El opio del pueblo Al igual que en los casos de las también disfrutables Soy tu Aventura (2003), Pájaros Volando (2010) y Por un Puñado de Pelos (2014), la nueva película de Néstor Montalbano es una comedia absurda que examina el ADN de la argentinidad, lo que en términos prácticos significa coquetear tanto con las alegrías como con las miserias de esta vasta tierra que habitamos. No Llores por mí, Inglaterra (2018) es sin duda su propuesta más ambiciosa porque se mete con el período colonial en general y la Primera Invasión Inglesa de 1806 en particular, circunstancia que trajo aparejada la necesidad de una más que importante reconstrucción de época -tanto a nivel material como en lo que atañe al enclave digital- que resulta inusual para nuestro país, redondeando un trabajo bastante potable en el rubro que sin llegar a maravillar deja en claro lo que debe haber sido un esfuerzo enorme. La historia gira en torno a Manolete (Gonzalo Heredia), una suerte de proto empresario/ organizador de encuentros de catch que termina preso cuando uno de sus peleadores no acepta el resultado arreglado de antemano para la contienda y el asunto deriva en batalla campal. El hombre se salva de la condena cuando las tropas británicas invaden Buenos Aires, lo que deja a cargo de la ciudad a la máxima autoridad anglosajona, Beresford (Mike Amigorena), quien para apaciguar los ánimos de los pobladores locales les presenta al fútbol, un deporte nunca antes visto por estas pampas que pretende usar como herramienta de control social/ político/ bélico. Pronto Beresford le pide a Manolete que organice un partido entre los barrios opuestos de Desembocadura y Rivera (Boca y River), el primero comandado por Sanpedrito (Diego Capusotto) y el segundo por un cónclave de oligarcas. Una vez más todo termina en lucha y justo cuando el protagonista estaba por irse a Brasil con su novia Aurora (Laura Fidalgo), Beresford le propone un encuentro deportivo entre los criollos, luego rebautizados Argentina, y un equipo de británicos, dando pie a que la trama se unifique con los esfuerzos de los rebeldes -con Santiago de Liniers (Fernando Lúpiz) a la cabeza- para expulsar a los invasores y recuperar la ciudad para la monarquía española. Gran parte de los chistes del film están condensados en las anacronías en lo referido a la jerga de los personajes, las situaciones planteadas y los latiguillos actuales del microcosmos del fútbol trasplantados al pasado remoto, lo que genera una película por momentos muy hilarante y en otras ocasiones apenas simpática, cuyo modelo definitivamente es -allá a lo lejos- el cine de los Monty Python y sus prodigiosas parodias ácidas y semi costumbristas. Sinceramente sorprende el excelente desempeño de Heredia y Amigorena, los dos grandes protagonistas de la odisea, la cual sin embargo depende mucho del siempre genial Capusotto para infundir algo de esa anarquía y ese delirio que tanto necesita una obra que está bien trabajada a escala narrativa aunque carece de verdadero desenfado, lo que de todas formas da por resultado un producto popular un poco maniatado pero entretenido y bastante cumplidor en cuanto a su premisa de base, orientada a subrayar el vínculo entre la oligarquía local (los burgueses repugnantes de Rivera), los lúmpenes explotados (los habitantes de Desembocadura) y en especial el fútbol como “opio del pueblo” utilizado por los poderosos -ya sea en el colonialismo de antaño o el neocolonialismo de hoy, bajo una apariencia de libertad y autonomía democrática- para despertar antagonismos ridículos, vender palabras vacuas como “pasión”, ganar muchísimo dinero y mantener anestesiada a la población con el objetivo de que el deporte se coma a los problemas reales del país como la pobreza, la inequidad y la presencia de esa oligarquía cuyos socios foráneos son más o menos siempre los mismos, léase cualquiera que les permita perpetuar la especulación…
Comedia despareja. Lo mejor que tiene No llores por mi, Inglaterra son dos cosas: El afiche y el título. Ninguna de las dos cosas influyen sobre el contenido de la película, pero igual merecen ser destacados. El título, herencia del musical británico que ayudó a creer el mito de Evita fuera de la República Argentina, es una buena cita y tiene algo de simpatía. El afiche, al estilo de los films de acción de las últimas décadas del siglo XX, es realmente muy lindo. Mis felicitaciones a quien lo haya diseñado. Ahora bien, la película es otra cosa. La historia que cuenta el nuevo film de Néstor Montalbano (Cómplices, Soy tu aventura, Pájaros volando) transcurre en el momento el cual fuerzas inglesas invaden el Río de la Plata con el fin de de quitarle a España el control de su colonia. El protagonista es Manolete (buena actuación de Gonzalo Heredia) un criollo chanta que terminó preso porque una pelea de catch arreglada no sale como lo había planeado. Él y su esposa Aurora (Laura Fidalgo) aprovechan la invasión para soñar con un futuro mejor en Brasil. Pero la invasión inglesa con Beresford (Mike Amigorena) al mando, complicará las cosas para todos. Los ingleses son pocos y hay resistencia, por lo cual Beresford decide fomentar un deporte nuevo llamado football, primero como exhibición, luego apoyando, con colaboración de Manolete, un partido entre dos barriadas antagónicas, La Rivera y Embocadura. Ese es solo el comienzo de esta comedia con tintes satíricos pero fundamentalmente con códigos de humor absurdo. Fútbol, nacionalismo, comedia, una combinación que podría haber dado cualquier resultado. El temor de un relato lleno de fascismo patriotero se disipa, por suerte, y la película elige un tono más inocente y de chistes que buscan esquivar atacar de frente a los temas más complicados. Hay muchas insinuaciones políticas, claro, pero no tienen ni la potencia ni la solemnidad de un film político. Analizar ideológicamente No llores por mi, Inglaterra es otorgarle una intención que no tiene o que no busca poner en primer plano. La comedia es lo principal, como lo fue en las otras comedias del director. Desde las primeras escenas el guión deja claro que no busca realismo ni rigor histórico, todo, incluyendo el fútbol, forma parte del humor, no de los manuales de historia. Anacronismos fuertes y obvios se multiplican y son el tono del film. Lamentablemente luego de una media hora inicial con ideas y mucha fuerza, la película se estanca, se vuelve larga y repetitiva, y la mayor parte de los chistes carecen de timing o gracia. Algunos guiños y presencias cercanas al fútbol argentino conseguirán con su demagogia algunas risas en la platea. Algunos momentos de humor están logrados y algunos méritos parciales también sorprenden. Fernando Lupiz interpretando a Liniers hace despliegue de sus habilidades para el esgrima y también da con el humor. Sus escenas, breves, funcionan muy bien. Para sorpresa de los espectadores, la mejor escena a nivel técnico es la batalla. Las escenas de fútbol, se sabe desde siempre, son otra cosa. No es fácil lograr buenas escenas de fútbol, aun con jugadores profesionales involucrados. El problema de la película no es su ideología. Temas complicados como la Guerra de Malvinas no es encarado ni en chiste, aunque se habla de que es mejor jugar al fútbol que hacer guerras. El nacionalismo tampoco está recargado, y hay palos para todos lados, como debe ser en una sátira. Sí hay muchos lugares comunes, algunos menos simpáticos que otros, y alguna frase por aquí o por allá puede caer mejor o peor. Por lo demás, se trata de una estructura de film de deporte con humor populista. Algo así como una vieja película de Manuel Romero o un film de deportes como los americanos suelen hacer con el fútbol americano, el básquet o el beisbol. Tal vez, y a diferencia del mencionado Romero, le falta un poco de luminosidad y final festivo con todos hermanados. Cada película tiene derecho a tener sus propias ideas. Y la dama en desgracia de la película, Aurora, es un personaje que no tiene su razón de ser y carga sobre sus hombros las peores escenas del guión. Recién al final, para armar una escena de aventuras clásicas, queda justificada su presencia. Lo mismo pasa con varios personajes, abandonados a su suerte, con saltos en la historia que muestran una gran desprolijidad, saltando a varias escenas clava de forma atolondrada y sin mucha fluidez narrativa. La película se ve muy pobre en sus escenas de efectos especiales, muy por debajo de su desarrollo en vestuario y locaciones que ayudan a la dirección arte a ser creíble. No llores por mí, Inglaterra prefiere no generar polémicas ni provocar controversia, es solo una comedia liviana que parte de una buena idea pero que no logra entretener ni hacer reír.
Parecería adrede el lanzamiento de esta original propuesta cinematográfica de Néstor Montalbano, ya que estamos palpitando el comienzo del Mundial de Fútbol, pero no. Este guion que escribió junto a Guillermo Hough no tuvo el presupuesto necesario en 2004, por lo que tuvieron que esperar hasta que se unieran dos productoras: una local (Pelícano Cine) y otra uruguaya (Cordón Films). El director Montalbano cuenta con su actor fetiche: Diego Capusotto, con el que trabajó en televisión en productos como “Cha Cha Cha”, “Todo por dos pesos” y en cine en “Pájaros Volando”, que es su película más reconocida. En este nuevo film, combina el estilo de todos estos productos anteriores, es decir, una mezcla fluctuante entre la comedia irreverente y una crítica a lo establecido socialmente. Coquetea con lo absurdo, con chistes anacrónicos y con constantes gags relacionados al fútbol: desde Riquelme hasta Maradona y Messi. La historia comienza en 1806, cuando los ingleses invaden Buenos Aires, hasta entonces bajo el mando de la Monarquía Española. Instalados, y para distraer a la población, el General Beresford (un correcto Mike Amigorena) les presenta un nuevo juego: el fútbol. La idea es tenerlos entretenidos hasta que lleguen los refuerzos desde Inglaterra. Manolete (un sorprendente Gonzalo Heredia), una especie de empresario de espectáculos, que está siempre a la pesca de algún negocio para mantener contenta a su mujer (la no tan convincente Laura Fidalgo) piensa que el fútbol puede resultar un buen negocio. Entonces Beresford, que necesita que los criollos sigan distraídos porque sabe que se está formando una resistencia armada, le ofrece a Manolete el gran partido del siglo: Criollos vs Ingleses en la Plaza de Toros. El gran evento se acerca, pero también el ejército comandado por Liniers por la Reconquista de la ciudad. El film cuenta con estrellas de la actuación tales como Luciano Cáceres, Mirtha Busnelli y también con participaciones especiales de Matías Martin, los futbolistas José Chatruc y Fernando Cavenaghi. Pero el que se roba y mantiene en buen nivel la película es Diego Capusotto, haciendo de DT del equipo de Criollos. En cuanto a su producción, ésta es ambiciosa para lo acostumbrado en la región, contando hasta con 1000 extras y escenarios tanto en Argentina como en Uruguay. Lo que supuso un gran desafío fue la reconstrucción de época, tanto material como digitalmente (sin maravillar logra ser correcta). La película cuenta con una banda de sonido acorde, y explotando reiteradas veces el tema “Más o menos bien” de El Mató a un Policía Motorizado, que hay que aclarar que se ajusta bien a lo que se ve. Efectiva para apaciguar la cuenta regresiva con una cinta que logra transmitir la pasión de los argentinos por el fútbol, el ADN de la argentinidad y revivir momentos atesoradas en la memoria. Disfrutable ampliamente.
Fútbol y política. Sátira histórica, pero con un correlato directo con la actualidad. La nueva comedia del director de Soy tu aventura, Pájaros volando y Por un puñado de pelos tiene algunas ideas punzantes y unos cuantos logros a nivel visual, pero también un gran problema: no es demasiado divertida. No somos pocos los que consideramos a la veta patriótica, nacionalista (chauvinista) como una de las peores del fútbol. En este sentido, las alegorías, analogías y paralelismos que propone la película (hay hasta un remedo del mítico segundo gol de Maradona a los ingleses en 1986) no solo son bastante obvias sino incluso cuestionables desde una mirada más purista y si se quiere des-ideologizada. El film está ambientado en 1806, duante los días previos a las primeras invasiones inglesas. El protagonista es Manolete (Gonzalo Heredia), un buscavidas al que en la escena inicial vemos involucrado en una pelea arreglada que, por supuesto, sale mal. Especie de proto-productor de espectáculos, Manolete está en pareja con Aurora (Laura Fidalgo), una atractiva bailarina que, una vez que los soldados británicos invadan Buenos Aires y desplacen a los representantes de la monarquía española, despertará el interés obsesivo del mismísimo William Carr Beresford (Mike Amigorena). La tensión de ese triángulo sentimental se trasladará también al campo de juego. Tras un partido entre RIVERa y emBOCAdura (¿se entendió?), se organizará directamente un enfrentamiento entre las selecciones de Argentina (ya con ese nombre y la camiseta celeste y blanca) y los ingleses, mientras los rebeldes criollos lanzan de forma paralela una contraofensiva en sociedad con el francés Santiago de Liniers (Fernando Lúpiz). Del apuntado match en una Plaza de Toros participarán, entre otros, Catrú (Oscar Chatruc), crack de los locales; y Cavenagh (Fernando Cavenaghi), goleador de los visitantes, mientras que entre las participaciones especiales aparece Matías Martin y Diego Capusotto, actor-fetiche de Montalbano, interpreta a Sampedrito, el más que expresivo DT argentino. Con una ingeniosa reconstrucción de época que apela a mucho trabajo escenográfico y de efectos visuales, un amplísimo elenco pletórico de figuras reconocidas (varias de ellas poco aprovechadas) y con licencias poéticas como múltiples anacronismos y varios clips en los que suena de fondo Más o menos bien, tema de El Mató a un Policía Motorizado, No llores por mí, Inglaterra funciona esporádica, espasmódicamente, ya que en los 104 minutos son más los pasajes irrelevantes (casi de relleno) que los verdaderamente inspirados. Por el tono elegido para la narración no podía exigirse demasiada sofisticación, matices y sutilezas, pero el film luce bastante fallido incluso dentro del esquema de la comedia de enredos. Una pena porque se aprecia un indudable esfuerzo de producción y mucho talento reunido para un ambicioso proyecto del que esperábamos más.
Luego de que el ejército ingles se hiciera con el control de las colonias del Virreinato de La Plata, deciden introducir el concepto del futbol, para distraer a la gente de lo que realmente está sucediendo. Pero un grupo de personas verá en este novedoso deporte, la forma de revivir el sentido patrio que todos tenían dormido. Hoy vamos a hablar del nuevo delirio dirigido por Néstor Montalbano, alguien que no debería necesitar demasiada presentación, ya que sus antiguos proyectos hablan por sí mismos. Así que si entre los lectores hay fans de lo absurdo como arma principal en una película, prepárense para No llores por mí, Inglaterra. Como todo buen film de este estilo, su mayor virtud está en reconocerse ridículo, y explotar dicha herramienta al máximo. Solo así podemos entender el uso y abuso de cromas que se notan y saltan a la vista al segundo de verlos. O la utilización de algunos miembros del elenco, que claramente no son actores, y que difícilmente los volvamos a ver en una película. Pero quizás ahí radica el mayor problema que va a tener en cartelera No llores por mí, Inglaterra, y es que estamos hablando de un film muy de nicho. No solo por el tema del humor absurdo que no es apto para todos; sino que el mundo en el que se centra, es en el del futbol. Y no solo lo decimos por el deporte en sí; sino que además hay muchas referencias y guiños al “balón pie” argentino, y que si uno es ajeno a esto, no los va a entender y va a ver como el resto de la sala se ríe. Para que todo este humor funcione, se debía contar con interpretas que se presten para el ridículo, y por suerte Montalbano los encontró. De Diego Capusottono podemos decir nada que no se sea, ya que este hombre nació para dichos roles. Pero quien destaca y sorprende es Gonzalo Heredia, a quien vemos tomarse muy en broma su rol, cosa que sumado a su carisma, hacen que de inmediato empaticemos con su personaje y su protagónico sea llevadero y creíble. No llores por mí, Inglaterra es recomendable pero para un grupo muy reducido de espectadores. Ya sean por futboleros o porque les gusta el humor ridículo y absurdo (ya si son de disfrutar ambas cosas es un golazo), es un film que deben ir a ver en su primera semana en cartelera, porque por desgracia, estas películas difícilmente duren mucho tiempo en los cine. Así que están avisados y no se olviden de alentar a su equipo favorito.
Pan y circo Como cuenta la historia, la ocupación inglesa de la desguarnecida capital del Virreinato no encontró resistencia: apenas 300 soldados alcanzaron para lograr que el virrey se fugara con el tesoro público, el verdadero objetivo de los atacantes. Mantenerla fue un poco más difícil para el general Beresford (Mike Amigorena), ya que inmediatamente después de su llegada comenzaron a organizarse milicias criollas con la misión de expulsar a los británicos por las armas. En la versión de los hechos que cuenta No llores por mí, Inglaterra, el general sabe que necesita distraer a la población el tiempo suficiente como para recibir refuerzos. Para eso les presenta un nuevo juego: el fútbol. Sin proponérselo encuentra un aliado en Manolete (Gonzalo Heredia), un criollo empresario del espectáculo que ve el potencial comercial del nuevo deporte si logra darle a cada equipo un verdadero incentivo para ganar y que sirva para llenar las tribunas de público. ¿Qué mejor para recaudar que enfrentar en un partido a dos equipos que se odien a muerte? Pero como es de esperar, no todo es tan fácil como Beresford planificaba: lejos de distraer a la gente, el fútbol se convierte para ellos en un arma de resistencia. Escape a la criolla Lo deja explícito a los pocos minutos haciendo que su protagonista juegue con un spinner para matar el tiempo: aunque se apoya en hechos y personajes reales, No llores por mí, Inglaterra no tiene pretensiones de rigurosidad histórica, abraza con ganas al centenar de anacronías que le sirven para contar una historia que podrá ser predecible (y eso es algo que siempre juega en contra de la comedia), pero su gracia está en el tono demencial con que está contada. Todo es incoherente y por alguna razón no desentona tanto como cabría esperar, al menos si se tiene claro qué verás antes de entrar a la sala. Tomársela en serio sería darse un tiro en el pie; no hay forma de disfrutarla con esos ojos. Hace falta aceptar que los británicos hablen en castellano, cada uno con su propio acento o algunos sin él. Hay que mirar para otro lado ante chistes y líneas de diálogo demasiado obvias, a veces con una carga chauvinista que solo tiene sentido dentro del folklore futbolero. Y de eso hay bastante: desde chicanas entre equipos y futbolistas a cassette, pasando por referencias a encuentros históricos que no se quedan en los más conocidos o modernos, sino que hasta llegan al partido del ´66. Claramente hace falta compartir ese código del deporte para aceptar mejor lo que propone No llores por mí, Inglaterra y gran parte de su atractivo pasa por ahí. En todo este contexto puede esperarse que sea difícil evaluar las actuaciones dentro de parámetros rígidos. Los intérpretes se relacionan con diferente fluidez ante ese absurdo: no sorprende que Capusotto se mueva como pez en el agua, Heredia lidera con bastante solidez, José Chatruc sorprende con un trabajo decente teniendo en cuenta que no es actor de profesión. Pero otros secundarios parecen mucho menos cómodos con el tono, y no hacen más que leer las líneas que le tocaron para personajes sin mucho desarrollo. En donde toda esa incoherencia hace más agua es en la reconstrucción de época y los efectos visuales: mientras por un lado hay un trabajo de vestuario y ambientación que sin ser rigurosamente históricos están bien logrados, desentona el uso abusivo de efectos digitales. Además de ser innecesarios, están en un nivel de ejecución muy por debajo del resto de la película. Y esto no parece ser algo intencional como en otras producciones del director, donde mostrar los hilos del bajo presupuesto es parte del chiste. En algunos aspectos se nota la voluntad de generar otra cosa un poco más elaborada. Quizás ese sea el mayor problema de No llores por mí, Inglaterra: en ocasiones parece tener pretensiones de abandonar ese absurdo intencionalmente berreta que tan bien le funcionó siempre a la comedia de Néstor Montalbano, pero la mayoría de esas veces no encuentra la forma de hacerlo, se queda en el medio tropezando con sus propios pies. Mientras que películas como Soy tu Aventura o Pájaros Volando funcionaban muy bien con historias chicas pero armadas, en este caso se desdibuja entre una gran cantidad de cosas que se quieren contar sin tener suficiente tiempo para desarrollarlas, con lo cual termina pareciendo desaprovechada. Conclusión No llores por mí, Inglaterra explota el folklore futbolero y funciona bien dentro de los márgenes del humor absurdo apuntado a un público específico que ya sabe lo que va a encontrar: Pero lo que gana en recursos lo pierde en ciertas sutilezas que le daban valor a producciones anteriores del director.
Pasión por la patria Entre el 25 de mayo y el mundial de fútbol se estrena la nueva película de Néstor Montalbano (Pájaros Volando, Por un puñado de pelos), una fábula que transcurre en tiempos de las invasiones inglesas que pone sobre la mesa el concepto de patriotismo al mezclar la gesta histórica con la pasión por la pelota. No llores por mí, Inglaterra (2018) es la reescritura de la historia argentina de manera apócrifa. Hecha en clave Todo por dos pesos, el programa con Diego Capusotto y Fabio Alberti que Montalbano supo dirigir. Relata los supuestos acontecimientos en torno a las invasiones inglesas, tergiversados claro, pero con el fin de desentramar desde el humor, ese discurso tan confuso como fascinante acerca de la identidad Argentina. La pasión que despierta el fútbol, paradójicamente traído por los ingleses y, según el film, explotado por el prototipo de chanta argentino, el Manolete que interpreta Gonzalo Heredia. Todo comienza cuando llegan los ingleses y, ante el debilitado poder de la Corona española, tratan de imponer su poder mediante una curiosa estrategia: el fútbol. Les enseñan a los criollos a jugar, a putear, a dividirse en bandos. Pero la cosa se les vuelve en contra cuando Manolete a pedido del General Bereford (Mike Amigorena) organiza el partido Argentina versus Inglaterra, que canaliza el sentimiento y pasión de los locales por su tierra dando paso al famoso “el que no salta es un inglés”. La excusa del guion coescrito con Guillermo Hough, es presentar los conocidos acontecimientos populares asociados al fútbol y, en forma de parodia, cruzarlos con los históricos. Forjar la identidad nacional a través de una sátira de la situación actual. Aparece el primer entrenador/fanático personificado por Diego Capusotto, el famoso gol de Maradona a los ingleses por el deportista de origen indio Catruc (José Chatruc, ex Racing), Fernando Cavenaghi (Ex River) y Evelina Cabrera, Fundadora de la Asociación de Fútbol Femenino Argentino, entre muchos otros. Por la parte histórica, surgen a modo de chiste nuevos orígenes del nombre “Argentina”, de los colores de la bandera nacional -por accidente-, o de la rivalidad entre barrios (los pobres de Embocadura con los acomodados de La Rivera), entre otras referencias. No hay una búsqueda de realismo histórico aunque se trabajó con sumo cuidado el vestuario y otros detalles de la época y se filmó en Colonia del Sacramento, Uruguay, por el parecido a la Buenos Aires colonial. No llores por mí, Inglaterra no se toma en serio los sucesos históricos sino que los tergiversa –por eso el No llores por mí es a Inglaterra y no a Argentina como el original- con el fin de hacer un divertido guiño al espectador sobre la compleja configuración de la identidad nacional. La película es entretenida, tiene una narración fluida y un muy buen despliegue técnico. Montalbano es muy eficaz en combinar y hacer homogéneo productos con una variedad muy diversa. Actores profesionales con no profesionales, episodios históricos con sucesos mediáticos, cultura futbolera con sátira política. En ese armado posmoderno el director de Soy tu aventura (2003) es uno de los únicos que puede salir bien parado y lo hace con gracia y estilo. Pero lo más interesante de esta superproducción con más de 40 actores y de 1000 extras es la relación con la actualidad, y no por la cercanía al 25 de mayo o al mundial de Rusia, sino por la situación similar que vive hoy la Argentina. La necesidad de unificarnos, de que el chanta deje su egoísmo en pos de ideales comunes, o de desenmascarar al farsante, son algunos de los mensajes de esta historia. Porque la historia se repite y, aunque se distorsiona, siempre es la misma parece decirnos Néstor Montalbano con su ambiciosa y original propuesta.
Revolución futbolística. ¿Qué habría pasado si en 1806 las invasiones inglesas hubieran sido un partido de fútbol en vez de un conflicto territorial entre naciones? Con esa disparatada premisa llega No llores por mí, Inglaterra, una comedia histórica que combina el espíritu revolucionario argentino pre independentista con su pasión más grande: el fútbol. El Comandante Beresford ha llegado a suelo rioplatense con un único fin: la conquista. Pero tiene un problema. Sus tropas están retrasadas y su presencia empieza a suscitar dudas entre los pobladores locales. Pero en un rapto de creatividad, se le ocurre la solución para darle algo que hacer a los curiosos argentinos mientras su ejército se apersona: esta gente tiene que jugar al fútbol. Con una tosca demostración y el reparto panfletario de las reglas básicas, en un abrir y cerrar de ojos todo criollo que se precia de tal adopta el balón pie como estilo de vida, por lo que las oportunidades empiezan a florecer. Manolete, oportunista local dedicado a realizar negocios con lo que sea, ve el potencial de este nuevo deporte y enseguida se pone a organizar equipos, partidos y campeonatos en una gesta que decantará en un épico encuentro entre los seleccionados de Argentina e Inglaterra donde habrá en juego bastante más que la gloria y la nobleza deportiva. Tan alocada como es la promesa de su sinopsis es que se presenta la obra del director Néstor Montalbano. Con un elenco protagónico que incluye a Mike Amigorena, Gonzalo Heredia, Diego Capusotto, Laura Fidalgo, Luciano Cáceres, Roberto Carnaghi, Mirtha Busnelli, Matías Martin y los ex futbolistas José Chatruc y Fernando Cavenaghi, No llores por mí, Inglaterra propone una aventura bastante entretenida que trata de reversionar los inicios de la rivalidad argentino inglesa a través de un relato cómico que entremezcla referencias históricas con alusiones futbolísticas. El problema es que el resultado es exactamente ese. La historia troncal, por la que un partido de fútbol puede decidir una contienda bélica en medio de incontables cruces amorosos entre sus protagonistas, no suscita demasiado interés. De esta manera, la gracia de algunos personajes, lo ridículo de algunas situaciones y, sobre todo, esos guiños histórico futboleros son los únicos puntos salientes que nos permiten mantener cierto grado de atención durante los 103 minutos del film. Un partido preliminar entre dos recientemente conformados equipos llamados emBOCAdura y la RIVERa, un director técnico digno de selección argentina llamado Sanpedrito y el elemento bizarro aportado por dos ex jugadores profesionales hacen un poco a ese folklore que la película trata de reivindicar, cosa que por momentos consigue en forma bastante grotesca. Pero a pesar de mantener un frenesí rítmico durante prácticamente toda su duración, ese problema narrativo no deja de aflorar, quitándole peso al desenlace, hartando por momentos al espectador y reduciendo toda la producción a la capacidad del público de reconocer alegorías y subtextos bastante obvios.
El ADN es más fuerte. Observando con la perspectiva privilegiada que otorga el tiempo se percibe claramente las diversas suertes corridas por los países cuyo génesis vio la luz bajo la forma de colonia de otro país. Distinto es Brasil de Argentina, o la India de Sudáfrica, y por supuesto también Australia de Canadá… ¿O tal vez no hubiese tantas diferencias?; en estos últimos dos ejemplos citados, a diferencia del resto, los colonos ingleses fueron acompañados de sus familias y a la postre su independencia costaría menos sangre. Pero excavando aún más profundo en el asunto me pregunto: ¿es lícito comparar los efectos de una infancia traumática en el ser humano con el nacimiento de una Nación (Con perdón de D.W. Griffith) hecha a base de copiosa sangre derramada, complots, y sucesivos olvidos oprobiosos de próceres (seres auténticamente excepcionales) que dieron todo sin pensar en su persona en pos de un ideal más grande? Ya no hay gente así, no se hacen, no nacen, se cerró la fábrica, el mundo 3.0 no prepara seres así. Hasta parece enfermo ser tan desprendido, tener una dosis de egoísmo nula, hasta terminar en la pobreza, el exilio, o la indigencia por un legado…que consta a lo sumo del nombre de una calle, nombre citado hasta el hartazgo por los oportunistas de turno. Me pregunto entonces si próceres de otras latitudes eran tan kamikazes, tan borders… porque no fue esa la suerte de otros padres de la unificación de Naciones americanas como George Washington, o europeas como Giuseppe Garibaldi, u Otto Von Bismarck. Tal vez Argentina no cambia tanto de ADN después de todo. ¿Hace falta hacer un compendio de lugares comunes para asegurarse un éxito comercial que tal vez aun así y todo no llegue?, No llores por mí Inglaterra no tiene música del grupo Serú Girán como promete el título y está bien porque es una película de época y se queda a mitad de camino entre tomarse en serio, como han hecho otras parodias de época como Tom Jones, del gran Tony Richardson, pero tampoco la desopilante pero efectiva Erik, el Vikingo, de Terry Jones. La premisa del fútbol por el fútbol en sí parece ser poco para construir una película entera a su alrededor. Ni siquiera Escape a la victoria, aquella película bélica con Michael Caine y Pelé, lo hizo así. No llores por mí Inglaterra intenta parodiar esa porción vital de nuestra historia echando mano de datos verídicos en parte y otra de licencias que en algunos casos resultan graciosas, apuntaladas por una selección de actores cuya valía no se pone en duda, especialmente Mike Amigorena -que entiende esto de actuar la comedia en serio-, un Damián Dreizik desaprovechado, Mirtha Busnelli haciendo lo que siempre le vemos hacer, Luciano Cáceres cómodo en su rol, y Gonzalo Heredia que entendió muy bien lo que es el absurdo, sorteando con éxito el peso de un protagónico. Pero no basta, si el espectador promedio -y al parecer el especializado también- aún se ríe con chistes donde se ve salir humo de marihuana, eso habla mucho del público argentino. ¿Oportunismo con el inminente mundial 2018 en las puertas?, poco importa porque el pseudo cariz político también fue de corto vuelo, “fútbol como distracción de masas”, “amenazas con retenciones fiscales”… ¿Guiños al público futbolero?, dicen presente y en ocasiones alcanzando su cometido causando gracia, pero se pierden como la voz de un profesor tratando de poner orden en un aula llena de chicos gritando. No obstante hay cosas positivas en los rubros técnicos como la reconstrucción de época, los efectos digitales para poner el Buenos Aires colonial como telón de fondo, por momentos magnífico y ampuloso, y por otros una auténtica cloaca -tal como uno se imagina que era en realidad- así como la iluminación de velas en escenas nocturnas…¿pero son hoy en día un mérito a destacar estas tecnologías en una era donde existe un piso de calidad -una vez que se obtiene el presupuesto- en la cual todas las producciones las poseen? Lo que sigue importando es la historia, su planteamiento, pero utilizar música contemporánea en momentos supuestamente emotivos en una película que aunque sea una farsa es de época…no se explica el rumbo, cuando por el contrario otros momentos con notas de clavicordio fueron más acertados. Recuerdo cuando Diego Capusotto en el programa televisivo que llevaba su nombre pasaba justamente videos con sus bandas preferidas, desde rock progresivo y jazz hasta grupos contemporáneos más experimentales del mundo y Buenos Aires también… ¿alguien hablaba de eso al día siguiente?, todos comentaban los sketches del programa, algunos más logrados que otros, pero sin embargo de la música extraña, poco conocida, nadie acusaba recibo, no germinaba en tierra extraña. Cuando se estrenó ¿Y dónde está el piloto?, trascendió su clase de humor, hoy en día es un clásico que continúan pasando sin cansancio. Las grandes obras, sean del género que sean, transgreden, movilizan, cada una en lo suyo, pero no dejan indemne, nivelando hacia arriba y evitando lugares comunes como el de “ingleses piratas”, cuando en ésa época el mundo era así, y hasta Argentina tenía “su propio pirata” que fue Hipólito Bouchard, quien además de asaltar buques españoles llegó a desembarcar en lo que hoy en día es California. No sé si el amor es más fuerte, pero pareciera que el ADN sí lo es.
La nueva comedia de Néstor Montalbano, responsable de otras de igual tenor como “Soy tu Aventura” o “Pájaros Volando” nos retrotrae a 1806, la época de la Colonia y Primera Invasión Inglesa. El personaje principal es Manolete (Gonzalo Heredia) un oportunista que organiza peleas de catch. En una contienda, los integrantes no aceptan el resultado y Manolete termina preso. No cumple con la condena porque los ingleses invaden Buenos Aires. A cargo queda el Comandante William Carr Beresford (Mike Amigorena) quien hace una divertida dupla junto a su madre, la siempre eficaz Mirta Busnelli, y él es el responsable de dar a conocer un nuevo deporte: el fútbol, como para entretener al pueblo. Se organiza un partido entre DesemBOCAdura (cuyo preparador es Sanpedrito (Diego Capusotto, siempre presente junto a Montalbano) y RIVERa. Manolete está en pareja con Aurora (Laura Fidalgo), y el plan de ambos, sobre todo de su mujer es viajar a Brasil y quedarse allí, pero todo cambia cuando Beresford le pide a Manolete su ayuda para otro partido, esta vez entre criollos e ingleses en la Plaza de Toros, mientras las Tropas se preparan para atacar y reconquistar la ciudad. La película tiene buenas intenciones, algunos cruces amorosos que no llegan a ningún lado, buena recreación de época, y algunas actuaciones para destacar, sorprende Gonzalo Heredia y Capusotto siempre se distingue. Además cuenta con un gran reparto (Luciano Cáceres, Fernando Lúpiz como Liniers muestra dotes con su especialidad: el esgrima; Matías Martin, José Chatruc, Fernando Cavenaghi, entre otros, aunque muchos lucen desaprovechados) y un guión escrito por el propio Montalbano junto a Guillermo Hough que intenta divertir y lo logra, a medias... ---> https://www.youtube.com/watch?v=hbkhi6WC2aM ACTORES: Gonzalo Heredia, Mike Amigorena, Mirta Busnelli. Diego Capusotto, Luciano Cáceres. GENERO: Comedia . DIRECCION: Néstor Montalbano. ORIGEN: Argentina. DURACION: 104 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 31 de Mayo de 2018
Néstor Montalbano lo hizo. La primera película que logra combinar el fútbol con el cine sin caer en lugares comunes, permitiéndose licencias para hablar de la idiosincrasia Argentina y la eterna rivalidad de River y Boca. Inclasificable propuesta, se celebra la mezcla de géneros y el espíritu de aventura que quiebra la solemnidad de películas históricas con dosis de comedia y acción por partes iguales y con un elenco que se pone en los hombros la narración y potencia cada uno de los gags que el pulido y original guion tiene.
Tal vez nunca se sepa, o ni haga falta saberlo, cuánto hay de Néstor Montalbano y cuánto de Diego Capusotto en los proyectos en los que trabajan juntos. El director de Pájaros volando es un amante del absurdo, y No llores por mí, Inglaterra es un ejemplo acabado de ello, desde la inclusión de un spinner hasta la mención a “los 4 de Liverpool” en plenas Invasiones Inglesas, aquí, en Buenos Aires. Pero hay más a lo largo del metraje de esta película en la que el tono de comedia no tapa un trasfondo sociopolítico. Sin ponernos demasiado serios, en la trama del filme los ingleses, al tomar el aparente control del Virreinato, no sólo quieren invadirnos, si no también traernos un deporte, el fútbol, con el que en realidad pretenden engañar a los criollos. No son espejitos de colores, claro, pero el objetivo es distraerlos de lo que realmente está sucediendo. Ha pasado, pasa y pasará. Pero como esto es una comedia, Beresford (Mike Amigorena) impone la utilización de la pelota de cuero, aquí donde por un lado se está formando la eterna grieta entre los de la Embocadura y La Rivera... Y van a tener que jugar juntos, formando una selección criolla, que dirigirá técnicamente Sampedrito (cualquier parecido con Sampaoli no sería pura coincidencia), que interpreta Capusotto. A los ingleses los dirige Denis Pack (Luciano Cáceres). Pero otro personaje central es Manolete (Gonzalo Heredia), quien ve en cada acto una oportunidad para usufructuar y ganar algún dinero, enamorado de su novia Aurora (Laura Fidalgo). No llores por mí, Inglaterra está llena de despropósitos que mueven a la risa o a la sonrisa. Tiene desparpajo, y a lo mejor le faltan más gags. Los fans del fútbol descubrirán guiños, no sólo por la inclusión de Cavenaghi o Chatruc. La reconstrucción de época y el vestuario también hablan de una gran producción para una película que, caramba, busca entretenernos mientras nos olvidamos de otros menesteres de la vida diaria.
Reescribir la historia en el cine puede ser un juego muy divertido, que además invita a pensar sobre lo que hubiese pasado si los sucesos reales hubieran tomado otro curso. En No llores por mí, Inglaterra esa potencialidad inicial no termina de desarrollarse. La película de Néstor Montalbano, que tiene un importante despliegue de producción, imagina el origen del fútbol en la Argentina como el enfrentamiento entre británicos y criollos/españoles durante las Invasiones Inglesas. Cuando los ingleses, comandados por el general Beresford (Mike Amigorena), deciden enseñarles a los locales a jugar al fútbol para apaciguar los ánimos revolucionarios, Manolete (Gonzalo Heredia), un hombre que organiza peleas en las que levanta apuestas, encuentra un nuevo tipo de espectáculo para explotar. Mientras tanto, se va organizando la reconquista de Buenos Aires. El absurdo está presente, pero no llega a desatarse porque el humor del film está muy anclado en las referencias y guiños a la realidad (un conductor o futbolista interpretando a un personaje de ficción o el invento casual de River y Boca y el nombre de Argentina). La mayoría de los chistes se quedan en eso y otros plantean algunas ideas esquemáticas sobre la relación del patriotismo con el fútbol que tampoco aportan demasiado. Diego Capusotto es de los miembros del elenco que mejor logra exprimir el humor de las situaciones con su ya conocido talento para interpretar arquetipos argentinos; en este caso, un director técnico.
Su narración va mezclando la comedia, la aventura, la sátira y la parodia, mantiene el tono y resulta algo dinámica. Este es el nuevo film de Néstor Montalbano (Cómplices, Soy tu aventura, Pájaros volando. Un creativo como lo hizo en Chachachá o Todo X 2). A través de un humor absurdo, ya te dice algo su título “no llores por mí Inglaterra” similar a “no llores por mí Argentina”, se va relatando un poco de nuestra historia, se termina disputando con un deporte, el fútbol, una competencia que a veces sirve para tapar el descontento social, entre otras cosas. Se hacen negocios, hay distracción y los ingleses lo utilizan para invadir, demostrando que son colonialistas. Cuenta con varios personajes entre ellos un empresario bastante chanta de nombre Manolete (Gonzalo Heredia), su pareja es Aurora (la bailarina, productora y actriz Laura Fidalgo, quien ya trabajo con Montalbano en “Soy tu aventura”), él aprovecha todo, para ganar posición se une al general británico William Beresford (Mike Amigorena, con un muy buen maquillaje, tiene un parche en el ojo y es pelado) y vive con su madre (Mirtha Busnelli) mantiene una relación especial. Para la disputa se utiliza el fútbol, hay varios goles (infaltable uno similar al que Diego le hizo a Inglaterra en el ’86), esta la rivalidad entre los barrios la Desembocadura y Rivera (Boca y River), el cantito “El que no salta es un inglés”, están las jugadas de un futbolista Catrú (José Chatruc), Cavenagh (Fernando Cavenaghi), increíble como DT es Sampedrito (Diego Capusotto), el francés Santiago de Liniers (Fernando Lupiz), se luce con sus habilidades de esgrima, otros personajes compuestos por: Luciano Cáceres, Damián Dreizik, Matías Martin y otros. En el film se puede observar: la pasión, el fanatismo, los colores, las rivalidades, varios simbolismos, se utiliza el lenguaje actual, una buena reconstrucción de época, vestuario y maquillaje correcto y una banda sonora desopilante. Un buen pasatiempo. Lo que no resultan son algunas escenas donde sus efectos especiales son pobres, le falta enredos y una vueltita de tuerca.
Las Invasiones Inglesas en forma de pelota La carrera de Néstor Montalbano está ligada de manera inseparable a la comedia y en particular a la variante más absurda del género. Un vínculo que tiene un origen televisivo en su rol como director de programas humorísticos históricos como Cha Cha Cha o Todo x $2, y que luego trasladó al cine en una serie de trabajos que incluyen Soy tu aventura (2003), Pájaros volando (2010) o Por un puñado de pelos (2014), lista a la que se suma No llores por mí, Inglaterra. Aunque esta comparte mucho con las anteriores, como su voluntad de nonsense nac & pop o cierto costumbrismo retorcido por la farsa, también realiza un aporte que la distingue. Se trata de su carácter de fantasía histórica que no llega ni pretende convertirse en ucronía, ya que todos los hechos relatados carecen de cualquier posibilidad de haber ocurrido. Se trata de una versión futbolera de las invasiones inglesas, en las que el general William Beresford introduce el fútbol en Buenos Aires en busca de mantener distraídos a los criollos y poder avanzar en su plan colonial. Un criollo llamado Manolete, quien se buscar la vida organizando espectáculos pseudo deportivos, como peleas de catch arregladas, ve el potencial comercial del juego de la pelota y convoca a los vecinos de dos barrios rivales para que armen sus equipos y se enfrenten. Pero los burgueses de la Ribera no quieren ni tener contacto con los habitantes de Embocadura, todos ellos trabajadores y esclavos. Por presión de los invasores ese primer River–Boca se termina jugando en el patio de una iglesia y acaba en batalla campal. Contento con el resultado, Beresford le propone a Manolete armar un ingleses contra criollos en la plaza de toros, para tratar de distraer al pueblo y debilitar la causa de la resistencia que ya comienza a armarse de forma clandestina. El humor de No llores por mí, Inglaterra bebe de las fuentes populares. Por un lado de los llamados “códigos futboleros”, pero también de cierto costado político en el que el General invasor dice encabezar un gobierno que “viene a trabajar en equipo y a unirlos a todos”, en referencias evidentes a las formas discursivas de Cambiemos. Un humor que por esos caminos no llega demasiado profundo. Lo mismo ocurre con la mayoría de las subtramas que, a pesar de una reconstrucción de época manejada con gracia, se ven afectadas por un déficit narrativo causado por prestar más atención al chiste rápido que a generar elementos que fortalezcan o enriquezcan la historia con algo más que los estereotipos del argentino (o criollo) canchero pero noble y el inglés refinado pero ladino. En el medio queda un elenco demasiado atado a esas flaquezas, en el que sobresalen los dos protagonistas. Lo de Mike Amigorena como Beresford no es sorpresa, porque su versatilidad y calidad de comediante son conocidas. El caso de Gonzalo Heredia es distinto, porque consigue que su Manolete luzca verosímil incluso en las situaciones más ridículas, sin ceder nunca a la tentación de malentender lo payasesco.
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La frase publicitaria elegida por los productores no puede ser más eficaz: “Vinieron a robarnos el país, les robamos el futbol” que alude a las invasiones inglesas y al juego que el general invasor propuso para entretenernos hasta que le llegaran los refuerzos. Esa premisa, remontada a 1806, en un estreno en vísperas del Mundial de Futbol, con un elenco variado y sorprendente es de por si un hallazgo. Para Néstor Montalbano es también uno de sus films más logrados y redondos. Esa referencia histórica y las “explicaciones” desde el nacimiento de la rivalidad River-Boca, Inglaterra-Argentina, los colores de las camisetas, la mano de Dios incluida, es creativa, divertida, por momentos regocijante. En el guión del director y Guillermo Hough se combinan con eficacia, los datos históricos, los gags, un argumento de amores, madres dominantes, búsqueda de poder, la creatividad y la mirada irónica con resonancia en nuestro presente de nuestro pasado. Pero no se trata solo de enlazar un chiste detrás de otro, de sorprender con caras inesperadas que las hay sin dudas, los aciertos tienen, dentro del delirio no solo la inteligencia de los ingredientes sino un espacio para la emoción verdadera que se cuela, como quien no quiere la cosa, entre el humor y el delirio. Contribuyen con ganas desde el actor fetiche de Montalbano, el inefable Diego Capusotto en un rol secundario, sino el trabajo de todo un elenco. Destaca Mike Amigorena, con una composición acertada, entre la oscuridad, lo vulnerable y lo sagaz. Gonzalo Heredia como el primer empresario chanta del futbol. La pasión de Luciano Cáceres. Y siguen los nombres. Una cita con el humor y la pasión futbolera.
Una sátira histórica Una nueva comedia por parte del director argentino Néstor Montalbano (Pájaros volando) llega a los cines argentinos. La misma se centra en 1806 y narra la historia de cómo llegó el fútbol a Argentina. Como un deporte creado por ingleses se convirtió en una pasión nacional. Desde el minuto uno la película se centra en el humor, dejando de tomarse seria así misma para que el espectador tenga la misma racción y simplemente disfrute de lo que ve en pantalla. Con analogías entre Boca – River (por los barrios de las calles porteñas y los colores en su camiseta) y Argentina – Inglaterra (sobretodo haciendo referencia al Mundial donde Maradona mete el gol con la mano y la mágica jugada siendo recordado como uno de los mejores goles de la historia). También hay personajes que a través de otro nombre se pueden diferenciar, como Messi (“pulguita” en la película). La historia se centra en Manolete (Gonzalo Heredia), una persona con ambiciones económicas que está en pareja con Aurora (Laura Fidalgo). A partir de la llegada de los ingleses, el hombre al mando es Beresford (Mike Amigorena). Un fanático del fútbol que intenta inculcarlo en la cultura para distraer al pueblo invadido. El guion está bien dividido en actos, se llega a un climax a través del buen desarrollo. Las actuaciones de Capusotto -como director técnico-, Mike Amigorena y Mirta Busnelli -como la madre de Beresford– se llevan los aplausos. También se hacen muy divertidas las apariciones de Matías Martin, Fernando Cavenaghi y José Chatruk porque hacen un excelente trabajo a pesar de no ser actores. Luciano Cáceres, Roberto Carnaghi y Esteban Menis se lucen siendo personajes secundarios. Si bien es un humor absurdo, por el CGI utilizado para varias escenas y con algunos problemas de guión cuando no encuentra el chiste adecuado, el film no se cree más de lo que es. Una comedia para toda la familia, con buena química actoral, donde predomina el sentimiento argentino.
Los ingleses invadieron por primera vez el virreinato del Río de la Plata en 1806. El 24 de junio llegaron a la costa de Buenos Aires con la idea de conquistar el territorio que le pertenecía a la corona española para poder ampliar sus fronteras comerciales. Con la expansión de Napoleón sobre el continente europeo, los británicos habían quedado limitados al mar, y con la revolución industrial tenían un exceso de mercancías. La solución: hacer uso de su fuerza naval para conquistar nuevos mercados. Pero hubo algo que no tuvieron en cuenta: la viveza criolla y a Diego Capusotto como DT.
Cumple su cometido desde el primer momento, garantizando un espectáculo entretenido y divertido para toda la familia. La nueva película de Néstor Montalbano en la antesala de la cita mundialista en Rusia, sirve para despertar la pasión del hincha argentino. Allá por el 1806, con nuestras tierras aún siendo colonia de lo españoles, una enorme cantidad de barcos junto con tropas inglesas, desembarcaron a lo largo de lo que ahora se conoce como la Costa Argentina para querer arrebatar el poder de los españoles y así, ellos quedarse con las colonias. Los denominados “Criollos” defendieron a muerte sus tierras para evitar que los ingleses desplazaran al Virrey español y a todas las autoridades que aquí se encontraban. Obviamente, al margen de todo el derramamiento de sangre que hubo, hay algunos detalles que no se saben. En modo de comedía irónica e irreverente, ahí es donde se encuentra No llores por mí, Inglaterra, la nueva película de Néstor Montalbano, que en la antesala de la cita mundialista en Rusia, sirve para despertar la pasión del hincha argentino. En esta parodia histórica protagonizada por Gonzalo Heredia y Mike Amigorena, se nos muestra el lado B de lo que fueron las invasiones inglesas y el plan que tuvieron los europeos para distraer al común de la gente, mientras ellos se ocupaban de arrebatarle el control a la corona española. Esta distracción, a cargo del General Beresford (Amigorena) es ni más ni menos que el fútbol. Por el otro lado, se encuentra Manolete (Heredia), una especie de empresario de espectáculos que está siempre a la pesca de algún negocio, a quien le ha ido mal con su último emprendimiento y está en bancarrota. Manolete piensa que el fútbol puede resultar un buen negocio y organiza un partido con los dos barrios históricamente enfrentados, donde despliega todo su ingenio para armar un espectáculo donde pueda llenar sus bolsillos, siempre con el aval del General Inglés. Sin embargo, Beresford necesita que los criollos sigan distraídos aún más tiempo, sabiendo que se está formando una resistencia armada y necesita a Manolete para su propósito. Entonces el gran partido del siglo tendrá lugar: Criollos vs Ingleses en la Plaza de Toros. El gran evento se acerca, pero también el ejército comandado por Liniers por la reconquista de la ciudad. Para ver esta película, lo primero que hay que hacer es limpiarse de prejuicios. No es común ver buenas producciones de “época” por nuestras latitudes, la más reconocida: Zama de Lucrecia Martel (2017) fue un lujo narrativo y visual que no es común en lo que a cine local se refiere. En esta ocasión y para ser comedía, la ambientación colonial esta muy bien lograda. Los vestuarios, los peinados y lo escenarios elegidos, hacen que este viaje en el tiempo hasta el 1800 se logré de una muy buena manera. Lo mismo pasa con el guión, que teniendo en cuenta el gran porcentaje de ironía, podía perder el sentido totalmente y volverse un gran cumulo de chistes, por suerte esto no pasa y cada acto esta resuelto de buena manera. El elenco, que reúne artistas de primer nivel nacional de la talla de los ya nombrados Heredia y Amigorena se encuentra completado con Diego Capusotto, Mirta Busnelli, Luciano Cáceres, Matías Martin y Laura Fidalgo. Además de estos reconocidos actores y actrices, la sorpresa llega con la inclusión de dos ex futbolistas profesionales como Fernando Cavenaghi (River Plate) y José Chatruc (Racing Club). Todos cumplen de forma correcta con su papel, la única que se ve un poco descolacada y hasta forzando su actuación, es la de Laura Fidalgo, que tiene un rol menor como la esposa de Manolete. Uno de los más destacados, junto con los dos protagonistas, es el de Capusotto que una vez más vuelve a demostrar que la comedia es lo suyo y otorga un personaje digno de su clásico programa Peter Capusotto y sus vídeos (2006-actualidad). La peli funciona muy bien como comedia de época y sin dudas funciona mejor como chispa para encender el espíritu mundialista. Sin ser una obra maestra del séptimo arte, No llores por mí, Inglaterra cumple su cometido desde el primer momento, garantizando un espectáculo entretenido y divertido para toda la familia.
Pobre general Beresford. En "Cipayos", de Jorge Coscia, los criollos le ganaban a puro 2x4. Y ahora lo enfrentan con un 2-4-4-1 o algo por el estilo. Para colmo se vino con la madre, que es una vieja metida. De todos modos, logra un triunfo fundamental: nos encaja la pasión del fútbol. Al menos así lo cuenta Néstor Montalbano en esta farsa ambientada durante la Invasión Inglesa de 1806, que reúne clásicos deportivos, batallas de la Reconquista, trasfondos de economía y política, crítica de costumbres y enfrentamiento pasional por una mujer. A la cabeza, Gonzalo Heredia, Mike Amigorena, bien caracterizado,Laura Fidalgo, y Diego Capusotto como director técnico bostero. En este empeño, Montalbano integró empresas locales y uruguayas, rodó acá y en Colonia, hizo brillar a técnicos, vestuarista, utileros, maquilladora, la gente agrupada en los grupos de recreación histórica de Acarhi (Blandengues de Barragán, Corsarios del Plata, etc., al fin vemos buenas peleas en una película argentina), y también integró a centenares de extras, un largo elenco (algunos tipo cameo), el actor y maestro de esgrima Fernando Lúpiz (impecable como Liniers, y dignas de un cuadro las tomas del desembarco y el avance al amanecer) y, para los goles, José Chatruc, Fernando Cavenaghi, Evelina Cabrera, impulsora del fútbol femenino en estas tierras. Ahora bien, ¿será que Beresford vino con su mamá? ¿Ya existían el fútbol, el croquet y los cuadriláteros? ¿El cabildo también servía de cárcel? ¿Quiénes eran Alzaga y el cura de La Merced? ¿Y el jugador argentino que en pleno partido de 1966 se limpió la mano en un banderín inglés, al que se alude en un gag? ¿Dónde quedaba la chacra de Perdriel? ¿Habrá por allí alguna placa conmemorativa? Maestras y profesores deberían hacerles ver esta película a sus alumnos, para que aprendan divirtiéndose, que es la mejor manera.
“No llores por mí, Inglaterra”, de Nestor Montalbano Por Mariana Zabaleta Qué hace falta para jugar un partido de fútbol? Inglaterra no trajo el juego, espacio de educación y recreación que atraviesa a toda la sociedad rioplatense, sin distinción de edad, clase o sexo. Palpitando épocas convulsionadas, una crisis de representación política en puerta, sumado al tanque del mundial que ya desembarca en nuestras pantallas, el ejercicio de Montalbano resulta por demás oportuno. No es coincidencia que ante semejante espectáculo mediático (bacanal y mesa de negocios de las potencias y sus colonias) nos replanteemos la Argentinidad. Hay un desfasaje evidente, molesto y materialmente incidente, entre la algarabía del espectáculo y nuestra agenda agitada por la preocupación de una economía rota y una clase dirigente que ya no puede disimular su farsa constitutiva. El grotesco criollo se consolida a través del tiempo como un eficiente estilo de representación de nuestra enmarañada y monstruosa identidad nacional. Terreno de aporía y constante crisis, Montalbano se monta sobre el collage para conformar con desenvoltura, merito de un gran trabajo colectivo, una puesta en escena tan atractiva y dinámica como lúdica. Un colorido escenario se puebla de enérgicas “figuritas”, superalbun de figuritas Billiken. Una Buenos Aires colonial donde desfilan rostros contemporáneos en disfraces bien confeccionados. El juego de la superposición permite no desvincular el rostro de aquellas figuras, Jose Chatruc, Fernando Cavenaghi, Matías Martin, entre otros, para confeccionar una diégesis resolutiva. El universo que nos presenta Montalbano supone la actualidad y con ella reescribe la historia de las invasiones inglesas. Gran parte de los gags más convincentes son la articulación del presente con aquel lejano pasado, el uso del lenguaje y los modismos más propios de nuestra idiosincrasia dicho por los estereotipos “figuritas” del pasado. Los Ingleses traen la pelota para encandilar a los criollos, su estrategia de invasión cultural no contaba con la demente pasión de los habitantes de estas tierras lejanas. Nuevamente nos encontramos ante el velo del espectáculo, la batalla por las reglas está en juego, pero la pelota y la cancha son nuestras. El estilo quijotesco de San Pedrito (Diego Capusotto), mezcla razonables conjeturas con el ímpetu desquiciado tan propio de los genios. Estilo crítico, monstruoso y apasionado que caracteriza tanto a nuestra lucida idiosincrasia como al más sano cine argentino. NO LLORES POR MÍ, INGLATERRA No llores por mí, Inglaterra. Argentina/Uruguay, 2018. Dirección: Néstor Montalbano. Guión: Néstor Montalbano y Guillermo Hough. Intérpretes: Gonzalo Heredia, Mike Amigorena, Laura Fidalgo, Diego Capusotto, Mirta Busnelli, Luciano Cáceres, Fernando Cavenaghi, José Chatruc, Fernando Lúpiz, Roberto Carnaghi. Producción: Esteban Lucangioli y Araquen Rodríguez. Distribuidora: Digicine. Duración: 90 minutos.
Néstor Montalbano ha basado fundamentalmente su carrera con una mirada y una innovadora forma de hacer humor destacándose tanto en la televisión, como en el teatro y por supuesto en el cine. Director de míticos ciclos como “Cha Cha Cha”, “De la cabeza” y el inolvidable “Todos por dos pesos”; ha revolucionado con su estética kitsch, la parodia y el absurdo y vuelve ahora a combinar todos esos elementos en su nueva película “No llores por mí, Inglaterra”. Después de “Soy tu aventura”, “El regreso de Peter Cascada” y de “Pájaros Volando”, Montalbano se anima a meterse con la historia argentina, situando a esta historia en plena época del Virreinato, más precisamente durante las Invasiones Inglesas, en aquel Buenos Aires colonial de 1806. Por aquel entonces, los criollos se encontraban bajo la monarquía española y los ingleses, al mando del General Beresford (Mike Amigorena) invaden la ciudad pretendiendo apoderarse de estos territorios. En el intento de poder “distraer” a la población de lo que se estaba tramando, planifican estratégicamente presentar un juego que les permitiese mantener entretenido al pueblo y es entonces cuando aparece el fútbol en plena colonia, pasión de multitudes ya desde aquel momento. Es así como dos barrios absolutamente antagónicos como Embocadura y La Rivera, separados desde lo social y lo económico, comenzarán a rivalizar en la cancha tal como vienen rivalizando desde hace generaciones. Y será el fútbol no solamente el gran entretenimiento que pensaron los ingleses para los criollos sino que Manolete (Gonzalo Heredia) un empresario de espectáculos medio pelo, intentará adoptarlo como gran negocio para salir de su crisis financiera por las bajas recaudaciones de los espectáculos que realiza junto a su mujer (Laura Fidalgo). Así como se enfrentaban La Rivera y Embocadura, Manolete junto a Beresford, convocarán a dos directores técnicos para armar el evento más importante de la colonia: “Criollos vs Ingleses” en la gran Plaza de Toros. Si bien “No llores por mí, Inglaterra” está contextualizada dentro un marco histórico preciso y cuenta con referencias particulares, Montalbano junto a su co-guionista Guillermo Hough solamente las usarán como trampolín para desplegar su característico humor con tintes desbordados y delirantes. El hecho de instalarse dentro de la Historia Argentina servirá para establecer en forma permanente, diferentes guiños cómplices con el espectador tanto en lo futbolero y deportivo como en las anécdotas de la historia que se relatan con una graciosa liviandad. Es así como se entremezclan rasgos de sátira política, humor políticamente incorrecto, pasión deportiva y comedia del absurdo, esa cuerda que tan bien maneja el director y forma parte de su particular estilo. Con un gran despliegue técnico y una producción sumamente cuidada, Montalbano se nutre de un importante elenco que logra entretener y transmitir ese espíritu divertido por fuera de la pantalla. Gonzalo Heredia y Mike Amigorena cumplen holgadamente con sus roles protagónicos aunque existe un importante desnivel, que resiente parcialmente el producto, con otros trabajos como los de Luciano Cáceres –que luce demasiado contenido en una composición que inclusive replica a otras que ha desarrollado en pantalla y con un guion que tampoco le permite demasiado lucimiento- y Laura Fidalgo que nuevamente demuestra ser una gran bailarina pero con un desacertado tono escolar para su imposible lucimiento dentro de la comedia. Pero es justamente dentro de los roles secundarios donde hay grandes hallazgos: Mirta Busnelli como la madre de Beresford nos regala una composición absolutamente desopilante que enciende la pantalla cada vez que aparece. Por su parte, Diego Capusotto como el Director Técnico de la selección criolla, es quizás quien mejor entienda el humor que Montalbano quiere desarrollar en pantalla y tiene el tono, la cuerda y la química exacta para lucirse en su papel y hacer que aparezca, irremediablemente, la carcajada. Como inmersos dentro de un gran juego de cameos y participaciones especiales aparecen Fernando Lúpiz, Roberto Carnaghi, Damián Dreizik y Esteban Menis y para los más apasionados del fútbol, se “prenden” en la propuesta: Matías Martin –fresco y lúdico en su composición- y los exfutbolistas José Chatruc y Fernando Cavenaghi, más la presencia de Evelina Cabrera, Fundadora de la Asociación de Fútbol Femenino Argentino. Néstor Montalbano logra salir airoso del desafío de la reconstrucción de época y aún con algunas fallas y “saltos” en su guion, logra imprimir su impronta distintiva y hacer que “No llores por mí Inglaterra” funcione como un buen entretenimiento y se permita hacer humor con la historia, nuestras raíces, nuestras rivalidades y nuestras pasiones. El fútbol, desde el Virreinato, es pasión de multitudes.
La gran debacle del spot mundialista del ‘18 nos dejó con los repudios, las columnas que señalaron los puntos conflictivos del fervor futbolístico nacional y la evidencia de cómo esos aspectos están bastante internalizados en gran parte de la sociedad. La pole position quedó servida para la propuesta de reconciliación de Quilmes (un doble caso extraño, primero por ver a Armando Bo implicado en una producción que apuesta a la bondad humana, y segundo por ver a Ruggeri plantándose frente a un estadio completo para pedir que no se hagan más memes), mientras el programa Rabona apeló a la theme song de moda para mofarse de Chile, Noblex metió la mano en el tarro inagotable de cuántas locuras hacemos por nuestra pasión y el actor Jerónimo Freixas montó una discusión con su mujer para repetir la premisa de El fútbol o yo (y no hay manera de que el hecho de que esa discusión sea verdadera pueda reivindicarlo). No hay ninguna evidencia concreta de que los avisos posteriores al de TyC Sports hayan evitado meterse en los terrenos de la ofensa flagrante para no chocarse con una crisis similar, pero está claro que esos spots y los videos virales se manejaron en el arco de lo aceptado: el problema es la fatiga que esas consignas cargan hace bastante tiempo, quizá acentuadas en esta víspera mundialista por la apatía surgida del combo de decepciones que acumula esta generación del seleccionado. El otro problema está calcado del diagnóstico sobre la homofobia de la publicidad de TyC: más allá del hartazgo propio, la evocación berreta de la pérdida de la sensatez que nos provoca el fútbol (como intrínseco valor argentino) sigue siendo efectiva. Y lo digo como un cavernícola que elige poner de fondo las discusiones de panelistas de fútbol mientras trabaja: tiene que haber alguna mejor manera de apelar a la enajenación barata por la que sigo sosteniendo este circo. Todo esto viene a cuento de que No llores por mí, Inglaterra abraza (con la pasión de un abrazo en cámara lenta de spot mundialista) todos esos números puestos. Con las invasiones inglesas como escenario, el guion sale a conquistar sin demasiadas variaciones una propuesta repetida desde Tres anclados en París hasta los móviles mundialistas de Diego Korol (el shock cultural en clave de je, la que se le viene al extranjero pomposo cuando conozca el desparpajo nacional), y desde ese punto el elenco está condenado a representar el estereotipo o el gag repetido que le toca: Gonzalo Heredia sufre debiendo equilibrar su galantería con un buscavidas ventajero que come tres scones a la vez y habla mientras los mastica, Diego Capusotto hace de un DT pasional y puteador como si fuera Luis Sandrini con cocaína, Mike Amigorena subraya a su general de la época georgiana hasta quitarle todo rastro de sátira, y Mirta Busnelli tiene que repetir expresiones argentinas con acento de anglosajón hablando en español, novedoso recurso de las aperturas de temporada de Videomatch cuando Leonardo DiCaprio movía los labios y una voz en off decía “el cabezóun se quiehre corchar los huevus pohrque el cuehrvo no le gana a narie”. Urgidos de distraer a la población a la que prometen “gobernar para unir” (esa sí fue original), los ingleses prueban instalando el fútbol entre los criollos, desatando sin saberlo nuestra tendencia a suspender partidos por incidentes, desarrollar un odio desmedido por cualquier país ajeno, mejorar las recetas del deporte que inventaron, y eventualmente ganarles pese al árbitro chileno que inclina la cancha en favor de ellos (esa no fue original), mientras el virrey Liniers encabeza la reconquista de Buenos Aires. Decidida a moverse con libertad sobre la exactitud histórica, la película recurre a los siguientes guiños futboleros: los barrios cuyos equipos disputan el primer partido local de fútbol son La Rivera y Embocadura (se dicen “gallinas” y “bosteros”, por si no queda claro al principio); la selección criolla incorpora a un jugador llamado Catrú -esperablemente interpretado por José Chatruc- que declara a la prensa que “Está felí”, cantitos de “El que no salta es un inglés”, la introducción al Himno Nacional en una seguidilla de “oh”, y representaciones del primer gol de Maradona a los ingleses, del segundo y del manoseo de Rattín al banderín británico en el ‘66. Quedará por confirmar si la precariedad de los efectos especiales y los cromas fueron una referencia a la calidad de las transmisiones futbolísticas argentinas, pero la presencia de Matías Martin desalienta esa teoría. Nada de lo recién enumerado sería un problema sino fuera porque la película es película, y no spot. Recostarse durante 104 minutos en giros previsibles y pelotazos para que los intérpretes se las arreglen como puedan no es gratuito, y el resultado depende mayormente de la disposición del público para quedarse con los guiños trillados, sin pedir mucho más. Si bien no pecan de parecer salidos de una Billiken, no es casual que los tres personajes más queribles (el soldado criollo que interpreta Jorge Calvo, la Pulguita y Liniers) sean los que aportan la cuota de patriotismo más simple y directa, porque esa mínima composición les aporta los valores y matices de los que los otros roles adolecen. El desbalance se nota claramente en la decisión insólita de usar tres veces “Más o menos bien” de Él Mató a un Policía Motorizado para hacer avanzar la trama con la economía del montaje (y una cuarta durante los créditos): la falta de ideas llega al punto de que dos de esas ocasiones alternan a los personajes de Heredia y Laura Fidalgo, repitiendo incluso el efecto de cortar hacia un plano de ella justo cuando la estrofa arranca con “Nena”. Él tendrá una toma de conciencia durante el partido final (bastante mal resuelta en las actuaciones), pero ella seguirá pensando únicamente en viajar a Brasil para hacer despegar su carrera artística. Cuando esas desprolijidades toman la película por asalto, no hay jugueteos con spinners, aparición de imitadores de los Beatles o cararrotez simpática que las disimulen. Algún día quedará claro que poner un espejo cómplice frente a los comportamientos irracionales que el fútbol nos despierta ya no será suficiente. Quizá haya que decirlo con un aviso bien emotivo.
Néstor Montalbano (Soy tu aventura, Pájaros volando, Por un puñado de pelos) presenta su nueva película No llores por mí, Inglaterra, una reinterpretación de las invasiones inglesas junto a la llegada del fútbol en la Argentina. Es 1806 y los ingleses invaden la ciudad de Buenos Aires bajo el mando del general Beresford (Mike Amigorena). Él espera un refuerzo de sus tropas para los próximos meses pero para mantener a los criollos entretenidos les presenta un nuevo juego: el fútbol. Manolete (Gonzalo Heredia) es un empresario de espectáculos y ve en el fútbol un nuevo negocio. Con esto en mente organiza el primer partido entre dos barrios enfrentados Embocadura y La Rivera. A pesar de los conflictos, Beresford necesita que el deporte continúe entreteniendo a las masas y entonces le pide a Manolete que organice un partido entre los criollos y los ingleses. Todo sucede mientras el ejército de Liniers viene de Montevideo para quitarle el poder a los británicos. No llores por mí, Inglaterra no es sólo una reinterpretación de las invasiones inglesas, también pone de relieve lo significativo que es el fútbol para los argentinos. No sólo en 1800 sino en la actualidad. La política del “pan y circo” data de la época romana: a los pobres les daban entretenimiento para distraerlos de hechos controversiales. De todas maneras el fútbol trasciende esa estrategia militar o política y se transforma en la pasión que es hoy en día. Montalbano satiriza ambos conceptos con el humor al cual ya nos tiene acostumbrados en sus películas previas. Diego Capusotto arma un personaje muy similar a los de sus sketchs en televisión y ofrece un humor que no sorprende pero que es efectivo. El resto de los actores manejan muy bien a sus personajes caracterizados con el tono de la época. Se destaca la relación madre e hijo entre Mike Amigorena y Mirta Busnelli afianzada con un lenguaje que hace uso del “spanglish”. Desde el punto de vista técnico estamos ante una gran producción argentina, no sólo por los actores convocados sino también porque desde el vestuario hasta los escenarios todo remite a la época. Los efectos digitales y las pantallas verdes son casi invisibles y tanto los partidos como las batallas están muy bien recreados.
En 1806 todavía no existía la nación argentina. El modelo social era aún el del virreinato, una formación histórica propia de las aventuras imperialistas de varios países europeos, algo que de inmediato No llores por mí, Inglaterra glosa en el inicio. En ese período, los ingleses visitaron el país, intentaron imponerse, pero perdieron con los criollos y los españoles. Eso sí, dejaron el fútbol. En el contexto de la “Reconquista”, el filme desarrolla una historia que es una suerte de lúdica genealogía del fútbol argentino. El nacimiento de River, Boca y la “celeste y blanca” tienen preeminencia en un relato con personajes secundarios simpáticos: Diego Capusotto como el primer DT de la selección, José Chatruc como un Maradona del siglo XVIII y Mirta Busnelli como la esposa de William Beresford equilibran el filme entre su voluntad de aventuras y su deseo de hacer reír. Lo más sorpresivo del filme de Néstor Montalbano reside en el diseño de arte. La reconstrucción de los interiores de la época es notable y el intento por simular la costa rioplatense y sus alrededores también. Ese trabajo fidedigno sobre el paisaje y el mobiliario es fagocitado por signos contemporáneos, los más evidentes, la música de las escenas y ciertos discursos que remiten al elemental discurso político del Gobierno de turno. No llores por mí, Inglaterra podría haber sido una de Monty Python en clave criolla, o una de Mel Brooks; retomar satíricamente momentos históricos sellados por el prestigio museístico de la historia oficial constituye una noble tradición del cine. Quizás estas referencias son demasiado cipayas para la sensibilidad de Montalbano, quizás no, pero por alguna razón sus películas nunca alcanzan lo que prometen. Es difícil indicar los motivos de esta insuficiencia; uno para considerar es la ausencia de las asociaciones inesperadas que suelen singularizar a los personajes de Capusotto. Extraña película la de Montalbano. Todos sus materiales son interesantes, como sus intérpretes y los esfuerzos artísticos para revivir una época. Pero un filme es una amalgama de piezas que derivan en un todo. El todo es aquí menor a sus partes.
UN PELOTAZO EN CONTRA En los primeros minutos de No llores por mí, Inglaterra uno de los personajes sostiene entre sus dedos un spinner, ese adminículo antiestrés que se puso de moda el año pasado y que duró lo que un suspiro en el mercado. El chiste anacrónico (teniendo en cuenta que la película está ambientada en los tiempos del virreinato) deja entrever no sólo el momento en que fue pensado el film, sino además en la falta de filtros que tuvo hasta su concreción final: porque hoy habría que explicarle hasta a los que lo compraron, lo que es un spinner. Se trata por lo tanto de una referencia de una pobreza absoluta, y anticipo del desastre que será la película desde ahí hasta sus demasiado extensos 104 minutos en materia de comicidad. Una sola cosa salva a la nueva película de Néstor Montalbano: su apuesta, que no sólo tiene que ver con hacer comedia con la historia argentina (algo poco habitual entre nuestro excesivamente solemne cine revisionista) sino también con un diseño de producción que, salvando algunas pantallas verdes bastante feas y una utilización repetitiva de extras (en dos secuencias diferentes aparecen los mismos actores, ubicados de la misma manera, haciendo de “muchedumbre”), luce bastante bien su ambientación de época. Montalbano es un tipo de probada efectividad en materia humorística y ha demostrado con Soy tu aventura y Pájaros volando que conoce el funcionamiento de los mecanismos del absurdo. Pero en No llores por mí, Inglaterra aparece perdido y escasamente gracioso. Hay una amague de querer jugar a la comedia satírica y visual, en la senda de un Mel Brooks o los ZAZ, y a la vez fusionarla con un humor más popular y argentino, una suerte de Fontanarrosa cruzado por la estética de Todo por 2 pesos. Nada funciona. La premisa es similar a la de El cavernícola, el reciente film animado de Aardman: los villanos, en este caso los ingleses, deciden instalar en plena colonia el aprendizaje del fútbol como una forma de compartir, pero fundamentalmente de contener a los criollos y potenciar la idea de sometimiento. Como en aquella, además, el humor anacrónico pretende sustituir la falta de ideas con chistes de rápida asimilación por el espectador. La diferencia radical es que en la de Aardman la inclusión del fútbol funciona como una manera de potenciar la identidad de los personajes, mientras que aquí sólo sirve para repetir disimuladamente algunas máximas del argentino como apasionado por este deporte, y la más de la veces confundiendo lisa y llana estupidez y nacionalismo berreta con pasión. Pero todo esto sería apenas discutible si la película al menos funcionara o si su apuesta humorística luciera algo más trabajada: por momentos se apuesta al lucimiento personal (Capusotto repitiendo hasta el hartazgo su frikismo popular incapaz de fluir con el relato y mostrándose más como una anomalía) por sobre el conjunto y en otros pasajes se acumulan subtramas (tanto como elenco: Gonzalo Heredia, Mike Amigorena, Laura Fidalgo, Mirta Busnelli, Luciano Cáceres, Eduardo Calvo, Matías Martin, Damián Dreizik, Fernando Lúpiz, Esteban Menis) que no suman nada y sólo demoran las acciones. Que una comedia de 100 minutos no tenga ni siquiera un momento divertido (convengamos que lo de Chatruc y Cavenaghi es apenas un guiño demagogo para las huestes futboleras) habla a las claras de la pobreza del conjunto, aunque sólo alcanzaría para demostrarlo con aquellos pasajes en que Busnelli, como la reina británica, morcillea un espanglish que ya atrasaba en Calabromas. Lo peor de No llores por mí, Inglaterra no es sólo que se trata de una mala comedia (algo de por sí muy triste para nuestro cine falto de humor), sino que además da vergüenza ajena.
Sátira histórica de una pasión futbolera La película trata sobre la invasión de Inglaterra a una colonia española en las tierras de lo que luego sería Argentina. Para lograr que los habitantes cooperen, deciden importar el fútbol como divertimento de masas. En 1806, Inglaterra decide invadir la colonia española situada en las tierras de lo que luego sería Argentina. A los británicos les resulta fácil casi todo en este lado del mapa. Con un discurso de tono intencionadamente “actual” para nosotros, el general William Carr Beresford ( Mike Amigorena) quiere convencer a los habitantes de que si cooperan, ellos saldrían beneficiados, pero encuentra mucha resistencia. Es por eso que, por idea de su madre (Mirta Busnelli), decide importar el fútbol como divertimento de masas. Manda a llamar a Manolete (Gonzalo Heredia) un pseudo productor artístico bastante oportunista, para que lo ayude con la promoción. Así realizan el primer partido entre los barrios “Embocadura”, cuyo director técnico será Sanpedrito (Diego Capusotto) y “Rivera”. Pero como una manera de liberar tensiones políticas y sociales, la segunda propuesta será un match entre criollos e ingleses. Los locales deben enfrentarse a la superioridad europea y a su goleador Cavenagh (Fernando Cavenaghi), y encuentran en Pulguita (Evelina Cabrera, creadora de la Asociación de Fútbol Femenino Argentino) y en Catrú (Oscar Chatruc) la fuerza que necesitan. En tanto, un ejército civil creado por Esteban Menis con apoyo del general Liniers se preparará para atacar a los ingleses y devolver la “libertad” al pueblo. Con algunos datos históricos certeros y otros obviamente imaginarios, el filme viene a ser una comedia de enredos en la que se pueden encontrar referencias del cine de Monty Python o, más cercano, las producciones de Mel Brooks. Los gags más divertidos provienen de la cultura futbolística nacional (pasión, adversidad y hasta violencia) y algún que otro guiño sobre la historia tipo Billiken. Si bien tiene un guión bastante torpe (algo que a Montalbano jamás pareció preocuparle), el filme funciona justamente porque no es pretencioso. Se asume como una comedia inclasificable y así funciona perfectamente. Con un elenco variado en el que muchas figuras quedan desdibujadas (Fernando Lúpiz, Damián Dreizik y Roberto Carnaghi) a pesar de tener una duración superior a los 100 minutos, si bien existe un gran trabajo de producción, queda la sensación de que con alguna vuelta de tuerca más, la propuesta hubiese cerrado mejor. De todas maneras, el resultado es una buena película con grandes momentos, que abre el camino a más comedias delirantes de este tipo.
Crítica emitida en Cartelera 1030 el sábado 2 de junio de 2018 de 19-20hs. por Radio Del Plata (AM 1030)
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
Es difícil saber cuán grande es la diferencia entre lo que es No llores por mí, Inglaterra y lo que intentó ser. Acá interviene lo que uno cree que se intentó hacer: una comedia sobre fútbol y política ambientada durante las Invasiones Inglesas, con críticas veladas y no tanto al presente. El resultado es bien distinto porque de comedia hay bastente poco, de política se insinúa algo al comienzo y nada más, y como película deportiva futbolera, esa gran cuenta pendiente del cine argentino, deja todo que desear. La cosa es así. Los ingleses desembarcan en Buenos Aires y toman control de la ciudad. Para distraer a los criollos y que no opongan resistencia, les hacen conocer un nuevo deporte: el football. El General Beresford (Mike Amigorena) contrata a Manolete (Gonzalo Heredia), un inescrupuloso organizador de peleas, para que organice un partido entre los locales y las tropas inglesas, aunque obviamente la orden es que los ingleses tienen que ganar. Manolete contrata a San Pedrito (Diego Capusotto), un director técnico, para que arme el equipo. Y hacia el final, claro, tendrá que decidir si obedece las órdenes de Beresford o si elige el patriotismo y la honra deportiva. Todo eso mientras Santiago de Liniers (Fernando Lúpiz), desde Montevideo, prepara la reconquista de la ciudad. El supuesto humor de la película pasa casi exclusivamente por los anacronismos: personajes que hablan con lunfardo del siglo XXI en el XIX, que juegan con un spinner, ingleses que dicen que vienen “a trabajar en equipo y unir a los criollos” (guiño guiño), y demás situaciones. No hay chistes de guión, es todo más bien actitudinal. Capusotto hace sus morisquetas, Mirtha Busnelli hace las suyas (ella sí está realmente graciosa), pero es como si ellos dos se cortaran solos, como si supieran que como el guión no tiene gracia, la gracia la tienen que poner ellos. El problema, además de que llega un momento en que con las monerías ya no alcanza, es que el resto de los actores no están en la misma sintonía. Hay que decir que Heredia sale bastante airoso como protagonista de una película que no es una comedia sino una deportiva o de aventuras. Aunque si dejamos de intentar reírnos y nos abandonamos a la trama, tampoco vamos a recibir ninguna recompensa. Como en toda película deportiva, hay un partido en la mitad, entre Rivera y Embocadura (antepasados de River y Boca, obviamente), y otro al final, entre Argentina e Inglaterra. Pero a pesar de que ahí están José Chatruc, Fernando Cavenaghi y hasta Evelina Cabrera, la fundadora de la Asociación de Fútbol Femenino Argentino, las secuencias futbolísticas carecen de tensión y de emoción. La intensidad desatada de Capusotto, que putea y grita sin parar, contrasta con la indiferencia que las jugadas provocan en el público. Hay algo de ineptitud en la manera en que están filmados los partidos (mucho corte que impide seguir las jugadas, por ejemplo) pero lo más probable es que Néstor Montalbano, el director, creyera que el interés pasaba por otro lado. No llores por mí, Inglaterra es apenas una película floja, como hay miles en el mundo cada año. Pero está tan cuidadosamente calculada que es un poquito irritante. Sus realizadores metieron fútbol, nacionalismo, un personaje que podría no existir interpretado por Matías Martin (¿para que le dé manija en la Metro?), filosofía nacandpop, una canción de El Mató y la estrenan cerca del Mundial. Todo eso estaría perfecto si, distraídos con toda esa estrategia, no se hubieran olvidado de hacer lo que hay que hacer en una comedia deportiva: pensar chistes y filmar bien los partidos.
Antes de que el prejuicio le impida seguir leyendo, permita que digamos algunas cosas sobre esta película. Montalbano viene, desde hace tiempo, intentando la comedia cómica con elementos bastante nobles y resultados dispares (Soy tu aventura sigue siendo la mejor, El regreso de Peter Cascada y Pájaros volando tienen buenos momentos). Su matriz está en el cine de los setenta, y su herramienta es la mezcla de sátira con grotesco. No llores... además opta por el anacronismo como elemento cómico, algo que no está mal (hay algo de Mel Brooks en la intención, por cierto). Y es cierto que también hay un nacionalismo mal digerido que puede molestar. El gran problema de la película no tiene que ver con nada de esto sino con que en los momentos clave, en esos en los que la risa debe surgir limpia, falla el timing. No siempre, pero sí, en el balance, allí donde no debería suceder. Por lo demás, la cuestión ideológica hace que se confunda (un poco, en ciertos momentos) cargada cruel con humor. Fallida, pues, antes que mala.
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