La figura del poeta chileno Pablo Neruda nunca le fue ajena al cine. Antonio Skármeta estuvo involucrado en dos exponentes: Ardiente Paciencia (1983), película que él mismo adaptó como novela corta en 1985, y que a su vez dio pie a El Cartero de Neruda (Il Postino, 1994), con Phillip Noiret. La obra de Skármeta muestra a Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (tal es su nombre verdadero) exiliado en Italia por cuestiones políticas, pero el enfoque va por el lado del romanticismo. En Neruda (2016), Pablo Larraín profundiza en las cuestiones más ásperas en la vida del autor, y valiéndose de un tono que va de lo policial y pronto deriva en un relato distinto, arriesgado. Estamos en 1948, Pablo Neruda (Luis Gnecco) es una figura de reconocida en Chile y en el mundo: autor de conmovedores poemas, senador y comunista asumido, detalle que comienza a acarrearle inconvenientes con los altos mandos de su país. Ante el encarcelamiento de varios de sus compañeros, las amenazas de secuestro y asesinato se vuelven palpables. Ahí entra en escena Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal), un agente contratado para cazar a Neruda. El acecho es cada vez más intenso, de manera que el escritor, junto a su esposa, la pintora Delia del Carril (Mercedes Moran), emprenderá una huida a través de territorio chileno, con vistas a cruzar la frontera.La figura del poeta chileno Pablo Neruda nunca le fue ajena al cine. Antonio Skármeta estuvo involucrado en dos exponentes: Ardiente Paciencia (1983), película que él mismo adaptó como novela corta en 1985, y que a su vez dio pie a El Cartero de Neruda (Il Postino, 1994), con Phillip Noiret. La obra de Skármeta muestra a Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (tal es su nombre verdadero) exiliado en Italia por cuestiones políticas, pero el enfoque va por el lado del romanticismo. En Neruda (2016), Pablo Larraín profundiza en las cuestiones más ásperas en la vida del autor, y valiéndose de un tono que va de lo policial y pronto deriva en un relato distinto, arriesgado. Larraín fue haciéndose de un nombre gracias a films como Fuga (2005), Tony Manero (2008), Post Mortem (2010), No(2012), por la que su país consiguió la primera nominación al Oscar como Mejor Película Extranjera, y El Club (2015). EnNeruda también hay un personaje que debe tomar decisiones extremas en medio de una situación límite (por lo general, de corte político, o al menos en un contexto social turbulento), llevándolo a la obsesión. En Neruda toma una premisa clásica -individuo huyendo de un perseguidor incansable-, y más allá de vestirse de thriller, pronto revela varios niveles de profundidad. Para empezar, el narrador es Óscar, un representante de la ley de carácter romántico (cree ser hijo ilegítimo de una autoridad policial de antaño), que no tarda en obsesionarse con su presa. En el transcurso de su misión irá descubriendo pistas del fugitivo y también de sí mismo. El hecho de que vaya encontrando libros de la colección El Séptimo Círculo funciona como un vínculo fuerte con el espíritu de esas novelas y de la obra de sus compiladores: Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. El metalenguaje conseguido por Larraín va por ese camino. Por su parte, Neruda no vive escondido en una cueva: sigue saliendo a clubes nocturnos, recitando versos y coqueteando, a propósito, con quienes lo quieren muerto; como una necesidad de sentir adrenalina, como queriendo generar intriga en una trama que está construyendo sobre sí mismo. Allí reside otra diferencia con el Neruda visto en films anteriores: lejos de la idealización, se lo muestra como a un ser humano, con un amplio abanico de grises. Luis Gnecco hace una soberbia interpretación del autor, mientras que Gael García Bernal está exacto a la hora de componer a un personaje más enigmático de lo que parece al comienzo. Ambos actores ya habían trabajado a las órdenes de Larraín en No. De por sí, Neruda hubiera sido estupenda si sólo se conformaba con ser un policial y un fresco sobre la persecución política, pero la audacia de Pablo Larraín para indagar en la psicología de los personajes y en el metalenguaje literario la catapultan como una producción de rica complejidad.
Pablo Larraín bucea en la vida de Pablo Neruda (Luis Gnecco) mientras huye de un obsesionado policía (Gael García Bernal) que intentará detectar su paradero tras huir luego del pedido de captura por parte del Presidente González Videla. Acusado de comunista, Neruda asume un rol en la sociedad celebrado, pero al encontrarse en la encrucijada de dejar todo atrás para poder ser libre, huye con su mujer (Mercedes Morán) mientras es acechado de cerca por la policía. Larraín construye una obra potente y sólida, en la que prevalece lo onírico y la poesía, pero que termina inclinando el tablero hacia el personaje de García Bernal, con el que se puede empatizar rápidamente, sea porque es el narrador en off o porque se muestra mucho más honesto en su composición. Gnecco no puede superar la artificialidad con la que impregna al personaje, y así y todo “Neruda” avanza a paso firme en una pesquisa bien lograda y traducida en imágenes, que se resume en la búsqueda de la identidad de un hombre que mientras avanza sobre la sombra del poeta, termina constituyéndose como ser, o personaje, a sí mismo.
La curiosa Neruda ultima película del chileno Pablo Larraín (Post mortem, Prófugos, No, El club), fue la película elegida para abrir el 31° Festival de Mar del Plata en este 2016. Corre por los pasillos que en los primeros planes estaba la brasileña Aquarius, la controvertida película de Kleber Mendonca Filhio del famoso Fora Temer de Cannes, pero finalmente ésta se verá en la semana como parte de la Competencia oficial internacional. Y está bien. Anoche la apertura del Festival tuvo su gala, sin ninguna presencia oficial de primer nivel (ni la Gobernadora Vidal como se pensaba, ni el Ministro de Cultura) sí el Presidente del INCAA quien resaltó el trabajo que hará este festival por el mercado y la industria. Entendemos asi la incorporación de Neruda. Una lógica del mainstream del que, por suerte, este Festival de Mar del Plata logra escapar en el otro 99%. La tesis de Neruda, va tomando claridad a medida que lo va haciendo el relato. En plena era de la Guerra Fría, 1948, tres años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Pablo Neruda es Senador en representación del Partido Comunista, sus enfrentamientos con el Presidente Gabriel González Videla, representante de la rancia derecha chilena, títere de los EEUU, y el anticomunismo creciente hacen que el Partido pase a la clandestinidad y Neruda sea perseguido. La primera escena con el encuentro de los senadores a pleno en el baño está construida mayormente en plano secuencia, y da una primera idea de que por un lado no se tratará de un film conformista a nivel visual, pero al mismo tiempo la incorporación de la voz narradora principal va a generar una primera tensión, anunciadora de ese choque ideológico que en apariencia dará vida al conflicto central. Efectivamente, dos puntos de vista contrapuestos ponen luz sobre una narración que entrama la voz insistentemente en over del perseguidor (Oscar Peluchonneau o Gael García Bernal), y las acciones y los pensamientos del perseguido, nada más ni nada menos que el poeta ya famoso en ese momento, Pablo Neruda o Luis Gnecco. El primero, el hijo no reconocido de una prostituta y el fundador de la policía chilena de apellido extrañamente francés Peluchonneau; el otro el autor de los cantos de amor más hermosos del mundo, y de los poemas del canto general y toda su furia política: “”Por esos muertos, nuestros muertos,pido castigo./ “Para los que de sangre salpicaron la patria,/ pido castigo. / “Para el verdugo que mandó esta muerte, pido castigo. / “Para el traidor que ascendió sobre el crimen, pido castigo.” Ambos personajes, por momentos parodiados (es cuasi payasesco el maquillaje excesivo del Neruda de Gnecco o el estilo detective de historieta del policía) por momentos glorificados son los protagonistas de una trama política y policial que evidentemente forman parte de la historia de Chile pero que están diseñados por Larrain con una distancia tal que nunca llegan a convocar sinergia o empatía y cuya obsesividad (mutua?) es por momentos inexplicable. Sí lo que queda es la idea de un Neruda aprovechador, un aristócrata comunista, buscador de fama y de poder, de hábitos prostibulario, con destino diferente al de esos obreros, campesinos, trabajadores que el gobierno empieza a perseguir y matar, pero que gritan a coro “Pido castigo!” Para poner en evidencia eso, es clave el enfrentamiento de una mujer ebria que en medio de una cena interpela a Neruda para saber si ella alguna vez iba a poder tener sus privilegios. Es potente el texto de Guillermo Calderón, tal vez lo mejor de la película, y aunque sería profano decir que como película Neruda es un gran texto literario no sería muy desacertado. Los 110 minutos terminan siendo excesivos y hasta que se convierte en algo así como una reflexión sobre el metalenguaje, vale la pena el río de palabras en la voz del desafortunado bastardo Peluchonneau. Por lo demás, el público podrá ver algunos escenarios de Santiago, Buenos Aires, Valparaíso, Paris y el bello sur cordillerano nevado.
Entre la realidad y la ficción Neruda es la película elegida este año para la apertura del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y sin dudas es una acertadísima decisión. No solo es de lo mejor del trabajo realizado hasta el momento por Pablo Larraín, sino que posiblemente sea una síntesis de todo aquello que se pueda llegar a ver en esta nueva edición del festival. Su director supo con Neruda reinventar el significado de la biopic. No deja de ser un film convencional pero con un costado repleto de subjetividades, dando lugar a una obra que circula entre la ficción y la realidad continuamente. Fascinantemente se construye al Neruda poeta enorme y brillante envuelto en los acontecimientos políticos. La película toma como punto de partida la persecución que sufrió luego que en 1948 el presidente chileno, González Videla, traicionara sus raíces progresistas prohibiendo el Partido Comunista, del que Neruda era miembro y al que representaba en calidad de senador, y de que se ordenara su detención. El hombre que había ejercido de embajador de Chile en todo el mundo se ve obligado a esconderse de su gente, primero moviéndose de un lugar a otro dentro del país y luego saliendo de él a caballo hacia Argentina, y de ahí a Francia. El escritor (interpretado por Luis Gnecco) durante sus días de clandestinidad (más allá de las licencias que se toma para salir de su total encierro) es perseguido por un detective (Gael García Bernal) que lo persigue con la intención de encarcelarlo y desacreditarlo frente al pueblo. Se da un juego de gato y ratón, donde siempre está a punto de alcanzarlo y no lo logra. A medida que avanza la historia, vamos viendo a partir de la voz del detective que estamos frente a una trama de ficción, donde por momentos Neruda deja de ser el absoluto protagonista. La mujer de Pablo, Delia (una magnífica Mercedes Morán) es quien le sigue sus pasos y posiblemente sea la única persona capaz de controlarlo. Es quien ejerce la fuerza sobre él. Neruda funciona como un reloj donde cada pieza encaja a la perfección. Larraín supo construir un relato híbrido donde se humaniza al poeta y muy probablemente algo pertenezca al orden de la ficción, aunque nunca logremos dilucidar.
Mar del Plata 2016: casas, fantasmas, fugas y rebeldías. Para la función de apertura fue una buena elección Neruda, del director chileno Pablo Larraín (Tony Manero, No). El astuto guión de Guillermo Calderón esboza aspectos de la vida del poeta chileno jugando con la figura de un detective que lo persigue, que podría ser un personaje imaginado por el escritor. Si bien hay una música que subraya la importancia del film, y la caracterización de Neruda (a cargo de Luis Gnecco) recuerda un poco la caricatura regordeta que había hecho años atrás Anthony Hopkins para Hitchcock, el maestro del suspenso, Neruda retrata con cariño a la figura histórica permitiéndose contradicciones, con más dinamismo que frescura, prevaleciendo el humor a la épica. Coproducción de Chile con varios países (incluyendo Argentina), en esta biopic salida de los cauces habituales aparece, ceñido a su rol, Gael García Bernal como el perseguidor de Neruda, en tanto, en una actuación sin sorpresas, Mercedes Morán encarna a la mujer del escritor.
La proscripción del poeta Como ya nos tiene acostumbrados, Pablo Larraín vuelve a ofrecernos un film admirable cuyo pivote es un extraordinario guión de Guillermo Calderón, con quien había trabajado anteriormente en El Club. Hablamos de Neruda, una obra de una enorme belleza que unifica el manifiesto de izquierda con el surrealismo de buena parte de su desarrollo… A lo largo de su carrera Pablo Larraín ha demostrado ser un cineasta muy inteligente e inconformista, dos características que no suelen estar presentes en la gran mayoría de sus colegas latinoamericanos: todos sus trabajos se enmarcan en una izquierda de barricada que desmenuza la violencia y el pavor que los grupos filofascistas -esos adalides de la crueldad, la persecución política y el apego al capitalismo salvaje- han introducido en la sociedad chilena con el transcurso de los años. Luego de Fuga (2006), una correcta ópera prima, el director se hizo conocido a nivel internacional con un díptico sobre el régimen genocida de Augusto Pinochet, compuesto por las oscurísimas Tony Manero (2008) y Post Mortem (2010). Aun así, nada hacía prever el progreso cualitativo que supondrían sus proyectos posteriores, No (2012) y El Club (2015), dos películas extraordinarias que llevaron un paso más allá el retrato de los horrores de una comunidad fragmentada, exhausta y sin justicia. Si bien en Neruda (2016) encontramos todas las marcas autorales de siempre del realizador (léase una narración intrincada y de resonancias corales, la ausencia de respuestas pragmáticas simples ante dilemas enraizados en la discriminación y el atropello, un registro de corte preciosista, una reconstrucción histórica impecable, la presencia de su actor fetiche Alfredo Castro, etc.), a decir verdad el rasgo distintivo de la propuesta es el excelente guión de Guillermo Calderón, un señor que ya había trabajado con Larraín en El Club y que colaboró en la concepción de la prodigiosa Violeta se fue a los cielos (2011). Aquí la trama esquiva el andamiaje clásico de las biopics y apuesta en cambio a crear una suerte de lienzo ficcional en torno a la etapa en la que Pablo Neruda se transformó en un fugitivo político a causa de la promulgación en 1948 de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, una norma solicitada por Estados Unidos con el fin de prohibir al Partido Comunista de Chile. En esta oportunidad Calderón opta por una estructura insólita centrada por un lado en el devenir errático de Neruda (Luis Gnecco), entonces senador por las provincias de Tarapacá y Antofagasta y miembro del PC, y por el otro en la pesquisa de Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal), el inspector de policía encargado de rastrear y apresar al poeta bajo el control de la administración del presidente Gabriel González Videla (Castro), una veleta política que llegó al poder gracias a una coalición a la que luego traicionó sin el más mínimo pudor. Neruda, que denunció incansablemente el engaño y la cacería subsiguiente, se refugió en casas varias de amigos y correligionarios a la espera de poder escapar hacia Argentina, el puente a su famoso exilio europeo. Acompañado casi exclusivamente por Delia del Carril (Mercedes Morán), su segunda esposa, y Álvaro Jara (Michael Silva), el “protector” asignado por el PC, Neruda seguirá escribiendo poemas en la clandestinidad. A través de constantes interpelaciones de un Peluchonneau que funciona como un narrador/ comentarista de la acción, el film combina de manera armónica distintos elementos del thriller político, los relatos testimoniales, la tragedia del destierro, los opus de cadencia onírica y hasta los dramas románticos dominados por una relación puesta a prueba por las injerencias de un contexto muy poco alentador. La decisión de imponer al personaje de García Bernal como “maestro de ceremonias” no podría haber sido más acertada ya que sus observaciones se ubican en el límite entre la cruzada heroica y el desencanto para con su condición de esbirro de un poder central enajenado y despótico (apenas un germen de lo que vendría a futuro): las palabras de Peluchonneau complementan a la perfección el andar y el sentir de Neruda, hoy eje de un entramado que reflexiona sobre su propia disposición y el carácter tragicómico del vendaval de acontecimientos que desencadena la proscripción. De hecho, Larraín aprovecha al máximo los dos actos del guión de Calderón, el primero vinculado al manifiesto ideológico del protagonista y el segundo más volcado hacia un surrealismo de tono lírico, y sabe cómo colocar el acento en determinadas inflexiones intradiscursivas, en especial las referidas a las paradojas de la historia y al cúmulo de personajes secundarios autoconscientes que rodean a Neruda. Tanto Gnecco como García Bernal están perfectos en una película sorprendente que se saca de encima la modorra de las biografías cinematográficas “modelo Hollywood” y respeta la idiosincrasia del gran poeta chileno, en la que el hedonismo del arte convivía con la batalla en pos de defender los derechos de los sectores sociales explotados por la burguesía y el capitalismo en general. Aquí recuperamos aquella ética aguerrida y fervorosa que fue licuada con las décadas por el accionar de la derecha, el imperialismo estadounidense y sus dictaduras títeres, un letargo intolerable del que lamentablemente nunca terminamos de despertar los latinoamericanos…
Neruda, el fugitivo político "Neruda es una falsa biopic" declaró su director Pablo Larraín, y vaya si lo es, debido a la lejanía que presenta con el imaginario de biopic que estandarizaron los norteamericanos a través de su cine. En primer lugar, no se trata de la vida de Neruda (Luis Gnecco) contada en tiempo cronológico, el film se detiene en el momento que es perseguido como fugitivo por el gobierno chileno de Gabriel González Videla. Segundo: se aleja de la figura icónica del poeta romántico y, contrariamente a lo que toda biopic haría, aborda su posición política militante como base para entender su personalidad. Y tercero, el propio Pablo Neruda no es el protagonista absoluto de la historia. Neruda comienza con una discusión política entre senadores (Neruda es uno de ellos) en un baño. La cámara gira a su alrededor y el hombre expone su visión comunista que confronta a la aristocrática mirada del resto. Varias cosas quedan planteadas en esa escena: que la película no será una versión dulcificada de Neruda, y que está interesada en mostrar todo lo que sucede por fuera del ámbito público del reconocido personaje. La película está narrada por un policía gubernamental (Gael García Bernal), encargado de apresar a Neruda en el Chile de 1948. Por tal motivo, la mayor parte del film sigue la forma de un policial. Quien describe el relato, nos da un punto de vista reaccionario sobre el poeta al que no comprende ni artística, ni políticamente. La búsqueda del fugitivo será la forma de acercarse -y acercarnos- al personaje. En el punto de vista elegido, el discurso establece una posición de conflicto con el espectador: el personaje de Neruda no le genera empatía, tampoco el del policía. Sin embargo será la tensión de eternas posturas sociales chilenas las que elige el guión de Guillermo Calderón mostrarnos. Por un lado el comunista que goza de una comodidad burguesa; por el otro, el empleado que sostiene un discurso reaccionario que beneficia los intereses aristocráticos. Esa confrontación de identidades requieren de un espectador activo que siga con atención tales dilemas. En ese punto, el relato lo incomoda y hasta corre de su situación de confort. En su construcción formal el film no deja de ser interesante -no por eso atractivo ni mucho menos carismático- jugando con una puesta artificiosa, que incluye constantes fragmentaciones temporales en el mismo espacio, cambios de punto de vista, back projection evidentes, y sobre el final, el cambio de registro genérico: la película deja el policial para sumergirse en el western. No es antojadizo, la tensión hermética del cine noir con identidades cambiantes, comienza a esclarecerse tanto filosófica como existencialmente, con dos hombres enfrentados en el espacio por la supervivencia del más apto. No sólo eso, la creatividad del poeta aparece en la forma del film, haciendo de su narración literaria una forma de contar no literal, es decir, asume la fantasía como una manera de mirar el mundo al mezclar fantasía con realidad. Es también en este último punto cuando el guión quiere ser más poético que el poeta que representa, haciendo el artificio evidente y la comprensión del film puramente cerebral. Interesante y compleja, fría y pretensiosa por igual es Neruda. Interesante por el riesgo formal que asume en su construcción. Fría por dejar de lado todo tipo de conexión emocional con la obra y el poeta que le da nombre a la producción. En fin, genera admiración y rechazo con la misma fuerza.
Un modo tan innovador como clásico para contar un capítulo en la vida de una figura relevante. En lo que a biopics se refiere, una tendencia que se está repitiendo cada vez más (gracias a Dios), es la de no intentar contar historias de personajes desde la cuna a la tumba, sino tomar una parte especifica de su vida y aprovechar todo el potencial dramático que ese capítulo tiene para ofrecer. Neruda se suma en este plan y duplica la apuesta inscribiéndola en la tradición de un film noir, pero uno tan poético e intenso como el personaje que están narrando. Puedo escribir los versos más tristes… Corre el año 1948 en Chile y el famoso poeta Pablo Neruda (Luis Gnecco) enfrenta una persecución a manos del gobierno de turno por su condición de miembro del Partido Comunista. Debe huir de su hogar, junto a su mujer, tratando de mantenerse un paso adelante del Inspector Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal) que quiere darle captura. Debo decir que Neruda es uno de los biopics más originales que he visto. No tanto por evadir el marco narrativo habitual del género, sino por elegir en todo momento contar un juego del gato y el ratón entre Neruda y el policía que le persigue, aunque esté insuflado por la poesía. Sin embargo, cabe aclarar que el guión no sólo destaca por esta innovación, ya que la película, a medida que progresa el metraje, quita el foco sobre Neruda y lo deposita cada vez más en Peluchonneau. Un cambio de dinámica sutil, progresivo y casi imperceptible, que deriva en un desenlace si bien satisfactorio, te deja con más preguntas que respuestas, pero de un modo que beneficia a la película como un todo. La labor actoral es solida, encabezada por Luis Gnecco, que da vida con enorme pericia y sensibilidad al afamado poeta. Mercedes Morán prueba ser un digno acompañamiento como la mujer del escritor, y Gael García Bernal se muestra sobrio y a la altura de las circunstancias. El nivel técnico de la película es uno de gran dinamismo, con una cámara que se mueve alrededor de los personajes constantemente como si fuera un participante mas. La fluidez que consigue hace al espectador testigo privilegiado de toda la pesquisa. No obstante, debe destacarse la riqueza a la hora de componer los encuadres, que tienen sus momentos más logrados durante el tercer acto cuando la persecución llega al sur del país, totalmente nevado. Conclusión: Con un guión tan original como fluido, sumado a una puesta en escena dinámica, Neruda consigue ser un experimento tan logrado como lo es atrapante. Un título que homenajea lo abstracto de la poesía, pero nunca deja de lado la necesidad de tener claridad a la hora de narrar.
Neruda: Atrápame Si Puedes. Pablo Larraín presentó su última película de habla hispana antes de embarcarse en Jackie su primera experiencia con el cine norteamericano. En 1948, el senador y escritor Pablo Neruda acusa al gobierno chileno de traicionar a los comunistas en el congreso. El presidente González Videla lo desafuera y ordena su captura. El poeta emprende la huida del país junto a su mujer. Mientras es perseguido por el prefecto de la policía, Neruda comienza a escribir “Canto general” y se convierte en símbolo de la libertad y leyenda literaria. El film cuenta estos acontecimientos que protagoniza Pablo Neruda (Luis Gnecco) perseguido al ser considerado traidor por el gobierno chileno debido a su ideología comunista. Su adversario y perseguidor será un detective (Gael García Bernal), que tratará de evitar que el poeta pase a la clandestinidad y emprenda su huida. Pablo Larraín nos ofrece este relato atípico que el mismo califica como una “antibiografía” en la que expone las diversas facetas del artista, incluso algunas no tan típicas y características. Y es que vemos al Pablo Neruda poeta y Senador de ideología marxista pero también vemos al Neruda excéntrico, vanidoso y hedonista. Neruda es una producción muy cuidada en los aspectos técnicos y artísticos con una trama que mezcla géneros de manera equilibrada (Por momentos tenemos drama, comedia, surrealismo y toques de policial negro). La cinta de Larraín juega con la fina línea que separa a la realidad de la ficción, tanto dentro de la vida del escritor y su esposa (Mercedes Morán) como lo que concierne a la propia construcción narrativa del film. Larrain es un director con oficio y se nota desde el primer minuto. La reconstrucción del marco histórico por medio del vestuario y la escenografía, las personificaciones de los actores y el tono de film noir hacen que Neruda tenga todos los elementos necesarios para ser una cinta interesante y atrapante. Sin embargo, el relato decae y se detiene en detalles irrelevantes durante el segundo acto, provocando que la película se torne un poco lenta y repetitiva. En otras palabras, Neruda es una buena propuesta que igualmente nos deja un sabor agridulce, dándonos la sensación de que podría haber sido mucho más.
Tras rodar Fuga, Tony Manero, Post Mortem, No y El Club, y antes de debutar en Hollywood con Jackie (de inminente estreno comercial en los cines argentinos), el prolífico y talentoso director chileno Pablo Larraín filmó esta biopic para nada convencional alrededor de la figura del mítico escritor y político interpretado por Luis Gnecco y acompañado -en muy buenos papeles secundarios- por el mexicano Gael García Bernal y la argentina Mercedes Morán. Más cerca de una metaficción en el estilo de las que escribe Charlie Kaufman que una biografía tradicional, Neruda juega con los límites entre la realidad y la ficción no sólo dentro de la vida del escritor sino en lo que respecta a la propia construcción narrativa. La historia comienza a media res, con Neruda enfrentándose al gobierno de turno y siendo marginado como lo fue todo el Partido Comunista en el Chile de 1948. Es así que el escritor (interpretado por Luis Gnecco, el mismo de El bosque de Karadima) pasa a una suerte de clandestinidad no del todo clandestina y que tiene, además, una particularidad: un detective lo persigue con la intención de encarcelarlo y desacreditarlo. Pero nunca consigue dar con el escritor más allá de que el hombre se pasee casi delante de sus narices. El juego que plantea Larraín se va revelando de a poco. Lo que primero intriga y sorprende es cómo se lo muestra a Neruda: demasiado enamorado de sus beneficios burgueses hasta entrar en contradicción con sus principios políticos, afectado y un poco falso, talentoso pero excesivamente vanidoso. A su vez se observa el fuerte peso que tiene su mujer, Delia (encarnada muy bien por Mercedes Morán), en su vida y hasta en su obra. El hombre puede dictar un célebre poema mientras manosea a una prostituta, ir de fiestas y tener enfrentamientos políticos con militantes allí mismo, todo en una suerte de fuga circular a través de la cual se va volviendo más mito y menos “persona real”, pese a los intentos del detective de probar lo contrario. La figura de Oscar, el detective que encarna el mexicano Gael García Bernal es la que lleva a Neruda al terreno del noir (elección más que acorde con la época en la que transcurre la película), pero con una vuelta de tuerca. Es él quien narra los sucesos de la historia –y cuenta un poco lo que la película no muestra de la vida del escritor–, pero lo hace de una manera que parece omnisciente aunque no debería serlo. Ese juego de gato y ratón se va a extender durante todo el relato, con Oscar y Neruda tratando de ver quién es más sagaz que el otro en esta suerte de persecución. Es casi una competencia en la que se embarca Oscar, una que incluye el propio protagonismo de la película. Pero, de a poco, la narración nos va dejando entrever que quizás hay algo que pertenece al orden de la ficción en esa historia, en esa trama. ¿Cuánto hay de cierto en lo que estamos viendo y cuánto es una reflexión sobre el arte de la ficción, de la escritura, de la creación de personajes? En la primera etapa del film la voz en off del detective se vuelve un tanto reiterativa, sus intentos por reflexionar y analizar todo lo que vemos resultan un tanto subrayados, pero de a poco el concepto va girando hacia transformarse en otra cosa, el truco a revelarse sutilmente. En la segunda mitad del film, Neruda debe escaparse de una manera más real (dejando a su esposa y la ciudad) y la persecución se parece más a la de un western, pero uno que tal vez sólo existe en la imaginación de los personajes. Las pistas están ahí, para quien quiera tomarlas y leerlas en esa clave en una película que se piensa a sí misma en voz alta mientras se va narrando. En ese combo de distintos modos, tonos e influencias aparece el Neruda que se lee y se cita en las calles como un prócer, pero uno que no necesariamente coincide con el que vemos en la pantalla. Esa dicotomía, de todos modos, no es problemática ni simplista. Aquí no se intenta desnudar ni derribar al mito sino, por un lado, humanizarlo y, por otro, entender su obra a partir del proceso propio de la escritura cinematográfica y no sólo desde la lectura en voz alta de sus textos. Es como si Neruda –la película– se construyera a sí misma como un texto del propio escritor.
En menos de dos meses, el chileno Pablo Larraín estará estrenando en nuestro país sus dos últimos largometrajes. El primero que nos llega es Neruda (el segundo será Jackie, más cerca de la entrega de los Premios Oscars donde su protagonista Natalie Portman está nominada). Neruda no es una biopic, ni siquiera una no convencional. En Neruda, lo que Larraín y su guionista Guillermo Calderón pretenden contar es una visión particular sobre el exilio que el poeta y senador sufre en su propio país. Para esto, mezclando ficción con realidad, se introduce en un juego entre gato y ratón. Luis Gnecco como Neruda y Gael García Bernal como Peluchonneau, el policía que lo perseguirá hasta la muerte y quien narra además, son los dos protagonistas junto a Mercedes Morán como la mujer del poeta, la verdadera razón de que él sea artista y comunista. El Neruda de Larraín está aburguesado, no puede dejar su obsesión por las mujeres, y se la pasa repitiendo los mismos versos que lo llevaron a la fama. Y más allá de su peligrosa condición política, se lo encuentra divertido, jugando constantemente con la adrenalina de ser posiblemente atrapado y al mismo tiempo confiado en que siempre terminará saliéndose con la suya. El Peluchonneau de Bernal no sólo pretende atrapar a Neruda, sino que lo que busca en realidad es cierto reconocimiento, protagonismo en esta historia. Son dos personajes ambiguos y contradictorios que en cierto punto parecen entenderse y complementarse. En este policial que cerca del final termina revelándose como un western, con un clásico duelo esta vez situado en la fría y blanca cordillera, Larraín hace gala de su ojo como cineasta, con un arte y fotografía muy cuidados que suman complejidad y profundidad al relato, aunque por momentos caiga en repeticiones y las casi dos horas de películas comiencen a notarse. Esto sumado al particular tono, a ese humor que resta seriedad y al mismo tiempo puede incomodar (esto se nota más claro en su película anterior, El Club), y su navegar entre el surrealismo y el metalenguaje, hacen de Neruda una extraña aunque interesante película. Si bien no es biopic, Neruda permite conocer el lado más revolucionario del poeta, en lugar de ahondar en su más reconocida faceta de escritor.
Pese a su genérico y abarcativo título, no es Neruda una clásica biopic que repasa cronológicamente vida y obra del poeta chileno. Tras dos películas donde hacía mella en distintas etapas sociopolíticas de Chile, No y El club, Pablo Larraín retoma temáticas, fundamentos y elenco de la primera para recrear el periodo en que Pablo Neruda ejercía la senaduría por el Partido Comunista y, despojado de sus fueros, sufre una persecusión por parte del gobierno que lo obliga a exiliarse.
Una biopic que poco tiene del género, una persecución, el gato que persigue al ratón. Neruda, un título muy amplio para una historia que no necesariamente tiene al poeta como protagonista. La película toma lugar en 1948, cuando Chile tenía como presidente a Gabriel González Videla. El ese entonces senador y escritor Pablo Neruda, acusa a su gobierno de traicionar a los comunistas en el congreso, así es como el presidente ordena su captura. Pablo Neruda (Luis Gnecco) emprende así una eterna huída. Somos testigos del permanente escape, las casas en donde se hospedó y el recorrido realizado para no ser atrapado por el policía Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal). Mientras Neruda es perseguido comienza a escribir “Canto General”, obra que se convirtió en un símbolo de libertad y una leyenda literaria con peso político. La actriz Argentina Mercedes Morán encarna a una de las mujeres de Neruda, Delia del Carril, una compañera que apoyó a su marido en todo momento, y se separó en los períodos necesarios. El film dirigido por Pablo Larraín, tiene una excelente fotografía y ambientación de época, desde el vestuario y escenarios viajamos a los 40’s. Las escenas de traslado de personajes en autos o motocicletas tienen un hoy bizarro croma, en donde se nota que el vehículo está quieto sobre un fondo donde se proyecta un camino. Hoy se ve extraño pero ese mecanismo era muy usual en films de la época en donde transcurre “Neruda”. La película tiene elipsis de espacio pero no así de tiempo, una extraña forma de narrar que saca de contexto. La historia la vamos conociendo por una voz en off, la de Óscar Peluchonneau, un prefecto policía hijo de una prostituta y se cree, él cree, hijo del policía más importante Olivier Peluchonneau. Este personaje, que al principio parece uno secundario, termina siendo el protagonista. Neruda cuenta un corto período del poeta con mucho de ficción. Las actuaciones son correctas. Sin embargo, no termino de descifrar si la intención del director y su guionista Guillermo Calderón, fue dejar bien parado a Pablo Neruda o darle con un caño. Neruda fue la elegida para abrir el Festival de Cine de Mar Del Plata el año pasado y contó además con una nominación a los Globos de Oro como mejor película.
El poeta chileno en la clandestinidad. Si algo está claro en la filmografía de Pablo Larraín, el cineasta más importante de Chile si lo que se tiene en cuenta es su trascendencia y popularidad dentro y fuera de su país, es que el trazo fino no es lo que mejor le sale. Aunque sus películas muestran una puesta en escena cuidadísima y un despliegue de producción cada vez más rico, suele haber algo disruptivo en el orden del discurso y de lo narrativo que puede generar incomodidad. Como ocurre con el mexicano Alejandro G. Iñárritu, Larraín parece más preocupado por pensar en los efectos antes que en las causas, en la reacción antes que en la acción que la origina. Eso que en un lenguaje más llano suele graficarse con la figura del carro delante del caballo. Y Neruda, la primera de sus dos últimas películas en estrenarse acá (la otra es Jackie, basada en la célebre esposa de John F. Kennedy, también de pronto estreno), resulta emblemática respecto de dicha inversión lógica. Aquí se cuenta un momento específico en la vida del poeta, segundo Nobel de Literatura chileno (el primero fue para la también poeta Gabriela Mistral). A fines de la década de 1940, siendo senador de la república en representación del Partido Comunista, Neruda debió pasar a la clandestinidad debido al pedido de captura que pesaba sobre él, en el marco de una persecución política que llevó a prisión a gran cantidad de militantes, obreros y trabajadores rurales que profesaban ideas de izquierda. Larraín elige esta vez una estética vintage que remeda la del noir y los recursos técnicos del cine de la época retratada. Así se repiten escenas de ruta o calle en las que el vehículo se sacude delante de proyecciones del exterior, para generar la sensación de movimiento “a la antigua”. También se engolosina con los diálogos escalonados, que mantienen su continuidad pero que el guión y el montaje van segmentando en distintos escenarios, de modo que un personaje dice su línea en la cocina y el otro le responde en la plaza. En ambos casos se trata de juegos formales que no tienen ninguna contraparte narrativa y que quizá sólo puedan justificarse desde el capricho. El relato avanza guiado por la voz en off del policía encargado de cazar a Neruda, decisión que aspira a redondear una atmósfera “literaria”, de hard boiled, que también se hace evidente en el vestuario y el maquillaje; en una fotografía repleta de contraluces y escenas nocturnas; y en el contraste entre los escenarios opulentos en los que se mueve el poder corrupto y la sordidez noble y orgullosa del lumpen. Así, a partir del trazo grueso, de oposiciones simplificadoras y de manera algo manipuladora, es como Larraín entiende no sólo al cine, sino a los paisajes políticos que retrata. Esa dualidad ambigua también le sirve para quedar bien con Dios y con el diablo, para que nunca quede del todo claro cuál es el punto de observación que elige como artista para pararse a retratar la historia. Aunque es evidente que su mirada siempre está más arriba que la de los espectadores y desde ahí los ilumina.
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El poeta en su laberinto Ovacionado en el Festival de Cannes, este sexto largometraje del chileno Pablo Larraín (Tony Manero, No, El club) despertó en su país una polémica inútil acerca de la "veracidad" de la historia que cuenta alrededor de Pablo Neruda, poeta ganador del Nobel en 1971 y figura del Partido Comunista chileno. Es justamente su vertiente política la que privilegia Larraín, centrando el relato en la persecución que sufrió a fines de la década del 40, cuando era senador y el país era gobernado por Gabriel González Videla, impulsor de la "ley maldita", destinada a proscribir al PC del país trasandino por pedido de los Estados Unidos. Pero lo hace construyendo un film más conceptual que narrativo, sin ninguna aspiración documental evidente, que utiliza con inteligencia y precisión los recursos clásicos del cine negro e incluso algunos del melodrama. El hilo conductor del notable guión de Guillermo Calderón, reconocido dramaturgo chileno que vive en Nueva York, es la voz en off del prefecto Oscar Peluchonneau (García Bernal), un torturado personaje que vive literalmente a expensas de Neruda, exclusiva presa de su cacería, un intelectual megalómano, seductor y libertino que claramente no responde al canon mitológico. Con humor e irreverencia, Larraín dibuja su propio Neruda en esta película provocadora y barroca que rinde homenaje al personaje protagónico confiando más en el aliento poético de una ficción atrapante que en el rigor histórico que le vienen reclamando los partidarios del biopic reverencial.
Atrapar al protagonista, en todo sentido La película del chileno Pablo Larraín, antes que una biopic, es un filme que juega con la disputa de quién es su protagonista, si el poeta o el detective que lo persigue. Cómo hacer un relato, ya no una película, que tome y refleje el carácter de Pablo Neruda y resuma su valor como poeta, pensador político y esposo habrá sido la premisa que movió al chleno Pablo Larraín a la hora de construir su Neruda. Y decimos y recalcamos “su”, porque el director de No y El club también bucea en la manera en que la narración propia del relato puede fijar y cambiar roles protagónicos dentro del filme. Fundiendo realidad y ficción. No es Neruda un filme lineal ni una biografía en sentido clásico, ni siquiera estricto. Recorta al personaje, lo humaniza y le saca mármol si es que lo tuviera, lo muestra con prostitutas creando poemas, enfrentando a sus líderes políticos, en sus contradicciones de comunista que disfruta de los lujos más burgueses, y escapando de una persecución tanto ideológica como en carne propia, que puso en riesgo su vida. Porque ¿qué es Neruda? Thriller, drama, en cierta medida biopic, un ensayo sobre la narración interna de una película. El filme de Larraín es un poco de cada uno de esos géneros, y todos a la vez. Neruda es, en pantalla, y con la portentosa caracterización de Luis Gnecco (El bosque de Karadima, un enorme actor), talentoso pero vanidoso sin ningún pudor. Lo acompaña Delia (Mercedes Morán, muy bien). La película no diferencia que en la vida real la pintora argentina fuera 20 años mayor que él, ni que en 1949, cuando se centra el filme, ella tuviera 64 y él 44. No parece en la pantalla. Licencias artísticas. “El comunista más importante del mundo” que fue “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”, según García Márquez, aquí se aleja del mito, y quizá ello le valió tanta crítica en su país de origen. En otro orden, es mucho más cierto que se subraya demasiado la voz del detective, el papel de Gael García Bernal, narrando lo que ya vemos. Lo más inquietantes es eso, la disputa del protagonismo. “En esta ficción, todos giramos alrededor del protagonista”, dice Delia. “¿Actor secundario? ¿Yo? No, señor -replica en otro momento Oscar (García Bernal). Yo te voy a atrapar”. De eso se trata, de atrapar al protagonista, no en sentido literal, sino cinematográfico.
Neruda creíble en un film que tropieza con artificio literario La vida del poeta y político, ganador del Premio Nobel de Literatura, es objeto de una película que zigzaguea entre los hechos, tal como ocurrieron, y la intromisión de un personaje puramente fantástico. 1948. El poeta senador Pablo Neruda desafía al presidente González Videla, que subió al mando gracias al voto de los comunistas chilenos y ahora manda reprimirlos, así como ordena el desafuero y arresto del señor senador. Neruda pasa un año escondido en diversos lugares, difundiendo versos y consignas de combate, hasta que logra escapar y refugiarse en Francia. Esos versos serán su "Canto general", editado en 1950 en México. Sobre los detalles de la fuga a través de la Cordillera, con la policía pisándole los talones, hay por lo menos un libro de José Miguel Varas, "Neruda clandestino", una película de Manuel Basoalto, "Neruda", con José Secall, y la que ahora vemos, de Pablo Larrain, con igual título y mayores ambiciones. Él y su guionista, el dramaturgo Guillermo Calderón, reelaboran los hechos históricos mediante singulares textos, aguda captación de caracteres y particular puesta en escena, pero luego se dejan llevar por una petulante fantasía literaria. Hay momentos notables: la discusión en el baño del Congreso, como si fueran senadores romanos, el planteo de una militante pobre frente al rico representante ("Cuando llegue el comunismo, ¿todos van a ser iguales a él, o a mí?"), los desplantes que el poeta aburguesado y su mujer aristócrata les hacen a quienes se arriesgan por ellos, las festicholas y andanzas por lupanares, la expansión del poema "Los enemigos" ("Pido castigo"), el encuentro con la inmensa Cordillera nevada. La música de Federico Jusid también es notable, y bien acompañada por varios clásicos. Y los actores: Jaime Vadell como el ingeniero Alessandri de chilenísimo cinismo; Roberto Farías, el artista de varieté que sublima un encuentro fortuito; Mercedes Morán, la perfecta Delia del Carril, alias La Hormiguita; Luis Gnecco, encarnando como pocos a Neruda en todas sus facetas malas y buenas, y Gael García Bernal como un narrador y detective de policía intenso pero condenado. Por ahí va el problema. Dicho personaje brilla con unas observaciones dignas de ser recopiladas y publicadas acerca de nuestras geografías, los progres, los superiores, etcétera, hasta que en un diálogo de birlibirloque descubre ser sólo una ficción inventada por el poeta, y ahí caemos en esa fantasía literaria que es un divague de nunca acabar. Termina con gran estilo, eso sí. Pequeño detalle: el detective Oscar Peluchonneau existió, era hijo de un hogar plenamente formal y en 1952 llegó a prefecto de Investigaciones, el cargo máximo. Nada que ver con el tipo Peluchonneau inventado en la película. Más cerca de la realidad, el campo de concentración de Pisagua comandado por el joven oficial Pinochet, los personajes de Álvaro Jara, luego historiador indigenista, y Víctor Pey, uno de los 2.000 republicanos que Neruda salvó cuando era cónsul en la España de la Guerra Civil. Para recordar: los Neruda de Roberto Parada ("Ardiente paciencia"), Philippe Noiret ("El cartero") y Sergio Boris ("El mural"). Para evitar: los discos del propio Neruda recitando sus poemas con lenta y lúgubre entonación "de poeta".
Un retrato político del premio Nobel de Literatura Pablo Neruda, enorme escritor y figura excluyente de la política chilena en los cuarenta, es perseguido por sus ideas e ideales. Mientras intenta escapar a otro país junto a su esposa, un detective lo sigue de cerca intentando capturarlo en cuanto dé un paso en falso. Pablo Larraín construye esta historia real con recursos que remiten al policial negro clásico. Para eso se vale de artilugios comunes en el cine de esa época: proyecciones sobre pantallas en las secuencias automovilísticas, fotografía expresionista para reforzar las sombras y las siluetas y la voz en off del agente de la ley, encarnado por Gael García Bernal con bigotito anchoa, como corresponde. Luis Gnecco es Neruda. Y lo es, no solo en su actuación histriónica y en su tono de voz y cadencia, sino también con su físico, mimetizado hasta el detalle con el poeta trasandino. Mercedes Morán, como la esposa argentina devota, completa un trio de actores sólidos y creíbles. Hay un intento del director, por fusionar en la trama elementos de corte fantástico, un realismo mágico que no suma, y hasta confunde al espectador que en algún momento de la trama se preguntará qué es real y qué es metáfora. Más festivalera que industrial, es una cinta con grandes valores artísticos, pero de desarrollo lento. Un metraje que puede resultar extenso, sobre todo a la hora del clímax que parece nunca llegar.
Centrada en el momento en el que Pablo Neruda pasa a ser un perseguido político y debe exiliarse, Larraín construye una serie de viñetas unidas a la manera de un thriller de suspenso por el personaje de García Bernal, el detective que lo busca. Hay algo de “grandes éxitos de Neruda” y un intento por mezclar ficción y realidad, pero el filme sólo levanta vuelo en la persecución por los Andes, casi de western, en la última media hora. El resto es disfraz y un poquito de pretensión.
Pablo Larrain como director y el guionista Guillermo Calderón abordan la figura legendaria de Pablo Neruda desde un punto de vista original. No se trata de una biografía del poeta, sino de un acontecimiento en particular que les permite a los creadores abordar su figura, el momento político como ejemplo de lo que va a ocurrir después en Chile y la creación literaria pura. Y es también una metáfora que enfrenta al poder y la libertad creativa. Parten del momento en que el poder en Chile proscribe al partido comunista y Pablo Neruda como senador de ese partido se transforma en un proscripto. Y tiene un perseguidor, un policía de extrema derecha que solo quiere apresarlo y comienza entonces un juego del gato y del ratón, donde el poeta siempre puede escabullirse en el ultimo minuto, pero a medida que avanza la película el juego es otro y mucho mas atractivo. El personaje Neruda es presentado como un hombre que tiene un apetito desmesurado e inagotable por el placer, con contradicciones, grandilocuente pero también con el talento a flor de piel. Por momentos un niño caprichoso, un seductor incontrolable, dionisíaco, amado y feliz por tanta pleitesía. Encarnado por Luis Gnecco con todos sus claroscuros. Mercedes Moran en un gran trabajo como la pareja del poeta. Y Gael García Bernal, el perseguidor, el verdadero protagonista y relator del film con un personaje presentado como la contrapartida: pequeño, enjuto, corto de inteligencia y de visión de su presente, un lobo con un solo objetivo. Cumple con lo que le exige su personaje. Un film creativo y arriesgado, de belleza formal y contenido complejo e interesante.
ENTRE LA VERACIDAD Y EL VEROSÍMIL Toda narración que gira en torno a la vida de una gran figura, siempre desata el debate respecto de su veracidad, más allá de tratarse de un relato documental o ficcional. Tal es el caso de Neruda (Tony Manero, No y El Club) el nuevo film del realizador chileno Pablo Larrain. Y lamentablemente, en el marco de la crítica parece ser un punto ineludible el señalar qué aspectos del film retratan mejor ese fragmento de la vida del poeta y cuáles se alejan. La indicación no es en sí errónea, pero lo que puede resultar tedioso es tratar de determinar el valor de la narración en función de lo que de veraz tiene respecto de la vida de Pablo Neruda. Empecemos entonces realizando algunos de estos señalamientos ineludibles. El film retrata solo un fragmento de la vida de Neruda (Luis Gnecco) que refiere al momento en el que siendo senador del Partido Comunista es perseguido por el gobierno de turno. El entonces presidente Gabriel González Videla, quien había asumido gracias al apoyo del partido, había implementado una serie de medidas políticas que no fueron bien recibidas por los comunistas quienes comenzaron a tildarlo de traidor. Neruda realiza, allá por el año 1948, una serie de declaraciones públicas en las que manifestaba que el presidente había “vendido” secretos de Estado a los norteamericanos así como le reprochaba haberle dado la espalda al partido que había logrado que aquel llegara al poder. Frente a esta tensión, entre el gobierno y el partido, sumado a las declaraciones del poeta, González Fraga comienza una querella por injurias y calumnias que culmina en el proceso de desafuero del senador poeta. Este es el puntapié inicial de una larga persecución que dura un poco más de un año. El film intenta narrar parte de este proceso que implica la entrada a la clandestinidad, el acecho policial, la fuga de Pablo Neruda junto a su segunda esposa Delia del Carril (Mercedes Morán), una argentina aristócrata que apoya la causa, su relación con el artista Pablo Picasso, algunos fallidos intentos de cruce de frontera, el arduo y exitoso cruce a caballo a la Argentina y, finalmente, su llegada a Europa. Por supuesto, cuando un film está narrando la vida de una celebridad que ya vivió y murió, no se le puede reprochar a la crítica andar contando los finales ni develando las intrigas. Además, realmente el film, que sí narra estos pormenores, en realidad está hablando de otra cosa porque de eso se trata la ficción. De lo contrario, Pablo Larrain hubiera realizado un documental con testimonios y documentos que fundamentan y argumentan su construcción. Pero Neruda es una narración ficcional que aunque es veraz en muchos aspectos, particularmente lo señalados hasta ahora, lo cierto es que se toma varias licencias. La única que merece ser señalada es relativa al personaje que persigue incansablemente al poeta. Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal) fue un policía que efectivamente existió aunque los historiadores señalan que el perfil del personaje se encuentra alterado. El mismo hijo de Peluchonneau llegó incluso a hacer algunas declaraciones públicas por no sentirse a gusto de que hubieran mantenido el nombre real de su padre. Justamente porque el perfil del policía si se encuentra ficcionalizado y, a la mirada de su hijo, no lo deja bien parado. Efectivamente, el film trata sobre esto y no sobre lo que los documentos han legado. Hacia la mitad del film, el centro de atención pasa a ser este personaje que, si bien narra en voice over desde el inicio, comienza a acaparar la atención narrativa. Neruda habla más sobre la manera en que un personaje se construye gracias a otro. En este caso, cómo un personaje secundario puede tornarse principal, porque el film habla básicamente de la persecución en cuanto acción (no sucede otra cosa más que esto) y de este giro de interés. No nos interesa Pablo Neruda, del que ya todo sabemos o podríamos saber, sino este policía mediocre cuyo sentido, como personaje de una trama, solo puede construirse en esa misma carrera de caza al poeta. Y hasta aquí, la idea me resulta genial salvo por el tiempo que demora en platearla. ¿Es necesario una hora para expresar de qué se trata una película? Tal vez sí, no hay fórmulas para ello, pero me hubiera resultado un tanto menos tedioso si lo anterior hubiera tenido una dinámica que me permitiera llegar con mi atención entera a los 60 minutos de duración. El fuerte del film es el acecho en cuanto tal y la relación entre un perseguido y su perseguidor. Pero va perdiendo algo de fuerza o nunca la encuentra en todo el transcurso del film. En este sentido, la apuesta es arriesgada y logra su cometido parcialmente. Tan atada a su primera hora de duración, cuya impronta es la veracidad, al film le resulta engorroso construir la segunda, completamente vinculada a la construcción de un verosímil. NERUDA Neruda, Chile / Argentina / Francia / España, 2016. Dirección: Pablo Larrain. Intérpretes: Luis Gnecco, Gael García Bernal, Mercedes Morán, Emilio Gutiérrez Caba. Guión: Guillermo Calderón. Música: Federico Jusid. Fotografía: Sergio Armstrong. Duración: 107 minutos.
Habían pasado tres años del fin de la Segunda guerra mundial, y Pablo Neruda pasó a la clandestinidad en su propio país el 6 de enero de 1948 cuando el presidente González Videla ilegalizó el partido comunista chileno. Su desarrollo va a través del relato de quien lo perseguía como un perro de caza un inspector de nombre Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal), encargado de captura al fugitivo líder comunista. Va mostrando el carácter del poeta y senador, su carácter, sus caprichos, su carisma con las mujeres y con sus seguidores. Vemos un Neruda opositor, rebelde, que sabe lo que quierey tiene sus ideales. La fotografía es maravillosa. Contiene una buena dirección de actores sobresalen las de Gnecco y Gael y correcta interpretación de Mercedes Morán como Delia del Carril la segunda mujer en ese momento.La película tiene algunos baches, repeticiones, la voz en off en algunos momentos resulta innecesaria y por momentos se hace algo pesada, como así también mostrando tanto la figura del inspector Peluchonneau, a veces parece más figura que Neruda.
Fachada Neruda, de Pablo Larraín, es una película, en apariencia, sobre Pablo Neruda. El relato narra la huida de Neruda (Luis Gnecco) a la clandestinidad debido a la persecución del Presidente Gabriel Gonzales Videla, y los esfuerzos del oficial Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal) por capturarlo. Como es común en muchos biopics, Peluchonneau es el personaje ficticio que se utiliza para que el espectador se identifique con una mirada externa al personaje famoso. Larraín, sin embargo, busca darle otra vuelta y, entre muchos de los diálogos internos con ínfulas de profundidad que escupe el personaje de Bernal, sugiere que el tal Peluchonneau es un personaje imaginario ideado por el mismo Neruda para crear la épica de su escape. El problema es que este intento de juego entre realidad y ficción no se desarrolla nunca más que en esas pequeñas líneas. De sacar sólo esos breves diálogos, el film no cambiaría en nada, demostrando la superficialidad del ejercicio de Larraín. Su objetivo real es aparentar, pasar por compleja una película prolija técnicamente, pero vacua y pueril. El retrato que hace de la figura del poeta confirma esto. Larraín crea un Neruda putañero, vanidoso y pasional sumamente obsesionado consigo mismo que recorre fiestas y cabarulos recitando siempre un mismo poema. Quizás Pablo haya sido así, quizás no, el problema no es uno de fidelidad a la persona real, sino de representación. Lejos de cualquier posible humanización, de cualquier escala de grises, lo que Larraín logra es la caricatura del mito derribado, el estereotipo de un “retrato irreverente”. Esta creación, sumada al discurso vacío centrado en el personaje del policía, simulan la presencia de un film importante, con cosas para decir, que no teme desafiar la imagen de una gran figura. Pero al estar tan mal disfrazadas, solo revelan las verdaderas intenciones de Larraín: la búsqueda del aplauso, la ovación en algún festival, el reconocimiento del público sofisticado. No está equivocado Peluchonnaeu cuando duda de su propia existencia, solo le erra en el alcance de su teoría. No existe el personaje, porque acá tampoco hay una película.
Crítica emitida por radio
El fantasma uniformado. Neruda, la película dirigida por Pablo Larraín (Post Mortem, No, El Club) centrada en los años de clandestinidad del poeta, escondido por todo el país junto a su segunda mujer, Delia, tuvo una excelente acogida por parte de la crítica en el pasado festival de Cannes (mayo 2016). No es una biografía (en todo caso un pedazo de “antibiografía”, según definición del propio realizador), en la que todo ocurre durante el verano de 1948 cuando Pablo Neruda (Luis Gnecco, actor chileno de teatro, cine y televisión), senador de la república, en una sesión del Congreso acusa al gobierno chileno de traicionar a los comunistas, lo que provoca que el presidente, el dictador González Videla –con el que había colaborado el que más tarde sería Premio Nobel de Literatura en la campaña electoral-, le prive del aforamiento y ordene su busca y captura. Mientras la pareja huye, saltando de una residencia a otra, perseguida por el siniestro y patético prefecto de la policía (Gael García Bernal, Y tu mamá también, Diarios de motocicleta), Neruda comienza a escribir el “Canto General”. El punto de partida de este trabajo sugería un intento de condenar los terribles actos llevados a cabo en el seno de la Iglesia, pero Larraín nunca parece estar interesado en hacer lo que se espera, sino en llevar al espectador por caminos que hasta ahora no ha transitado, o al menos no de la manera que sugiere. De esta forma, transforma sus propuestas para que se desmarquen de la apariencia, explorando senderos puramente cinematográficos. Si en El Club era el tono –parte esencial de la atmósfera– el elemento fundamental de la experiencia, en Neruda la pieza clave es la mirada, el enfoque conceptual que se le da a un punto de partida que, en manos de otro, no habría pasado del biopic convencional. En paralelo las dos vidas de perseguidor y perseguido que no llegan nunca a cruzarse, tan solo se intuyen cerca, y con la historia narrada por la voz en off del actor mexicano Gael García Bernal, este relato de las aventuras de un Neruda bebedor, putero, fumador de opio y bardo genial, mezcla realidad y fantasía sin establecer distinciones entre ambas, con guiños al surrealismo (Buñuel) y al cine negro (Hitchcock), tiene más en cuenta lo que el poeta representa en el imaginario chileno que los hechos propiamente históricos. El resultado es un regalo para la vista, un poema visual “tejidos de escenas cortas, insólitas, caústicas y soñadoras” (Cécile Mury, Télérama): disfrazado, Neruda recita su Poema 20 en una fiesta que más parece una orgía, en unos urinarios se burla de su adversario político… Angustiado, sabedor de antemano del fracaso, llegando siempre demasiado tarde, el policía es un personaje de una pieza, “casi como el malo de un comic” que se traslada de la fontanería del poder en la capital Santiago hasta la cordillera de los Andes, siguiendo la estela de magia y fascinación que Neruda va dejando a su paso. En una de las casas, le deja también un libro. “La caza a Neruda es como el ensayo general del drama político que se avecinaba en Chile y que Pablo Larraín ha escrutado en todas sus películas. De alguna manera, un tal Augusto Pinochet, al que vemos dirigiendo un campo de concentración de prisioneros, esperaba su hora. La de matar la poesía”.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
Neruda: Puedo capturar al poeta más buscado esta noche. Larraín saca su artimaña más poderosa para mostrar un policial original y divertido; y así describir el perfil de uno de los poetas más famosos del mundo. La película “Neruda” tuvo mucha repercusión internacional por parte de los festivales (apertura del 31º MDQFest) y consiguió algunas nominaciones en premiaciones prestigiosas (nominación a los Globos de oro y otra a Critics Choice Award). Pero ante la prueba mayor del Oscar, fue la representación de Chile por la categoría mejor película de habla no inglesa, quedó afuera antes de lo previsto sin siquiera llevar a las 9 preseleccionadas. Decayendo la figura de Larraín ante la aclamada Academia que también ignoró en parte a su otra obra Jackie, próxima a estrenarse en nuestro país. La figura del Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda, siempre fue de interés popular. En especial para los artistas, y quien más que el realizador chileno, Pablo Larraín, para crear una nueva mirada picara, dramaturga, una construcción con todas las fisuras posibles que los artistas tienden a tener. Se construye el personaje desde adentro para contar sus acciones desde afuera. Deja de importar sus acciones y comienza a mezclarse sus convicciones y pasiones internas para desembarcar al verdadero poeta. Pero ¿De qué forma lo hace el director? Los ojos del otro son la clave de esta observación. El largometraje nos deja en claro que no es un biopic normal, es un rejunte de la visión de su perseguidor y las pistas que vemos que deja en lugares clandestinos, oscuros pero que tienden alzarse para mostrarse. El film tiene un inicio olvidable. Peluchonneau, el detective a cargo de atrapar al comunista más famoso del momento, nos cuenta su historia en una presentación en voz off (que por momentos es abusiva) donde el relato va mostrando los personajes y objetos en juego. Sin embargo, es también su subida a medida que el metraje continúa que la hace grandilocuente. La interpretación de un Gael García Bernal apasionado le da vida al tétrico policía/detective, (el mexicano tiene afán por la poesía, incluso recitó un repertorio de Neruda en Diarios de Motocicletas), quien busca constantemente su orgullo, que cree haberlo perdido por decisiones fuera de él y que el único que puede enmendarlo son sus méritos. Solo y sólo él puede obtener crédito de escanear al militante de izquierda. En cuanto a Luis Gnecco, solo basta escuchar al verdadero autor de “20 poemas de amor y una canción desesperada” para comparar el calco que se realizó el actor veterano. Mientras que Mercedes Morán interpreta la pintora Delia del Carril (la segunda esposa del escritor) que da aire a la trama y genera un clima fresco y tendencioso en la figura del poeta. Son esas contradicciones, esas relaciones las que no tienden hacia el final. El realizador latinoamericano se vuelve a apoyar en su camarada Guillermo Calderón para la estructuración del guion que contiene chiste ingenioso pero cae en la reiteración. Además, de una fina recreación de los años ´50. La propuesta tiene fuerza en la reivindicación del género policial. Y Larraín demuestra que es una de los mejores directores de América Latina de los últimos años.
Juegas todos los días. "Juegas todos los días con la luz del universo…" Neruda empieza como un juego visual. Con gran angulares y planos abiertos nos vamos introduciendo al personaje. Se trata del poeta Pablo Neruda, en ese momento senador de Chile. En una gran escena inicial discute con varios de sus adversarios políticos, de traje y con toda la elegancia intelectual, nada menos que en medio del lujoso baño del congreso. Pero va a empezar a correr riesgo su vida a raíz de su peligrosa posición política. Comunista. Cuando el propio partido le aconseja escapar, un detective de la policía (Gael García Bernal) comenzará a buscarlo por todas partes. Por unos momentos lo visual se deja un poco de lado y hacia el final este policial terminará jugando nuevamente con las inmensidades, esta vez, de la cordillera. "A nadie te pareces desde que yo te amo…" Lo interesante de Neruda es que en realidad parece estar narrada por el perseguidor. Este detective, odia a Neruda, se burla, lo desprecia. Pero no solamente lo desprecia políticamente. La película también se encarga de mostrar las supuestas contradicciones del poeta. Es un firme comunista que no deja de disfrutar de las fiestas y los excesos. Los pensamientos del detective también describen despectivamente la propia escritura del poeta. Pero como su trabajo lo requiere, el perseguidor empieza a conocer cada vez más a Neruda, lo lee, se introduce y se pierde en su mundo. Los pensamientos ficticios y los reales empiezan a difuminarse. Pronto parece próximo a enamorase, del personaje y de sus versos. ¿Acaso hay otra manera de enamorarse? Nos enamoramos indagando. Leyendo un poema más de una vez. Mirando una película muchas veces. Viendo pasar a la misma persona todos los días. Conociendo su mundo, deteniéndonos en sus detalles. Eligiendo. Teniendo amores únicos porque supimos conseguir miradas únicas.
Se estrena Neruda, el nuevo film del chileno Pablo Larraín -Jackie- protagonizada por Gael García Bernal, Luis Gnecco y Mercedes Morán. “La fantasía es la realidad o la realidad, una fantasía”, declara Neruda en el sexto opus del prolífico director chileno, Pablo Larraín. Después de las oscuras Tony Manero, Post Mortem y El Club, -pero previamente a su primera incursión en Hollywood con Jackie– Larraín vuelve a explorar otro momento histórico fundamental de la historia chilena: la persecución del poeta Pablo Neruda y la caza de brujas hacia los comunistas de la década del ´40. Con una impecable reconstrucción de época -en parte filmada en Argentina- Larraín y su guionista, Guillermo Calderón, arman un thriller con bastante humor negro, imaginación y libertad creativa. Consciente de su propio artificio, Neruda tiene dos puntos de vista: el del ratón -Neruda, interpretado a propósito con cierta teatralidad por Gnecco- y el del inspector Peluchonneau, que es el gato de esta historia -Gael García Bernal, en su segunda asociación con Larraín, después de la ingeniosa No– y cumple un rol fantástico y caricaturesco, inspirado en los detectives de las novelas negra de la época. Larraín es un gran evocador y cinéfilo, se anima a jugar y mezclar la realidad con la ficción, pero sin remarcar el límite. Entre pintorescos decorados y un inspirado diseño de iluminación, el director revela demasiado rápido sus cartas, y más allá de la denuncia política sobre el arribo del fascismo en Chile -y la sombra latente de Pinochet-, del retrato y sátira de las disputas políticas en el Congreso -cuando Neruda era Senador-, del lujoso -fiestas de la high society– y lujurioso estilo de vida del poeta -así como su amor genuino por su esposa argentina Delia Del Carril, interpretada por una Mercedes Morán que aporta un poco de naturalidad ante tanto artificio-, el film se comienza a agotar y reiterar en sus ideas. La primera resulta brillante, impecable narrativamente, atrapante y divertida, pero en la segunda las acciones se repiten sin demasiada creatividad. El ritmo también decae y se pierde el interés inicial y general. A pesar del notable terminado técnico -meticuloso y relevante trabajo de diseño sonoro-, estético y artístico, Neruda se convierte en la primera decepción en la filmografía de Larraín. Un film cuya intención es levantar vuelo poético propio -independiente de la poética del icónico protagonista, que nunca es explorada a fondo, despegando al personaje de su arte, casi como una burla hacia su trabajo- pero que se termina evaporando en el aire por agotamiento de ideas. Queda solo como una anécdota, una nota al pie, de lo que pudo haber sido una gran película.
La prepotencia de la palabra Lejos de ocultar su fascinación por la ficción como recurso narrativo, el director chileno Pablo Larraín construye un policial lírico camuflado en el disfraz de la biopic para marcar un punto de inflexión en un género siempre acorde a la anarquía del almanaque y al respeto por el bronce. Neruda se hace grande no por lo que representa la figura del poeta y su causa política, no por su etapa clandestina o su espíritu lúdico al deambular por las calles chilenas en épocas donde la lucha contra el comunismo era la única melodía que se podía escuchar. Todo lo contrario Neruda se hace grande por la mirada de los otros, por la lectura de sus poemas de amor desesperados, en definitiva porque no hay forma de matar al poeta si no se logra que se lo olvide. En ese sentido, es adonde Pablo Larraín le encuentra la vuelta a un guión literario que articula perfectamente una pesquisa policial, una persecución por paisajes ideales para la poesía visual y bucea en algunos rasgos y datos históricos sobre el poeta chileno, con la distancia justa para no dejarse arrastrar por su personaje y dejarlo al borde de la caricatura para que todo lo demás que lo rodea lo complete. Y lo hace con absoluta conciencia y riesgo al ponerlo a la par de su antagonista, un detective extraído de cualquier policial negro, persona y personaje a la vez, y a la deriva en su fuga. El policía encarnado por el mejicano Gael García Bernal no sólo se fuga de la sombra de su padre, también policía, sino de su sentencia de rol secundario en una aventura como la que plantea su perseguido. La distancia de Pablo Larraín y su intento de salirse de lo convencional queda plasmada en la secuencia del acalorado debate político del Senador comunista Pablo Neruda y sus colegas en el baño, mientras lavan sus manos y sacuden sus palabras. La política resumida en un duelo dialéctico y retórico completamente alejado de la realidad puertas afuera y del sufrimiento del pueblo sojuzgado, con eso basta. ¿Qué debía hacer un artista antes que un político? Ese es el dilema que sobrevuela sobre el Pablo Neruda público, antes y durante su aventura clandestina. Por eso Neruda asume el riesgo de no respetar el código de una biopic, recurso parecido al que el mismo Larraín emplea en la todavía no estrenada Jackie. Toma fragmentos de biopic para impregnarlos de lírica; recupera el poder de la ficción para reflexionar sobre las formas de representar y escudriñar entre el mito y la persona. No hay otro protagonista en este opus que la prepotencia de la palabra contra la prepotencia de los brutos. Tal vez a eso se deba la omnipresencia de la voz en off del detective, otro narrador implacable que parece desnudar al Pablo Neruda libertino y cual Salieri para Mozart es capaz de reconocer su secreta admiración por el ingenio del artista y esas pistas que deja a lo largo de su persecución. Quizás el legado no sea otro que convertir a la propia vida en una novela, sin buenos ni malos pero siempre persistentes ante el olvido.
El Pablo Neruda de Neruda está lejos del mármol y ahí radica uno de sus principales méritos. El otro, consecuencia del primero, es que este film del realizador chileno Pablo Larraín está embuido de un tono zumbón que se visualiza en la propuesta general y en el trazo de sus personajes en particular. La película lleva por título el nombre del retratado porque tiene con qué: Larraín cuenta a su antihéroe (los personajes centrales de su obra siempre lo son) con sangre en las venas, lejos del poeta indestructible o el superyo romántico latinoamericano que quedó en el inconsciente colectivo. Es decir, Neruda es Pablo y antes que el escritor bendito por ser maldito es un señor altanero, pedante, egocéntrico, un poco maltratador y afecto a los prostíbulos. El mismo que quiere ser líder de un concepto revolucionario mientras se deja conducir por su esposa (correcta aunque un tanto apocada Mercedes Morán), a quien, al mismo tiempo, pone en un segundo plano para, quizá, contradecir lo que ella le espeta en medio de un cruce intenso: "Vos no sos el artista, yo soy la artista". El Neruda de Larraín tiene su versión carne y hueso en la performance de Luis Gnecco, a fuerza de clase, modos teatrales y, sobre todo, oficio. Enfrente está el cazador de comunistas que encarna Gael García Bernal, quien sorprende con una composición cuasi paródica del militar errático que llega siempre tarde a cada rincón que elige su presa para esconderse. La labor del actor mexicano aparece como una profundización posdramática de su trabajo en Eva no duerme, el film argentino en el que jugó el rol de un truculento y fatalmente paródico Emilio Eduardo Massera. Hay, por otro lado, un paratexto que ubica a la película en un lugar de inconveniencia política que vuelve aún más interesante al film, a su vez parte de una obra del Larraín director que en los últimos parece estar parada donde no debiera. Luego de los amables opus pop Fuga y Tony Manero, Larraín se metió en la década del 2010 con el thriller Post-morten, cuyo escenario es una morgue y su contexto histórico los últimos días de Salvador Allende. Más tarde vino No, ficción sobre el publicista que encausó la campaña del No a Augusto Pinochet que derivó en el regreso de la Democracia a Chile. Ambos films fueron estrenados durante la presidencia de Sebastián Piñera, un público y notorio defensor de Pinochet. En 2015, en tanto, mientras el mundo se ponía a los pies del papa Francisco, Larraín estrenó El club, una de las más feroces narraciones que el cine latinoamericano se animó a parir sobre la Iglesia Católica. Y lo hizo en Chile, donde el poder religioso ocupa un lugar sociopolítico de alto voltaje. Y ahora, Neruda, en el contexto de un Chile entregado a la Alianza del Pacífico y con Michele Bachelet pergeñando junto a Mauricio Macri el comienzo del fin del Mercosur. Un tipo jodido, Larraín.
La visión con la cual Pablo Larraín toma a la figura de Pablo Neruda es bastante convencional para los tiempos que corren, mas no así su enfoque narrativo. Neruda se centra en los meses de persecución política que sufrió el entonces senador del Partido Comunista chileno, esto es, un período específico de su vida. Eso se viene viendo en el terreno de las biopic hace rato. La vuelta de tuerca es cómo se cuentan esos meses ajetreados. Así es como en Neruda hay una metanarración latente, que se cruza todo el tiempo con un policial noir que narra el detective encarnado por Gael García Bernal, encargado de la misión suprema de perseguir al laureado poeta. La trama de la película se desliza como un poema del autor, con un sinfín de cantos y recitaciones en público que ayudan a redondear la idea de esta figura mítica del arte, con todas las variaciones de grises que ello conlleva. “Debe hacer el amor con una rosa en su boca” menciona alguien, totalmente obnubilado con la facilidad con la cual Neruda comanda una reunión, donde sí o sí tiene que recitar sus prodigiosos sonetos. Pero también está la figura infantil del poeta, a veces mezquina, mujeriega y caprichosa a la cual le parece un juego que sea perseguido políticamente. Luis Gnecco encarna al escritor de una manera potente, sin recurrir a manierismos ni afectaciones severas. La caracterización es espeluznante, pero la maravilla es el actor que se arma de valor y sale airoso interpretando a una persona clave de la historia chilena. Está acompañado de una poderosa Mercedes Morán que tiene pasajes sublimes, pero ninguno más estupendo que la charla que tiene con el detective de García Bernal, donde su pausada voz hipnotiza a la vez que revela un dato que pone patas arriba a la historia. Gael se reúne con Larraín luego de No y su trabajo, aunque grandioso, no va a resultar totalmente convincente para todos. El mexicano ha probado una y otra vez que es un genial actor, y su detective Peluchonneau bien podría hacer salido directo de las páginas de un libro policial, pero a veces puede terminar agobiando con su narración constante. En el camino hay al menos dos grandes momentos de personajes terciarios, que se ven afectados de una u otra manera por el poeta, que realmente succionan el aire del lugar donde se encuentran y electrizan por la manera de contar su roce con Neruda. Aplaudo fuertemente esos dos momentos sumados a los del trío protagónico. El mismo Larraín ha mencionado que Neruda es una falsa biopic. Y viendo la película, uno entiende perfectamente porqué. De cabo a rabo el film es ensoñación pura, una trama donde los personajes se mueven de aquí para allá sin dejar traslucir cuando lo que se cuenta es verídico y cuando es una fábula en la mente de Pablo. Es una manera sutil e interesante de introducirse de lleno en un género que cuando está bien hecho, termina colmado de premios, y cuando no, aplasta a la misma figura que quiere homenajear. En ese aspecto, Neruda sale más que airosa con un director trasgresor que elige el camino menos andado para contar una historia onírica al ciento por ciento.
EL POETA Y SUS FANTASMAS El director chileno Pablo Larraín se ha transformado en una de las voces más frescas y saludables del cine latinoamericano por su versatilidad formal, tomando riesgos con una dirección que maneja la sátira, el drama y un sentido del humor algo solapado pero siempre presente. Con Neruda el director de No (2012) toma un paso audaz al retratar la figura del genial poeta chileno, pero en este caso el riesgo queda empantanado más allá de las buenas intenciones del realizador. El problema central radica en cómo lo representado estructura el relato de forma tal que se balancea entre un viaje introspectivo (el del poeta perseguido por su propia invención literaria) y el biopic, sin lograr que congenien, dando un relato confuso al que, sin embargo, no se le puede dejar de reconocer la formidable actuación de Luis Gnecco y, como se mencionó, la audacia de la propuesta. La base de Neruda es el diálogo, no entre las palabras que cruzan los personajes sino entre los mismos personajes. Al Neruda (Gnecco) perseguido por la obsesión de Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal) los une el vínculo de depredador y presa, en los términos poéticos y existenciales que puede llegar a plantear Julio Cortázar en su célebre cuento El perseguidor. Esto da lugar a un film que más allá de sus virtudes técnicas no logra salir airosa del mejunje de géneros que terminan sumergiendo la historia, a menudo balanceándonos al thriller histórico con sus realemas de la época en que transcurren los hechos, para luego tornarse de un lirismo agobiante en su desenlace de western. Este mismo lirismo es recurrente en la persecución de Oscar, cuyo tono reflexivo en una asfixiante voz en off, por momentos nos hace olvidar lo que vemos en el encuadre. Son estos monólogos, que a menudo se valen de expresiones poéticas un tanto cripticas, lo que llevan al film a la risibilidad porque su tono de reflexión desvirtúa el rigor de thriller que por momentos maneja con holgura. Esto sin mencionar las dificultades al entregar un cierre donde el diálogo que mencionamos aparece subrayado hasta el hartazgo, abandonando toda sutileza. La trama política que atraviesa el relato y cómo las contradicciones del personaje son expuestas tiene en Larraín a un realizador que vuelve sobre la historia de su país y el imaginario que construye de una forma inteligente, aunque los resultados están lejos del brillante guión de No y el ritmo narrativo que lograba también en films como El club (2015), disolviéndose en una concepción barroca que no termina de cuajar para desarrollar a la figura de Neruda. En todo caso, sin embargo el film es un ejercicio notable por algunas de las pinceladas que entrega para describir a los demonios del laureado escritor chileno.
Otra huida, esta vez planeada y necesaria. Aquí se cuenta la escapada –obligada- de Pablo Neruda, ya famoso y ya senador nacional, perseguido oficialmente por comunista y acechado por un policía que no le pierde pisadas. Estamos a fines de la década de 1940. Su nombre ya tiene peso. En la vida, en la política y en la calle. El Neruda de Larrain nos deja ver, a través de una mirada poco profunda, su obra y su vida. Es un relato que alterna ficción y realidad y apuesta más al impacto que a la certeza histórica. Un film apenas correcto, que coquetea con el suspenso y la biografía, que acredita una buena reconstrucción de época y unos pocos hallazgos. El poeta y político se escapa y el que cuenta esa persecución es un policía que en el camino, como sabe todo buen cazador, va descubriendo también a su presa. Neruda nos muestra, detrás de sus exagerados contrastes, el mundo cambiante de una figura enorme y vanidosa, llena de claroscuros, mujeriego, sensible, conciente de su poder, algo figurón, una aproximación muy calculada que lo pinta como un poeta que conoció todos los excesos y todos los halagos
El hombre detrás del famoso Para meterse en la historia de Pablo Neruda no hace falta ser un fanático de su obra literaria o un conocedor de la historia política de Chile, simplemente se trata de hacer foco en un hombre capaz de todo por seguir su pasión por las letras y su ideología. Todo comienza en 1948, en el contexto de la Guerra Fría, con el senador Neruda despotricando contra el gobierno. Acto seguido, dada su ferviente militancia comunista, el presidente pedirá su desafuero y comienza el derrotero del poeta. Desde ya que el aura de artista y figura pública sobrevuela a Neruda todo el tiempo. Y Pablo Larraín no escapa a ese perfil. Es más, lo explota al máximo. Muestra su costado contestatario en la arena política y en el debate de ideas, pero también lo expone como un hombre libre y polémico. Capaz de disfrazarse de mujer para que no lo descubra la policía en un prostíbulo, pero sin negarse a besarse con un gay o arrasar con cuanta mujer se tope en su paso. Por momentos es tan desprejuiciado como desagradable; en otros es el emblema de la libertad y será tan leal con la causa comunista como desleal con su esposa, la pintora Delia del Carril, impecablemente encarnada por Mercedes Morán. Cuando Neruda se convierte en prófugo aparecerá en escena el detective Peluchonneau (García Bernal), quien hará una causa personal con su persecución. En esa búsqueda se encontrará a sí mismo y por ese costado pasará lo mejor de la película.
Pablo Larraín, director chileno, se presentó el año pasado en el Festival de Cine de Mar del Plata con “El Club”, una película que realizaba una crítica a la Iglesia, denunciando la corrupción, la pedofilia y su relación con la dictadura chilena. Esta gran producción se convirtió en la candidata al Óscar por Chile. En esta oportunidad, Larraín llegó nuevamente al festival con “Neruda”, película elegida para la apertura del evento y para presentarse en la sección panorama. La misma cuenta la historia del poeta Pablo Neruda en 1948, cuando el gobierno de Chile ordena su captura. Perseguido por un detective, Neruda deberá pasar a la clandestinidad y organizar su huida. El argumento planteado en la premisa es interesante y nos muestra una época particular de Chile, donde el gobierno recibe directivas desde Estados Unidos para terminar con el partido comunista. Neruda es tomado como uno de los representantes más populares del partido, exponiendo la realidad social y política a través de sus versos. Si bien tenemos una constante persecución entre el detective y Neruda, no nos encontramos con un relato ágil, sino todo lo contrario. La película presenta un ritmo lento, el cual por momentos se torna un poco pesado. Hay que destacar las actuaciones de los protagonistas, Luis Gnecco, Gael García Bernal y Mercedes Morán, como también la ambientación de la época, con sus autos, vestimentas y las distintas locaciones. “Neruda” es una película que a priori exhibe una premisa atractiva y que es desarrollada de una manera correcta, pero que carece de un ritmo más llevadero y dinámico que podría presentar una película que habla sobre la persecución y censura de un partido político, a tres años de haber terminado la Segunda Guerra Mundial. Puntaje: 3/5
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