Desilusión y ocaso Diversas contradicciones de por medio, la última película de Paolo Virzì es uno de los trabajos más ambiciosos y desparejos que haya dado el cine italiano de los últimos tiempos, uno que para colmo se propone explorar la época de oro de la propia industria cultural italiana aunque desde la perspectiva mordaz que aporta el cinismo estándar de nuestros días, ese mismo que genera obras tan paradójicas como la que nos ocupa, Notti Magiche (2018). Virzì, uno de los grandes realizadores de su país de la actualidad y responsable de joyitas como El Capital Humano (Il Capitale Umano, 2013), Loca Alegría (La Pazza Gioia, 2016) y The Leisure Seeker (2017), escribió un guión junto a dos colaboradores habituales, Francesco Piccolo y Francesca Archibugi, que no se anda con chiquitas ya que traza de manera explícita una analogía entre el colapso del cine italiano durante los 90, cuando los grandes referentes de las distintas generaciones del neorrealismo comenzaron a desaparecer y no dejaron sucesores claros, y la desazón popular autóctona con motivo de la Copa Mundial de Fútbol de 1990, símbolo del preludio de la toma del poder por parte de Silvio Berlusconi y la ruina moral subsiguiente vinculada al neoliberalismo desvergonzado. De hecho, la historia comienza la noche del 3 de julio de 1990, cuando en las semifinales Argentina expulsa a Italia del certamen por tiros desde el punto penal, circunstancia que coincide de sopetón con un automóvil cayendo en el Río Tíber desde un puente de Roma y el inmediato descubrimiento de un cuerpo dentro, el de Leandro Saponaro (el inmenso Giancarlo Giannini), un productor cinematográfico de renombre del período. Lo que sigue a continuación es un extenso racconto ante las autoridades policiales de los tres principales sospechosos del caso, Antonino Scordia (Mauro Lamantia), Luciano Ambrogi (Giovanni Toscano) y Eugenia Malaspina (Irene Vetere), un trío de jóvenes guionistas que resultaron finalistas del Premio Solinas, galardón que concede dinero en efectivo y la posibilidad de que sus trabajos se materialicen en pantalla. Este catalizador funciona a nivel práctico como una excusa para plantear el choque entre por un lado las nuevas generaciones de artistas que se asomarían desde aquella década del 90 y en el Siglo XXI, y por el otro las figuras ya ampliamente consagradas que pasan a explotar, ningunear o manipular a los muchachos desde una egolatría y una soberbia mayúsculas que tienen mucho de avaricia corporativista. Disparando un sinfín de referencias a cineastas de la etapa comprendida entre los 40 y los 80, Virzì lleva las discordancias hasta el extremo porque el registro dramático que utiliza es -nada más y nada menos- que el propio de aquella “commedia all'italiana”, una comarca genérica hoy extinta apuntalada en constantes sobreactuaciones, diálogos entrecruzados confusos y un vitalismo de fondo hermanado a lo heterogéneo caótico y los conflictos superpuestos de toda índole; siempre dando a entender que lo que predomina en la vida no es precisamente el quietismo, esa fantasía del existencialismo burgués, sino un desorden en el que nada permanece estable por mucho tiempo. Los arquetipos de los que echa mano Virzì para delinear a los protagonistas no son novedosos pero satisfacen las exigencias del relato: Antonino es algo así como el intelectual del trío, un joven sumiso con mucho talento y muy entusiasmado por el medio que recién está descubriendo, Luciano también viene del interior de la nación italiana pero es mucho más desfachatado y anhela retratar sus orígenes familiares proletarios, y finalmente Eugenia pertenece a un clan acomodado romano aunque su carácter introvertido la deja muy presa de sus inseguridades, sueños y adicciones varias. Los dos problemas fundamentales del film se resumen en su extensión y su óptica general: los 125 minutos se hacen por momentos demasiado largos en función de una dialéctica tragicómica que ameritaba ser más sucinto y cortar unas cuantas escenas descriptivas que sin duda están de más, y en lo que atañe a la idiosincrasia del relato en sí se puede decir que Virzì en unas cuantas ocasiones del metraje parece regodearse en el facilismo ideologico que otorga el paso del tiempo y en cierta tendencia a caricaturizar a los artistas veteranos al acusarlos de “cosillas” -vanidad, individualismo, pedantería, maquiavelismo, estupidez, etc.- que tranquilamente se pueden extender a sus homólogos actuales, con la salvedad de que en el pasado esos señores y señoras -aun con sus múltiples rasgos negativos- producían un gran número de obras valiosas por año y sus sustitutos del presente casi nunca logran llegar a ese nivel cualitativo y a esa cantidad de propuestas interesantes. El mismo título remite socarronamente a Un'estate italiana/ Un verano italiano, la canción oficial de la Copa Mundial de la FIFA de 1990, un leitmotiv celebratorio de la emoción que brinda el deporte -con música compuesta por Giorgio Moroder y letra en italiano de Gianna Nannini y Edoardo Bennato- que aquí muta en himno involuntario de esta derrota social/ cinéfila/ cultural que retrata la película recuperando los ecos difuminados de un lenguaje que pasa a ser homenajeado y ridiculizado sin piedad en iguales proporciones. Más allá de este manojo de contradicciones, Notti Magiche por un lado unifica la desilusión de los adalides bisoños y el ocaso de un sistema productivo que supo encabezar el séptimo arte a escala planetaria, y por otro lado consigue entregar chispazos de genialidad, algunos momentos entrañables y sentencias cáusticas inspiradas que compensan los traspiés con firmeza y sutil inteligencia, ofreciéndonos en suma una experiencia errática pero fascinante en su atribulado devenir…
Trastienda del cine Con la Copa Mundial FIFA Italia 90 como trasfondo, esta comedia negra, brinda homenaje a la edad de oro del cine italiano, relatada de manera original y amena. Una crítica acida y divertida a la "cocina" del arte cinematográfico. En Notti magiche (2018), el italiano Paolo Virzì nos ubica en el verano de 1990, en Roma. Mientras todos están expectantes mirando el partido que Italia perdería por penales ante la Argentina, un Jaguar cae al rio Tíber. A bordo del vehículo se encuentra el famoso productor de cine italiano Leandro Saponaro (Giancarlo Giannini), quién fue asesinado. Los sospechosos son tres jóvenes aspirantes a guionistas Antonino (Mauro Lamantia), Luciano (Giovanni Toscano) y Eugenia (Irene Vetere). Comienza el interrogatorio policial, a través del cual se revelarán los misterios de esa noche, al mismo tiempo que reviven los últimos momentos de la gloriosa época del cine italiano. Luego de The Leisure Seeker (2017), el conocido director italiano Paolo Virzì se da el lujo de dirigir y participar del guion de una película que habla sobre cine -al estilo de El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002), de Charlie Kaufman-, haciendo foco en el rol del guionista y transmitiendo una clara crítica hacia su labor. Una secuencia es bien lograda por demás: la del Jaguar que cae al río en el mismo momento en que Italia es eliminada. Todo lo que sucede posteriormente es un enorme flashback en donde los tres sospechosos son interrogados por un oficial de policía en donde la voz del autor se hace muy presente. A partir de este interrogatorio conocemos sus historias, sus idas y venidas entre directores, productores, actores y guionistas en un ambiente demasiado hostil para sus aspiraciones. La construcción de los personajes en general resulta de una gran solidez, apelando al absurdo y la ironía para generar empatía en el espectador. Las actuaciones son convincentes y, en el caso de los protagonistas, de remarcable factura, cuyas personalidades tan diametralmente opuestas, bien podrían describir a ciertos aspirantes a guionistas: la desfachatez de Luciano, la timidez de Eugenia y la sumisión de Antonino. La ambientación de la época es atinada por sus locaciones, vestuario, lenguaje, escenografía y utilería. La impronta del director, se hace presente a lo largo de todo el film, incluso en el juego narrativo que ejecuta al mimetizarse con el comisario inspector, que indaga a los tres jóvenes en busca de respuestas. Entre los mensajes/consejos que Paolo Virzì transmite, quizás dirigidos a los aspirantes a guionistas, aunque aplican también a los que desean ser creadores en cualquier expresión artística, entre ellos: no permitas que otra persona se apropie de tus ideas creativas; recupera el deseo de observar a tu alrededor; intenta siempre mirar a través de la ventana; importa más expresar el paso del tiempo en vez de focalizarse en un gran final; trabaja para ti y no te conviertas en un esclavo por dinero.
Refrito del refrito del cine italiano, una película que sólo en el carisma del trío protagónico joven encuentra algo de razón para verla en esta historia de cine en el cine, de submundo y narración anclada en un homenaje que nunca termina de ser.
Notti magiche, dirigida por Paolo Virzi, comienza con la noche en la cual Italia es eliminada del Mundial de fútbol 1990. Las calles desiertas, la gente reunida alrededor de los televisores. Los inolvidables penales contra Argentina, aquel momento tan doloroso para los italianos amantes del fútbol. Pero la película no tiene nada que ver con el fútbol, solo coincide la eliminación con un evento que llevará a la historia principal. Alguien ha muerto, es un importante productor de cine italiano, los tres principales sospechosos son tres jóvenes aspirantes a guionistas de cine. En la comisaría, Eugenia, Antonino y Luciano, contarán como conocieron al productor y como se conocieron ellos. Lo que sigue es una historia donde los tres jóvenes comparten ambiciones, sueños y decepciones. También es un recorrido homenaje al cine italiano. Con varias figuras del cine italiano dando vueltas, con citas puntuales y momentos particularmente inspirados como la última toma del último rodaje, del último film de Federico Fellini. Pero este film nostálgico poco más tiene para ofrecer, a la sombra de una cinematografía que sabe mejor que nadie como hacer homenajes melancólicos, los momentos de emoción son muy prefabricados en general y los momentos cómicos no tienen mucho timing de comedia. A los incondicionales del cine italiano tal vez les puede interesar esta versión liviana y simple de esa cinematografía.
Carta de amor al cine italiano En esta comedia de Paolo Virzì, tres jóvenes aspirantes a guionistas se sumergen en la industria cinematográfica italiana, con el Mundial de Italia '90 de fondo. Los primeros instantes de Notti magiche van directo al corazón: el relato, en italiano, del penal que Goycochea le ataja a Donadoni, seguido -ya con imágenes- por el que Maradona convierte y el segundo que ataja Goyco para que la Argentina elimine a los italianos y se clasifique a la final de Italia ’90. Después suena Un'estate italiana, la mejor canción de la historia de los mundiales: difícil conseguir un comienzo más emotivo para los argentinos. Del estribillo de ese gran himno fue tomado el título de la película, que alude menos al fútbol que a las aventuras de los tres protagonistas durante ese verano en Roma, con la Copa del Mundo apenas como telón de fondo. Antonino, Irene y Luciano son tres los finalistas del tradicional Premio Solinas, destinado a guionistas: los jóvenes -uno del norte, otro del sur y ella, romana- se conocen en la ceremonia de entrega y se hacen inseparables durante un mes. Juntos, ellos se ven inmersos en el mundillo del cine italiano de aquellos años. Notti magiche es una carta de amor de Paolo Virzì a una época de la industria en la que todavía reinaba la bohemia, las tertulias en bodegones y una informalidad que hacía sentir que todo era posible. Al menos, según el recuerdo del director de La prima cosa bella y El capital humano, que empezó su carrera como guionista en 1989. NEWSLETTERS CLARÍN En primera fila del rock | Te acercamos historias de artistas y canciones que tenés que conocer. En primera fila del rock | Te acercamos historias de artistas y canciones que tenés que conocer. TODOS LOS JUEVES. Recibir newsletter Esas noches mágicas tienen un ritmo vertiginoso y, por momentos, confuso a propósito. Los tres aspirantes a ser parte de los engranajes de la maquinaria cinematográfica viven sus aventuras como sumergidos en una ensoñación donde se multiplican las reuniones -cenas, fiestas, asados- con personalidades legendarias de Cinecittà. Abundan las menciones a leyendas del cine italiano y los personajes inspirados en ellas. En ese infinito name-dropping hay alusiones -abiertas o veladas- a Ettore Scola, Federico Fellini, Mario Monicelli, Dino Risi, Lina Wertmüller y siguen las firmas. Hay dos próceres que incluso forman parte del elenco: Giancarlo Giannini se destaca como un productor chanta, y Ornella Mutti participa con un cameo. Dentro de una historia con altibajos, con algunos pasos de comedia fallidos, Virzì logra recrear el espíritu de un universo extinto. Hay algunas escenas encantadoras, como la de una oficina con decenas de ghost writers tipeando desenfrenadamente en sus Olivetti, como una orquesta tocando la música de un pasado que no volverá.
El director italiano Paolo Virzì no se anda con chiquitas. En línea con El capital humano, en la que se proponía indagar en las zonas más oscuras de la clase alta del país con forma de bota, con Notti Magiche propone una aproximación doble: el fin de una era cinematográfica y el inicio de una cambio social, todo en el contexto del Mundial de 1990. En medio de la desazón por la derrota de la selección local ante el equipo de Maradona, un auto cae al río con el cadáver de un reputado productor dentro. Los principales sospechosos del crimen son tres jóvenes guionistas finalistas de un concurso, quienes narrarán ante la policía todo lo ocurrido durante la última semana. La ubicación de la acción en un marco audiovisual le permite a Notti Magiche incluir múltiples guiños a la historia del cine italiano y a sus máximos referentes, en una aproximación no exenta de humor e ironía ante el cambio generacional producido en esa época. Cine dentro del cine, podría pensarse. Pero la película es también una commedia all’italiana plagada de diálogos veloces y enredos de diversa índole, además de varios comentarios sociales que abordan la coyuntura de los ’90. No todas situaciones funcionan bien y, por momentos, los mecanismos del guión se notan forzados. Sin embargo, Notti Magiche se erige como una propuesta simpática y atractiva, a la vez que un homenaje a un tiempo y a una forma de hacer y pensar el cine que se fue para ya nunca más volver.
Luego de una buena escena de apertura que reúne dos hechos disímiles (la eliminación de la selección local de fútbol a manos de la Argentina en el Mundial de Italia 1990 y el rescate de un Maserati hundido en el río Tíber romano), Paolo Virzi apela al despliegue de un generoso flashback que, con la excusa de reconstruir las motivaciones de un crimen (el del renombrado productor que viajaba en ese automóvil), va contorneando un alborotado, satírico y también melancólico homenaje a algunos de los más grandes héroes de la historia del cine de su país: Ettore Scola (Virzi ha declarado que tuvo la primera idea para esta película en el funeral del director de Feos, sucios y malos), Federico Fellini (hay un escena que lo recuerda con gracia y calidez), Bernardo Bertolucci, Marcello Mastroianni, Vittorio Storaro. Los protagonistas son tres jóvenes guionistas que desean acomodarse en el mundo del cine y lucen como una versión liviana y caricaturesca del trío que creó Francois Truffaut para su formidable Jules et Jim. Ellos se sumergen de lleno en el clima de comedia all'italiana -exaltada, kitsch, sensual, parlanchina- que claramente domina una película que observa una mitología perimida en ciertos momentos con ironía, en otros con espíritu lúdico (ahí está como prueba el cameo de una Ornella Muti transformada en provocativa maggiorata) y finalmente con una agridulce nostalgia.
Paolo Virzi, el autor de “Caterina en Roma”, “La prima cosa bella”, “El capital humano” y otras buenas, entró al negocio apenas veinteañero, en 1987. Para 1990 se comía el mundo. Cinecittá era una fiesta, la máquina giraba sin mayor problema, el Premio Solinas (en memoria del gran libretista Franco Solinas) era una novedad muy bien remunerada, todos tenían un rebusque, fantaseaban proyectos, reiteraban sablazos, y a la noche se encontraban en “Il re della mezza porzione abbondante”. Además estaba el Mundial de Fútbol, con una melodía que aún se recuerda. Pero esta historia empieza exactamente la noche del 3 de julio, cuando el Mundial terminó para los italianos y un auto se cayó al Tiber con un productor adentro. Principales sospechosos, tres jóvenes guionistas. Una llena de pastillas, conflictos y dinero, otro muy educado, que sueña con el arte, y un atorrante rapidísimo para llenar páginas y encarar mujeres. Ellos deben contarle al comisario cómo conocieron al desafortunado productor, de qué viven, qué hicieron en las jornadas anteriores, y qué pasó con un cheque millonario supuestamente endosado a Federico Fellini. Con semejante planteo, en los 50 los italianos habrían hecho una comedia regocijante. Por entonces empezaba el boom, como le decían. Pero la hacen ahora, la hace Paolo Virzi y mira a los 90, cuando la fiesta empezaba a decaer, Fellini filmaba la última toma de su última obra, la del poético llamado al silencio, y algunos ya buscaban otro rumbo. Entonces la comedia tiene un deliberado gustito ácido. Buena comedia, propia de aquel cine, buen cuadro de un tiempo ido, personajes preciosos, intérpretes precisos. A la cabeza, Giancarlo Giannini como el productor, y el venerable, impagable Roberto Herlitzka como un viejo guionista histriónico, estilo Furio Scarpelli. Atención a sus consejos, y al plano de una generación que no sabe mirar la realidad ni siquiera por la ventana. Y atención al bonus: la estrella sexy de los 70 Ornella Muti, con los ojos intensos de siempre, mostrándole a su admirador un tesoro que lo hace arrodillar, pero que la cámara, egoísta o piadosa, nos impide ver.
Notti Magiche nos habla del mundo del cine, una mirada de cerca a la cocina donde se crea ese acto de magia que es la ficción. Habitualmente, cuando se profundiza en ello, se habla del mundo de los estudios, de los enormes hangares donde se levantan los más preciosos decorados; sin embargo suelen interesar más los magos que lo llevan a cabo: guionistas, directores, actores, técnicos. Un universo metalingüístico incuestionablemente atractivo, desde luego, pero que a la hora de contar una historia es solo el puntapié de algo más que una meta concreta. Un’estate Italiana El universo es el detalle más apabullante de Notti Magiche. Un universo que cualquiera que se dedique al cine le gustaría conocer. 1990 no es una época elegida al voleo, visto y considerando que estamos hablando de la última vez donde todos los grandes nombres del cine italiano estaban vivos y en el mismo lugar. Como una suerte de recuerdo de una época mejor. Un universo donde los guionistas son reyes, los productores medio ventajeros, los actores prácticamente eran dioses, y los directores -salvo excepciones como Fellini- no eran autores reverenciados. Se trata de un universo tan intoxicante que incluso se vale, por el costado de la música, de una partitura con aire a las que Nino Rota componía para Fellini. Notti Magiche, de Paolo Virzì, arroja la tesis de que para ser un buen escritor cinematográfico no basta con ser muy cinéfilo, no basta con ser neurótico, ni con haber vivido en carne propia el sufrimiento de la clase obrera. Para ser buen guionista hay que “mirar por la ventana”, ser observador de la naturaleza humana. Saber ser espectador. Saber que por más inteligente que sea el guionista, la mente del espectador, cuando se encuentre ante una pantalla de cine, estará un paso más adelante. Entender que la lógica y el sentido común tienen más lugar en la fantasía de lo que cualquier creador da crédito. Es precisamente ese «ser espectador» lo que entra en juego, lo que los protagonistas de a poco olvidan en nombre de acceder a imposiciones de índole comercial que harán posible su sueño, pero que no pocas veces comprometen su integridad. Una elección entre mantener el sueño y la integridad unidos o, pragmáticamente, inclinarse por su separación. Aunque el universo cautiva y el mensaje no es desacertado, el arco de los tres personajes no está desarrollado de manera tal que su derrotero permita apreciar la potencia de dicho mensaje. Esto se debe mayoritariamente a que si bien cada uno tiene sus idiosincrasias prácticamente establecidas, la indecisión narrativa que hay entre comedia de enredos y drama policial impide que tenga un seguimiento claro. Como si la indecisión y lo disperso de su línea de acción no fueran suficientes, promediando la película esta se empieza a estirar, y empieza a cerrar sus líneas narrativas a los ponchazos.
En esta película de Paolo Virzi, un hecho policial, encuentran muerto en el rio Tiber a un renombrado productor del cine italiano y los sospechosos son tres aspirantes a guionistas, el ganador y los finalistas de un concurso famoso. Llevados a la central de policía, rememoraran una noche agitada, la excusa para repasar el final de una época de oro del cine italiano. El mismo director contó que se le ocurrió la idea mientras asistía al funeral de Ettore Scola. En el guión de Francesca Archibugi y Francesco Picolo aparecen los grandes nombres de Monicelli, Risi, Scarpelli, Fellini está terminando de filmar “La voz de la luna”. Se habla de los grandes actores, Vittorio Gassman, Marcelo Mastroianni, actrices como Silvana Mangano, Sophia Loren y Ornela Mutti. Y enormes directores como Bertolucci, Visconti, Pasolini. Los participantes del concurso Solina se ven arrastrados en un recorrido caótico, exactamente la noche en que por penales Argentina dejo afuera a la selección italiana en el mundial de l990. Y todo tiene como fondo el tema del mundial más inspirado, que le da título a la peli. En un recorrido que hace recordar a la “Doce Vita” de Federico, los jóvenes aspirantes a guionistas saltan de un estudio a otro y frecuentan un mundo de genios y estafadores, de escritores fantasma que escriben sin parar para que otros utilicen su nombre y terminen filmando películas geniales o les roben su talento y dinero. Un tránsito para el que hace falta un público que entienda las referencias, que sepa de ese cine genial y ese estilo único. Se discute, se teoriza, se le da un supuesto adiós a una época dorada. La ceremonia que exorciza esa época, necesita a memoriosos. Es más un homenaje para entendidos en el marco de una historia que peca de ingenua como soporte melancólico de una gloria pasada.
Mundo en decadencia Con la serie de penales de la semifinal Argentina vs. Italia como marco temporal y fondo musical de “Un verano italiano” –el célebre tema del mundial de fútbol 1990, cuyo estribillo le presta el nombre a la película–, un automóvil de lujo sale disparado desde un puente romano y ameriza con escasa elegancia sobre las aguas del Tíber. Dada la decepcionante coyuntura futbolística, muy poca gente en la terraza del bar cercano le presta atención al extraño objeto volador. Así comienza Notti magiche, el más reciente largometraje del toscano Paolo Virzì, fecundo realizador de quien en la Argentina se ha conocido una buena parte de su filmografía, incluidas Loca alegría, Tutti i santi giorni y El capital humano. Fecundo y ecléctico: sus películas suelen alternar el humor y el drama humano y social, muchas veces en un mismo relato. Estas “noches mágicas” se enrolan conscientemente en la tradición de la commedia all’italiana, con sus dardos venenosos aplicados, en esta ocasión, a la industria del cine. O, mejor dicho, al ocaso definitivo de sus épocas doradas, en la prehistoria del reinado de Berlusconi. El descubrimiento del cadáver de Leandro Saponaro, otrora un poderoso productor –tanto del más reputado cine autoral como de decenas de exitosos poliziotteschi– provoca la detención de tres jóvenes aspirantes a guionistas. También a un largo flashback que describe los acontecimientos y detalles que llevaron a la muerte del produttore (un Giancarlo Giannini al borde de la histeria, con guiños al muy real Cecchi Gori padre), en esencia un macguffin narrativo, al menos hasta los tramos finales. Lo que más parece preocupar a Virzì y a sus dos coguionistas es construir una sátira de ambientes, personajes, usos y costumbres, en ocasiones atinada e hilarante, en otras no tanto. Antonino, Luciano y Eugenia –los ternados para un concurso nacional de guiones cinematográficos, cada uno de ellos con características y rasgos de carácter muy definidos– hacen las veces de ventanas hacia un extraño microcosmos de escritores, realizadores y productores veteranos que llevan la marca del cinismo en cada frase que le prodigan al mundo. “Buona notte, va’ a fanculo”, se despide el sceneggiatore interpretado con alta gracia por el gran Roberto Herlitzka, un tal Fulvio Zappellini, homenaje encubierto a Furio Scarpelli, legendario creador de guiones, desde las primeras películas de Totò a Il postino. Por cierto, las decenas de referencias directas e indirectas a los grandes nombres ocultos del cine italiano –aquellos que trabajaban sentados delante de la máquina de escribir– pueden pasar desapercibidos para una parte importante de la audiencia, aunque no así la inclusión entre sombras de un Marcelo Mastroianni (llorando desconsoladamente por el enésimo abandono de la Deneuve, esa “stronza”) o de un Federico Fellini rodando la última escena de su canto de cisne, La voz de la luna. El trío de jóvenes, algo ingenuos en cuanto a las prácticas reales del oficio, intenta insertarse profesionalmente con sus creaciones, pero lo que encuentran son grandes nombres venidos a menos, “autores” dispuestos a conceder toda clase de libertades y un estado general de desesperanza. Entre apunte y apunte, la trama avanza a velocidades nada desdeñables, saltando de una escena a otra, y si algo no le falta a Notti magiche es ritmo. Esa cualidad de sketches contenidos en sí mismos puede ser entendida como un demérito general, pero en ocasiones se transforma en virtud. Los mejores momentos del film se imponen como aguafuertes de un mundo en decadencia que insiste en hacer gala de los lauros pretéritos, falsos espejos de los oropeles presentes.
No es casualidad que "Notti magiche" inicie su historia en, tal vez, una de las noches más tristes de Italia en cuanto a lo futbolístico. Sergio Goycochea detiene el disparo desde los doce pasos de Aldo Serena y decreta que Italia fracasa en su intento por llegar a la final del Mundial 90 en su propia tierra. En ese preciso instante, un auto cae al río Tíber con el cadáver de un importante productor de cine dentro. Los principales sospechosos son tres aspirantes a guionistas, finalistas del premio Solinas, uno de los galardones más importantes de la industria. Por un lado, el fin del sueño azzurro y por el otro, la rúbrica del acta de defunción de una etapa de gloria para el séptimo arte italiano. Luciano Ambrogi (Giovanni Toscano), Antonino Scordia (Mauro Lamantia) y Eugenia Malaspina (Irene Vetere) son los tres escritores novatos que le dan cuerpo a la historia. Tres perfiles diferentes (el desbordado, el culto y la reprimida) que decantan en el vertiginoso e irascible mundo del cine italiano. En él conviven las estrellas del celuloide, los directores consagrados y los productores que cual aves de rapiña están siempre al acecho en busca de motorizar la industria. Y así, para ser más descriptivos, la historia vuelve un mes atrás, al comienzo de la Copa del Mundo, para contarnos en esas noches mágicas, cómo se unen las vidas de estos tres jóvenes con la del productor Leandro Saponaro (Giancarlo Giannini), el futuro muerto. EN EL OCASO Escrito y dirigido por Paolo Virz“ ("La prima cosa bella", "Il capitale umano"), el filme toma diferentes códigos narrativos para contar una historia de desidia y soberbia de un ciclo de diamante del cine italiano, que se creía eterno y que en realidad estaba en el umbral de su ocaso. Verano de 1990, mientras un país latía al ritmo del equipo dirigido por Azeglio Vicini con Toto Schillaci como figura, leyendas como Fellini, Scola, Bertolucci y compañía se iban desmembrando estreno tras estreno. Y aparecen todos -de forma icónica-, como Mastroianni penando por su mujer que lo dejó. El más Italian Lover con el corazón roto. Fotografías de las que Virz“ por momentos se ríe, mientras cuenta un policial que no interesa mucho, más que encontrar los guiños con lo real en cada escena, en cada diálogo y en cada representación. La clave de todo es anclarnos en un momento específico, que todos recordamos, para ir desnudando su intención. Para algunos podrá ser denuncia, para otros homenaje, ridiculización, crítica, venganza o envidia de no haber pertenecido; sin embargo, el doble filo de Virz“ hace que no nos inclinemos por ningún prejuicio y disfrutemos del todo. "Notti magiche" es una ácida acuarela de una época no tan pasada pero que Italia al parecer no olvida, con actuaciones certeras y un director que en cada cuadro nos regala una nostálgica ironía. Un policial como excusa, para que los amantes de la historia del cine conozcan la trastienda italiana.
“Notti Magiche”, de Paolo Virzi Por Marcela Barbaro En el campeonato Mundial de Fútbol Italia 90, la canción oficial Un’estate italiana, alcanzó fama internacional con un estribillo que repetía: Notti magiche, inseguendo un gol Noches mágicas, persiguiendo un gol, Sotto il cielo di un’estate italiana. Bajo el cielo de un verano italiano E negli occhi tuoi, voglia di vincere. Y en tus ojos, ganas de vencer Un’estate, un’avventura in più. Un verano, una aventura más Aquel Notti magiche, cantado una y otra vez por millones de fanáticos, da nombre a la nueva película del realizador italiano Paolo Virzi, recordado por La prima cosa bella (2010); El Capital Humano (2013); Loca alegría (2016) entre otras. En esta oportunidad, la propuesta parte del contexto futbolístico de aquel verano del 90 en Roma, para narrar una aventura tragicómica que habla sobre el cine, los guionistas y el paso del tiempo en relación a las imágenes y las palabras. Mientras un grupo de personas mira el partido en el que Italia pierde contra Argentina por penales, un auto cae al río Tiber en el que iba un famoso productor de cine, Leandro Saponaro (el gran Giancarlo Giannini), a quien la policía halla muerto en su interior. Los sospechosos del asesinato son tres jóvenes aspirantes a guionistas que entablan amistad en un concurso de guiones donde participan como finalistas: Antonino (Mauro Lamantia) procedente de Sicilia, Luciano (Giovanni Toscano) de la Toscana y Eugenia (Irene Vetere) de Roma. Al ser citados a declarar, el interrogatorio deviene en un extenso flashback donde se irá revelando los sucesos de aquella noche, en la que los tres jóvenes se introducen en el ambiente de las figuras consagradas de la época gloriosa del cine italiano, con quienes intercambian diferencias generacionales. Al igual que en Loca de alegría y en El Capital humano, se combina la tragedia con el humor, el exceso de diálogos y el uso recurrente de la parodia sobre ciertos estereotipos intelectuales del cine. Las grandes referencias y guiños intertextuales al universo cinéfilo, forman parte de una mirada que recorre la historia del cine italiano, donde resaltan Fellini, Mastroiani, y hasta la mismísima Ornella Mutti que aparece en escena. Otra forma recurrente en sus películas, es el manejo de los matices entre sus personajes, principalmente con el trio de amigos. Mientras que Antonio es un intelectual memorioso de Messina con cierta inocencia, que linda con lo nerd y la inexperiencia; Luciano, por el contrario, tiene calle, ama a las mujeres, es histriónico y verborrágico. Eugenia, que siempre los une, es adicta a los fármacos, viene de una familia adinerada y tiene baja autoestima. Esas diferencias, también se reflejan en relación a la procedencia de clase y a sus orígenes, algo que subyace en relación a si los personajes provienen del norte o del sur de Italia. Paolo Virzi centra la historia en relación a un campeonato de fútbol como sinónimo de la fiesta y la aventura colectiva que se vivía acorde a los tiempos de Berlusconi, durante los cuales, la industria cinematográfica había perdido su lugar de esplendor, junto a los grandes realizadores que pasaban a la historia. La mirada del realizador italiano muestra algo de nostalgia por los viejos tiempos, principalmente por el universo felliniano y los destacados autores, sin abandonar el humor en escenas donde reúne a viejos y consagrados popes del cine dentro de un bar, en el que compiten entrecruzando diálogos entre ellos. Diálogos, donde participan los jóvenes guionistas que manejan nuevos códigos en relación a las demandas de los tiempos actuales. En esa confrontación generacional se escucha: “quieren ser guionistas pero no saben ser espectadores”. Notte magiche dispara en varias direcciones y es intensa en todo sentido. Si bien se enmarca en la categoría de cine dentro del cine, desde lo formal y por el ritmo que sostiene, termina superponiendo temas y se prolongan demasiado. Paolo Virzi plantea un escenario algo caótico, donde sabe moverse, para combinar géneros, saltos temporales y una diversidad de personajes con los que rinde homenaje a la commedia all´italiana. NOTTE MAGICHE Notte Magiche. Italia, 2018. Dirección: Paolo Virzì. Guion: Francesca Archibugi, Francesco Piccolo, Paolo Virzì. Intérpretes: Mauro Lamantia; Ornella Mutti; Giancarlo Giannini; Irene Vetere; Giovanni Toscano; Roberto Herlitzka. Fotografía: Vladan Radovic. Edición: Jacopo Quadri. Música: Carlo Virzì. Sonido: Alessandro Bianchi.Duración: 125 minutos.
Una comedia negra, del guionista y director italiano Paolo Virzì, que recorre la época dorada del cine italiano ofreciendo críticas a la industria, desde adentro, con una exquisita mirada dantesca. En su secuencia de apertura, un grupo de italianos está reunido a orillas del río Tíber, frente al televisor, pendientes y expectantes para con el partido que se disputa entre Argentina e Italia durante el Mundial ‘90. Mientras se efectúan los penales, un vehículo cae, sorpresivamente, desde el puente al agua, en el mismo momento en que Italia erra el penal quedándose fuera de las semifinales. Semejante desazón deja a los ciudadanos en jaque y parecen no prestarle atención al siniestro ocurrido a sus espaldas. La persona fallecida, que iba supuestamente manejando el auto, era un reconocido productor de cine. La policía encuentra entre sus pertenencias una polaroid en la que posa con su novia y tres jóvenes. Estos serán citados en la dependencia, por haber sido los últimos que lo vieron con vida, y para poder descubrir qué pasó verdaderamente con Leandro Saponaro (Giancarlo Giannini). Es acá donde el film se convierte en un enorme flashback, alejándose del cine negro y adentrándose en una comedia delirante, ácida e intelectual, donde los sospechosos Antonino (Mauro Lamantia), Luciano (Giovanni Toscano) y Eugenia (Irene Vetere) comienzan a relatar sus disparatadas andanzas dentro de la industria del cine como aspirantes a guionistas. En base a que estos tres actores encarnan a finalistas de un concurso de guion en la ciudad de Roma, el director nos ofrece un pase libre hacia las entrañas crudas del negocio del cine pero sin perder jamás el romanticismo que lo caracteriza, pues la juventud de sus protagonistas no está allí por azar. Los frescos guionistas encarnan la esperanza de reconstruir el cine de culto que añoran los italianos y la muerte del productor viene a representar el desvanecimiento del mismo. Con una estética trabajada siempre al borde del exceso, fiel a la italianizada gesticulación, brusca pero fresca, la trama inicial apunta a sumergir a los espectadores en la resolución de un misterioso fallecimiento. Pero aunque las pistas e indicios aparezcan entre los diálogos del flashback, estas se pierden por completo en relación a la cantidad de guiños al cine italiano que irán construyendo las nuevas subtramas, llevándonos muy lejos del punto de partida, dado que iremos transitando por caminos de anécdotas entre los personajes donde las referencias estarán a la orden del día, una tras otra, sin respiro, haciendo alusión a grandes directores como Bertolucci, Pasolini, Visconti y Fellini, entre otros; visitando bares emblemáticos, siendo parte de reuniones y charlas, roscas, negociados, búsquedas de financiamientos, fiestas, sets, drogas, lujos, desgracias, avivadas, momentos incómodos, abusos; reviviendo títulos de películas y encuadres clásicos e incluso tendremos “presentes” a actores como Marcello Mastroianni y Vittorio Gassman junto a grandes actrices como la Loren y Ornella Mutti (quien realiza una participación en una de las escenas del comienzo del film). Todo ello sumado a los propios conflictos, por fuera del cine, que deberán enfrentar los jóvenes protagonistas en cada una de sus vidas. El protagonista con más peso en la trama es el autor. Este habla a través de sus personajes, como “aconsejando” a los futuros guionistas y/o directores, y hace autocriticas sin necesidad de esconderse. En el final, Virzì desliza con sapiencia un mensaje directo a los autores, en el que habla sobre el eslabón más importante de la industria del cine: les espectadores. Es loable destacar la labor realizada con el guion que consigue que el público logre una empatía por la historia, más allá de saber o no sobre cine de culto, reconfirmando que este es un guionista que sí piensa en sus espectadores al escribir. Y aunque muchos no querrán verla por miedo a quedarse fuera de las referencias, les aseguro que si se animan quizás se lleven la agradable sorpresa de descubrir varios guiños a films clásicos italianos que habrán disfrutado y mucho, pues en esta película les espectadores no “siamo fuori”. ¿Y el mundial ´90? Bien, gracias. En Notti magiche lo importante son las referencias a los grandes cineastas italianos y sus reflexiones sobre el cine de autor y las nuevas miradas.
La nueva película del prolífico Paolo Virzi ("El capital humano", "Loca alegría") está situada durante la final del Mundial de 1990, aquel que tuvo a Italia como anfitriones pero terminan derrotados ante la Argentina. La historia comienza con esta noche mágica en la que se encuentra dentro de un auto que cae al agua el cuerpo de un productor de cine. Y las pericias indican que no se murió ahogado. A partir de una imagen que el ahora fallecido tenía encima, una fotografía de esa misma noche, llegan a tres jóvenes que podrían ser sospechosos. A la hora de contar su historia ante la policía, el tiempo vuelve hacia atrás a cómo se conocieron. Son ni más ni menos que tres guionistas finalistas de un importante premio que sumerge a estos personajes muy diferentes al mundo del cine. Es interesante que se introduce en este mundillo desde la mirada del guionista, rol vital y sin embargo tantas veces invisibilizado. Así se muestra cómo grandes autores cedieron a sus libertades, o a camadas de escritores trabajando de manera robotizada en una misma historia. Virzi apuesta a la comedia pero más que humor lo que genera es un constante caos. Personajes que entran y salen, situaciones absurdas o irónicas, estereotipos y, por ahí abajo, un homenaje hacia el cine italiano que fue, y/o una crítica hacia el cine italiano que se viene. Lo que llama la atención desde el título y desde el poderoso comienzo de la película, el contexto que une tanto a los italianos como a los argentinos, no termina siendo más que anecdótico, darle un poco de color sin cobrar mayor importancia. Si bien los tres personajes principales tienen buena química, la construcción de cada uno de ellos por separado es más bien pobre, apelando a trazos gruesos y rasgos estereotipados o caricaturescos (la chica depresiva, el muchacho que sólo quiere pasarla bien entre mujeres y el intelectual y retraído). El guion, que escribe Virzi junto a Francesca Archibugi y Francesco Piccolo, tampoco logra jugar con los elementos que tiene a su alcance. Incluso hay una especie de epílogo que no consigue encontrar su lugar en el relato. Es entendible que lo que le interesa al director es mostrar lo absurdo de todo este mundo, donde las cosas más inesperadas se tornan corrientes, y la historia así se mueve de manera frenética entre cada uno de estos tres personajes. “Noches mágicas” es un film que apuesta a la melancolía y a la nostalgia, al retrato de una época pasada que siempre luce mejor. Pero lo hace de manera provocadora y caótica, consiguiendo algunos momentos divertidos y otros tanto más bien reiterativos y llenos de clichés que convierten a la película en un vano intento de homenaje.
El planteo del contexto de Notti magiche, última película de Paolo Virzí, es ambicioso. Tres grandes eventos nos ubican en tiempo y espacio: Copa del mundo Italia 1990 (día en el que Italia queda fuera de la final por el famoso penal atajado por Goycochea y del famoso relato que reza: “siamo fuori”), los últimos años de vida y producción de los grandes maestros del cine clásico italiano, y la entrega del Premio Solinas a los mejores guiones cinematográficos (galardón real generado por la industria cinematográfica italiana). En ese contexto, tres jóvenes finalistas del premio Solinas ingresan al mundo del cine, las fiestas, los rodajes. Pero todo se complica cuando muere un productor y los culpan a ellos. Hay un claro contraste entre la juventud e inocencia de los tres protagonistas con los demás personajes, cuyo peso se sostiene en la relevancia de sus nombres y, claro, sus reputaciones. Son varias las escenas de largas tertulias donde los tres comparten cenas con la crème de la crème del mundo del cine y todos, menos ellos, tienen el cabello cano. Una denuncia, quizás, a la geriatrización de la industria y sus modos de hacer. Notti magiche podría ser un homenaje a los guionistas, esos seres escondidos que tanto hacen por el cine. Entrañable resulta la escena en la que decenas de jóvenes escriben hacinados en un lujoso departamento romano mientras los supervisa un hombre mayor, que se desplaza en una silla con rueditas, abrazado a una bolsa de agua caliente. Una sala repleta de escritores fantasma, que trazan historias que otros firmarán. Notti magiche tiene muchas referencias cinematográficas (desde cameos reales de actores, directores, productores, hasta la visita al rodaje de La voz de la luna, último filme de Fellini), lo más disfrutable de la propuesta de Virzí. El director mira el pasado desde una nostalgia interesante, libre de idealización, pero con un reconocimiento al valor de esos años y, sobre todo, al desmadre de su final y a la decadencia de un estilo de vida insostenible y kitsch.
Siamo Fuori de la Copa. Crítica de “Notti Magiche” de Paolo Virzi. CINE, CRITICA, ESTRENOS, INTERNACIONAL Una comedia situada durante el Mundial 1990, más precisamente en la noche en que el local Italia es eliminado por Argentina. Protagonizada por Mauro Lamantia, Irene Vetere y Giovanni Toscano, secundados por Giancarlo Giannini. Por Bruno Calabrese. Un grupo de italianos está reunido a orillas del río Tíber. Todos frente al televisor, expectantes con la sesión de penales que catapultarìa a la Selección Argentina de Fútbol Masculino en la final del Mundial ‘90 que se realizaba en Italia. El rival fue la selección local, candidata número uno a llevarse ese campeonato. La expectativa es tal que, mientras se efectúan los penales, un vehículo cae, sorpresivamente, desde el puente al agua y todos lo ignoran. Con la derrota consumada y con semejante desazón los ciudadanos parecen no prestarle atención al siniestro ocurrido a sus espaldas. Dentro del auto encuentran muerto a un reconocido productor de cine. Entre sus pertenencias, la policía encuentra una polaroid en la que posa con su novia y tres jóvenes. Estos serán citados en la dependencia, por haber sido los últimos que lo vieron con vida, y para poder descubrir qué pasó verdaderamente con Leandro Saponaro (Giancarlo Giannini). A partir de ahí el film se convierte en un enorme flashback, y lo que parecía un clásico policial del cine negro cine negro se convierte en una comedia delirante. Los sospechosos Antonino (Mauro Lamantia), Luciano (Giovanni Toscano) y Eugenia (Irene Vetere) comienzan a relatar sus disparatadas andanzas dentro de la industria del cine como aspirantes a guionistas. Con la característica exageración italiana, la trama inicial nos inserta en la resolución de un misterioso fallecimiento. Las pistas e indicios aparecen entre los diálogos del flashback, pero la comedia se hace más fuerte y la múltiple cantidad de guiños al cine italiano hacen que el eje central de la película quede perdido por nuevas subtramas. Las anécdotas entre los personajes harán referencia a grandes directores como Bertolucci, Pasolini, Visconti y Fellini, entre otros. Reviviremos títulos de películas y encuadres clásicos e incluso tendremos presentes a actores como Marcello Mastroianni y Vittorio Gassman junto a íconos como Sophía Loren y Ornella Mutti, (quien realiza una ridícula participación con uno de los guionistas). A pesar de eso, la película se pierde en las referencia y no aporta nada más. Los fanáticos del cine italiano seguramente saldrán conforme, sobre todo con el homenaje a los grande clásicos. Pero la comedia no es fluida y todas las situaciones suenan forzadas. Los argentinos que vivieron ese mundial se sentirán a gusto con escuchar la mejor canción en la historia de los mundiales; pero pronto esa nostalgia que nos trasmite el escuchar las estrofas de la celebre “Notti Magiche” quedará desvanecidas, como se desvanecieron las ilusiones argentinas con el penal del alemán Bhreme que Goycochea no pudo contener en la final. Puntaje: 60/100.
Se encuentra ambientada en 1990 en Roma, donde se muestra esa Italia en un mundial que tenía como figura al jugador Salvatore Schillaci que pierde por penales ante la Argentina y al mismo tiempo que se hecho un auto cae al rio Tíber, quien se encontraba en ese vehículo es un famoso productor de cine italiano Leandro Saponaro (Giancarlo Giannini), quién fue asesinado y a partir de eso todo se viene a pique. Comienza una investigación policial, donde hay varios sospechosos, entre ellos, tres jóvenes aspirantes a guionistas Luciano (Giovanni Toscano), Eugenia (Irene Vetere) y Antonino (Mauro Lamantia), por lo tanto todo se va develando y apreciando a través del flashback, donde ingresamos un poco en el mundo de los actores, guionistas, directores, productores y otras figuras que son parte del cine. También está presente la lucha de los valores entre las nuevas generaciones y las viejas y nos encontramos con muchas referencias al cine italiano. Esta es una comedia negra que rinde homenaje a la época de oro del cine italiano, con diálogos irónicos, rápidos, vivaz e inteligente, con una muy buena construcción de personajes (aunque algunas actuaciones resultan desparejas) y de época, vestuario, colores y se va generando buenos climas. Aunque le sobran algunos minutos, tiene un director como Paolo Virzì (El capital humano) que sigue brillando a través de sus cintas.
Verano de 1990, en Roma, como en el resto de Italia, está exultante. Se juega el mundial de fútbol y, en el momento exacto que la selección argentina elimina por penales a la local durante las semifinales, un auto cae desde un puente y se hunde en un rio, con un cadáver en el asiento trasero. Con este contundente, impactante, y porque no, un grato e inolvidable recuerdo para todos los argentinos, mientras suena de fondo la gran canción de las Copas del Mundo, se dispara el incidente inicial que estará presente a lo largo de toda la película. Porque está contada como un flashback. El relato es una reconstrucción de los hechos que derivaron en esa muerte, por parte de los tres protagonistas del film cuando prestan declaración en una comisaría. El realizador Paolo Virzi rememora esa última época romántica y bohemia que aprovechaban al máximo los ciudadanos, previo a la masificación de los teléfonos celulares, la aparición de la banda ancha de internet y la utilización de computadoras portátiles. Donde para comunicarse con el otro había que hacerlo cara a cara y, como ocurre en esta historia, para escribir necesitan una Olivetti. Porque Eugenia (Irene Vetere), Antonino (Mauro Lamantia) y Luciano (Giovanni Toscano), finalistas de un concurso de guiones cinematográficos, son convocados a Roma para conocer el resultado final de la competencia. Dentro de ese mundo de jóvenes talentos se narra una historia policial y, como telón de fondo, se disputan los partidos mundialistas. Durante un período de tiempo los aspirantes a guionistas profesionales viven juntos, quieren entrar a la industria cinematográfica con sus propias armas. Luciano es atrevido, encarador, divertido y extrovertido. Eugenia es todo lo contrario. Insegura, se lleva mal con su adinerado padre, es adicta y un tanto distante. El equilibrio lo marca Antonino. Es culto, serio le cuesta entrar en confianza y soltarse, hasta que lo consigue. Para retratar aún mejor esos tiempos se nombran a importantes y reconocidos directores y actores italianos. Paolo Virzi nos hace partícipes a los espectadores de los problemas, inconvenientes, charlas, contratos, negociaciones, promesas, etc., que se hacen para intentar filmar una película. Todo descripto con mucho ritmo, música, diálogos precisos y una buena ambientación de época. Los tres llegaron a la capital italiana con todas las ilusiones y esperanzas de poder insertarse y trabajar en el mundo del cine. Pero nunca se imaginaron que era un ambiente alocado, inestable, en el que la palabra que se da hoy, mañana, lamentablemente, se la lleva el viento.
La voz de una luna moribunda El film del director italiano retrata de modo algo irónico al cine de su país, durante la decadencia próxima de los 90. Hay un apuro que no da respiro en la película más reciente de Paolo Virzi. ¿Hace falta que Notti magiche sea pretendidamente veloz? Como si el tiempo le apremiara, pareciera que Virzi trata de hacer caber todo y más durante dos horas. LEER MÁS De una vigencia absoluta | Acerca del film La haine, de Mathieu Kassovitz LEER MÁS De una vigencia absoluta | Acerca del film La haine, de Mathieu Kassovitz A partir de este ánimo, las "noches mágicas" del director italiano aluden de modo irónico. Ya la primera escena lo corrobora. El contexto es la Italia de los años '90, con el Mundial en sus instancias finales. Es en ese contexto en donde sucede la muerte de un tal vez prestigioso productor cinematográfico. La conjunción entre las partes es cuanto menos ingeniosa: gente reunida al aire libre, en torno al televisor durante los penales definitorios entre Italia y Argentina, y un automóvil que cae de un puente al Tíber. A partir de allí, un comienzo inequívoco, que intenta -¿en vano?- sostener su premisa: el vínculo dilemático entre cine y televisión. (A la RAI se la mencionará, de hecho, en reiteradas ocasiones.) El gol y los penales parece que pueden más que la espectacularidad de un auto que cae (algo digno del cine). ¿Qué se elige mirar? ¿La pequeña o la grande pantalla? La reacción de los espectadores televisivos es cuanto menos ambigua. Así, el mundial oficia también como marco histórico para el misterio que guarda el cadáver. Se trata de un productor de la más o menos vieja guardia, alguna vez codeado con el cine de autor, pero las más de las veces proclive a series fílmicas eminentemente comerciales. Lo encarna Giancarlo Giannini, y basta con que el actor sea él, por ser alguien capaz de cifrar lo que el cine italiano alguna vez fue. Sobre este cuerpo, presumiblemente ahogado, se cierne la investigación. Las pesquisas apuntan a tres jóvenes guionistas. El racconto los situará un mes atrás, a partir de un concurso que les convoca a Roma. Uno de ellos, Luciano (Giovanni Toscano), semeja a un Gassman desbocado. Pero sin gracia. Tantas ganas de hacer tanto, que a Luciano no le alcanzan los gestos para tocar y agarrar todo lo que le rodea. Dada su hiperkinesia, ¿dónde y cómo guarda la paciencia necesaria para escribir y pensar el cine? Desde ya, está claro que se trata de un grotesco. La tarea fílmica aparece en entredicho, mirada con sorna autoconsciente. Lo corrobora el extremo que también significa Antonino (Mauro Lamantia), otro de estos amigos, proclive a intelectualizar y alcanzar las cotas más profundas. Tan sumido está en este pensar, que se hace difícil pensarle de modo pragmático, conforme a la profesión que persigue. A su vez, Eugenia (Irene Vetere), la tercera en cuestión, es el vértice inseguro, temerosa de los hombres, llena de pastillas y de higiene aristócrata y familiar. Seguramente, pueda pensarse a los tres como instancias que derivan de una misma figura vincular, la del guionista, cinematográficamente esencial. De este modo, son ellos, juntos, quienes habrán de compartir sus miradas para la reconstrucción de esta muerte en la que de algún modo han participado. Escritores, al fin y al cabo, tendrán que narrar y explicar lo que relatan. Con o sin coartadas. Desde el artificio que la palabra permite, o dado el caso, a través de la concatenación de secuencias y diálogos. Lo que sucede es que el atiborramiento de elementos es tal, que el cometido de presumible cinefilia del film de Virzi queda sepultado por un abultamiento que apenas se detiene. Todo ello, a partir del resorte que significa el cheque-premio de Antonio, botín ansiado por este productor, para una vuelta a la pantalla que le posibilite, por ejemplo, recuperarse de un reciente embargo económico. Las idas y vueltas, a partir de ese proyecto que podría ser una película o una serie televisiva, quizás con dirección de Federico Fellini, ameniza con métodos de trabajo de aquella -y de esta- industria, con guionistas en negro, una producción adocenada, la farfulla de la farándula, y nombres y afiches que hablan de películas más o menos ciertas. LEER MÁS Cartelera De este modo, surgen alusiones directas e indirectas. Entre ellas, Ornella Muti sobresale en su divertimento, consciente de sí misma. Hay otros nombres señalados, desde la honra o algo así, como Ettore Scola, Marcello Mastroianni -quien entre sombras llora la ruptura con la Deneuve- o el mencionado Fellini, durante el rodaje de La voz de la luna, último film del maestro. Evidentemente, la elección de esa película es nodal, epítome de todo un capítulo que se cierra para el alguna vez colosal cine italiano. Y también otra alusión, evidente, que subraya su chiste de modo innecesario, sobre cierto maestro de la "incomunicación" que decide, de pronto, hablar y salir de un letargo tal vez autoimpuesto. Pero todo esto no son más que notas de color, aunque lo cierto es que tampoco alcanzan un brillo que esté a la altura de lo que proponen. Es decir, si lo que está de por medio es la mirada y dilema de un cine alguna vez genial, con momentos insustituibles como el neorrealismo o la commedia all'italiana, la película de Virzi se debate en su propia imposibilidad. Es decir, no toca fibra sensible alguna, y queda en un estado epidérmico, sin alcanzar sensibilidad con lo que retrata. Por otra parte, la decadencia que se avizora (¿solamente?) en este cine, es la que inevitablemente sobrevendrá en lo social. Son los noventa, y la etapa de Berlusconi está por llegar. Si de lo que se trata es de alcanzar un ánimo caído semejante, incurable en su hastío, mejor pensar en el cine de Paolo Sorrentino. Porque aun cuando Notti magiche diga ambientarse en la década infame de los '90, lo cierto también es que se sitúa en estos tiempos, cuya médula no alcanza siquiera a rozar, como película del presente que invariablemente es. Tal vez su designio sea el de navegar de manera inconforme consigo misma. Demasiado explicativa, sin poética (o de poética forzada). Y desangelada.
RESABIOS DORADOS Un grupo de gente está reunido a orillas del río Tíber frente al televisor. Argentina e Italia disputan uno de los pases a la final de la Copa del Mundo de 1990 en una espera agónica tras el empate 1 a 1 entre el tiempo reglamentario y el alargue. Los murmullos, el alcohol y cierta excitación invaden la capital, donde todo movimiento o interés parece circunscripto a la pantalla, a los seis encargados de patear al arco o atajar en cada equipo. De repente, el festejo de Diego Maradona queda tapado por gritos y golpes; el conjunto albiceleste lleva la delantera con un gol a favor. Unos segundos más tarde, la ilusión se resquebraja por completo. El comentarista no encuentra las palabras para expresar la tristeza de haber sido eliminados, algunos jugadores se arrodillan en el campo, otros lloran y esas sensaciones se replican en los televidentes. En medio de la desazón, un auto sale disparado del puente y cae al agua pero nadie lo percibe hasta que la policía se presenta en el lugar. Una noche signada por malas noticias que suma el hallazgo del cuerpo sin vida del productor Leandro Saponaro en el interior del vehículo con una polaroid como única pista. En pocos minutos, el director despliega los tres pilares que articulan el relato. El primero de ellos asemeja el fracaso en el Mundial con el futuro no prometedor del cine, una caída libre que, al principio, resulta inadvertida pero que termina por inmiscuirse en las conversaciones, en la cotidianidad, en las miradas y, sobre todo, en la cultura. Desde el juego del título Notti Magiche –una frase de la emblemática canción Un’ estate italiana– hasta el uso de la música, los recortes de otros partidos o la charla por handy del policía durante las tareas de rescate en el Tíber. Un lazo donde coinciden el encanto desmedido, una promesa intacta y la doble apariencia –como constructor de refugio colectivo y como mercado– hasta que se desnudan ciertos mecanismos, desaparecen figuras que supieron darle identidad o triunfan egos por sobre el conjunto convirtiendo ese ardor diferencial en mera fábula. En sintonía con esto, la muerte de Saponaro encarna la desaparición de una época prolífica y emblemática mediante el uso del flashback para revisar el pasado que, “casualmente”, se sitúa un mes atrás. Es decir, unos días previos al inicio del torneo internacional de fútbol organizado por Italia. A través de la indagación sobre las actividades del productor se le rinde homenaje a una forma de concebir, experimentar y sentir el cine: los rodajes en sets o al aire libre, los guionistas amontonados en un cuarto con las máquinas de escribir que suenan acompasadas, los productores que buscan financiamiento o convencer a directores, las fiestas ostentosas, personas de renombre en el medio que debaten sobre metodologías y percepciones en bares o restaurantes, las proyecciones en cines, los cambios en los procesos creativos, la importancia de una buena historia o el encuentro entre un actor y una admiradora. Un entretejido de nombres, puntos de vista, algunos movimientos de cámara, espacios reconocibles o modos de hacer que se exhiben, por momentos, recortados para subrayar el recuerdo como la Fontana di Trevi o la silueta de Federico Fellini, por ejemplo, pero también en su máximo esplendor como el cineasta que espera el instante exacto de la puesta de sol para que una joven perciba en vivo la belleza que registró en su película. Por último, la foto del hombre en compañía de la novia y los finalistas del premio Solinas que les otorga dinero y la posibilidad de que su guion se convierta en una película: Antonio Scordia es una suerte de intelectual siciliano que habla mucho pero no sabe hacerse entender, Eugenia Malaspina vive sola en un departamento en Roma pero tiene una familia acomodada y prefiere automedicarse que enfrentar los problemas y Luciano Ambrogi se muestra libre pero escapa al pasado y al origen humilde. Más allá de las diferencias, los tres comparten una concepción idealizada del cine maravillándose con contratos precarizados, los eventos o las estrellas hasta el punto de coartar sus propios deseos con manipulaciones de toda índole a los guiones originales de cada uno. La inclusión de las nuevas generaciones le permite a Paolo Virzì jugar con los desfasajes entre ilusión y realidad en tanto rasgos esenciales de sus trabajos pero también en los modos de convivir con ese nuevo mundo disponible y tan fascinante. Cada uno debe lidiar con personalidades ingenuas y encandiladas por el brillo de la novedad pero que el torbellino de 30 días empieza a poner en jaque todo lo que creían de sí mismos, lo que soñaban, lo que pensaban y hasta la manera de percibir al mundo. Hacia el final del interrogatorio, el policía rescata el único papel silenciado hasta el momento que no es otro que el espectador resaltando cómo se apasiona por los personajes, completa el sentido de la obra, encuentra incongruencias en los relatos y hasta lo valora deliberadamente. Que los aspirantes a guionistas no lo tomen en cuenta le parece un descuido porque, a final de cuentas, se trata de uno de los roles fundamentales de su labor, en quienes terminarán de investir de sentido la obra. El quiebre, entonces, termina por materializarse con fuerza entre el esplendor de una época y un futuro plagado de incertidumbre y caos ¿Qué fue de todo aquello? El auto disparado desde el puente mientras los ciudadanos miran el televisor amenaza con convertirse en un loop. Una caída libre desapercibida que anuncia la fatalidad como los dos penales atajados por Sergio Goycochea para darle el pase a Argentina junto con una promesa de gloria eterna. Por Brenda Caletti @117Brenn
Mundial, Italia, 1990. Gol de Maradona, tristeza y siamo fuori en los bares y las calles. Y en una de ellas, la policía saca del agua un automóvil con un cadáver. Se trata de un productor conocido y bien contactado (Giancarlo Giannini). Y hay tres jóvenes guionistas que aparecen como posibles sospechosos: con posibles razones para tenerlo como enemigo. Con la irresistible canción del título como apertura, el director Paolo Virzí desarrolla así, en base al relato hacia atrás de estos personajes, llamados a declarar, una comedia de enredos, un policial y un muestrario de costumbres a la italiana. Es decir, con personajes vistosos, que hablan a los gritos, van y vienen como a las corridas y parecen escritos por un humorista. Con buen humor, simpatía, y fútbol.
La nueva película de Paolo Virzí es una declaración de amor y una crítica ácida al cine italiano, desde el industrial hasta los directores de culto, guionistas, intelectuales y estrellas, y sobre todo a Roma, en un registro de comedia similar al que utilizó Paolo Sorrentino en “La grande bellezza”. El homenaje más destacado es el que Virzí dedica a Fellini y a “81/2” de la cual la banda de sonido toma algunos acordes, pero también lo hace de manera más tangencial con Vittorio De Sica, Giuseppe Tornatore o Ettore Scola. Virzí contó para este monumental homenaje con un extraordinario equipo técnico y con los guionistas Francesca Archibugi y Luca Bizzarri, autor de filmes como “El capital humano”, “Habemus Papam” y la versión italiana de “Un novio para mi mujer”. “El fime comienza con un hecho policial la noche en la que Argentina se enfrentó a Italia durante el mundial de 1990. En medio del caos organizado que es la industria del cine, Virzí (“Loca alegría”, “Tutti I Santi Giorni”, “La prima cosa bella”) ubica a tres personajes ganadores de un prestigioso premio a jóvenes guionistas. El galardón los deposita en el epicentro de una parte de la industria dominada por ancianos escépticos -actores, directores, artistas, guionistas, abogados- llenos de manías, celos, insidia y vicios profesionales, y Virzí, como el personaje de Mastroianni en “8 y 1/2”, los hace recorrer el paraíso y el infierno de la ficción y la realidad.