El exilio interior No existen eventos más automatizados e hipócritas a nivel social que las festividades de fin y comienzo de año, léase Navidad, Año Nuevo y Día de los Reyes Magos, un catálogo de celebraciones que para gran parte de la humanidad funciona como un caldo de cultivo para el estrés, la falsedad, los anhelos fervientes, la nostalgia, la compulsión consumista, los atracones, la frustración, las peleas y esas miserias que parecen nunca resolverse a escala tanto familiar como barrial, comunal, nacional e internacional. El cine, arte sádico y directo si los hay, ha explorado en innumerables oportunidades las diferentes facetas de dichas fechas, casi siempre remarcando la mitología ampulosa que circunda a las reuniones de turno, la distancia entre los “buenos deseos” y la triste realidad y finalmente los desengaños que arrastran los miembros del clan en cuestión y que van mucho más allá del suceso en sí. Noche de Paz (Cicha Noc, 2017), ópera prima de Piotr Domalewski, emplea el tono áspero tradicional del cine polaco para examinar tanto el carácter forzado/ masoquista/ delirante de la Navidad, en lo que a aglomeración familiar se refiere, como la identidad apesadumbrada de las generosas capas empobrecidas rurales del país, algo así como una burguesía bucólica venida a menos que se siente -con razón- “europeos de segunda mano”. La premisa es harto habitual y nos presenta a un protagonista relativamente joven, Adam (gran labor de Dawid Ogrodnik), que vuelve a la comarca de su parentela luego de unos años de trabajar en Holanda: a pesar de que la excusa es la celebración navideña, en verdad lo que pretende el hombre es vender la casa del abuelo del clan (Pawel Nowisz) para utilizar el dinero para mudarse ya definitivamente al extranjero con su pareja embarazada, Asia (Milena Staszuk). Entre las ansias de abrir un negocio propio en los Países Bajos, dejar atrás los diversos problemas de su estirpe y compartir hogar con una Asia a la que vio poco a lo largo del tiempo porque la mujer se quedó en Polonia, Adam intentará contentar a su atribulada madre Teresa (Agnieszka Suchora), quien prácticamente crió sola a sus hijos ya que el marido estaba casi siempre ausente, y convencer de la venta a su padre Zbyszek (Arkadiusz Jakubik) y sus hermanos Pawel (Tomasz Zietek) y Jolka (Maria Debska). Por supuesto que las cosas no serán tan fáciles porque la mala relación con Pawel sigue latente, el esposo de Jolka resulta ser violento con la chica y en general las frustraciones y el alcoholismo de Zbyszek y el simpático nono -el cual además quiere asesinar al perro del clan porque le mata sus queridas palomas- amenazan con aguar para siempre los planes del protagonista. Domalewski se mueve con astucia y comodidad en un terreno cercano al drama adusto de angustia contenida, hoy apuntalado en secretos, dolores silentes y chispazos de primera persona vía el ardid del “video diario” que filma Adam para su futuro vástago con la intención de registrar el período previo al nacimiento. Sin ser precisamente una maravilla ni aportar elementos novedosos a un esquema antiquísimo como el de las festividades que se van al demonio, Noche de Paz cumple con su objetivo de ofrecer un pantallazo seco y sin romantizaciones patéticas modelo hollywoodense de la payasada de fondo de gente que en esencia no se soporta pero se reúne “porque sí” en función de manifestaciones culturales residuales de larga data, a lo que se suma un análisis bastante correcto de la necesidad de cada integrante de exiliarse incluso dentro de la familia (la idea de la reclusión interna pacífica sobrevuela toda la trama, mecanismo psicológico destinado a evitar estallar frente a los inaguantables consanguíneos) y un examen de esa idiosincrasia polaca a la que nos referíamos anteriormente (hablamos de la sensación de estar atrapado en un país que no brinda posibilidad alguna de progreso y que condena a la pobreza a la enorme mayoría de sus habitantes, un panorama que desde Latinoamérica es perfectamente comprensible).
¿Adivinen quién viene a cenar? Nuevamente, una familia es el centro de esta historia de rivalidades entre hermanos, de ajustes de cuentas pendientes que elige la tradicional fiesta navideña para sacar a relucir trapitos al sol. El disparador de esta opera prima de Piotr Domalewski es la inesperada llegada del primogénito Adam a la casa de infancia en la zona rural polaca. Las intenciones de realizar un negocio en el extranjero y el ímpetu de huir para siempre de ese país también entran en conflicto con una tradición familiar y las diferencias generacionales en medio de una cena con sabor agridulce. La tensión entre los personajes y la ausencia de información dotan al relato de una textura de misterio que lo salva de los convencionalismos habituales y la propuesta de origen polaco es una buena opción para tomar contacto con un cine europeo con identidad propia.
Las fiestas siempre son una excusa para reunir a familias poco convencionales y con muchos problemas de trasfondo para que a lo largo de la velada se vayan desatando distintos conflictos. La ópera prima de Piotr Domalewski, “Noche de paz”, se enmarca dentro de esta temática para contarnos la historia de Adam, un joven que trabaja en Holanda, y que después de muchos años regresa a su hogar en Polonia para festejar una Navidad en familia. Pero sus intenciones no serán únicamente visitar a sus padres, abuelos, hermanos y tíos, sino que tendrá un objetivo mucho más personal en mente que podría desatar más de un disgusto entre sus seres queridos. A diferencia de lo que podría resultar una historia de estas características bajo una dirección hollywoodense, en “Noche de paz” nos encontramos con un drama profundo que abordará temáticas tan personales como sociales, propias de la idiosincrasia polaca. Por un lado, podemos ver los secretos que oculta una familia, la violencia de género, el abuso del alcohol, la disputa por la herencia, el cuestionamiento de la crianza de los hijos, el abandono, y, por el otro, el hecho de vivir en un país sin mucho futuro laboral para sus ciudadanos, que deben migrar hacia otros lugares de Europa para tener un mejor pasar económico, aunque esto implique abandonar a sus familiar o pasar poco tiempo de calidad con ellos. La película se vale sobre todo de las interpretaciones de sus protagonistas, todas ellas muy correctas, marcando las distintas personalidades de sus personajes. El hecho de encontrarnos con una sola locación ayuda a generar el ambiente tenso que se mantiene en todo momento. Lo mismo ocurre con el propio clima frío e invernal de Navidad en Polonia, que propicia la construcción de los vínculos tirantes y poco cálidos entre los protagonistas. Poco a poco se van develando diversos detalles y secretos ocultos por los distintos miembros de la familia, que complejizarán aún más las relaciones y harán que la historia se vuelva cada vez más interesante y rebuscada. Sin ser una película sobresaliente o que proponga algo muy novedoso dentro de este subgénero de films sobre familias que se reúnen en las fiestas, “Noche de paz” es un drama que está correctamente realizado y que sale airoso por el clima generado, como también por el abordaje serio y profundo sobre las cuestiones familiares, en particular, y sociales de Polonia, en general, y por las buenas actuaciones de su elenco.
Adam (Dawid Ogrodnik) regresa a Polonia luego de varios años en el extranjero para visitar por sorpresa a su familia, que vive en una aislada zona rural. Es invierno y en pocas horas más se celebrará la Navidad. El protagonista filma todo con su camarita digital porque quiere hacerle un video a su hijo que nacerá dentro de algunos meses. Cuando Adam llega lo reciben con sorpresa, pero también con bastante tensión. Se percibe un fuerte resentimiento, diferencias generacionales, envidias, reproches contenidos. Nuestro antihéroe (porque se trata de un personaje bastante especulador y manipulador) pronto dará a conocer sus intenciones: vender la casa del abuelo para montar un negocio en Holanda y luego devolverles a sus hermanos y a sus padres su parte con las ganancias. Algunos están de acuerdo, otros no tanto. Cuando la cosa empiece a complicarse, sacará el “as” de la manga: el inminente nacimiento del bebé. Esta ópera prima de Piotr Domalewski parece una combinación y acumulación de elementos típicos e identificables de buena parte del cine de Europa del Este: intensa, moralista, algo cruel y con un fuerte espíritu tragicómico. La puesta en escena apela a una cámara en mano “nerviosa” para acentuar lo íntimo, cercano y tenso de los enfrentamientos familiares con una violencia contenida y latente que la acumulación de alcohol durante la velada amenaza con convertirla en explícita. La película maneja unos cuantos secretos, mentiras y enigmas a resolver en su parte final, aunque por momentos cae en el subrayado a la hora de exponer la tentación y la codicia como amenaza frente a la calidad de las relaciones humanas y al tan mentado espíritu navideño. Para ser un primer largometraje es de destacar la potencia dramática, la solvencia formal y la buena dirección de actores por parte de Domalewski. Quizás con un poco más de sutileza esté llamado a convertirse en un realizador de fuste dentro del casi siempre interesante cine polaco contemporáneo.
Tras los buenos deseos que se verbalizan pueden ocultarse augurios o pretensiones no tan santos. El título Noche de paz refiere precisamente a la Nochebuena, y paradójicamente a la contradictoria sensación que abordará al espectador luego de observar el comportamiento de esta familia rural, polaca, que en los preliminares de la celebración de la Navidad desnuda no pocas miserias, secretos y otros regalitos que nadie espera le traiga Papá Noel. Adam (Dawid Ogrodnik) sorprende a su familia llegando a pasar las fiestas. Hace años está viviendo en el exterior, y en Holanda ha dejado a su pareja, Asia, con la que está esperando una hija. De hecho, filma todo con una camarita para luego mostrarle lo que la está esperando. La llegada de Adam, uno de los hijos de la familia -la reunión es algo multitudinaria en la casa paterna- es recibida tanto con sorpresa como con tensión. Hay recelos, una relación de Adam con su padre alcohólico y ausente no necesariamente buena, y el recién arribado encubre, pero no disimula, el motivo de su viaje: quiere vender la casa de su abuelo para implementar un negocio en Holanda. Luego, cuando éste funcione, repartirá los beneficios. Historia de miserias ocultas, maltratos y machismos en una sociedad rural de índole patriarcal, Noche de paz es cruda, visceral y por momentos escurridiza. Porque Piotr Domalewski, en su opera prima, desnuda penurias y/o avaricias, pero también la necesidad de afecto de los personajes. En la familia muchos se sienten como ciudadanos de segunda en una Europa cambiante, en un país en el que se venera al papa Francisco y se advierte que no hay futuro, al menos laboral, y el deseo genuino de una sobrinita de que estén “todos juntos” contrasta, difiere con la realidad. No es Noche de paz un filme social al estilo de los hermanos Dardenne, aunque hay mucha cámara en mano -en parte por el efecto de retratar con la camcorder, que cae en diferentes manos- y un sentimiento de sálvese quién pueda, cuando la sensibilidad y la compasión están circulando por otro sendero en esta reunión de familia.
Muchas son las propuestas que toman cenas y vínculos familiares para trazar el motor narrativo. Pocas logran transmitir valores, y muchas menos aquella tensión necesaria para mantener la expectativa. Aquí se da un caso complicado entre ambos puntos, y no se decide por ninguno.
Noche de revelaciones Una visión de las consecuencias de crecer en el marco de una familia disfuncional, que ve la emigración como única salida, en la que el alcoholismo es un mal cotidiano, con un padre ausente y una madre infeliz que intenta mantener una ficticia unión, es el contexto en el que transcurre Noche de paz (Cicha Noc, 2017), con situaciones incómodas y desordenadas. Adán (Dawid Ogrodnik), llega sin aviso a su ciudad natal en nochebuena, con una cámara filmadora, una ecografía de su hijo y una botella de vodka, además de un coche de lujo alquilado para aparentar éxito económico. Ningún familiar lo esperaba. Les presenta la idea de vender la casa desocupada del abuelo, para abrir un negocio en Holanda. Las diferencias surgirán para converger en el peor momento, y la verdad saldrá a la luz de una manera cruda y violenta. El trabajo de Piotr Domalewski es excelente tanto en dirección, como en guion. Utilizando pocos recursos, como la cámara en mano y una sola locación principal (la casa de familia), consigue que el espectador vivencie este drama y se involucre con los personajes. Nada vistoso o espectacular es necesario a la hora de contar con un impecable guionista, que además de conocer el trasfondo, plasma su punto de vista sensible a la hora de narrar. Se genera entre los actores la armonía necesaria para construir una familia creíble. Noche de paz es una historia realista y agridulce con infinidad de meta-mensajes que remiten al estilo de los Hermanos Dardenne. Se recomienda ver más de una vez.
Una película polaca, la opera prima de Piotr Domaiewski, que co-escribió el guión y que se centra en la reunión navideña de una familia, en un pequeño pueblo del interior de Polonia. Con todo servido para poner además de la abundante comida todos los conflictos sobre la mesa, especialmente si es una familia numerosa. La mirada del director es incisiva, con humor negro, fino poder de observación y es ciertamente piadosa de las criaturas que se reencuentran. Hermanos con conflictos de mucha data, el drama del alcoholismo, la violencia de género, los celos entre los y la pequeña hermanita, la ambición por los pocos bienes que un hijo solo quiere para si. Pero por sobre todo un tema acuciante en el mundo de hoy: la necesidad y la fantasía de emigrar para obtener una vida mejor, con sus consecuencias de ausencias, olvidos, ilusiones nunca concretadas y la comprobación de que solo en nuestro lugar en el mundo podemos sentirnos cómodos, realmente “humanos”. Traiciones, risas y lágrimas. Buenos actores, tensión constante, una crítica zumbona a las tradiciones pero comprensiva a las tristezas sin fin. Por momentos con una trama casi de suspenso matizada con ciertas explosiones de peleas y risas.
La ópera prima de Piotr Domalewski revisita el reciente pasado polaco desde el ácido funcionamiento de una familia en las vísperas de Navidad. El hijo mayor, el pródigo, el que se fue a trabajar a Holanda para hacer dinero y volver a la patria, regresa a casa con un auto alquilado y un plan para su futuro. En el angosto trayecto hacia el pueblo de su infancia, ceñido por la nieve y la vaga intuición de los venideros reproches, Adam (Dawid Ogrodnik) filma un video casero para su futuro hijo, ensaya amargas confesiones para sus padres y celebra, entre oportunismo y desencanto, la misma lógica de la que ha intentado escapar con su huida a la tierra de las oportunidades. Domalewski elige una puesta en escena opaca y confinada a espacios opresivos para señalar una y otra vez los carceleros con los que lucha Adam: la repetida historia familiar, la imposibilidad de progreso, el ferviente catolicismo, el vodka como escapatoria, el barro que rodea a la casa como el pantano insondable de los cuentos. Por momentos, esas metáforas se hacen demasiado evidentes y la narrativa se torna previsible: la disputa entre hermanos, el cuñado villano, el padre borracho y frustrado. Sin embargo, la película es fiel a sí misma y sostiene en esa circularidad agobiante el tono que define al cine polaco contemporáneo, agudo observador de su propia historia, sin concesiones ni siquiera a la hora de la misa de Nochebuena.
Nada más lindo que la familia unida Un título como el de esta película debe ser necesariamente irónico: ya nadie, salvo la corporación Disney, cree que existan las noches de paz. Y si existieran serían tan aburridas que para qué filmarlas. Desde la danesa La celebración (1998) se sabe que si una familia se reúne va a ser para un juego de la verdad, del que saldrán todos los esqueletos que estaban en el ropero. Las diferencias pasan, en tal caso, por la gradación de daños, que irán, según el caso, de lo traumático a lo monstruoso. Exponente medio del subgénero, este film polaco oscila entre la pervivencia de los afectos, la desolación, el perdón, la desilusión y un posible filón de optimismo. El treintañero Adam (Dawid Ogrodnik) regresa a Polonia tras unos años en el extranjero. Lo hace para pasar navidad con la familia. En casa de sus padres, ubicada en una zona rural, se dibujan roles y tipologías. La madre, que se ocupa de todo y de todos, aunque no con excesiva felicidad. El padre alcohólico, que amparado en su trabajo nómade no se hizo muy presente durante la crianza de los hijos, y que viene sosteniendo un par de meses sin tocar la bebida. Adam, hermano mayor, se comporta como tal, siempre atento a socorrer a la madre y a rescatar al padre. Pawel, el hermano que le sigue, tiene algún serio entripado con él, por lo cual cada vez que se miran o se rozan hay chisporroteos de tensión. Está el tío chistoso con su familia, el abuelo de borrachera alegre, un cuñado golpeador y la hermanita menor, cuya mezcla de ingenuidad con inteligencia la convierten en esperanza de la familia. Hay un aire de fatalismo, de cosa irremontable, que se expresa tanto en los contactos personales, en los que besos y abrazos se retacean, como en el semblante grave y preocupado de Adam. ¿A qué se debe esa preocupación? No está del todo claro. Por un lado, Adam necesita mostrar que en el extranjero le está yendo mejor de lo que en realidad le va. Por otro está el gato encerrado con el hermano, que esconde una carta que va a sumar al clima de desazón. Clima que se ve reforzado por la oscuridad de la noche (aunque se sientan a cenar a las 5 de la tarde) y el tono mortecino de los interiores. Circula por allí una idea del polaco como hombre débil. Adam también viene con una carta bajo la manga, esperando el momento adecuado para jugarla. Ocasionalmente esa tipologización roza la caricatura, como en el caso de la sobrina adolescente que vive tecleando el celular y quiere cobrar cada pequeño favor que se le pide. Así como los biopics suelen funcionar como greatest hits en la vida del biografiado, las películas de reuniones familiares suelen concentrar episodios de la vida entera en una única noche. Noche de paz no es la excepción: en cuestión de horas se anuncian nacimientos, se descubren infidelidades, se inician proyectos. Convenciones genéricas, como la muerte del mejor amigo en una de guerra o el duelo final de un western.
Sí, es otra película más de reuniones familiares. Es otra más que revisita todos los lugares comunes del subgénero (si es que así podría definírselo) y por lo tanto encontraremos la típica película coral con secretos, mentiras, ocultamientos, rencores y cuentas pendientes, familiares que no se toleran, ganas de hacer las paces y todos los ingredientes típicos de la receta de esos encuentros familiares que se imponen más por tradición o por obligación, que por verdadero placer. Quien recuerde el film dirigido por Jodie Foster “Feriados en Familia / Home for the Hollidays” con Holly Hunter, Robert Downey Jr y Anne Bancroft sabe de encuentros familiares en tono de comedia disparatada pero apuntando a una fiestas típicamente norteamericanas como el día de acción de gracias. Por otro lado, hay encuentros familiares dramáticamente devastadores, como los que generalmente aparecen en las filmografías escandinavas y más particularmente en la laureada e inolvidable “La Celebración” de Thomas Vinterberg que pareciese ser el icóno del encuentro familiar en donde explota el núcleo más pustulento y la verdad comienza a salir a la luz. Pero si tuviésemos que emparentar a “NOCHE DE PAZ” con algo de lo ya visto, no sería ninguno de esos dos casos. No vira al tono de la comedia como la de Foster –aunque poner un poco de humor le hubiese venido bastante bien-, ni tiene anclaje en la parte dramática de la forma que lo hace la de Vinterberg, con esa profundidad y esa contundencia. El film polaco de Piotr Domalewski, en cambio, prefiere un tono intermedio donde apela más al costumbrismo, a los detalles observacionales sin que el humor se encuentre demasiado presente pero sin que tampoco aparezca tan subrayado el tono dramático de la historia. El sentido coral de la historia es sólo un mero elemento de la puesta en escena del filme, pero la cámara elige perseguir a un solo personaje casi excluyente y la narración encuentra un tono muy similar –demasiado por momentos- a “Sieranevada” de Cristi Piu, y en la comparación, podemos decir que pierde por goleada. El protagonista de la historia es Adam. Ya en las primeras imágenes (muy cautivantes dentro de la propuesta, por cierto) nos enteramos con una ecografía que va a ser papá. Con lo cual el enfoque de la película es “hijo, te voy a contar lo que es nuestra familia” y desde allí lo acompañamos en su viaje con el objetivo de pasar las navidades con su familia de origen y comunicar la noticia. Decide visitar a su familia solo, dejando a su esposa embarazada en Holanda, donde ahora residen. En este encuentro familiar aparecerán sus padres, sus hermanos, sus primos y sobrinos y el primer choque que aparecerá, es el de volver a tomar contacto con el entorno rural y la vida pueblerina en su Polonia natal. Piotr Domalewski apuesta al derrotero personal de Adam –dejando el relato coral de lado- y lo que le producen cada uno de esos pequeños reencuentros. La narración por lo tanto es más episódica y centrada fundamentalmente en la figura del protagonista, lo que hace que los roles secundarios carezcan de fuerza y de peso dramático en la historia, despertando muy esporádicamente un leve interés. Se presentan sólo como excusa narrativa para abordar algún conflicto con el protagonista, que es el eje central –y casi excluyente- de la historia. Tensión con el padre (obviamente no podía faltar), problemas entre hermanos por la venta de una casa familiar, el catolicismo omnipresente en la sociedad polaca, problemas con el alcohol, disputas por dinero y tensiones que se van encaramando hasta que se despierte la violencia. “NOCHE DE PAZ”, es una Opera Prima correcta tanto en la dirección como en los rubros técnicos, muy bien filmada pero que falla en el tono en el que aborda la problemática familiar generando algunas expectativas que finalmente no se resuelven. Hacia el final, un par de hechos trágicos dan un vuelco en la historia que de esa forma cierra con ese dolor y esa melancolía, con esa desesperanza que Domalewski venía anticipando, pero que no se animó a sostener a lo largo de todo el filme.
En su ópera prima, el cineasta Piotr Domalewski presenta Noche de Paz, un drama sobre la complejidad de las relaciones familiares y también una crítica a las dificultades para progresar en Polonia. La historia gira en torno a Adam (Dawid Ogrodnik), un joven que trabaja en Holanda pero que decide regresar a su país natal, Polonia, con la excusa de pasar Nochebuena con su familia. La realidad es que sus intenciones están lejos de querer reencontrarse con sus padres, hermanos, tíos, etc. Lo que el joven realmente pretende es vender la casa de su abuelo para así poder instalarse de manera definitiva en el extranjero y allí formar una familia de manera oficial junto a Asia, su pareja, con quien están esperando un hijo. La llegada de Adam termina dejando en evidencia los secretos que hay dentro de este clan familiar: una figura paterna ausente y alcohólica, una madre que debió criar casi a solas a sus hijos debido a la ausencia del padre, una joven víctima de violencia de género. Las situaciones son variadas y complejas. El protagonista también deberá hacer frente a las malas relaciones que hay entre los familiares, sobre todo a la tensa relación con su hermano Pawel. A pesar de tener una reunión familiar de cara a la Navidad como punto de partida, Noche de paz está lejos de ser una película sobre estas festividades. El film muestra la otra cara de la moneda: familiares que no se soportan entre sí pero que deben reunirse por el simple hecho de una vieja tradición a veces absurda que continúa latente (y posiblemente lo haga durante mucho tiempo). Domalewski no sólo hace una crítica a las tradiciones de las festividades (y a la familia como institución), sino que también apunta contra la situación en Polonia, un país en el que parece imposible progresar, al menos en el mercado laboral, en especial si se viene de un pueblo rural (tal y como el protagonista de esta historia). Si bien el director logra adentrarse en los diferentes temas que se tratan a lo largo de la película de forma eficaz, por momentos la trama se torna algo pesada al tratar de abordar mucho en poco tiempo. Aun así, cada situación (abandono, alcoholismo, etc.) logra tener su tiempo para ser desarrollada y explicada sin parecer descabellada. Misma situación ocurre con los diversos personajes, Domalewski consigue ahondar en cada uno de ellos sin dejar cabos sueltos.
Esta es la ópera prima de Piotr Domalewski. En esta historia coral varias situaciones se ven a través del uso de la cámara en mano para acercarnos a conflictos familiares, sociales y económicos, como en casi todas las familias hay secretos y mentiras, toca varios temas serios: el alcoholismo, el amor, el distanciamiento y los abusos, entre otros acontecimientos. Contiene buenas actuaciones por parte del elenco, con buenos toques de humor negro y una valiosa fotografía.
TRAPITOS AL SOL El nombre Noche de paz no podría estar más anclado en la ironía y el sarcasmo más afilado, dando una radiografía impiadosa de la sociedad polaca con una dosis de humor negro que, sin embargo, tiene una impronta sobria y dramática que por momentos colisiona con la propuesta. Digamos que si ustedes creían que su noche familiar de Navidad o Año Nuevo había sido un papelón impresentable, prepárense para ver en la ópera prima de Piotr Domalewski todo lo que no (¡NO!) quieren que pase en la tradicional cena, harto conocida por los suspicaces cruces de miradas, la exposición de miserias acumuladas a lo largo del año o ajustes de cuenta sorpresivos que dan lugar a pequeñas explosiones que se combinan con la pirotecnia, los dulces y la sidra para dejar -o no- una marca indeleble. Seguramente un ritual que nos hará sentir extrañamente próximos a una cultura que creemos tan distante como la polaca. Desde su introducción en el micro sabemos que el retorno de Adam (Dawid Ogrodnik) a Polonia luego de su estadía laboral en Holanda iba a ser accidentada. Filmando una cinta familiar para la que será su futura hija, tiene un pequeño altercado que expone sus miserias desde lo que aparenta ser un gesto tierno. Esa figura de alguien desubicado por una situación actúa como un preludio para lo que será el reencuentro con su familia, que también tiene en pequeños detalles del guión los signos de una advertencia: más allá de la mordedura de un perro, en los primeros minutos se sienta a jugar con su hermana menor que ordena una casa en miniatura de muñecas y ella le menciona al pasar que lo dejará participar si no va a arruinar la diversión. Este detalle del guión, además de los cruces de miradas inexplicables y hostiles o escenas que se interrumpen en silencios, se aprecian mejor tras un segundo visionado, en particular cuando se tiene conocimiento de determinado giro en la relación del protagonista con su hermano Pawel (Tomasz Zietek). En todo caso, todos estos elementos marcan que Adam es un outsider que ha perdido su lugar en la familia, siendo una presencia incómoda que no encaja en su estructura. El diálogo entre la introducción y el final es claro al respecto (los dos ocurren en micros, contemplando la misma cámara de mano). En su ópera prima Domalewski utiliza la cámara en mano y los planos largos como foco de un registro que resguarda el punto de vista, a pesar de tomarse algunas libertades al poner la perspectiva de la hermana menor de Adam, acaso el único personaje transparente y genuino del film. La sobriedad del registro y por momentos la intensidad de las actuaciones, le dan a la que por momentos es una sátira repleta de humor negro un tono asfixiante que no se encuentra afín a su faceta sarcástica. De hecho, la condensación del guión en el tramo de la última media hora se hubiera beneficiado del tono más ligero de la comedia: la sucesión de eventos y desgracias resultan dentro de un marco dramático inverosímil pero, dentro del contexto de una comedia, resulta demasiado solemne y cargado de una intensidad que desborda cualquier rasgo humorístico. La convivencia entre registros tan dispares resulta por momentos accidentada, pero un guión sólido y hermético ayuda a que el descenso al infierno en que se transforma la Nochebuena de Adam resulte encantador, haciendo de Noche de paz un buen film que sin embargo es imposible de catalogar como un film navideño.
Estrenada recientemente en las salas argentinas, Noche de paz es la opera prima del joven director de cine y guionista polaco Piotr Domalwski, quien previamente venía de realizar una serie de cortos poco conocidos. La cinta comienza con Adam (Dawid Ogrodnik), un joven polaco que regresa a su casa tras una (o más) temporada en Holanda, país en donde trabaja desde hace un tiempo. Allí lo espera tanto su familia, como su esposa, quien está a la espera de un hijo, motivo por el cual Adam decide filmar las peripecias que vive en el retorno a su Polonia natal, como presente para su futuro descendiente, así como los hechos que irán transcurriendo a medida que se aproxime a su destino. No tardarán en suceder acontecimientos que reflejan una serie de conflictos latentes de difícil resolución, que reflejan un contexto familiar complejo, que quizás sean la razón del distanciamiento de Adam de sus parientes. No obstante el verdadero motivo del regreso del joven no es pasar las fiestas con su familia, sino que tiene otras intenciones, las cuales irá contando progresivamente y de a poco, sabiendo que puede provocar el rechazo de uno o varios integrantes de dicha familia, he incluso generar o incrementar discordias varias, principalmente con su hermano Pawel (Tomasz Zietek) Es cierto que no hay mucha originalidad en los planteos ni situaciones que propone Domalewski, recurriendo a una serie de lugares comunes y resoluciones esperadas, más si consideramos la historia cinematográfica del cine europeo en general, y el cine polaco en particular. Pero sin embargo no podemos negar que el cineasta combina con categoría el drama con la comedia, dando como resultado, por un lado, algunos momentos simpáticos, de tono alegre, y otros, por el contrario, dotados de una carga dramática acertada, retratando un claro contraste entre lo que supuestamente reflejan las fiestas familiares de fin de año, y lo que puede acontecer cuando la realidad de trasfondo es mucho más amarga, corrosiva, llena de fantasmas del pasado, conflictos sin resolver, y diferencias de pensamientos. En lo referido a actuaciones todos cumplen su labor, dando credibilidad a los sucesos que abordan a los miembros de dicha familia. Sin ser una obra maestra ni nada por el estilo, Noche de paz cumple las expectativas, siendo una comedia dramática que vale la pena ver.
El filme del debutante Piotr Domalewski es un valioso representante de la tradición cinematográfica polaca, que tuvo en nuestro país momentos inolvidables en la época en que la distribución internacional daba a conocer un amplio espectro en que cabía el cine ruso, el polaco, el griego o el nórdico. El drama de corte melodramático de Domalewski, egresado de la Academia de Cracovia, toma el muy actual tema de la inmigración a través de la figura de Adam, un muchacho que vuelve temporariamente a la casa familiar, luego de largo tiempo en Holanda. El reencuentro con la familia reavivará los conflictos de toda las familias con su carga de secretos, celos, desajustes, pero también con la necesidad de enfrentarse a problemas personales que el grupo devuelve. A la necesidad de la partida para buscar un mínimo porvenir económico, pueden sumarse la debilidad de carácter, la imposibilidad de superar ciertos acostumbramientos familiares (la bebida) y la falta de educación, a veces ocasionada por los problemas económicos y la escasez de ofertas en pequeños pueblos alejados de centros poblados. "Noche de paz", con su pequeño núcleo familiar reunido alrededor de un árbol de Navidad que tiene que ser robado a vecinos más poderosos, se muestra como un modelo de la urgencia de emigrar en distintas generaciones por necesidades económicas, con su carga de desintegración afectiva. No todos se transforman en los que "hicieron la América" para sacar a la familia que quedó lejos. También hay gente que, como Adam, usa la mentira para hacer ver que él no es uno más que vuelve sólo con una pequeña filmadora para seguirlos por toda la casa, como registrando recuerdos. Filme amargo estupendamente interpretado y donde se revalora la figura femenina materna (Agnieszka Suchora) y la conservación de la fe como como motor de integración y conservación de una estructura familiar en destrucción.
Mentiras verdaderas El debut como director cinematográfico de Piotr Domalewski lo establece en la cuestión de poder sostenerse en un mismo nivel en próximas producciones. Dicho de otra manera, una bocanada de aire fresco en tanto el cine como arte. El cine polaco dio muestras de su nivel en muchas ocasiones, últimamente refrendadas por Pawel Pawlikowski, el director de "Ida" (2013) la muy merecida ganadora del premio “Oscar” a mejor película de habla extranjera, de quien se estrenara hace unas semanas, todavía en cartel, la maravillosa “Cold War”. En este caso el novel director centra su mirada en los secretos y mentiras de una familia rural en Polonia, puesto en suspensión por las festividades. Adam, el hijo, casi prodigo, regresa al seno familiar luego de varios años en el extranjero para festejar la nochebuena, asimismo su otra motivación es llevarse definitivamente a su pareja embarazada de su primer hijo. Sin embargo su principal razón es poder vender la casa del abuelo, recientemente fallecido, e instalarse con un negocio propio en Holanda. En realidad el filme termina por ser una dura descripción de las relaciones familiares, cuando todo transcurre a partir de los silencios, donde lo no dicho cobra una dimensión en cada personaje de tal manera que termina por provocar el descontrol cuando las verdades se hacen presentes. Los temas que va desplegando durante la proyección no intentan descubrir nada original, sólo establecerse como temas recurrentes en el cine polaco, tales como la pelea entre los hermanos, el egoísmo, las frustraciones, los fracasos, la ausencia de un futuro posible, a veces trabajado desde lo metonímico, otras desde la simple metáfora, en este sentido se siente la irrupción del vodka, bebida que los polacos se proclaman como sus creadores. Nada importa que Adam esté filmando un video para su primer hijo, ni que la razón real de su partida siga siendo tabú, ya parte de la novela familiar construida, que nunca es la historia real. El director elige un desarrollo lineal y progresivo del relato, no hay demasiadas búsquedas justificadoras, sólo se establece a partir del clima opresivo con el que se desarrollan los acontecimientos, la oscuridad de la misma noche, los espacios reducidos, el acercamiento a los personajes. Algunos sólo presentes desde lo nombrado, a punto tal que en el desenlace, y aunque nunca haya aparecido, su peso en el relato se hace presente. Todo apunta a mantener el interés del espectador que es manipulado con herramientas del lenguaje del cine, sostenido, claro, por las convincentes actuaciones. (*) Realizada por James Cameron, en 1994.
El director polaco Piotr Domalewski cuenta un drama familiar para su ópera prima que fue elegida mejor película el año pasado en su país. La trama gira en torno a Adam, un joven que viaja a la casa de sus padres en el campo para pasar la Navidad y con otro motivo que revelará a lo largo de las 24 horas que permanecerá allí. El cineasta suma capas de conflictos en la relación entre casi todos los miembros de la familia: el hermano, la madre, el padre y una mujer con la cual espera un hijo. La época del año, con lluvias y nieve, agregan densidad a un relato en el que sin embargo Domalewski consigue filtrar algunos segundos de humor absurdo surgido de las pequeñas desventuras cotidianas. La elección del director es mostrar con crudeza todo la incomodiad que producen las situaciones forzadas, empezando por el viaje agotador de Adam. El director sigue al personaje con la cámara al hombro, mientras Adam deja registro del viaje con una videocámara como un legado para su hijo en camino. Narrada como una historia circular, el agobio de los conflictos superpuestos y las subtramas también conflictivas reflejan con eficacia la asfixia del protagonista al que espera un final impiadoso.