Halla lucha por sus ideales mientras se pone en juego uno de sus deseos más profundos: ser madre. Benedikt Erlingsson desarrolla un personaje único para Halldora Geirharosdottir, verdadero motor de una película notable que mezcla política, ecología, derechos humanos, y mucho más. Bienvenida esta propuesta de Islandia.
Que el nombre de la protagonista de este thriller, mezclado con drama y sutiles dosis de comedia, sea alusivo a un personaje que para la historia de Islandia representaba la idea de lo que se conoce habitualmente como “bandolero”, es decir alguien que se opone a las corrientes del sistema y busca desde sus actos cortar de raíz esa epidemia, es un dato no menor debido a que en este segundo opus del realizador Benedikt Erlingsson se pone en juego el paradigma capitalismo versus medio ambiente. El activismo ecológico hoy es uno de los pilares más debatibles en lo que a modos de terrorismo se conoce cuando el fundamentalismo de aquellos que buscan generar conciencia a nivel mundial recurre a sabotajes ó acciones en las que el fin justifica los medios. Tomar una posición a favor o en contra a veces reduce las dimensiones de los conflictos que el progreso y la imposición de las reglas del capitalismo salvaje han generado en el desarrollo de las economías emergentes, sin dejar de lado la hipocresía de todos los resortes del poder económico y político ante la vulnerabilidad del planeta en su conjunto. Por ese motivo es muy interesante el planteo sin corrección política detrás de esta historia de resistencia no pacífica encabezada por la protagonista Halla (Halldóra Geirharðsdóttir) mientras en su rutina se desempeña como una simple profesora de canto, a cargo de un coro de comunidad y con un carisma arrollador cada vez que encara por convicción la defensa de una causa que va más allá de aquello que la rodea. La música y el canto no son otra cosa que un elemento simbólico para la resistencia y en este caso exponer en la diégesis la emisión de la fuente sonora (músicos que ejecutan la banda sonora a la par de la película), recupera un viejo recurso del cine que se llama música diegética. Además, la exposición del dispositivo narrativo genera una marca personal que en lugar de hacer “ruido” en el relato, de quedar como elemento de carácter decorativo para la trama, se acoplan dramáticamente hablando al derrotero de esta activista ecológica, quien se opone a la industria del aluminio y a un posible acuerdo comercial entre Islandia y China como uno de los tantos obstáculos políticos para el presente de su tierra y de la gente, enceguecidos por las quimeras del progreso, empleo asegurado en la industria y desarrollo sustentable que venden los políticos desde los medios o las redes sociales. Ahora bien, un conflicto de carácter interno -que aquí no se revelará- se interpone entre los actos de sabotaje de Halla, en su modo de encarar la causa e incluso en los vínculos más próximos, así como en un planteo mucho más profundo y arriesgado que encaja a la perfección para el tono de la película, su matiz moral y hasta la idea de lucha desigual entre la mujer de la montaña, alias de la activista en cuestión y todo un sistema de control y miedo que paradójicamente que nadie controla. No sólo Mujer en guerra es una alternativa y chance de tomar contacto con una cinematografía absolutamente desconocida y ninguneada en la cartelera latinoamericana sino que representa una manera muy creativa y dinámica de abordaje de tópicos urgentes desde el pulso narrativo de un director talentoso y la idea de cine como medio o vehículo para generar un cambio, aunque sea pequeño como cada acto de Halla o sus modos de entender el mundo de hoy.
Con las increíbles imágenes de Islandia, filmada con preciosismo, Mujer en guerra es una extraña suma de asuntos con resultado más que estimulante. Un drama ambientalista, y una comedia con toques musicales, y por sobre todo, la crónica de la vida de una mujer, Halla, que es muchas a la vez. Los seguidores de la serie Trapped seguramente se van a sentir en terreno común, sobre todo de su segunda temporada. Porque Halla (Halldóra Geirharosdottir, en doble papel, porque interpreta también a su hermana gemela), con sus rutinas suaves, su dirección de un coro, su casa impecable, es también una activista apasionada, a quien llaman La Mujer de la Montaña. Cuyas acciones van de actos de vandalismo a planes más grandes para desbaratar la alianza entre el gobierno y la industria local del aluminio, para la construcción de una nueva planta. Hay momentos absurdos e hilarantes, siempre inteligentes, en esa crónica. Que encuentra un punto de quiebre cuando Halla recibe la noticia de que se aprobó su antiguo trámite de adopción. Y que en Ucrania, una niñita huérfana, sola en el mundo, la espera.
Mujer en Guerra: La soledad de luchar por todos. Bella y simpática comedia ambiental islandesa, que pone a una maestra de coro en la encrucijada de renunciar a sus sueños, de salvar al planeta o redoblar su apuesta saboteando grandes empresas. Pocas comedias tienen la suerte de contar con la belleza de los variados paisajes islandeses, pero aún menos tienen la personalidad y encanto que posee Mujer en Guerra. Una aventura moderna que mezcla el optimismo ambiental con el desgaste de la lucha diaria para salvar a una humanidad que en gran parte sólo expresa apatía ante su inevitable extinción. Halla trabaja como maestra de un coro durante el día, mientras que por las noches se encarga de realizar protestas ambientalistas a gran escala saboteando una de las más grandes empresas de su Islandia natal. Pero en estos últimos días su intranquila estabilidad va a verse puesta en peligro por varios factores. Entre ellos el creciente nerviosismo de uno de sus aliados en el interior de esa empresa, lo difícil y arriesgado que viene siendo subir la apuesta todo el tiempo con sus actos realizados prácticamente de forma individual. Aunque principalmente es una noticia que le sacudirá el mundo a cualquiera: acaban de aprobarle la solicitud de adopción que había hecho hace unos años, y va a recibir a una pequeña huérfana de Ucrania de forma inminente. La maternidad es uno de los temas de mayor importancia en el film, aún antes de que la noticia llegue a su protagonista. No solo la maternidad humana, sino también toda la temática ambiental desde la perspectiva del cuidado de la Madre Naturaleza. Pero la gran mayoría de lecturas se encuentran al alcance de todos al mismo tiempo; que se encuentran sembradas en lo que para casi la totalidad de la audiencia va a ser nada más que una pintoresca comedia para pasar un buen rato. Cabe destacar el acierto de varios elementos que logran salir a flote en la trama de forma natural y que sirven para que más de uno empiece a pensar esa u otra de las tantas temáticas exploradas. Está claro igual, que todo esto que el film hace bien sería en vano si no se tratara de una entretenida experiencia audiovisual para capturar la atención en un océano de productos llenos de brillante colorido comercial. En el caso de Mujer en Guerra, la personalidad innata del proyecto se encarga de rellenar lo que ya es una comedia con encanto para cualquiera en una experiencia de autor compatible con todo tipo de pochoclo. Una estética que desde lo visual tiene el plus de contar con todos lo escenarios, visuales y narrativos, de un país con una belleza imponente como lo es Islandia, pero que además lo complementa con una propuesta musical que llega incluso a trascenderla. La cinta está repleta de música, aunque la misma esté usada contadas veces y venga acompañado de una curiosa salvedad: la interpretan músicos en escena que se mantienen presentes en el mundo sin interactuar o formar parte de la historia de manera literal. Una suerte de coro griego sin palabras, armado con instrumentos y voces para entregar una banda sonora impactante que moldea de forma refrescante lo que sin eso ya era una recomendable comedia. La peli cuanto menos garantiza una excelente velada, pero además se encarga de concientizar dejando de lado toda especie de discurso hostil; entregando en su lugar una experiencia centrada en una protagonista que hace méritos para ganar la simpatía de la audiencia para con su lucha. Por si fuera poco, esa victoria temática y narrativa tampoco hace uso de un villano. No hay personajes sombríos que jueguen con su bigote o acaricien su gato peludo, sino que los momentos de adversidad vienen de los grandes sistemas y conglomerados que atacan de forma anónima todo obstáculo en el camino de las ganancias y la siempre ominosa expectativa de crecimiento económico. Sin dudas un discurso refrescante en tiempos en los que parece imposible realizar declaraciones sin antagonizar, y terminar muchas veces radicalizando, a unos percibidos adversarios morales. Pocas películas en lo que va del año vienen con menos luces y dejan con más ganas de recomendarla a todo aquel curioso que esté dispuesto a darle una oportunidad. Para todas las edades y todo tipo de gustos, Mujer en Guerra sin dudas va a saber hacerse lugar entre las favoritas del año de mucha gente.
Halla es una mujer independiente que detrás de una rutina tranquila esconde una doble vida como activista ambiental. Conocida por su seudónimo “La Mujer de la Montaña”, secretamente le declara la guerra a la industria del aluminio y su incesante contaminación. Pero justo cuando empieza a planear su acción más importante, recibe una carta que lo cambiará todo: su solicitud para adoptar una nena fue finalmente aceptada y está a un paso de cumplir su sueño de ser mamá. Esta película islandesa parte de este conflicto, logrando en un comienzo algo de interés, aprovechando al máximo los paisajes en los que transcurre y generando suspenso y expectativa hasta que la trama despliegue todo lo que tiene para decir. Luego se vuelve gris y sin nada para aportar. Por momentos tiene algo de humor absurdo que no sabemos si hereda del cine de Aki Kaurismäki o del menos sutil Emir Kusturica. Como sea, en ningún caso obtiene la identidad estética necesaria como para aportar algo que valga la pena recomendar.
Islandia constituye hoy una suerte de reserva natural, un país que vive de su naturaleza brava, inhóspita. Halla (Halldóra Geirharôsdóttir) está decidida a salvaguardar el carácter natural de la isla, defendiéndola de las corporaciones industriales y energéticas que llegan a la isla y amenazan cambiar el ecosistema. Esa mujer independiente vive sola, es directora de un coro y ha emprendido una serie de vandalismos ecológicos contra los proyectos del gobierno, que le han dado el apodo de “mujer de la montaña”. Algo viene a interrumpir su misión: ella no contaba con que su solicitud para adoptar un vástago sería respondida cuatro años más tarde, y una niña huérfana y víctima de guerra está esperándola en Ucrania Apoyada por su hermana gemela (interpretada por la misma Geirharosdóttir) y un presunto primo granjero, Halla sigue adelante con sus proyectos. Pero todo se le pone difícil: por un lado, las nuevas tecnologías establecen un cerco que va limitando su acción de sabotaje. Es la naturaleza, con las irregularidades del terreno, sus grietas, sus ovejas, sus aguas termales, la que la protege de adelantos como los drones, las pruebas de ADN, los helicópteros que la sobrevuelan. Y, por otro lado, se establece el conflicto entre su maternidad y su misión con la Madre Tierra. Benedikt Erlingsson ya nos había sorprendido gratamente con su película anterior Historias de caballos y de hombres(2013), en la que también la naturaleza cobraba un valor predominante. En esta oportunidad, a la naturaleza montaraz que defiende Halla agrega un toque surreal, o si queremos, de realismo mágico: hay permanentes testigos para todo lo que ocurre: una banda de tres músicos –tuba, acordeón o teclados y percusión-, y un trío de cantantes ucranianas, músicos que nadie más que Halla ve, pero que la acompañan desde el fondo del plano, casi como un coro griego, aportando la música diegética en brillante acto creativo; y un turista latinoamericano que es quien siempre paga por estar cerca del lugar de los sabotajes, y por ser sudaca: esta peor amenaza para la policía islandesa es la amarga nota cómica del film. El talentoso Erlingsson no se ciñe a un género particular: circula entre el thriller, el drama familiar y la comedia. Narrado desde el punto de vista de Halla, no hay cuestionamientos a su accionar, sólo algunos comentarios de sus vecinos, que ven sus libertades restringidas por la búsqueda de la “mujer de la montaña”. La fotografía de Bergsteinn Björgúlfsson desarrolla un espléndido panorama de los escabrosos terrenos y los límpidos cielos de Islandia, en dramático contraste con el futuro que está llegando a esa tierra.
"Mujer en guerra": muñeca brava Exponente de una suerte de realismo mágico europeo, "Mujer en guerra" trenza la crítica social y un registro a veces fantasioso con las buenas intenciones y los mensajes morales subrayados. Halla es una mujer solitaria pero socialmente activa y dedicada su comunidad, que dirige un coro barrial en los suburbios de Reikiavik, la capital de Islandia. Pero esa parte de su personalidad es la máscara perfecta para mantener oculta otra cara: ella es también una activista muy comprometida con causas ecológicas, rol en el que no duda en pasar a la acción desde la clandestinidad. Alguien a quien el establishment considera una terrorista, lugar que Halla reivindica al atribuirse una serie de atentados contra la industria del aluminio en su país, a la que considera dañina para la naturaleza, bajo el seudónimo de "La mujer de la montaña". Exponente de una suerte de realismo mágico europeo, Mujer en guerra trenza la crítica social y un registro a veces fantasioso con las buenas intenciones y los mensajes morales subrayados. Estas características se funden en una amalgama que tiene al correcto manejo de los tiempos del suspenso y la exhibición de cierto ingenio en el uso de los recursos específicos de la narración cinematográfica como elementos salientes. Tales son las herramientas que el cineasta islandés Benedikt Erlingsson pone a disposición de una historia con la que busca la complicidad emotiva del espectador de mirada progresista, consciente de los dramas del mundo actual y tan capaz de adherir a las causas populares y apoyar a quienes van contra ellas, como de conmoverse con el sufrimiento ajeno, aunque más no sea dentro del cine. El resultado es una película bellamente realizada en el plano estético, que consigue ser efectiva en el balance del desarrollo dramático, aunque a veces fuerza su propio verosímil y resulta obvia en materia política. Lo que Halla representa de forma extrema es un estereotipo reconocible de ese progresismo europeo, aquel que no duda en abrazar las causas del reciclaje, la ecosustentabilidad y el respeto por el orden natural, valiéndose de una comodidad primermundista que en este caso la protagonista no duda en arriesgar. Hay algo de idealismo setentista, de hippismo 2.0, que se pone en juego en el personaje de Halla. Una idea que se completa y queda más clara con la figura de una hermana gemela, Ása, una profesora de yoga que aspira a pasar dos años meditando en el ashram del famoso gurú Maharashi. Ambas representan las dos caras de la misma moneda: una desde un lugar espiritual y afectivo pero naïve; la otra desde un materialismo rabioso no exento de conexiones con cierto saber ancestral. Erlingsson vuelve evidente ese vínculo con la tradición cultural al incluir en el plano diegético elementos que el cine suele mantener fuera de él. Así, los músicos responsables de la banda sonora incidental (basada en variantes del folklore nórdico) comparten la puesta en escena con Halla, hasta convertirse en algo así como su voz de la conciencia y, llegado el caso, también en sus mejores cómplices.
La ópera prima del islandés Erlingsson, De caballos y de hombres, también fue estrenada en la Argentina. A pesar de demasiadas dificultades, la distribución independiente sigue viva y ahora podemos ver la segunda película de este director, que plantea sus narraciones con ambición, recursos diversos y no pocos riesgos. Mujer en guerra nos presenta a Halla, convencida de cometer atentados energéticos en aras de la ecología. Pero Halla es mucho más que sus convicciones (o fanatismos): dirige un coro, hace ejercicio, quiere adoptar una niña. Y la película es mucho más que un relato adocenado. La música parece serlo al principio, pero su puesta en escena no lo es, y ya no lo será. La narración muta, abandona con frecuencia probables ataduras realistas, y nunca queda presa de la solemnidad; Erlingsson prefiere incluso una breve y disonante comicidad "latina" que quizá funcione como tal en Islandia. En una de sus dimensiones, esta es una película de aventuras, de supervivencia, con una protagonista que potencia el relato con su plasticidad y tensión físicas, y con su duplicidad en pantalla. La idea de la gemela quizá sea otro agregado no muy sutil, pero es también otra evidencia de que estamos ante un director que reniega del hoy ya dañino "menos es más". Para Erlingsson, más es más, y así prueba caminos que a veces son desvíos, pero mayormente seduce con apuestas eficaces y en ocasiones contundentes y vitales.
Cine que viene de Islandia, del talentoso Benedikt Erlingsson (“Historias de caballos y de hombres”), que dirige y co-escribe con Olafur Emilsson, una historia de una mujer justiciera, una militante a favor de la ecología en contra de la industria del aluminio en su país, que está a punto de firmar con China una expansión que puede ser letal para el equilibrio ecológico. Y esta mujer, como una moderna Robín Hood, con arco y flecha literal, será la única que se enfrenta a esa industria gigante. Claro que de vuelta a la ciudad en Reykjavik ella es una adorable maestra de coro insospechable. La inteligencia del realizador es tomar a esta mujer poderosa, que luego será perseguida por drones y cuerpos de inteligencia, en un momento de su vida en que puede concretar un sueño acariciado por años, adoptar a una niña ucraniana, sobreviviente de una guerra. Pero también se enredara amorosamente con una hermana gemela y un supuesto primo que ayudara con la excusa del deber de la sangre. Todos elementos jugados con ironía, humor, un recurso tomado de Kusturica, una orquesta que será el elemento sonoro en vivo o un coro de mujeres ucranianas, que se involucran emotivamente en las escenas. Además de ese paisaje glorioso que gracias al director se siente en el cuerpo y dan ganas de proteger amorosamente. Discusiones éticas, solidaridad, críticas a la política contra los extranjeros, humor, gran actuación de la protagonista Halldora Geirharosdottir. Una película para disfrutar y pensar, transgresora y luminosa.
Halla es lo que se podría denominar una eco terrorista. Bueno, así la rotula la prensa islandesa, pero mantiene su identidad escondida. Ronda los cincuenta años, en su casa tiene posters de Nelson Mandela y de Gandhi. Dirige un coro. Y sabotea torres de electricidad, sin poder ser atrapada. Es que es capaz de saltar riscos volcánicos, eludir la vigilancia de helicópteros, y se gana su lugar en los diarios y medios de comunicación. Tanta frialdad demuestra Halla que sólo la increíble performance de Halldóra Geirharðsdóttir, que ya tenía un papel en Historias de caballos y hombres (2013), del mismo director, puede lograr transmitir la ternura que la conmueve cuando descubre que podría ser la madre adoptiva de un niño de 4 años nacido en Ucrania. Ese es su otro sueño. Pero, ¿puede un anhelo dejar en stand by, congelar o hacer olvidar al otro? Si Benedikt Erlingsson jugueteaba con la fantasía y el humor en Historias de caballos y hombres, aquí se atreve a mucho más. Como la música juega un rol preponderante, pone en acción, allí, en el campo, mientras Halla prepara su atentado, a un trío de músicos y un trío vocal. Tocan música, cantan, y Halla no se percata de ello. Pero los músicos sí, y actúan en consecuencia, ya que se inspiran con el ritmo de la acción. Es una jugada que podría dejar afuera a más de un espectador. Pero no. O será que hay que sentarse a ver Mujer en guerra con la mente y el corazón bien abiertos. Los personajes secundarios están allí casi como distractores. Hay un granjero, que podrá ayudar, o no a Halla. Que podrá ser, o no, su primo. ¿Importa? Tal vez el desenlace juegue a contramano con la narración que venía desarrollando el director islandés, que es dueño de un estilo propio, un autor con todas las letras. Mujer en guerra es una película poco habitual, pero no por sus excentricidades, sino por el valor que tiene para contar una historia. Esta historia.
Dualidad en armonía Una mujer en búsqueda de paz o justicia terrenal, representada por ella y su hermana gemela, con la misma motivación; una de temperamento revolucionario y la otra de carácter pacífico; siendo sustancial no detenernos en la forma y aspecto externo de cada una, sino en el motor que impulsa a ambas a recorrer un camino en apariencia diferente. Mujer en guerra (Kona fer í stríð, 2018) es una comedia-dramática islandesa-ucraniana, escrita, producida y dirigida por Benedikt Erlingsson, y protagonizada por Halldóra Geirharðsdóttir. Halla, una directora de coro y activista, planea interrumpir las operaciones de una planta de aluminio en Islandia, dañando intencionalmente torres de electricidad y cables para cortar el suministro de energía. En paralelo, una solicitud olvidada hace mucho tiempo de adopción, es aprobada. Dado el éxito que obtiene el sabotaje, el gobierno intensifica los esfuerzos policiales y de propaganda para atraparla y desacreditarla. La película gira en torno a sus intentos de conciliar su intento de boicot con la próxima adopción. El ingenio del director islandés Benedikt Erlingsson ofrece un film feminista y ecologista a la vez, donde presenta a una mujer de mediana edad que, adoptando una doble identidad, persigue el propósito de preservar el medio ambiente y por otro lado, una búsqueda interior. Una historia entretenida y colmada de un humor bizarro, en armonía con el drama fantasioso y surrealista, con reminiscencias al cine del serbio Emir Kusturika, con respecto a la temperamental voz del autor por su estilo humorístico propio y muy relacionado al recurso musical; y, por otro lado, las parodias del estadounidense Mel Brooks. El guion consigue atrapar nuestro interés cuando esta activista con arco y flecha, se entera que una niña la aguarda en Ucrania. Los propósitos se unen, sin restarle importancia a ninguno de ellos y el relato continúa de manera inteligente y atrapante. Es destacable, la importancia que adquiere la música, donde el compositor y los instrumentistas aparecen por sí mismos en el relato a la manera de un coro teatral, e incluso, por ciertos tramos, interactúan con la historia. Una puesta en escena impecable y detallista, una fotografía imponente; acertados movimientos de cámara y planos majestuosos; una intrépida actuación de Halldóra Geirharðsdóttir como la mujer combativa y sosegada gemela en búsqueda de paz interior, ambas dispuestas a luchar por un mundo mejor y justo, confluyen en un film original y fresco. El mensaje que queda tal vez, es que la guerra y la paz, simbolizan lo mismo, sin una no existe lo otra, convirtiendo a esta película, en un mensaje universal. Por lo tanto, consiste en una invitación diferente y actual para reflexionar al respecto, plantea la disyuntiva entre los beneficios del capitalismo moderno y el límite, en cuanto a la utilización de los recursos naturales y los posibles daños del medio ambiente.
PEQUEÑAS ESCARAMUZAS Los primeros minutos de Mujer en guerra son más que interesantes: allí vemos a Halla, una activista ambiental que lleva a fondo sus convicciones, realizando un acto de sabotaje que apunta a desestabilizar a la industria del aluminio, para luego emprender una huida improvisada y eventualmente retornar, sana y salva, a su existencia habitual y “normal”, como una integrante más de la comunidad. Esas secuencias iniciales, tensas y vinculadas al thriller, pero que también se permiten recurrir a situaciones un tanto absurdas, prometían algo que nunca llega a concretarse por completo. Lo llamativo es que esa infructuosa concreción del potencial del comienzo se termina dando porque la película de Benedikt Erlingsson se pasa de ambiciosa, y no solo porque introduce un giro dramático cuando Halla se entera que su solicitud para ser madre adoptiva ha sido aceptada, con lo que el sueño maternal choca con sus propósitos políticos. Mujer en guerra quiere poner a dialogar lo afectivo con lo ideológico, lo oculto con lo explícito, a través de diversos dispositivos vinculados a la comedia absurda y el realismo mágico, pero solo lo hace por acumulación, sin una verdadera estructura narrativa que respalde las elecciones estéticas. Incluso hay pasajes puntuales donde Erlingsson pareciera querer evocar el humor absurdo del Aki Kaurismäki de El hombre sin pasado, pero esa apuesta tampoco llega a consolidarse. Si bien se podría decir que hay una búsqueda deliberada por incorporar distintas tonalidades y entregarse a lo ecléctico en las formas, lo que se impone es lo errático, la incapacidad para construir una narración consistente. De ahí que, a medida que pasan los minutos, la historia se va desinflando, con múltiples subtramas que nunca llegan a fluir adecuadamente y personajes que no alcanzan a generar una verdadera empatía. La sensación general es que Mujer en guerra es muchas películas en una –una comedia de medio tono, un drama familiar, un thriller político, un relato de aprendizaje sobre los lazos afectivos- y a la vez ninguna. Lo que amaga con ser un relato disruptivo y potente, se termina condenando a sí mismo a ser un híbrido carente de un real impacto. Solo quedan algunos chispazos, insinuaciones de un film que encuentra numerosas dificultades para delinear una identidad.
Es tentador preguntarse contra qué está luchando Halla (Halldóra Geirharðsdóttir) en Mujer en guerra (2018). El título de la película, su afiche y la primera escena ya nos indican que acudimos al conflicto nada nuevo entre el individuo y la fábrica que supera al primero con creces. De todas maneras, Benedikt Erlingsson se resiste a darnos toda la información de inmediato. Llegado el minuto veinticinco de la obra, no sabemos todavía cuál es la búsqueda de la protagonista. Hay dos elementos musicales que pueden estar atrayendo nuestra atención al respecto: ella es directora de un pequeño coro y la banda sonora de la película suele acompañarla en escena, sea un grupo islandés compuesto por tres músicos (Davíð Þór Jónsson, Magnús Trygvason Eliassen y Omar Gudjonsson ) o un coro ucraniano de tres mujeres (Iryna Danyleiko, Galyna Goncharenko y Susanna Karpenko). Unos y otras aparecen luego de que escuchamos la música de forma extradiegética o a la espera de lo que Halla haga. Cuesta no asociar estas decisiones levemente humorísticas con alguna película de Roy Andersson, pero la búsqueda de Benedikt en su tercer largo es menos distante. En esta suerte de tragedia contemporánea (y también medioambiental), los coros acompañan a la protagonista más con música que con letra, como ocurría en las tragedias clásicas. A modo de paralelismo, nos enteramos de lo que dice la declaración de principios de Halla por las redes sociales de terceros. Ella la hace pública lanzándola desde el techo de un edificio. La señal del celular, los retuits y las selfies permiten difundir su postura política y desnudar los deslices de los poderosos en la sociedad islandesa. Ya no es la lectura propia lo que valida, sino la otredad. Para el momento en el que hemos conocido tanto el conflicto interior (una posibilidad de adopción) como el exterior (abogar de forma activa por el medioambiente) de Halla, el guion entabla una complicidad directa entre ella y los coros para tomar cartas en el segundo asunto. En esta escena decisiva, ni la banda islandesa ni el coro de mujeres ucranianas canta. Y hay que decirlo: nunca sobra la gestualidad de Halldóra, reconocida como Mejor Actriz en el Festival Internacional de Valladolid del año pasado. Su rostro es orgánico a lo maleable de las expresiones más exageradas o discretas. Si las primeras ocurren en medio de una clase de calentamiento para hacer yoga y las segundas para matizar las diferencias con su hermana gemela Ása, unos y otros gestos valen para retratar un personaje en conflicto consigo misma. Ahora, si George Steiner nos decía el siglo pasado que la tragedia había muerto al menos desde la perspectiva clásica, no olvidemos que autores de la literatura y el cine han intentado siquiera juntar los pedazos que quedan. Cuesta no pensar en referencias como el Woody Allen de Poderosa afrodita (1996) o el Bergman de El séptimo sello (1957) lanzándonos pistas con leve ironía. Mujer en guerra es otro asomo a lo trágico desde el humor. Las luchas de Halla no se contradicen (en un mundo sobrepoblado, adoptar es la solución), pero al final las condiciones medioambientales la superan. En este sentido, hay un plano general en la película que puede condensar gran parte de la historia. Halla está procediendo con el fin de su plan vandálico. Antes, la detiene la policía. Al fondo hay una gran montaña nublada en la cima. El auto azul de la protagonista está repleto de flores. El pastor alemán de las autoridades ladra por lo que hay en la maleta. Con cierta gracia, Halla reconoce su “mea culpa”: kilos de excremento de gallina como abono (donde se esconden los explosivos). El auto, los tres individuos y el animal están empequeñecidos en contraste con la naturaleza nublada del fondo. En este plano fijo, los tres personajes miden la mitad de lo que mide la montaña. Ello permite mostrar la proporción entre mujer y naturaleza en otras ocasiones posteriores también, así como la voluntad empecinada de ella todavía en lo adverso. Al final, Mujer en guerra está manejando la idea de la otredad en cuatro niveles: la mujer islandesa (Halla) que adopta a una niña ucraniana (Nika), las dos gemelas (Halla y Ása), los dos países (Islandia y Ucrania) y los dos ciudadanos (islandesa y colombiano). Si bien este último nivel empobrece la ecuación (un extranjero retratado escuetamente que aparece cada tanto como chiste para la trama), las otras tres dicotomías se resuelven con claridad. Adoptar es la forma que tiene Halla para formar otra vida. Cada gemela tiene una búsqueda y el intercambio final de una por otra es sólo un giro en la búsqueda de ambas, no una facilidad de la trama. Y cada país, reflejado en los coros, hace música junto a los otros en sus últimas dos participaciones, a manera de engranar los sentidos personales y ciudadanos de la heroína. En el final, a la película tampoco le interesa entramparse en si los accidentes de la vida son manifestaciones del destino. Más bien le permite a su protagonista sostener con paso firme sus luchas para nada nimias y comprometer al ser humano en las consecuencias de sus actos sin caer en lo aleccionador.
Una mujer fuerte y su lucha en defensa de la Tierra. Suerte de Greta adulta (recurriendo a la pequeña líder ambientalista), Halla es directora de un coro, pero secretamente, líder de sabotajes a favor de la ecología. Ella no puede permitir la sumisión a las multinacionales, la fragmentación de la tierra, la falta de respeto a conceptos como el calentamiento global. Su lucha pasa por ayudar a que las voces de su coro canten la gloria natural de la creación y respetar el "no pasarán" de organismos que atenten contra su tierra y permitan el drama de un país que colapsó ante el exceso de deuda externa bancaria hace no más de diez años. Ese pelear por sus ideales, que la encuentra cubierta con pieles de oveja, mamelucos y viseras que no dejan ver su rostro mientras recorre en bicicleta esa geografía pedregosa, de glaciares y montañas, es su meta. Sin embargo todo cambia cuando una carta le confirma la posibilidad de adopción de un niño que tramitó hace cuatro años. Una pequeña ucraniana la espera en un lejano orfanato. Ahora el futuro de Halla es una incógnita. ROL DE LA MUSICA "Mujer en guerra" se muestra como una fábula atípica, donde los antihéroes son una mujer ya no tan joven que practica arquería con cables de alta tensión, un rebelde campesino y un misterioso compañero que la secunda a la distancia. A la excéntrica compañía se incorpora un latinoamericano "en tránsito", que siempre está cerca de los atentados y como buen sospechoso, oficia de "cabeza de turco" terminando en cualquier prisión aledaña. Comedia loca generada por Benedikt Erlingsson, un director islandés en estado de gracia, la película, formalmente impecable hace especial hincapie en elementos musicales (David Thor Jonsson), que le dan un toque surrealista. A la manera de la ópera "Mahagony" de Bertold Brecht y Weill o el "cinema novo" sesentista ("Dios y el diablo en la tierra del sol" con la dupla Glauber Rocha- Heitor Villa Lobos), un terceto musical nórdico y otro coral ucraniano ofician simbólicamente como acompañantes de la protagonista comentando sus experiencias. Este original recurso sumado a la exquisita fotografía de Bergsteinn Björgúlfssony y la notable actuación de Halldóra Geirharosdóttir en un doble papel, la convierten en una propuesta imprescindible para el que gusta del mejor cine.
La segunda película del islandés Benedikt Erlingsson ("Of Horses and Men") es un drama con un poco de comedia (en esa fascinación por encajarle etiquetas a todo, “comedia dramática” no le calzaría), con toques de absurdo protagonizada por una mujer independiente que esconde una faceta de activista ambiental. Halla tiene unos cincuenta años, una hermana gemela y cuando está por aventurarse en otro de sus actos de vandalismo, uno muy importante que requiere mayor peligro, recibe una carta que probablemente esperaba mucho tiempo atrás: hay una niña huérfana ucraniana que puede adoptar. “Mujer en guerra” muestra a Halla intentando llevar adelante su vida entre su trabajo como profesora de coro, sus actos de vandalismo que la hacen estar constantemente escondiéndose o protegiéndose de la policía, y la relación con su hermana, la persona que le es garante en sus trámites de adopción. Algunas cosas saldrán como esperaba, otras tantas no, conocerá a un posible primo suyo y un pobre inmigrante terminará pagando varios de sus platos rotos. Además de una historia interesante con una mujer fuerte e independiente en el centro, la película cuenta con un estilo audiovisual muy interesante. Una fotografía precisa que logra aprovechar los paisajes de su país y una música que no sólo acompaña el tono del relato sino que se introduce en él, aunque por momentos esta especie de gag se torne tan reiterativa que se la siente un poco como un abuso. Halldóra Geirharðsdóttir es quien interpreta a esta mujer de fuertes ideales e incansable lucha. La actriz tiene a cuestas un personaje muy rico y le saca todo el provecho, incluso cuando le toca interpretar a su hermana gemela; dos personajes a simple vista sólo parecidas en el exterior y sin embargo con inquietudes similares. Lo cierto es que “Mujer en guerra” es una película que entretiene, divierte y propone temáticas actuales e importantes. Y lo hace con un tono absurdo e irónico y no por eso menos serio. Original, fresca y profunda, aunque en algún momento se pierda un poco el ritmo, estamos ante una de esas películas que hay que agradecer que lleguen a nuestra cartelera y que no se debiera pasar en alto.
Su narración es profunda, comprometida, con el transcurrir del tiempo nos va llevando a tomar conciencia ecologista, aquí una de las protagonistas Halla (en una notable interpretación de Halldóra Geirharðsdóttir), nos lleva a un inteligente planteamiento sobre los recursos naturales y otros temas. Durante el transcurso de la película se encuentra muy bien utilizada la música, bajo un buen ritmo narrativo, se van creando y generando interesantes climas y cuenta con una notable fotografía, además todo goza de una gran estética y deja varios mensajes. Cabe destacar que este film fue seleccionado para representar a Islandia en los premios Oscar, también ha sido la película ganadora del Premio LUX 2018 que concede el Parlamento Europeo.
No todos los días se estrena una película del calibre de Woman at War. En un panorama cinemático plagado de secuelas y refritos, lo nuevo de Benedikt Erlingsson (Of Horses and Men) es una refrescante combinación entre una lucha solitaria contra el sistema afín a una Erin Brockovich con pinceladas fuertes de una Misión Imposible en los hermosos parajes de Islandia. Es un caso muy especial, que me atrapó particularmente desde su avance, y supuso uno de esos casos en los cuales dicho adelanto representa fehacientemente el producto final. Erlingsson ha logrado una amalgama maravillosa entre panfleto ambiental, vehículo de acción y lucimiento de su protagonista, comedia y drama, todo al mismo tiempo, con un tempo impresionante y resultados aún mejores. Bastan los primeros 10 o 15 minutos de metraje para adentrarnos en tema. En lo que es sin dudas una de las mejores escenas del film, Halla -una fascinante Halldóra Geirharðsdóttir, todo un descubrimiento- recorre a campo traviesa los áridos pero bellísimos campos de su Islandia natal. Lo que sorprende es su determinación para sabotear una enorme torre eléctrica que abastece a una fundidora de aluminio para, acto seguido, darse a la fuga perseguida bien de cerca por un helicóptero policial. Es un momento que quita el aliento y casi pone a la actriz a la altura de Tom Cruise y sus desquiciadas escenas de riesgo como Ethan Hunt, y una vez que evade la captura, regresa a su rutinaria vida como una directora de coro. Es un cambio brusco que descoloca para bien, y quizás no subraye el tono comédico del mismo gritándolo a los cuatro vientos, pero es el ritmo que maneja la historia de Erlingsson, que en menos de un cuarto de hora ha plantado las semillas de la narrativa y del rumbo de su película como un maestro indiscutido, y eso que es su segundo largometraje. Como si no fuese poco que la feroz Halla sea una incansable activista y efusiva directora coral, un sueño suyo está a punto de cumplirse y podría complicar su nueva agenda extremista: ser madre. Una petición la acerca a una pequeña de 4 años, pero ¿cómo podría esta hermosa nena ucraniana introducirse en una vida al margen de la Ley? Es el gran acertijo que Halla y Woman at War lleva a sus espaldas, dilucidándolo en el camino con presteza y encanto. Woman at War, Mujer en Guerra Hollywood no tiene este tipo de ideas, y le toca al resto del mundo plasmarlas en la pantalla grande. Los hilos en apariencia inconexos de la historia se entrelazan de manera armónica con suficientes toques distintivos para hacerla única, pero también con puntos en común para que su relato resulte universal. No por nada Jodie Foster se hizo con los derechos para una adaptación americana que dirigirá y protagonizará. Pero hay algo completamente satisfactorio y único en la cual los elementos de Woman at War comienzan a integrarse, como la ingeniosa introducción de una orquesta presente en pantalla, acompañando a la protagonista en su trayecto, mientras que un coro femenino aparece en las escenas de cariz mas emotivo, y coalescen cuando las vidas de Halla se trenzan de manera irreversible una vez que el nudo narrativo está a punto de resolverse. Es un aspecto narrativo, auditivo y visual que se ha visto pocas veces y encaja a la perfección con el tono que le imprime su director, aparte de separarla del resto por su inventiva y decisión. Y qué decir de la fotografía de Bergsteinn Björgúlfsson, un trabajo brutal que captura los paisajes de Islandia de una manera que quita el aliento. Pero el gran peso de Woman at War recae en la demoledora labor de Geirharðsdóttir, que se devora la historia por completo con una labor dual, ya que también interpreta a su hermana gemela, la practicante de meditación Åsa, con la cual genera un contraste interesante en cuanto a cuestiones filosóficas. Es un papel consagratorio que le exige mucho, pero la actriz islandesa sale tan o más empoderada que su Halla, y lista para llevarse al mundo por delante en sus próximos proyectos. Cuando no está compartiendo pantalla consigo misma, recibe apoyo secundario de Jóhann Sigurðarson como Sveinbjörn, un campesino con el que podría o no estar emparentado, que la ayuda en momentos poco auguriosos y siempre va acompañado de su leal perra llamada Mujer. Woman at War fue la enviada oficial de Islandia a Mejor Película Extranjera de los pasados premios Oscar, y es fácil de ver el porqué. De naturaleza aventurosa, osada en su mensaje, y completamente poco convencional, es un triunfo del cine alternativo que no deberían dejar pasar si buscan una de las mejores películas europeas de los últimos meses.
“Mujer en guerra”, de Benedikt Erlingsson Por Mariana Zabaleta Una profesora de coro conoce el poder del colectivo, las voces se mezclan en fuerza y vibración dando impacto a la canción. Halla es una doble agente que tiene una hermana gemela, la película explota la figura del doble con gran interés remarcando la soledad y la colectividad como dos extremos en plena tensión. Un escenario utópico donde una simple profesora de coro, otra igual de yoga, tienen resuelto por presupuesto su pasar económico y dan rienda suelta a sus egos es pos de la humanidad. La “buena fe” batalla incansable entre quien pone su voluntad en la meditación, por un mundo mejor, y quien pone manos a la obra en la ejecución de pequeñas, pero resonantes, operas de vandalismo organizado. Este retrato explota la soledad de Halla, en su activismo ecológico, como una forma de promesa hacia un futuro colectivo; la noticia de la posible adopción de una niña ucraniana funcionara como un vuelco dramático en la narración propuesta. La fina línea entre el activismo y el vandalismo dimensiona el uso y manejo mediático que se dan a estos actos. La mujer de las montañas tiene una misión muy clara, sabotear las líneas de energía de una empresa multinacional que se encuentra en expansión. Los asesores políticos y los agentes de los medios se reúnen en un lugar sagrado para diseñar el relato que hará uso de las performances de Halla, queda señalado por Erlingsson la tensión entre dichos actos y la posterior repercusión y uso de los mismos. Una propuesta critica, montada sobre un relato dramático que le da un marco de corrección política muy acertado. La “tierra” acompaña a Halla en los cantos y la música folclórica, presencia constante que no entorpece al mostrar el cuerpo y la presencia de los ejecutantes. La guerra ha dinamitado su forma dando lugar a nuevos protagonistas y nuevas formas, Halla es una superviviente que conoce el terreno mucho más que su enemigo, la familia y los dioses están de su lado. MUJER EN GUERRA Mujer en guerra, Islandia y Ucrania, 2018. Dirección: Benedikt Erlingsson. Intérpretes: Halldóra Geirharðsdóttir, Davíð Þór Jónsson, Magnús Trygvason Eliassen, Omar Gudjonsson. Duración: 101 minutos.
Islandia, una pequeña y fascinante isla con 340 mil habitantes, la menor tasa de desempleo del mundo con 3,4 por ciento, y el séptimo país con el PBI per capita más alto con 68 mil dólares, es un país cuyos habitantes pueden darse el lujo de tomarse muy seriamente el futuro del planeta. Así se expone en “Mujer en guerra”, una genial muestra de la escasa producción audiovisual que llega de ese país a Argentina, entre la cual figuran las películas “Rams” o “El inadaptado”, o la serie policial “Trapped” que se ve por Netflix. La protagonista de “Mujer en guerra” es una profesora de canto que a sus casi 50 años decide luchar contra una empresa metalúrgica que pone en peligro el medioambiente. Su obsesión es hacer colapsar la red eléctrica y parar la producción, pero una olvidada solicitud de adopción introduce dudas en sus proyectos. El filme adquiere llamativa actualidad estos días, a partir de la enérgica intervención que tuvo la adolescente sueca Greta Thunberg en la Cumbre del Clima de las Naciones Unidas, donde desafió a los líderes del mundo a detener el calentamiento global. A eso se suman aciertos técnicos, estéticos y narrativos, en un filme en el que la banda de sonido es, literalmente, una banda que aparece en escena, con una atmósfera que recuerda a Emir Kusturica, el humor ácido de Richard Linklater y una protagonista -y muy buena actriz- con la tenacidad de una Norma Rae.
Amazona del Ártico El islandés Benedikt Erlingsson consolida su peculiar estilo costumbrista con Mujer en guerra, la historia de una eco terrorista enfrentada con Reikiavik. En 2015, el turista español Juan Camilo Román Estrada se apasiona con el campo de caballos al norte de Islandia, se suma a un grupo de exploradores alemanes y por la noche se pierde en la nieve. En 2018, Juan Camilo circula en bicicleta por una similar zona rural y es detenido por la policía, siendo confundido con un terrorista que atentó contra una fábrica de aluminio. Las dos escenas son el hilo conductor entre el debut de Benedikt Erlingsson, De hombres y caballos, y su nuevo film, Mujer en guerra. Juan Camilo aparecerá más veces, siempre tentando al malentendido. Es el toque humorístico de este director tan afecto al costumbrismo con algunas dosis de surrealismo. La terrorista, en verdad, es una ecoactivista, Halla (Halladóra Geirhardsdóttir), quien con un método muy manual de arco y flecha deja sin energía a las torres de la planta. En la fuga, perseguida por helicópteros, Halla es ocultada por un granjero local. El granjero desconoce ideologías, pero lo guía un instinto gregario. Se entera de que Halla pertenece al clan Eyvik, y que vivía en la esquina de su casa. En ese momento manda un sentido ya arcaico, perimido. Hoy la mujer pertenece a una causa global, y sus huellas particulares se difuminan, como todo. Parte de esa tendencia a borrar aspectos de la personalidad es lo que, por su misma causa, busca Halla. De día es la directora de un coro en Reikiavik, y cuando mantiene conversaciones privadas con un doble agente de inteligencia ambos guardan sus celulares en una caja de seguridad, para que las palabras no sean hackeadas. Cándidamente, vuelve de su trabajo en una bicicleta de paseo por las bellas y angostas calles de la ciudad, y al llegar a su casa vuelve a transformarse en amazona. Con remera y pantalones ajustados blancos de lycra, hace ejercicios de taichí mientras mira noticias que reflejan sus acciones: los atentados, la pérdida de energía en la planta de aluminio, la ayuda militar de Estados Unidos e Israel, el aparente colapso entre Islandia y empresarios chinos, potenciales compradores del metal. En el fondo hay dos retratos de Ghandi y Nelson Mandela. Pero la doble personalidad de Halla, como un héroe de cómic al estilo Bruce Wayne / Batman, trastabilla al recibir un llamado telefónico. La petición de adopción que hizo cuatro años atrás, la que casi había olvidado, resultó aceptada. Una niña de cuatro años, llamada Nika, la espera en Ucrania. Erlingsson mezcla elementos de la ficción y la realidad, de género y de actualidad, de un modo que no llega a ser del todo naíf, y que por momentos resulta cautivante. Por el lado de la identidad, Halla se cuadruplica con la introducción de su hermana gemela Ása (obviamente, también interpretada por Geirhardsdóttir), una instructora de yoga que sueña con un viaje a un ashram en la India y que tiene una visión igualmente altruista, pero donde priman los pequeños e inmediatos cambios. Ása es una suerte de deus ex machina para la narración, y una muy efectiva. Pero lo más interesante ocurre a nivel formal, y es la presencia de un trío de músicos que acentúan el sentimiento de cada escena y actúan como extras, tan presentes en una escena rural como en cualquier toma de interiores. Ese trío de tuba, percusión y órgano / piano / acordeón a piano, vestido con corbatas y chalecos –y que recuerda los “comentarios” de Jonathan Richman en Loco por Mary–, alterna con otro trío de cantantes folk, vestidas como campesinas, que actúa como una metáfora del viaje inminente a Ucrania, rumiando en el inconsciente de Halle mientras viaja con una bolsa de Semtex para dinamitar más torres de la planta, en su segundo acto visible “eco terrorista”. David Thor Jonsson, compositor de la banda sonora y líder del ubicuo trío, incluso tiene alguna incidencia dentro de la trama: cuando Halle arroja fotocopias de su manifiesto desde una torre de Reikiavik, el músico toma una de las copias, la fotografía y la cuelga en un tuit que se viraliza por la ciudad y alimenta el mito de la Mujer de la Montaña, como se conoce a la enemigo público número uno de Islandia. Por su parte, Juan Camilo Román Estrada es liberado y deambula en bicicleta por las praderas, desorientado, buscando Reikiavik, maldiciendo a la policía en español y siempre a punto de volver a ser apresado. Estos personajes laterales y simpáticos recuerdan a algunos films de Aki Kaurismaki, y refuerzan el concepto de dramedy con que Signursson ya había coqueteado en De caballos y hombres. Lo mismo ocurre con el recurso de la tierra, la sujeción a la naturaleza: Halla apoyando su cabeza sobre el pasto para “sentirla”, u ocultándose en la piel de un carnero para evitar ser detectada por rayos infrarrojos, en directa referencia al hombre que habita el cuerpo de su caballo muerto para no morir congelado, en el film debut. En algún punto, la misión de Halla es una quijotada, pero la visión de Erlingsson no. En perfecto timing con las marchas que moviliza Greta Thunberg, la película también muestra algo que no es ninguna novedad: el modo en que los medios y los políticos se apropian del hecho antisistema, absorbiéndolo y trivializándolo para inocular su propio contenido, cuando no denigran al portavoz ventilando cuestiones personales, o magnifican pasos en falso. Apropiadamente, promediando Mujer en guerra, una escena de bello lirismo muestra el hogar de Nika inundado por las lluvias grotescas mientras un pianista toca una triste melodía impresionista. Es un avatar de todas las advertencias. El apocalipsis está llegando. A la memoria de mi padre, Alfredo Fernández