la directora, en cuyo fondo es posible encontrar un país de las maravillas melancólico y peligroso, pero también tierno y con un ácido sentido del humor. Un submundo habitado por un grupo de criaturas familiares, reconocibles, que pueden ser queribles o no, pero a quienes la película registra con un grado tal de intimidad, que genera la ilusión de estar siendo testigos de una realidad habitualmente vedada a los hombres: el universo de lo femenino (o parte de él), en su esplendor y a puertas cerradas.No es caprichoso haber elegido a la famosa novela de Lewis Carroll para definir a este opus cuatro de Katz como una historia que ocurre dentro de un pozo, porque en virtud de la preeminencia que en la industria del cine tiene el punto de vista masculino, una película tan salvajemente femenina (pero no feminista; no al menos en el sentido más combativo del término) no puede representar otra cosa que una mirada soterrada, oblicua respecto de las reglas del propio mercado cinematográfico. Y por qué no del mundo, porque en pleno siglo XXI no sólo en el cine es la mirada del hombre la que sigue marcando el pulso narrativo. Invirtiendo el paradigma habitual, en Mi amiga del parque son los hombres quienes ocupan ese lugar accesorio, de reparto, al que muchas veces se reduce lo femenino en las películas, y esta vez son ellas las que ocupan el centro del cuadro. Ellas y sus circunstancias. Ahí está Liz, una joven madre que no es soltera pero que vive su maternidad como tal, en vista de que su marido documentalista se encuentra ausente con aviso por asuntos laborales. Lo mismo puede decirse de las ambiguas hermanas R, Rosa y Renata, a quienes la película filtra a través de la mirada de Liz, sin que pueda saberse si las chicas son en verdad siniestras o víctimas de un prejuicio colectivo. O ambas cosas. Las líneas de tensión que generan sus vínculos tejen además una red emotiva que convierten a la película en una experiencia cinematográfica que se siente en todo el cuerpo. Y en ello son fundamentales los trabajos de Julieta Zylberberg como Liz, en la que todo está en carne viva, y de la propia Ana Katz en la piel de Rosa, cuya máscara dura tal vez no sea más que un mecanismo de protección.Pero que lo masculino tenga un lugar secundario para nada implica su negación. Por el contrario, esas presencias marginales que en realidad representan ausencias, subrayan a lo masculino con todo el vigor del que es capaz el fuera de campo. No parece casual que uno de los productores de la película sea Diego Lerman, director de Refugiado, uno de los mejores films del año pasado, en el que lo masculino también era elidido, sacado de plano, para conferirle un carácter ominoso. Lejos de esa oscuridad, los dos o tres hombres que aparecen en Mi amiga del parque son retratados un poco como nenes grandes, que no terminan de comprender cabalmente la complejidad de las emociones de Liz, aunque vean pasar frente a sus ojos la evidencia de su angustia, de su pasión, de su soledad. En esa perplejidad los hombres de la película se parecen a ese otro, el espectador, que sentado frente a la pantalla se deja contar un cuento de mujeres e intuye, como si se tratara de un déjà-vu, que algo de eso alguna vez le ha pasado cerca, pero que quizá no ha tenido la perspicacia ni la paciencia para mirar con suficiente atención. Para todos esos espectadores-hombre Ana Katz representa un conejo blanco que ofrece, a quien guste aceptar la invitación, la posibilidad de echar una mirada indiscreta al seno de esa intimidad femenina de la que, en la realidad y en el mejor de los casos, apenas si perciben los reflejos.
Nacer, ¿y después? Mi amiga del parque, el nuevo film de Ana Katz (Los Marziano, Una novia errante) se centra en Liz (Julieta Zylberberg) una treintañera que, por un lado continúa haciendo el duelo por el fallecimiento de su madre, y por otro está estrenando su maternidad en una forma cuasi solitaria, ya que su marido (Daniel Hendler) vive viajando por cuestiones laborales. Todas estas situaciones hacen que Liz se sienta constantemente angustiada y desbordada, para colmo, el hecho de que todo el mundo opine sobre cómo ser una buena madre –aún aquellos que no hay experimentado eso- complica más las cosas. Pronto comienza a acudir a un parque cerca de su casa, donde pasea a Nicanor. Allí, mientras intenta sentar a su bebé en una hamaca conoce a Rosa (Ana Katz), quien también pasea con una beba un poco mayor. Rápidamente Rosa indaga en la vida personal de Liz, pregunta a que se dedica, si tiene auto, y demás cuestiones. Liz ve en Rosa algo muy extraño, pero es justamente eso lo que la atrae y le hace pensar que pueden acercarse más, aunque manteniendo cierta cautela. Porteriormente Liz conoce a Renata (Maricel Álvarez), hermana de Rosa, y madre de la beba que ésta paseaba. Las hermanas R –como las nombra el grupo de madres padres más habitúe que asiste al parque en cuestión- son de alguna forma, la antítesis de Liz en cuanto a crianza y maternaje se refiere: son más descuidadas, más espontáneas, menos apegadas y también bastante menos dramáticas que nuestra protagonista, y todo eso preocupa, altera y confunde a Liz. Mi amiga del parque se presenta como “una comedia preocupante”, porque si bien el film incluye momentos más cómicos, o de comedia drámatica; el verdadero género que se observa es el suspenso, suspenso por lo que no se dice, y por lo que no se entiende, tanto en la relación de estas mujeres entre sí, como en el proceso de maternidad que cada mujer atraviesa. 0009803335 De esta forma, Katz, tal como había realizado en Una novia errante (2007), se sumerge e indaga en el universo femenino desde una perspectiva poca usual, desmitificando el idilio y la perfección en torno a la maternidad, o incluso cuestionando la concepción de “instinto maternal” que tantos debates ha causado en el mundo de la psicología y la medicina. En un estilo similar a la propuesta de la serie Según Roxi (2015), Mi amiga del parque ahonda en el costado más cotidiano de la maternidad, en la constante mirada del Otro que juzga y sentencia el hecho de que una mujer no pueda amantar, o que quiera un “día libre” para ver a sus amigos, o incluso que deje a su hijo al cuidado de otros. Ante todas estas situaciones, el film propone una respuesta: no hay buenas ni malas acciones, cada persona cría a sus hijos como quiere pero sobre todo, como puede, y en el camino aprende, tal como le sucede a Liz, a aceptar otros modelos de maternidad. En cuanto a las actuaciones, se destaca el virtuosismo actor de Zylberberg, que está muy bien acompañado por todo el elenco, en especial las actrices mencionadas. En cuanto al guión –realizado en conjunto por Katz y la escritora y poeta uruguaya Inés Bortagaray- sólo diré que resulta exquisito, inesperado y sumamente interesante al centrarse en esta crítica a ciertas ideas preestablecidas en la sociedad, tomadas como única verdad o posición.
Las desventuras de ser madre ‘Mi amiga del parque’ es un drama con espíritu de comedia sobre una mujer que padece los primeros meses de maternidad. Hay dos tipos de relaciones que puede tener un artista con el humor. Están los humoristas profesionales que trabajan de construir gags, de crear escenas graciosas o ideas que mediante algún procedimiento particular produzcan humor. Y después están los artistas atravesados por el humor, que no siempre -o quizás nunca- se proponen “hacer reír” pero cuya obra tiene un espíritu humorístico, como un regusto. Arriesgo que los primeros pueden ser, muchas veces, los famosos “payasos tristes”, esos humoristas que en la vida real son insoportables cascarrabias. Los otros, en cambio, necesariamente viven con ese dejo en su espíritu. Para los primeros, el humor es un trabajo; para los otros, una manera de ver el mundo y una forma de vida. Ana Katz pertenece a este último grupo. Hay algo equívoco en el tagline de Mi amiga del parque: “una comedia preocupante”. De la misma manera que Los Marziano era equívoca al hacer pasar por comedia familiar costumbrista una película que en realidad era más perturbadora y de ritmo indie que otra cosa, Mi amiga del parque no es, prácticamente, una comedia, aunque sí bastante preocupante. El humor está en algunos diálogos, más en la forma de entonarlos que en el texto, pero sobre todo en la visión general, en la manera que elige Katz para contar el drama de una mujer que atraviesa los primeros meses como madre con un pequeño hijo sola, sin la ayuda de su marido ni de ningún familiar. Liz (Julieta Zylberberg) es una escritora -aunque nunca la vemos escribir- que tiene un hijo bebé. Su marido Gustavo (Daniel Hendler) está de viaje filmando un documental y se comunica con él cada tanto por Skype. Su madre murió el año anterior, mientras ella estaba embarazada, y de su padre sólo escuchamos los mensajes que le deja en el contestador automático con fragmentos de poemas de Nicanor Parra, tocayo del bebé. Liz está sola y padece la maternidad. Ni siquiera tiene leche y eso le da culpa. El mundo de Liz es la plaza a la que lleva al bebé y las otras madres y padres con los que se encuentra. Ahí entra en escena Rosa (la propia Katz), una enigmática madre con la que congenia al principio porque le dice que ella también perdió a su madre hace un año y tampoco tiene leche, y después porque comparten cigarrillos y cervezas, como dándose un recreo de ser madre. Después aparecerá Renata (Maricel Álvarez), la hermana de Rosa, que agitará esa relación e irá develando algunos aspectos ocultos de la personalidad y la vida de su hermana. Mi amiga del parque es una película sobre la maternidad honesta al punto del sincericidio, con una antidemagogia militante, melancólica pero optimista, aguda y precisa en sus observaciones, que si bien tiene un ritmo pausado, de escenas largas y silencios, logra ir construyendo una tensión que se mantiene y que conduce a un estallido. Algunos acusaron a Los Marziano de no tener tercer acto: Mi amiga del parque sí lo tiene. Hablar de Julieta Zylberberg es redundante: de las mejores actrices de su generación. Pero hay que señalar a la propia Ana Katz: tiene una manera única de decir los textos y creo que es, sin exagerar, la actriz más graciosa del país. Me gustaría verla actuando en más cosas, no sólo en sus películas. Creo que su sensibilidad entre aguda y burlona, siempre cómica, merece desplegarse en más oportunidades y en contextos más diversos.
Trampas para una madre primeriza Toda mujer comprende la situación en que se encuentra la madre primeriza que aquí vemos. Inexperta, insegura, y encima sola, porque perdió a su propia madre, su padre sólo brinda ocasionales hallazgos (para él) poéticos que le transmite por teléfono, y el marido está trabajando muy lejos, en un lugar desolado cerca de un volcán. Ella, en cambio, el volcán lo tiene adentro. Y a la alegría del hogar, no sabe cómo se hace para cuidarla mejor. Eso si, en el parque donde se junta con las otras madres la abruman de consejos. Y la señora que tomó como niñera también la abruma, con su sola mirada y sus decisiones a contrapelo de lo que ella quiere. O cree que quiere. De esa inseguridad se toma otra madre distinta a las demás. Tan distinta, que, en fin, no vamos a contar eso. Digamos, solamente, que esa sujeta y su hermana son dos personajes poco confiables. Nunca se sabe cuándo dicen la verdad, qué grado de responsabilidad tienen en ciertas cosas, ni hasta qué punto llegarán con sus actitudes ventajeras. Para ellas, los demás se preocupan demasiado. Si les reclaman, ponen cara de "no sé de qué me estás hablando, ¿te parece bien que me recrimines esa pavada?" Pues bien, a esa persona alude el título. De cómo se puede tener una amistad con alguien así (y para colmo hay mucha gente así, cada vez más), de cómo dimensionar los peligros reales, desactivar el miedo y manejar las situaciones, igual que quien sale a manejar por la ruta por primera vez, de todo eso habla esta película. Que no es exactamente una comedia, ni una de suspenso, pero tiene algo de ambas cosas, igual que la vida de una madre primeriza. Y tiene también un elenco exacto: Julieta Zylberberg, Ana Katz y Maricel Alvarez como las hermanas, la madre seguidora Malena Figo, la niñera Mireya Pascual, no mucho más. No hace falta mucho más cuando hay buen ojo y buena mano. Autora, Ana Katz, la de "Una novia errante". Coguionista, Inés Bortagaray, la escritora uruguaya. Lugar principal de rodaje, un rinconcito del Parque Rodó, de Montevideo.
MUJERES EN EL VACÍO SIMBÓLICO ¿Adónde ir cuando se produce un desfasaje entre el transcurso de los acontecimientos y la realidad? ¿Qué espacio se vuelve contenedor de esos nuevos estados e identidades? Como si fuera una suerte de desprendimiento de la experiencia personal de la directora Ana Katz, quien acudía a la plaza luego de ser madre y se topaba con gente mayor o pequeños grupos de manicomios, el parque se posiciona como un lugar fuera del sistema, un espacio dual: por un lado, es abierto, simbólico y liberador de las opresiones de los personajes, mientras que, por el otro, habilita la convivencia de estos “desplazados” que están en contacto pero no se hablan. De esta manera, el paseo de Liz con su bebé Nicanor se vuelve un ritual, una especie de comunión entre una madre primeriza y sola (su marido está en Chile grabando un documental) y las nuevas sensaciones tras el nacimiento del primogénito. Durante uno de esos encuentros, Liz conoce a Rosa. Ese nuevo lazo produce un cambio en la concepción del vínculo entre madre e hijo y entre ellos y el rito. En consecuencia, las experiencias del parque se transforman no sólo por la aparición de tres personajes más (Rosa, Renata y la beba), sino porque implican nuevas relaciones con el espacio y quienes se mueven en ese ambiente. Esto mismo se replica en la unión de madre e hijo a través del contraste con el concepto de maternidad de las “hermanas R”. Mi amiga del parque explora diferentes acercamientos y posturas sobre la maternidad y las posibilidades de elección de la mujer, muchas veces inversos a las costumbres sociales más arraigadas, pero sobre todo, como acentúa Maricel Álvarez (Renata), desde lo femenino y no desde una perspectiva de género. De esta forma, las miradas se vuelven desprejuiciadas, más libres y en la comunidad de lo femenino, donde todo aquello que parece no tener sitio encuentra su lugar de pertenencia. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
En medio de una industria cinematográfica signada por la impronta masculina, Ana Katz (“El juego de la silla”, “Una novia errante” y “Los Marziano”) ofrece una película profunda e íntima sin eufemismos. “Mi amiga del parque” es el cuarto largometraje de la directora argentina y se centra en la historia de Liz (Julieta Zylberberg), que acaba de ser madre de Nicanor y debe arreglárselas sola ya que su marido (Daniel Hendler) está trabajando en el sur y sólo está presente a través del Skype. En medio de una crisis existencial, Liz va al parque y conoce a Rosa (interpretada por la mismísima Katz), presunta madre de una bebé, que la envolverá en una relación extraña y posesiva junto a ella y su hermana Renata (Maricel Alvarez). Zylberberg, una de las protagonistas de “Relatos salvajes”, es perfecta para el papel ya que le aporta realismo, crudeza, es muy genuina en sus expresiones y llega al espectador sin obstáculos. Liz acarrea la angustia de una madre primeriza, con sus inseguridades e ingenuidades, y lucha constantemente por crear su propio universo de la maternidad, mezclando las enseñanzas de sus antecesoras con su propia experiencia.?Así, durante 84 minutos, katz retrata el día a día y los quehaceres cotidianos de un grupo de madres de una manera simple y real. Muestra cómo en el transcurso de cómo afrontar la propia maternidad, estas mujeres imperfectas van tejiendo relaciones con otras en su misma situación. Una película impecable que habla de las primeras impresiones y de cómo nos paramos ante los demás. ¿Es posible superar el miedo y la desconfianza ante la necesidad de sentirse acompañado? Esos interrogantes tan ordinarios como complejos, que resultan los más difíciles de responder, intentan ser develados en este filme.
Ana Katz cuenta la historia de dos mujeres, madres primerizas, que se encuentran por casualidad y conviven en ese período fantasmagórico del puerperio. Sin dejar de lado la comedia (humana siempre) Katz y Julieta Zylberberg desgranan un mundo que suele permanecer íntimo, pero que revela mucho de nuestra propia naturaleza. Bello trabajo de ambas como actriz y de la primera como sensible directora.
Favores de amigo La crisis de la maternidad, momento bisagra para una madre, es tan rica en dramatismo que se transitó desde diversos ángulos en la ficción. Las consecuencias son impredecibles (depresión, ruptura con la pareja) y así es este film de Ana Katz (Los Marziano), que a cada tramo insinúa un rumbo que, muy posiblemente, no va a tomar. Pero la película da otra vuelta de tuerca: un poco al estilo El bebé de Rosemary, algo oscuro se cierne sobre la maternidad. Con su marido (Daniel Hendler, esposo de la directora) momentáneamente transferido a Chile por trabajo, Liz (Julieta Zylberberg) encuentra un vacío en el devenir de sus días que ocupa en llevar de paseo al pequeño Nicanor por la plaza del barrio. Pero incluso los habituales conocidos de la plaza le resultan aburridos. Liz hallará empatía en Rosa (Ana Katz), otra madre con cochecito de mala reputación entre los habitués del lugar. En carácter y estilo, Rosa es el opuesto de la amigable y típica clase media Liz; en la primera salida juntas a un bar, a instancias de Rosa, la protagonista da curso a su primer pagadiós. Acto seguido, no repuesta aún de la infracción, la amiga le pide el auto prestado para llevar a Renata, su hermana, a Saladillo, donde vive un chico que conoció por chat. El vínculo es tan alocado que uno teme a cada rato lo peor, cosa que confirman los habitués de la plaza, cuando advierten a Liz: “Tené cuidado con las hermanas R”. Liz desoye el sentido común, pero Katz logra de momento instalar su propio sentido, su deseo de complacer y mantener la amistad, como la norma. Con pocos recursos, un guión impermeable y actuaciones convincentes, el film toma su tiempo para generar un suspenso atípico; una rara avis imposible de encasillar.
Rara, como encendida… y apagada Las películas de Ana Katz pueden ser vistas como comedias asordinadas, donde el humor es menos una construcción de chistes que un espíritu que campea durante todo el relato: incluso los acontecimientos más graves son mirados desde una distancia irónica. Sin embargo, también pueden ser vistas como pequeños thrillers, films de un suspenso más indefinido que genérico, donde la superficie respira cierta tensión. Katz, inteligentemente, encuentra en la alquimia de sus guiones ese particular cruce donde la tensión permite la risa nerviosa. Ese cruce, algo definitivamente abstracto, se convierte en sistema y adquiere volumen en películas que hacen de ese choque un presente constante (¿se acuerdan de Francella atravesando un vidrio en Los Marziano?). Mi amiga del parque, último opus de la directora, actriz y guionista, tal vez sea la expresión más acabada y definida de ese cine particular que viene gestando desde hace bastante tiempo: otra comedia rara. Si las películas de Katz, desde El juego de la silla hasta Los Marziano, merodean tanto el indie como el mainstream, lo popular y lo intelectual, la mirada común y la existencialista, la tensión con la risa, lo que hace Mi amiga del parque es definitivamente fusionar todos estos espacios para que no luzcan tan fragmentarios y confusos. Seguramente, esta sea su película más sólida en términos narrativos: el arco dramático de la protagonista, más allá de escenas donde la idea de normalidad es subvertida alegremente, es lógico. Y por eso, también, Mi amiga del parque sea esa película donde el tema central es más fácil de definir: es una película sobre la maternidad, pero no específicamente sobre el hecho de ser madre sino sobre ese momento que prosigue al parto y donde la crisis personal se hace inevitable si pensamos en los notables cambios que se registran tanto interior como exteriormente para las madres. Si el cine nacional no es pródigo en mujeres detrás de cámaras, mucho menos lo es en mujeres que tengan un universo definido. No es el caso de Katz, quien ha podido filmar con cierta continuidad y, además, posee rasgos que la definen como autora cinematográfica. Y si su mirada es inevitablemente femenina, aquí se permite el lujo de un tema femenino y de un elenco casi en exclusiva integrado por mujeres, donde se luce Julieta Zylberberg como esa madre primeriza que no sólo tiene que atravesar ese duro proceso de la maternidad sino que además tiene a su esposo lejos y todavía es reciente la muerte de su madre y no puede darle teta a su hijo. Lo de Liz (Zylberberg) es angustia; angustia que surge -en parte- al poner la tensión y la comedia a chocar en Mi amiga del parque; porque Liz no se tiene autocompasión y nos exige, como espectadores, que dejemos de lado la mirada paternalista. Lo mejor del film es precisamente esa mirada torcida, desconcertante, donde los personajes toman decisiones incomprensibles o imprevisibles y, por ende, llevan a la narración por caminos diferentes a los imaginados. Eso es lo que mejor hace Katz, jugar con las expectativas del espectador y explotarlas por los aires, básicamente porque la inestabilidad de sus criaturas y lo insondable del terreno narrativo lo permiten. La precisión en la puesta en escena de la directora es, además, lo que marca la diferencia entre ese cine indie arbitrario y solemne, y este mucho más sugerente y sutil en las enormes implicancias dramáticas que la película tiene. Por eso, tal vez, no funcionen del todo algunos subtextos de tono socio-político que surgen al confrontar los universos disímiles de la protagonista (escritora) y su antagonista (obrera en una fábrica). Eso lleva a Mi amiga del parque por un territorio mucho más previsible, de bajada lisa y llana, que choca con la rugosidad más fascinante y especulativa del drama interior que padece Liz, tensiones que conducen a la risa o al misterio, como dijimos. Risa o misterio que parten de un mismo lugar, de la mirada indudablemente clasista de Liz, quien reconstruye sus vínculos bajo el tamiz indisimulable de sus prejuicios. Pero a la vez, esa mirada prejuiciosa es observada por nosotros, espectadores, en un juego voyeurístico algo perverso, deudor del universo de Roman Polanski. Maestra de los espacios indefinidos y de las situaciones enrarecidas, Katz se confirma aquí como una de las grandes y más particulares realizadoras del cine nacional.
La vida intima de las mujeres que huyen del prototipo de princesa o heroína para mostrar el lado más humano y menos rosa de la femeneidad, es el tema recurrente de Ana Katz, directora y actriz de Mi amigda del parque. De la maternidad y otros demonios mi amiga del parqueAsí como en su película anterior, Una Novia Errante, nos chocamos con una mujer que es ridículamente abandonada por un novio en el ómnibus camino a pasar unos días de vacaciones, en Mi Amiga del Parque una de las primeras escenas que vemos es a Liz (Julieta Zilberberg) madre primeriza de 34 años que llora desconsolada en la ducha, mientras su bebe de sólo unos meses la espera en el baño, sentado en su cochecito respondiendo a las esforzadas morisquetas que Liz alterna entre llanto y llanto. La historia de Liz es la historia de una chica que no es madre soltera pero lo parece, que es una profesional con una carrera ascendente pero no lo parece y que se hace nuevas amigas que tampoco parecen tal. La dependencia física de un bebé, la imposibilidad de dar la teta, la culpa y la mirada ajena son las luchas que atraviesa Liz internamente, mientras por fuera se debate entre entregarse o no a la amistad y los pedidos de las extrañas hermanas R: Rosa (Ana Katz) Y Renata (Maricel Álvarez) a quienes conoce, junto con otros padres, en su ida habitual a la plaza; Con su marido Gustavo (Daniel Hendler) que está de viaje en Chile filmando un documental y su papá que le recita frases de Nicanor Parra en el celular, los personajes masculinos aparecen con el peso de su ausencia y se agradece. La niñera Yasmina (en las manos de una acertada Mirella Pascua) la acompaña desde el cuestionamiento, a criar a su hijo y le permitir tener espacios lejos de su hijo. Con una luz que por momento embellece los exteriores tan bien elegidos en Montevideo, Mi Amiga del Parque, no es una comedia sobre las mamis de la plaza o del jardín, sino una mirada intimista sobre una mujer que se desprende de la ilusión de instinto maternal para cuestionarse, de la manera más sensata, su capacidad sobre el cuidado de algo “tan, tan, tan, pero tan chiquito” como es su hijo Nicanor. Y que en el camino se encuentra con mujeres muy diferentes que conviven, encarnan y sufren los mismos miedos. Conclusion Una pincelada firme sobre un mundo que el cine no ha tenido en cuenta, un muy buen trabajo de Julieta Silberberg en la actuación y de Ana Katz en el desarrollo de personajes extraños, oscuros y tiernos, que conviven de manera armónica con el arquetipo de las familias de la plaza y los compañeros de trabajo. Aunque por momentos a la historia le cuesta sostener la acción y cuestiona la veracidad de algunas decisiones de Liz, Mi Amiga del Parque es original, atractiva y un muy buen exponente del cine nacional de estos tiempos.
Una mirada femenina, -no feminista-, aclara Ana Katz, la directora y además, co-protagonista de "Mi Amiga del Parque", sobre la maternidad. Otra característica de su última realización es que es una "comedia inquietante". Las dos cosas son ciertas y la peli cumple su cometido: entretiene, trae a la pantalla varios estereotipos (no exagerados) de madres que "hacen lo que pueden" o buscan "ser lo que otros quieren que sean" o "se mantienen en el deber ser". Me pareció un trabajo muy interesante pensando en anteriores películas de Ana, como "Una Novia Errante" en la que primaba la histeria y la trama se enredaba sobre sí misma. Aquí no sólo hay elementos de comedia sino que habrá también crítica social y suspenso. Las protagonistas pusieron mucho de sí para hacer que esto funcione, tanto Ana Katz como Julieta Zylberberg son mamás y contaron cómo esta experiencia intervino en sus personajes. Daniel Hendler, que es pareja de la realizadora, también tuvo que contribuir con la mirada masculina del asunto y es aquí que se define que la peli no es feminista y que el personaje de Zylberberg, Liz, no tiene síndrome posparto, depresión y cosas por el estilo, sino un poco de miedo a encontrarse de golpe como una mamá, que tiene a su marido, pero por el estilo de vida de esta pareja deben ajustarse para la convivencia y la crianza de la nueva vida en sus vidas sin un manual de estilo. Las hermanas R, interpretadas por Ana Katz, que es la "amiga" del título y Maricel Alvarez, un rostro muy especial, son las que impondrán el suspenso de la trama: quiénes son, a qué se dedican. El misterio y el prejuicio las rodean y según las madres y padre (hay un solo padre en el grupo) del parque, Liz deberá tener mucho cuidado de sus pedidos y no les adelanto más. La realización es argentino-uruguaya se presiente en algunas locaciones y en la presencia de Daniel Hendler, que se quejó un poco de que su personaje se achicó tanto en el guión que se limita a salir en comunicaciones vía Skype. Ése preciso elemento de lejanía con su pareja contribuye en gran medida al estado de Liz. Por el tema de las locaciones, se eligió una plaza uruguaya porque al no estar cercadas daba un marco más claro de libertad de expresión, un escenario en donde las hermanas R no tienen mucho que explicar y se crea por esta misma razón un marco más misterioso en torno de ellas y aunque sea de día cuando se encuentran. Es muy divertido el grupo de terapia para madres, en el que vamos a ver a un padre que también interviene, modelo bastante actual, en el que cada uno expone sus dramas y/o soluciones para sus niños en el arenero o en una sesión en el departamento de alguno de los intervinientes. Inés Botagaray (guionista uruguaya) colabora por segunda vez con Ana Katz -la primera fue en "Una Novia Errante")-. Advertencia: que sea sobre la maternidad no implica que vayan sólo las mujeres, a ellos también les puede interesar lo que vean. Yo la recomiendo tengan o no tengan hijos, es una mirada sobre nuestra sociedad, hiperconectada pero pobre en comunicación afectiva y humana.
En la comunión del cine, cuando la dirección, actuación y la historia, coinciden para acercar una propuesta honesta y efectiva, es cuando películas como “Mi amiga del parque” (Argentina/Uruguay, 2015) de y con Ana Katz, se pueden celebrar con gozo en su llegada a las salas. La historia de Liz (Julieta Zylberberg) una madre primeriza que intenta, como puede, avanzar en su vida y, también de a poco, encontrarse en un nuevo rol, no el único, que le toca como mujer, hay una exposición de muchos temas vinculados a la maternidad que la mayoría de los filmes han dejado de lado. Acá, la protagonista, despreocupada, un día conoce en el parque a una de las hermanas R, Rosa (Ana Katz), con quien inexplicablemente se relacionará de inmediato con un vínculo tan fuerte y estrecho que sorprende tanto por su espontaneidad como por la libertad con la que se da. Es que en el ver en el otro la oportunidad para, de alguna manera, encontrar algunas soluciones a sus problemas, de madre, de hija, de esposa, de amiga, la hacen a Liz perderse en la locura de esa mujer (Katz) que le plantea, ni más ni menos, la posibilidad de bucear en sí misma para recuperar algo de la vieja Liz que hace tiempo que no reconoce y dejó de lado. A pesar de las advertencias de algunos padres, que también asisten diariamente al arenero a jugar con sus hijos, Liz hace oídos sordos y se deja llevar por las aventuras que tanto la hermana con la que entabla el vínculo más fuerte, como con la otra, Renata (Maricel Álvarez), van proponiéndole. Pero mientras se deja llevar, hay algo de invasión en su vida que la subyuga y que también, en un punto, la sorprende y asusta, y que es la capacidad con la que fácilmente el desborde en el que vive puede llegar a construir situaciones de tensión para la tranquila (demasiado, por cierto) vida en la que venía cumpliendo roles en los que no estaba tan segura de saber cómo completar. Porque en el fondo “Mi amiga del parque” habla de la profunda transformación en la que determinados lugares ocupados por la mujer se fueron desplazando hacia, claramente, otros espacios en los que todo es mucho más lábil y difícil de encasillar y rotular. Es madre quien engendra y lleva durante nueve meses en su panza a un hijo, o es madre también, como en el caso de Rosa, quien cuida diariamente de una criatura ante la decisión inobjetable de su hermana Renata de no conectarse con su realidad de madre actual. Katz construye hábilmente la trama de la película, con mucho de “suspenso cotidiano”, como a ella le gusta definir, y también con un espacio de creación en el que las actuaciones inmejorables del trío protagónico, le brindan el contexto ideal para reflexionar sobre el amor, los hijos, las parejas, los estereotipos, y principalmente sobre la posibilidad de elegir y decidir con completa libertad el lugar en el que uno desea continuar con su vida. “Mi amiga del parque” juega con sus personajes enredándolos, acercándolos, y a veces expulsándolos y enfrentándolos, pero sabe, por el oficio de su directora, que en la capacidad de detenerse en algunos instantes antológicos de ellos, como la escena en la que Liz llora desconsolada bajo la ducha, pero se arma para sonreírle a su hijo que la mira desde fuera de la bañera, va configurando una narración que potencia cada uno de los conflictos que presenta, con los que asume la importancia de las decisiones personales como vector de cada una de las historias que nos cuenta.
Ana Katz’s refreshing film strikes a perfect balance between laughter and angst Life isn’t easy for young, first-time mothers with newborn babies. Ask Liz (Julieta Zylberberg), she should know. Every day she takes her baby Nicanor in the stroller for a walk around the park. And she’s pretty much all by herself since her husband, Gustavo (Daniel Hendler) travels a lot because of work. In fact, he’s now in Chile filming a volcano — of all things! So Liz and Gustavo only communicate via Skype, whenever possible. To top it all off, Liz needs someone to help her with the house chores, and finding the right person is no easy task. On an ordinary afternoon, Liz meets Rosa (Ana Katz) and baby Clarissa at the park. She also a meets a group of moms with their kids, but for some reason she befriends Rosa and Clarissa, not the other moms. Perhaps because Rosa appears to be as lonely and helpless as she is, while all the other moms cheerfully celebrate the joys of motherhood. So it’s no surprise that Rosa and Clarissa soon become a growing presence in Liz’s life. But as comforting as having a new friend is, there’s also something odd about Rosa. Perhaps it’s her insistence to be with Liz all the times, or her nosy attitude, or that she is in need of money, or most likely that she wants Liz to take her, Clarissa and her sister Renata to a small town in the province of Buenos Aires so that Renata can meet in person a guy she’s met online. Of course, it’s Liz the one who has to do the driving with her own car. Now Liz feels she wants out of this friendship. And she feels a bit scared too. Mi amiga del parque (My Friend from the Park), the new film by Ana Katz (El juego de la silla, Una novia errante, Los Marziano) is more than a refreshing surprise within the many plainly average, or below average, local films released this year. Unlike them, Katz’s new feature has a distinctive personality: it features characters that are initially built upon stereotypes only to be soon fleshed out with unpredictable nuances. It boasts a contagious, perfectly calibrated sense of humour, it works well both in the spoken text and the disguised subtext, and it’s filled with gripping performances from the entire cast — including that of Ana Katz herself. That alone is a significant achievement, but Mi amiga del parque goes quite a few extra miles. It examines the joys and hardships of motherhood in both a comic and a dramatic key, while also addressing loneliness and hopelessness in a world without men in an apparent nonchalant manner. Katz strikes a perfect balance between what makes you laugh and what anguishes you, which is a very hard thing to do. Subtly understated at times and amusingly over the top at other times, this is the kind of work that comes out of good scriptwriting and a very assured direction. It very confidently works within the realm of the absurd, but not because what happens is absurd in itself but rather because of how Katz depicts it. It’s the how what matters, not the what. In this regard, you could say that the sardonic edge is reminiscent of the oeuvre of Martín Rejtman, no less than one of Argentina’s best filmmakers and the spiritual father of the so-called New Argentina cinema. But we are not talking about copycat filmmaking, but rather that both Katz and Rejtman share a same sensibility to start with. Then each one follows a very different path, but sometimes their characters seem to inhabit the same small odd world. Which in this case is to be celebrated. Production notes Mi amiga del parque (Argentina, 2014). Directed by Ana Katz. Written by Ana Katz and Inés Bortagaray. With Julieta Zylberberg, Ana Katz, Maricel Álvarez, Mirella Pascual, Malena Figó, Daniel Hendler. Cinematography: Bill Nieto. Editing: Andres Tambornino. Running time: 84 minutes.
Una de las mejores pelícuas argentinas del año resultó ser una comedia. Una noticia para celebrar El título habla de dos personajes. El “mi” le pertenece a Liz, el personaje interpretado por la mejor actriz argentina del momento, Julieta Zylberberg. La “amiga” es Rosa, y es la talentosa directora y guionista Ana Katz que le da vida frente a la cámara. El parque es la intersección, el espacio de lo público, en el que se cruzan los desconocidos. Liz es una madre primeriza de clase media; trabaja en una editorial. Rosa es empleada en una fábrica. No es madre, pero le gusta hacer de madre con su hermana y con la hija de esta. Primera afirmación: la diferencia de clase no suele ser materia humorística porque la imprecisión en el punto de vista puede ser fulminante. Pero Katz es temeraria y elige el riesgo. ¿Una comedia sobre la (des)confianza? Más evidente y acaso original, es elegir la experiencia de la maternidad como fuente de comicidad. La primera provocación es poner en duda el instinto materno. La madre es aquí una función que se aprende, una figura que podrá parecer arquetípica, pero implica para una mujer un ajuste general de su forma de estar en el mundo. Cada instante de un bebé reclama la atención de su madre. La escena inicial en la ducha es la síntesis de un estado de conciencia, y es también una revelación: lo cómico pasará siempre por los desajustes de Liz respecto de su nueva vida. En ella, la mujer va por un lado, la madre por otro. En esa fragmentación y desavenencia se articula tanto el gag como el costado dramático del film. La elegancia del plano final sugiere la resolución de esa distancia inicial. ¿Una comedia sobre la vulnerabilidad? El relato se circunscribe a la cotidianidad, y he aquí otro logro de Katz: en los paseos, en una comida, en una reunión de trabajo, fuera del prestigio nulo que tienen esos momentos mecánicos anida una dimensión que puede provocar risa y llanto. La existencia ordinaria es menos sólida de lo que parece. Hay que saber mirar el detalle y también filmarlo. De tal modo que el argumento pasa por las reacciones que le suscita a Liz su interacción con el mundo: la indiferencia de encontrarse por Skype con su marido, que está filmando en el sur, la sospecha que le ocasiona la señora que la ayuda con su hijo en su casa, la incomodidad que siente frente a los discursos sobre la maternidad de las otras mujeres de la plaza y la curiosidad que le despierta la vida de Rosa y su hermana. El gran acontecimiento será un viaje a un destino insignificante. Algo sucederá. Imperceptiblemente. Hay una rara vivacidad en este film. Los diálogos tienen una precisión manifiesta. El tiempo de las escenas y la relación entre ellas es pura música, y esa es la razón principal de que se prescinda de canciones y orquestas sonoras. El ritmo está en el plano y entre los planos. Además, no se renuncia a la belleza: la estación otoño-invierno se vislumbra delicadamente. Uno de los planos más hermosos es aquel plano general en el que “las hermanas R” y Liz corren por el bosque, abandonándose un poco a un espíritu juvenil que ya no les pertenece. En este film sobrio, jamás melindroso, la risa y la emoción nacen de constatar la nimiedad ineficaz de los pareceres y los ajustes de conciencia que requiere aceptar nuestra condición de inexperiencia ante todas las cosas. Nadie nace madre, nadie elige su pertenencia de clase, pero todos podemos aprender.
Una película pequeña, pero una gran obra Cuarto largometraje de la polifacética Ana Katz (escribió el guión conjuntamente con Inés Bortagaray, dirigió, produjo y protagonizo el proyecto), cuyo punto de inicio es un hecho conocido por todas las madres, más aun por las primerizas, nacimiento y crianza de un nuevo ser (hijo), sin haber cursado esa materia, lo que lleva a recurrir en principio al entorno familiar, primer problema para Liz (Julieta Zylberberg), quien se encuentra sola – no soltera -, esta casada con Guillermo (Daniel Hendler), quien está trabajando en un documental, en el sur, sin madre (fallecida hace un año). Frente a esta situación sale al mundo (entorno vecinal), la soledad la impulsa a ello, y lleva a pasear al parque vecino a su casa a Nicanor, su hijo (al cual no amamanta por falta de leche). Allí encuentra a un grupo de madres, y todas opinan a través de sus experiencias “ por que no probas con esto”, “¿sabes que te vendría bien a vos?”, “lo que yo siempre hago es,,,” o algún padre, los roles masculinos son secundarios, que están pero no están, con lo que deja en claro el punto de vista femenino, no feminista, muy bien logrado por la realizadora. En el parque Liz conoce a Rosa (Ana Katz) que está con Clarisa, hija de Renata (Maricel Álvarez) hermana de Rosa, quienes son el reverso de Liz, creándose una amistad-complicidad con una empatia instantánea y un triangulo muy particular, protagonizando una serie de actos que fluctúan entre lo gracioso e inquietante, que comparten confesiones, tareas domesticas, y el cuidado de los hijos, que nos encontramos con la trama de la maternidad, crianza de los hijos, desde distintos puntos de vista, actitudes alternativas libres, con situaciones fuera de lo convencional. La huida del bar sin pagar es la primera de sus aventuras, y nos va transportando a un clima de suspenso e intrigas, con las propuestas, frases ambiguas, que logran mantener la atención del espectador, objetivo que no todos consiguen. El desempeño de las tres protagonistas es perfecto, logrando hacer creíble y también queribles a los personajes a los que dan vida, dejando lo mejor de ellas frente a la(s) cámara(s), seguramente logro de la sensibilidad de Ana Katz en la dirección de actrices y actores. La muy buena fotografía de Guillermo Nieto logra aportar el marco apropiado en atmósfera, para lo que contó con la belleza del parque como espacio abierto y de libertad , en las tomas filmadas en el Rodó y en el Jardín Botánico, del barrio Prado en Montevideo, Uruguay (otoño de 2014), y las escenas de los primeros planos (asfixiantes) captando todos los pequeños detalles ¿El por qué de la elección de Montevideo? Dejemos que la directora nos lo diga “la densidad poblacional y edilicia de Buenos Aires es distinta y es difícil encontrar un parque vacío en otoño”, máxime cuando casi todos están enrejados. Ana Katz e Inés Bortagaray como guionistas logran, a partir de contraponer dos grupos (antes clases sociales) que se encuentran en el espacio publico, poner en juego en el espacio privado el desmitificar el supuesto idilio de la maternidad: toda madre ama a su hijo (bueno, algunas no supieron que eran madres), sufre con él y por él, exploran los miedos e inseguridades de las mujeres que pasaron por esa experiencia, las culpas que se generan cuando debe dejar a su hijo al cuidado de otros, etc,etc,etc. Drama inicial que se va convirtiendo en comedia, llevando por un camino, y de pronto cambia de dirección, todo esto logrado a la perfección, a la antigua, más bien en el siglo pasado, cunado se decía:una película pequeña, pero una gran obra.
MI AMIGA DEL PARQUE (01) EL RELATO Y LA VIDA amiga-parque Mi amiga del parque Por Marcela Gamberini Tratar de hacer una genealogía argentina del cine de mujeres no es tarea sencilla pero tampoco tan compleja. Las mujeres, esa mirada particular que funde los preceptos dogmáticos de los que debe ser una mujer con las experiencias inherentes a lo femenino, son escasas tanto en el Nuevo Cine Argentino (o como se llame ese conjunto de películas que irrumpen a fines de los ‘90) como en el cine actual. La temprana presencia de Ana Poliak con Qué vivan los crotos es un buen antecedente para pensar los orígenes de ese grupo de cineastas. La irrupción de Lucrecia Martel y de Albertina Carri sorprendieron (y esperemos que lo sigan haciendo) narrando historias de padres y madres, de ausentes y presentes, de familias políticas y/o reales, de cuerpos dañados por la tanta presencia o por dolorosas ausencias, historias donde la política irrumpe en el mundo y sobre todo en el mundo de las mujeres. El universo de lo cotidiano, casi del puro presente se asoma en las obras de Martel y de Carri que narran y filman con sensibilidad y responsabilidad histórica. Las películas de Celina Murga, de Anahí Berneri, de Laura Citarella, de Ana Katz trabajan en general a partir de esa idea de lo cotidiano. El mundo de los afectos aparece de un modo más transparente frente a cierta opacidad del cine hecho por varones. La familia, los hijos, la pareja, la soledad, las confusiones, las ambigüedades, la lucha que implica cuestionar normativas sobre lo que “debe” ser una mujer aparecen como un modo especial y único de estar en el mundo, como una de las maneras de insertarse en la cotidianeidad. Los cuerpos en el cine hecho por mujeres son esenciales. Esos cuerpos que a veces no logran articularse con el espacio o que se definen a partir de él. Esos rumores femeninos que recorren las películas de Martel, esa violencia silenciosa y brutal de las películas de Berneri o la sutileza de Murga para narrar historias pueblerinas sean tal vez deudoras de la literatura de Manuel Puig. Esa esfera de lo femenino, con sus intimidades, su cotidianeidad, sus fabulaciones, sus diálogos, se refleja (en algunos casos con más intensidad) en este presente del cine argentino hecho por mujeres, funda quizás una tradición que se aleja de en cierto modo de Borges y se acerca a la “cercanía” de Puig. También el modo de producción es diferente en estas directoras que trabajan a partir de los postulados del cine independiente y a la vez seducen con un cine más industrial en el buen sentido del término. Películas de “autoras”, muchas de ellas protagonizadas también por mujeres que llevan el sello de lo femenino no sólo en su manera particular de ver el mundo, de sentirlo, de absorberlo sino en sus formas de producción, más aireadas, más abiertas, más permeables. La tercera orilla o Escuela Normal de Murga, Por tu culpa o Aire libre de Berneri, La mujer de los perros de Citarella y Llinás y Mi amiga del parque de Ana Katz – por citar sólo algunas- instalan sus películas en un imaginario social que discute con las ideas tradicionales de familia, de pareja, de hijos, de política, de territorio. Ellas logran acortan -o dicho de manera más radical quebrar- la dicotomía entre arte y vida. Ellas, cada una con sus improntas, sus sensibilidades, sus afecciones disuelven de manera natural y transparente, la oposición entre relato y vida. La vida es un relato posible y los relatos son posibles vidas. Todas estas películas se inscriben en cierto fluir del tiempo de lo cotidiano, lo cotidiano entendido como ese lugar en el que se enfrenta con el otro, con otras experiencias, con otras vidas. En Mi amiga del parque Ana Katz propone una doble enunciación, como Verónica Llinás en La mujer de los perros; están fuera de la pantalla en su rol de directoras y a la vez están dentro, siendo las protagonistas de las películas. Esta doble enunciación suma un problema más al complejo tema de la enunciación en el cine que ellas resuelven jugando con naturalidad y firmeza. Katz, acompañada por una actuación brillante de Julieta Zilberberg, atraviesan a partir de la ambigüedad y el desconcierto el terreno de lo familiar. Los cuerpos de Katz y de Zilberberg son opuestos y a la vez complementarios: la morocha y la rubia, la alta y la baja, la “mal vestida” y la modernosa son la manera en que esos cuerpos representan dos mentalidades diferentes. También socialmente están ubicadas en distintos espacios, la contraposición de la clase y por supuesto la experiencia sensible que cada una tiene con el dinero. El auto como símbolo de clase es de algún modo el disparador del accionar de estas mujeres. Objeto de deseo, de necesidad por parte de una y objeto en desuso, que hay que domar, casi innecesario para la otra. Hay una escena que es clave en la película, podría articularse en torno a un antes y después de esta escena: Liz entra casi corriendo a una fábrica, que es donde trabaja su amiga. Esa irrupción en “otro mundo” es la irrupción a esa otra clase; nadie puede dejar de ver en esta secuencia la irrupción de Ingrid Bergman en esa fábrica, ruidosa, extraña, después que su hijo ha muerto en Europa 51 del siempre genial Rossellini, película con la que La chica del parque comparte más de una similitud. De hecho, esa irrupción es la que provoca, en todos los sentidos posibles, el llanto descontrolado de Liz. La inmersión en ese otro espacio no es solo la búsqueda del perdón de la amiga, la reconciliación, el abrazo, sino que es la entrada a otro espesor de la realidad: el contacto con otras preocupaciones, con el mundo del trabajo “real”. Liz no saldrá indemne de este contacto. De ahí en más, empieza en ella a aparecer con más claridad la idea del viaje a Saladillo, de su contacto con el auto, de ir en búsqueda de una extraña “aventura”, en definitiva de salir de ese lugar que la confunde y que no entiende. En uno de los encuentros con la amiga, Liz pasa a través de una zona enrejada, representación de ese encierro que va desde el parque hasta el departamento, desde su cabeza (recuerdo que una de las películas de Martel se llama “La mujer sin cabeza”) hasta su cuerpo. La película, en este sentido, se muestra alerta a sus formas que siempre son políticas (la referencia a Europa 51 y a Rossellini no es inocente en este sentido). Los hijos y la maternidad como instituciones no son el tema central de la película, sino la mirada que sobre estos conceptos tienen las mujeres actuales. Aquello que casi con ferocidad aparecía en Por tu culpa o incluso en Aire libre de Berneri, la pregunta sobre qué es ser madre, o ser hija, o ser esposa, acá se trabaja desde la confusión, el desconcierto y sobre la dicotomía que produce el choque entre esas dos mujeres, que son a la vez madres reales o madres sustitutas, esposas virtuales o proyectadas, solteras con hijos. Evidentemente es una película de mujeres, de madres, de hijas, de hermanas. Familias que se construyen a partir de las mujeres; los hombres están virtualmente fuera de campo: el marido de Liz desde Skype aparece de vez en cuando; el padre de Liz le deja mensajes traducidos en frases hechas desde el contestador del teléfono; el amigo aparece sin relevancia casi como para acrecentar un poco la confusión de Liz. Ella, Liz (Zilberberg), nunca entiende nada y esto lo dice ella directamente. No entiende a su marido, a la niñera, a la amiga. En una secuencia, ella da vueltas sobre sí misma con el bebé en brazos. Su centro es el hijo pero está confusa; no entiende y dice “¿por qué lloran los bebés?”. Se la ve siempre incómoda; en cada plano se sienta, se para, camina, habla, llora, nunca sonríe. Atraviesa ese espacio del parque como si fuera suyo y a la vez ajeno. La idea de ajenidad también surfea la película. ¿De quién es la hija que trae Rosa (Katz)?, ¿las madres nacen o se hacen?, ¿cuánto hay de eso llamado “instinto maternal”? A la vez estas mujeres hablan de sus madres, dicen que ambas la perdieron hace un año, convocan o conjuran algo ausente pero aunque no tienen referentes maternos vivos hay una especie de sustitución (otra vez las “madres sustitutas” o el tema del “instinto”) que es la niñera que contrata Liz, que tiene varios hijos y varios matrimonios en su haber; ella cuida al bebe que siempre está tranquilo a su lado, a la vez que hace las tareas domésticas sin dificultad. Es una madre completa, cosa que Liz no entiende, no puede, o tal vez no quiere. Mi amiga del parque es una historia sensible y cercana, en la que resuenan muchas preguntas: qué es ser una mujer en este presente inmediato; cuál es la complicidad con el espacio; cómo entender la maternidad, cómo comprender qué es una familia, o cómo encontrar la distancia exacta entre un hijo y una madre. Una excelente novela reciente titulada Distancia de rescate, de Samantha Schweblin, en algún punto toca el mismo tema: ¿cuál es el hilo que une a las madres con los hijos que de tan invisible se tensa hasta encontrar el punto justo en el que es posible el rescate y el encuentro? Pareciera que tanto la literatura en la figura de Schweblin como en el cine de la mano de Katz, de Berneri, de Murga, de Citarella & Llinás formulan los mismos interrogantes: ¿cómo poner en escena la cotidianeidad? Tal vez estas autoras compartan una franja etaria similar y respondan sus propios interrogantes o pongan sobre el tapete sus miedos, sus inseguridades, sus reflexiones. Para estas mujeres tanto el cine como la literatura son formas que adopta la vida, la contemporaneidad, el presente inmediato. Marcela Gamberini / Copyleft 2015
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más.
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Un cochecito transitando por la cuerda floja Cuando el mundo se altera, y de manera combustible, puede entonces un personaje explotar. Es lo que le sucede a esta madre primeriza, arrojada a una realidad alterada, sola, con el marido lejos y en Chile, trabajando. Ella es Julieta Zylberberg, y nadie como ella. Poseedora de la intuición justa como para situarse en un borde difuso, la Zylberberg parece al punto de las lágrimas, de la rabia o de algo parecido. En todo caso, es madre. Presta entonces a visitar los juegos de la plaza, a participar de ese micromundo extraño, Liz procura un sostén que no encuentra hasta que, de pronto, aparece Rosa, otra mamá. Y ella, también, no puede ser otra más que Ana Katz: sus ojos miran de soslayo mientras habla, esconde más de lo que dice y se queda con el vuelto cuando puede. Liz, tan (aparentemente) frágil; Rosa, tan (aparentemente) indoblegable. Entre las dos se construye el contrapunto que dispara hacia el espectador y sus prejuicios, ligado como estará hacia las penurias de Liz, quien sale y entra de su casa sin rumbo preciso, a la vez que mira con un candor distinto al amigo de hace tiempo. Ella, sin un hombre al lado, pero con un automóvil olvidado. Porque son las mujeres solas, dice Rosa, las que andan en auto. Liz no lo hace, pero el auto ?-si bien arrumbado-? la espera. Es admirable la construcción dramática que propone Mi amiga del parque, con el acento puesto en el doble rol de su directora y actriz. La caracterización de Ana Katz brilla de modo brusco, con sus salidas rápidas, casi tramposas, que juegan con el preconcepto del espectador al hacerle temer por la suerte de Liz. ¿Quién es Rosa, mujer de la que poco se sabe y, cuanto más se la conoce, más pasible de sospechas parece? Pero también, ¿quién es Liz? Acá, por eso, el juego espejado, las necesidades encontradas. En última instancia, Mi amiga del parque es una celebración de la amistad, del camino difícil que la procura. Hay una confianza que asumir para que ésta pueda ser, y es este riesgo el que la película de Katz deriva al espectador. Lo logra porque es dueña de una puesta en escena que ya le valida como una de las cineastas importantes, responsable también de El juego de la silla, Una novia errante, y Los Marziano, con la mejor caracterización ?-para quien firma-? de Guillermo Francella. La misma directora ha señalado su maternidad como motivación de la película. Y la traduce de manera visceral, con momentos bellos y otros maleables. Con comportamientos absurdos y otros meditados. A la manera de un caldo en ebullición del que puede salir el mejor plato con el condimento peor. Síntesis de esta incertidumbre son el rostro y los modos de Julieta Zylberberg, capaz de caminar por la calle y con un cochecito como si sobre una cuerda floja estuviese. Sus diálogos vía Skype con el marido (Daniel Hendler) parecen una sucesión de gags. Así como los atropellos más o menos ciertos con los que recibe las visitas de Rosa y su hermana. Momentos de desconcierto que se perciben porque, se nota, se sabe hacer cine.
¿Qué pasa cuando una madre no se siente capaz de criar a su hijo? ¿Qué pasa cuando el instinto maternal se suspende y la culpa inunda el alma de esa pobre madre? ¿Qué pasa cuando esa madre siente, aunque sea por un instante, que no ama a su hijo? Bueno. No pasa nada, pobre madre, salvo la angustia. Angustia generada, claro, desde esa construcción simbólica de nuestra cultura, tan artificial como todas las construcciones simbólicas, que condena a la mujer a ser madre o arder en el infierno. Y no solo a ser madre, a ser buena madre, y encima, a vivir con alegría cada minuto de cada hora de cada día de crianza. Demasiada presión para un ser humano que acaba de vivir una experiencia tan alien como expulsar a otro de su propio cuerpo. La película de Ana Katz tiene, como primera gran virtud, la de poner estos temas en discusión. Y Katz, entonces, reflexiona sobre estos temas (bastante infrecuentes en la narrativa cinematográfica contemporánea), y muestra que existe un cine femenino puro y duro. Ya en su Novia errante pudimos ver a esa chica que con el corazón roto y las vacaciones pagas dejaba ver ese dolor tan puramente femenino, tan inaprensible y ajeno para nosotros, los homínidos de tres patas. Lo que pasa con “Mi amiga del parque” (y con “Una novia errante”) es que uno accede a un universo femenino que, sin caer en un tratamiento realista, termina revelándose hiper-verdadero. Más verdadero que la verdad. La narración está articulada a través de un relato que va y viene del humor al suspense (muy acertado el tagline). Las actuaciones y la construcción de los personajes se ubican en un tono border en el que los éstos parecen conseguir siempre lo opuesto de lo que buscan. Si buscan salir a flote mediante la palabra, se hunden con los actos. Y mientras hacen cosas para estar mejor, sueltan una línea de diálogo que rompe todo. Intuyo (rigurosa herramienta metodológica) que este es un rasgo que aparece en todas las películas de Katz, y siento (rigurosísimo) que lo maneja muy bien. Me dicen que no hice un breve resumen de la película. Bueno. Para mí, la historia es simple: una madre primeriza, insegura y culposa se somete a “duchas frías” de miedo, para ver si puede sacudirse todos los mandatos. En esta película no hay buenas madres, madres perfectas, porque en definitiva no las hay en la realidad. En esta película Katz nos muestra que los instintos, en nuestra especie, han quedado sepultados bajo densas capas de civilización. Habrá que aceptarlo. De animalitos, es poco lo que nos queda. Y madre no hay una sola. Una madre puede ser muchas. Puede tranquilamente amar y odiar a su pequeño retoño en el curso de una tarde.
Madre sola no hay una Una de las sorpresas –sutiles, inadvertidas frente a otros fenómenos– que ha deparado el intercambio generacional que atravesó nuestro cine en los últimas dos décadas, ha sido la incorporación de nuevas miradas sobre conflictos propios del universo femenino. Rompecabezas (2010, Natalia Smirnoff) y Por tu culpa (2009; dir: Anahí Berneri) son buenos ejemplos, aunque no los únicos, en los que los roles de madre y ama de casa son delicadamente corridos de la vocación idealizada y el altar de la virtud. La nueva película de Ana Katz (1975, Buenos Aires) se suma a esa saludable disposición a sacudir levemente prejuicios instalados, sin cargar las tintas ni descuidar el afecto hacia los personajes, en este caso una insegura madre primeriza y una ocasional amiga algo invasiva y desconcertante. El guión de Mi amiga del parque, escrito por Katz junto a la escritora uruguaya Inés Bortagaray, sabe acertadamente combinar elementos para mantener intrigado al espectador, desestabilizarlo y ayudarlo a reflexionar sobre determinadas cuestiones. En los avances y retrocesos de la relación entre Liz (Julieta Zylberberg) y Rosa (la propia Katz) se deslizan apuntes sobre maternidad biológica y de hecho, miedos y responsabilidades ante un hijo pequeño (“Es tan… chiquito” se angustia Liz, en un momento), dificultades en el entendimiento cotidiano de/con los otros, temor a transgredir –y, al mismo tiempo, deseos de hacerlo–, soledad, necesidades y apariencias. Mínimos pormenores que parecieran estar sólo por voluntad del guión responden, sin embargo, a una caracterización pulida de las criaturas: las actitudes respecto a los horarios, por ejemplo, o las reacciones que despierta un arma que aparece por ahí. Palpita, también, aunque a simple vista no parezca, una sorda contienda entre clases sociales: un oficio o profesión (Liz es escritora y su marido realizador de documentales, en tanto Rosa operaria en una fábrica), la posesión de un auto o una prenda de vestir marcan esa diferencia; también la manera de entender la generosidad y la solidaridad en ambas mujeres (y una tercera, Renata, hermana o prima de Rosa, interpretada por Maricel Álvarez). Está claro que, aunque Katz interpreta a Rosa, el punto de vista de su película es el de Liz, y en este sentido Mi amiga del parque podría integrar un interesante doble programa para el debate con El hombre de al lado (2009; Mariano Cohn/Gastón Duprat), si bien el film de Katz-Bortagaray, que recurre igualmente a un tono de asordinada comedia, no es cínico y se reserva un final tranquilizador. Algo del rechazo-fascinación que le despierta a la protagonista lo que hacen sus circunstanciales amigas recuerda, asimismo, a Tan de repente (2002), la película de Diego Lerman, coproductor aquí. No es sencillo lograr que la inmadura Liz y las descaradas hermanas R. (así las llaman) resulten siempre creíbles, y sin embargo eso ocurre. La forma en que el film mantiene fuera de ese micromundo a parientes y vecinos puede resultar antojadiza, pero el clima es verosímil, con la ayuda de las actuaciones. A la eficacia del trío Zylberberg-Katz-Álvarez hay que agregar el desempeño del resto, desde la excelente Mirella Pascual (como una mujer experimentada que se dedica a cuidar el niño) hasta otros que se ven y escuchan medio de soslayo, en conversaciones casuales de milagrosa naturalidad. Film de pequeños-grandes momentos, de miradas, de frases hirientes disparadas distraídamente y reconfortantes gestos de reconciliación, Mi amiga del parque es, además, un ligero examen sobre la confianza, en sí mismo y en los demás.
Soledades Las dos películas están en cartel. Una es una de las mejores del año, tal vez la mejor de las estrenadas hasta hoy. La otra es una de las mejores películas argentinas del año, que compite con otras cuatro o cinco por el primer lugar (no considero El acto en cuestión de Alejandro Agresti porque es de producción 1993). Misión rescate de Ridley Scott y Mi amiga del parque de Ana Katz están ambas en los cines y forman un ultra recomendable doble programa. Si hasta los títulos de ambas empiezan con las mismas dos letras y están casi seguidas en la cartelera ordenada alfabéticamente (separadas apenas por la infame Minions). Conecta a estas películas, además, la soledad de sus protagonistas. La soledad del astronauta Mark Watney (Matt Damon) es obligada: está solo en Marte, territorio desconocido. Sin embargo, Mark sabe cómo moverse, y convierte el territorio en conocido, o al menos manejable, mediante su capacidad de mapear. Y sabe cómo moverse no solamente porque el actor que lo interpreta es Matt Damon -podría haber sido muy difícil creer en este personaje con un actor físicamente más dubitativo- sino porque el señor Watney es científico. Y sabe. Y aplica lo que sabe. Y prueba y aprende de sus errores. Con una determinación heroica, con una entereza y una resiliencia imbatibles, Mark Watney está convencido de lo que tiene que hacer. Se hace fuerte desde la soledad del que sobrevive pese a todo, del que aprovecha con denuedo lo poco que tiene a su alrededor. La soledad la combate con el saber, con el amor al saber, y se sostiene cinematográficamente mediante una narrativa de brío notable, con una cantidad feliz de diálogos memorables y actores aptos para el cometido. Además, Misión rescate es, como lo era Fantasmas de Marte -otra maravillosa película que transcurría en el planeta rojo- un western. La magistral película de John Carpenter era western desde el inicio, con el tren como motor y el malo-bueno en el calabozo, que había que sacar para pelear. Y con la guerra por el territorio como norte, o como oeste. Misión rescate -cuánto mejor era como título el fiel “El marciano”- es un western desde los paisajes y la dureza del ambiente, y otro tipo de western: uno de supervivencia del individuo que está solo y espera. Un western mucho más moderno porque en este caso el hombre no tiene que probar su valía, la posee desde el inicio. El hombre, al revés de lo que postulaba Bazin para el género, está -en este caso- completo. Y la que tiene que “redimirse”, completarse, probarse, es la mujer (la comandante). Una inversión de características que se hace desde un conocimiento aplastante sobre las leyes de los géneros, la narrativa, el montaje, la musicalización y cuanto elemento de uso cinematográfico se nos ocurra. Con Misión rescate, Drew Goddard -el mismo de The Cabin in the Woods, aquí guionista- confirma que es uno de los nombres clave del cine actual. En Mi amiga del parque Liz (Julieta Zylberberg) está sola porque tiene a su marido de viaje laboral en territorio climáticamente hostil. No está sola en realidad: está con su bebé Nicanor. Y esta realidad duplica la soledad. Porque su pequeña y constante compañía la abruma y refuerza que “está sola”. Las necesidades de su hijo la desbordan. Necesita reconstruirse pero no tiene tiempo, no tiene espacio. Esa reconstrucción no tiene lugar. Liz no puede obtener su fortaleza como individuo: su cuerpo hace poco se dividió en dos. Tiene un cúmulo de neurosis post parto y de madre en extremo primeriza que es una bomba de tiempo, una bomba emocional. En el afuera puede haber una solución, un alivio o -al menos- más gente. La película comienza en un territorio, un parque, que -suponemos- permanece igual a como era antes del nacimiento de Nicanor. Pero ese parque se recorre, se mapea de otra manera, porque la compañía ahora se busca por similitud: otras madres, otros padres acompañados de bebés. Entre ellos, aunque un poco al margen, está Rosa (Ana Katz), un torbellino distinto que entra de forma intrépida en la vida de Liz. Una presencia extemporánea que repele y seduce, y luego seduce y repele, a Liz: una compañera conflictiva. La película de Ana Katz se enrarece, y la directora vuelve a hacer una comedia dramática que se pinta de negro, como sus películas anteriores, todas personales, todas recomendables, todas incómodas: El juego de la silla, Una novia errante, Los Marziano (tal vez la menos negra, Una novia errante, haya sido la menos lograda). Mi amiga del parque es una comedia de una tensión inusual, que vibra en su inestabilidad. El saber del que hace gala Mark Watney, y que aplica con éxito en Misión rescate, está aquí desarmado, y los caminos de la solución a la soledad de Liz son erráticos. Los personajes de Misión rescate se preguntan una y otra vez cómo lograr sus objetivos, proceden con convicción y el mundo les responde de formas distintas pero esperables (los fracasos son, también, probabilísticos). En Mi amiga del parque lo aparentemente confiable y experto -la niñera- pueden llegar a no funcionar en absoluto para Liz. Y lo equívoco, lo caótico y lo dudoso pueden -luego de vueltas y recovecos- terminar siendo, tal vez, curativos. Ambas películas construyen con aplomo sus suspensos, y los centran sabiamente en sus protagonistas. Queremos que Mark Watney y Liz sobrevivan lo mejor posible a sus desafíos. Es cierto, Mark es mucho más fácil de querer que Liz. Pero una es una película sobre un protagonista frontal que parece carecer de componentes neuróticos y la otra sobre un imán para todo temor y temblor que haya dando vueltas. Para terminar, sugiero un orden para este doble programa: primero vean Mi amiga del parque y luego Misión rescate. El orden es una sugerencia. Pero la recomendación de verlas se parece un poco más a una orden.
Hablando de mujeres Liz (Julieta Zylberberg) es una madre joven primeriza. Está sola en una casa, en algún barrio de Buenos Aires, criando a su bebé. Su marido, Gustavo (Daniel Hendler), está temporariamente en Chile, filmando un documental sobre un volcán. Se comunican vía Skype. Liz no sufre apremios económicos. Se reconoce como escritora y ha publicado una novela. El relato de Ana Katz, “Mi amiga del parque”, tiene a Liz como protagonista de una historia minimalista. Con cámara en mano, persigue a la muchacha en su vida diaria. Así se la puede ver atravesar por diversos estados de ánimo, criando a su bebé en total soledad. Su madre ha muerto cuando ella estaba embarazada y su padre le deja mensajes en el contestador que ella nunca responde. Aunque hay un sutil pero fuerte vínculo entre ellos, que se puede apreciar en algunos detalles, pero principalmente en el nombre del bebé. Esa cámara sensible y curiosa que persigue a Liz capta todos sus cambios de humor: alegría, angustia, culpa, cansancio, ira, miedo, deseos de libertad... un combo complejo con el que sin embargo cualquiera que sea madre se sentirá identificada. Liz (excelente trabajo de Zylberberg) es una mamá primeriza con todos los síntomas que caracterizan al puerperio, en una sociedad como la nuestra. Es una de nosotras, diríamos. No evidencia nada raro, nada que se pueda considerar fuera de lo previsible. Entre sus actividades diarias, Liz saca a pasear al bebé y su lugar favorito es un parque, muy agradable, con árboles añosos y senderos rodeados de vegetación. Allí, hay un sector con juegos para niños habitualmente concurrido por madres, y algún que otro padre, con sus criaturas. Es frecuente que entre ellos hablen de sus experiencias y vivencias, siempre relacionadas con la crianza, y hasta en un momento surge la idea de formar algo así como un grupo de autoayuda. En ese marco, Liz conoce a Rosa (Ana Katz), una mujer que está jugando con una beba, supuestamente su hija. Entre Liz y Rosa surge una chispa de simpatía inmediata, y se van a almorzar unas pizzas. Empiezan a hacerse algunas confidencias, pero hay una barrera de desconfianza que despierta algunas suspicacias en Liz, que oscila entre avanzar o retirarse de esa incipiente amistad. En ese juego de ambigüedades, de pronto, Rosa toma una actitud un tanto extrema, asumiendo riesgos que en un principio sorprenden a Liz, pero luego azuzan más su curiosidad. Paralelamente, la protagonista ha contratado a una mujer mayor para que cuide al bebé, mientras ella trata de recuperar su vida personal, volver a contactar con sus amigos y, si es posible, conectarse otra vez con su oficio de escritora. La relación con la niñera (Mirella Pascual) es también una fuente de angustias y sospechas, y esa solución no termina de satisfacer a la madre primeriza. Siguiendo sus impulsos, Liz vuelve a contactar con Rosa, que tiene una hermana, Renata (Maricel Álvarez), con quien comparten la crianza de la beba. Así, Liz va conociendo un poco más del universo de su nueva amiga. Un universo que la intriga pero al que también teme. El relato de Ana Katz describe el proceso que atraviesa la protagonista, que combina su maternidad, el duelo por la pérdida de la madre, el marido ausente y una amistad que se sale de sus esquemas y plantea la posibilidad de nuevas vivencias que, a pesar de los miedos, la atrae fuertemente. Esa ambivalencia se resuelve satisfactoriamente y aunque por un momento parece que todo va a estallar en el mundo de Liz, ella logra tomar el control y autoafirmarse a sí misma. La película tiene el valor de contar una pequeña historia que muestra aspectos de la subjetividad femenina, despertando el interés del espectador, sin emitir juicios. Desnuda un fragmento de una realidad con la que podemos tropezar a diario en cualquier ámbito urbano. “Mi amiga del parque” tiene la virtud de hablar sin rebusques, sencillamente, de nosotras, las mujeres, nada más y nada menos.
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Mujer sola Por la mañana, en la mesa de un bar, dos mujeres conversan animadas. Liz y Rosa comparten una pizza, beben cerveza, se ríen. Sus bebés duermen, mientras tanto, en sendos cochecitos. Es un momento sin dudas agradable, pero también una situación peculiar, fuera de tiempo. Se acaban de conocer en un parque. En un punto de la charla, Rosa le pregunta a Liz por su profesión. Ella le contesta que es escritora y que trabaja en una editorial. Acaso para revalidar una respuesta que considera insustancial, agrega que además publicó una novela. Entonces Rosa, casi como burlándose de ella y de su oficio, le pregunta si está escribiendo sobre su flamante experiencia: la maternidad. Pero Liz le contesta, entre carcajadas, que no, que ese tema no le interesa mucho a nadie. Sería posible reconocer en esta escena, y en especial en esta última respuesta de Liz, una suerte de prólogo indispensable de Mi amiga del parque (2015), la última película de Ana Katz. O mejor aún, una advertencia argumental y formal, porque la película abordará -así, un poco en serio y un poco en broma- precisamente esa cuestión que pareciera no importar demasiado. El oculto, y las más de las veces problemático, comienzo de la maternidad: el puerperio. Circunstancia poco feliz que el film de Katz no tardará en caracterizar a partir de la condición que suele determinarla: su profunda soledad y extrañeza. Liz no es soltera, pero está sola. Su marido, que viajó a Chile para trabajar en un documental en las inmediaciones de un volcán, se encuentra bien lejos, a miles de kilómetros de distancia, en otro planeta. En ningún momento será posible establecer con él una comunicación efectiva. Las llamadas telefónicas vía Skype tan solo servirán para exhibir justamente las señales de un intercambio fallido, que no fluye. No podrán entenderse. El film insistirá con eso: "No nos estamos entendiendo", repetirá una y otra vez Liz. Como si entre ella y su marido -entre ella y los otros- mediara, en ese momento tan particular, un abismo infranqueable. Liz vive con su bebé recién nacido en una casa recién estrenada. Una breve pero muy certera escena alcanzará para describir una cotidianeidad experimentada con cierta indefinible angustia, pues las palabras no emergen con facilidad, persisten ahogadas en la congoja. Mientras se baña, deberá interrumpir su llanto para cerciorarse que su hijo, del otro lado de la cortina -la delgada frontera que por un instante los separa- se encuentre bien. Deberá a su vez, en el mismo movimiento, simular en su rostro una sonrisa que por su carácter forzado se convertirá de pronto en una mueca triste por lo imprecisa. Ante la situación de extrema vulnerabilidad e incertidumbre que atraviesa la protagonista, el pediatra -voz masculina autorizada- le aconsejará salir a caminar por el parque y relacionarse con otras madres. Es allí donde conocerá a Rosa, la amiga referenciada sugestivamente en el título del film. Influencia negativa, es la persona a la que no resulta aconsejable acercarse, la mala yunta. Rosa es una mujer extraña, diferente a las otras madres, más convencionales, las que en el parque se juntan con sus hijos y organizan reuniones de crianza, que conversan siempre sobre lo mismo. Rosa pertenece a otra clase, trabaja en una fábrica textil y vende panes rellenos. Pero no será esa la única diferencia. En ella será posible advertir desde el principio cierta singularidad difusa expresada a partir de comportamientos poco frecuentes. Liz se sentirá convocada por la extravagancia de su amiga, como si pudiera reflejarse especularmente en ella. Se alejará de su espacio de pertenencia y podrá así comunicarse. Mi amiga del parque es una película excelente. Cada escena le ofrece al espectador la dicha de su interrogación crítica. Mediante un manejo notable de la parodia, conseguirá escaparse con éxito de los lugares comunes propios de un tema que no le importa mucho a nadie. Y lo hace mofándose de ellos, evidenciando sutilmente su disposición patética. Con astucia y picardía, el film de Katz presenta una historia sobre la cara menos visible de la maternidad: cómo dirimir el conflicto entre tener un hijo y hacerse madre. Posdata: Acaso otro dilema asimismo invisibilizado sería aquel que involucra al padre y la construcción de su paternidad. Cómo resolver la tensión entre tener un hijo y hacerse padre. Una cuestión que tampoco interesa demasiado y que suele ser desarrollado con liviandad. El film de Katz no se ocupa de él –no tiene por qué hacerlo, su asunto es otro-, pero lo sugiere. En un breve diálogo, un padre que cuida a su hijo en el parque, le aconseja a Liz lo siguiente: “Las cosas es mejor hablarlas. Te lo digo yo que vivo comiéndome todo y sufro como un campeón”.