Jugando con la percepción Nada queda del talento que alguna vez demostró la realizadora Stacy Title en La Última Cena (The Last Supper, 1995) y prueba de ello es la película que hoy nos ocupa, la impresentable Nunca Digas su Nombre (The Bye Bye Man, 2017), una suerte de refrito fallido de las leyendas urbanas que pulularon en las pantallas durante la década del 90… Desde hace meses el terror viene experimentando un repunte maravilloso que puede sopesarse tanto desde la perspectiva de la diversificación de las obras como en lo que atañe a cada opus de manera individual, un esquema que nos rescata de esa lógica del mainstream centrada en condensar toda la producción del género en remakes, fantasmas vengadores y el inefable found footage. A pesar de que Nunca Digas su Nombre (The Bye Bye Man, 2017) es en sí una propuesta lamentable, lo curioso es que forma parte también de este progreso escalonado, específicamente colaborando en la siempre saludable heterogeneidad del horror: la película intenta recuperar los recursos narrativos en torno a las leyendas urbanas y esas figuras que necesitan ser convocadas por el incrédulo ocasional para dar rienda suelta al desconcierto, la carnicería y la investigación subsiguiente que pretende detenerla. Como si se tratase de un primo lejano de los protagonistas de Candyman (1992) y de la reciente Beware the Slenderman (2016), el primero craneado por el enorme Clive Barker y el segundo un típico exponente de estos tiempos digitales de paranoia y soledad hogareña, el personaje del título original en inglés es un ente que se aparece cuando alguien pronuncia su nombre, lo que inmediatamente deriva en alucinaciones que conducen a la muerte de las pobres víctimas de turno. La historia gira alrededor de tres estudiantes universitarios, Elliot (Douglas Smith), su novia Sasha (Cressida Bonas) y el mejor amigo del primero John (Lucien Laviscount), quienes alquilan una casa fuera del campus y -como corresponde en estos casos- desatan sin saberlo al psicótico espectral, cayendo paulatinamente presos de sus propios temores mientras el tal Bye Bye Man se divierte jugando con sus percepciones. Puede ser difícil de creer pero casi todo en el film está horriblemente mal: las actuaciones son flojas, los diálogos sosos, la mayoría de las escenas no nos llevan a ningún lado, la atmósfera se siente desganada, la trama es súper predecible, la edición demasiado torpe y la experiencia en general resulta de lo más aburrida y redundante. Sinceramente es increíble que la responsable de este bodrio sea Stacy Title, una mujer que más de dos décadas atrás nos regaló La Última Cena (The Last Supper, 1995), una joyita indie que supo indagar en un terreno muy poco explorado por el cine norteamericano, hablamos de la frontera entre la comedia negra y la sátira política más mordaz. Aquí dirige un guión deshilachado, escrito por su marido Jonathan Penner que, como señalábamos antes, pretende reflotar los cuentos suburbiales de terror aunque recurriendo sin convicción o destreza a engranajes de antaño. Hasta cierto punto se puede afirmar que todo lo que Nunca Digas su Nombre hace mal, la similar Don’t Knock Twice (2016) lo hace bien: éste trabajo de Caradog W. James bebe asimismo de la tradición de Candyman, no obstante los frutos se ubican en las antípodas de los obtenidos por el tándem Title/ Penner porque el primero sí sabe construir un núcleo dramático en verdad sólido y un ambiente tétrico sustentado en un montaje y una fotografía francamente impecables. El asunto resulta aún más doloroso por la presencia en papeles secundarios de la mítica Faye Dunaway y de una algo perdida Carrie-Anne Moss, a lo que se suma -como si fuera poco- la intervención de Doug Jones como el propio Bye Bye Man, hoy desperdiciado y condenado a un puñado de apariciones rutinarias sin ninguna backstory que justifique en serio la masacre o nos ayude a comprender quién es el homicida titular…
Con un personaje que parece salido del cine de terror de décadas pasadas, la película presenta un inquietante comienzo pero se desdibuja en medio de una trama repleta de locura, alucinaciones y muerte. La directora Stacey Title, que tuvo mejor suerte con La última cena, instala el terror alrededor de tres estudiantes universitarios que se mudan a una vieja casa y, sin quererlo, liberan a una criatura sobrenatural que persigue a quien descubre su nombre. Atada a un cine que inmortalizó décadas atrás a personajes como Jason, Michael Myers y el mismísimo Freddy Krueger, la película -convertida en una próxima saga- trae la figura de "Bye Bye Man" -Doug Jones-, un fantasma monstruoso con capucha, acompañado de una mascota terrorífica salida del infierno, que deambulará y enloquecerá a todo aquel que se anime a invocarlo. Con elementos del cine de terror y fantástico, la realizadora ofrece un comienzo inquietante ambientado en la década del sesenta, que se va borroneando y desdibujando con el correr de los minutos cuando los sobresaltos y el suspenso dejan lugar a una trama repleta de locura, alucinaciones, paranoia y muerte, narrada con puntos de vista confusos desde los mismos personajes para desorientar al espectador. De este modo, la escena de la biblioteca es la que mejor funciona, mientras que los flashbacks que van salpicando la trama, para unir pasado y presente, no resultan del todo eficaces. El trío protagónico de jóvenes poco convincentes está conformado por una parejita, encarnada por Douglas Smith yCressida Bonas, y un joven -Lucien Laviscount- que mira con buenos ojos a la novia de su mejor amigo, respaldados por Carrie-Anne Moss -Trinity de The Matrix- y una irreconocible Faye Dunaway, como la viuda que puede ayudar a resolver el misterio que se presenta. Posiblemente, la cosa hubiese funcionado mejor si la figura de "Bye Bye Man" hubiese sido el núcleo del relato, que deriva en otras situaciones y juegos que no aportan ni clima ni atmósfera a la trama central, entre el tablero "ouija", una casa fantasmal, toques de humor involuntarios y un mundo adulto que también corre peligro. "No lo pienses, no lo nombres, no lo mires": Habrá que hacerle caso al leit motiv del film.
El innombrable. Stacy Title será siempre “recordada” por una de las películas sorpresa de la segunda mitad de los ’90. La última cena sigue siendo admirada por su humor negro y su tono crítico y desfachatado de la doble moralidad de los ciudadanos estadounidenses bien pensantes. Junto con otras inauguró una nueva era del cine indie con un pie adentro y otro fuera de Hollywwod. Pero pasó el tiempo y no supimos más nada de Title, por lo menos en el gran mercado. Hasta ahora, que veinte dos años después se nos vuelve a presentar con Nunca digas su nombre, de algún modo, una antítesis de aquella. Lo cierto es que la directora, en el medio de estas dos obras, realizó otras películas, que la encaminaron dentro del terror, pero la alejaron de los estrenos en sala, y que, créanme, ni siquiera es saludable recordar. ¿Qué podíamos esperar de una directora que supo entregar una película con una mirada ácida sobre la muerte? Nunca digas su nombre, basada en un relato de Robert Damon Schneck, es un film de terror clásico, a su favor no intenta subirse a ninguna moda actual, y presenta un “monstruo” que podría haber funcionado en una saga fructífera. Luego de una escena previa que pareciera encaminarse por esos senderos irónicos, se nos presenta a Elliot (Douglas Smith), su novia Sasha (Cressida Bonas), y el amigo de ambos John (Lucien Laviscount). Los tres son jóvenes universitarios que consiguen una casa en la que podrán convivir escapando de los gastos del campus. Desde el inicio se nos presenta a Elliot como una persona muy responsable, que quiere formalizar con su novia, y tiene una relación fraternal con John. Es más, su hermano es capaz de encargarle el cuidado ocasional de su sobrina. Todo marcharía perfecto de no ser porque, obvio, en esa casa antigua se esconde un secreto. En el sótano hay una mesita de luz, y en el reverso del cajón de esa mesita, se encuentran escritas cuatro palabras, un nombre, The Bye Bye Man (El hombre del adiós); y que al pronunciarlo – lo hacen durante una sesión de espiritismo, porque sí – desata una maldición que llevará a la locura a quien se entere de ese nombre. The Bye Bye Man se te mete en la cabeza, no podés parar de pensar en él, te hace ver cosas que no son, entrando en una peligrosa paranoia y; además, ese pensamiento permanente lo fortalece, haciéndose presente y llevándote con él. Bye Bye Man (en la piel del multifacético Doug Jones) es un personaje interesante, no es un slasher, no habla, simplemente se presenta, acosa y mete miedo con su presencia. Más allá de las burlas que generó en su estreno en EE.UU. por lo ridículo del nombre; cuando la historia se aboca a sus sustos, gana. Pero Nunca digas su nombre decide centrarse demasiado en Elliot y los problemas que lo aquejan, descuida al terror, y se llena de baches argumentales por todos lados. Más allá de que Elliot se muestra casi como un joven ejemplar, cuesta empatizar con él, lo mismo que con Sacha y John, son personajes planos, y en algún punto, odiosos. Las interpretaciones de Smith, Bonas (cuyo mayor mérito es haber sido novia del Príncipe Harry de Gran Bretaña), y Leviscount, no ayudan en absoluto. Por ahí se puede ver a Carrie Anne Moss, y uno entiende por qué desapareció paulatinamente después de Matrix. La dirección de Title es totalmente falta de inspiración, no hay clima, ni un tono correcto, todo es de manual y desganado. No hay ningún tipo de lectura más allá de lo básico de pongamos a tres personajes torpes a ser asustados por el cuco de turno. Conclusión: Nunca digas su nombre tenía los elementos para meter miedo, para crear un monstruo memorable, y hacernos sentir el terror de sus protagonistas. La serie de fallidos continuos, y una realización plana, terminan por tirar esta idea por la borda.
Tres estudiantes universitarios se mudan a una enorme casona cerca del campus para estudiar. Lo que no saben es que años atrás gente murió de forma horrible en ese mismo lugar. Ahora sin darse cuenta están por despertar a un ser que se mete en la cabeza de todos causando alucinaciones, y nadie puede detenerlo mientras se siga diciendo su nombre. Hoy nos toca hablar de Nunca Digas Su Nombre (The Bye Bye Man en su nombre original), un film de horror que por desgracia, es de horror por lo malo que es y no porque genere miedo en el espectador. Pero eso no es lo peor que nos ofrece Nunca Digas Su Nombre, aunque esto lo aclararemos más adelante. Empecemos por el guion, ya que el origen del ente sobrenatural de Nunca Digas Su Nombre, cobra fuerza cuando alguien dice su nombre. Así es como empezamos con un flashback de alguien llegando al límite solo para que nadie le diga el dichoso nombre de este ser a los demás, para después saltar al presente, donde nos encontramos a tres lindos y malos actores que serán los protagonistas del film. Al parecer en las películas de terror los adolescentes si o si padecen de ser torpes y curiosos, y lejos de seguir varios avisos sobre no decir el nombre del asesino, lo dicen, dando como resultado la aparición del temido The Bye Bye Man, quien se meterá en la cabeza de todos para que repitan su nombre y así propagarse. Y acá viene mi mayor crítica a este film, como ya dijimos más arriba. Dejando de un lado el pobre nivel de actuación, o la historia casi sin sentido que tenemos, sino que los productores concibieron este proyecto para intentar inventar y establecer a un nuevo asesino y construir una franquicia. Algo que ya se vio estos últimos años como por ejemplo con La Horca y el dichoso juego viral de Charlie Charlie. Con estas intenciones y como dijimos, un elenco en el que solo destaca Carrie Anne Moss como la única persona que sabe actuar; solo nos queda esperar algo de la dirección. Y por desgracia tampoco se destaca. El trabajo de Stacy Title es bastante pobre, y nunca logra generar suspenso o tensión desde sus encuadres, haciendo que este apartado tampoco destaque. Nunca Digas Su Nombre es un film bastante pobre que no solo no ofrece nada nuevo al horror, sino que es de esas películas que resultan un paso atrás en el género; mostrando la veta más comercial y menos artística de un estilo de cine que por desgracia esta en el piso, y cuando con algunas cintas intenta ponerse de pie, se estrenan cosas como esta.
Como es usual, un grupo de universitarios la pasará mal en este film de terror que llega a los cines este jueves. “Nunca Digas Su Nombre” tiene un comienzo atrapante y perturbador. En él vemos cómo un hombre entra en una casa con una escopeta y comienza a matar a sus allegados en un plano secuencia con mucha pericia, extrañamiento y suspenso, que nos atrapa desde el minuto cero y nos genera preguntas sobre lo que veremos a continuación. El problema radica en que luego de estos 4/5 minutos atrapantes ya se esfuman todos los esfuerzos de los realizadores por mantener la atención del espectador o brindarle algo original y diferente. La película cuenta los acontecimientos que suceden en la actualidad, casi 60 años después de lo narrado en la secuencia inicial, cuando tres estudiantes universitarios se mudan a una vieja casa fuera del campus y, sin querer, liberan a “Bye Bye Man”, un ente sobrenatural que persigue a quien descubre su nombre. Los chicos intentarán mantener su existencia en secreto para alejar al resto de una muerte segura, ya que al saber el nombre del ente lo alimentan mediante el miedo de las potenciales víctimas. La cinta nos recuerda a films como “Candyman” (1992) o “Nightmare On Elm Street” (1984), donde se trataban premisas o enfoques similares. En esta ocasión, si bien el énfasis está puesto en la psicología de los personajes y cómo ésta se ve afectada por la presencia de este villano de origen paranormal, la película falla al no poder darle una explicación o una historia de origen digna al antagonista de la historia. Se está dando que hace años el cine de terror busca crear nuevos villanos memorables y posibles herederos de Freddy Krueger y Jason Voorhees, pero terminan esbozando vagas ideas al dejar de lado el guion y no brindar una narrativa atractiva. El film presenta todos los clichés del género y no logra más que unos simples jump-scares vagos y predecibles. Los actores no parecen estar demasiado inspirados y por momentos presentan cambios anímicos y psíquicos inverosímiles. Carrie-Anne Moss (la eterna Trinity de “The Matrix”) aparece recién a la hora de película, en un rol forzado que no tiene ningún tipo de justificación más que la de incluir a una actriz de renombre. Por el lado de la fotografía, el arte y los aspectos visuales podemos decir que no se llegan a generar atmósferas ominosas o escalofriantes, y los efectos visuales parecen salidos de una película de clase B, quitándole seriedad y miedo a las situaciones. “Nunca Digas Su Nombre” es una película de terror que no viene a traer nada nuevo al género y que no asusta demasiado. Un film que tuvo un comienzo interesante, pero que en su progresión se fue convirtiendo en una experiencia poco satisfactoria. Puntaje: 1/5
Nunca digas su nombre y tampoco pierdas tiempo en el cine con esto porque es una película horrenda. Hay que resignarse a que no vamos a encontrar una propuesta decente de terror en la cartelera hasta que se estrene la nueva adaptación de It, de Stephen King. Esta fallida producción fue concebida por el actor Jonathan Penner, quien en 1996 produjo una de las mejores comedias de humor negro de esa década como fue La última cena, con Cameron Diaz. Al igual que en aquella película, su esposa Stacy Title se encargó de la dirección con la diferencia que el resultado final en este caso es un desastre. Una década atrás la realizadora había incursionado en el género con la sátira mediocre a Los cuentos de la Cripta, Hood of Horror, que tenía en su reparto Danny Trejo y el rapero Snoop Dog. Queda claro que el cine de horror no es el fuerte de Title. Nunca digas su nombre intentó refritar un concepto similar al clásico Candyman, donde el misterio sobrenatural se fusionaba con el subgénero slasher. El problema es que la historia de esta producción es muy mala y parece haber sido improvisada mientras filmaban la película. Cuestiones argumentales básicas para construir un relato acá se ignoran por completo, como si dieran por sentado que los espectadores no se van a dar cuenta. The Bye Bye Man es la entidad malvada que persigue a un grupo de adolescentes idiotas en este relato. ¿Cuál es el origen del villano? ¿De dónde salió? ¿Por qué lo acompaña un perro digital hecho con CGI de 1993? No hay respuestas. Bye Bye Man aparece porque así lo dicta el guión y ni siquiera se esforzaron en construir alguna leyenda urbana interesante en torno a su figura. La dirección de Title es un desastre y a lo largo de 96 minutos jamás consigue crear una mínima situación de suspenso. Del terror mejor olvidarse porque brilla por su ausencia. Sobre todo por el hecho que el film fue concebido con la calificación “No apta para menores de 13 años” que impide presentar algo decente en este género. Tampoco ayudó que los productores eligieran un reparto de actores horrendos que parecen haber trabajado bajo los efectos de alguna sustancia tóxica. Los protagonistas de la última versión de El proyecto Blair Witch eran malos pero creo que en este caso fueron superados. El exceso de intensidad que le dan los actores a sus papeles generan risa y la película parece otra infumable entrega de Scary Movie. Resulta triste ver en cameos penosos a buenos artistas como Carrie Ann Moss y Faye Dunaway, una figura legendaria del cine de los años ´60 y ´70, a cargo de personajes que no tienen razón de ser en el argumento. Si tiene curiosidad por descubrir que tan mala es Nunca digas su nombre la pueden esperar en la tele, pero no vale la pena desperdiciar una entrada al cine con semejante bodrio.
Nunca digas su nombre (The Bye Bye Man). El título de un film siempre es importante y más en este caso. Aunque el que le pusieron en español está correcto hubiera sido más apropiado dejar el original. Bajo la dirección de Stacy Title se desarrolla esta peli de terror sobrenatural. Lo mejor para mi gusto se lo lleva justamente él. Está muy bien dirigida, con movimientos de cámara impecables, con un encuadre y fotografía precisos. Lo más flojito: el guión. Pero no por eso deja de transmitir altas sensaciones de miedo. Un grupo de tres estudiantes -una pareja con un amigo- deciden alquilar una antigua casa en vez de quedarse en los clásicos rooms estudiantiles. Una vez instalados se verán envueltos en extraños sucesos que ocurren allí y fundamentalmente cuando a uno de ellos le es revelado -cuando lee en un cajón de un antiguo mueble- un nombre que está asociado a la tragedia (The bye bye man) como grabándose a fuego en su cabeza y sin escapatoria del infierno. Un combo de terror y suspenso que los amantes del género seguramente disfrutarán. Eso sí… nunca se te ocurra leer ni decir “The bye bye man”.
La cuota de terror de la semana. Una costumbre muy arraigada en nuestra cartelera. Aquí se trata de introducir a un nuevo personaje que nunca, nunca, hay que nombrar porque así se fortalece y mata. Y cuantos más sepan de su existencia más poder tendrá. . Por eso se justifica un comienzo fuerte, con un hombre matando a sus vecinos. Supuestamente el que en un mueble puso el nombre de ¿el maldito? Y un mantra para resistir no decir “The bye bye man” que por otra parte es el titulo en ingles. El comienzo es contundente. El problema viene después. Parejita linda, joven que alquila una casa lejos del campus, con otro amigo en común. La casa viene con “regalito” El más malo te tienta con monedas, y después aparece con capucha y una especie de perro monstruoso. La pareja creativa, la directora Stacey Title y su esposo y guionista Jonathan Penner, se quedan a mitad de camino en esto de “inventar” un horrible carácter para la galería de los fanáticos. Con un durante que mantiene la tensión y por momentos da miedito, porque mezcla percepciones con fantasías, al final es mas de los mismo. Igual los fanáticos tienen su novedad que disfrutaran.
Nunca digas su nombre: un cachivache de terror Hay un poquito de Candyman, una pizca de Destino final, una porción de It Follows y un montón de elementos de escasísima calidad en este film de terror que nos cuenta en su prólogo sobre un señor que mata para que no se propague la maldición de decir o pensar en el nombre del título en inglés, una clase de cuco que tarda horrores en aparecer. Pensar un nombre: un recurso poco cinematográfico que da paso a cualquier arbitrariedad, que la película usa con molesta frecuencia. La directora es la misma de la muy interesante La última cena (1995). El guionista no era el mismo que el de este cachivache; eso podría explicar algo, aunque quizás no todo.
¡CÁLLATE QUE ME DESESPERAS! Un nuevo bodrio de terror llega a las salas, mejor vuelvan a ver El Exorcista. Con mucha suerte, y de vez en cuando, el género de terror nos sorprende y se revitaliza con una historia interesante. Obviamente, no es el caso de “Nunca Digas su Nombre” (The Bye Bye Man, 2017), una película genérica que sigue, casi a rajatabla, todas esas reglas implícitas de las que tanto se burlaba “Scream” (1996). Así es, estamos ante un film de manual, con alguna que otra variación, que no aporta absolutamente nada y, como si fuera poco, le toma el pelo al espectador. No de forma consciente, claro está, pero sus personajes y sus argumentos son tan malos que este pensamiento no se puede evitar. La historia arranca en 1969 con una masacre, donde un hombre, aparentemente sin motivo y sin dejar de susurrar “No lo pienses, no lo digas”, asesina a varios de los vecinos de su cuadra y luego se quita la vida. Casi cincuenta años después, Elliot, su novia Sasha, y su mejor amigo John deciden mudarse a una antigua casona fuera del campus universitario para poder solventar y compartir los gastos. No pasa mucho tiempo, hasta que empiezan a experimentar ruidos extraños y cosas que se mueven en la oscuridad, pero todo se va al cuerno cuando en el cajón de una mesita de luz aparecen unas extrañas palabras. Lo que se repite hasta el infinito es “No lo pienses, no lo digas” (don't think it, don't say it), y como la curiosidad mató al gato, Elliot decide arrancar este papel que recubre el fondo para descubrir el nombre “The Bye Bye Man”. A partir de ahí, los tres jóvenes son presa de extrañas alucinaciones, imágenes que juegan con sus sentimientos y los obligan a pensar y hacer cosas que no entienden del todo. Detrás de todo esto se esconde una misteriosa figura encapuchada que los persigue en sus sueños y más allá. Ni hace falta seguir explicando, pero el temido nombre se empieza a propagar y también los asesinatos. Aquellos que caen en la locura tienen la necesidad de matar para frenar a la criatura, salvo que él lo frene primero. La policía comienza a investigar (sí, Carrie-Anne Moss), pero nada es lo parece a simple vista. Nada funciona bien en “Nunca Digas su Nombre”, desde la previsibilidad y estupidez de sus personajes (¿por qué hacen todo no lo que NO deben hacer?), hasta una historia de fondo que nunca se termina de explicar. Ni entendemos, ni sabemos quién o qué es The Bye Bye Man, o sus motivos, más allá de parecerse a una Parca deforme y vengativa con grim incluido. Todo está agarrado de los pelos, inclusive la conexión entre los asesinatos del pasado y el presente, ocurridos en diferentes ciudades; pero lo peor sigue siendo la actitud de los protagonistas que, en un punto, ya da más risa (¿o es vergüenza?) que miedo. Podríamos estar hasta mañana listando las fallas de la película, pero para que perder el tiempo. Una vez más, no podemos entender que hacen figuras como Moss y Faye Dunaway en semejante paparruchada, aunque podríamos justificar ese fiasco de los Oscar si quisiéramos (¿?). Esta no es una historia original, sino que está basada en el capítulo “The Bridge to Body Island” de “The President's Vampire”, escrito por Robert Damon Schneck. No conocemos semejante material, aunque está claro que no funciona en la pantalla. Lo único que destaca de “Nunca Digas su Nombre” es su mediocridad. Lo sentimos por el genial Doug Jones que le pone el cuerpo a la criatura, pero nada se siente “fresco” en este relato que mastica cada cliché del terror “adolescente” y los regurgita en un tedio que atrasa el género unos cuantos años.
Cuando el terror es sólo una fórmula vacía. Hay algo nefasto en el hecho de que una película de terror casi vacía de todo mérito, lugar que esta vez le toca a Nunca digas su nombre, ocupe cada jueves un casillero en la renovación de la cartelera. En primer lugar porque no parece tratarse de una acción basada en un criterio curatorial, sino más bien de un simple mecanismo comercial que se aprovecha de un público poco exigente. Claro que el cine es un negocio y cada quien lo lleva como quiere. Aún así es imposible no notar que esta omnipresencia semanal es funcional a un sistema de reparto que le obtura la posibilidad de acceder a ese espacio vital, depredado por los “tanques” de Hollywood, a otro tipo de producciones (incluyendo el cine argentino y el europeo), que sin duda le aportarían mucho más a la riqueza del menú de estrenos. En paralelo y atendiendo al hecho artístico, productos como Nunca digas su nombre hacen que un género con la potencia del terror se vuelva inocuo, estéril, negando su doble capacidad subversiva de convertir al miedo en un entretenimiento válido y de ser el medio para contar algo más del mundo que la mera sucesión burocrática de saltos en la butaca. Aún así esta película dirigida por Stacy Title no es de lo peor que ha llegado a las pantallas locales y al menos logra generar ocasionales climas de angustia, algo que jamás consiguen muchas de las que suelen estrenarse. El resto es fórmula: una pareja de universitarios y un amigo alquilan una vieja casa para vivir juntos y abaratar costos. La casa tiene un sótano lleno de porquerías, entre las que hay una mesa de luz que oculta el nombre de una aparición que es invocada con sólo pronunciar o pensar su nombre. Esta idea –la imposibilidad de escapar de cierto carácter independiente del propio pensamiento, que a veces parece ajeno incluso a la propia voluntad–, carece sin embargo de dos elementos vitales para alcanzar su potencial. Por un lado, de un guión que vaya más allá de las convenciones del combo que reúne universitarios, casas ominosas, viejas maldiciones y sótanos. Por el otro, de una criatura que concrete la amenaza de asustar. El trabajo de creación de este personaje inefable, el Bye Bye Man, es paupérrimo, tanto por el lado del maquillaje como por el de la creación digital. El hecho se vuelve una buena oportunidad para destacar cuánto ha crecido el cine de género en el país, capaz de generar con menos recursos económicos productos mucho más valiosos que este. Un ejemplo: ¡Malditos sean! (2012), de Fabián Forte y Demián Rugna, filmada con un presupuesto menor al de una publicidad, a falta de un monstruo digno tenía dos, fruto del ingenio y la pericia de los especialistas locales en maquillaje y efectos especiales. Y además mantenía vivo el espíritu lúdico del género, algo de lo que en esta otra no hay ni noticias. Por el contrario y parafraseando a Borges, Nunca digas su nombre es una de esas de terror a las que se va olvidando a medida que se las ve.
El terror parece no querer saber nada con reinventarse, por lo menos aquel que más llega a la cartelera. Si hay algo de lo que no se puede acusar a estas producciones es de falta de insistencia, porque a cada mes el espectador encuentra varias alternativas del género. Llega el turno de The Bye Bye Man, que aquí aterriza con el título de Nunca Digas Su Nombre. Una más que demuestra que el miedo y el susto se mantienen vigentes, pero no precisamente por deslumbrar con su calidad.
EL HOMBRE DUPLICADO A pesar de un comienzo interesante desde la puesta en escena, con un travelling inicial y cierto aire setentoso claramente deudor de la saga El Conjuro y La Noche del Demonio (James Wan), el cuarto largometraje de Stacy Title se desdibuja rápidamente al caer en lugares que el cine de terror ha visitado hasta el hartazgo: adolescentes y maldiciones que pasan de generación en generación. Mas allá de que aquí la premisa revista cierta originalidad – lo cual es muchísimo decir no solo en el cine de terror, sino en el cine posmoderno -, los aciertos de Nunca Digas Su Nombre se ven rápidamente opacados por la clara falta de pericia actoral de Douglas Smith (Elliot), Cressida Bonas (Sasha) y Lucien Laviscount (John), porción en la que se apoya la mayor parte de la película. Incluso teniendo actores en el elenco que pueden garantizar otro resultado en el registro dramático y en la ejecución de los sosos diálogos, elige dejarlos en el limbo de los papeles secundarios, y entonces vagan sin pena ni gloria Carrie-Anne Moss, Faye Dunaway y Leigh Whannell (de la saga de La Noche del Demonio). Basada en el capitulo El Puente hacia la Isla Cadaver – del libro El Vampiro del Presidente (2011) -, Nunca Digas Su Nombre cuenta la historia de un trio de estudiantes universitarios que se mudan a una casa fuera del campus, y descubren una maldición latente que empieza a manipularlos mentalmente para enfrentarse los unos a los otros. Elliot encontrará la raíz del problema varias décadas en el pasado y descubrirá qué o quien esta detrás de esta maldición. Candyman (1992), Pesadilla en Elm Street (1984) y el subgénero de mitos urbanos son solo algunas de las influencias de las que Nunca Digas Su Nombre intenta beber pero nunca llega a hacerlo con fluidez ni efectividad. Eso termina por jugarle en contra al no incorporar integralmente ideas ajenas ni construir con éstas una identidad propia. Los mínimos aciertos en momentos puntuales (el comienzo y cierta construcción de algunos climas), sumados a la fallida incorporación de elementos y referencias, hacen de la película de Title una obra ajena a sí misma, alienada de una personalidad propia que tenga algo que decir. No solamente nunca encuentra el tono ni el ritmo sino que, lo que es aún peor, nunca parece intentarlo.
EL PRÍNCIPE DEL VACÍO “El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda. El diablo es sombrío porque sabe a dónde va, y siempre va hacia el sitio que procede. Eres el diablo y como el diablo, vives en las tinieblas”. El nombre de la rosa, Umberto Eco. Lamentablemente la nueva entrega de Nunca digas su nombre deja mucho que desear. Casi siempre un pasado no tan lejano, década del 70, oficia de escenario para sucesos que tendrán su incidencia en el presente. Un objeto, un ritual y un nombre componen la puesta en escena para un grupo determinado de adolescentes. Todo esto, y el resto, es historia ya sabida: el juego pone a los personajes sobre el tablero y los expulsa lentamente en una suma paulatina de sufrimiento. Un componente rescatable de la puesta es la dirección de cámara, la composición de los planos, en la construcción de escenas con atmósferas claustrofóbicas funciona. Aun así Nunca digas su nombre parece reforzar cierta querella por la que el cine de terror no deja de atravesar: la aparición o mostración del mal en escena resulta un elemento contraproducente. Que la maldición invocada encarne un personaje es un giro en el guión que muchas películas contemporáneas del género tratan de evadir. Esta propuesta materializa el mal en un personaje poco desarrollado, lo cual deja un gusto amargo al espectador curioso. Sumado a ello un pésimo diseño de personaje y una animación que deja muchísimo que desear. A pesar de todo ello Nunca digas su nombre dispara ciertos motivos interesantes, alusiones a antiguas discusiones sobre el vínculo metafísico entre las palabras y las cosas. Es una verdadera lástima que su protagonista, bien interpretado por Douglas Smith, no haya podido generar una estrategia discursiva que evadiera el llano final que presenta esta historia. Porque entre realistas y nominalistas ésta discusión ya fue dada, entre quienes sostienen que los universales tiene una existencia separada de las cosas y aquellos que dan primacía a lo sensible y la experiencia individual. La eterna batalla entre platónicos y aristotélicos aparece en pantalla; Elliot, Sasha y John pivotean entre confiar en su experiencia sensible, luchando contra las alucinaciones, y por otro lado concederle una entidad performativa real a la maldición. La metáfora del virus sirve a la historia para dar a entender que una vez enraizado en el intelecto el concepto deNunca digas su nombre, que encarna el mal y los miedos más profundos de la psicología de los personajes, existe con independencia de aquello que le ha dado nacimiento. El mal existe vacío por fuera de los padecientes y actualiza su significado a través de las historias que este género nos trae. NUNCA DIGAS SU NOMBRE The Bye Bye Man. Estados Unidos, 2017. Dirección: Stacy Title. Intérpretes: Douglas Smith, Lucien Laviscount, Doug Jones, Michael Trucco y Cressida Bonas. Duración: 96 minutos.
Casa embrujada, estudiantina, cuco y conjuros. La de terror de la semana hace un mashup de subgéneros y acompaña a tres chicos que alquilan una casa cerca del campus en la que empiezan a pasar cosas cada vez más terribles, vinculadas a un ente cuyo nombre no hay que decir y sobre el que no conviene pensar. El miedo lo hace más real. Con mejores ideas que sus efectos y resultados, más bien modestos, tiene un buen personaje protagónico, joven conservador amante de los Dead Kennedys, y cinco minutos de Faye Dunaway. Pero camina por caminos ya muy caminados.
Basada en The Bridge to Body Island, un capítulo del libro The President’s Vampire, llega a los cines Nunca digas su nombre de la mano de Stacy Title (la directora de La última cena). La película cuenta la historia de Elliot (Douglas Smith), su novia Sasha (Cressida Bonas) y John (Lucien Laviscount), el mejor amigo de Elliot. Los tres jóvenes son estudiantes universitarios que se mudan a una casa fuera del campus y, sin saberlo, despiertan a Bye Bye Man: un ente maligno que llevaba mucho tiempo desaparecido. Bye Bye Man es un espectro con dedos largos y que utiliza una capucha. Además está siempre acompañado por un pseudo perro diabólico realizado por computadora. El ente, que aparece cuando alguien dice su nombre, produce alucinaciones en las personas hasta llevarlos a la locura. La película guionada por Jonathan Penner -esposo de la directora-, cuenta además con las actuaciones de Doug Jones, Carrie-Anne Moss, Cleo King, Faye Dunaway, Jenna Kanell, Michael Trucco y Erica Tremblay. Aunque Bye Bye Man debería ser el centro del relato, el film hace demasiado foco en Elliot y en su pasado generando que la trama pierda el hilo y presente situaciones que poco aportan a la película. Desde escenas que quedan en la nada misma hasta actuaciones muy poco creíbles, desde diálogos carentes de sentido hasta un perro realizado por CGI que deja mucho que desear, Nunca digas su nombre intenta revivir el cine basado en leyendas urbanas pero se pierde en el intento.
La premisa era buena A medida que avanza la producción se nota el bajo presupuesto. “No lo digas ni lo pienses”. Al estilo de Candyman, al ominoso The Bye Bye Man –título original de la película- se lo invoca con sólo saber su nombre. Los que se enteran de su existencia empiezan a tener alucinaciones que los llevan a caer en el desastre total. La premisa no es mala, pero su aplicación sí. Aquí se termina cayendo en la clásica historia de la casa embrujada: a una casona tenebrosa se mudan tres jóvenes que empiezan a percibir sucesos extraños… y todo lo demás. Hay una psíquica que cree poder limpiar la casa, uno de los jóvenes investiga, A medida que avanza la película, la producción va volviéndose cada vez más berreta, hasta que el bajo presupuesto termina notándose del todo con los efectos especiales. Así, el monstruo da menos miedo que los tipos que, en los ’80, acechaban disfrazados en el Laberinto del Terror del Italpark. Y la presencia, en papeles menores, de dos decadentes caras conocidas –Carrie Ann Moss, la Trinity de Matrix, y Faye “La La Land” Dunaway- no hace más que resaltar la pobreza del conjunto.
La historia comienza en 1969 mostrando una serie de hechos extraños en un pueblo, pasan varios años y los protagonistas son tres estudiantes universitarios quienes van a vivir a una mansión antigua, obviamente el lugar guarda varios secretos. Y como es de suponer todo se complica cuando sueltan a una ser sobrenatural que persigue a quien descubre su nombre y los transforma. Contiene suspenso, alucinaciones, embrujos, buena ambientación y a través del flashbacks se va devalando que sucedió en el pasado. Parte de su trama me llevó a recordar a “Candyman: El Dominio de la Mente” (1992) de Bernard Rose, le encontré cierto hilo conductor.
En el arranque de “Nunca digas su nombre” (2017) de Stacy Title, hay una secuencia que enmarca el relato de los hechos que determinaron que muchos años después, el trío protagónico (Lucien Leon Laviscount, Douglas Smith, Cressida Bonas) de la película, termine viviendo un infierno al descubrir el secreto que guardan las paredes de la casa a la que se mudan, o, mejor dicho, los cajones de las mesas de luz. Años antes, esa casa fue la testigo de una masacre, producida por el padre de una familia obsesionado con algo o alguien que lo perseguía y al que no pueo detener de ninguna manera, excepto con un disparo en su cabeza. Title se ha especializado en el cine de horror desde su promisorio debut con “La última cena” (1995), película recordada por plantear situaciones en medio de una comida entre amigos que invitaban a un extraño a debatir temas polémicos. En esa película Title se afirmaba como una novedosa realizadora, de la que no había que espear más que buenos productos. Pero claro, del dicho al hecho o de la idealización a la dura realidad, “Nunca digas su nombre” demuestra que muchas veces el camino imaginado no será el correcto o el esperado. Volviendo al inicio del film, esta etapa narrativa se presenta completamente desanclada del resto, y además, en lo precario de la puesta en escena, y las débiles actuaciones, van configurando un panorama claro sobre aquello que asistiremos en la proyección, un sinnúmero de situaciones que lindan con el bochorno y con el ridículo. Los tres amigos se mudaran alejados del campus universitario a una gran vivienda, a la que tratarán de acondicionar, y en la que compartirán mucho más que risas y amistad, la habitarán con el recelo y la amenaza, y también con la obsesión que el hombre del inicio del film da por terminada su vida. Title apela a lugares comunes, obvios, predecibles, y olvida que más allá del placer de género de los filmes de terror, hay una posibilidad de innovar o ir a la vanguardia para evitar, justamente, el cansancio durante la proyección. “Nunca digas su nombre” es un filme que busca el efecto con el sonido, con el subrayado de ideas y de conceptos que terminan por configurar una película que en vez de asustar da risa, y además se autoconvence de un superamiento que nada tiene que ver con un filme de género. Con cada avance del bye bye man, ese personaje oscuro que recupera íconos como Freddy Krueger o Jason, y que en el castigo y juzgamiento de aquellos que asesinaba por sus malas acciones, se configuraba un sistema moral que acompañó la cultusra y la sociedad americana durante determinado tiempo. Acá este rol del cine no se presenta, pero sí su inevitable aroma a rancio en cada fotograma, su previsibilidad de un guion de manual, la falta de un verosímil en las situaciones y en las actuaciones, y también, una trama endeble que al primer embate se desmorona como un castillo de naipes. “Nunca digas su nombre” no encuentra el tono para desarrollar sus propuestas, como tampoco encuentra la pasión necesaria en sus protagonistas, para plantear ese triangulo amoroso, esa tentación necesaria para consolidar su trama, y esa potencia que invita a seguir viendo la historia.
En el cine de horror el contagio es una de las formas de lanzar una maldición. En La llamada todo empieza con una simple llamada telefónica, en Te sigue, por hacer el amor con la persona maldita. En este nuevo film, como dice su título, todo pasa por no decirle a nadie el nombre de la bestia. Y su nombre es el que da el título original: The Bye Bye Man. Una parejita junto a un amigo alquilan una casona en donde un día empiezan a pasar cosas; se oyen ruidos, se cierran puertas, pero el horror no se pasa de raya. Tras una fiesta en la casa, una chica se revela como mentalista y entonces el trío la convence para sentarse en una mesa e invocar fantasmas. En un momento la chica se vuelve loca y entra a gritar, “¡no lo pienses!; ¡no lo digas!”, a lo cual Elliot, el noviecito, responde algo que leyó en el dormitorio: “¡the Bye Bye Man!”. Y ahí se pudre todo; las luces se apagan, los muchachos empiezan a ver visiones, se golpean mutuamente, ven otros rostros y malinterpretan acciones. Están a punto de matarse. Es ahí cuando Elliot acude a la biblioteca del pueblo y descubre que hubo dos casos de asesinatos masivos a fines de los sesenta. Elliot sabe que no debe decirle a nadie el nombre para no endilgarle la maldición, pero mientras tanto, ¿cómo lidiar con las visiones, las muertes accidentales y la aparición del monstruo encapuchado junto a su mastín infernal? ¿O deberá asesinar a todos para ahorrarles el dolor, como hace el caso original que se ve en un flashback, al inicio del film? Pese a que la trama envuelve en algunos momentos, la mediocridad de la idea y las regulares actuaciones harán que el bye bye lo diga el propio espectador.
Terror pobre e incípido ¿La remake de Candyman? No precisamente. Ojalá "Nunca digas su nombre" hubiese podido igualarse al menos un poco con el clásico filme de terror de 1992. Lo cierto es que esta producción toma elementos de películas exitosas del género, pero sin obtener el mismo resultado sino todo lo contrario: un filme de bajo presupuesto que deja mucho que desear. La historia se centra en un grupo de estudiantes universitarios que se mudan a una casa embrujada y sin querer, liberan a "Bye Bye Man", un espíritu maligno que persigue a quien pronuncie su nombre y a quien crea en su existencia, ya que eso le da más poder. Una psíquica intentará limpiar la casa, mientras uno de los estudiantes hace una investigación de lo sucesos extraños que invaden la casa cada noche. Extrañamente, la película cuenta con la presencia, en papeles menores, de Carrie Ann Moss, la Trinity de "Matrix" y Faye Dunaway. A lo largo de los 96 minutos, el director no logra crear situaciones de suspenso y a medida que transcurre el tiempo, el relato se empobrece cada vez más, así como también los efectos especiales, dando como resultado un filme sin encanto que no vale la pena en absoluto.
La de terror de la semana involucra adolescentes que dicen algo que no deben decir y liberan un ente maligno al que no debían liberar y son perseguidos y tratan de salvar a gente del monstruo en cuestión. Otra producción más generada a partir de la sobreabundancia de sustos y la poca gana de construir una historia que genere verdadero miedo. Nada diferente, por el uso de efectos gratuitos, del cine para niños que circula en estos tiempos.
Crítica emitida por radio.
El miedo, la maldición y la paranoia persiguen a un grupo de amigos "Nunca digas su nombre" trata sobre una pareja y un amigo que se mudan a una casa en la que comienzan a pasar cosas extrañas luego de que invocan a "El hombre del adiós". Algunos sustos provocan saltar de la butaca, pero las malas actuaciones y falencias de continuidad quedan al descubierto. Elliot (Douglas Smith), su novia Sasha (Cressida Bonas) y John, el amigo de ambos (Lucien Laviscount), se mudan a una casa en los suburbios de la ciudad en la que estudian, y a pesar de no estar en buenas condiciones, la comodidad y la imposibilidad económica los dejan sin mucha opción. En el sótano encuentran los muebles de la casa, y deciden utilizarlos. Entre ellos hay una extraña mesa, de la que todo el tiempo cae una vieja moneda y una inscripción a modo de mantra, que dice: "No lo pienses, no lo digas". Quitando la cubierta de papel, Elliot lee el nombre "The bye bye man" (El hombre del adiós). Cuando hacen la fiesta de inauguración de la casa llega una amiga de Sasha, que dice ser médium y les regala una limpieza espiritual, aunque las cosas se descontrolan tras nombrar "The bye bye man". A partir de esa invocación, los inquilinos de la casa y todos los que digan ese nombre estarán bajo una maldición, que generará paranoia y alucinaciones. Con un monstruo que podría ser una derivación de la Parca, tanto por su aspecto como por su poder, "Nunca digas su nombre" deja de lado el terror psicológico que suele copar las salas de cine, y quiere devolver la magia de antaño de los viejos monstruos que daban pesadillas en los 80 y los 90. Si bien es buena la intención, los resultados son irregulares: algunos sustos que hacen saltar de la butaca, pero el miedo no va más allá de unos segundos, destapando falencias de continuidad, malas actuaciones y otros vicios de autor a la hora de hacer terror clásico.
El filme tiene todos los clichés del género y pocos aciertos. El contundente plano secuencia que abre Nunca digas su nombre (The Bye Bye Man es su título original) nos recuerda bastante a la memorable Te sigue (2014). Un hombre estaciona su auto, se baja y llama a la dueña de casa. Cuando la mujer atiende, el sujeto le pregunta si dijo "el nombre". Ante la respuesta afirmativa de la mujer, el personaje dispara con una escopeta mientras repite una enigmática frase: "No lo pienses. No lo digas". Después ejecuta a unos vecinos, quienes también dijeron ese nombre que no hay que decir para que no se propague la maldición de "The bye bye man", una especie de fantasma con capucha que persigue a quien pronuncia su nombre. La directora Stacy Title demuestra mucho pulso en la ejecución de ese formidable plano secuencia. Pero eso es todo. Lo que sigue es la trilladísima película de terror que, a falta de una buena idea, se permite innumerables licencias e introduce elementos utilizados miles de veces: desde puertas que se cierran de golpe hasta sombras que cobran vida en la oscuridad de una habitación. La historia tiene como protagonistas a tres universitarios que alquilan una vieja casa fuera del campus. Después de liberar a The bye bye man en una sesión espiritista, los jóvenes tendrán que hacer todo lo posible para no pensar ni decir el nombre maldito. El trío está integrado por dos varones y una mujer, interpretados por actores que nunca llegan a ser convincentes en sus papeles. La película tiene muchos problemas, pero el principal es que no se desarrolla el personaje de The bye bye man y tarda demasiado en aparecer. Tampoco se explica su origen ni por qué hace lo que hace. Además, viene acompañado de un perro cabezón que, si bien sale de lo convencional, es el hazmerreír del personaje. ¿Qué sentido tiene hacer una película que aplique los lugares comunes más comunes del género sin otro sentido más que el de provocar algún tímido susto? En el guión de Nunca digas su nombre no hay ni un atisbo de inteligencia, y lo que tiene que meter miedo no lo hace. ¿Habrá segunda parte? Por las dudas no lo pensemos, no lo digamos.
Nunca digas su nombre… En serio, nunca. Llega a los cines la cinta de terror que de acuerdo a Robert Damon Schneck escritor de The President’s Vampire fue una historia real ocurrida en Wisconsin. El libro es un no ficción publicado en 2005 en el que el autor reúne todo tipo de historias sobre aparecidos, fantasmas monstruos y asesinos que pueblan y poblaron las tierras norteamericanas. La historia que nos compete, relatada en el capítulo “The Bridge to Body Island” y que se supone tocaría de cerca al autor, ya que un amigo habría pasado por ese trance. ¿Cual? Hay un maldecido que regresa, uno que no puede cerrar su circulo de odio hacia quienes lo humillaron, los que hicieron de él ese monstruo, uno que no te atreverás a nombrar, porque los estás llamando. Historia que se repite en muchas variantes en la rica cultura legendaria de Estados Unidos. El conocido bogeyman que ya hemos visto en la interesante Sinister y Under the Bed del 2012, el boggart de la saga Harry Potter, su pariente anglosajón de raíces celtas. Pues bien, la productora adquirió los derechos en 2014 y le encargó a Jonathan Penner, actor devenido en escritor que adaptara esta inmortal leyenda y Stacy Title (cuyo último proyecto fue Snoop Dogg’s Hood of Horror – 2006, una especie de Creepshow) se le encargó de su dirección. La historia comienza con un recuerdo de la última vez en que este ser hizo de las suyas en la ciudad, una manera de asentar las bases de lo que vendrá. En la actualidad tres estudiantes universitarios se mudan a una vieja casa fuera del campus, en donde sin querer, liberan un ente sobrenatural que persigue a quien descubre su nombre. Intentarán mantener su existencia en secreto para alejar al resto de una muerte segura. Luego de todo esto, entendemos que el film tiene un interesante gancho, aunque la realidad es que fue totalmente desaprovechada en búsqueda de un golpe de efecto. La irrupción de lo fantástico en un marco puramente razonable es un interesante relato, en sí mismo, del cine de terror actual. Varios han sido los títulos que se centraron en la idea del rompimiento de la realidad para exacerbar el comportamiento humano, porque en definitiva el terror seguimos siendo nosotros. It Follows (2014), logra de manera contundente desbaratar las zonas de confort con la que sostenemos nuestra vida, hurgando en los sitios que creemos protegidos, en los que sentimos que podemos manipular, sin consecuencias, nuestras vidas. Es por eso que la criatura que se inmiscuye es a priori un elemento que desata nuestro pánico, suspende de manera brutal la lógica sumergiéndonos en lo fantástico, lo impensado y por lo tanto lo que no podemos manejar. El Horla (Guy de Maupassant – 1886) creaba en el protagonista de la historia ese terror, uno que por su inexplicable existencia lo sumía en una espiral de locura insalvable. Ideas que el autor del relato original, de Nunca Digas su Nombre, domina con cierta elegancia, pero que en este film se pierde en ese sitio en que se prioriza más el asustar que aterrorizar. Cae inexorablemente en los consabidos clichés de este género, que sumado a uno actores poco dúctiles y personajes endebles hacen el film un compendio de lugares comunes. Tampoco ayuda la sobreabundancia de explicaciones que destrozan el misterio dejando demasiado expuesto el nervio del terror a combatir, cuando fue justamente lo espantoso de lo inaccesible lo que atrapa en la historia. En fin, no hay novedades en esta cinta solo la idea, fijada a golpes y sustos, de pasar un buen momento sin lograr destacarse.
El film de terror dirigido por Stacy Title es efectivo en algunos momentos y, por otros, es completamente predecible. Dos amigos y la novia de uno de ellos se mudan a una casa ubicada cerca de la facultad en la que estudian. Lo novedoso de la nueva vida se oscurece cuando descubren que en ella habita una presencia extraña, a la que deben evitar nombrar. Nunca digas su nombre (The Bye Bye Man, 2017) es similar a varias películas de terror. Desde el escenario en el que transcurre hasta la historia que presenta es fácilmente reconocible en otros films protagonizados por adolescentes que son perseguidos. Además, los efectos visuales parecen anticuados y resultan poco creíbles. Nunca digas su nombre es una película de terror más; cumple con su género, pero no sobresale.
Un sólido film independiente de buen terror
Podrían realizarse muchas elucubraciones a partir del título con que se estrena en la Argentina este filme, que desea, pero nunca lo logra, encuadrarse en el género del terror. Lo primero que se me cruza es (y tengo mi mano en las zonas pudendas) no nombrar a quien fuera nuestro presidente en el periodo 1989/1999. Pero no, el original en idioma ingles es “The bye bye man”. Tampoco hay que ser tan duro con la tecnología actual por la ausencia extrema de originalidad de este producto, da la sensación de haberse “encolumnado” en la nueva modalidad de cortar y pegar, pero en ese caso estaríamos hablando de un prodigio del montaje. Falso. Dicho esto se debe desestimar el uso el sitio de internet “Rincon del vago”. Aunque realmente se pueden distinguir varias matrices que sirvieron para la mala construcción de este relato. En rigor de verdad la primera secuencia es promisoria. Un hombre bastante exacerbado, armas en mano, produce una masacre en un barrio más que tranquilo, antes de transformar a sus amigos-vecinos en víctimas las interroga para saber si el desahuciado le dijo el nombre a alguien. No importa si la respuesta es positiva o negativa, da lo mismo. Lo mata. El sólo pensarlo daría lugar a la catástrofe. Luego, salto temporal mediante de 30 años, tres jóvenes, una pareja (heterosexual, hoy en día hay que aclararlo) y el amigo de la infancia del varoncito, se mudan a esa misma residencia donde ocurrieron esos lúgubres hechos. Todo está por descubrir, pero es todo previsible. A partir de allí es un gran catalogo de refritos ya visto infinidad de veces, sin una pizca de pericia para narrar, donde las actuaciones no son convincentes, el guión se quemo en el infierno y cuando debían aparecer como para reflotar un poco del aburrimiento los efectos especiales son de muy mala factura. Los jóvenes en cuestión comienzan a tener alucinaciones visuales y auditivas, en ningún momento se los ve ir a pedir cambio de medicación, ni tampoco que hayan cambiado de “dealer”. Deciden investigar por su cuenta, traen a una psíquica que dice poder hacer contacto con “entes” sobrenaturales del más allá. Insisto ¿Un médico por ahí? ni de casualidad. Lo que va a suceder se sabe desde el preciso instante en que los tres jóvenes alquilan la vivienda. Ni siquiera la presencia de Faye Dunaway, como la única sobreviviente de aquel episodio dando datos inútiles a los jóvenes imprecisos (¿esto era al revés?) y Carrie Ann Moss como un agente de policía investigando las muertes que se empiezan a producir, no tienen el efecto deseado. En realidad si, pues da pánico ver lo que el tiempo le produjo a esa heroína de “Matrix” (1999).
El monstruo del armario ¿Cuántos monstruos tenemos? Desde aquellos de la Universal hasta Freddy, Mike Myers, Jason. ¿Y Candyman, y Pinhead?. Es algo recurrente encontrar esos terribles acechantes nocturnos como base de franquicias. Ellos son un elemento inagotable para la persistencia del terror. ¿Más cercanos en el tiempo? Samara de La Llamada (The Ring) o ese bicho volador invencible de Jeepers Creepers. En esos seres confiamos para que sean fundadores de pesadillas. Nunca Digas Su Nombre (The Bye Bye Man) tiene idea de construir otro ser temible: el Bye Bye Man. El comienzo no puede ser más prometedor, Larry (Leigh Wannell de La Noche del Demonio), con una escopeta irrumpe en casa de un amiga preguntando si le contó a alguien “el nombre”. De ahí en adelante, una masacre a escopetazo limpio nos agarra del cuello e impone la tensión necesaria. Una violencia dura y directa. Salto temporal. Tres jovenes (dos amigos casi hermanos y la novia de uno de ellos) alquilan una antigua casa cerca de su universidad. ¡Cuántas películas construidas sobre la maldición que habita la nueva casa! En ese punto, con la introducción de los nuevos personajes, el ritmo decae. El descubrimiento de “el nombre” aparece, y muy lentamente, alimenta su regreso. Porque una vez que se conoce, la muerte es solo cuestión de tiempo. Nunca Digas su Nombre presenta a Bye Bye Man espectral, con poca interacción física, apenas algunas apariciones. El Bye Bye Man es un personaje extraño. La película lo presenta espectral, con poca interacción física, apenas algunas apariciones. Su fuerza es psicológica, desgarrando la cordura de los protagonistas. Un ser que se acerca paso a paso, envileciendo la mente. Dejando aflorar temores, inunda de terribles ilusiones a todo aquel que conozca su nombre. Esa sensación constante de circunstancias imprecisas, de locura, habilita su proliferación virulenta, la paranoia y el contagio. ¿Cómo dejar de pensar en él si toda la realidad se ve transfigurada? Nunca Digas Su Nombre, en su elección de no confundir terror con sorpresa, le permite tomar distancia de los films mainstream del género. Aquel espectador ávido de un espanto más visceral y vertiginoso, puede sentirse decepcionado. Por mi parte, aprecié la ambición de construir un ser mitológico, un monstruo del armario, de esos que nunca van a tener una explicación completa. Estaban antes de nosotros y van a estar después. Mostrando retazos de un temor que, con suerte, se pueda dejar enterrado en el olvido.
No decir lo que no conviene Lo único que podría valer lo suyo, como gajo huérfano, es el prólogo: un hombre de mediana edad persigue con un rifle sus seres queridos. Se mete en su casa de manera violenta, grita y les descerraja unos cuantos disparos en medio de una tarde limpia. "¿A quién más le han dicho el nombre?", vocifera. No casualmente, el registro cotidiano, casi abúlico de los suburbios donde esto sucede, tendrá conexión con hechos cercanos, peores. Avanzado el argumento, el protagonista del film hará alusión a una presunta balacera colegial, que utiliza como ardid ante las preguntas de la detective policial: "Si usted hubiese visto algo semejante, ¿se lo contaría a sus hijos?", le dice. Más adelante, ella sabrá hacer mención explícita de la tragedia de Columbine. Pero las referencias culminan donde comienzan, ya que el peso dramático se desbarajusta a partir de una fórmula preconcebida, que a estas alturas ya es ruin. Esto es: un grupo de tres adolescentes alquila un caserón donde vivir. El precio accesible guarda secretos; entre ellos, una mesita con monedas y papeles escritos de manera obsesiva, espiralada: "No decir, no recordar su nombre". La razón de ese no‑decir tendrá correlación formal con el inicio y alumbrará una especie de personaje innombrable -‑The Bye Bye Man-‑ que lejos está de poseer, por lo menos, alguna caricia lovecraftiana. Hay algunas premisas que están bien, que Nunca digas su nombre podría haber hecho disparar hacia lugares oscuros, pero resultan simples adornos de un film que ni siquiera se preocupa por explicar el porqué de ciertos elementos, como lo significan las monedas antiguas y la aparición de un perro infernal. En cuanto al trío en cuestión, los celos y deseos están repartidos ‑-dos hombres y una mujer-‑, las ganas por la pareja ajena o quien está solo se notan -‑desde todas las variantes sexuales‑- pero nunca a la manera de un ojo de cerradura por donde espiar; al revés, tales "visiones" se explican en la presencia del fantasma que altera las percepciones mientras se escuda en eso que todos saben pero nadie quiere nombrar: si bien ajeno al ánimo de la película, se entiende que algo así es materia cinematográfica pura, ya que el deseo no puede nombrarse. El no‑decir tiene sus referentes y hay varios ejemplos, desde la repetición ante el espejo de la palabra maldita "Candyman" a la corporeización casi‑sobrenatural que amenaza a James Stewart en La ventana indiscreta. Se aludía a Lovecraft por la invocación literaria de lo no‑humano, capaz de atisbar un pozo primordial del que seguramente no ha salido este Bye Bye Man. Como corresponde a film semejante, las pistas últimas resuelven el asunto y abren el abanico para la prosecución de alguna secuela. En ella, quizás, vuelva a estar Faye Dunaway, quien asoma por aquí su cadencia de otrora.