El amor en tiempos de neocolonialismo. Los conceptos de “paraíso” y “amor” recorren toda la historia del pensamiento. Las religiones, los sistemas filosóficos y la cultura se preguntan incansablemente qué son y cómo abordarlos, pero lo único que se repite es la constancia del carácter inabordable de estas ideas que sacuden y transforman toda nuestra estructura sentimental. Paraíso: Amor (Paradies: Liebe, 2012) es la primera parte de la trilogía sobre el paraíso del director y guionista austríaco Ulrich Seidl. Teresa (Margarete Tiesel) es una mujer austríaca que vive con su hija y decide emprender unas vacaciones en Kenia, en el continente africano, tierra exótica, llena de aventuras, miseria, peligros y “buenos salvajes”, según los prejuicios primermundistas europeos. El director emprende una búsqueda de la tensión que divide el mundo del turista europeo, que busca esa promesa de aventuras, y el de los habitantes de Kenia, que intentan ganarse la vida ofreciendo a los turistas sus mercancías, su ayuda y su compañía...
Sorpresiva y políticamente incorrecta al extremo, Paradise Love se detiene en mostrar lo que ocurre con un grupo de señoras austríacas sexagenarias que se van de vacaciones a Kenya, en busca de sexo/ amor. Rústicamente, las diferencias de color se hacen notorias, como así también las fantasías de conocer anatómicamente a alguien oriundo de Africa; en este caso, se trata de gigolós que esperan hasta el hastío a las mujeres blancas cuando salen de los hoteles paradisíacos en los que se encuentran alojadas para proponerles una salida encubierta o una visita por el lugar. El turismo sexual queda expuesto cuando una de las llamadas “Sugar Mama” (término empleado para definir a las mujeres europeas blancas que mantienen a los gigolós africanos) inicia sus paseos por playas y calles alejadas del hotel y comienza a relacionarse con los nativos de la región. La interpretación de Margarethe Tiesel, una gordita europea que se va de vacaciones tras vivir un tanto desapercibida en su lugar natal, es fresca y, según describe su director Ulrich Seidl, casi enteramente improvisada. Las escenas gráficas sexuales y de desnudos abundan, en especial con actores africanos no profesionales...
Teresa y el sexo Paraíso amor (Paradies: Liebe, 2012) integra la trilogía de historias compuesta por Paradies: Glaube (2012) y Paradies: Hoffnung (2013), protagonizadas cada una de ellas por tres mujeres diferentes durante sus vacaciones. El relato de esta mujer se centra en la búsqueda del amor, aunque esta búsqueda tenga demasiada extrañeza y tal vez muy poco de esa palabra que se resiste a ser encontrada. Teresa (Margarete Tiesel), una mujer austríaca que ronda los cincuenta años, decide pasar sus vacaciones en Kenya. Allí la oferta de sexo con hombres jóvenes está a la orden del día y Teresa no perderá su oportunidad de desnudar y desnudarse frente a estos. Sin embargo parece no existir en estos encuentros el suficiente placer del goce del momento. Tanto Teresa como los hombres con quienes se acuesta pretenden algo más: ella el inalcanzable amor y ellos el necesario dinero. Los encuentros entre Teresa y los jóvenes se suceden en cuartos pequeños, desarreglados, con luces mortecinas y paredes gastadas. Hay un clima innato de tensión, generando escenas de sexo que nada tienen que ver con aquellas estéticamente filmadas con las que el espectador está más familiarizado. Se suma a esto cierta representación grotesca del cuerpo de la mujer: mostrando sin censura su gordura, sus pechos y cola caídos y cada una de las partes de su cuerpo que evidencian el paso del tiempo. Esta forma tan cruda de mostrarse el sexo es muy cercana a la incomodidad, casi sin erotismo, creando una tensión entre lo que verdaderamente sucede cuando se paga por sexo y lo que desea la protagonista. Aunque en el lugar equivocado y con formas no muy convincentes, las intenciones de Teresa parecen nobles: ser tratada con cariño, que le den suaves caricias y la besen, sentirse amada. Pero en este lejano lugar, lo único que no parece haber es justamente el consuelo que busca. Cada encuentro le demuestra un poco más esto, si bien ella no pierde las esperanzas. A medida que avanza el film el espectador experimenta cierta compasión por lo que vive Teresa. Aunque también los hombres aparecen por momentos victimizados en su rol de objetos sexuales. El drama está presente en cada una de las imágenes y no está dado por giros argumentales importantes. Tal vez por eso puede ser que el film se haga un poco largo, ya que no busca efectos inmediatos, sino un progresivo desenlace que no resulte forzado por circunstancias ajenas a los sentimientos de Teresa. Aunque esta forma de narrar torne a la historia un tanto lenta y repetitiva (tal vez demasiado) lo interesante de Paraíso amor es mostrar una perspectiva diferente y muy sincera sobre la soledad y la necesidad de sentirse amado; aunque más no sea por unas horas…
El dinero no puede comprar amor Confieso que no soy muy fan del cine del siempre revulsivo y provocativo director austríaco Ulrich Seidl (Dog Days, Import/Export), pero esta película -y la trilogía Paraíso en general- me resultó más que interesante, de lo mejor de su filmografía. El largometraje empieza de la peor manera (con una escena de chicos con Síndrome de Down en los autitos chocadores) y continúa de una forma también bastante chocante (con una descripción algo grotesca del turismo sexual de unas señoras gordas en un resort playero de Kenia, donde utilizan su dinero para conseguir negros esculturales como juguetes eróticos). Sin embargo, poco a poco, Seidl va mostrando facetas “sensibles” poco exploradas en su cine previo, ya que expone las contradicciones de esas relaciones (y nos obliga a empatizar alternativamente con unos y otros personajes) y deja en claro que -más allá de la explotación y del racismo- lo que allí aparece por parte de las veteranas damas europeas es una gran dosis de angustia, aburrimiento y soledad, así como una necesidad casi compulsiva de tapar ese agujero existencial con emociones fuertes e inéditas. Pero, se sabe (o creemos saber), el dinero no puede comprar amor.
A loveless paradise under the sun “On Kenya’s beaches they are known as ‘sugar mamas’: European women who seek out African boys selling love to earn a living. Teresa, a 50-year-old Austrian woman, travels to this vacation paradise. Paradise Love tells of older women and young men, of Europe and Africa, and of the exploited, who end up exploiting others.” So festival announcements describe Austrian screenwriter, producer and director Ulrich Seidl’s third feature film, co-written with Veronika Franz, also the first part the Paradise trilogy followed by Paradise Faith (2012) and Paradise Hope (2013), which premiered at the 2012 Cannes Film Festival and was then featured at the Toronto International Film Festival in 2012. Some eight years ago, French director Laurent Cantet (Human Resources, Time Out) released his third feature film, Heading South, which concerned the ups and downs of three middle-aged women and their search of sex and intimacy with Haitian men. Though not nearly as accomplished as Cantet’s mesmerizing previous films, Heading South had a most sensitive and respectful approach to a rather unexplored theme. And it raised some unnerving questions as to the extent ordinary people go to get something they cannot live without: love, no less. But the screenplay was too straightforward, left no room for ambiguities, and most the dialogue sounded rehearsed. Now Austrian director Ulrich Seidl (who became somewhat well known locally with the excruciating and valuable Dog Days) tackles other sides of the same theme, albeit under a different scenario. This time Africa is the territory for sexual tourism conducted by avid women in search of, once again, love. Actually, it’d be more accurate to say women keen on paying for sex and hoping they can trick themselves into believing it is love. Needless to say, love is love — and there are no substitutes. And the women here know that too. Unlike Cantet’s flawed feature, Seidl’s Paradise Love is as riveting as it is compelling. It’s not an easy film to watch, and for a number of reasons; the first one being how bluntly it describes a panorama that admits no romanticizing — even if there are plenty of touches of comedy here and there. It features a handful of daring, yet extremely well pulled off nude scenes that ranger from tender to rough, from erotic to clinical, from embarrassing to cruel — actress Margarete Tiesel undergoes a true tour de force, her obese body often on display and yet never rendered obscene. For that matter, she excels throughout the entire film, be it nude or not. She truly embodies Teresa in a heartfelt, profound fashion. Paradise Love is about the quest for love, but in the end all that can be portrayed is the absence of love. It’s sympathetic to its characters, it never judges them, and it gives them credit for who they are. At the same time, it offers no answers, no solutions, and is definitively not hopeful. However, there’s not a single blow below the belt, which makes it all the more thought-provoking. It tells the story of Teresa, a middle-aged single mother who lives in Austria with her adolescent daughter. She is looking for the love she can’t find in her native country (even if she pretends she’s just looking for fun), and so goes on vacation to Kenya with three friends. There are many young men to choose from in East Africa, but in her search for one she can care for she is bothered to the point of harassment. Everyone wants to sell something to her. She thinks she can venture into paying for sex, have a good time, and then leave it at that. But not many things turn out as she thought they would. And that’s when her ordeal begins: when she exposes herself, becomes vulnerable, and gets hurt time and again. No wonder her disillusionment and bitterness in the end. Actually, that’s one of the reasons why Paradise Love is such an unsettlingly realistic film. Because its characters are truly nuanced, with real actions and reactions, and even more real feelings. Since this type of sentimental prostitution is agreed by both sides, you are asked to see the entire affair from their respective points of views. And in this context, everybody has its reasons, and their reasons do make sense, all of them. Paradise Love is not about being guilty or innocent for those words fortunately do not apply in this film — there is no simplism to be found here. It’s about exploitation, yes, but the kind of exploitation that benefits and hurts both sides — but the truth is that it actually hurts way more than it benefits. It about turning individuals into objects, time and again, until objects don’t even want to be objects anymore. It’s also about seeing yourself as an object, not only about seeing others as such. That’s why it’s more really more complex than what you may have thought at first glance. In addition, it’s brilliantly filmed. Scenes are shot mostly in static long takes with a very appealing cinematography and sense of space that eschews all traces of the picturesque, and instead asks from viewers to contemplate and immerse themselves into a canvas of changing colours that reveals more and more layers as it’s painstakingly drawn out.
La primera película de la trilogía sobre el “paraíso” surgida del imaginario de un director como Ulrich Seidl, un exponente contemporáneo del cine de la crueldad, es un logrado retrato de la supremacía blanca en materia de explotación (y economía libidinal global). Seidl cuenta la historia de Teresa, una austríaca de unos 50 años que se va de vacaciones a Kenia. En su país trabaja con discapacitados. El plano general inicial es enigmático: un grupo a su cuidado juega en los autitos chocadores; es una introducción a la vida de Teresa que no resultará menor en el contexto en el que se desarrollará la película. Teresa, además, tiene una hija adolescente, pero ella no la acompañara en su viaje. Playa, pileta y sexo. En vacaciones emanciparse del yo es casi un imperativo, una economía secreta y libidinal de la economía. Seidl impugna en este drama no exento de toques cómicos el turismo en general y el turismo sexual en particular, que aquí no parecen diferenciarse demasiado. La llegada de los extranjeros al hotel sugiere una puesta en escena de alegría colectiva al servicio del visitante. Los clientes llegan y unas mujeres cantan y dan la bienvenida. El bienestar ajeno es una gestión planificada a cada momento. La limpieza de una pileta, la distribución de las toallas sobre las reposeras, los cuidadores: la división del trabajo es perfecta. De lo que se trata es de promover la felicidad en todos sus órdenes: el huésped debe fluir, sentir el “hakuna matata”; las palabras “primitivas” del autóctono se convierten en mantra turístico. La amabilidad y la pulcritud circunscripta al hotel tienen su límite. Fuera de ahí, la mugre y la especulación son la regla. Hay una escena fundamental que revela la perspectiva del film. Teresa y una amiga dialogan con un nuevo barman y se ríen de él. El plano general es el elegido para desarrollar la totalidad de la escena. Las mujeres se verán siempre de espaldas y el cantinero de frente. La supuesta humillación verbal es contrarrestada por el encuadre. Allí, Seidl, sin juzgar, está del lado de los lugareños. Pero Seidl ni idealiza a los lugareños ni sataniza a las turistas. El encuentro entre Teresa y Munga, uno de los tantos vendedores y pretendientes callejeros que la acosan, es extraordinario. En un plano medio se verá cómo Teresa va guiando a Munga en el arte de tocarle sus senos gigantes. Es literalmente el encuentro de dos mundos; los placeres corporales no están a salvo de la codificación cultural con la que se vive el cuerpo. La escena es genial: la ternura pasa por los esfuerzos de traducción entre un modo de dar placer y recibirlo. Munga, se sabrá luego, como todos los hombres de su edad, tiene una segunda agenda, pero en ese instante, más allá del cálculo y el objetivo, el placer le pertenece tanto a él como a Teresa, y la clave reside en cómo Seidl registra la existencia física. Después que Teresa se despache a un par de “negritos”, como en algún momento dice una de sus compatriotas en el resort, sus compañeras de juerga le regalarán para su cumpleaños una fiestita. En el frenesí de las veteranas se evidencia el costado perverso, pocas veces visible, del turismo globalizado. Si los keniatas son salvajes, las damas pálidas de Europa son depredadoras.
En lo temático, este duro film del controvertido realizador Ulrich Seidl remite a Bienvenidas al Paraíso , aquella historia de Laurent Cantet sobre mujeres de cierta edad que buscaban satisfacer sus necesidades sexuales entre los jóvenes de las playas haitianas. Por cierto, más en lo temático que en su tratamiento. El realizador francés examinaba lo que hay de servidumbre, abuso y manipulación en las relaciones humanas y hablaba de dinero, clase y poder. También lo hace Seidl en Paraíso: Amor al acompañar el viaje de esta obesa cincuentona austríaca que llega a Kenya en franco tren de turismo sexual, pero de un modo más descarnado, directo y perturbador, al punto que abundan las escenas explícitas difíciles de tolerar, no tanto por la desnudez de los personajes o porque haya en ellas erotismo u obscenidad sino por la crueldad con que se los expone a la humillación y la degradación. Conocido por su fascinación por la fealdad de los cuerpos y de los comportamientos, Seidl inicia con este film una trilogía, cada una de cuyas partes corresponde a otras tantas mujeres de la misma familia que emprenden sendos viajes de vacaciones. Después de Teresa (un personaje que si logra despertar alguna empatía es gracias al admirable trabajo de Margarethe Tiesel) , vendrán Paraíso: Fe , sobre una misionaria católica, y Paraíso: Esperanza , sobre la hija adolescente de Teresa enviada a un campamento para someterse a una dieta para perder peso. También es conocido el realizador austríaco por aplicar un método similar al de Mike Leigh, donde caben lo documental y la improvisación sobre ciertas bases establecidas. No hace falta reparar en que los personajes llevan sus mismos nombres para advertir que los esbeltos muchachos que aparecen en la película, los sucesivos compañeros de la protagonista, pertenecen al lugar donde se ha rodado el film. Allí llega Teresa, aconsejada por una amiga que en Kenya se ha sentido deseada, o al menos tocada. No es la única que fantasea con esos esculturales morenos que cantan y bailan como salvajes, y ellos las guían en esos safaris carnales que no tienen tarifas establecidas, pero tampoco suelen ser gratuitos. Siempre hay alguna hermana enferma o un padre en el hospital o un primo accidentado para avivar la generosidad de las visitantes europeas. Seidl no ahorra escenas chocantes, que no siempre se justifican, pero se encarga de mostrar que la línea entre explotadoras y explotados es más que borrosa y que de parte de ellas tampoco es clara la distancia entre la necesidad sexual y la de algún calor humano. Hay resabios del colonialismo en este comercio que a veces se manifiesta de la manera más abierta y brutal. La escena del cumpleaños de Teresa, con regalo vivo incluido, es de una violencia más que perturbadora; la callada desolación íntima de la protagonista, también. Son dos facetas que enriquecen al film y en cierta medida equilibran una obra cuya forma narrativa puede resultar algo episódica, pero de inusual potencia expresiva.
Un mundo infeliz Para los que no conozcan el cine del austríaco Ulrich Seidl, una advertencia: sus películas -que suelen deslumbrar o causar repulsión- son un golpe de nocaut (algunos dirán que un golpe bajo), del que el espectador se irá recuperando con muchas sensaciones, ninguna de esperanza. Paraíso: Amor es la primera parte de una trilogía, aunque funciona de un modo autónomo, haciendo foco en el cruce de dos grupos de excluidos: mujeres europeas maduras practicando turismo sexual con africanos jóvenes y pobres. La protagonista, Teresa (magistral Margarete Tiesel), es una austríaca rubia, obesa, cincuentona, solitaria, que viaja a un resort en Kenia. Durante gran parte del filme, parece no tener en claro qué quiere de los muchachos que se le ofrecen: desea acostarse con ellos, claro, y sabe que debe pagarles. Pero al principio parece estar buscando que la quieran, un sentimiento que ni siquiera tiene por sí misma. Luego se irá comportando como sus compañeras de viaje, como una clienta. Al modo de Todd Solondz, o de Michel Houellebecq en literatura, Seidl busca ser revulsivo. Con total naturalidad, sin atenuantes y sin retórica, exhibe lo más perturbador de la condición humana. Basta comparar a esta película con Bienvenidas al paraíso, de Laurent Cantet, protagonizada por Charlotte Rampling. El tema es el mismo; el abordaje, distinto. Cantet tiene una perspectiva, digamos, humanista; Seidl, iconoclasta. Paraíso: Amor se desarrolla en dos planos: uno íntimo -nuestro punto de vista es el de Teresa- y otro social. Los personajes pasan de sometedores a sometidos, y viceversa: en el fondo, son dignos de lástima. A largo de dos horas veremos prostitución con los roles de género invertidos; racismo, en una variante patético-festiva; y vínculos siempre mercantilistas. Cuerpos gordos contrapuestos con cuerpos flacos: vacío primermundista frente a desesperación subdesarrollada. En resumen, observaremos casi todo, menos amor o paraísos. Aunque juega con los contrastes, Seidl evita el maniqueísmo. Y sabe aplicar los principios de la metonimia. Un solo plano revela un cosmos: cuatro mujeres blancas toman sol en una playa sobre reposeras y, al otro lado de una cuerda custodiada por un policía, varios hombres negros esperando para venderles cualquier objeto, en especial sus cuerpos Por momentos, Paraíso: Amor parece una comedia cruel y amarga; por otros, un drama social con personajes que deben rebajarse al grotesco. En definitiva, es una película de autor que no se parece a nada de lo que suele estrenarse en nuestra chata cartelera comercial y que, observada sin prejuicios, es una de las películas más rescatables del año que se termina.
Teresa como espejo de todos Aun cuando por momentos Seidl parece buscar deliberadamente que sus ideas previas se cumplan, el primer episodio de su trilogía Paraíso nunca cae en la manipulación grosera. Y a través de la empatía con sus personajes consigue un tono siempre creíble. Ni tan cruel como algunos lo pintan ni tan objetivista como él mismo elige pensarse (ver entrevista), si algo está fuera de discusión es que en la primera parte de la trilogía Paraíso el austríaco Ulrich Seidl logra su aspiración de incomodar. Lo hace sin recurrir a golpes bajos, aunque como en todo film de ambición programática, a la larga el director y guionista tal vez se parezca demasiado a un dios con una idea previa del mundo que inventó. La idea es que ese mundo, no del todo carente de momentos de dicha y felicidad, termina deparando amargura. Una amargura que, de acuerdo con las declaraciones del realizador, sería producto del choque entre sueños y realidad. En la versión Seidl (éste es el punto), la realidad resulta ser, parecería, poco amiga de quienes la pueblan o visitan. Como explica él mismo en la entrevista, la trilogía está interconectada a través de sus criaturas. Teresa, heroína de Paraíso: Amor, es la hermana de Anna Maria, protagonista de Paraíso: Fe (2012), y mamá de Melanie, eje de Paraíso: Deseo (2013). Una breve introducción presenta a las tres. Profesora de niños “especiales”, al terminar la temporada Teresa deja a Melanie en casa de su hermana y parte de viaje. Corte y estamos en Kenia: de tan rotundas, las elipsis de Seidl son brutales. Un modo de hacer ver al espectador lo que él quiere, en el momento y el modo en que lo decide. (Merece un breve aparte, por su carácter altamente representativo, la escena inicial, en la que los alumnos de Teresa juegan a los autitos chocadores en un parque de diversiones. Habrá quien interprete como un gesto de extrema crueldad la idea de hacer chocarse entre sí a chicos down y adultos con problemas de desa-rrollo. Lo sería, si la pasaran mal. Pero como se divierten tanto como cualquier niño en la misma situación, el sentido de la escena es el de naturalizar a esos niños y adultos. Lo cual aclara más de un malentendido en relación con ética e intenciones de Herr Seidl.) Volviendo a Kenia, lo primero que se ve es a tres empleados de un resort limpiando, en el más absoluto silencio, una impecable piscina. El solemne mutismo del trío, la coordinación casi coreográfica de sus movimientos, la fijeza con que la cámara los observa desde una cierta distancia y la duración del plano dan a la escena una cualidad entre ligeramente absurda, onírica e irreal. Todo ello –el tono apenas extrañado, como corrido, y los medios puestos para alcanzarlo–, muy representativo del estilo Seidl, tendrá su eco cuando un empleado de seguridad intente espantar a un mono a hondazos, en una coreo de aquadance o en la escena final, suerte de Cirque du Soleil en sordina y a la pasada. El resort acoge a turistas europeos, de los cuales Seidl elige focalizar sobre cuatro señoras que hablan en alemán, una de ellas la protagonista. Una de las señoras introduce a Teresa en las maravillas del turismo sexual keniano, presentándole a su atlético chongo, que la hace feliz. Siguiendo el ejemplo de la nueva amiga, Teresa se dejará seducir por una serie de “chicos de la playa”, que la atienden con una amabilidad como de geishas masculinos. Pero a la hora del cobro las cosas comienzan a enturbiarse. Como ciertos gourmets, Seidl combina lo amargo y lo dulce. Amargo es el “fondo de cocción”: la línea mayor de la historia. Pero el dulzor de condimentos y aditamentos se expresa tanto en el logrado clima de intimidad (el largo ejercicio como documentalista le permite dar tiempo a que ese clima cobre cuerpo) como en la media voz en que los personajes suelen expresarse, el relax de más de un paseo por las calles de Nairobi, la delicadeza de los “chicos de la playa” y gestos como el del acompañante que después de hacer el amor protege el sueño de Teresa con un mosquitero, en una escena que parece algo así como La maja desnuda en versión Botero, con colores saturados de Marcos López. Si lo más cuestionable de Paraíso: Amor es la voluntad de decepción que parece guiar al demiurgo en relación con su Eva, lo más saludable del film –del credo Seidl, en general– es la empatía que el realizador establece con sus señoras, castigadas por la ley de gravedad y dueñas de distintos grados de obesidad, a las que muestra en bikini o menos que eso. Habrá quien vea en ello un cuadro esperpéntico. Lo hay solo en el ojo del que mira: esas señoras tienen los cuerpos que muchas señoras tienen a su edad, lo cual hace de ellas representantes de la más estricta normalidad humana. Como por otra parte Seidl puso especial cuidado en elegir por protagonista a una señora tan bonita, simpática y de bella sonrisa como armada de las mejores intenciones (las de seguir siendo amada, aunque su cuerpo no responda ya al canon de belleza de la revista Vanity Fair), todo ello facilita la identificación. Todos somos Teresa, es la idea: nadie es perfecto, todos somos, en el fondo, tan vulnerables como ella.
Nunca fui fanático del cine de Seidl. Las películas que vi suyas tienden siempre a irritarme, a fastidiarme, me genera la sensación de ser alguien descarnado y cruel que somete a sus actores/personajes a situaciones de crueldad y exposición innecesarias, que los ridiculiza para nuestro perverso placer como espectadores, para que nos permitamos sentirnos superiores a esas decadentes criaturas. DOG DAYS me irritó al punto tal que estuve a punto de irme de la sala, si se quiere, a modo de protesta (algo que nunca hice en mi vida). IMPORT/EXPORT me pareció más lograda y compleja, dentro de un esquema relativamente similar. Por eso la sorpresa de PARADISE: LOVE, que empieza como un típico filme de Seidl (planos frontales y secos de gente patética o enferma o con problemas), pero luego va volviéndose más ambigua. Temáticamente es muy simple (mujer de 50 sola viaja a Africa en plan turismo sexual, pero allí se da cuenta que en realidad lo que busca es otra cosa), pero lo que Seidl hace esta vez es transmitir cierta empatía por este personaje, nos permite ponernos en su lugar y no tomarla como un chiste fácil para la satisfacción del espectador que jamás haría, supone, algo tan absurdo como irse de turista sexual a Africa. El filme es excesivamente largo y por momentos reiterativo, pero ya el hecho de que esté protagonizado por seres humanos le suma algunos puntos. Entre esta película y AMOUR, de Michael Haneke (también en competencia en Cannes), además de las obvias conexiones de sus respectivos títulos, habrá que pensar que algo raro está pasando en Austria. Tal vez todo lo humano no les sea tan lejano y puedan conectarse, aunque sea un poco, con el sufrimiento ajeno…
Una película distinta para no dejar pasar. Es que el director y coguionista con su estilo de comedia cruel e inapelable se mete con el turismo sexual, el refugio de señoras alemanas entradas en años y decadencias físicas que viajan para redescubrir su sexualidad con jóvenes de Kenia que hacen de esa necesidad turista su medio de vida. La protagonista y sus amigas buscan ternura y amor, que no encontrarán, pero también sacan a relucir sus peores sentimientos racistas, en su comportamiento como depredadoras. Feroz, implacable. Véala.
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Paraíso incómodo y poco edificante Hace pocos años, cuando el Provincial de Mar del Plata todavía no había sido recuperado, el caminante que quería disfrutar de un paseo nocturno por la Rambla se arriesgaba a encontrar de pronto una larga fila de tipos parados a dos metros uno de otro, callados, expectantes frente a la parte posterior del hotel. Estaban ahí horas, esperando ser elegidos por algún cliente, cada tanto una clienta. Como aquellos, los morochos de esta película están a pleno día en la playa de los hoteles de lujo de Shanzu, Mombassa, al acecho de alguna clienta, o del tipo que venga, donde hay hambre no hay turista que se haga el duro. "Paraíso: amor" nos muestra la aventura sentimental de una señora austríaca, gordita ella, por no decir tirando a obesa pero de piel suave, que va de vacaciones a un hotel de esa región de Kenya sabiendo que puede gozar un servicio verdaderamente "all inclusive". Si se anima o no se anima con las amenities del establecimiento y sus alrededores, si espera encontrar algo más que sexo pago y en negro, eso ya forma parte de los enredos del argumento, que son pocos y alternan entre lo desagradable y lo entristecedor. Esto no es una comedia. El autor se llama Ulrich Seidl, vienés ajeno a los valses. Le gusta dar asco, es un auténtico provocador alentado por ciertos festivales (acá se vieron ésta y anteriores en el Bafici), y sabe atrapar a su público con imágenes incómodas y reflexiones obvias. Que la gorda se siente sola, que no se sabe quién se aprovecha de quién, que los europeos todavía se creen gran cosa, en fin, lo de siempre, dicho sin ninguna delicadeza. Y como ya lo han alentado, esta película es la primera de una auténtica trilogía, donde tres mujeres de la misma familia buscan de diversos modos la felicidad. Tras ésta "de amor", vienen "Paraíso: fe" (una loca se engancha con la religión, los manteros ya la venden) y "Paraíso: esperanza" (la gordita adolescente quiere bajar de peso, se vende en farmacias). Cabe una sospecha. Suele ocurrir que ciertos autores de obras decididamente amargas sean personalmente unos tipos muy divertidos. Así que este tal Ulrich Seidl debe ser un piola bárbaro. Capaz que lo pasó muy bien durante el rodaje, y hasta se fue sin problemas con una o dos morochitas. Protagonistas, Margarete Tiesel y Peter Kazungu, que tampoco tienen pinta de demasiado serios.
Mujer soltera busca Teresa (Margarete Tiesel) es una mujer austríaca, que ronda los 50 años, y va a pasar sus vacaciones a un resort en Kenia, donde conoce a otras mujeres como ella: aburridas, decepcionadas y solas. Animada por sus compañeras, Teresa comienza a salir con algunos jóvenes del lugar, y pronto se da cuenta de que allí nada es gratis. El amor que tanto espera no va a encontrarlo en esas playas pero, en cambio, puede conseguir buen sexo si accede a pagar por él. Cuando Teresa comprende la realidad del lugar intenta divertirse como el resto de sus nuevas amigas -quienes no tienen reparos en tratar a esos jóvenes como juguetes sexuales- pero aparentemente eso no es suficiente para ella. La película es cruda, muestra con detalles las miserias de sus personajes, la humillación, el egoísmo, y la resignación de ambas partes. La de las mujeres que se han resignado a su soledad e intentan suplirla divirtiéndose, y la de los jóvenes locales que acosan con desesperación a los turistas para venderles lo que sea, hasta a ellos mismos. Es algo realmente triste de ver ese intercambio aceptado por ambas partes, como también esa especie de colonialismo actual donde cada uno está en su lugar; los turistas en el resort, y los lugareños detrás de la soga que divide la playa. El amor no se puede comprar, y el dolor de no conseguirlo tampoco puede taparse con sexo.
A la búsqueda de placer El austríaco Ulrich Seidl tiene sus defensores y detractores en el mundo del cine con su visión feroz y cáustica de la sociedad global. Paraíso: amor es parte de una trilogía donde opina sobre el verdadero turismo de estos días, lejos de las postales edulcoradas de El excéntrico Hotel Mangold y de otros films con gente veterana a la búsqueda de paliar su soledad conociendo nuevos territorios y personajes foráneos. En este caso, el supuesto paraíso es Kenya, adonde llega una mujer no agraciada en su figura, que superó los 50, invadida por dudas en relación a su destino como madre y viuda. El edén que muestra Seidl invita a la reflexión desde el punto de vista social, pero también, se elige un camino inédito en la obra del director: como si se tratara de una visión sin demasiado lugar para la crueldad, como ocurre con el cine de su colega Michael Haneke, la película se decide por un humor atemperado y corrosivo, ubicado en la vereda del gran creador de Amour y Funny games. En efecto, Teresa (gran trabajo de Margarete Tiesel), es una mujer que no oculta sus miedos ante ese paraíso-resort donde los kenyanos intimidan a la recién llegada. Sin embargo, Seidl no mira ese mundo desde el bisturí cínico, ya que cuenta una relación de pareja entre la confundida Teresa y un kenyano mucho más joven que ella, donde el sexo y el placer actúan como eje central. Ese turismo globalizado que Paraíso: amor desnuda con sutileza, tiene una gran escena cerca del final, donde otras mujeres preparan un particular cumpleaños para la protagonista. Allí la película fusiona a la perfección el retrato social y las ganas de tres extranjeras por pasarla más que bien con un desconocido.
El primer capítulo de la trilogía PARAISO de Ulrich Seidel, titulado “Paraíso: Amor” (Austria/Alemania/Francia, 2012), es una desesperada y abrumadora historia sobre la soledad y los vertiginosos mecanismos que una mujer (Teresa, interpretada por Margarete Tiesel) intenta implementar para poder suplir su falta de amor. En “Paraíso…” está Teresa, quien vive una rutina agobiante en Austria (una hija adolescente que no le presta atención, un trabajo con una inmensa carga psicológica) y sufre su soledad. Quiere amar pero no puede relacionarse con nadie. Además posee un perfil déspota que tampoco la ayuda a conseguir compañía. Para cambiar su suerte decide viajar. Con el inmejorable marco de un resort en el medio de la costa africana (más precisamente en Kenia) acompaña a un grupo de personajes que librados al lujo y desparpajo del all inclusive se liberarán por unos días. Allí esta mujer deambulará por las playas y piletas tratando de conseguir a alguien que la complete, derribando prejuicios y mitos. En ese mundo ideal del apart, con actividades cronometradas y digitadas, se construye una realidad diferente a la que viven los habitantes del lejano país africano, seres que excluidos del mundo capitalista encuentran en las mujeres que visitan el lugar un negocio redondo. De un lado del cordón los capitalistas que al sol intentan despegarse de sus problemas. Del otro lado los habitantes que intentan comerciar de manera ilegal algunos objetos que creen que interesantes para los turistas. Pero también estos saben que a cambio de algunas horas de sexo “exótico” conseguirán el dinero que necesitan para sobrevivir en su dura realidad, una realidad de miseria y carencias. Carencia que Teresa también tiene y pretende satisfacer, y lamentablemente y en un primer momento no se da cuenta que es utilizada por los lugareños. El personaje atraviesa un proceso de transformación a lo largo de los 120 minutos que dura el filme y si en un primer momento está expectante y reticente a la vez sobre lo nuevo, luego se mostrará desenfrenada y aprovechando las excentricidades que le ofrece la “otredad” para finalizar como una tirana que disfruta del poder que ejerce sobre los nativos. La cámara estática por momentos de Seidel hace que la tensión basada en la inacción se potencie. Los planos conjuntos y grupales de los protagonistas también destacan la idea de la necesidad de diferenciar a los lugareños de los occidentales. El director trabaja constantemente sobre la dupla “extrañamiento/otredad” con mucha incomodidad para quien ve el film, y así construye un discurso potente sobre la soledad en la actualidad y la necesidad de vincularnos afectivamente más allá de la mera puesta al día de una relación sexual.
Porque te quiero te aporreo Dos mujeres sentadas en la barra de un hotel, de espaldas a cámara. De frente, el camarero, un morocho oriundo de Kenia, el lugar a donde aquellas mujeres fueron a vacacionar. Las señoras, voluptuosas y ridículas -se nota por lo que dicen y cómo lo dicen-, se burlan del muchacho al estilo de las cámaras ocultas de Tinelli con los japoneses: se ríen de cómo pronuncia el alemán, de sus modos. Esa secuencia, un largo plano fijo (como la mayoría de los planos de este film del austríaco Ulrich Seidl) explicita la búsqueda de Paraíso: amor, una mirada bastante violenta y perversa sobre cómo los europeos observan al mundo con un dejo de superioridad mientras esconden, en la acción, una frustración y represión constante. Esa secuencia es, de lejos, la mejor del film, que en otros momentos se pierde en cierta provocación repetitiva que termina siendo más calculada que auténtica, más miserabilista que comprensiva del otro, puro exhibicionismo. Lo que plantea el comienzo de esta trilogía de Seidl es bien concreto: mujeres cincuentonas que se van de turismo sexual al Africa, mientras descansan de sus familias y empleos. Pero el foco se posa sobre Teresa, quien progresivamente se va metiendo en este juego que le proponen sus amigas. Primero teme, luego acepta, luego profundiza, para terminar cerca de la frustración. Y no es que le falte sexo a la protagonista, más bien lo que se le ausenta es la sensibilidad, el amor, aquello que, pareciera, le falta. En el fondo, la película habla sobre esa Europa sodomita que busca regodearse en el barro tercermundista, lejos de casa: no de gusto las protagonistas son mujeres grandotas, voluptuosas, de tetas mayúsculas. Es la Europa que controla, domina y goza de esos otros que están por debajo de la línea de lo deseable: esos otros representados aquí por cuerpos negros musculosos, de sexualidad marcada. Seidl es buen representante del cine europeo menos tradicional para estas costas, el que representan países como Suecia, Austria, Alemania, y del que Michael Haneke suele ser embajador. Claro que hay aquí una mirada algo menos tortuosa que la de las películas del director de Caché, incluso una ligereza que se permite el humor y hasta cierta cercanía con los personajes. Pero la aridez de algunos pasajes traen a la memoria un cine que supone que la crítica está en maltratar al que mira, incluso haciendo caer a sus personajes en las situaciones más bajas y sórdidas posibles. A Paraíso: amor le sobran un par de encuentros sexuales, alguna secuencia orgiástica parece estar sólo por mero placer provocativo (para ser académicos: es llamativo que en esa secuencia en la que aparecen todos en bolas, nadie termina cogiendo realmente, aunque se me podrá decir que ese es el punto) y en ocasiones el maltrato al otro no logra trascender la distancia necesaria y termina siendo un simple maltrato sin mayor lectura posible (las largas secuencias de mercaderes en la playa). Por el contrario, Paraíso: amor encuentra el tono justo en aquellos planos donde los locales no pueden atravesar una soga y son separados de los turistas que descansan en cómodas reposeras, en esos largos planos que aprovechan notablemente la profundidad de campo o cuando Teresa y su amante Munga demuestran sus diferencias culturales en un plácido juego sexual. Momentos de intensidad y verdad que Seidl produce, pero que se le escurren de las manos por su ambición primera de impactar, aporrear y provocar al espectador.
El amor (primera parte) La planificación visual que ensaya Ulrich Seidl funciona en parte como una declaración de humildad: los encuadres cerrados recortan la imagen de una manera evidente y calculada, como si el director dijera abiertamente que no aspira a capturar en su totalidad el mundo del turismo sexual en Kenia; los planos se muestran como tal, la película se revela como una mirada y no busca pasar por un documento o un pedazo de realidad en bruto. Las escenas de Seidl son como maquetas pequeñas o viñetas que se vinculan entre sí de manera un poco caótica: la mayoría de las veces el montaje es cortante y no hay nada parecido a un raccord. Es que cualquier otro proyecto de puesta en escena seguramente habría resultado falso: la historia de Teresa y del contingente de mujeres europeas que viaja a las playas soleadas de Kenia para acostarse con los jóvenes locales habría sido una tentación demasiado grande para otro director que quisiera explotar las miserias de las protagonistas o la marginalidad de la sociedad keniata. Como ocurre en todas las buenas películas, el valor de Paraíso: Amor reside tanto en los propios logros como en todos aquellos peligros oportunamente esquivados. Uno podría pensar que la novedad del tema no le deja espacio a Seidl para otra cosa que no sea la observación un poco maravillada de ese universo, como si todo pasara demasiado rápido y la película no quisiera distraerse con la denuncia. No es casual que Paraíso: Amor sea dueña de tanta luz y tanto color: recordemos que las películas que explotan la pobreza y buscan el impacto fácil como Ciudad de Dios o Tropa de elite tienen una fotografía contrastada donde no hay lugar para los tonos vivos. Incluso cuando la trama lleva a Teresa a las casas de sus amantes ocasionales, la cámara devuelve una enorme cantidad de colores y matices, como si Seidl no se resignara a encontrar la belleza en ninguna parte, ni siquiera en una habitación descascarada atravesada por los signos de la pobreza más terrible. Así, el cine de Seidl termina replicando, a su manera, al de Pedro Costa. En el relato de Paraíso: Amor (concebida como un film de larga duración, finalmente se transformó en la primera entrega de una trilogía) ocurre algo similar. Ante la inmensidad de un entramado de relaciones desconocidas, el austríaco elige retratar cómo es que se efectúan las confusas transacciones amorosas de los personajes antes que comentar las desigualdades que separan a las partes. La ambigüedad de los intercambios dota de un misterio notable a las parejas temporales que se la historia arma y deshace cada vez más rápidamente. El drama de Teresa no es otro que el de no conocer las reglas del mercado sexual local: ella tarda bastante en aprender que la promesa de amor de sus compañeros de cama no es otra cosa que una parte acostumbrada del ritual de la prostitución masculina keniata. En este sentido, la película se acerca a ese universo tratando de comprender las formas mediante las cuales opera el sistema: los negros seducen a las turistas, las convencen de llevarlas a su casa en algún pueblito alejado del hotel, juegan a hacerles creer que gustan de ellas (y ellas, salvo por Teresa, siguen el juego sin creérselo demasiado) y después tratan de sacarles toda la plata que puedan. Salvo por algunos pocos momentos subrayados (como el plano que muestra a los vendedores ambulantes separados de los turistas por una guarda y un policía) no hay nada parecido a la sordidez ni la queja altisonante: Paraíso: Amor es un relato de aprendizaje de una mujer madura que busca el amor en tierras extranjeras. Incluso cuando los vendedores se abalanzan sobre el infortunado que osa querer pisar el mar, la película es capaz de mostrarse feliz: la insistencia de los vendedores carga la escena de tensión pero sus halagos mentirosos y su picardía para el comercio logran que el tono sea cómico y nunca miserable.
Éste filme sin duda alguna es, en definitiva, al finalizar su proyección, , uno que al querer parecer otra cosa no deja de ser de personaje, en principio porque las generalizaciones siempre son lamentables. En este punto se despliega el primero de la trilogía de “Paraíso” del director austriaco Urich Seidl. Los otras dos, “Paraíso Fé” (2012) y “Paraíso Esperanza” (2013), concluirían con la mirada del realizador sobre la “nueva” forma de turismo implantada desde el continente europeo, en el que las soluciones a sus problemas de letanía se encuentran en otras playas. La historia abre con dos escenas claras. En la primera vemos a unos niños que padecen síndrome de Down en un juego de autos chocadores, donde el personaje eje de la narración, el que finalmente cargara con el peso de sostener desde sus actos el desarrollo de la producción, es presentado como alguien que ejerce una profesión en la que el amor al otro es su motor, y simultáneamente es un paradigma de la frustración. Lo que podría leerse luego como un anticipo de la verdad oculta de ella misma. La otra escena está jugada con su propia hija adolescente, con la que ejecuta e impone reglas rígidas de convivencia, a la que dejará en casa de su hermana, religiosa devota, mientras ella se toma unos días de descanso. De esta manera nos termina de presentar a todas las protagonistas de la trilogía. El salto temporo – espacial producido luego se siente por parte del espectador como disruptivo, lo que realmente logra es que nos instala de lleno en la geografía donde se desarrolla la historia: África. Esta profesora de educación especial, madre viuda, viaja al que le hicieron creer es un paraíso, las playas de Kenia, en un hotel cinco estrellas all inclusive, (monos, negros, sueños y comida). El primer episodio, “Paraíso: Amor”, intenta ser una radiografía de este estilo de vacacionar impuesto que se cierne excesivamente en un solo personaje y se toma demasiado tiempo en repetir situaciones y acciones ejercidas por Teresa (Margaret Tiesel), lo que definitivamente logra es aburrir, ya que al no agregar información nueva entra en una meseta narrativa de la que nunca despega, monotonía sólo alterada por las escenas de sexo, mostrando en contraposición y sin tapujos los cuerpos esbeltos de los jóvenes negros y el cuerpo desnudo de una mujer de alrededor de los 50 años, simpática, hasta con rasgos que en algún momento habrán sido bellos, pero excesivamente obesa. En este punto es donde las imágenes podrían ser una mirada grotesca, de visión incomoda, y no lo es por el tratamiento de la imagen impuesta por el director al definirlo por el esteticismo y no por la influencia en la estructura narrativa. Algo que no queda plasmado de manera eficiente, o tan taxativa como debería serlo, para que la posibilidad de segundas, o infinitas lecturas y/o interpretaciones, puedan ser tan validas como las que parece querer denunciar, son por un lado la búsqueda infructuosa de nuestra “heroína” por recuperar esa sensación a ser amada que plantea a primera vista, no por las acciones en si mismas, sino que debe recurrir a la expresión verbal para aclararlo, lo cual se puede presentir como otro aspecto fallido del filme. En segundo termino el comercio sexual ejercido por gente de clase alta en una sociedad, en este caso la keiniana, en la que por necesidad sus integrantes ejercen la prostitución con el solo fin del dinero. Y una tercera posible lectura, entre muchas otras, es que las victimas se transforman en victimarios y nuestra diva es manipulada, estafada, engañada en su buena fe. Esta es la única que me genero alguna sensación de disconformidad, por no decir violencia, por la manipulación a la que somos sometidos como espectadores. La generalización es del orden del imposible por lo concentrado del desarrollo textual sobre un solo personaje, limitado en la diversificación por una o dos escenas en las que otras mujeres de idénticas imágenes son mostradas en interacción con la protagonista. Cuando en realidad y a partir de la construcción contradictoria, no intencional, del personaje, lo menos que se podría decir que Teresa es que es más ingenua que Heidi, por no decir más idiota que Forrest Gump. El director quiere imponerse como provocador, a mi el filme no me movilizo en lo más mínimo, ni me dio nauseas.
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TODO PARAÍSO SOLO PUEDE SER AHORA (SINO ES UNA FALSA PROMESA) Paraíso: Amor, primera película de la saga de Ulrich Seidl sobre las falsas promesas, cuenta la historia de Teresa, una mujer adulta austríaca que viaja a las playas de Kenia con la pudorosa intención de probar aquello que su amiga le cuenta sobre los jóvenes negros. Además de las bondades de un resort vacacional donde el pasajero es invitado a liberarse de sus problemas, esta señora buscará jóvenes negros con quienes tener relaciones sexuales. Para el lector apurado: la película es notable, no deberían dejar de verla. La cuestión sobre las múltiples interpretaciones posibles y los prejuicios que Seidl convoca con las desnudeces, las carnes blandas, los juegos explícitos y los cuerpos calientes, es algo que el espectador deberá experimentar por sí mismo. El realizador abre una puerta para “entrar” a la película desde el primer fotograma. Es tal vez muy sutil, pero deja ver allí una de las ideas dominantes. En tres cortas escenas introduce la vida austríaca de Teresa. En esta, los cuerpos son los “otros cuerpos”. Son los cuerpos dejados de lado por la normalidad eurocéntrica. Discapacitados mentales, físicos, mujeres gordas y “feas”, adolescentes que solo piensan en comer dulces. Seidl propone una película donde el centro dramático es la subjetividad de los personajes pero haciendo eje en lo que esos cuerpos medidos, pesados, evaluados, observados desde la perspectiva étnica y etaria, suponen como espacios de disputas. Será entonces sobre esas personas en tanto sujetos deseantes cuyos cuerpos son sometidos por el poder simbólico que desarrollara esta falsa comedia sexual de varias noches de verano. Vale aclarar que con gran talento la (re)construcción de esos cuerpos hace que sean bellos, deseables, eróticos. O patéticos. En definitiva, cuerpos que -contra lo que parecen decirnos los imaginarios occidentales- merecen ser vividos. A esto corresponde prestar atención. Los incluidos en el estándar, esas personas no muy viejas, no muy gordas, no muy negras, no muy feas, no muy pobres, permanecen inmóviles durante toda la película. Están allí, en sus reposeras frente a la playa. Como si el realizador hubiera decidido congelar por un instante a los protagonistas de casi todas las películas industriales y sólo prestara atención al movimiento de los otros, de los secundarios del mundo. Para hacer evidente esa separación en el mundo es destacable un plano donde a derecha del cuadro están tirados inmóviles los turistas e izquierda del mismo una fila de hombres negros, parados frente a ellos y quietos también, están esperando que se muevan para intentar venderles algo, cualquier cosa. Entre ellos una soga que separa el resort de la costa y un guardia que camina entre ambos grupos, custodiando a los blancos de los negros. En este contexto se desenvuelve la historia de Teresa, de su contradicción cultural entre ser mujer –oprimida sexualmente- y ser el sujeto capitalista –y por lo tanto opresora-. Deberá resolver la dialéctica entre esa voluntad de acceder al comercio sexual, a ser poseída salvajemente por un negro africano a cambio de unos dinerillos y al supuesto de la obligación del afecto. Seidl constantemente obliga al espectador a sentirse incómodo. Incomodidad que surge de los paradigmas que revoluciona constantemente. La mujer que se propone pagar por sexo lejos de su casa y su familia, sufre por esa relación mercantil tan alejada del sexo amoroso. Odia a los jóvenes que le piden dinero, que la engañan porque son casados y aman a otra mujer, odia al que le repite que la ama, odia al que no está dispuesto a obedecerla en la cama. Juega a la mujer sensual y a la dueña del dinero que ordena lo que el otro debe hacer al mismo tiempo que padece su contradicción y no cesa de mentar a su cuerpo gordo y viejo. El modo en que aquello que se supone una fiesta divertida y el imaginario de la potencia eréctil del macho negro se vuelven patéticos en la secuencia del festejo de cumpleaños, es un resumen de las tensiones puestas en juego, sobre las que Seidl no pontifica ni propone una mirada moralista. Lo que hace es cuestionar un conjunto de mitologías occidentales a propósito del cuerpo, el sexo, el amor y la innata bondad de los blancos europeos. Lo genial del realizador es poner en esta situación de relaciones opresoras sexuales y de clase a personajes que son oprimidos. De tal modo, aquello que es evidente en cualquier otra situación, es aquí confuso, contradictorio, problemático. Y eso hace de Paraíso: Amor una gran película. Por Daniel Cholakian redaccion@cineramaplus.com.ar
Sin dinero no hay paraíso Paraíso Amor es la primera parte de la trilogía en la que el director austríaco Ulrich Seidl vuelve a desplegar su particular estilo para poner el foco en el turismo sexual y en la búsqueda de la felicidad a través de la satisfacción de los deseos más básicos. En su país, Teresa es una mujer de mediana edad que pasa sus días como encargada en un parque de diversiones. Luego de dejar a su hija y a su gato bajo el cuidado de su hermana se dirige a Kenia, en donde se encontrará con un grupo de mujeres cuyo único objetivo es el de tener sexo con los lugareños. Allí Teresa formará parte del selecto grupo que los keniatas denominan “sugarmamas”: mujeres blancas con un poder adquisitivo mayor que el de ellos y que están dispuestas a pagarles no sólo para satisfacer sus impulsos sexuales, sino para sentirse amadas aunque sea por un momento. Seidl hace un retrato de la sociedad africana en la que la miseria y la enfermedad es lo habitual y la prostitución es una forma válida para tratar de sortear estos obstáculos. Esta miseria contrasta con la espectacularidad de los paisajes naturales y con la opulencia que manifiestan los visitantes, quienes no tienen tapujos en demostrar el supuesto poder que les otorga su moneda. De esta manera, los africanos serán objeto de burla y se los retratará como meros productos que están hechos para satisfacer necesidades básicas. El problema surgirá cuando la protagonista busque algo más que eso y descubra que de a poco se irá convirtiendo en un engranaje más de una maquinaria perversa. El director, que cuenta con varios documentales en su haber, elige filmar con planos fijos en interiores para tomar un punto de vista neutro y no juzgar las acciones que van sucediendo frente a cámara: sólo se encarga de mostrar y será el espectador el que deba juzgar. Esto contrasta con las escenas en exteriores, donde la cámara persigue a la protagonista en su frenética búsqueda y deja que sus sentimientos emerjan y la frustración se haga presente. Tomada por separado y no como parte de una trilogía, Paraíso Amor es una obra de ficción que refleja una realidad que ocurre y se hace palpable pero el director elige tomar distancia de un hecho grave y no tomar parte. El film no entrega nada nuevo, se presenta como un falso documental que no arriesga nada y sólo deja la enseñanza de algo que ya sabemos: el dinero no puede comprar amor.
La película de Ulrich Seidl es la primera de la trilogía Paraíso (Amor, Fe, Esperanza), un crudo relato Fuerte y caliente Teresa (Margarete Tiesel) es una mujer austríaca de 50 años que se va de vacaciones a Kenia, buscando sol y alguna que otra aventura amorosa/sexual. Los guías turísticos enseñan las palabras útiles: el saludo y “hakuna matata”. Un conjunto le da la bienvenida al grupo de turistas al hotel. Allí todo está puesto al servicio del bienestar del turista. Teresa se encuentra con una amiga que ya tiene un amante, y le cuenta de lo espectacular de tener sexo con un negro. Cruzando la soga que divide el hotel de la playa, Teresa se encuentra con una horda de jóvenes keniatas dispuestos a conocerla y llevársela a la cama, pero a cambio de otros favores. No es sencillo encontrar el amor en una ciudad a la que sólo parece interesarle el turismo sexual. ¿Hasta dónde llega la búsqueda del amor y del placer? Teresa se pasa de buscar amantes a explotarlos desesperadamente para conseguir cierto consuelo. Colonialismo sexual Una de las cosas que más me llamó la atención al principio de la película fue su fotografía. Los planos de los hombres limpiando la pileta, o las mujeres en la playa tomando sol separadas por tan sólo una soga de los keniatas, que las miran quietos, con sus artesanías para vender y a la espera de que ella crucen el umbral, son excelentes y muy pregnantes. El contraste social y cultural se puede ver hasta en los cuerpos de los amantes. Teresa es grandota, blanca, con formas redondeadas, y los keniatas son negros y esbeltos. A su vez, esos cuerpos tan distintos y lejanos tardan en encontrarse y estar cómodos el uno con el otro. Quizá el relato se caiga un poco durante el segundo acto, pero en el final repunta mucho. Una de las últimas escenas es una fuertísima representación de la cosificación de una persona, pero no como se suele ver, porque en este caso las mujeres son quienes cosifican y explotan a un hombre. Es una escena difícil de olvidar, de tan real que parece. Margarete Tiesel hace un trabajo formidable, en especial con su cuerpo, primero tímido y luego con ganas de llevarse el mundo por delante. Conclusión Es una película digna de ver, plantea muy bien los temas del colonialismo, el turismo sexual, la soledad de dos cuerpos juntos. Es un relato sin tapujos, fuerte y con escenas muy intensas. Es totalmente recomendable para quien desee ver una forma original de abordar de estos temas. Lo único que me pesó en un momento fue ese bajón a la mitad del film, pero es una película con muchísimos elementos rescatables. Me dejó con ganas de ver las siguientes películas de la trilogía. - See more at: http://altapeli.com/review-paraiso-amor/#sthash.FSXEB8aD.dpuf
Infierno: Decadencia Paraíso: Amor, junto con Paraíso: Fé y Paraíso: Esperanza, es una de las tres películas que componen la trilogía creada por Ulrich Seidl sobre historias de mujeres desde su particular perspectiva. La primera extraña escena que vemos en Paraíso: Amor es un grupo de discapacitados jugando a los autos chocadores con una mujer cuidándolos desde la distancia, que después sabremos que será la protagonista de la película, Teresa. Luego de conocer su trabajo, conoceremos su angosta y pequeña casa; y su familia compuesta por una hija adolescente y un perro. Hay un viaje en camino, Teresa partirá sola hacia África a disfrutar de unas peculiares vacaciones. Todo el resto de la historia transcurrirá en las blancas playas de Kenia y en un complejo para turistas ubicado en medio de este “paraíso”. Teresa conocerá varios jóvenes africanos con los cuáles tendrá sexo a cambio de plata y generará vínculo con otras mujeres con sus mismas características. Esta es una película que hay que dejar decantar unos cuántos días y que nos quedará dando vueltas en la cabeza por su ambigüedad, complejidad y extrañeza. La película no sólo nos habla de Teresa, esta blonda, redondeada y sesentona mujer, sino que también se refiere a otros ámbitos, aunque de manera menos explícita. Hay un encuentro y un choque entre dos culturas, la europea y la africana. Como en todo intercambio ambas partes se necesitan mutuamente y una no podría sobrevivir sin la otra. Este contraste se hace evidente, no sólo desde la historia, sino también desde el relato. Opuestos como: piel blanca-piel negra, joven-viejo, delgado-gordo, noche-día, interiores-exteriores, etc. se hacen presente pero a la vez conviven como si fueran uno. Los planos son llamativamente simétricos, con lo cual podemos deducir también que esa oposición de alguna manera también tiene un punto en común, algo que los ubica en el mismo lugar: la miseria humana. Observamos a los turistas en la playa mirando hacia el mar y enfrentados a ellos, hay una línea divisoria en dónde observamos a los nativos detrás, parados como estacas. Pero la pregunta sería: ¿Quién mira a quién? El poder juega un papel fundamental en esta historia, cada una de las partes tienen algo que el otro necesita, una mirada, un simulacro de “amor” o dinero y es por esto que el intercambio será posible. A Teresa la vamos conociendo de a poco, el progreso de su desnudez se hace presente, su cuerpo excedido en peso pasa de llamarnos la atención a ser un cuerpo deseoso, hasta parecerse a un cuerpo al mejor estilo de las pinturas de otra época, sinónimo de belleza. Pero esa belleza puede volverse patetismo y desesperación en menos de un segundo y nos encontramos con una mujer profundamente sola. Las escenas explícitas y los desnudos pasan desapercibidos porque el contexto que los contiene es mucho más fuerte que ver un africano sin ropa. La escena en donde cuatro mujeres pagan por observar a un joven bailar desnudo es en sí bastante fuerte como para detenernos en un cuerpo sin vestuario. Ahí la desnudez es la del alma, el grito desenfrenado de cuatro mujeres alienadas cargando sobre sus hombros sus complejos, sus años y su desencanto. Y por otro lado, ese joven que necesita ganarse la vida siendo manoseado por estas mujeres porque probablemente esa sea la mejor oferta que tiene. Y por último, la película habla sobre el deseo, sobre esa necesidad femenina de tener la mirada de un hombre sobre su cuerpo, enfocada en sus curvas, un deseo tan fuerte que Teresa es capaz de hacer lo que sea por autoconvencerse que esa mirada realmente existe. Pero hay cosas que no se pueden comprar y es ahí donde todo su universo entra en crisis. Paraíso: Amor es una película muy bien filmada, con una obsesiva puesta en escena, una atmósfera incómoda y cierto aire distanciado, que nos propone una reflexión sobre diversos temas (seguramente más de los que se me ocurrieron a mí en esta nota). Si quieren quedarse con un montón de interrogantes, entonces mírenla. Es una de esas de esas películas que logran espantar, seguramente porque supieron tocar ese nervio que más nos duele.
Ulrich Seidlr produjo una trilogía dedicada a los paraísos (el del amor, el de la religión y el de la esperanza), con sendas películas protagonizadas por integrantes de una misma familia. En “Paraíso: amor”, hizo foco en los contrastes. La historia de una madura mujer austríaca que viaja a Kenya para hacer turismo sexual pone las cosas, literalmente, en negro sobre blanco. El filme, que se distingue por una fotografía por momentos cercana a la pintura, se centra en las ausencias que suele poner en evidencia el poder económico y la falta de resolución de los conflictos afectivos de una sociedad que prioriza el poder adquisitivo por sobre cualquier otro valor. La protagonista es una mujer de vida rutinaria y con baja autoestima, que viaja a un país postergado, donde los varones jóvenes venden su cuerpo a gruesas matronas que no disimulan su racismo y se mueven en una geografía tan pródiga en encantos naturales como miserable en su sociedad, sumida en la pobreza. El contraste entre la riqueza de los visitantes y las carencias de los anfitriones resulta brutal. Y, en ese contexto dominado por la disonancia, el sexo que busca con avidez el turismo femenino se reduce a un trámite meramente comercial. Los desnudos — completos y frontales— a los que el director apela a poco de iniciar su relato no corren el riesgo de aparecer como atrevimientos y, neutralizados por el marco miserable que los rodea, se sitúan en las antípodas del erotismo. El resultado de la experiencia artística de Ulrich Seidlr muestra una buena película que, con un lenguaje cinematográfico que se acerca al documental, desnuda la soledad que aguarda al final del camino que tiene como única, aunque sólida base, a la frialdad del consumismo voraz. Una historia reveladora de la patética cara que muestra un mundo que proclama el infinito poder del dinero, cuando aparecen las “cosas” que no se pueden comprar.
Publicada en la edición digital #258 de la revista.