“Román”, la película protagonizada por Gabriel Peralta y dirigida por Eduardo Meneghelli, llega a los cines este 31 de mayo. Román es un policía que cree en el bien y en la belleza de las pequeñas cosas, y se esfuerza por vivir en armonía, sin entrar en conflicto con un mundo que él considera caos y corrupción. Es por eso que dedica su tiempo a esculpir y moldear su pequeño universo al igual que lo hace con su cuerpo. Podemos ver que la historia que nos cuentan es simple, tenemos una rápida presentación del protagonista en la primera escena y luego lo vamos a ir conociendo durante el transcurso del relato. También aparecen y existen otros personajes, pero no están tan desarrollados o presentados como lo hacen con Román, algo que es entendible, ya que él es el protagonista y todo gira a su alrededor. Los demás papeles secundarios y terciarios están para complementar y ayudar a la trama del rol principal. Más allá de eso, observamos que la película se complica sola. Hay escenas que no llevan a ningun lado, hay personajes que al inicio parecen importantes pero luego quedan en el olvido. Hay situaciones muy innecesarias que, si no hubieran estado, la cinta seguiría siendo entendible. En los aspectos técnicos no tenemos mucho para decir, la ambientación para darle ese tono “policial” es bueno pero no impresionante, lo mismo que con la banda sonora. El motivo de Román no es dificil de entender e incluso tiene algo de razón y se comprende porque quiere ser un buen hombre y sobre todo un buen policía. Sacando al protagonista, los demás personajes se encargan de hacerle entrar en razón a nuestro Román que las cosas no van a ser siempre como él quiere, luego están los “malos” que se quieren salir con la suya y también están los personajes que “motivan” a nuestro principal protagonista. Ninguno de estos lo logran, por más diálogos y escenas que visualizamos en la cinta, al final Román hará lo que está pensando en su cabeza. No hay nadie que se pueda destacar en esta película, no hay nada que no se haya visto antes. Además, el film es medianamente corto y por eso resultan un poco inexplicables algunas cosas que suceden o escenas que no eran necesario verlas. Quizas si el largometraje hubiera tenido más desarrollo y más duración, las situaciones hubieran tenido mejor explicación y más profundidad a la hora de hacerle entender al espectador por qué aparecen tales personajes u ocurren tales hechos. En conclusión, “Román” es una película corta que no explica ciertas cosas durante el orden cronológico de la historia, que posee personajes innecesarios y hechos que no aportan nada en el conflicto y el climax del largometraje.
Juez y parte El derrotero de un joven policía que eligió ser parte de la fuerza para luchar contra el mal endémico que surge de ella es el eje que mueve la ópera prima de Eduardo Meneghelli Román (2018), una premisa con buenas intenciones pero que fracasa ante una serie de desaciertos en la puesta como en la elección de su protagonista, un inexpresivo Gabriel Peralta. Román (Gabriel Peralta) integra unas fuerzas policiales en las que parece no encajar. Sus convicciones sobre el bien y el mal son muy diferentes a las que se pregonan desde la misma policía. Su vida transita entre su trabajo en compañía de un opuesto colega (Nazareno Casero), el gimnasio, las visitas a un templo evangélico, un amorío con la mujer del pastor, y un amigo mucho más grande que él con quien algunas veces se junta para almorzar. Román es un personaje atípico, desencajado del sistema, con utopías fuera de época que lo llevan a impartir por cuenta propia la justicia que la fuerza no hace al estar enquistada dentro de un laberinto de corrupción del que todos son parte. Poner a encabezar una película a un actor desconocido es un riesgo que puede salir bien o mal. Si esa película es una ópera prima el riesgo es mucho mayor, por eso las decisiones a tomar serán relevantes para el resultado final. Dentro de esas decisiones Meneghelli tomó algunas acertadas y otras que desafortunadamente arruinaron el producto final. La historia, guionada por Pablo y Gabriel Medina, funciona y podría haber llegado a buen puerto si se evitara el estereotipo en un puesta en escena antigua como también la elección un actor inexpresivo, incapaz de mostrar matices en el crescendo dramático de un personaje que los necesita para resultar creíble. Para lo técnico el director decidió rodearse de un equipo donde cada uno es un número uno en lo suyo, pero que desgraciadamente tampoco pudo hacer mucho para evitar que el barco naufragara, sino apenas que el daño colateral no fuera mayor. Más allá del correcto trabajo de fotografía de Gustavo Biazzi se nota que por los recursos de montaje Andrés Quaranta tuvo que hacer milagros para sacar a flote una película que en los años 80 hubiera sido de vanguardia pero en 2018 queda rancia. Enfrentarse a Román es como estar en otra época, un tipo de cine que atrasa años, que caducó en el tiempo y que hoy no aporta nada nuevo en su forma de narrar. Un director puede tener entre sus manos una buena historia, un elenco atractivo con actores como Nazareno Casero, Carlos Portaluppi y Horacio Roca, pero el problema radica cuando no se sabe plasmar en imágenes lo que se tiene para contar, por más buena que sea la historia, los actores secundarios y el equipo técnico, y más aún cuando se elige para protagonizarla a un novato con limitados recursos expresivos y más horas de gimnasio que de clases de actuación.
Justiciero solitario. Román es la ópera prima del director argentino Eduardo Meneghelli. Con la actuación protagónica de Gabi Peralta (Angelita la doctora) y un elenco principal completado por Arnaldo André, Carlos Portaluppi, Nazareno Casero, Horacio Roca y Aylín Prandi, la película toma varios elementos del policial negro para contarnos la historia de un joven policía de la bonaerense que se niega a acatar las normas de un sistema corrupto. Gabi Peralta interpreta al personaje que le da título a la película de Eduardo Meneghelli. Román es un tipo parco, de pocas palabras, que está a gusto con su profesión de policía de calle y no tiene la más mínima intención de modificar su vida, como nos queda claro a partir de una buena escena inicial donde lo vemos a bordo de un móvil de la Federal junto a su compañero Lucas (Casero). Además de su ronda de todas las noches, Román va al gimnasio, pasa algo de tiempo con un vecino amigo (Roca), asiste regularmente a la iglesia del barrio y mantiene un amorío con la atractiva Helena (Prandi). Su idílica vida se verá alterada cuando descubra algunos manejos extraños entre su compañero Lucas y el jefe de la seccional (André), cuando su amigo sea desalojado injustamente por el mafioso del barrio y cuando descubra que ese “dueño” no oficial de la zona no es otro que el marido de Helena. Al margen de algunas actuaciones protagónicas algo flojas, la película de Meneghelli tiene buenas intenciones a partir de escenas como la mencionada que le da inicio al relato y otras pequeñas secuencias que, a partir de algunos hechos aislados protagonizados por Román, nos van proporcionando una radiografía del personaje principal a fin de ir construyéndolo desde sus características más salientes y de prepararlo para el conflicto principal que hace a su historia. Su altura moral, su incorruptibilidad y su sentido de la justicia combinan perfectamente con su profesión y con ese carácter de acero, autoexigencia y sacrificio personal que también lo definen. Salvando todas las distancias entre títulos, los problemas de Román aparecen cuando plantea su mensaje al estilo Batman. Lo que tenemos es una figura de autoridad, radicalmente disconforme con el sistema del que es parte, que decide tomar justicia por mano propia. Pero mientras cineastas como Nolan, por nombrar a uno de los últimos encargados del Caballero Oscuro, presentan a un personaje inicialmente dubitativo, confundido y hasta equivocado que crece a partir de sus experiencias personales para poder empezar a delinear un código moral con muchos matices por el cual regir su accionar, esta versión argentina encuentra sus principales pecados en empezar asumiendo que su manera de hacer las cosas es la correcta, justificando así una serie de actos que, por lo menos, son de una gravedad importante. Y esa gravedad de la situación, que en el caso de Román está bien que aparezca porque ese es el mundo donde se mueve, termina resultando muy endeble a partir de la mirada polarizada con la que el protagonista encara la vida. Todo para él es en blanco y negro, sin grises. Y la realidad, sobre todo la suya, no puede simplificarse de esa manera.
La película abre con una frase de Mishima, aquélla sobre que es absolutamente erróneo pensar que puedan entender nuestros sentimientos más profundos. Lo que sigue es un plano de un patrullero. Román va sentado al lado del agente que maneja. “Me gusta ser policía de calle. Te arreglás con lo que tenés. Me gustan las cosas simples. Yo no quiero hacer carrera. Sólo quiero hacer mi trabajo. Y punto. Tengo todo lo que necesito”, le dice al personaje que compone Nazareno Casero. Román no quiere relacionarse. Hace ejercicios, tonifica su cuerpo, practica tiro al blanco. Paga una presa de pollo desgrasado y a la plancha porque no acepta que su compañero manguee en un restaurante. Come ensalada de zanahoria y remolacha. Va a pescar al mismo lugar que siempre. También actúa raro, tipo RoboCop. No es Serpico, pero si viera la película homónima con Al Pacino, Román tendría un orgasmo. Otro tipo de satisfacción tiene con la mujer del pastor de un templo al que asiste regularmente, y a quien regularmente asiste como amante. “A mí lo que más me gusta es cuando me perdés el respeto”, le dice ella en la cama. Porque Román tiene relaciones, aunque no se ve. Román trata sobre Román, y cómo a Román se le va todo de las manos cuando el mundo externo, el que no le gusta y al que prefiere contrastar desde su rutina, le demuestra que no está corriendo por el mismo sendero que él. Román es un ser derecho, salvo por el asuntito con la mujer del pastor. Pero con todo, parece el Elegido al lado de policías corruptos (Arnaldo André), pastores que ven negocios donde no deberían. La actuación de Gabriel Peralta, el protagonista, está uno o dos niveles más arriba de lo normal. Su decir no es muy natural, pero tal vez así hablen “los de la Fuerza”. Al fin y al cabo, sirve para ejemplificar el filme un diálogo que Román mantiene en algún momento. “¿Qué te pareció el libro de Mishima?” “Un poco complicado. Pero me gustó.”
El Román del título (Gabriel Peralta Rangel) es un policía metódico, de pocas palabras e inflexible, que cumple con su rutina: hace las rondas en el patrullero acompañado por Lucas (Nazareno Casero), desayuna en el mismo lugar y con la misma persona, mantiene un affaire semanal con una mujer casada (Aylin Prandi) y dedica buena parte de su tiempo a trabajar su físico. Pero su aparente calma contrasta con la creciente irritación que le generan las injusticias, los abusos y los actos de corrupción con los que se va topando. La ópera prima de Eduardo Meneghelli tiene una puesta en escena pobre, torpes actuaciones y diálogos artificiales. Un thriller sin climas, sin profundidad y sin alma.
Todo el peso y el desarrollo de la historia cae sobre el personaje de Román (Gabriel Peralta, “Angelita la doctora”), quien no logra transmitir. Hay escenas, situaciones y momentos que no te llevan a ningún lado y resultan superfluas, todo es muy estático y los diálogos resultan muy pobres. Los papeles secundarios están integrados por un buen grupo de actores pero no logran destacarse, apenas una aparición de Carlos Portaluppi, pero igual es intrascendente, no remonta. Lamentablemente no existe una vuelta de tuerca, ni un conflicto fuerte. Un film fallido.
Román tiene una vida bastante rutinaria, simple, pero que para él es todo lo que puede pedir. Asiste de forma regular al gimnasio, sigue una dieta a rajatabla, es creyente y participa en el templo del barrio, pero por sobre todo, es un policía de calle que cumple su trabajo honestamente. Pero todo se empieza a derrumbar cuando ve que los lugares en los que era feliz, están podridos de corrupción. Estas son las películas que a uno como redactor más le duele comentar, porque estamos hablando del cine argentino; y uno trata desde este humilde lugar, fomentar la producción nacional. Pero ante todo tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y con ustedes, y por desgracia tenemos que decirles que Románes una muy pobre película. Empezando por su protagonista, Gabriel Peralta Rangel, quien suponemos que actúa de esta manera por pedido del director Eduardo Maneghelli, y no porque en verdad es su forma de interpretar a un personaje. Si bien entendemos que se está componiendo a una persona simple y metódica, esto no es condicionante para que alguien se mueva y hable de forma robótica, casi como si estuviera recitando el guión de memoria, o leyéndolos en el momento. A esto debemos sumarle una historia que si bien es bastante sencilla, no termina de ser clara en su premisa ni en su ejecución. Y es que no le encontramos mucho sentido a que alguien que se rige por una conducta intachable de hacer lo correcto, a la primera cosa que rompe su esquema, le planta cara al estilo “justicia por mano propia”. No solo no coincide con el personaje en sí, sino que nunca vemos un motivo de quiebre para que empiece a comportarse como un Punisher argentino. Vale destacar que los personajes secundarios, pese a ser clichés, si se nos presentan más interesantes, y hasta nos da curiosidad en ver en que andan metidos y porque nuestro protagonista se distancia tanto de ellos. Pero apenas sabemos de sus vidas, por lo que nunca podremos conectar con nadie aparte del propio Román. Román se vuelve una película difícil para el espectador, y no porque presente un argumento muy complicado. Pero desde la poca lógica de los actos de su personaje principal, hasta tener un protagonista con el que es imposible empatizar (pese a sus buenas intenciones) por la interpretación del actor; pocos sentirán interés por dicho film, pese a que se notaba que había buenas ideas de fondo.
La historia de un policía con un mundo privado sencillo y estructurado que se resquebraja cuando advierte que la corrupción lo rodea y su mundo de valores no tiene asidero en una sociedad donde ser “honesto” no encaja. Las intenciones del guión firmado por Gabriel y Pablo Medina, en esta opera prima de Eduardo Meneghelli son buenas. Pero desde la elección del protagonista al desarrollo de la historia no logra salir de un esquemático enunciado de ideas sin desarrollar una trama que justifique la violencia por mano propia, ni la construcción de climas que requiere el género. Los actores secundarios Carlos Portaluppi, Arnaldo André, Nazareno Casero son siempre efectivos aunque sus personajes no tienen un crecimiento que les permita mayor lucimiento.
Con todo el peso de la ley Román es una de esas películas que sorprende como consiguió semejante apoyo para el desastrozo resultado. Dirigida por Eduardo Meneghelli y escrita por un especializado Gabriel Medina (Los Paranoicos, La araña vampiro). Se narra la vida de Román (Gabi Peralta), un policía que cree ser bueno en lo que hace y se entrena para lograr el objetivo de “hacer cumplir la ley”. El film es una bola enorme de sin sentidos. Primero que nada, la polémica ideología de lo que es ser un policía “bueno”, cuando por ejemplo irrumpe en una casa sin permiso y amenaza con matar civiles por violencia de género. Segundo, creer que un policía debe impartir justicia por mano propia. Que sea inexplicablemente violento y bruto cual comédia de Torrente, pero manteniendo la seriedad dramática. Y un innumerable de contradicciones con respecto a la ética del protagonista. Conexiones forzadas entre las diferentes lineas narrativas, donde lejos de cumplir el objetivo, parecen escenas sueltas de diferentes momentos. El guion dificulta esta característica. Es insulso. Intenta apelar a la emoción del espectador o a la sorpresa y no lo logra en ningún momento, los diálogos carecen de naturalidad. Esto -a su vez- se da por la incorrecta selección del casting, donde el protagonista parece haber sido elegido por su cuerpo (el cual no se cansan de mostrarlo ejercitándose) y no por sus dotes actorales. Es imposible creer que Nazareno Casero pueda ser policía, se vuelve completamente inverosímil. El único que se destaca (para bien) es Carlos Portaluppi, logra hacer interesante cada momento en el que participa. La fotografía logra un buen trabajo que lamentablemente se embarra por el guión, música, montaje y dirección. Román es un largometraje con más defectos que aciertos, donde sobresalen las malas actuaciones acompañadas con un pésimo guion. Con un mensaje horrendo y una fantasía cuasi heroica de un policía que a pesar de estar en contra de la corrupción, imparte justicia por mano propia.
“Román”, de Eduardo Meneghelli Por Gustavo Castagna Román, el bueno de Román, confía en la bondad del mundo, en el universo que lo rodea, en la confianza de sus compañeros de tareas y en su jefe policial. Lee a Mishima (¡plop!), va seguido al gimnasio, tiene un amigo fiel con el que va a pescar y de vez en cuando se revuelca con una mujer, casada, que trabaja en un templo evangélico. Román es pura anatomía como si se tratara de un ejemplar de WWE de lucha libre con rostro parecido al de Lou Ferrigno. Qué mala es Román: parece un viaje al cine argentino de los 80 e inicios de la década siguiente con un packashing formal superior que en los resultados finales no interesan. Más aun, el guión flaquea en varios sectores, la mirada del personaje central (interpretado por un actor nulo en matices) parece la de un Rambo anabolizado, como si Román – el personaje – se corporizara en la antítesis del policía corrupto y merquero que hiciera Gerardo Romano hace más de veinte años. La música enfática, los diálogos impostados –de los otros intérpretes, buenos actores (Roca, Portaluppi), metidos en personajes imposibles-, las escenas de acción (¿?) cercanas a aquel engendro que Echecopar hiciera para la tevé, la repetición de tips y tics (uf, los diálogos de Román con su cana amigo encarnado por Casero), la remanida corrupción policial (en esos momentos pensaba en El bonaerense de Trapero), de a poco, van conformando algo más de una hora (casi) imposible de concebir. Pero que existe. Solo un plano me parece recordable, aquel donde Román mata al pastor que personifica Portaluppi, con la cámara lejos, en un encuadre perfecto, afiliado al de una película de y con Takeshi Kitano. Pero solo un plano, un minuto, nada. Uf. ROMÁN Román. Argentina, 2015. Dirección: Eduardo Meneghelli. Guión: Gabriel y Pablo Medina. Fotografía: Gustavo Biazzi. Montaje:Andrés QuarantaCon: Gabriel Peralta, Carlos Portaluppi, Horacio Roca, Nazareno Casero, Arnaldo André, Aylin Prandi. Duración: 73 minutos.
La ópera prima de Eduardo Meneghelli, "Román", es un policial de estilo clásico, plagado de tantos errores que la terminan redefiniendo. Dícese del consumo irónico, aquella costumbre de consumir un producto, con la consciencia de que no es algo bueno, y por el sólo disfrute de poder criticarlo y/o tomarlo a burla. Placer culposo es una adjetivación para todo aquello que consumimos, y nos da vergüenza reconocer que lo hacemos. Puede ser una comida de muchas calorías, o algo malo, en el sentido amplio de la palabra. Según algunos, una costumbre que creció exponencialmente los últimos años junto al crecimiento de las redes sociales. Muchos estudios lo analizan como un fenómeno en concordancia al poder comentar lo que estamos viendo, y generar un debate, una polémica. ¿Cuántos canales de YouTube hay dedicados a la “crítica aficionada” ya sea de películas “raras” o de cualquier cosa que nos parezca mal? ¿Cuántos posteos en redes por minuto se hacen refiriéndose a otro posteo que nos parece incorrecto? Algo de todo eso hay entre el consumo irónico y los placeres culposos. ¿A qué viene toda esta larga introducción? "Román", la ópera prima de Eduardo Meneghelli, muy probablemente encuentre un lugar cómodo dentro de esa franja, hasta puede llegar al extraño podio de “película de culto”. ¿Es un manual de todo lo que no hay que hacer en cine? Sí, si queremos hace todo bien. Pero también existe aquel axioma “No importa que hablen mal de nosotros, lo importante es que hablen”, y visto desde esa perspectiva, es más probable que un futuro se hable más de Román que de otras películas más promedio, y por lo tanto intrascendentes ¿o acaso alguien admira a Ed Wood por lo excelente director que era? Podría seguir teorizando sobre el consumo irónico y los placeres culposos, pero mejor, veamos qué es Román, y por qué inspira estas líneas. Hay un elemento fundamental en Román, su protagonista. Gabi Peralta es un personaje tuboso, duro, con aspecto típico de esos héroes de acción de estilo Clase B de los años ’80. Antes de cada aparición suya, debería figurar el logo de Cannon Films. Román gira completamente en torno a su persona, no solo porque es el protagonista absoluto, sino porque la cámara se dedica a seguir, no a él, sino a sus músculos, cómo se flexionan, se contornean, y despliegan nuevas capas en esa piel trigueña. Gabi es un duro de la acción, y un duro en la actuación. Precisamente, interpreta a Román, un policía que recorre las calles junto a Lucas (Nazareno Casero). Su principal característica es la clara idea del bien que posee. Maneja una conducta moral intachable, y no acepta los dobles discursos, ni los atajos “no tan legales” para solucionar las cosas de otro modo. La ley está hecha para cumplirse. Román acude al templo evangélico de su barrio, en el que todos lo conocen, y así conocemos a José (Horacio Roca) un hombre mayor, que vivía con su madre que acaba de fallecer, y ahora recibe la noticia de que la casa de la familia irá a parar a manos de Marcos, el pastor principal de la iglesia, y jefe de una banda mafiosa local. Román no puede dejar las cosas así. También se suma el hecho de que, Helena (Aylin Prandi), mujer de Marcos, es amante de Román… porque se ve que esa parte del manual moral se le perdió. Román ve corrupción en todos lados, no solo en los actos de Marcos, su amigo Lucas, además de sacar pizzas gratis y viajar en colectivo “de arriba” (¡desfachatado!) es leal al comisario (Arnaldo André), y este tiene también sus negocios con Marcos. ¿Qué puede hacer Román sino empezar a regir sus reglas de conducta por mano propia. Eso sí, sin salirse de la ley. El guion, creado por Gabriel (director de La araña vampiro y Los paranóicos) y Pablo Medina, es el de manual de policial clásico. Un género muy querido por nuestro cine y por nuestro público, que ya cuenta también con varios objetos de consumo irónico como Policía corrupto, Cargo de conciencia, Maldita cocaína, o Delito de corrupción. Román llega para sumar su granito. No solamente su guion es claramente acartonado (el hecho de ser “de la vieja escuela” no seríade por sí malo – todo lo contrario – si estaría bien resuelto) y remarca cuestiones de modo obvio, creando situaciones inverosímiles. Hay diálogos imposibles, y no sólo por lo inverosímil. También escenas a modo de relleno, pero inexplicables, como una ¿interesante? caminata de hormigas, porque sí, porque… hormigas en fila; o estiradas una vez que la acción ya termino ( por si no se entiende, los personajes hablan, se retiran de cuadro, y la cámara sigue allí unos cuantos segundos más, como buscando alguien que grite ¡corte!). Y llegamos a las actuaciones. En los secundarios hay talento. No hace falta decir que Nazareno Casero, Carlos Portaluppi y Horacio Rocca son muy buenos actores, pero deben lidiar con esos diálogos increíbles e imposibles de darle contexto, y con un protagonista muy difícil de interactuar. Todos se acoplan al efecto Peralta. La cámara hace encuadres rarísimos, ¡vamos!, malos encuadres, con tal de mostrar los músculos de Peralta doblándose. También se pierde en primerísimos planos de sus (no)gestos durísimos. Las escenas cuasi eróticas de seducción con Prandi serían tema para todo un texto aparte, mejor no nos adentremos ahí, solo digamos que no están bien. Hay algo llamativo más allá de todo esto en Román. Traspasando sus problemas de cámara y montaje, se nota algo de producción, Román es una película que se ve bien. Una curiosidad, nada más. Sumemos a este combo un tutti frutti de errores de continuidad, y el resultado es este; una película que se disfruta muchísimo. Sí, como leen, "Román" acumula tantos errores, es tan imperfecta desde su primera escena (y de ahí todo para abajo, o para arriba según como lo vean) que a los pocos minutos ya se la disfruta a carcajadas como una comedia y logra que pasemos un momento muy divertido. Tanto que sus escasos 72 minutos, nos dejarán con ganas de más.
“Román” (2018) de Eduardo Meneghelli podría haber sido una gran película. El condicional ya habla de la imposibilidad de conseguirlo y de algunas decisiones, principalmente de elenco, que han cerrado esa oportunidad y cruzar el límite del verosímil a lugares nunca antes explorados. El cine nacional ha reflejado en infinidad de oportunidades el trasfondo de la fuerza policial, una institución que buscó provecho de su investidura en toda ocasión que ha podido hacerlo. Esta mirada no es sólo local, tenemos en “The Simpsons” al jefe Górgory, hombre de buen corazón e intenciones pero que no puede con su gula y siempre, siempre, saca rédito de lo que sea. En un capítulo precisamente de esa serie, Marge Simpson se transforma en una oficial efectiva, eficiente, honesta, quien deberá luchar no sólo con la misoginia imperante en la fuerza, sino, principalmente, con la impericia del resto de sus compañeros, que le pedirán un poco menos de trabajo, hasta que, renuncia. El protagonista del film, Roman (Gabriel Peralta) es un oficial que en sus rutinas intenta ser un policía impoluto que cumple con sus funciones sin siquiera dejar caer un papel al piso y no levantarlo luego. Con su compañero (Nazareno Casero) enfrentan, en algunas oportunidades casos de violencia doméstica o de robo, a los que siempre Román intenta resolver dentro de las normas de la ley, y si no puede, deja de lado su uniforme e intenta hacer entrar en razón, como sea, a aquel que no quiere estar en el camino del “bien”. Cuando se ve involucrado en un caso que lo expone ante sus superiores, y en paralelo intenta resolver una artimaña que la Iglesia Evangélica le ha realizado a su único amigo (Horacio Roca), comenzará un raid de venganza para recuperar aquello que está a punto de perder. El principal inconveniente en “Román” es la inexpresividad y monotonía de Peralta para llevar adelante él solo el peso narrativo de la propuesta, un film que bucea en temas de agenda mediática, pero que elige quedarse con el trazo grueso de la bondad de su personaje central y su obsesión por desentrañar cuestiones que lo acechan en su cotidiano. A saber, si va a un gimnasio, detecta venta de droga en él, o, por ejemplo, va a la Iglesia pero desentraña mecanismos para robarle a la gente en la misma. Esa moral choca con la clandestinidad con la que maneja su relación con una joven (Aylin Prandi), casada con el pastor que maneja el templo (Carlos Portaluppi), y que contradice todos los preceptos iniciales con los que el guión construye a Román. A la brevedad del largometraje, se suman cuestiones técnicas, de encuadre, decisiones sobre los diálogos, que traccionan aún más aquellos problemas derivados de la interpretación central de Peralta. Por eso el podría haber sido una gran producción en el comienzo de estas palabras, podría haber trabajado con un arco que posibilite la visión de la transformación de Román, podría haber elegido un tono menos naturalista para representar los conflictos, podría haberse optado por ensayar más antes de decir los parlamentos. Pero como la historia ya está presentada, ya nada se puede hacer más que lamentar una nueva oportunidad perdida para hablar de una institución corrupta, que esconde debajo de la alfombra sus mentiras y que sigue construyendo con organizaciones, iglesias, entidades, cultos, etc… una red de complicidad y estafa, esa que tanto le molesta a Román, a pesar de sus contradicciones. Una desafortunada propuesta. A destacar, Arnaldo André como nunca antes se lo ha visto.
Román es un policía hecho y derecho, que habla poco y no quiere saber absolutamente nada con los negocios sucios de sus superiores. Lee a Mishima y no deja de ir a la Iglesia evangelista del barrio, aunque no puede dejar de ser seducido por la esposa sexy del pastor, lo que agrega otro conflicto a su conflictiva existencia. Es que este policía, interpretado por Gabi Peralta, anda todo el día con cara de traste. Es más, casi se podría decir que a lo largo de toda la película el protagonista solo ofrece una expresión y media en sus gestos minimalistas. Evidentemente no es culpa del actor, ya que la dirección es la encargada de que un film que apenas excede la hora de duración se haga más largo que "El Padrino II". A lo largo de la película no hay una sola escena de acción, pero si varias de amenazas y griteríos. Aunque sí hay que reconocer un buen toque erótico gracias a una escena candente junto Aylin Prani. Arnaldo André es el comisario corrupto, pero está totalmente desaprovechado. Y lo peor de todo tal vez sea el mensaje de justicia por la propia mano de este olvidable "Román".
Desde hace por lo menos diez años, el cine nacional se las ha ingeniado para superar increíbles obstáculos y ofrecer un nivel técnico e interpretativo de gran calidad. No obstante, todavía nos falta aprender la lección más grande: que todo esto es muy bonito, pero sin un buen texto escrito nada de eso valdrá la pena. El policial Román es un ejemplo contundente de lo lejos, muy lejos, que estamos de llegar a aquella meta. Serpico Fisicoculturista Román es un policía de calle sin aspiraciones de una jerarquía mayor y con un alto sentido de la justicia. Su vida es tranquila: se ejercita todos los días, pesca cuando posee tiempo libre y tiene una relación ocasional con la esposa del líder de un templo. Las cosas cambiarán cuando su amigo esté por perder su casa a manos de dicho líder, y su compañero esté involucrado en negocios turbios por orden del comisario. Los problemas de guión que aquejan a Román son varios: un conflicto dramático que arranca recién a la mitad, chato desarrollo de personajes, diálogos completamente carentes de subtexto al igual que excesivamente informativos y, desde luego, repetidas incoherencias. Es un cortometraje con escenas de relleno (casi siempre ilustrando la masa muscular del protagonista) para llegar a tener duración de largo, donde todas las estrategias del protagonista hacia el antagonista son endebles y viceversa, por lo que el conflicto está, pero con un manejo prácticamente nulo de la tensión. En el apartado interpretativo, aparecen verdaderos profesionales como Arnaldo André, Horacio Roca, Carlos Portaluppi y Nazareno Casero, que hacen lo que pueden con un material que no les da matices para trabajar, siendo Casero el que mejor parado sale de esta cuestión. El subtexto es una de las principales herramientas del actor para hacer bien su trabajo: los esfuerzos denodados del elenco por sacar adelante personajes que no lo tienen, terminan por exponer de forma contundente las falencias del guion. Sin embargo, sus labores resultan dignas si la comparamos con la del actor protagonista: a Gabriel Peralta se lo nota acartonado en sus movimientos, mientras que sus lineas de dialogo parecen recitadas de memoria, casi sin sentimiento. No hay físico, por bien trabajado que sea (y por énfasis que se le dé) que pueda tapar eso. El aspecto visual está bien, encabezado por un prolijo trabajo de fotografía, rico en sombras y contrastes, y una dirección artística donde destaca el balance entre la calidez y la frialdad. Pero cuando el guion y algunas actuaciones no funcionan, los más altos valores de producción no alcanzan para salvar las debilidades narrativas. Conclusión Cualquier virtud que pudiera tener Román es echada por tierra de la mano de un guion fallido y un protagonista al que no podemos creerle más allá de su físico. Ya sea como propuesta de género o denuncia sobre la corrupción que carcome a nuestra sociedad, la propuesta no llega a conmover y mucho menos entretener, todo por su falta de profundidad.
Román es una película un tanto particular y, definitivamente, una excepción en la filmografía argentina. A priori, dejo bien en claro que no es un film para todo público. Pero estoy seguro de que esa era la intención de los realizadores. Me gustó el concepto de superhéroe que tiene el personaje que lleva el nombre del título. Un policía incorruptible y con falencias, que busca justicia de una manera u otra. El personaje está bien construido, con la información justa y necesaria. Y a su vez es bidimensional, lo que normalmente sería muy criticable, pero en este caso no lo es. Gabriel Peralta Rangel encarna a Román sin muchos matices. Es alguien tosco y con gran presencia física. Lo acompañan Nazareno Casero, Arnaldo André y Carlos Portalupi. Cada uno en un rol un tanto caricaturesco, en la misma línea que todo el film. El director Eduardo Meneghelli hace un buen trabajo con los pocos recursos que tuvo, con una narrativa sólida y una identidad muy marcada. Es su ópera prima. En definitiva, Román es un estreno chico, pero que tiene que ser tenido en cuento por quienes disfrutan de los superhéroes y los comics, que hoy en día es un público en crecimiento.
El titulo del filme es el nombre del personaje central de la historia, su construcción es una mezcla entre Robocop (se mueve como tal), Terminator (dialoga exactamente igual), pero se parece físicamente a Lou Ferrigno, el actor que encarnaba a El Increíble Hulk en la serie de televisión, por lo cual se puede decir que estamos frente a una especie de Frankeinstein en una producción supuestamente policial. Román (Gaby Peralta) es un policía tan parco como ingenuo, cree en la dicótoma del bien y del mal, pone todo su esfuerzo por vivir en armonía, sin embargo y, finalmente, el mundo y sus contradicciones lo pasan por encima. El problema, más allá de esta especie de síntesis argumental, es que todo fue mal realizado que lo que debería ser un drama termina llevando a que el espectador se ría de todas y cada una de las intervenciones del personaje, no sólo por la mala actuación, de alguna manera hay que llamarla, sino, y principalmente, por los diálogos, siendo esto todo "merito" de los guionistas y el director. Poco pueden hacer con sus personajes actores consagrados como Arnaldo André en el rol del comisario, jefe de Román, corrupto por definición, Carlos Portaluppi como el regente del templo evangélico, tan corrupto como el comisario, y Horacio Roca como su mejor amigo. Nada es rescatable en esta producción, el sonido despegado de la imagen, en tanto las conversaciones entre los personajes en todas y cada una de las escenas dan la sensación de haber sido grabados en estudio y no de manera directa en las locaciones, tampoco ayuda demasiado la dirección de arte, si el verosímil se destruye desde un principio, créame que el arte en la película no lo restituye. Solo la dirección de fotografía se acerca a lo correcto. Todo se centra en un sin fin de acciones repetidas por el personaje que no despliegan en nada mientras la trama se va desarrollando de manera tan obvia como pueril en el que la previsibilidad se hace presente a cada instante. Una producción policial donde las acciones de ese tenor casi no aparecen, todo establecido por los diálogos, sólo al final hay un poco de eso que daría lugar a encuadrarlo dentro del genero. Pero ya es tarde. No vaya creyendo que es un documental de Riquelme, ojala hubiese sido así, y declaro que no soy simpatizante de Boca.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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El desconcierto puede ser un efecto saludable en el cine. Sin embargo, no siempre es equivalente a un buen augurio. Los primeros minutos de Román, la ópera prima de Eduardo Meneghelli, son extraños. Uno se encuentra en ese terreno movedizo entre tomarse lo que ve en serio o en broma. Es más, ruega que la balanza se incline hacia la segunda opción. Pero no. Increíblemente, en vez de no temerle al ridículo y jugarse por el costado demencial de la historia, el director escoge el camino de la solemnidad, de la copia mal hecha y de un pastiche muy feo. La supuesta seriedad la establece tempranamente el epígrafe utilizado con la frase de Mishima acerca de la imposibilidad de conocer los sentimientos más profundos del ser humano. Inmediatamente pasamos al interior de un patrullero donde dos policías dialogan lacónicamente. Uno de ellos es Román, el protagonista, una especie de Terminator musculoso que se presenta con sentencias tales como “para qué quiero hacer sociales”, “tengo todo lo que necesito” y cuyos movimientos parecen sacados de una mezcla entre Cobra y Robocop. El aspecto inverosímil del personaje que confiesa ser “un buen policía” y al que todos temen, no es más que un cartón pintado, un dibujo inserto en una oscura realidad ciudadana. Las pésimas actuaciones y los tonos anquilosados remiten a ese cine argentino parapolicial de los ochenta (encima Arnaldo André hace de comisario, en una de las decisiones más insólitas que se le pueda ocurrir a alguien, a menos que la película se hiciera cargo de su costado kitsch). Román intenta sostener la utopía de un mundo donde los policías buenos imparten justicia como si fueran superhéroes. Semejante idea, lejos de concebirse en un marco de incorrección política, pretende instalarse con las acciones momificadas y los tonos impostados del personaje, ya sea evitando que se venda droga en el gimnasio al que acude o interviniendo ante una mafia evangélica a la que enfrenta para ayudar a un amigo. Encima, esta ideología parapolicial rancia (acorde a los tiempos en que vivimos), es acompañada de una estética en cada plano que pretende emular atmósferas lyncheanas de manera obscena, como si la inclusión de cortinas rojas, esculturas y golpes sonoros en determinadas secuencias legitimara un producto que no resiste demasiado análisis ni garantiza placer más allá de algún momento aislado. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant