Es un poco injusto dedicar el párrafo inicial de una crítica a comentar el título en castellano con el que se estrena Le Grand Bain en Argentina, pero no queda otra opción. ¿A qué público se quiere atraer con el ridículo Nadando por un sueño? Más aun cuando en nuestro país el título recuerda un horrible programa de televisión. Hecha la salvedad, pasemos a la crítica. Un grupo de hombres en crisis termina reunido en un imposible grupo de nado sincronizado. No se parecen en nada, salvo en la sensación de que algo falta en sus vidas, que las cosas no han salido bien y necesitan algo que los haga volver a creer en ellos mismos. De este grupo ridículo de aficionados termina surgiendo la idea de crear el primer equipo nacional francés masculino de nado sincronizado. Claramente la película es una comedia y el elenco posee un grupo de historias que van de lo absurdo a lo amargo, siempre a disposición del lucimiento de cada actor. La película, crease o no, está basada en un hecho real, aunque no del equipo francés, sino sueco. Un dato menos curioso pero algo desolador es que el mismo año en Gran Bretaña se contó la misma historia en un film llamado Swimming with Men, una costumbre de los últimos años es que muchos países hagan la misma versión de una mismas historia. Obviamente para sus mercados internos, porque por más buena que sea una película nada justifica verla en varias versiones en un mismo año. No me extrañaría que surjan varias versiones más. Pero rápidamente hay que aclarar que Le Grand Bain es una de esas películas sencillas, para complacer al público, con los toques exactos de emoción y risa y, con las fórmulas más clásicas, de competencia deportiva. Títulos como Dodgeball (2004), A League of Their Own (1992), Campeones (2018) y Happy New Year (2014) se emparentan en menor o mayor medida, dentro de una infinita lista de films que tocan las mismas cuerdas y, cada una en su estilo, consiguen buenos resultados. La historias de los nadadores y de sus entrenadoras funcionan sin fisuras y lo que podría parecer una tontería termina conmoviendo y entreteniendo. La película tiene, claro, algunos lujos actorales, como la presencia de Matheiu Amalric, Guillaume Canet y Jean-Hughes Anglade, entre otros. Una película de fórmula con resultados limitados pero impecables, Le Grand Bain funciona.
Bertrand (Mathieu Amalric) tiene depresión, todas las mañanas se levanta y toma su medicación, despide a su familia y se acuesta en el sillón a jugar algún juego en el celular. Sin trabajo y sin una meta que perseguir, sus días pasan sin pena ni gloria, pero un día encuentra un salvavidas: un grupo de nado sincronizado masculino en la pileta local. Le Grand Bain (Nadando por un sueño) es una comedia dramática francesa con grandes actuaciones, muy buen guion y un corazón inmenso.
Gilles Lellouche nos brinda esta “feel good movie” francesa que transita por varios lugares comunes típicosde este estilo de relatos pero que su talentosísimo elenco y algunos momentos sumamente entretenidossacan adelante. “Le Grand Bain” (“Nadando por un Sueño”) es una comedia dramática que posee el estilo característico de las comedias francesas y ciertos mecanismos del drama que funcionan a pesar de que a veces el tono parece no ser del todo acertado. Esto no es problema de la moderna y estupenda edición que ofrece el film o del sentido que parece darle el director a la cinta sino más bien una cuestión de guion, ya que al presentar un relato casi coral de un grupo de amigos con una pasión en común y con varios problemas en sus vidas personales, algunos de estos acontecimientos son bastante más oscuros de lo que pretender ser la cinta. Quizás la obra no gane puntos por originalidad pero igualmente se lucen sus intérpretes haciendo que la película se eleve por sobre la media de este tipo de films. El largometraje cuenta la historia de un grupo dispar de hombres que se encuentran atravesando la crisis de la mediana edad, con todo lo que eso conlleva: problemas económicos, laborales, afectivos y familiares. Es ante este escenario que deciden formar el primer equipo nacional de nado sincronizado masculino de Francia. Ello los llevará a desafiar estereotipos, ignorar la incomprensión de los que los rodean y encontrar un espacio en el cual todos comenzarán a sentirse cómodos y conformar una amistad que trascienda el deporte y las crisis personales. Un insólito relato que les hará hacer frente a las dificultades y a sacar lo mejor de sí mismos gracias a la ilusión y el trabajo en equipo. Es de esas películas que siguen la clásica progresión del grupo de inadaptados que encuentra su lugar, alza la voz, atraviesa por largas sesiones de entrenamiento y finalmente se presenta en la competencia, en la cual, más allá del resultado aprenderán que la amistad los une y los fortalece en su búsqueda por un lugar dentro de la sociedad que los tiene como incomprendidos. Mathieu Amalric (“La Escafandra y la Mariposa”), Guillaume Canet (“The Beach”), Benoît Poelvoorde (“The Brand New Testament”) y Virginie Efira (“Elle”) son los más destacados de un elenco superlativo que se hace cargo de mantener la película a flote en todo momento. La química de este grupo de actores es indispensable para que el film continúe funcionando en los instantes en los que el tono se muestra dispar. Se nota que Lellouche estuvo conforme con la película y su entonación despreocupada, ya que hay momentos bastante hilarantes, frescos y genuinos. La banda sonora es otro de los aciertos de la cinta, donde se puede ver que hubo una búsqueda desde la nostalgia misma de este grupo de individuos quedados en el tiempo y con ganas de encajar nuevamente (como dice en el film que el cuadrado solo a veces puede encajar en el círculo). “Le Grand Bain” es una propuesta poco innovadora pero ampliamente disfrutable que llevará al espectador a pasar un buen momento y salir de la sala con una agradable y positiva sensación. Una impresión que quizás no dure demasiado si se analiza lo visto en demasía pero que al fin y al cabo resulta placentera por el gran y talentoso grupo de intérpretes al frente, aun cuando el tono no este del todo sincronizado con ellos.
The Pool Monty François Truffaut alguna vez sostuvo que británico y cine eran términos contradictorios. Definición polémica y provocadora que hoy en día podría aplicarse a la comedia francesa contemporánea. Nadando por un sueño (Le grand Bain, 2018) que tuvo su presentación en el festival de Cannes del año pasado, fue uno de los grandes éxitos de taquilla del cine francés. La película cuenta la historia de un grupo de hombres que se encuentra atravesando la crisis de la mediana edad con distintos tipos de problemas – económicos, laborales, familiares, sentimentales -, y forman un grupo de nado sincronizado para competir en el campeonato del mundo que se va a llevar a cabo en Noruega. Al ser un deporte practicado generalmente por mujeres, los protagonistas deberán enfrentar los prejuicios y las burlas de la gente que los rodea. Pero a medida que avanzan los entrenamientos, cada uno de ellos enfrentará sus demonios internos al exponerlos antes sus compañeros. A medida que se consolida la camaradería, irán superando sus dificultades, recobrando la confianza en sí mismos. Muchos llamaron a Nadando por un sueño, como “la Full Monty francesa”, porque su historia claramente remite a la película dirigida por Peter Cattaneo donde un grupo de hombres de la misma franja etaria deciden dedicarse al strip tease, impulsados por la crisis económica. Pero lo que en la película inglesa era hilarante y original, en esta película todo es tedioso y previsible. El buen casting, encabezado por ese gran actor que es Mathieu Amalric, salvan a la película del hundimiento total. Delphine, la entrenadora del equipo (interpretada por Virginie Efira) en un momento dice “lo que buscamos es gracia. Es probable que no la encontremos pero busquémosla de todas maneras”. El que sin dudas no la ha encontrado es el director de este film Gilles Lellouche.
Dirigida por Gilles Lellouche llega finalmente a nuestras salas, después de varias postergaciones la película “Le Grand Bain” o “Nadando por un Sueño” (título nada agraciado para nuestro país, ya que nos remite a un programa de televisión que nada tiene que ver con ésto). En ésta historia, Bertrand (Mathieu Amalric) está con depresión, casado y con hijos. Todo lo que hace es levantarse, tomar su medicación y quedarse en el sillón, ésto le trae problemas con su familia política. Por suerte va a un club, donde descubre un grupo de hombres de mediana edad, que, cada uno con sus problemas (desde sentimentales hasta económicos) hace nado sincronizado dirigidos por Delphine (Virginie Efira) quien también ejercía dicha actividad y tuvo, en el pasado, algunos problemas con el alcohol que la hicieron abandonar la competencia para ser, ahora, entrenadora. A medida que se van conociendo surgen las rispideces, pero también nace la amistad, el compañerismo y el apoyo, todos para uno y uno para todos. Quizás no sean perfectos, de hecho no lo son y se darán cuenta cuando tengan que competir, pero la vida es otra cosa y ya lo sabemos. Para la competencia tendrán que emprender un viaje, por eso también tiene algo de Road-movie. La película es emotiva, nos arranca más de una sonrisa, nos hace pensar, ratifica lo que ya sabemos sobre qué es lo importante y es un gran entretenimiento. La banda sonora es excelente y todos estos ítems hicieron que éste film fuera uno de los más taquilleros del cine francés. https://www.youtube.com/watch?v=LFFr1ZlPZYI TITULO ORIGINAL: Le grand Bain TITULO ALTERNATIVO: Sink or swim DIRECCIÓN: Gilles Lellouche. ACTORES: Virginie Efira, Mathieu Amalric, Guillaume Canet. ACTORES SECUNDARIOS: Benoît Poelvoorde, Marina Foïs. FOTOGRAFIA: Laurent Tangy. MÚSICA: John Brion. GENERO: Comedia . ORIGEN: Francia. DURACION: 121 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas DISTRIBUIDORA: Impacto FORMATOS: 2D. ESTRENO: 06 de Junio de 2019
Actuaciones eficientes respondiendo a un prolijo desarrollo de personajes. Cuando uno escucha la premisa de una película como Nadando por un Sueño, no puede evitar escuchar ecos de The Full Monty. Aunque en esta no hay un eco temático tan pronunciado como el desempleo (salvo por uno de los personajes), lo que sí tienen en común es el cómo una actividad física tan peculiar reúne a un grupo de personajes para enfrentar juntos sus miserias individuales. Encajar los ideales con la realidad La película abre con un inteligente prólogo que comunica la idea de que una pieza cuadrada no puede entrar en un agujero redondo, y viceversa. “Encajar”, ese es un verbo de particular importancia a la hora de entender la premisa temática de Nadando por un Sueño. Dicho encaje no es tanto que un grupo de hombres realice una actividad habitualmente asociada a la mujer (y cuando no, a hombres con un físico mucho más agraciado) como es el nado sincronizado. Sino el prospecto de ser un optimista, un soñador si se quiere, en el más pesimista de los entornos. El sueño en cuestión no es tanto un ideal de fama y fortuna, sino la búsqueda de sentido y realización personal. Con esa meta en mente, el nado sincronizado es un medio tan válido como cualquier otro para conseguirla. Detengámonos brevemente en estas dos palabras: pesimismo y sincronía. El camino hacia la realización personal, a través de cualquier método o longitud de tiempo, está pavimentado por el discurso externo, bien o malintencionado, de personas derrotadas detrás de una cómoda máscara de pragmatismo (“Ya no tenés edad para esto”, “No te da la cabeza para hacer esto”, “No es de hombres hacer esto”). Ese pesimismoes el que deben desoír para poder seguir adelante. El que muchas veces, por su sola existencia, hace del “soñar” un modesto acto de rebeldía. Esa modesta rebeldía nos lleva al tema de la sincronía que, por otro lado, es mucho más que una representación visual a través de la natación coreografiada. Se trata de sincronizar ese sueño, esa realización, con la realidad que los rodea. Tener los pies sobre la tierra, pero no por ello conformarnos cual autómatas. Entender que la felicidad no es tanto absoluta, sino estable: un equilibrio con la tristeza y, ya que estamos, el fracaso. Una medalla podrá no ser la solución a todos los problemas, pero es una meta alcanzable que permite sobrellevarlos y buscar mejores soluciones. Nadando por un Sueño es una historia que nos enseña a convivir con el fracaso, pasado y presente, entender su papel como base necesaria de un cambio. Entender que eso es lo que nos une como seres humanos, que por mal que estemos, por más bajo que hayamos caído o por más mal que nos miren, no somos los únicos. Ese factor en común es lo que hace querible al grupo de protagonistas, haciendo del nado una circunstancia. Incluso cuando el espectáculo del desenlace tenga un rigor coreográfico muy afilado y de gran riqueza.
Es una comedia melancólica de hombres en crisis, por depresión y la falta de empleo, por infidelidad, por una empresa en quiebra, por ser un rockero patético quiere impresionar a su hija, por soledad, incomprensión, temperamento violento. No tienen casi nada que ver entre sí, no los une el amor sino el espanto, mejor dicho la desesperación de sentirse grandes y sin horizontes de optimismo. Un grupo de “perdedores” que alcanzan con mucho trabajo de sus entrenadoras el último boleto hacia un objetivo bizarro; representar a Francia en una competencia mundial de nado sincronizado de hombres. Ellos tienen problemas y sus cuerpos distan mucho del estereotipo musculoso y eterno. Son gorditos, normales, y queribles. Desde esa perspectiva de cuerpos alejados de los moldes publicitarios y con grandes actores, se construye esta comedia de superación y desesperación que tiene aires a “Full Monty” (“Todo o nada” entre nosotros) y se desarrolla un tanto lentamente pero va creciendo poco a poco hasta un sentimentalismo que busca la emoción, pero también la conquista de la dignidad perdida. Mathieu Almaric encabeza con su talento enorme a un grupo de grandes compañeros: Guillaume Canet, Benoit Poelvoorde, Jean-Hugues Anglade y siguen los nombres. El guion y la dirección de Guilles Lellouche completan el equipo de esta comedia agridulce.
Cómo salir de la depre tirándose a la pileta ¿Qué puede tener de atractivo un grupo de hombres de mediana edad haciendo la gran Esther Williams? El modelo Full Monty trajo cola. Dejando de lado el poco agraciado y ¿ganchero? título de estreno local, el segundo largometraje como realizador del actor francés Gilles Lellouche tiene poco y nada de original. De hecho, el mismo hecho real -un conjunto de cuarentones suecos amantes del nado sincronizado, conocidos como los Stockholm Art Swim Gents- ya fue el centro de atención de un proyecto documental, Men Who Swim (2010), además de la inspiración de no uno sino dos tratamientos ficcionales en tiempos recientes: The Swimsuit Issue (2008), en la misma Suecia, y la película británica Swimming With Men, estrenada en Europa casi al mismo tiempo que Nadando por un sueño. ¿Qué puede tener de atractivo un grupo de hombres de mediana edad haciendo la gran Esther Williams? Lo mismo que un grupo de hombres de la misma franja etaria practicando el berretín del estriptís para ganarse la vida y, de paso, liberarse de ciertas ataduras. El modelo The Full Monty trajo cola, con al menos una decena de imitaciones/ variaciones/extrapolaciones y Le grand bain no es la excepción. Para Bertrand (Mathieu Amalric en plan híper relajado) la crisis de los cuarenta no vino sola: el desempleo lo ha sumido en una depresión de envergadura y el hecho de que la familia esté sostenida económicamente sobre los hombros de su esposa no ha hecho más que disminuir todavía más su percepción de valía personal, familiar y social. Corte al encuentro casual con un puñado de muchachotes que practican a duras penas las artes del nado sincronizado, un método para combatir situaciones similares o equiparables: quien no tiene problemas de dinero no anda bien en el amor o sigue viviendo en una casa rodante destartalada. La entrenadora del imposible equipo –con sus panzas escasamente aerodinámicas al aire y escasa retención de oxígeno bajo el agua– es una joven ex estrella en ese campo que no pudo evitar caer en las trampas del alcoholismo luego de un apresurado retiro (la belga Virginie Efira). Más que a un team de deportistas, la pandilla se asemeja a un grupo de autoayuda, sensación que las actividades post nado no hacen más que confirmar: un cálido encierro en el sauna que, con la ayuda de un porro, se transforma en una improvisada sesión de terapia. Montaje paralelo mediante, Nadando por un sueño descorre el velo de las vidas individuales del improbable equipo, cuyo última incorporación es el cada vez más frágil Bertrand, permitiendo algunos pasos de drama humano y un ligero pathos. De allí en más, la película tildará los ítems esperables de todo relato sobre losers empeñados en lograr un sueño imposible: la medianía como punto de partida, la posibilidad de competir seriamente, las primeras crisis, el riesgo de quiebre del espíritu grupal, un viaje iniciático y la secuencia climática final, con baile acuático a tono e instantánea y delirante mejora en las técnicas deportivas. Todo es un poco tonto y ridículo pero, más allá de algunos desvíos innecesarios del guión –como una secuencia de robo de mallas de baño realmente caída del catre–, la presencia de un reparto de experimentadas figuras de la pantalla francesa (Jean-Hugues Anglade, Benoît Poelvoorde, Guillaume Canet) logra que un producto crasamente industrial y cinematográficamente populista levante la cabeza por encima del agua y no se ahogue, aunque por poco.
El nuevo club de los perdedores En los carriles de la pileta municipal, Bertrand, Marcus, Simon, Laurent y Thierry se entrenan con la ex campeona Delphine en una disciplina que hasta ahora ha sido siempre femenina: nado sincronizado. Nadando por un sueño (Le Grand Bain) es la nueva película del director Gilles Lellouche, y nos trae la historia de un grupo de hombres cuarentones disconformes con su vida, que encuentran en la natación sincronizada un escape de la realidad que los abruma. La película forma parte de la edición 2018 del Festival de Cannes y es la favorita para los Premios Cesar donde llegó a tener 10 nominaciones. La historia nos retratará principalmente la vida de Bertrand, un hombre con depresión y que no consigue trabajo desde hace dos años. Un día al esperar a que su hija salga de natación, ve un anuncio donde decía que se buscaba a un hombre para integrarse a un grupo de nado sincronizado de hombres, esto le llama la atención y decide sumarse. Aquí conoce a Marcus, Simon, Laurent y Thierry, otros hombres que al igual que el comparten la desdicha y el fracaso en la vida como bandera pero que tratan con su amistad tratar de alivianar sus problemas. De aquí en adelante el foco no solo se verá en Bertrand sino que también en los otros integrantes de nado, que al igual que el tendrán unas interesantes vidas para contar. Uno es un músico frustrado, otro un hombre con carácter irritable, otro un vendedor fracasado de piscinas y el último una persona que nunca tuvo una vocación en la vida. Un día se enteran que habrá un torneo mundial de nado sincronizado y deciden inscribirse para demostrarse a sí mismos que verdaderamente si son buenos para algo. Este proyecto se basa en un caso real, no de Francia pero sí del equipo de nado de Suecia. El guion de Ahmed Hamidi logra en sus 120 minutos de duración un desarrollo aceptable de cada personaje y sus distintas historias. Puede que por momentos se pueda sentir un poco larga pero el buen uso de la comedia la hace muy amena y llevadera. Hay que resaltar también el dinámico uso de los planos a cargo de la dirección de fotografía de Laurent Tangy, que por momentos recuerda a secuencias de Amélie. Nadando por un sueño (a quién se le ocurre ponerle esta traducción tan mala) es una película que enaltece la amistad, la autosuperación y lo hace de forma genial bajo el género de la comedia. Un gran estreno que llega a nuestra cartelera y que sorprenderá a los que no son tan habitué del cine francés.
Protagonizada por Mathieu Amalric, acompañado por un elenco mayormente masculino compuesto, entre otros, por Guillaume Canet y Benoît Poelvoorde, la película de Gilles Lellouche está basada en un caso real y narra las peripecias de un grupo de adultos para competir en natación sincronizada. En esta primera película que dirige en solitario el experimentado actor Gilles Lellouche, Mathieu Amalric es Bertrand, un hombre de mediana edad que lleva un tiempo deprimido. Sin trabajo, pasa demasiado tiempo en su casa junto a su mujer, que lo mantiene, y sus hijos. Un día que va a buscar a su hija a la escuela encuentra un aviso, que le llama la atención, sobre una búsqueda de hombres para formar un equipo de natación sincronizada. Algo en su interior se enciende y siente que es lo que necesita. Una vez en el equipo, no va a tardar en descubrir que no es el único que lleva una vida desdichada. Cada uno de esos hombres, de diferentes estilos y personalidades, acarrea sus frustraciones y fracasos como puede, ni siquiera la entrenadora Delphine (Virginie Efira) está a salvo de una vida de adulto que no se parece en nada a tener todo resuelto. El film se desarrolla entre el entrenamiento y un poco de la vida personal de cada uno, apostando a un humor que se ríe «a veces de» y «a veces con» el patetismo de estos personajes. Estos hombres que llevan una vida triste y decepcionante, sumergidos en una profunda crisis, encuentran en esta actividad física y en ese compañerismo una manera de salir a flote. En este sentido, el film hace un buen equilibrio entre cada uno de estos personajes que no son pocos, le permite a cada uno lucirse y desarrollarse, entenderlos. Quizás el que más desdibujado queda termina siendo el extranjero que habla en un idioma que no entienden y sin embargo siempre logran comprenderlo. Lo comprenden porque están ahí, pasando por lo mismo, viviendo esto juntos. Es recién en los últimos quince minutos de la película que el film desarrolla la famosa competencia, el tan esperado evento y momento de demostrar lo que aprendieron y de lo que son capaces de hacer. Es un acierto probablemente no hacer hincapié en lo competitivo, sino en la importancia de encontrar algo que provoque placer y cierta calma, más allá de cual sea el resultado. Claro que si el mismo es favorable, mejor para la autoestima. La banda sonora está mayormente compuesta de conocidos éxitos de moda que ayudan a intensificar esta sensación de un pasado que fue mejor y un presente que parece descolocado, esa nostalgia impresa en cada uno de sus protagonistas. La película no es ni pretende ser un retrato sobre la depresión, sobre esa enfermedad compleja y de muchas aristas. Sin embargo la trata con cuidado y de una manera honesta. Otro tema que sabe retratar sin ahondar en él es lo que concierne en torno a la masculinidad, a lo que se suele entender por masculinidad: estamos ante un grupo de hombres que se vuelcan a una actividad que la sociedad no parece asociar con una actividad para hombres precisamente. Nadando por un sueño cuenta con un atractivo elenco coral de conocidos rostros franceses y entrega un film de superación entretenido y sobre la importancia de permitirse una actividad que nos provoque placer y hacer catarsis, sin importar los prejuicios y las miradas de los demás. Aunque el film en algún momento amague con tornarse más conmovedor, no termina de conseguir esa emoción, en ese sentido se queda a medio camino y sale ganando cuando apuesta más al humor.
Otras formas de encajar. Nadando por un sueño pone en escena a un grupo de hombres en plena crisis de mediana edad buscando sentido a su vida familiar, laboral y personal. Una pileta será el espacio que los reúna en un equipo de nado masculino sincronizado para enseñarles a respirar de nuevo, a compartir sus vivencias en los cambiadores o en el sauna, y a poner perspectiva sobre los pesares, la depresión y las aspiraciones frustradas. La película transcurre entre el recupero de episodios de las biografías de los protagonistas que marcan sus perfiles, y los sucesos que se desencadenan a partir de la incorporación de Bertrand (Mathieu Amalric) a este grupo de hombres que necesitan salir del agobio existencial y la depresión. El equipo acuático será entrenado por dos profesoras: la permisiva Delphine (Virginie Efira) y la estricta Amanda (Leila Bekhti), que han sido pareja de nado y amigas en el pasado. Ambas encarnan dos modos de enseñar que hacen de diferencia pero también de complemento y equilibrio en la formación de estos particulares nadadores. La competencia aparece —cuando buscan sumarse a un campeonato nacional-— como estímulo del team y motor del guion, pero lo que cuenta como logro en la narración no se reduce a la mera inversión de perdedores a ganadores, sino que apunta a mostrar la importancia de la pertenencia para el autoestima que estos veteranos sienten haber perdido en el camino. Gran parte del humor de esta comedia dramática se produce en la mezcla entre disciplina, control y exigencia por un lado, y rebeldía, pereza, libertad y hasta abandono por el otro, que el director recupera en las tomas del entrenamiento de esos cuerpos, sin pretensiones de atleta. Esta combinación sirve para desdibujar los límites de dos maneras estrictas de ser, y del sesgo de género frente a esta disciplina —nado sincronizado— que arrastra con los trillados prejuicios de vinculación de la gracia y belleza a “lo femenino” y la rudeza y agresividad a “lo masculino”. De esta manera, vemos constantes reformulaciones del planteo binario inicial de círculos o cuadrados, con el que se caracterizan los posibles modos de vida con el único objetivo de adaptarse. Serán los hijos de los personajes, con mayor o menor crudeza y/o ternura, los encargados de traer a tierra las ilusiones de sus padres, pero también de darles la posibilidad de sobreponerse a la frustración de los sueños no cumplidos enfrentando sus miedos. Es cierto que a veces se mantienen a flote a algunos de los personajes con escenas un poco forzadas aunque graciosas, aunque otras veces el director se enfoca en adversidades complejas como será el dramático caso de Laurent (Guillaume Canet) con su madre; de igual manera, siempre busca apelar a la importancia del sostén entre los compañeros, la necesidad de confiar y detectar el momento del silencio y abrazo para que nadie se hunda. Es una película sencilla, entretenida, con historias comunes que se vuelven divertidas poniendo a prueba estereotipos sin salirse de ellos, llevando al ridículo las pretenciosas formas sociales que clasifican a las personas, sus modos de vivir y sus formas adaptarse al mundo.
“Le grand bain” que aquí se estrena con el título de “NADANDO POR UN SUEÑO” viene con el precedente de haber despedazado la taquilla francesa batiendo todo tipo de récords, vendiendo más de un millón de entradas en los primeros cinco días posteriores a su estreno. Gilles Lellouche de gran trayectoria como actor, se pone en esta ocasión sólo detrás de las cámaras (como lo había hecho en un film anterior desconocido en nuestro país y en un capítulo del filme coral “Los infieles”) para contar la historia de un grupo de cuarentones que se reúnen a entrenar en la pileta de un club, formando uno de los equipos de nado sincronizado masculino para competir internacionalmente en un deporte que pareciese estar emparentado más con la condición femenina. De este modo, muchos de los gags que plantea Lellouche giran en torno a la “guerra de los sexos” o un humor surcado, enfocado y apuntado a la problemática de género. Es así como “NADANDO POR UN SUEÑO” se convierte en una agradable mezcla entre “The Full Monty” y “Un gran equipo” –otra exitosa comedia francesa- donde el espíritu deportivo y la camaradería son el elemento principal. Si bien la historia es, de por sí, atractiva y genera empatía inmediata, el gran punto a favor con el que cuenta la película de Lellouche es el gran elenco con el que tuvo oportunidad de trabajar. Una especie de seleccionado de actores de lo mejor del cine francés actual, que dan vida a los diferentes personajes que componen la propuesta coral presentada en el filme. Los protagonistas son Mathieu Amalric (actor y director de una vasta trayectoria, ganador como director en Un Certain Regard en Cannes por “Barbara” y recordado por sus trabajos en “La habitación azul” “Tournée” o “El gran hotel Budapest”), Guillaume Canet (“Jeux d’enfants” con Marion Cotillard y “Juntos, nada más” con Audrey Tautou entre tantos otros personajes), Jean- Hugues Anglade (de la inolvidable “Betty Blue, 37.2º), Benôit Poelvoorde (gran comediante protagonista de “El nuevo testamento” “Mi peor pesadilla” junto a Isabelle Huppert o “3 Corazones”) y las sorpresas de Philippe Katerine y Jonathan Zaccaï, acompañados por un destacado elenco femenino. Así como “Full Monty” apuntaba más a una temática enmarcada en la crisis social y el desempleo por el que el Reino Unido atravesaba en aquel momento, en este caso, Lellouche pinta a este grupo de hombres que se reúne para entrenar para un campeonato mundial en Noruega con el objetivo de combatir a la soledad, la depresión y algunos problemas personales. Es por eso que si bien la historia parte del personaje de Bertrand (Amalric), que enfrenta una seria depresión por la falta de trabajo y por estar en un espacio familiar que no logra recomponer a pesar de contar con una esposa que lo ama y no sabe cómo ayudarlo, rápidamente el relato gira y da paso a lo coral, dejando que cada uno de los personajes tenga su momento de lucimiento. Comparada con la versión inglesa (“Swimming with men”), “NADANDO POR UN SUEÑO” le da mucha mayor preponderancia a los personajes femeninos secundarios y por sobre todo al co-protagónico de Delphine, la entrenadora del grupo, a cargo de Virginie Efira, logrando una composición completamente diferente a la de las típicas comedias románticas a las que nos tiene acostumbrados (“Victoria y el sexo” “Caprice”). El guion del propio Lellouche junto a Ahmed Amidi y Julien Lambroschini (de “Respire” y “Plonger”, ambos filmes dirigidos por Mélanie Laurent), se destaca por los diálogos con ritmo de sitcom, veloces y disparando respuestas cortas y contundentes, al mismo tiempo que se permite la descripción de cada una de las historias, conformando pequeños retratos que logran un mejor ensamble. Es por esto que la versión francesa, logra meterse de lleno en esos fragmentos de sus vidas privadas en donde se develan historias personales de profunda soledad, de frustraciones, de angustias: retratos de un mundo masculino que el director muestra en detalle sin perder el sentido del humor ni de la comedia, que es la columna vertebral del filme. Combina en forma efectiva estos pasos de comedia con los momentos de drama, en una agradable mezcla agridulce que permitirá descubrir cuáles son las motivaciones por las que cada personaje pretende formar parte de este equipo y ganar ese sentido de pertenencia con un fuerte espíritu de grupo. De acuerdo a lo volcados en las entrevistas de prensa del filme, el elenco ha tenido una intensa preparación, con cuatro meses de entrenamiento, durante un mínimo de dos jornadas intensivas semanales para poder lograr las coreografías que están planteadas para los momentos de nado sincronizado, por lo que el trabajo actoral es doblemente meritorio. Cabe destacar una vez más la potencia que le imprime Efira a su rol de entrenadora, que se vuelve un engranaje fundamental para que “NADANDO POR UN SUEÑO” verdaderamente funcione y se explique el fenómeno que ha logrado en Francia y, que en parte, ha permitido que llegue a las pantallas de cine en nuestro país.
Los hombres que forman el primer grupo masculino de nado sincronizado de Francia no nadan, como indica el título local, por un sueño. Lo hacen como una forma de sortear sus respectivas crisis. Los motivos son varios y abarcan desde soledad y enfermedades hasta desocupación y marginación, entre otras penurias. Una premisa difícil y hasta ridícula para una comedia, pero que sin embargo desemboca en un aceptable entrenamiento. El personaje central del segundo largometraje como realizador de Gilles Lellouche después de Narco es Bertrand (Mathieu Amalric), padre de una familia que intenta sostenerlo como puede en medio de una profunda depresión. Es en ese contexto que unirse a un grupo de nado sincronizado asoma como la posibilidad de ocupar el tiempo y socializar con esos hombres a los que, como él, no les resulta nada fácil la mediana edad. Nadando por un sueño es una película no extensa de humor negro que, sin embargo, respeta a esos hombres evitando usarlos como objeto de escarnio. Varios chistes funcionan gracias al indudable oficio de un elenco que reúne a varios de los actores más destacados de su generación, quienes logran evadir el retrato caricaturesco de los males que aquejan a sus personajes. Resulta difícil sorprenderse ante un desarrollo narrativo previsible, pero Lellouche se las arregla para imprimirle ritmo y construir una comedia sencilla y honesta.
No, no tiene absolutamente nada que ver este filme con el fragmento del programa de TV de Marcelo Tinelli. Le grand bain, título original, refiere a un gran baño, y en inglés, a esta simpática y querible comedia dramática se la rebautizó Sink or Swim, o sea Hundirse o nadar. Pero los valores del filme de Gilles Lellouch trascienden a cómo se conoce su película en el estreno argentino, salvo para adquirir la entrada. Sus personajes son un grupo de hombres que, llegados los 40, ven que muchas de sus ilusiones han pasado de largo. Uno de ellos, Bertrand (Mathieu Amalric) sufre una tremenda depresión. Sin trabajo, se hunde en el sillón y juega con su celular mientras su esposa e hija tienen sus actividades. Hasta que encuentra una suerte de tabla de salvación en un equipo de nado sincronizado. Claro que ninguno de sus integrantes son deportistas y la mayoría nada como puede y quiere, pero el tema del filme es la solidaridad y cómo todos juntos logran más que por separado. Porque de buena a primeras aparece un objetivo en común: participar en un certamen internacional. La entrenadora, Delphine (Virginie Efira, de Un amour impossible, Victoria y el sexo) era nadadora, pero un pasado turbulento la alejó de las pruebas. Les recita poemas mientras los entrena, para estimularlos. Pero habrá que descubrir qué es lo que realmente los potencia a estos personajes que tienen más para perder que para ganar. No es solamente la crisis de la mediana edad que parece atravesarlos y partirlos al medio como un tomate. Y en eso la labor del director es fundamental. Y es que en el elenco se sostiene mucho de lo que pasa en la película, porque además de los nombrados actúan Guillaume Canet (Doubles vies), Jean-Hugues Anglade -algo irreconocible al comienzo el actor de la inolvidable Betty Blue- y Philippe Katerine (el de Un bello sol interior, de Claire Denis, César al mejor actor de reparto por este filme). La película, como comedia, es muy divertida, y tiene el hándicap de meterse al público en el bolsillo, inclusive en momentos en los que parece que le va a dar al espectador una zancadilla tipo golpe bajo. Esperen a la resolución del personaje y la familia de Bertrand, no sean ansiosos, y permítanse un buen momento.
Como suele suceder con los directores actores -Gilles Lellouche ha dirigido solo dos películas, pero ha actuado en más de cincuenta-, suelen contar con un don para elegir el elenco perfecto, no tanto por la homogeneidad de las interpretaciones, sino por la sensación de cofradía que despierta la experiencia del conjunto. Todos -sobre todo Amalric, Canet, Efira- parecen combinar esa tristeza que llega con las crisis con el imperceptible deseo de vislumbrar la esperanza. Y en ese gesto la película de Lellouche es libre porque usa las convenciones a su favor, las de las comedias de perdedores y las del sentimentalismo de los triunfos inesperados. Nadando por un sueño es mucho más de lo que parece. Es una película que no le debe nada a The Full Monty porque su humor es el que saben hacer los franceses cuando dan en la tecla: melancólico y con un secreto dejo de amargura. Sus personajes transitan fracasos y desesperaciones con el equilibrio que les brinda el montaje: cada corte es una salvación para evitar el regodeo en el padecimiento o la saturación del gag, demostrando una conciencia del ritmo casi imperceptible. Bien por Lellouche, que supo resumir la verdadera inspiración de los musicales de Esther Williams y sus fascinantes coreografías acuáticas: más allá del talento individual de los nadadores, el recuerdo que persiste en la memoria del espectador es el del trabajo en equipo.
Nadando por un sueño: una pieza redonda entrará en un agujero cuadrado. Gilles Lellouche nos brinda su primer película como director, una comedia dramática, no justamente innovadora pero que funciona gracias al soñado elenco y su enorme corazón. “Le grand bain” está protagonizada por Mathieu Amalric, Guillaume Canet, Benoît Poelvoorde, Jean-Hugues Anglade, entre otros, lo que hace que se eleve el nivel por encima de la media de este tipo de historias. En plena crisis de los cuarenta, con problemas económicos, laborales, amorosos y familiares, un grupo de hombres decide formar el primer equipo nacional de natación sincronizada masculino. A lo largo de los entrenamientos, hallarán un espacio de contención y conformarán una amistad para poder hacer frente a las adversidades, tanto en lo deportivo como en lo personal. Saliéndose de los estereotipos y gracias al trabajo en equipo, podrán sacar lo mejor de sí mismos y volver a ilusionarse con la vida misma. Se trata de la ópera prima (su primer largometraje) del ya actor Gilles Lellouche (“Rock’n Roll”, 2017, “Mea culpa”, 2014), que también es el guionista. Aunque la historia no es nueva: está basada en un hecho real sobre un equipo de nado sincronizado sueco. Además, ya se hizo la película “Swimming with men” (2018), narrando exactamente lo mismo. Claro que es de esperar que, como viene sucediendo, hagan muchas versiones de diferentes nacionalidades (tal como sucedió con la italiana “Perfetti sconosciuti”, 2016). En un elenco que es superlativo, se destacan sobremanera Mathieu Amalric (“Le scaphandre et le papillon”, 2007), Guillaume Canet (“Doubles Vies”, 2018), Benoît Poelvoorde (“Le tout nouveau testament”, 2015) y Virginie Efira (“Elle”, 2016) y Leïla Bekhti (“Tout ce qui brille”, 2010). La química de este grupo de actores se vislumbra sobre todo en los momentos más hilarantes y frescos. Cada uno se complementa a los otros y a la historia de una manera única; al igual que hacen los personajes que, de no haber sido por el nado sincronizado, nunca hubiesen entablado relación entre ellos. Con motivo de la competencia deportiva, se entrelazan todos sus problemas y el director logra que sus más 8 protagonistas se luzcan ampliamente. La banda sonora es un gran acierto en la película, donde se puede notar ese halo nostálgico que acompaña a los protagonistas con ganas de encuadrar de nuevo en la vida actual. La utilización de canciones ochenteras como “Easy Lover”, de Phil Collins y Philip Bailey, o “Everybody wants to rule the world”, de Tears for Fears. Además, hacen uso de cámaras lentas que, junto a las escenas en el agua, le aportan belleza y elegancia. “Le Grand Bain” es una película sencilla, para entretener y emocionar a partir de la típica fórmula de la competencia deportiva. Ciertamente, el espectador puede asociarla a otras como “Dodgeball” (2004) o “Campeones” (2018), entre tantas otras que, con caminos parecidos, llegan al mismo resultado. Asimilable al “The Full Monty” (1997), de Peter Cattaneo, donde hombres bastante perdedores y perdidos en sus vidas cotidianas, encuentran una actividad que los saca de la rutina y los motiva a encontrar una pasión. Mientras que en la primera era haciendo striptease, aquí es practicando nado sincronizado. En resumen, “Nadando por un sueño” es una propuesta poco innovadora pero entretenida. Hace que el espectador pase un buen rato y se quede con una agradable sensación. Es una película hecha con corazón, aunque predecible, logra emocionar con su mensaje sobre seguir los sueños hasta hacerlos realidad. Así, Lellouche le pone fin a esta historia: “Algo es seguro, ni el más escéptico lo pondrá en duda: si realmente se lo desea, una pieza redonda entrará en un agujero cuadrado. Y viceversa”.
Una piscina empedrada de buenas intenciones. Comedia francesa que supone la incursión en la dirección del actor Gilles Lellouche, interpretada por Guillaume Canet, Matthieu Amalric, Virginie Efira y Benoît Poelvoorde. Con mejor acogida del público que de la crítica, Nadando por un sueño vendió ya más de un millón y medio de entradas en su primera semana de explotación en Francia. Una comedia “popular” a la francesa, repleta de buenas intenciones pero que resulta decepcionante, sin sorpresas y convencional en el desarrollo de su guion, no obstante, la presencia de excelentes actores. Un guión que busca caminar tras las huellas de películas como Todo o nada: The Full monty (1997) –aquella formidable película británica de Peter Cattaneo, con una banda de perdedores de la crisis económica que organizaban un espectáculo de striptease masculino– pero que lamentablemente no está a la altura de su modelo. Relata Lellouche la historia de un grupo de ocho perdedores, cincuentones depresivos o en crisis profesional, sentimental o familiar, que van a recuperar su esperanza en la vida al reunirse para formar un grupo masculino de natación acrobática, pues como dice su entrenadora “todos queremos un día obtener una medalla” o el reconocimiento de lo realizado. Un deporte considerado como poco masculino, y que pone de relieve la feminidad o la sensibilidad de sus personajes. El guión de Gilles Lellouche resulta sin embargo farragoso en la descripción de las respectivas depresiones de sus personajes masculinos, a los que se añaden los dos personajes femeninos, una entrenadora en silla de ruedas, y otra que acude regularmente a las reuniones de alcohólicos anónimos, las actrices Leila Bekti y Virginie Effira, que hacen lo que pueden con sus respectivos papeles. De su panel de “losers”, los que salen mejor parados son Jean Hugues Anglade en pose de viejo rockero fracasado, y Philippe Katerine, de tímida y confusa sexualidad, que son los más patéticos y auténticos de la banda. Amalric, Poelvoorde y Canet, en cambio, resultan o excesivos o apagados, según las secuencias. De sus entrenamientos catastróficos, y de sus historias personales, pasamos sin verdadera transición en la parte final a ese previsible éxito que estaba anunciado desde el comienzo de la película. La balanza se inclina así hacia la comedia sentimental. Ya definida por algún crítico como “un Full Monty a la francesa”, Nadando por un sueño es una película sobre algunos aspectos del malestar social más actual. No es difícil imaginar a estos cuarentones/cincuentones deprimidos formando parte de las manifestaciones de “chalecos amarillos”; como ellos, los protagonistas de esta película agridulce tienen dificultades económicas, padecen de soledad, desórdenes familiares, un trabajo que les genera fastidio y hasta sufrimiento. Los diálogos resultan poco inspirados y las situaciones cómicas menos abundantes que el lado sentimental y dramático de sus vidas respectivas, olvidadas tan solo cuando se reúnen para entrenarse en la piscina. Sobre el mismo tema de la película existe otro film inglés producido también este año, Swimming with men de Oliver Parker, que todavía no se ha estrenado en Francia. Será en todo caso interesante la comparación con la de Lellouche, pues, como decía Woody Allen, deberían inventar un festival en donde compitan solo películas sobre el mismo tema y con presupuestos de producción equivalentes.
Texto publicado en edición impresa.
Las good feeling movies son un género necesario para, además, tematizar problemáticas que de otra manera terminaría en lugares comunes y subrayados. Esta comedia propone sumergirnos en un grupo de desconocidos que en la pasión por el nado sincronizado (a su manera) terminarán por configurar un bloque de amistad y fraternidad que les permitirá sortear los obstáculos de la vida.
Un grupo de cuarentones fracasados forman parte de un equipo de nado sincronizado masculino. En su afán de salir de su mediocridad y alcanzar alguna meta en sus vidas, deciden participar en una competición de esa disciplina a nivel mundial. La trama se extiende en demasía al tener que darle margen a cada una de las historias de los integrantes del conjunto lo que trae aparejado cierto tedio. Encasillada como comedia dramática, la desdicha surge en la descripción de las historias individuales, en tanto que la gracia aparece en la torpeza de los ensayos, el entrenamiento exigente y los diálogos cruzados cuando se reúnen los deportistas. El eje central del guión es Mathieu Amalric, un desocupado desde hace dos años, depresivo, mantenido por su mujer y que es objeto de burlas por parte de su familia política por el deporte elegido, tan vinculado al mundo femenino. A su alrededor Benoît Poelvoorde es un empresario al borde de la quiebra, Guillaume Canet un hombre fastidiado dominado por la ira y la negación y Jean-Hughes Anglade un malogrado músico de rock que vive en una casa rodante. El torneo en Noruega es una manera de compensar sus frustraciones laborales y familiares, satisfacer el ego al verse como héroes tan solo por un día y recomponer vínculos deteriorados. La obra de Gilles Lellouche es una suerte de sinusoide, cuyos puntos más altos se reflejan en las coreografías como en la secuencia final, o en la sucesión de imágenes que acompañan el tema Physical de Olivia Newton John, en tanto que los puntos más bajos se encuentran en cierto humor asordinado y la inconsistencia de algunas subtramas. Pese a las objeciones, vale destacar la apuesta fuerte del director al enfocarse en un tema eminentemente masculino, en contra de la tendencia actual que resalta todo lo relacionado al sexo débil. El resultado final de esta Todo o nada (Peter Cattaneo – 1997) del siglo XXI es un equilibrio entre alegrías y tristezas, sinsabores y júbilo, que dejará satisfechos tanto a los protagonistas como a los espectadores. Valoración: Buena.
La película comienza con una voz en off que reflexiona sobre la vida con el fondo de una imagen de un juego de encastres: “No puedes colocar una pieza cuadrada en un agujero circular, y no puedes colocar una pieza circular en un agujero cuadrado. Las piezas cuadradas representan la moral, y las redondas representan la libertad”. ¿Encajar o no encajar?, esa es la cuestión. Y precisamente de eso de trata Nadando por un sueño, de un grupo de “perdedores” y excluidos que no encuentra un lugar en la sociedad en tiempos de una Francia de chalecos amarillos donde parece que hay que elegir entre libertad o mandatos. Los personajes que casi por accidente terminan formando el equipo de nado sincronizado masculino traen cada uno su mochila: uno de ellos arrastra una depresión porque hace dos años que no consigue trabajo; otro es un roquero cincuentón que nunca tuvo éxito con su música y hace shows en el bingo de un asilo de ancianos; otro se siente viejo porque a los 38 el banco le niega un préstamo para comprarse un departamento; otro es un solitario profesor de secundaria que no sabe cómo encarar a una mujer para salir; otro es un joven que tienen problemas con su madre anciana y los exterioriza con arranques de ira; otro es un inmigrante negro que habla francés con un acento tan complicado que no se le entiende nada (y no le ponen subtítulos), y otro es un empresario que no vende nada y no sabe cómo hacer frente a las deudas del negocio. Además tenemos a las entrenadoras que también luchan con sus propios fantasmas: Delphine es alcohólica en recuperación y Amanda es una ex competidora que quedó en silla de ruedas. Este grupo variopinto de señores panzones en zunga encuentra en el equipo y el entrenamiento en la pileta municipal un ámbito para interactuar con otros sin sentirse juzgados y una meta que les da sentido y ganas de querer lograr algo a pesar de llevar todas las de perder. La película es una comedia que por momentos roza el absurdo pero logra un tono simpático, al estilo Full Monty y genera sonrisas, además de un final feliz que fábula al son de varios hits de los 80 y que nos hace recordar el “pucha que vale la pena estar vivo”. PD: Creo que el título supuestamente “ganchero” que le pusieron en Argentina, en obvia referencia al show de TV no ayuda en nada. El original Le Grand Bain bien podría ser “El gran chapuzón”, ya que la peli tiene que ver con animarse a cambiar y tirarse a la pileta.
Decía un importante teórico del cine que había dos clases de películas: aquellas que procedían con buena conciencia y aquellas que lo hacían con mala conciencia. Las primeras serían esos films que no ocultan su condición de tales, que abrazan y exponen el género y sus convenciones. Por ejemplo, Waterboys (2001), de Shinobu Yaguchi, narra la vieja fórmula de cinco estudiantes marginados que se unen para dar el batacazo, pero, en este caso, la originalidad –si se quiere– estaba en que el triunfo lo consiguen luego de ser el hazmerreír de su secundaria japonesa por conformar el primer equipo de natación sincronizada masculina del lugar. Waterboys se jugaba a la comedia pura, sin medias tintas, sin guardarse nada, sin tomarse muy en serio y por ello resultaba atractiva y desopilante de principio a fin. La segunda clase de películas consiste en todas aquellas que ocultan los verosímiles de género, de época o de lugar; las que pretenden hacer creer al espectador que trabajan con “verdades”. Obran de mala fe o, señalaría el teórico, con mala conciencia porque persiguen la intención de “enseñar”, de transmitir un mensaje, de hablar de lo verdaderamente importante o de lo importante “verdadero”. A este grupo no se necesita ejemplificarlo puesto que muestras de las más variadas cinematografías internacionales suelen plagar tanto cines, como canales de streaming y festivales. Sin embargo, creo que es justo señalar que existe un tercer grupo. Son esas películas que oscilan entre la buena y la mala conciencia. Son films que se balancean, a veces casi de forma suicida, entre estos dos polos, y, de esta manera, logran unos pocos momentos de puro cine, puro entretenimiento, puro talento, y otros tantos de moraleja, moralina y modorra. Nadando por un sueño, el segundo largometraje del actor Gilles Lellouche, se ubica aquí. En principio, se trata de la misma idea de Waterboys: ocho hombres, aunque ahora maduros, de cierto modo marginados se arrejuntan, bajo las órdenes de una ex competidora profesional, para participar en el campeonato mundial de nado sincronizado masculino, en el que sería el primer equipo nacional francés. El ensamble rechoncho y pata dura se reactiva con la llegada del nuevo integrante, Bertand (Mathieu Amalric), un cuarentón depresivo que se encuentra desempleado hace ya dos años y quien cree encontrar allí la contención emocional que no ha podido hallar en otras partes. Miserias hay bastantes y es en el retrato de ellas donde la película se pierde por el camino de múltiples líneas narrativas que solo parecen mero ornamento y llevan a la dispersión del relato (y del público): además de la depresión del protagonista, se narra el continuo fracaso comercial de uno de los personajes y el abandono de la mujer de otro y su difícil relación con su hijo y con su madre que padece Alzhéimer. Otro de los integrantes del equipo es un cantante frustrado, cuya hija adolescente lo resiente. Y, sin agotar aun las desdichas (no hay espacio en esta nota para tantas), la entrenadora tiene problemas con el alcohol y su antigua compañera deportiva tuvo un accidente y quedó en sillas de ruedas. Si el ritmo del film se sostiene y consigue buenos momentos, no es por la puesta en escena o por la indecisión y el empeño expansivo del guion, sino, más bien, por el oficio y la maleabilidad de unos intérpretes (Guillaume Canet, Virginie Efira, Benoît Poelvoorde) que se frenan antes de desbarrancarse en el patetismo. El elenco brilla por sobre todo en algunas escenas que son decididamente cómicas, en las que se trasluce la química que fluye entre ellos. Son las escenas de entrenamiento, en el agua y fuera de ella, en las que la película explota todo su potencial. Cuando deja de lado las “verdades” y se entrega al género; cuando se olvida por un rato de retratar los infortunios de la vida y se aboca al entrenamiento en la secuencia de montaje mientras suena “Physical”, de Oliva Newton John; cuando se frena en la obstinación de mostrar con gravedad lo que es importante en la vida y se acerca a las convenciones genéricas que tan bien usufructuó Waterboys, Nadando por un sueño obra con buena conciencia y gana. Y también ganamos todos.
LOS SUEÑOS SON IMPORTANTES Los motivos para vivir son para todos muy diversos. Habrá quienes nunca se los planteen y otros que estén en una constante búsqueda para encontrar razones. Nadando por un sueño nos acerca a un grupo de hombres que mantiene un estilo de vida que poco les satisface, pero por suerte esto parece terminar cuando sus cuerpos danzan en el agua. Sin importar ningún tipo de prejuicio estos muchachos encuentran en su equipo de nado sincronizado el refugio ante una sociedad en la que parecen no encajar, por más que se despojen de toda su esencia. Bentrand es un hombre de unos 50 años. Ya hace dos que vive desempleado con su familia. Aunque económicamente parecen estar bien (es la mujer la que mantiene la casa), el mandato social parece pesar mucho. La familia de ella no deja de criticarlo por ser un “mantenido”. El sufre de depresión y esto no lo ayuda a poder ver qué hacer con su vida. Es así como, tras empezar natación, conoce un equipo de nado sincronizado. Se da casi sin pensarlo, aparece como un murmullo de risas que lo dirige al lugar que estuvo esperando tanto. Y es como diría Julio Cortázar, como “si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”. El equipo, al que pronto se suma Bentrand, representa para ellos una familia, pero también un refugio. Sus integrantes no responden a como la sociedad se los requiere. No encajan. Ellos son muy distintos entre sí, pero tienen en común el fracaso en su vida personal o laboral. El deporte se torna un lugar de satisfacción y una oportunidad para sentirse orgullosos de sí mismos. Su encuentro es también motivo de risa, todas las frustraciones de la semana toman el valor de anécdota cómica cuando están juntos. Las desgracias son tales cuando se viven en solitario, pero en compañía, son el festín de los chistes. El sueño de competir los lleva a tener un objetivo vital. Los saca de la mediocridad de la rutina. Pero también los lleva a lugares en los que siempre se han sentido incómodos. La presión de la competencia irrumpe como fantasma para aquellos que realizan la actividad desde el placer. Pero resulta una buena excusa para poder insertarse socialmente de nuevo. Nadando por un sueño realiza un planteo desde un comienzo que consiste en observar cómo todo lo redondo, lo placentero, se ve coartado por lo cuadrado, lo que pone límites. Este juego de figuras geométricas se mantiene toda la película desde los escenarios y los objetos. Es, justamente la viva representación del esfuerzo que tiene que hacer este equipo para poder competir de forma profesional. Estos muchachos rompen con sus propias limitaciones físicas. Pero también con los condicionamientos sociales. Se animan a realizar el deporte desmarcándose de los estereotipos.
Hombres al Agua. Crítica de “Nadando por un Sueño” de Gilles Lellouche. CINE, COMEDIA, CRITICA, ESTRENOS En plena crisis de los cuarenta, un peculiar grupo de hombres decide formar el primer equipo nacional masculino de natación sincronizada. Por Bruno Calabrese. “Nadando por un Sueño” (“Le Grand Bain” en francés, título rídículo con el que trataron de enganchar al público, en obvia referencia al show televisivo) es la ópera prima de Gilles Lellouche, la cual fue seleccionada para Cannes 2018 y recibió 10 nominaciones a los Premios César. La historia gira alrededor de Bertrand (Mathieu Amalric). Está desocupado desde hace dos años, con un evidente estado depresivo y mantenido por su mujer. En una de sus rutinas diarias (llevar a su hija a natación) conoce a un grupo de cuarentones que practican nado sincronizado en la pileta municipal. Al anotarse se da cuenta que dentro del grupo hay hombres que están pasando por crisis similares a él y que utilizan el espacio como lugar para despejarse de sus problemas. Al anotarse en un torneo de nado sincronizado en Noruega ellos encontrarán una manera de compensar sus frustraciones, satisfacer el ego al verse como héroes tan solo por un día y recomponer vínculos deteriorados. La película apela al drama en un principio a la hora de retratar la circunstancias personales de cada uno de los protagonistas con un generoso despliegue cómico, que no se asienta en gags forzados sino en la base ridícula de la situación. Con un trabajo coreográfico impecable (Tanto en la secuencia final, como en la sucesión de imágenes de ellos practicando los pasos en sus tareas diarias al ritmo de Physical de Olivia Newton John), el director acierta a la hora de enfocarse en un tema relacionado con la masculinidad, en tiempos donde la tendencia cinematográfica está volcada a retratar el universo femenino. Mathieu Amalric hace gala nuevamente de su versatilidad actoral. Capaz de hacer un drama doloroso como “La Escafandra y la Mariposa” a componer un papel como el de Bertrand, un depresivo que no encuentra satisfacción en nada, sarcástico e irónico, que se despoja de la diplomacia a medida que va creciendo su ego y logra rebelarse contra su familia política. Un actor que nunca falla, cuya presencia le da siempre un plus a cada film que protagoniza. “Nadando por un Sueño” es una película de gente común, en circunstancias como las que vivimos todos. De allí proviene su espesor dramático, en esas subtramas, en el sufrimiento diario de seres aburguesados, víctimas de un sistema que los oprime. Hombres que, como ellos dicen “les encantaría ser emprendedores como Michael Douglas en “Wall Street” pero no lo son. Por eso encuentran en una práctica poco común para los hombres, la vocación de empezar de nuevo, combatir contra las circunstancias agrias que les toca afrontar y alimentar su ego para no caer en la depresión. Más allá de la evidente similitud al clásico “Full Monty” del año 1997, la película funciona como una releectura del clásico inglés, aggiornado a la actualidad donde el universo simbólico masculino está cada vez está más cuestionado. Puntaje: 85/100.
El filme de Gilles Lellouche se inscribe dentro de la línea inolvidable de comedias británicas como "Full Monty", "Tocando en el viento" y "Chicas de calendario". Verdaderos relatos de superación, donde lo socioeconómico obliga a increíbles transformaciones como las de los mineros en stripers o las amas de casa pueblerinas convertidas en nudistas por una buena causa. En este caso, un grupo de ocho hombres pasados los cuarenta, a los que los años (cada vez más jóvenes), la situación económica o familiar les está haciendo la vida imposible, consiguen encauzar su existencia gracias a un aviso que convoca a la formación de un equipo masculino de nado sincronizado. Ahí están el inocente del grupo, Thierry (Philippe Katerine); Laurent, el negador permanente con un pasado maternal culpable de muchas de sus rabietas; el depresivo Bertrand (Mathieu Amalric, el de "Gran Hotel Budapest"); sin desdeñar a la instructora inicial, Delphine, con su pasado alcohólico que la condujo al fracaso. Todos ellos abrumados por la desesperanza, están dispuestos a acatar el reglamento que exige "voluntad, gracia, ritmo y vida saludable" para constituir un equipo disciplinado y capaz de ganar cualquier competencia. DE BUEN HUMOR Con buen humor, "Nadando por un sueño" es la clásica comedia francesa que no desdeña un tono de acidez, delinea sin caer en la caricatura personajes queribles y reales, añade un buen ritmo y un elenco de primeros actores. Elenco en el que conviven el conocido actor belga Beno”t Poelvoord ("Asterix en los Juegos Olímpicos"), como el vivillo vendedor de piletas, con la muy joven y divertida Leila Bekthi (la instructora insoportable) o un gran actor como Jean-Hugues Anglade ("El hombre herido") en el eterno rockero que no puede abandonar la bohemia y lo imposible a pesar de las reflexiones racionales de una hija adolescente. "Nadando por un sueño" atrae por la sinceridad de sus planteos, su música atractiva y la picardía de convocar a un público amplio (hasta las abuelas se verán representadas con escenas de filmes de Esther Williams, célebre nadadora y actriz gracias a la que se creó en Hollywood el subgénero de "comedias acuáticas" en los "50). El filme de Lellouche es una buena guía para gente con problemas, con necesidad de apostar todo a una buena idea, trabajar fuerte y en equipo, y rescatar lo mejor de la familia.
Con algunas modificaciones es una historia real que sucedió en Suecia y cuenta las alternativas de un equipo de natación sincronizada. Narra los momentos que viven un grupo de hombres de mediana edad que se encuentran en crisis y a través del cual vamos viendo las dificultades de cada uno de ellos, los fracasos que tuvieron en sus actividades o los problemas afectivos que acarrean, o de depresión, entre otros conflictos. Observamos como sus vidas cambian cuando el encuentro casual de una noche los lleva a seguir un curso de natación sincronizada. Por un lado esta Bertrand (Mathieu Amalric) desempleado y que desayuna antidepresivos; Laurent (Guillaume Canet) que todo lo quiere ver perfecto de lo contrario se pone histérico y lo terminan abandonando; Marcus (Benoît Poelvoorde), un empresario con problemas; Simon (Jean-Hugues Anglade ) que vive en un tráiler, no se lleva bien con su hija adolescente y quiere ser músico de rock, y también está Thierry (Philippe Katerine ) un empleado tímido y temeroso de la piscina municipal. Tambien están Basile (Alban Ivanov) y Avanish (Balasingham Thamilchelvan) y al equipo lo ayuda Delphine (Virginie Efira), ex campeón de natación sincronizada, que tuvo algunos problemas en el pasado. Por momentos tiene cierta similitud a la comedia inglesa «Todo o nada» su título original “Full Monty” (1997). La cinta es previsible pero hay que destacar las buenas interpretaciones de estos siete actores hombres que merecen ser mencionados cada uno de ellos y el buen personaje de Amanda (Leila Behkti), la entrenadora del equipo, esta genial, entre otros. Toca temas muy interesantes relacionados con: alcoholismo, maltrato, enfrentar los miedos, rencor entre familiares, entre otras cuestiones. Es una clásica comedia francesa; divertida, reflexiva, con un toque de esperanza y buenos mensajes.
Conviene avisarles que esto no trata de nada, solo de una contradicción geométrica. La historia de un planeta redondo y tonto que gira sin propósito alrededor de un sol redondo y tonto que arde sin propósito. Sin embargo, de las pocas cosas de las que podemos estar seguros hay una que hasta los peores escépticos no pueden cuestionar: un cuadrado no entra en un hueco redondo”. Este es el prólogo de Nadando por un sueño (Le grand Bain). O Todo o nada (como se tituló en España). U Hombres al agua, como se llama en otros países de Latinoamérica. Siguen las variables caprichosas con las que se nombra al primer largometraje de Gilles Lellouche, filme que estuvo en el Festival de Cannes el año pasado y que ganó los premios más importantes en los César, galardones que destacan la cinematografía de Francia. Este filme integra el grupo de comedias francesas que se ha convertido casi en un género en sí mismo, y hay una clara referencia a Amelie de Jean-Pierre Jeunet en su minuto y medio inicial. Bertrand (Mathieu Amalric) sufre depresión desde hace dos años, cuando se quedó sin trabajo. Sin embargo, él nada. Laurent (Guillaume Canet) es un padre de familia violento y malhumorado que nada. La lista de personajes incluye a un comerciante a punto de entrar en quiebra por cuarta vez; a un empleado de la pileta municipal cuya soledad inunda las escenas; a un rockero frustrado que vive en un trailer. Todos ellos son cuadrados que no entran en los redondos moldes de la masculinidad. Sin embargo, todos ellos nadan y forman parte del primer equipo de nado sincronizado masculino de Francia (disciplina casi exclusivamente femenina). Nadando por un sueño es un retrato sobre la masculinidad que no encaja en los paradigmas que tradicionalmente la definen. Es el agua el espacio que trasciende los entrenamientos y donde siete hombres encuentran una manera de estar en el mundo, alejada de expectativas y estereotipos. Y es allí, también, donde empieza el camino del héroe introspectivo, pero también colectivo. Esta es la historia de siete hombres que habitan el agua como un remanso. La cuestión es nadar o hundirse en ese acto final, es tan improbable como inevitable.
Bertrand (Mathiew Amalric) está pasando por un mal momento. No tiene trabajo, su mujer lo hace sentir una carga, le cuesta conectar con su rol de padre de familia. Deprimido, acosado por su tiempo libre, encuentra una especie de salvavidas cuando conoce a un grupo masculino de nado sincronizado. Dirigidos por una mujer, el grupo de hombres de su edad, con problemas cercanos a los suyos, funciona como un espacio de contención y placer al que paulatinamente se irá comprometiendo. Por qué hombretones de pelo en pecho como estos se enganchan con una actividad en apariencia ridícula, es una preocupación de los otros. Ellos lo viven con la mayor de las naturalidades, y así se transmite en esta comedia amable, poco ambiciosa, que sin bajar línea hace de ese "¿y por qué no?" su fortaleza.
Esta exitosa comedia francesa –llevó más de 4 millones de espectadores allí– junta a varias estrellas del cine de ese país interpretando a un grupo de hombres que tratan de superar sus crisis personales practicando nado sincronizado. Enorme éxito del cine francés del año pasado, con más de 4,5 millones de espectadores, NADANDO POR UN SUEÑO es la versión francesa de ese tipo de películas que patentaron los ingleses en la década del ’90, como THE FULL MONTY y otras. En este caso, el eje es también un curiosidad: un grupo de hombres que practican nado sincronizado masculino. El “deporte” en sí es lo de menos. La idea del film es juntar a un grupo variopinto de estrellas del cine francés (algunos que vienen del cine más serio, otros comediantes populares, algún músico) y armar con ellos un entretenimiento popular. Comercialmente funcionó. Cinematográficamente, no tanto. El film se construye en base a la idea de un grupo de hombres (y un par de mujeres) que encuentra en la práctica de ese deporte y en la amistad que se genera entre ellos un espacio para combatir la crisis de la mediana edad que cada uno de ellos, de distinto modo, atraviesa. Tienen distintas edades, vienen de distintos mundos y clases sociales, tienen trabajos muy distintos (o no tienen trabajo), pero todos pasan por diferentes frustraciones. Mathieu Amalric –que aparenta ser el protagonista, ya que inicia y cierra el relato con su voz en off, pero finalmente es uno más del grupo– está desocupado y atraviesa una depresión de un par de años. Guillaume Canet es un hombre que lidia con accesos de ira, es muy exigente y tiene una difícil relación con su familia. Benoit Poelvoorde, por su parte, es un vendedor de piscinas siempre al borde de la quiebra y Philippe Katerine encarna a un hombre solitario que trabaja en el club donde todos practican. También está Jean-Hughes Anglade, un veterano rockero que nunca logró triunfar como tal y hoy trabaja en la cocina de la escuela a la que va su hija adolescente con la que tiene una difícil relación. Y se sumará luego el enfermero de un geriátrico que vive empastillado y tiene ataques de pánico. Al grupo –que tiene otros miembros cuyos roles son apenas decorativos y están puestos para el chiste fácil– hay que sumarle la entrenadora, Virginie Efira, que está superando una adicción al alcohol y Leila Bekhti, cuyo personaje aparece promediando el film y ya verán cómo es su personalidad y cuál su relación con los demás. NADANDO POR UN SUEÑO está contada de manera en exceso convencional, extendida a dos eternas horas que podrían recortarse bastante, presenta una versión apenas modificada de la fórmula y tiene el igualmente previsible momento de emoción al final, cuando este grupo de mediocres “atletas” finalmente logre algo parecido a una presentación digna y viaje a competir a una suerte de Mundial de la especialidad que se realiza en Noruega. Las bromas estarán siempre relacionadas con el choque evidente entre los físicos no muy trabajados de estos señores de mediana edad y tanto el deporte como los atuendos que deben utilizar para practicarlo. La parte dramática, obviamente, estará ligada a explorar los conflictos familiares que cada uno trae y cómo eso se pone en juego a partir de esta actividad que ellos realizan, que no es otra cosa que una suerte de terapia grupal con Speedos. Uno entiende que NADANDO POR UN SUEÑO haya sido un éxito y hasta puede imaginar una remake en cada país con un elenco de famosos locales diferente (prefiero ni pensar el local), pero salvo un par de escenas graciosas aquí y allá es muy poco lo que hay para recomendar de esta película que respeta y repite un formato probado con resultados apenas tolerables.
Crítica emitida al aire en Zensitive Radio