El género en disputa La última ganadora de la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián, Pelo Malo (2013), se presenta en Competencia Internacional en el 28° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Esta película venezolana aborda, a partir de una anécdota en apariencias poco significativa, la cuestión del género. Junior vive junto a hermano menor, un bebé, y a su madre. Pese a ser muy joven, ella ha enviudado recientemente y, para colmo, fue separada de su trabajo de guardia de seguridad. Subsiste como empleada doméstica, pero apenas comienza el film un traspié la pone nuevamente en situación de desempleo. Todo se hace más difícil desde que Junior se ha obsesionado con hacer que su pelo deje de tener motas y sea lacio, como el de una estrella pop. El objetivo es poder sacarse la foto que necesita en su retorno a las clases, pero con la apariencia que él quiere. Probará varias maneras de lograrlo, tarea que preocupará aún más a su madre. Pelo Malo explora, a partir del empecinamiento de Junior, el desarrollo de su sexualidad. Que será visto como anómalo por su madre, quien en plena crisis económica y laboral ve en el deseo de su hijo un defecto para corregir. Mediante la búsqueda de ambos (el de él, por alcanzar su goce estético; el de ella, por subvertirlo) el espectador podrá conocer los márgenes de una Ciudad de Caracas hostil, alejada de la postal. Es interesante que Mariana Rondón, la realizadora, no encapsule el conflicto en un simple juego de opuestos. Por ello, aún en sus decisiones más cuestionables, es entendible el oprobio de la madre, quien también creció en un ambiente sexista. Igualmente interesante es el papel de la abuela, de la que es difícil aclarar si “fomenta” los comportamientos asociados culturalmente a las niñas en Junior, o sin tan sólo no juzga sus deseos. En el medio, hay un inescrupuloso debate por su tenencia que complejiza la mirada de la abuela pero le da, paradójicamente, un espacio al niño para poder explorarse. A medida que la película avanza se reiteran algunos elementos del guion, restándole efectividad al planteo dramático. Si Pelo Malo sostiene su tensión es en buena medida por las actuaciones de Samantha Castillo (la madre) y Samuel Lange en el rol de Junior. La puesta de la realizadora captura sus gestos, y es interesante la claridad con la que la mirada del niño construye su objeto de deseo. Así, unos pocos planos en un partido de fútbol dirán más que todas las diatribas que Junior recibe a diario. Y que, además de señalar la falta de comprensión y el dolor, dejan entrever un mundo maravilloso para descubrir y compartir, alejado de los prejuicios.
Sueños diversos La segunda secuencia de la película de Mariana Rondón nos sumerge tras un deslumbrante travelling en un complejo de monoblocks. Desde el balcón de uno de sus departamentos, un nene y una nena en receso escolar se entretienen con aquello que ven en los balcones de enfrente. El comienzo de Pelo malo es de esta manera cinéfilo, bello y rotundo. Es eminentemente realista; nos introducimos en mundo a través de los ojos de sus habitantes y escuchamos el bullicio típico y reconocible de los espacios abiertos. La referencia obligada a La ventana indiscreta no es gratuita ni un alarde de erudición, es una puesta en escena concreta de la que la directora se sirve para moldear un mundo que le es cercano y conocido. Implica a nuestra necesidad natural de asomarnos a las vidas de los otros y conlleva la legendaria espectacularidad del cine enquistada en nuestra memoria y tradición, un cine que se recrea desde el “haber visto” y con herramientas que están al alcance. De soñar con elementos a nuestro alcance también trata la película de Mariana Rondón. Junior tiene pelo mota y quiere –en función del requerimiento de una fotografía escolar– sacarse la foto “como cantante con pelo liso”. No es un sueño difícil de concretar, no hacen falta demasiados bolívares sino un simple secador de pelo para conseguirlo. Pero la fantasía asequible se complica porque Junior está rodeado de prejuicios, “de lo que tiene que hacer una nena” y “de lo que debe hacer un varón”, de que “si hace eso va a ser maricón”, de esa abstrusa carga ideológica con la que hemos crecido y que restringe nuestro mundos cotidianos en lugar de ensancharlos. Pelo malo trata así de un chico y su proceso de identificación sexual, pero también de Venezuela, de las secuelas cotidianas de sus procesos políticos e históricos, de la capacidad pasmosa de los medios de comunicación para insuflarnos imaginarios. Y lo hace a través de gestos mínimos y pequeños elementos; con la corona de reina o la gorra de soldado que refuerzan íconos subsistentes de género, con la mirada temerosa de la madre porque el chico baila de una manera “rara”, con la mirada desafiante y fija del protagonista que condensa con precisión una diferencia que en un futuro expresará con palabras. Detrás de los gobiernos, detrás de los grandes ideales y de las polarizaciones, detrás de las ideas totalizadoras y cualquier intento de homologación, está la gente que sobrevive y sueña desde los límites estrechos del balcón. Y habrá quien quiera ser soldado, cantante, o reina de la belleza. O quienes con más edad sostienen ideales más modestos, como trabajar de seguridad y usar uniforme. No somos un bloque, parecería advertir la película desmintiendo su imponte estructura edilicia al revelar sus recovecos y multiplicidad. Tenemos una capacidad ilimitada e intacta para imaginar, pero soñando sueños diversos.
Quise descansar un par de días después de verla para sentarme a escribir sobre este film. Cuando la película terminó, me quedé muy desamparada y me costó recuperarme. Desde ese lugar, intentar hacer una crítica “justa” es imposible. Entonces me dediqué a pensar qué es lo que hace tan conmovedor este film, si es que no hay respeto por el otro, si es que son chicos, pero no, creo que lo que hace tan conmovedor a este film es el simple hecho de ser uno de los más violentos que vi con una de las víctimas más indefensas que vi. “Pelo malo” toca tantos temas tan cotidianos que uno no puede marcar la distancia. Es la historia de un chico que tiene que sacarse la foto para entrar a la escuela y en su parámetro de belleza está imitar a un cantante que tiene pelo lacio, lo opuesto a él, que lo tiene “malo”, indomable. Pero ese es el tema: su madre no entiende que es un juego y empieza a reprimirlo porque lo interpreta como signos de homosexualidad. Ella, que fue despedida de su trabajo en el que era seguridad, se dedica a monitorear la vida y gestos de su hijo sin que éste pueda llegar a ella. De todas maneras, al ser un film con niños, ellos llevan sobre sus hombros mucho de la trama y con eso su picardía funciona como un espacio liberador. Los vemos jugando al “veo veo” mientras nos llevan por esos barrios de Venezuela, donde la luz del sol quema paisajes y deja las casas medio a oscuras, lo que también se traslada a lo que sucede puertas adentro. Contextualizando maravillosamente bien, tenemos al momento en el que el pueblo venezolano empieza a raparse en solidaridad con Chávez y su tratamiento de quimioterapia. Ese país polarizado, donde aparecen vínculos divididos cual el muro de Berlín, que presenta este amor pasional tan unilateral y que no puede ser correspondido. ¿O un líder puede responder a cada uno de los deseos de sus liderados? Y eso es lo que vemos dentro de cada hogar: el rechazo de la madre, el cobijo de la abuela, la presencia de las armas y la militarización como una amenaza de perder a los hijos de la casa. Los actores lo defienden a uñas y dientes al relato crudo y su planteo. Samantha Castillo está soberbia como esta madre dura como la piedra, muerta de miedo y fracaso y Samuel Lange nos roba el corazón en esta que es su primera película. Mariana Rondón y su visión, hacen que se te encoja el corazón. Un gran trabajo de luces y ambientes que hacen imposible alienarse de la historia. Maravillosamente perturbadora. Tremenda.
A partir de un simple hecho como el de intentar alisar un pelo rizado por genética, la directora Mariana Rondón aprovecha en "Pelo Malo" (Venezuela, 2013), multipremiada película, para hablar de la cotidianeidad de su país a través de una madre viuda y un hijo que intentan sobrevivir pese a los obstáculos con los que se encuentran todo el tiempo. Junior (Samule Lange Zambrano) es el del pelo malo y quiere cambiar a toda costa esto cuando tiene que sacarse la foto para su escuela y se inventa un alterego cantante y que con su cabello impecable y liso atrae a todas las mujeres. Marta (Samantha Castillo) su joven madre viuda, ve en este simple gesto un desvío o una conducta poco apropiada por lo que intentara a través de consultas al medico y la imposición de reglas "ordenar" sus ideas alocadas. Pero "Pelo Malo" va mas allá de este dato, y el cabello es sólo la anécdota para contar en profundidad el postergamiento de sueños y anhelos por el otro y el conformarse con lo poco que pueden conseguir. Marta quiere que le devuelvan su trabajo de seguridad privada a toda costa, siente que eso le puede cambiar la vida aun, y Junior quiere triunfar como cantante pop, y en el sacarse una foto vislumbra la posibilidad de transformarse en otro y ser aceptado por aquellos a los que intenta acercarse, y de paso, afirmar su sexualidad. Ambos se mantienen con sus ideas aun sabiendo que nadie más que ellos pueden transformar el duro presente que les toca vivir. Se contienen, se celan, se guardan las palabras para no caer en la cuenta que mas que un trabajo o una foto lo que realmente necesitan es comunicarse entre ellos y acercarse mucho más. “Pelo Malo” bucea en las entrañas de la clase baja para construir con imágenes potentes y escenas digresivas el punto exacto entre el cinema verité y la ficción. Rondón realizó un largo proceso de cast hasta que encontró a los actores para el filme, recientemente agregó que la decisión final dependió de una escena clave que les hizo ensayar en la que la madre y el hijo bailan y comienzan a descargar algo de la tensión contenida “cuando los vi ensayando eso dije ya está”, y errada no estaba. Esa escena resume la pasión con la que los actores se comprometieron con la película y la directora. Rondón ama sus personajes y por eso los dota de identidad y realismo en una historia potente sobre los vínculos filiales, la idealización de los sueños, y, sobre todo, sobre el agobio cotidiano cuando todo falta y nada parece salir como uno se imagina. “Pelo Malo” es un viaje intenso que brinda luz no sólo sobre la realidad de Venezuela, sino que desentraña la arraigada cultura machista en la que cualquier acto diferente al esperado puede llegar a generar un episodio de confusión sin más que acusar al otro.
La claustrofobia social. Una de las consecuencias más paradójicas del imperialismo cultural es la negación de la idiosincrasia autóctona de los países periféricos y su contracara más visible, la adopción acrítica del imaginario de la metrópoli y/ o los centros de poder socioeconómico del momento. Así las cosas, el hecho de que en América Latina prácticamente no se vea cine latinoamericano obedece a un patetismo extremo, circunstancia que se magnifica al considerar a cada nación en particular y su doctrina proteccionista orientada a mantener en forma artificial una seudo industria de por sí concentrada. Por suerte durante los últimos años se estuvo dando un proceso muy interesante de hibridación en términos de contenido. Si bien hoy continúa este preocupante “cierre de fronteras” y desconocimiento mutuo en lo referido a la producción cinematográfica de pueblos vecinos, por lo menos la aparición de propuestas de género y de films artys más amigables para con el público masivo constituyen un aliciente más que importante que deja la puerta abierta a las excepciones esporádicas. Precisamente en este segundo grupo podemos ubicar a Pelo Malo (2013), toda una anomalía para la cartelera local no sólo por su origen venezolano sino también por la temática abordada, los prejuicios alrededor del fantasma de la homosexualidad en los estados del Tercer Mundo, en especial los concernientes al credo del lumpenproletariado. La historia se centra en la tensa relación entre Junior (Samuel Lange Zambrano), un niño de 9 años poseedor de un carácter retraído, y su madre Marta (Samantha Castillo), una ex guardia de seguridad que debe afrontar sola los gastos de manutención del joven y su hermano, apenas un bebé, luego de la muerte de su esposo. Desde una vivienda comunal de los suburbios de Caracas, Junior sueña con convertirse en cantante, conseguir el dinero para la foto escolar y alisarse los rulos de su frondosa cabellera, intereses que su progenitora considera “raros” y por ello lo lleva al médico, lo ningunea a nivel cotidiano y hasta llega a maltratarlo en varias oportunidades, descargando sobre el nene la angustia por sus fiascos. Indudablemente la apuesta más exitosa de la realizadora Mariana Rondón pasa por haber ajustado el tono naturalista, tan característico de proyectos de este tipo, a las sutilezas de la mirada de los protagonistas y una dirección de actores que cuida cada detalle expresivo. Quizás una relativa escasez de ideas que profundicen en la dinámica vincular, promediando el metraje, impide que la película se eleve aún más y la encierra un poco en un esquema reiterativo que nunca termina de “estallar”. Sin embargo la cineasta logra construir un estudio de personajes certero que esquiva el costumbrismo y hace foco en la claustrofobia social, la obcecación del entorno y la falta de perspectivas de crecimiento aquí en el sur…
Visiones cómodas Ganadora de múltiples premios en diversos festivales, incluidos San Sebastián y Mar del Plata, Pelo malo de Mariana Rondón es una película venezolana que aborda el vínculo entre un niño y su madre, relación conflictiva que explota narrativamente con una situación trivial: el niño se quiere alisar el pelo para una foto escolar, y la madre no lo deja. Una película, también, que transita múltiples lugares comunes y clichés de un cine hecho para ganar premios y que si bien es muy efectivo, no deja de ser una obra bastante cuestionable ideológicamente y discutible en la forma en que elabora sus conflictos. Y es que uno se pregunta cómo puede ser que este film haya sido tan bien recibido en el mundo. Bueno, esto tenga que ver quizás con que el cine latinoamericano ha ido desarrollando vertientes estéticas y narrativas que parecieran mostrar exactamente lo que los habitantes de otras latitudes quieren pensar sobre determinados sectores de Latinoamérica. En este caso, lo hace a través de una película que muestra los permanentes vaivenes laborales y económicos de una familia que habita una asfixiante Caracas. Es evidente que el film tiene muchas cosas para decir sobre la realidad de las clases bajas, los vínculos materno-filiales y las distintas visiones acerca de la homosexualidad, pero la verdad es que nada queda muy claro. Y cuando lo que se presenta incluye decisiones éticas bastante deplorables, la verdad es que lo ideológico no tiene chances de sostenerse.
Impiadosa mirada sobre los prejuicios Si alguien nos contara que Pelo malo es "una película venezolana sobre una joven madre soltera, sin trabajo fijo, con un hijo de 9 años y un bebe, que vive en un decadente monobloc" muy probablemente el prejuicio nos llevaría a pensar en los peores males (patetismo, pintoresquismo, porno-miseria) del cine latinoamericano más rancio. Por suerte, nada de eso ocurre en este nuevo trabajo de Mariana Rondón (Postales de Leningrado). Este film multipremiado en festivales como los de San Sebastián y Mar del Plata va eludiendo a fuerza de talento, recato e inteligencia todas y cada una de las trampas en las que podría haber caído para erigirse como un film noble e implacable sobre el estado de las cosas en una Caracas que parece estar siempre al borde del estallido. La película tiene a Junior (un notable Samuel Lange Zambrano) como el verdadero protagonista, un niño que -en medio de un contexto de múltiples carencias y desamparo emocional, y de las inseguridades, contradicciones y curiosidades propias de toda etapa de iniciación- está obsesionado con alisarse su "pelo malo" (enrulado) e imitar a sus cantantes favoritos, mientras su mamá (Samantha Castillo) trata de recuperar su trabajo como guardia de seguridad. La madre y su manipuladora abuela (Nelly Ramos) se disputan su tenencia y se preocupan del qué dirán porque lo notan demasiado "amanerado" y "afeminado" (la "desviación" sexual del pequeño debe ser reprimida y corregida). Rondón es durísima en su retrato de una sociedad polarizada y fragmentada (la tensión, la hostilidad, la violencia contenida en la ciudad se perciben a cada instante), pero jamás cae en la denuncia desde la corrección política más obvia y escandalizada. Pelo malo es, sí, un film sobre los prejuicios y la intolerancia, sobre lo difícil que es construir una identidad desde las diferencias, pero la directora evita el trazo grueso, la frase altisonante o la bajada de línea y prefiere concentrarse en la violencia de la mirada, del gesto, en esos detalles aparentemente banales que luego adquieren una significación y un alcance insospechado. En medio de una sociedad patriarcal (ante la ausencia de los hombres son las propias mujeres quienes se despojan de toda femineidad para repetir los comportamientos machistas y, así, la violencia doméstica pasa a estar completamente naturalizada), Pelo malo nos ofrece una mirada impiadosa, asfixiante por momentos, pero también cargada de humor y con una sensibilidad, un humanismo y un corazón enormes. Otra película latinoamericana para no dejar pasar.
Película áspera, profunda, que a través del medio tono muestra desde la realidad venezolana la intimidad de una mujer sola con dos hijos que sobrevive como puede, desde el desamor, a la sordidez.
Retrato político, drama íntimo Lejos del panfleto obvio y las interpretaciones unidireccionales, el opus 3 de Mariana Rondón refleja el vínculo entre un chico y su madre viuda –en permanente estado de crispación, por el entorno político y personal– en la Venezuela actual. “Este es el traje para los niños”, le indica el señor de la casa de fotografía al pequeño Junior, cuyo sueño es sacarse una foto vestido de cantante pop. El traje que el señor le ofrece es un uniforme de comandante, rematado por una boina roja. Ese para los chicos y hay uno de reina de belleza para las nenas. No sólo hay una suerte de disciplina de género militarizada en la Venezuela que muestra Mariana Rondón en Pelo malo, sino que ese estado parece admitir dos únicos modelos: el de Miss Venezuela para las mujeres y el de comandante para los varoncitos. Ganadora del premio a Mejor Película en San Sebastián y La Habana el año pasado, así como los de Mejor Dirección y Guión en Mar del Plata y Mejor Actriz en Montreal y Torino, Pelo malo no fue recibida con bombos y platillos en su país. Filmada antes de la muerte de Hugo Chávez y estrenada al mes siguiente, esa boina roja de la casa de fotografía debe haber caído como un patadón en la Casa de Gobierno en Caracas. Y no es precisamente un detalle aislado, sino apenas una de las frutillas de un postre envenenado. Lo loable del opus 3 de Rondón es que no cae en el panfleto obvio, ni siquiera en lo que se conoce como “film de denuncia”, sino que imbrica el retrato político en el drama íntimo. El conflicto del título –aparentemente nimio, y sin embargo crucial– transparente el cuidado que ha puesto Rondón, autora también del guión, en cerrarle el paso a toda interpretación unidireccional. Lo “malo” del pelo de Junior (el debutante Samuel Lange) es que es rizado, y él quiere alisarlo como sea. Sucede que su papá, asesinado en circunstancias no especificadas, era negro. Mamá no. ¿Lo que le molesta a Junior es tener pelo mota o que ese pelo le hace recordar a papá? ¿O ambas cosas? El relato es lo suficientemente elíptico como para no responder jamás esa pregunta y otras. Pero el hecho de que al chico le digan Junior habla de una ligazón con el padre que más parece un yugo. Uno más. Por qué Marta (Samantha Castillo) trata a su hijo como lo hace es otro interrogante mayor. También en este caso las posibles razones son de lo más variadas. A la viudez temprana de Marta se le añaden un bebé de meses, dos despidos sucesivos y –otra vez– la discriminación de género. La despidieron de su puesto de vigilante privada y ya no quieren volver a tomarla en ese cargo. Sólo como empleada doméstica. Salvo que esté dispuesta a tener una atención especial con su libidinoso ex jefe, lo que le permitiría recuperar el puesto. Las relaciones interpersonales son, en Pelo malo, tan disfuncionales como los mandatos de género. Ahí está, sin ir más lejos, la ex suegra de Marta, que quiere quedarse con Junior para mitigar un poco la falta del hijo. Y para ello no anda con vueltas: al ver la situación económica que atraviesa su ex nuera, le ofrece comprárselo. Y mamá considera la oferta. Residentes en un complejo de monoblocks que es un microcosmos hacinado, Marta y Junior salen a la calle, y allí los reciben otras formas de encierro: caos vehicular, colas interminables para tomar el colectivo, perversos cotidianos que aprovechan los apretujones en el colectivo, comercios que venden accesorios militares. El estado de crispación de Marta parece producto tanto del entorno (físico y político) como de su situación personal y los prejuicios incorporados. Convencida de que el cóccix de su hijo es “una cola”, basta que asocie su obsesión capilar con la amistad que tiene con un guapo despensero para que vaya corriendo al médico, a preguntarle cómo hacer para “corregir” al niño. La ambigüedad también se impone a la hora de determinar cuáles son las preferencias o inclinaciones sexuales del niño. Es tan cierto que el despensero genera algo en él como que, cuando la abuela quiere vestirlo con un “traje de cantante” que a él le parece un vestido, se lo arranque de un manotazo y no quiera volver a verla nunca más. Cross-dresser seguro que no es. El tema no es, de todos modos, la elección sexual de Junior, sino la homofobia de mamá. Basta ponerla en línea con los modelos de la casa de fotografía para sonsacar que la delimitación sexual como de formación militar no es precisamente un tic personal de Marta. Filmada con notoria fluidez visual y narrativa, editada de modo de reforzar las elipsis que presiden el relato –tal vez excesivas, en ocasiones–, la película de Rondón termina de redondear su efecto en el nervio de las actuaciones. La de Samantha Castillo es de ésas en las que se hace imposible diferenciar actriz de personaje. Esa madre crispada, de permanente ceño fruncido, dueña de una sexualidad salteada pero ardiente, eventualmente violenta con su hijo y hasta tan cruel como una mater ripsteiniana, Marta se siente más real que la realidad misma.
Pequeño film con una gran fuerza emotiva He aquí una producción pequeña, de pocos personajes, rodada en ambientes reales poco envidiables, y de asunto aparentemente sencillo. En suma, una película chiquita. Pues bien, esta película chiquita tiene buena fuerza emotiva, mucho para hacernos pensar, dos interpretaciones de mérito indiscutible, y hasta el día de hoy, once premios internacionales, empezando por la Concha de Oro de San Sebastián 2013, otorgada por unanimidad del jurado que integraban David Byrne, Diego Luna, Todd Haynes y otros que saben. En Mar del Plata, un mes después, se llevó los premios a mejor dirección y mejor guión, ambos para la misma persona, Mariana Rondón. ¿Qué tiene esta película? Ya lo dijimos, fuerza emotiva. Que consigue sin ostentaciones, pero con mucho sentido de la observación, mucho cariño a cada personaje, un buen manejo de las tensiones, y unos conflictos que vistos de afuera pueden causar risa o fastidio, pero dentro de una casa desconciertan e incomodan a los personajes y a los espectadores casi por igual. Una mujer joven, todavía linda, quiere recuperar su trabajo en una empresa de seguridad. Paradójicamente, su hombre murió en algún episodio de inseguridad. La vida es cruel, es dura, y ella tiene dos hijos que alimentar. Para colmo, el mayor de ellos no pinta como muy hombrecito que digamos. La historia se centra en este chico. Un mulatín de pelo mota, que él se obstina en alisar con métodos caseros. El quiere salir de pelo lacio en la foto escolar. Y luego ser cantante como Henry Stephen, aquel de "Mi limón, mi limonero". Quizás esos gustos se los inculcó la abuela, que quiere tenerlo a su lado. La madre, lo que quiere, es que el chico no sea blandito, porque en el barrio los blanditos lo pasan mal. Se pone nerviosa cuando lo ve así. Bah, ella vive nerviosa. Para colmo el pibe es medio contestador. Difícil quererse, en esos casos. O, mejor dicho, difícil hacerse querer, mostrar cariño del modo en que la otra persona espera. Pero no imposible. Todo esto transcurre en los monobloques 23 de enero y Simón Rodríguez de Caracas, frente a los cuales Lugano I y II son Puerto Madero. Para más detalles, transcurre justo en la época en que los muchachos se rapaban la cabeza en solidaridad con Hugo Chávez, que estaba sufriendo la quimio. Y de paso se sacaban fotos de uniforme, con algún arma en ciertos casos. Pero no se trata de una obra política, ni tampoco de propaganda homosexual. Más bien, se trata de un llamado de atención al entendimiento y la paciencia dentro de la familia, y la sociedad. Sin decirlo, sin separar a la gente en buena o mala, políticamente correcta o incorrecta, ni nada de eso. Por supuesto, habrá quienes ya vayan predispuestos a darle su interpretación. Pero la película es menos terminante, más compleja, más humana, y ahí radica su riqueza, y su belleza. Vale la pena. Intérpretes, Samantha Castillo, Samuel Lange, la veterana Nelly Ramos, y la nena María E. Sulbarán como la vecinita que juega con el nene y sueña con ser Miss Venezuela. Detrás de cámaras, Marité Ugás, productora, Micaela Cajahuringa, directora de fotografía, y, por el lado de coproducción argentino, La Sociedad Post, Alan Borodovsky, Roberto Migone, Francisco Pedemonte y Lena Esquenazi en el equipo de sonido, Ignacio Gorfinkiel, Ezequiel Villanueva, en efectos visuales, Matías Kamijo, colorista, y algunos otros.
LAS APARIENCIAS NO ENGAÑAN Cuando cualquiera de nosotros se viste, se peina, abre el armario para elegir la ropa del día o piensa en comprarse un nuevo súper celular, al mismo tiempo está definiéndose como persona. Todas esas decisiones son las que representarán nuestra imagen, esa que tomarán los demás para interpretar nuestra propia personalidad. Y como casi todos tenemos tiene el poder de elegir lo que queremos ser, es una certeza que las apariencias no engañan, sino que hablan de nosotros mismos. Junior vive en unos monoblock de los suburbios de Venezuela, junto a su hermana bebé y su madre. Mientras el niño visita a su abuela y ronda por el barrio con una amiga, él piensa cómo salir en la foto escolar: quiere parecer un cantante, que de fondo se vea la playa y que su pelo enrulado sea liso. Nada de ser futbolista bien macho, bombero o astronauta, él quiere ser como Ricky Martin. Esa pequeña lucha por tener el pelo liso se transforma en una enorme lucha interna que se agrava por la crianza que le da su madre, que no tiene un peso y está llena de quilombos en la cabeza. De esto se trata “Pelo Malo”, la película dirigida por Mariana Rondón que se estrena en nuestro país y que fue la ganadora en el 2013 de la Concha de Oro, premio que le dan a la mejor película en el Festival de San Sebastián (España). Vaya nombrecito. El film trabaja temas humanamente sensibles desde el contexto de un país subdesarrollado y parte de pequeños lugares para generar un conflicto aún mayor, seguramente esas fueron las principales razones para que se llevara semejante galardón. Sin desmerecer este buen trabajo, la verdad es que le falta un poco más de punch. La trama que se presenta se desenvuelve de manera bastante natural y no alcanza el caos ni roza problemas de fuerza mayor. Se escuchan tiros, se habla de violaciones y no sabemos nada del padre, pero no sucede nada. El conflicto es interno y nada lo empeora, la acción es simple y todo depende de lo que haga Junior con su pelo. A la par, se van conociendo la vida de todos estos personajes, quienes se encuentran rodeados del caluroso paisaje venezolano, hermoso lugar para hacer una película. Además, la convivencia se sumerge en pequeños detalles como en uno de los juegos en el que los niños tienen que adivinar dónde está determinado elemento o persona desde la ventana que da a los bloques de edificios. También hay un poco de música de la región y un poco de deporte. De esta manera, el relato sin dudas nos sumerge en la vida de este raro jovencito pobre de 9 años nacido en Venezuela. En síntesis, tenemos una película que más que acción nos da drama de naturaleza humana, y aunque de momentos se hace lenta, nos conecta a otro mundo dentro de nuestro propio planeta, ese donde las apariencias juegan un papel primordial. Lo mejor son sus ideas y los tópicos trabajados, aunque la forma de contarla deja un poco que desear. Es una buena chance para ver algo no tan al palo y bien latino, los amantes del arte la apreciarán.
Junior (Samuel Lange Zambrano) is nine-years-old and has stubbornly bad hair, or “pelo malo.” He so wants to have it straightened for his yearbook picture, although he still needs to get the money to pay for it. He wants long, ironed hair because that’s how celebrated pop singers have it, or so he says. But currently unemployed working-class Martha (Samantha Castillo), his widowed mother, won’t allow it. She feels there’s something queer about it. She even believes the boy is kind of effeminate. And the more Junior tries to “be beautiful” so his mother will love him, the more he’s rejected by her. Winner of the Golden Shell at the San Sebastián Film Festival, Pelo malo, by Venezuelan filmmaker Mariana Rondón, is a most sensitive character study of a mother and a son at odds both with themselves and their surroundings. Junior is just beginning to explore his sexuality, even if he doesn’t know that’s what he’s doing. How could he? For the time being, he feels there’s something great about having long ironed hair as pop stars do. And he often indulges into staring at a good-looking teen working nearby. Not that the teen notices it, but Junior’s mum does. And she doesn’t want to put up with it, even when Carmen (Nelly Ramos), her dead husband’s mother, tells her that’s just the way the boy is, that there’s no way to change him. Grandma doesn’t mind. In fact, she makes him a singer’s costume to wear for his photo shoot. And she’s willing to raise him, provided that in return he takes care of her. If Martha doesn’t get a job she can hold on to, how is she to care for Junior and his baby brother? Maybe she can keep the baby and give Junior to Grandma Carmen. After all, her mother-in-law is willing to pay her as much as she asks. Yes, it does sound dehumanized. And yet it’s not. Mariana Rondón is smart enough to build characters that appear to be icy and distant, and yet deep inside they can be warm and caring in all their loneliness. Characters that have the right to be humanly contradictory. Just like Junior has the right to have long, ironed hair — that is good hair, or “pelo bueno.” What stings the most is that Junior’s self-proclaimed freedom is violently inhibited by his mother, who could (but can’t) allow him to discover himself. While she loves him, in some ways she is as repressed as the society she lives in. Against the backdrop of an overcrowded and hostile Caracas where the poor are many, the story of Junior and his mum and grandma develops in many layers, from the seemingly trivial to the most existential, and always without the slightest trace of solemnity. It could have given way to melodrama, but Rondón goes for hard-bitten realism. Which explains why everything rings true (some of the scenes are born out of actors’ improvisation), why the story is actually universal despite its Venezuelan setting, and why you never feel underestimated by enlightening messages. A rich story told with an equal amount of sensitivity and lucidness. Production notes Pelo Malo / Bad Hair (Venezuela, 2013) Written and directed by Mariana Rondón. With Samuel Lange, Samantha Castillo. Cinematography: Micaela Cajahuaringa. Editing: Marite Ugas. Running time: 93 minutes.
Una mirada del mundo, no una sentencia fatalista Ganadora de la Concha de Oro en San Sebastián 2013, habla de la actualidad venezolana. Junior es un chico rebelde. El quiere tener el pelo liso y ser cantante. Pero nada es fácil en su mundo. Marta, su mamá, es una mujer sufrida que hace malabares para sostener a su familia sola, muy sola. Y el contexto es la ciudad de Caracas, Venezuela, en los días más críticos para la salud de Hugo Chávez. Los chicos se pelan en este barrio de monoblocks para ser solidarios con el comandante, pero hay un lado b con miles de historias, historias chiquitas, como la de Pelo malo, la película de Mariana Rondón, que mira puertas adentro los problemas sociales y políticos de su país. Ganadora de la Concha de Oro en San Sebastián 2013, utiliza el prisma infantil para denunciar la naturalización de la violencia. Polémica por su contenido político, exagerado al hartazgo debido a la polarización en el país, Pelo malo es una lectura de realidad intencionada, la exposición de una relación entre madre e hijo para mostrar su mundo sin esquivar la bajada de línea. La autora eligió mostrar un mundo violento donde Junior no puede ejercer su diferencia. Y de allí se abren miles de lecturas posibles, incluso en el disenso. Y está llena de símbolos. A diferencia de Postales de Leningrado, autobiográfica y en la que Rondón contó la historia de las guerrillas en Venezuela (sus padres eran guerrilleros del PC en los ‘60), ésta es una lectura actual de Venezuela. La intimidad de la familia, los vecinos y los niños. Como en todas sus películas, Rondón mira el mundo desde el prisma infantil. Pero habla de la crisis habitacional, de la homofobia, del militarismo con una posición tomada y todas las herramientas de su cine. Pelo malo es una película, no una descarga de metralla; una mirada del mundo, no una sentencia fatalista. La vida interior de un drama que merece ser debatido, y una apuesta a buscar un lugar de encuentros.
La búsqueda de la identidad Realizado en Venezuela, en coproducción con Argentina, Perú y Alemania, es la historia de un niño de nueve años que está obsesionado con alisarse el cabello como su cantante ídolo. Pelo malo llega a su humilde estreno en Argentina con muchos festivales sobre sus espaldas, y estreno en varios otros países del mundo. Premiada en muchas competencias, la película dirigida por Mariana Rondón fue realizada en Venezuela, en coproducción con Argentina, Perú y Alemania. Cuenta la historia de Junior, un niño de nueve años que está obsesionado con alisarse el cabello para tenerlo como un cantante al que admira. Pero esto despierta todos los fantasmas homofóbicos de su madre Marta, que teme que sea una señal de la homosexualidad del pequeño. Ambos viven en un muy humilde monoblock en Caracas, Marta es viuda y está desempleada, además de tener que cuidar a una bebé, no sólo a Junior. Junior y su amiga sueñan, la niña con ser una Miss, y el niño con parecerse al cantante del pelo liso. Sueñan en un entorno hostil, duro, gris. El "pelo malo" del protagonista es sólo la excusa a partir de la cual la directora arma un relato que describe una sociedad, un entorno que intenta reprimir una conducta diferente a lo que las reglas sociales indican como correctas. La pelea por ese pelo es la pelea por la libertad y la identidad. Pero esta película, que se parece a otras docenas de películas que se hacen en Latinoamérica, repite todos los nuevos lugares comunes de lo que se supone deben hacer los países del Tercer Mundo. Una estética que se repite en tantas películas que se convierte en un lugar común, tan adocenado como el del más estándar cine comercial. Pelo malo no carece de virtudes, pero es poco lo que cuenta, y pierde demasiado tiempo en apuntes que no ayudan a la fluidez del relato, hasta que recién al final recupera algo de fuerza y obtiene los primeros momentos de emoción. Capítulo aparte merecería toda la polémica surgida alrededor de la película, no sólo por el tema, sino por su relación con la política de Venezuela. El protagonista no quiere parecerse a esos adolescentes de pelo rapado que, rifle en mano, representan a su patria de forma oficial. Muchas lecturas se han hecho y se harán, pero para ser justos con el film, las lecturas que se pueden hacer de la película son universales y trascienden en contexto. Sólo es de lamentar la falta de originalidad estética y un estancamiento en el relato que sólo con mucha indulgencia puede pasarse por alto. Con el furor latinoamericano que actualmente despierta 7 cajas, tal vez Pelo malo sea un éxito. Pero no podría haber dos películas más opuestas.
Pelo Malo de Mariana Rondón El film de Rondón de la República Bolivariana de Venezuela, viene de ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián e indaga el vínculo madre/hijo a partir de un hecho trivial que cobra enorme dimensión por la condición social y emocional de sus protagonistas. Competencia Internacional. Por Teresa Gatto Junior tiene nueve años y el “pelo malo”, así le dicen en Venezuela al cabello rizado. Se acerca el comienzo de las clases y hay que tomarse la foto de inicio. Cada niño elige el cómo. Junior quiere ser un cantante de música pop, pero con ese pelo malo, no se puede. Reunir el dinero para la foto y conseguir domar ese cabello son sus utopías ¿pequeñas, no? No, si consideramos que es hijo de una mujer viuda, despedida de su empleo de seguridad con él y un bebé. Todo el dolor, la frustración y la exclusión que vive esa familia en un complejo habitacional de un suburbio venezolano enrarecen el vínculo entre Junior y su madre. La cámara de Rondón hace especial hincapié en las miradas que todos se dirigen, ella al niño, el niño a ella, ella al bebé, ella a otros hombres, el niño a su entorno. Todo el rencor y la desesperanza que vive la madre, será descargada sobre Junior. Hay un enorme contraste en el vínculo que ella mantiene con el bebé al que abraza, baña y acaricia amorosamente y el que sostiene con su hijo mayor que es siempre objeto de reprensión, de observación y de un maltrato que no llega a ser físico pero es peor. Ella cree que el niño tiene tendencias homosexuales y dejárselo a su abuela paterna sólo supone una profundización de esas tendencias toda vez que ésta lo acompaña en esa quimera de disfrazarse de cantante pop y le enseña a bailar y cantar y hasta le confecciona un traje. Para la madre, con una personalidad fálica de enorme dimensión, Junior ya es defectuoso por su cabelllo y por su afán de cambiarlo. Pero algo anida en esa imposiblidad de vínculo, porque no hay instinto, eso ya lo sabemos, y los vínculos se construyen y aquí reside la potencia del film. Es imposible esa construcción pues la mujer se haya atravesada por tantas variables socioeconómicas y en su pasado algo que no se revela la ancla en un dolor y frustración tan profunda que el niño es la variable de ajuste de su enojo contenido pero que irradia desde su mirada hasta lograr la ira del niño. Un retrato del neorrealismo latinoamericano, que con acierto pinta un lugar: Venezuela, en el momento en que todavía es posible la curación de Hugo Chávez y muchos ciudadanos se rapan sus cabelleras para solidarizarse con el Comandante que pierde su cabello por la quimioterapia. Una mirada a esos monoblocks en los que la diversión puede ser sólo mirar la muy cercana ventana de enfrente, el hacinamiento y una condición de vida que no goza aún de los beneficios de la revolución son el marco para que esta historia que parece pequeña en la anécdota se torne enorme y ya haya cosechado además un premio importante en Grecia. El cine sociopolítico dispara interrogantes a un sector del público que ya no se conforma con el pathos de las producciones que no lo refractan. Sinopsis Junior (Samuel Lange, una revelación) tiene nueve años y una obsesión: alisarse el pelo, aplastar esa melena negra irreductiblemente ensortijada, para llevarlo como lo llevan las estrellas del pop. Y debe hacerlo antes de que le tomen la foto escolar. Pero a su madre, que ha quedado viuda y con dos niños a su cargo –Junior y un bebé–, y que desde el despido de su trabajo como guardia de seguridad debe limpiar casas, la envuelven una amargura y una ansiedad que no le permiten ver en su hijo más que un capricho, para el que no tiene tiempo ni paciencia, y una temprana “desviación sexual” que es necesario corregir. Sobre este punto de partida Rondón concibe el relato de iniciación que viene de ganar la Concha de Oro en San Sebastián, con sentimiento pero sin sensiblería, ambientado en un complejo de casas sociales precario y despellejado hasta el borde de la desintegración, y en las calles de una Caracas hostil y expulsiva. Un film sobre personajes lastimados y desamparados; sobre la identidad, la intolerancia, el rechazo y la resistencia. Un film con corazón y pelo duro. Ficha Técnica Dirección y Guión: Mariana Rondón Fotografía: Micaela Cajahuaringa Edición: Marité Ugás Dirección de Arte: Matías Tikas Sonido: Lena Esquenazi Música: Camilo Froideval Producción: Marité Ugás Compañía Productora: Sudaca Films Intérpretes: Samuel Lange, Samantha Castillo
Es difícil poder imaginarse una historia tan compleja contada de una manera más perversa que en "Pelo Malo". La directora utiliza de forma fuerte cada uno de los recursos que tiene a su alcance para contar un relato duro sobre la maternidad.
El rechazo y la incompresión El film venezolano dirigido por Mariana Rondón (resultó ganador de la Concha de Oro en San Sebastián 2013) se caracteriza por un lenguaje simple que capta una realidad desoladora en Caracas. La cámara registra la odisea que enfrentan una madre joven y viuda (Samantha Castillo) y Junior (Samuel Lange Zambrano), su hijo de 9 años, en una sociedad que no les brinda demasiadas oportunidades: el dinero no alcanza, ella limpia casas y Junior la ayuda como puede. Dueño de una cabellera indomable (al igual que la personalidad que va forjando para sobrevivir en un mundo hostil) y llena de rulos, Junior sueña con un ser un artista famoso mientras intenta plancharse el pelo para la foto escolar. A pesar de las burlas por el cabello, su manera de ser o la forma de vestir que lo convierten en un blanco fácil, los intentos por encontrar su propio camino no se ven opacados. En el film el tema del rechazo (madre preocupada por otras cuestiones que se irrita por todo lo que hace Junior) aparece desde el comienzo y se mantiene intacto hasta el desenlace a través de personajes que no transmiten calidez sino sufrimiento. Con los elementos mínimos la directora logra una historia cotidiana, como cualquier otra, donde la tristeza y la incomprensión son las protagonistas.
Ganadora de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián de 2013, la película venezolana PELO MALO es bastante más original, inquietante y hasta siniestra de lo que puede parecer a primera vista. Supongo que no es por eso que ganó el premio, pero es eso lo que la hace una sorprendente y notable película. Cuando digo que no creo que por eso haya ganado el premio es porque me da la sensación de que lo que primó a la hora de premiarla es su grado de corrección política aparente: la historia de un chico que empieza a descubrir su homosexualidad y su madre que no sabe qué hacer para que la reprima en una Venezuela tan convulsionada como, en cierto punto, machista. PELO MALO tiene algo de película norteamericana de Sundance, de esas que transcurren en los “ghettos” pobres, latinos y/o negros. Esos enormes monoblocks en donde viven los personajes tienen mucho de los “projects” del Bronx en los que hemos visto decenas de películas “independientes”. Y su estructura narrativa clásica apunta también hacia esa zona. No dudo que PELO MALO funcionará muy bien en el mercado americano. pelo maloPero si eso fuera todo estaríamos hablando de una película correcta y menor, con algo de la reciente FRUITVALE STATION, no específicamente por la trama sino por ese costado casi paternalista y condescendiente que tienen esas películas políticamente correctas americanas. Pero PELO MALO no es eso, para nada. Si bien usa esa “vestimenta” (lo personal, lo familiar y lo social combinados para armar una pintura de sufrimiento de clase), la película se presenta desde un lugar más insidioso, más incómodo. En primer lugar, porque los personajes no son muy simpáticos que digamos y el espectador se ve enfrentado a una situación mucho más ambigua y extraña de lo que parece en principio. Veamos la trama. En los barrios pobres de Caracas un niño de diez años que vive con su madre tras la muerte del padre (caído en algún episodio de violencia previo al comienzo del filme y que mucho no se explica) desea alisarse su pelo enrulado para salir luciendo como cantante en una foto para el álbum escolar. Le fascina más ese modelo de estrella pop que la otra foto que parece ser la más popular entre los chicos: como soldado y portando un arma. El conflicto tendrá ese hecho como eje, pero irá mucho más lejos: Junior tiene actitudes que le hacen pensar a la madre que es gay y ella quiere evitarlo a toda costa. pelo-malo-by-mariana-rondonPero la película no es tan sencilla. Marta es una guardia de seguridad actualmente desocupada bastante masculina en su andar y con una agresividad a flor de piel que hace que el personaje sea irritante. Podemos comprender en parte sus miedos (que Junior sea víctima de violencia por su forma de ser, de vestirse y por su sexualidad), pero sus actitudes son temerarias: tiene sexo adelante suyo “para que aprenda”, quiere vendérselo a su abuela paterna para sacarse el problema de encima y le irrita/molesta casi todas las actitudes del chico, tanto privadas como públicas. Y Junior no es el niño coqueto, dulce e inocente que sería en otro tipo de película. Tensa la relación todo lo posible, fastidia a su madre (y al espectador, por momentos) con su estilo de permanente confrontación (tiene una forma de mirarla fijo a la madre que es tan irritante como temeraria) y si bien podemos comprender (conociendo a su madre y su entorno) de donde vienen muchas de esas actitudes de pequeña e imposible futura diva, más de un espectador podrá pensar hasta qué punto el niño no se busca ese conflicto permanente. PELO MALO1La película pone en zona de riesgo no sólo las fidelidades del espectador (no es tan simple como “pobrecito el niño con la madre que tiene” ni mucho menos lo contrario) sino que contextualiza muy bien el problema en el marco de la situación política y social de Venezuela. Los noticieros de televisión transmitiendo sobre la enfermedad terminal de Chávez y las extrañas reacciones que eso provoca en buena parte del pueblo venezolano (una noticia acerca de la gente cortándose el pelo cuando el ex presidente estaba rapado por el cáncer resulta impactante en este contexto narrativo), la durísima situación económica de la familia (Marta tiene también un bebé con el que tiene mejor conexión) y el sueño de los niños de “salvarse” mediante la música o, en el caso de la muy simpática amiga de Junior, soñando en convertirse en Miss Venezuela son elementos que aportan al conflicto central. Pero la película no sería lo que es si la relación entre madre e hijo no fuera tan compleja y alejada de cualquier maniqueísmo. La directora Mariana Rondón tenía abierta la posibilidad de hacer una película de digestión fácil, que se montara sobre una solución problemática para contar una historia de superación personal y familiar en medio de circunstancias difíciles, pero evitó ese camino y decidió ir por el lado de la ambigüedad, del apunte fino, de la reacción sorprendente. Es una película que todo el tiempo incomoda y desacomoda al espectador y ése es su gran mérito. pelomalo.520.360Sí, hay algunos problemas actorales, algunas escenas que no cierran y un par de situaciones que no parecen estar del todo bien manejadas, pero hay muchas más que están resueltas de manera extraordinaria, arriesgándose a fastidiar al espectador que busca divisiones más claras. La insistencia casi caprichosa de Junior por hacer todo aquello que sabe que fastidia a su madre (desde ponerse mayonesa en el pelo hasta cantar en voz alta en el bus) y la intolerancia insoportable de la madre respecto a las actitudes “diferentes” de su hijo (no le deja pasar una, literalmente, no afloja ni aún cuando se lo recomienda el médico) ponen al espectador a analizar hasta sus propios prejuicios. La película no juzga a sus personajes, nos los muestra complejos, complicados, capaces de gestos bellos y de muchos otros desagradables (no sólo madre e hijo sino casi todos los demás, de la abuela a la vecina a la amiguita de Junior) y allí es donde está la grandeza de PELO MALO, en ser capaz de abrazar la complejidad del comportamiento humano y no contentarse con la mirada condescendiente desde afuera ni la palmadita comprensiva en la espalda.
A partir de una pequeña metáfora se adentra en una realidad poco halagüeña, pero honesta El año pasado “Pelo malo” se dio a conocer internacionalmente al recibir la Cocha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián (España). La tercera producción de Mariana Rondón, cautivó por su sencillez y la capacidad de contar mucho a través de una historia pequeña que a medida que avanzaba, desplegaba su mirada certera - desprovista de dramatismo y sensacionalismo - sobre una serie de prejuicios sociales tradicionalmente ocultos y negados. La película cuenta la historia de Junior, un niño de 9 años obsesionado en alisar su pelo crespo y sacarse así la foto del colegio. Junior quiere parecerse a su cantante favorito y lograr el amor de Marta, su mamá. Sin embargo, su obstinación no hará otra cosa que alejarlo aún más de ella. Marta es una joven viuda desempleada con dos hijos que por todos los medios intenta recuperar su antiguo trabajo como vigilante privado. La fijación de Junior por su imagen, despierta en ella un temor inusitado que se traduce en rechazo e indiferencia. Mariana Rondón sitúa a sus personajes en un contexto social difícil y complejo, pero que en el devenir del relato, en el día a día de los personajes, este aparece como corriente y naturaliza la violencia de los gestos, de las miradas, de los prejuicios, de la desigualdad económica, de las diferencias de clases, y sobre todo, la violencia de la intolerancia hacia lo diferente. Junior encarna a ese otro que no se parece al resto. Si efectivamente su obsesión por tener el pelo lacio responde a la negación de sus raíces afroamericanas, a un gesto de homosexualidad o a un mero llamado de atención, poco interesa. Porque lo importante es la reacción de los demás, y de su madre en particula, ante lo que se considera un tema tabú. Alain Berliner, director de “Mi vida en Rosa” (1997), una película que cuenta la historia de Ludovico, un niño que se siente niña en el cuerpo de un varón y que también está obsesionado con su pelo, declaraba en alguna entrevista a propósito del conflicto de su film: “Hemos sido educados para distinguir la diferencia, pero no para aceptarla”. Aún cuando retraten historias muy distintas subsiste en “Pelo malo” mucho de esa incomprensión de la que hablaba Berliner. La realización de Rondón se funde en cierto registro documental que, sumado a las increíbles actuaciones de Samuel Lange Zambrano (Junior) y de Samantha Castillo (Marta), facilitan el camino para adentrarse sin reparos en una de las tantas historias posibles que han de desarrollarse en esos edificios enormes y grises de los suburbios de Caracas. En “Pelo malo”, la arquitectura de ese barrio pobre donde se inscribe la historia es parte esencial del conflicto, ya que enfatiza la atmósfera asfixiante del film. A medida que avanza el relato, la problemática urbana, con la sobrepoblación, la inseguridad y el caos del tránsito van dando cuenta con sutileza de cierta tensión social que se percibe en las calles. De hecho, la historia transcurre durante la etapa final de la enfermedad de Hugo Chávez, momento en que Venezuela se sumía en una enorme incertidumbre respecto a su futuro. Quizá una de las cosas más interesantes de “Pelo malo” sea la diversidad de interpretaciones que provoca en torno a lo que su directora quiso contar, paralelamente a la historia de Junior. Básicamente dependiendo del lugar geográfico al que se pertenezca, hay quienes ven una crítica mordaz y directa al gobierno chavista a través de la crisis moral que sufren los personajes, producto de la crisis generalizada del país. Otros en cambio, ponen el acento en cuestiones más arraigadas a un imaginario latinoamericano que subraya el machismo, la homofobia, el culto por la belleza y el racismo como problemas centrales. Un tercer grupo prefiere rescatar aquellos elementos que hacen de la película un relato de tipo más universal, con temas como la intolerancia, la violencia y el abandono. La música de Camilo Froideval junto a la fotografía de Micaela Cajahuaringa son otros de los elementos destacados con los que cuenta la película. Además de los diálogos, que aunque en apariencia superfluos, revelan todas las diferencias y contradicciones que subyacen tanto en la familia protagonista como en el resto de la sociedad. Desde donde sea que se la quiera abordar, esta película logra a partir de una pequeña metáfora, como la del pelo, adentrarse en una realidad poco halagüeña, pero muy honesta. Excelente oportunidad para descubrir una cinematografía que se encuentra en uno de sus mejores momentos.
La venezolana Pelo Malo, dirigida por Mariana Rondón y ganadora de la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián de 2013, es una película sobre la iniciación y las heridas surgidas de la falta de amor entre una madre y un hijo. Un peluquero a la derecha por favor Junior (Samuel Lange Zambrano) es un niño de 9 años que se ha obsesionado con alisarse su ensortijado y rebelde cabello, para lucirlo en la foto escolar. Marta, su madre (Samantha Castillo), es viuda y se ha quedado sin su empleo de guardia de seguridad, tiene a su cargo a Junior y a su hermanito bebé y está bastante sola en la vida. Viven en un barrio humilde de Caracas y mientras ella insiste en recuperar su trabajo, tiene que hacer malabares para ver quién le hace el favor de cuidarle a sus hijos, ya que no tiene dinero para pagarle a una niñera. Junior sólo piensa en verse como sus cantantes favoritos y alisarse su pelo para esa foto. Lo que para él es una búsqueda de identidad, para su madre es un capricho y la posibilidad de que su hijo sea un “desviado”, lo cual la aterroriza. A su vez, la suegra de Marta y abuela de Junior, le ofrece dinero a cambio de criar al niño, y de paso consentir su pedido de alisarse el cabello. Rapado ¿Puede una madre no querer a su hijo? Mariana Rondón trata con mucha sensibilidad este tema, sin caer en golpes bajos ni sensiblería barata. Afortunadamente, elude el lugar común de la mirada sobre la pobreza latinoamericana, tan explícita y desagradable como suele ser. Pero a la vez, retrata a partir de fragmentos (una noticia en la televisión, el paisaje urbano) una Caracas polarizada y poco inclusiva, donde pareciera que sólo existen dos modelos a seguir: el de Miss Venezuela para las niñas y el de militar para los niños. Lo mejor de esta película está en cómo capta el vínculo de los protagonistas. Una madre siempre crispaday homofóbica, que no ha aprendido a querer a su hijo y no entiende cómo acercársele, y Junior que -como él dice en un momento- lo ve todo, percibe la falta de amor y busca refugio en su abuela. Conclusión Pelo Malo es una historia pequeña, bien contada, que también deja ver con un guión prolijo que esquiva los lugares comunes y muestra la incomprensión de una madre con su hijo, la falta de amor y las heridas que eso genera. Las actuaciones de los protagonistas constituyen el aspecto más destacable de esta película, como también la decisión de eludir ciertos lugares comunes del cine latinoamericano
Este film viene multipremiado de festivales como los de San Sebastián y Mar del Plata, y cuenta con el talento de su directora Rondón (esta es su tercera película). Es narrada con cautela e inteligencia, el protagonista principal es el niño de nueve años y nos va mostrando con una gran sutileza los prejuicios, la intolerancia, las preocupaciones, la discrepancia. Contiene momentos asfixiantes, la historia posee tensión, la violencia que se marca a través de las miradas y lo gestual. No falta el humor, la emoción, el vínculo Junior y su madre viuda y la Venezuela actual tanto en lo político como en lo social. Bienvenida otra película latinoamericana que renueva nuestra cartelera.
Universo proletario recortado para un panfleto Las dictaduras ya no son lo que eran. De lo contrario, no se explica cómo a los censores bolivarianos se les puede haber pasado por alto una película como Pelo malo en vez de haberla mandado directo a la quema tras rubricarla con un matasellos con la leyenda basura contrarrevolucionaria. Bien al sur de Sudamérica somos algo más incrédulos respecto a las posibilidades de una revolución (de los trabajadores, al menos), vista la buena salud que gozan nuestras burguesías, que suele ser directamente proporcional a su habilidad de teñir con su propio descontento el humor de una nación; por lo tanto, preferimos catalogar a Pelo malo simplemente como panfleto reaccionario. Panfleto sofisticado, sí, teniendo en cuenta que se toma el trabajo de ocultar sagazmente sus marcas de enunciación en los pliegues de una sinuosa historia, narrada en un convencional registro realista, de una trabajadora venezolana desempleada y su hijo de unos ocho años, banco de pruebas de las miserias más bajas de su sociedad; pero panfleto al fin. Es que Rondón, su directora, comete la ¿torpeza? que cineastas de talla reconocen como un riesgo imposible de tomar y salir airoso a su vez: expresar el descontento de su propia clase ante un trauma político utilizando vicariamente para ello a una clase subalterna. En el caso de Pelo malo, este hecho tiene el agravante de que, nada casualmente, su directora posa su mirada implacable sobre la misma clase que el poder político a cargo del gobierno de su país se arroga representar y con el cual a su vez no pocos se sienten legítimamente representados. La sinopsis es mínima y no conviene recomponerla, en tanto ese drama íntimo no parece ser otra cosa que la coartada de Rondón para que se luzcan sus desmerecidos personajes. Así, lo único que parece tener claro Marta, la trabajadora desempleada en cuestión, es la necesidad de recuperar como sea su trabajo como vigilante privada. Por lo demás, detenta una conciencia casi premoderna, un repertorio donde no faltan dosis de homofobia, de obscenidad y de desaprensión hacia sus hijos, al punto tal de no poder llamar al más pequeño por su nombre propio (en caso de que lo tuviera) porque al parecer en el enrevesado universo proletario alla Rondón las personas pueden carecer hasta de ese gesto primigenio que consiste en darles un nombre a quienes se incorporan al mundo. Pero la cifra de su ignorancia la da el episodio en que Marta acompaña a su hijo al médico y el niño le pide a éste que le revise el coxis para despejar las dudas de su madre, quien sospecha que allí podría estar creciéndole una “cola”, hecho que a su vez explicaría los comportamientos “raros” de su hijo. Curiosa regresión al universo temático del realismo mágico cuando ya se lo consideraba superado, a menos que se la entienda como un guiño a pedir de boca del gusto europeo. La política se presenta como lo ominoso por antonomasia. Lo invade todo, imposible escapar de ella, sobre todo mientras se transita la calle o mientras en la privacidad del hogar está encendida laTV. Y aquí se libra, a pesar de su directora, una interesante contienda entre la capacidad documental del cine para registrar en este caso la información de la calle, un espacio donde parece sentirse más cómodo el oficialismo político con murales que buscan asentar la imagen de una revolución triunfante, y, del otro lado, la capacidad de la TV de indiciar lo real a partir de un hecho particular que se anuncia con la neutralidad de un dato duro. Por esta parcialidad parece pronunciarse Rondón, si se lee con detenimiento el episodio en el que Marta, en un último intento por recuperar su trabajo, recibe en casa a su jefe con la excusa de una cena. Ante la indiferencia de los personajes, para quienes la cosa política parece ser algo incomprensible que pasa por el costado de sus vidas (a propósito, toda una declaración de principios de la propia directora), la TV sintonizada en un noticiero da la primicia de un hombre que mató salvajemente a su madre, como sacrificio para la mejora de la salud de Hugo Chávez, a pedido de Dios, luego de que éste se le presentara en un sueño. Curiosa defección del cine por parte de la propia directora, quien ante la inminente derrota por no lograr con sus herramientas aprehender esa escalada irracional que pretende retratar, decide entonces sin contemplaciones ceder a la TV la representación de lo real, aceptando en ese desplazamiento que una noticia sensacionalista no sometida a réplica se presente poco menos que como verdad revelada y funcione como sinécdoque de una supuesta realidad nacional. ¿Qué nos dice entonces Pelo malo acerca de esa Venezuela contemporánea que su directora quiere retratar? Desafortunadamente, nada muy diferente a lo que desde un buen tiempo a esta parte nos llega a través de medios como la CNN y sus satélites nacionales, quienes, con una impostada preocupación por lo latinoamericano, insisten en la manifiesta polarización política venezolana ocultando sus matices y su devenir histórico, no solo para confundir acerca de la realidad de ese país sino para que en esa misma jugada se midan en ese espejo deformado los demás populismos del subcontinente. Entonces es por demás comprensible que como espectadores, ante películas como ésta, nos quedemos con las ganas de conocer en qué consistiría esa pretendida lucidez de las clases medias en base a la cual se arrogan una autoridad moral que no vacila a la hora de utilizar a las clases menos favorecidas de la sociedad para defender sus propios y velados intereses. Seguiremos entonces aguardando por esa película de Rondón en la que su implacable mirada se deslice esta vez hacia su propia clase que, vale recordarlo, en Pelo malo permanece en un estricto y nada inocente fuera de campo.
Postales bolivarianas. Pelo malo es un filme sobre la precariedad laboral, el despertar sexual y las diferencias de clases en Venezuela. Todo está dicho desde un inicio: Marta y su hijo de 9 años llamado Junior suben por las escaleras internas de un departamento lujoso. Es el turno de fregar el jacuzzi. Junior ayudará un poco pero en cierto momento llenará con agua la bañera y se quedará flotando por un rato; su placidez será evidente, un poco menos lo será la connotación sensual de su experiencia. La dueña de casa lo descubrirá y, sin llegar a ser un escándalo, todo terminará mal. He aquí las coordenadas simbólicas del filme: precariedad laboral, despertar sexual y diferencia de clases en un contexto específico y no menos problemático: la Venezuela de Hugo Chávez. Lo que viene a continuación es simple: los intentos de Marta por mantener o recuperar un trabajo de guardia de seguridad, su enorme incomodidad frente a su hijo que evidencia una precoz proclividad homosexual (las reiteradas miradas de Junior al joven que atiende un kiosco son de lo mejor del filme) y sus ocasionales intentos de conjurar el hastío cotidiano teniendo sexo con algún amigo. Al mismo tiempo, Junior pelea contra su pelo, al que quiere alisar (acaso una metáfora de su identidad sexual), juega con sus amigas, visita a su abuela que apoya abiertamente su costado homosexual y cuida como puede a su hermanito recién nacido. Cada tanto, Marta elige confrontar a su hijo con su propio goce sexual, escenas incómodas en la que se expresa lo inadmisible de la homosexualidad en la percepción de cierto sentido común. Pelo malo sostiene su relato con un fantasma de fondo: el líder de la revolución está agonizando. Si bien la película se cuida de ser directamente crítica respecto de la presunta transformación social del país, la puesta en escena sugiere una división visible entre quienes tienen y quienes sobreviven sin posesiones. La forma peculiar de filmar la arquitectura es aquí un discurso crítico. Por cada monobloc que se ve en la película, a menudo con panorámicas o contrapicados sugerentes, Mariana Rondon plasma una postal de un desarrollo estancado, el cual tiene su correlato en la falta de trabajo de María, a merced del favor de un jefe que aprovecha su condición y saca provecho físico de la belleza de su empleada. No es justamente un contexto progresista, y si bien esa lectura no se explicita como discurso, no hay que ser un gran semiólogo para inferir del retrato del espacio público una forma de impugnación visual del estado de las cosas. Después de Postales desde Leningrado, Rondon continúa aquí su búsqueda por registrar el cruce conflictivo entre el orden familiar y los contextos políticos. Antes fue la guerrilla de la década del 1960 en su país, ahora se trata de la vida doméstica en tiempos de revolución bolivariana. El punto de vista elegido es más descriptivo que analítico, y es por eso que su difusa posición ideológica frente a lo que muestra resulta aún más embarazosa para sus intérpretes. Pelo malo, que no es un filme neutral, no dice sin embargo qué se debe pensar, sino que dispone ciertas circunstancias para ser examinadas. Tal vez se trate de una virtud, tal vez de una limitación demasiado conveniente, incluso tramposa.
Junior tiene 9 años y el “pelo malo”, también tiene inquietudes en esa edad de descubrimiento sexual. Junior quiere que su pelo crespo sea lacio, quiere ser un cantante de pop, quiere bailar, expresarse y también debe tomarse una foto antes de comenzar el colegio. Una sobresaliente actuación del niño Samuel Lange. Y el personaje de la madre, Samantha Castillo, también, perfecta en su rol, un personaje fuerte a interpretar, donde como madre soltera, que también tiene un bebé, y en plena crisis económica ella está desbordada y no encuentra salida. Como tampoco acepta la esencia de su hijo. En cambio su abuela si lo acepta, pero Junior desea el amor de su madre. La directora Mariana Rondón, cuenta un historia pequeña, íntima, pero grande. En donde elige mostrar una Venezuela complicada, pobre, donde los sueños se desvanecen parpadeo tras parpadeo, y encima Junior está solo, y con el “Pelo Malo”. Un guión natural, fresco y real.