Todo en familia Sangre Blanca (2018), el segundo largometraje de la realizadora argentina Bárbara Sarasola-Day, narra la angustia de una joven ante la muerte súbita de su compañero de viaje en uno de los pasos fronterizos entre Argentina y Bolivia debido a la ruptura de una de las cápsulas de cocaína que transportaba en su estómago. Cuando Manuel, el novio de turno con el que viajaba por Bolivia muere, Martina (Eva de Dominici) llama a su padre biológico, al que no conoce, para que la ayude a deshacerse del cuerpo y sacar las capsulas de cocaína que los narcotraficantes que los convencieron de pasar por la frontera le reclaman. La obra construye su narración a partir de la desesperación de los protagonistas ante una situación que los lleva al límite, demostrando la verdadera naturaleza cruel y calculadora del ser humano. Mientras que Martina, reconociendo sus limitaciones, busca utilizar a todos en una actitud que oscila entre la premeditación sociópata y la impotencia desesperada, su padre busca evadir el problema y resolver la situación a la brevedad para retornar con su familia rápidamente y no volver a ver nunca más a su hija. Ambos representan los polos opuestos de una relación familiar insostenible pero que por el bien de ambos debe llegar a buen puerto, al menos hasta que resuelvan su dilema. La narración se construye sobre los puntos ciegos del pasado de ambos personajes, el abandono del padre, interpretado por Alejandro Awada, y la imagen ficticia que Martina se ha creado de él a partir de las reveladoras historias de su abuela. Este abandono marca una distancia insondable entre ellos, creando una situación tensa pero a la vez familiar entre padre e hija en una trama sórdida sobre el narcotráfico y la muerte. En varias escenas ambos intérpretes logran una dureza manifiesta que manejan con gran habilidad y profesionalismo generando un gran efecto realista. Eva de Dominici y Alejandro Awada realizan aquí una gran labor actoral interpretando a dos personajes cuyos anhelos se encuentran enfrentados. Entre ambos sostienen un film sobre un tema tan crudo y delicado como la utilización de turistas para el tráfico de drogas entre países latinoamericanos, que expone las estrategias de los carteles para transferir todo el riesgo a las mulas. Secundados por Sergio Prina, Dominici y Awada crean una relación imposible entre ellos, destinada a destruir sus vidas si alguien los descubre. La banda sonora de Santiago Pedroncini aporta al clima angustiante de la propuesta una música de arreglos minimalistas y desgarradores de guitarra que acompañan la desesperación de los protagonistas. Con un guión descarnado, Sangre Blanca construye aquí una visión muy sombría sobre los atajos de una clase media en crisis para conseguir dinero y escapar de su condición, los peligros que acechan a los mochileros ingenuos que vagan por Latinoamérica con sus sueños sin fronteras y las consecuencias del abandono de los padres. La realizadora de Deshora (2013) consigue retratar el hundimiento de unos personajes atrapados por sus malas decisiones y decididos a continuar con un derrotero infame que los conduce al borde del abismo.
Martina y Manuel son dos mochileros que acaban de cruzar la frontera con Bolivia para regresar a Argentina, cargando varias cápsulas de cocaína dentro de sus cuerpos. Nada más llegar a un hotel, Manuel se descompensa y muere. Martina huye intentando dejar el asunto atrás, pero ante la presión de los traficantes que le entregaron las cápsulas no le quedará otra opción que recurrir a Javier, su padre biológico que nunca la reconoció. Entre las propuestas nacionales de ésta fecha tenemos a “Sangre Blanca”, un thriller de la directora Barbara Sarasola-Day, protagonizada por Eva de Dominici y Alejandro Awada donde se pone a prueba las decisiones que pueden tomar las personas en situaciones límite y que tan fuerte (o tan débil) puede ser una relación de sangre entre dos personas. El argumento es simple pero efectivo, vamos de A a B, de B a C y así sucesivamente. Donde más fuerza cobra la película es en los personajes y cada uno de los obstáculos que deben atravesar para escapar de la situación en la que se ven involucrados, así como las distintas obligaciones que asumen en medio de la presión de las responsabilidades impuestas. En éste aspecto hace un gran trabajo Eva como Martina en vendernos a un personaje que oscila entre querer hacer todo y no hacer nada producto la pesada carga emocional que le provoca la situación con su padre biológico y los traficantes que amenazan su vida si no les entrega el producto acordado. Awada realiza una labor sólida como el padre desinteresado que quiere a toda costa quitarse de encima un peso del pasado que creyó que jamás volvería a ver. Sangre Blanca es una interesante propuesta recomendada a quien busque algo más alejado de las producciones argentinas de mayor presupuesto, con una puesta en escena más terrenal y un gran trabajo de locación.
Papá no me quiere. En su segundo opus, la directora Barbara Sarasola-Day construye desde la estructura del thriller frenético un atractivo relato que gira en torno a la desesperada situación de una joven que acepta el trato de transportar en su cuerpo droga proveniente de Bolivia. Su compañero de ruta, con quien cruza la frontera muere al abrirse uno de los paquetes que al igual que ella se tragó para no ser detectado y desde ese instante la presión sobre ella recae por partida doble: un cuerpo, una entrega fallida y la imposibilidad de huida del lugar. El punto clave de la historia lo constituye la subtrama que se inserta y de cierta manera motoriza las decisiones de Martina (Eva de Dominici), quien involucra a su padre biológico (Alejandro Awada) en su problema cuando jamás se hizo cargo y ni siquiera la reconoció como hija. La mezcla de elementos, por un lado los secretos de familia y por otro los del policial duro, hacen de este thriller una propuesta interesante a la que debe agregarse el acierto del casting, sobre todo en la elección de Eva de Dominici en un rol que le viene justo para seguir explotando su gama de personajes rudos que hacen de la belleza un arma letal pero sin proponérselo o actuando de bellas o femmes fatales. En el caso de Alejandro Awada, la garantía de sobriedad siempre aporta la cuota de realismo para hacer verosímil cualquier vínculo o complemento actoral para lucimiento de su co protagonista. Con pulso, ritmo y una banda sonora climática, sumada la fotografía en la que destacan colores adecuados a los estados anímicos, Sangre blanca funciona en todos los niveles esperados.
Así es Martina, blanca como el día Bárbara Sarasola-Day escribe y dirige Sangre blanca, su segundo largometraje luego de Deshoras. Cuenta con Eva de Dominici con un papel protagónico interpretando a Martina, una chica solitaria que cruza la frontera con cocaína en su interior. Y Alejandro Awada encarnando a Javier, el padre de ella. A pesar de las interesantes locaciones en las que está situada la historia, el guion falla fatalmente sin ser efectivo a la hora de poner al espectador en contexto. La falta de personajes no ayuda a la narración, y deja completamente sola a la protagonista haciéndose cargo de la totalidad de la película. Eva de Dominici no logra ser creíble en su papel, parece difícil de creer que alguien con su imagen sea una mula narcotraficante metida en situaciones turbias. Esto parece ser un virus en Sangre blanca, porque ningún papel es verosímil. Ni el amigo que se hace Martina, ni el narcotraficante que pasa de ser super malo a ser amable, ni el mismísimo Alejandro Awada, que con un papel lamentable y pocas apariciones, deja mucho que desear. Un vínculo entre padre-hija que desde el vamos es raro, y cada vez se vuelve más absurdo, quitándole seriedad a una película dramática. Si bien la fotografía construye un verosímil en la habitación donde se aloja solitariamente Martina en los primeros minutos del film, cuando sale de allí no logran un buen trabajo de imagen ni artístico. Sangre blanca falla desde todos los ángulos posibles, sin generar empatía ni verosimilitud con la narración.
“Sangre Blanca” es una película dirigida y escrita por Bárbara Sarasola-Day. Está protagonizada por Eva de Dominici y Alejandro Awada. La historia trata sobre una joven (Eva de Dominici) que debe recurrir a su padre (Alejandro Awada) después de involucrarse en un grave problema. Él deberá tomar la decisión de ayudarla o de seguir con su vida. La historia que nos presenta la directora es bastante simple, a tal punto de ser innecesario que su duración supere la hora y media. Lamentablemente es una trama sin tanta repercusión para el espectador como para que luego se hable de ella. Tiene muy poca tensión y suspenso para lo que puede prometer esta cinta. Aunque sí tiene el suficiente drama para pasar la prueba. Podemos ver que hay muchas escenas de relleno, donde hay planos largos que no expresan nada y luego escenas donde los personajes tratan de interactuar muy pobremente haciendo por momentos pausas muy incómodas y que no llevan a nada. La historia pudo haber estado más simplificada, ya que en determinadas escenas parece que a la protagonista no le afecta tanto el conflicto y lo que le pueda llegar a pasar. No hay tanta gama de personajes, solo está reducida a las interpretaciones de Eva de Dominici y Alejandro Awada, que resultan ser personajes olvidables; no llegan a mostrar un símbolo o un mensaje para el espectador. Si nos basamos en la actuación, Eva logra representar a la chica joven que está en apuros y necesita la ayuda de un mayor. En cuanto a la química entre Alejandro y Eva, y la problemática en la trama de la relación hija-padre, queda en la nada misma. Los personajes secundarios y terciarios son muy innecesarios, no logran ser interesantes ni para el espectador ni para los propios protagonistas. En resumen, “Sangre Blanca” es una película con una trama pobre que logra estirarse hasta la hora y media causando la mayor parte del tiempo aburrimiento al espectador y muy pocos momentos interesantes.
Perdida en la frontera Anclada en el subgénero que profundiza en problemáticas relacionadas con el narcotráfico, y en particular, en ese reducido grupo de películas que toman la frontera con su universo, Sangre blanca (2018) de Bárbara Sarasola-Day (Deshora), es un logrado exponente local que avanza a paso firme desentrañando las redes que esconden y sostienen el tráfico de drogas. Martina (Eva de Dominicci) es una joven mochilera que decide asumir un riesgo, el transformarse con su compañero en mula para obtener dinero rápido y así continuar con su periplo por diferentes lugares de la región. Aquello que comienza como un desafío se transforma rápidamente en otra cosa y ante la inevitable realidad de algo que sale mal, y el tener que asumir una posición frente a los hechos, acude a su padre (Alejandro Awada), un hombre con el que no mantiene relación alguna. A partir de ese momento, de ese llamado telefónico desesperado, Bárbara Sarasola-Day transita la delgada línea que separa la realidad con la ficción, brindándole al espectador un registro cinematográfico vívido, urgente, rústico, que potencia los indicios de una trama simple pero que permite el lucimiento de sus protagonistas con una cámara nerviosa, que acompaña cada uno de los movimientos y decisiones de Martina. Difiriendo con la imagen que oportunamente ofrece desde su exposición mediática y en redes sociales, Eva de Dominicci sorprende con una composición lograda, que acierta en aquellos momentos en los que la vulnerabilidad invaden la interpretación, y suma aún más cuando la pesquisa comienza a definir el tipo de relación entre los personajes. La directora se despega de un relato estereotipado buceando en las miserias de los protagonistas para comenzar a hablar ya no del narcotráfico, su desencadenante y las necesidades que llevan al mismo (sin juzgar nunca los roles, o la veracidad de los hechos), sino que desarrolla vínculos, redes de contención momentánea, de la familia, del amor, y también de vínculos sanguíneos sin afectos. En la confusión de ir construyendo pequeñas viñetas con una dramaturgia que prefiere la tragedia para desarrollarse en el género, y que escoge deliberadamente, exponer a Eva de Dominicci como protagonista absoluta, Sangre blanca potencia atmósferas y climas. La tensión de escenas casi sin diálogos, se multiplica cuando el naturalismo construido choca con algunos giros de guion que responden al género, pero que aun así escapan de lo reiterativo en el cine nacional, ofreciendo impacto desde cuadros construidos a sapiencia y planos que escudriñan a los protagonistas para potenciar las emociones. En manos de otro realizador Sangre blanca podría haber caído en el lugar común sobre chica de clase media que busca acción a partir de una situación extraordinaria, plagando de clichés el relato, pero por suerte bajo la mirada de Bárbara Sarasola-Day hay un interés por contar otra cosa, la imposibilidad de predeterminar los actos, sus consecuencias y las decisiones que deben tomarse para salir ilesos, o no, del propio laberinto en el que nos encontramos.
La frontera caliente, por el clima y por lo que se sabe y sospecha que ocurre con el tráfico de drogas, entre Argentina y Bolivia. Ese es el escenario elegido por la directora Bárbara Sarasola Rey, también guionista, para un film que ubica a sus personajes en un entorno exuberante, que se siente exótico y peligroso, donde una joven se encuentra en una situación límite. Ella y un compañero que se sospecha ocasional decidieron hacer plata fácil, como seguramente hacen jóvenes inexpertos, turistas ingenuos y sin plata, transportar droga en sus cuerpos, en capsulas envueltas en látex, en su tracto digestivo. Apenas cruzan la frontera el muchacho muere y la protagonista se hunde, entre el miedo, la presión de los dueños de la droga, en la desesperación por no saber como salir de esa situación. Por eso recurre a su padre biológico, con quien no existe relación alguna, lo amenaza con revelar secretos y el llega, frío y distante a sacarse de encima el horrendo trámite. La inteligencia de la historia es tomar a esos seres, de cuyos pasados se sabe poco y nada, sumergirlos en la urgencia de la situación pero eludiendo sabiamente los lugares comunes de las escenas de películas sobre narcos. Aquí el foco esta puesto en esa angustia que asfixia, en sentirse perdido, en saber que casi no hay salida., en la tensión permanente. Y en subrayar, sabiamente, como se mueven esos extraños que son padre e hija. Con la siempre contundente actuación de Alejandro Awada. Y la labor realmente buena de Eva de Dominici que le da a su rol todas las capas necesarias de dolor y desamparo que transforman su trabajo en una construcción sólida.
Sangre Blanca: Un cadáver une a padre e hija. Eva de Dominici y Alejandro Awada hacen lo posible para sacar a flote esta pequeña película que llega a nuestros cines. Cuando leemos la sinopsis o vemos el trailer esperamos apreciar una trama que recorre el camino del thriller, con toques de drama. Pero en este caso el suspenso está bastante dejado de lado, con ningún momento de tensión, y con un drama que se apoya en la relación ente el padre y la hija, la cual sufre un acontecimiento de vida o muerte. La historia se nos presenta en la frontera con Bolivia. Mayormente los exteriores fueron filmados en Tartagal o en la localidad Salvador Mazza de Salta, provincia de donde es oriunda la directora y guionista de este film Bárbara Sarasola-Day. Aquí comenzamos a ver a Martina (Eva de Dominici) y Manuel, el cual se siente muy mal y por eso se hospedan en un hotel. Allí descubrimos que ellos son mulas llevando cápsulas de cocaína dentro de sus cuerpos, pero Manuel muere debido a éstas y Martina debe lidiar con el cadáver. Con esta prometedora premisa el conflicto empieza a conformarse y Martina, con la presión de los traficantes, decide llamar a su padre Javier (Alejandro Awada) que nunca conoció. Sin embargo, dicha presión está hecha solo por una moto y un teléfono, pasando los primeros minutos de la película viendo a Martina drogándose, pasando el momento e intentando olvidar que tiene un cadáver en el hotel. Estas secuencias parecen desperdiciar tiempo valioso del film en dónde se podría haber ahondado en los aprietes de los traficantes para darle fuerza al género, o en conocer un poco más la historia de Martina, pero eso no sucede. El conflicto es débil, pudiendo resolverse solo con la llegada de Javier sin ninguna peripecia que sortear por parte de la protagonista más que su conflictiva relación con él. Pero dejando de lado que es posible realizar una obra cinematográfica sin que haya demasiados obstáculos para la protagonista en lograr su cometido, lo que sería algo no clásico, en este caso la película parece que le cuesta tomar un camino en concreto: sí usar el thriller para saber que va a hacer Martina con el cadáver, o sí adentrarse en la relación entre padre e hija que es más interesante pero no tan desarrollado. Cuando entra a escena Javier, esperamos una actuación descollante de Awada como nos tiene acostumbrados, pero en este caso no. Se quiere mostrar al personaje de Javier como misterioso, introvertido y calculador, y Awada en cada escena parece que estuviera recién levantado de dormir. Martina con su odio, miedo y desazón, sale bien parada en algunas escenas gracias a Eva de Dominici que hace lo posible por entregar algo de tridimensionalidad a un personaje plano. A pesar de que la fotografía es correcta, y resulta ser una película pequeña en presupuesto con pocas locaciones y personajes, estos elementos como un personaje que solo sirve para que tenga sexo Martina y luego llevarla de un lado a otro, o que los traficantes parezcan bondadosos en cierto punto, podrían haberse utilizado mejor. Dejando en claro que el suspenso, el peligro o inmediatez no están bien logrados, pongamos el ojo en la relación entre Martina y su padre Javier. Ella lo llama a él, extorsionándolo para que se quede. Él le facilita mucho las cosas a Martina, con un conocimiento en la materia bastante inusual, dejando el misterio (O falta de desarrollo) de quien es verdaderamente Javier. Nunca hay una charla profunda o extensa entre ellos, más que lidiar con el problema en sí, mientras Martina se droga e intenta resolver el tema de las cápsulas. Aunque esta trama quizá les resulte más interesante, con un final atractivo, no alcanza para hacer brillar a estos personajes poco elaborados. Es como si la directora se hubiese enfocado en la mala relación entre padre e hija, con la excusa de una trama bastante clásica (Lidiar con un cadáver), pero no utilizando bien el suspenso. Lamentablemente ésta película no llega ni a ser poética, ni dramática profundamente, ni muy entretenida, al estorbarse los géneros uno con el otro.
Una historia que prometía mucho por su oscuridad, termina cayendo abruptamente por la falta de un guión estable y conciso. No caben dudas de que el cien argentino viene cambiando desde un tiempo a esta parte. Historias maduras, directores que intentan mostrar un sello distintivo en las obras y actrices y actores que han elevado la vara por sus interpretaciones de primer nivel. El Ángel, La Quietud y Acusada, son los casos más recientes de esto y este buen momento se vio reflejado en la taquilla nacional, colocando a estos films por sobre otros extranjeros y de mayor renombre. Pero para este momento de alza del cine argentino, no todos pueden ser éxitos, no todos pueden transmitir el mensaje que se quiere en una primera instancia y ahí es donde entra Sangre Blanca, la nueva película dramática dirigida por Bárbara Sarasola-Day y protagonizada por Alejandro Awada y Eva De Dominici. Sangre Blanca, cuenta la historia de Martina (Eva De Dominici), una joven que, junto a su pareja Manuel, hacen de mulas para pasar un cargamento de cocaína dentro de ellos, a través de la frontera entre Argentina y Bolivia. Los problemas comenzarán cuando Manuel se descompense por ingerir estas cápsulas y Martina deberá recurrir a su padre (Alejandro Awada) en busca de ayuda, no solo para ver qué hacen con Manuel, sino también para librarse de la presión de sus jefes mafiosos que le pisan los talones a Martina exigiendo el total del cargamento solicitado. En 2014 la directora debutó en un largometraje llamado Deshora, un filme que le valió la nominación a Mejor Opera Prima en el festival Cóndor de Plata de ese año, su primer gran trabajo llamó la atención del público y la prensa, convirtiéndose en una de las revelaciones de aquel momento. Lamentablemente para ella, esta segunda película no puede asemejarse a su debut. En un película carente de sentimiento y emoción, la historia se ve sometida en un guión absurdo, irreal y exagerado en partes iguales. Esta buenísimo que se quieran hacer historias más fuertes, que sean oscuras y maduras, pero el guión tiene que poder sostener eso que se busca y la verdad que acá hace agua por todos lados. La edición de sonido también se nota forzada, desviando el foco de atención y muchas veces logra tener mayor participación que los diálogos. Hablando de los diálogos, la inverosimilitud que se maneja es absurda, todas las charlas que tienen los personajes carecen de “alma”, se ven sumamente estructurados y, sobretodo, forzados. La fotografía si se destaca, buscando lograr una puesta en escena que transmite más que los propios actores. Las actuaciones en general cumplen, pero a diferencia de Lali Espósito en Acusada, Eva De Dominci no cumple para nada con las expectativas. La sobre-actuación podría definir a la perfección su tarea, pero también debe haberse visto afectada por un guión que parece no darle la libertad necesaria para que ella misma se sienta cómoda con el papel. Awada en cambio, esto le juega a favor, porque su papel debe ser frío, debe estar lejos del sentimiento, tiene que ser un tipo metódico y con intenciones claras, que no son las que su hija pretende. El resto del elenco casi que no tiene participación, ni siquiera en el momento de “máxima” tensión del desenlace, uno de los peores errores que podrían suceder. Una historia que prometía mucho por su oscuridad, termina cayendo abruptamente por la falta de un guión estable y conciso. La pequeña mancha de esta “nueva era” del cine nacional, lamentablemente tiene nombre y ese es Sangre Blanca.
Es un thriller, hecho y derecho, que tiene una subtrama por demás atractiva, con el condimento dramático. Martina y Manuel acaban de cruzar la frontera con Bolivia. Son mulas. En la habitación del hotel, Manuel no da más. De hecho, su cuerpo tampoco: una de las cápsulas con droga que ha ingerido para no ser detectado en el contrabando, ha explotado, y fallece. Martina (Eva de Dominici) se encuentra ante una (o varias) situación(es) inesperada(s). Ella también tiene las cápsulas, que consigue extraer de su cuerpo, pero los capos de la droga le exigen que le entregue la totalidad. La suyas y las de Manuel. Así que Martina está en un lugar que desconoce, con un cadáver a cuestas y sin poder huir. ¿Quién podrá ayudarla? Allí entra en juego el personaje que compone Alejandro Awada. Es el padre biológico, que nunca ha reconocido a Martina. Médico, su hija ve en él más que una tabla de salvación. La llegada del padre es también rica en matices. Esa relación que nunca existió empieza a reconstruirse, pero con más temores y miramientos de costado que otra cosa. A la salteña Barbara Sarasola-Day no le tiembla el pulso a la hora de rodar escenas jugadas, fuertes, con el cadáver y la droga, y tampoco en los enfrentamientos verbales de los personajes de De Dominici y Awada. El relato va crispando los nervios, hasta llegar a un desenlace que se las trae. La sequedad de la situación claramente aporta al estilo del actor, que siempre ha preferido medirse antes que romper en exabruptos al construir este rol, con las ambivalencias del caso. De Dominici más que cumple, ya que está casi todo el tiempo en pantalla, y va pasando por distintos estados de ánimo, pero siempre, siempre, con rostro sufrido.
Esto no es un juego “Sangre Blanca” es un thriller dramático nacional dirigido y escrito por la cineasta salteña Bárbara Sarasola Day, siendo éste su segundo filme luego de “Deshora” (2013). Filmada mayoritariamente en la localidad de Salvador Mazza, la cinta está protagonizada por Eva De Dominici (Sangre en la Boca, No Dormirás) y Alejandro Awada. En el Paso Internacional entre Argentina y Bolivia, la joven Martina (Eva De Dominici) está metida en un problema demasiado grande como para resolverlo sola. Junto a su pareja Manuel (Rakhal Herrero), Martina había llegado a la conclusión de que la mejor manera de conseguir plata rápida era convirtiéndose en mula de droga. Sin embargo, nunca se le cruzó por la cabeza que su novio podría morir con las 65 cápsulas de cocaína dentro del cuerpo. Presionada por las constantes y amenazantes llamadas telefónicas de los traficantes, a Martina no le quedará otra que contactarse con Javier (Alejandro Awada), padre con el que nunca tuvo relación. Estamos ante una película que tiene una temática interesante pero por cómo fue llevada a la pantalla grande da la sensación de que la historia sería mil veces mejor si se hubiera concebido como un cortometraje. Teniendo en cuenta que la mayoría de escenas no tienen diálogo, más bien muestran acciones de la protagonista, ya sea bailar, despertarse o caminar, el ritmo se pierde por completo lo que genera que la paciencia del espectador se agote muy rápidamente. Hay varias situaciones que nos hacen perder la credibilidad del relato, en especial que el personaje principal mantenga el cadáver en una habitación de hotel con el aire acondicionado al máximo o que el padre de la joven sepa dónde ir a buscarla sin que ella le diga la dirección exacta. Al no otorgar un trasfondo sobre Martina o Javier, qué pasó con la figura materna o por qué él desprecia tanto a su hija, tampoco se puede lograr una conexión con estas dos personas opuestas. Eva De Dominici da una buena interpretación al estallar en llanto en un locutorio pero por lo demás su papel se siente como si cualquiera otra actriz podría haberlo hecho. Por otro lado, la manera de hablar de Alejandro Awada, que más bien pareciera que recita sus líneas, no ayuda ni un poco a que la dinámica entre ellos se vea natural. Con demasiados minutos que no aportan nada a la trama, además de prolongados silencios, “Sangre Blanca” no consigue ser un thriller recomendable por más que tenga un desenlace correcto. El tópico de los portadores humanos de drogas daba para mucho más, e incluso en esta cinta ni el accionar de los traficantes es creíble.
Segundo largometraje de Bárbara Sarasola Day, "Sangre Blanca", explora los vínculos filiales en medio de una situación extrema. ¿Qué es lo que hace a una historia original? De dos premisas ya transitadas varias veces por el cine, el talento puede lograr originalidad al unirlas. Los dramas fronterizos no son ninguna novedad. Gente tratando de pasar contrabando de drogas en medio de los controles entre dos países, a veces, cargándolo sobre su propio cuerpo. Pensemos en "Expreso de medianoche", "Traffic", o "María llena era de gracia". Menos novedoso son aún las películas sobre relaciones de hijos con padres ausentes. En su segundo largometraje Sangre Blanca, Bárbara Sarasola Day, hace “chocar” ambos frentes, y el resultado es un argumento sencillo, y lo suficientemente original como para captar inmediatamente. Martina (Eva de Dominici) llega con un hombre, a un hostel en la frontera con Paraguay. Se nota la premura en ambos. Ya en la habitación, el hombre comienza a sentirse mal, pero no pueden ir al médico. Los dolores se agravan, y fallece. Una de las cápsulas de cocaína que llevaba en su interior se desintegró, provocándole la muerte. Martina debe encargarse del cuerpo, pero antes, debe expulsar sus propias cápsulas. A los hombres a quienes debía entregar “la mercancía”, obviamente, no les interesan las razones; le dan un plazo para que ella entregue todas las cápsulas, las del hombre también, y se deshaga del cuerpo. Ante la desesperación por no tener a quién recurrir, Martina se ve obligada a llamar al hombre que menos quería ¿o no? Su padre, que ni siquiera se hace cargo de su existencia. Necesita un auxilio, el que sea, que la vengan a ayudar que ayuden con el cuerpo, que le den más tiempo de vida. Cuando su padre se niega, ella decide extorsionarlo con contarle todo a su familia; así, a él (Alejandro Awada) no le queda más remedio que asistir. El gran acierto de Sarasola Day será balancear de modo equilibrio tanto el thriller narco, como el drama íntimo familiar. "Sangre Blanca" es un film sobre la relación de una hija, queriendo reconectar con un padre que la niega sistemáticamente. Obviamente es fruto de una unión extramatrimonial ¿una prostituta? Él ya tiene una vida hecha, con una esposa y otros hijos, con los que lleva una imagen intachable; lo que menos quiere es conectar con esa mancha en su currículum. Tal como sucedía en "Deshora", a Sarasola Day le interesa revisionar los vínculos sucios. Crear un limbo en el que nada es demasiado claro, donde la desesperación, la necesidad, y el amor se confunden. Como tal, prevaleciendo los vínculos, estos no se expresan tanto en palabras. "Sangre Blanca" es un film de gestos y situaciones, entre los dos protagonistas, no hay la mejor de las relaciones como para hablan largo y distendido. Los dos quieren terminar con esto cuanto antes. Sin embargo, peso a tener grandes silencios, su directora maneja un timing de tensión exacto, que hace que el film nunca sea aburrido, pesado, ni menos moroso. Desde el primer instante capta nuestra atención y no nos larga. Sobre este último punto es fundamental el contexto. Esa espada de Damocles permanente que pesa sobre Martina, esa imposibilidad de sacarse al muerto de encima (literalmente), y la desesperación por saber que deberá vaciar un cadáver. Todo eso, apunta el condimento de policial necesario para que la acción en el film sea continua. Alejandro Awada es ideal para este tipo de papeles, seco, de emociones internas, medio querible, medio despreciable, escondedor. Tenemos otra gran actuación suya. Eva de Dominici vuelve a sorprender. Es grato ver como una actriz que podría quedarse en la comodidad del culebrón dado su natural canon de belleza, elige el cine para arriesgarse en roles diferentes, fuertes. Martina le escapa al cliché. No es la típica mujer humilde marginal, es adicta pero tampoco se subraya ese dato sobremanera. Es una mujer que, en otras condiciones, llamaría la atención, no por su peligrosidad, sino por su presencia. Dominici la compone desesperada, siempre al borde del llanto y quebrada; no era fácil hacerla creíble, y ella lo logra. También era fundamental la química entre ambos. No es la química normal entre un padre y una hija. Hay factores especiales. Influye que él no quiere saber nada, que ella quisiera reconectar y romper la muralla de ese hombre; y sobre todo, afecta el contexto. Ellos se rechazan y se atraen. Bárbara Sarasola Day maneja esta vinculación con precisión, logrando el punto más importante de la propuesta. Esa zona fronteriza tampoco es presentada bajo el típico cliché, se ve y se siente real. Sucia, sudorosa, polvorienta, marginal pero con seres de diferente clase. No estigmatizada. "Sangre Blanca" no necesita ser una película enorme. Es una propuesta de atmósfera, con los diálogos justos pero mucho ritmo de tensión, una historia ya conocida pero con los ingredientes correctos para capturar la atención, y dos protagonistas en sus mejores formas. El resultado es una película que convence.
Martina (Eva De Dominici) y su novio Manuel (Rakhal Herrero) cruzan de madrugada la frontera entre Bolivia y la Argentina. En principio parecen simples mochileros como tantos otros jóvenes que pasan de un país a otro, pero ya en la primera secuencia descubriremos que en verdad están trabajando como "mulas". Manuel llega a los tumbos al hotel y muere sobre la cama al estallarle una cápsula de cocaína que llevaba dentro de su cuerpo. Desesperada (porque no sabe qué hacer con el cuerpo y además tiene a los narcotraficantes para los que transportaban las cápsulas exigiéndole la entrega de la droga), Martina no tiene otra opción que llamar a su padre (Alejandro Awada), que nunca la reconoció y con el que no se habla desde hace años. Luego de muchas dudas y presionada por ella, Javier viajará al norte para ayudar a esa hija que él trató de olvidar luego de formar otra familia. Así planteadas las cosas, Sangre blanca -que se ubica en las antípodas de Deshora, la mucho más minimalista ópera prima de la directora Bárbara Sarasola-Day- pendula entre el thriller, el drama familiar (¿habrá una segunda oportunidad para los protagonistas?) y algunas explosiones de gore. El film, narrado e interpretado con solvencia aunque sin mayores hallazgos, consigue ciertos pasajes de tensión y encuentra en las escenas en exteriores -con esa mezcla entre pintoresca y sórdida de las zonas de frontera en el norte- un plus que el espectador agradecerá.
Un drama de identidad Dada la provisoriedad de los lazos, el del reencuentro del hijo/hija con el padre al que nunca vio, o casi no vio, se convirtió a lo largo de los últimos lustros en un tema tan transitado por el cine contemporáneo que ya pasó a ser un tópico. Lo que no es tan común es que la hija llame al padre abandónico para que la ayude en una cuestión de drogas, desde la frontera argentina-boliviana y apurada por los tipos que la contrataron. Cuestión que no terminará de modo muy higiénico. Si esto suena a humor negro es el crítico el que se lo pone, ya que Sangre blanca narra su historia como un seco y trágico drama de identidad, en el que la protagonista deberá apretar al padre para que éste cumpla su rol aun a disgusto. Recién cuando lo haga es posible que no lo necesite más. El trabajo de “mula” fronteriza suelen hacerlo chicas económicamente al borde, dispuestas a tragarse cerca de un centenar de cápsulas conteniendo lo que fuera (cocaína, en este caso) y defecarlas más tarde, limpiándolas y entregándolas al contratante, por una paga nunca justa. En las primeras escenas se la ve a Eva de Dominici como mula-mochilera, con esos ojos celestes, ese tipo algo lánguido que contrasta con su físico, el detalle del arito de alpaca, y hay algo que no pega. Conviene no darle bolilla a esa aparente incoherencia porque más tarde se explica, e incluso se la puede interpretar como un conflicto derivado de la ausencia paterna. Martina se encuentra en la localidad jujeña de Salvador Mazza, en la frontera con Bolivia, con un cadáver en la habitación de su hotel y un traficante que le exige por celular que le entregue todas las cápsulas. A lo único que atina la chica es a llamar a su padre (Alejandro Awada), que vive en Buenos Aires y no quiere saber nada con ir a rescatarla a ninguna frontera del país. Sobre todo porque Martina, fruto del estado de shock en que se halla, dice no saber en qué frontera está. Allí es donde el padre y el rol de padre encajan instintivamente, como piezas de un Rasti, y sólo será cuestión de esperar su llegada. Cuando en la cabina telefónica Martina tiene primero una crisis de llanto, después una de nervios y enseguida algo parecido a un ataque de pánico, el espectador (este espectador, al menos), siente deseos de ingresar en la pantalla, hacerla reaccionar y volver a la butaca. En realidad es perfectamente comprensible que reaccione de esa manera, ya que se está comportando ante su padre como la nena que nunca tuvo ocasión de ser. De hecho, su conducta tiene éxito. Aunque narra ese reencuentro casi atávico, Sangre blanca es una historia que ocurre en presente, tal como sucedía con Deshora (2013), ópera prima de la realizadora y guionista salteña Bárbara Sarasola-Day. Está el tiempo de la espera del padre, por la noche, cuando Martina sale a recorrer las solitarias calles del pueblo, juega con unos videogames, va a una disco y termina durmiendo en casa de un muchacho del lugar, para evitar volver a su habitación-cementerio. Y está el tiempo de la acción, en el que el padre deberá tomar la poco agradable iniciativa de recolectar las cápsulas faltantes, con ayuda de Martina. La entrega a un traficante que tiene pinta de político intachable y una imagen final que sugiere que ahora sí la chica está en condiciones de integrarse al todo. Sarasola-Day filma con seguridad y pericia técnica, los ambientes son convenientemente oscuros y raídos, Awada confirma que las sobreactuaciones quedaron definitivamente atrás y De Dominici muestra las necesarias agallas, con perdón por la expresión en este caso.
En la frontera entre Bolivia y la Argentina una pareja de jóvenes "mulas" tiene un grave percance y el hombre muere con las cápsulas de cocaína en su estómago. La joven es apretada por los narcos que la contrataron para que recupere la droga a como dé lugar. Sin saber bien qué hacer, ella deja el cadáver en el cuarto de su hotel y llama por teléfono a su padre, con el que por algún motivo no sólo no tiene la más minima relación sino también un fuerte resentimiento mutuo. "Sangre blanca" es un temible drama policial, con situaciones escabrosas a las que no escapa a la hora de ubicar la cámara. La directora y guionista Bárbara Sarasola-Day construye un relato tenso y cruel donde la anécdota policial se mezcla astutamente con esa relación padre-hija de la que casi no sabemos nada, excepto que está repleta de malas vibraciones. Si el film logra un alto nivel de verosimilitud no es sólo por el buen uso de las locaciones de la frontera y la elección de los personajes secundarios, sino sobre todo por las excelentes actuaciones de Eva de Dominici y Alejandro Awada en dos composiciones complejas.
A los diez minutos de película uno entiende cuál será la desgracia de Sangre blanca: nada tiene que contar más allá de una anécdota sórdida con narcotraficantes. Pretender que de esta anécdota se desate un psicodrama entre padre e hija lo hace aún más evidente. Su directora, Bárbara Sarasola-Day, tampoco logra darle textura al tiempo muerto, batallando entre el lirismo de una espera y la intensidad del thriller. Eva De Dominici y Rakhal Herrero cruzan la frontera de Bolivia a Argentina con cápsulas de cocaína en el estómago. Ya de entrada resulta exigente conectar el cuerpo hiperestilizado de Eva De Dominici con la figura de una mula; verla transpirada con su musculosa blanca y el pelo atado la aproxima más a Tomb Rider. Pero aún hecha esta concesión, inclusive luego de testimoniar la ingesta de laxante y la excreción de las cápsulas, poco cierran sus motivaciones, su pasado, su conducta errática. Un velo de misterio psicológico que en lugar de sugestionar, desconecta. Algo extraño en Sarasola-Day si pensamos en su ópera prima, Deshora (2013), que trabajaba con prolijidad la dimensión íntima de los personajes. En esta operación narco algo sale mal, así que Eva De Dominici llama a su padre, Alejandro Awada, para que la ayude a abrir un cadáver y sacar más cápsulas de cocaína. El padre nunca se hizo cargo de su hija y esto le impondrá al relato un tono terapéutico absurdo. Reclamos, perdones, comprensiones, etcétera, todo recitado en un cuarto de hotel siguiendo los procedimientos del teatro filmado. Por suerte la cámara sale al exterior y regala planos muy buenos del norte argentino. Filmar la precariedad y el desorden arquitectónico de estas ciudades no suele ser fácil, pero el ojo de la directora de fotografía, Soledad Rodríguez, logra acoplar paisaje, habitantes y edificios con juegos lumínicos por demás interesantes. El sudor, la erosión de las paredes, el polvo, el sofocamiento, serán estados transferibles para el espectador. No podrá decirse lo mismo de la narrativa, indecisamente sórdida y tibiamente dramática.
Martina cruza la frontera desde Bolivia a Salta. Va con su novio, pero ellos son algo más que una pareja, son dos portadores de cuerpos tóxicos. Barbara Sarasola-Day, que tuvo un debut desparejo con "Deshora", llega con una propuesta más lograda. Sin llegar a tener el vuelo de "María , llena eres de gracia", película clave en explorar el derrotero de las "mulas" del narcotráfico, "Sangre blanca" apuesta a contar una historia que permite varias lecturas. Porque ni victimiza, ni coloca como una villana a la protagonista (acertado rol de Eva de Dominici), sólo la expone en un lugar de necesidad y fragilidad. A Martina el plan le sale mal. Porque su novio muere en una sucia pieza de hotel debido a que su cuerpo no resistió las cápsulas de cocaína que llevaba dentro. Desesperada, deberá cumplir con quienes la contrataron. Ellos quieren la droga o el dinero. Y plata es lo que le falta. Ahí aparece en escena el vínculo con su padre ausente. El momento del pedido de ayuda a su papá (Awada, impecable) es lo más alto de su actuación. Hay tensión, cierto clima de thriller y, lo único cuestionable, un desenlace no tan logrado. Sin embargo, el filme acierta en el tono. Es una invitación a hurgar en un mundo oscuro y poner el foco en ciertas miserias.
“Sangre blanca”, de Bárbara Sarasola-Day Por Jorge Bernárdez Martina (Eva de Dominici) cruza la frontera entre la Argentina y Bolivia junto a su novio Manu transportando droga dentro de sus cuerpos, son “mulas” de ocasión, que para hacerse de algo de dinero aceptaron tomar el riesgo. Manu muere por culpa de la rotura de una de las cápsulas que tiene en sus intestinos y Martina entrega lo que portaba, pero sus contratantes le dicen que tiene que entregarlo todo y tiene poco tiempo para hacerlo. Desesperada, Martina llama a su padre, el detalle es que Martina nunca tuvo relación con él, así que este se sorprende al escucharla decir desde el otro lado del teléfono: Soy tu hija. Le cuesta un poco, pero el padre ausente asume que le debe una ayuda, pero el trato es sencillo: él le promete darle una mano a cambio de no volver a verla. Sangre blanca es un una tensa narración de tono policial pero sin policías. No se sabe demasiado de los protagonistas, de hecho de Martina apenas sabemos que viajaba con el novio y llevaba droga para ganar plata. Del padre de ella interpretado Alejandro Awada apenas sabemos que porta un doble apellido y que tiene una familia que no conoce la existencia de esa hija que lo llamó desde la frontera para que la ayude. Bárbara Sarasota Day dirige con mano sólida y mete al espectador de lleno en un relato que confía en si mismo y sobre todo confía en Eva de Dominici y su caracterización de un personaje que se puede mostrar frágil por momentos, pero que es una manipuladora artera. La hora y media de película centrada en la relación entre ese duo de padre e hija que se desconfía mutuamente y que deben negociar con narcotraficantes para poder volver cada uno a su vida. Noventa minutos tensos, de violencia contenida en la frontera de Salta con Bolivia, sostenidos por la actuación la pareja protagónica y un guión que evita la tentación de cancherearla y se remite a narrar. Un ejercicio cinematográfico que se agradece. SANGRE BLANCA Sangre Blanca. Argentina, 2018. Dirección y Guión: Bárbara Sarasola-Day. Elenco: Eva de Dominici, Alejandro Awada, Sergio Prina, Rakhal Herrero. Producción: Bárbara Sarasola-Day, Diego Dubcovsky y Federico Eibuszyc. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 96 minutos.
Manuel se siente mal, acaba de cruzar la frontera con Martina y no da más del dolor. Como puede, ella lo lleva hasta un hotel. Él se retuerce en la cama de sufrimiento y ella le dice que tiene que ir al baño. La primera escena de Sangre Blanca nos presenta el clima que va a predominar durante toda la película: nerviosismo, intriga y desesperación.
Todo comienza cuando vemos a Martina (Eva De Dominici) y Manuel (Rakhal Herrero) cruzando la frontera desde Bolivia, él se siente mal, a ellos se los ve desesperados y a los pocos minutos descubrimos que son “mulas” que se instalan en un hotel pero él muere con las cápsulas de cocaína adentro y Martina queda totalmente sola. A ella la comienzan a presionar y controlar los traficantes porque quieren todas las cápsulas y no les interesa nada de lo que le ocurra porque debe cumplir el pacto. Ella vive la angustiante situación sola y finalmente decide recurrir a su padre biológico Javier (Alejandro Awada) con quien nunca tuvo relación y quien además está casado y tiene un hijo. Martina mientras espera la resolución recorre el lugar, conoce a un joven (Sergio Prina “El motoarrebatador”) tiene un amor transitorio y sufre algunas persecuciones de los traficantes. Lo que continúa es una fuerte tensión, desesperanza y desesperación, por otra parte está el reencuentro entre una hija y un padre, pero ese encuentro es forzado e irán viviendo ciertas incomodidades, desequilibrios, tensiones, nerviosismo y desconfianza. Eva de Dominici y Alejandro Awada logran buena química e interpretación, aunque tiene algunas escenas débiles, los acompaña la banda sonora de Santiago Pedroncini, un bello paisaje, se van generando interesante climas, se van creando atmósferas ante un calor agobiante y seres que se sienten asfixiados. Además se muestra como son tentados mochileros ingenuos que deambulan por Latinoamérica, los peligros que corren por conseguir dinero y escapar de ciertas condiciones.
Martina y Manuel son dos ‘mulas’ que cruzan la frontera limítrofe del noroeste argentino con Bolivia. En la habitación del hotel, Manuel se descompone luego de ingerir las cápsulas con drogas que intenta contrabandear. En pocos minutos, el desenlace es fatal. Martina (interpretada por Eva De Dominici) se encuentra ante una situación imprevista: los mafiosos le exigen que le entregue la totalidad de las cápsulas y ella no sabe cómo proceder. En un lugar que le resulta extraño, cargando con la muerte de su compañero y con los traficantes pisándole los talones, no puede escapar. Se siente acorralada, amenazada, sin rumbo. Allí entra en juego a la historia el personaje interpretado por Alejandro Awada, a traer la siempre bienvenida solución externa. El ‘salvataje a último minuto’ tan popular desde tiempos inmemoriales. Claro, el vínculo que lo une con Martina otorga otro matiz dramático a la historia: es su padre. Aunque no la reconoce como hija. Lo cual dificulta la decisión: ¿la ayudará o no? ¿Vendrá al rescate? Lo más interesante de la historia resulta ser el lado ‘b’ de la trama, que es la llegada del padre, disparador que desata un drama psicológico que convierte al cargamento de drogas en una cuestión casi anecdotaria. Esa relación que nunca existió (y que reprochan mutuamente mediante agresiones verbales poco verosímiles) empieza a construirse, pero con más desconfianza y oportunismo que sinceridad y voluntad. Subliminalmente, uno podría pensar que un cadáver terminó uniendo a padre e hija, y el análisis allí se vuelve más profundo. Lamentablemente, “Sangre Blanca” elige quedarse estancada en la superficialidad. Sin demasiado atino, el relato intenta explorar las consecuencias que debe afrontar el personaje de Martina, testigo de un accidente fatal del que participa directamente, al tiempo que reflexiona sobre el aspecto moral de su proceder. Como casi siempre, estas cosas suelen salir mal y así se verá involucrada en esta tesitura, pugnando por salir ilesa del asunto ‘mafioso’ y a la vez construyendo su identidad de hija reconocida. La labor de Alejandro Awada es irreprochable, componiendo a un personaje áspero, hostil y severo con la dosis justa de sangre fría para ponerse al mando de la situación, por desagracia su enorme talento actoral luce desperdiciado. De Dominici, en cambio, no deja igual de buena impresión que en su consagratorio rol en “Sangre en la Boca”. Su personaje luce forzado en su angustia, sufrimiento y desesperación. La directora salteña Bárbara Sarasola-Day (autora de la muy lograda “Deshora”, 2013) filma con solvencia técnica los ambientes norteños que albergan la historia, prestando especial atención a los paisajes, la marginalidad del entorno y los rasgos autóctonos de los lugareños, proveyendo una atmósfera atractiva que la débil narración y los múltiples lugares comunes que atraviesa terminan por desvanecer. Con abundantes tiempos muertos que acompañan la cotidianeidad de estos personajes a lo largo de esos días de pesadilla, el film peca de falta de concreción. Pasando del reclamo exacerbado al perdón implícito, el personaje de De Dominici restituye la relación con su padre, a medida que la vulnerabilidad que siente, inmersa en este laberinto, la desestabiliza. Él, por su parte, promete ayuda, pero exige distancia luego. Quizás, el desarrollo del vínculo paternal sea una forma de encontrar una contención, una pared momentánea en medio de la tragedia personal. También lo son sus escapes nocturnos y sus encuentros sexuales furtivos. Probablemente sería más interesante si la realizadora dedicara un poco más de peso social en el relato para explorar posibles orígenes que llevan al narcotráfico. Miles de jóvenes de clases económicamente desfavorecidas se hacen pasar por ‘mulas’, siendo salvajemente explotados por redes que se manejan impunemente. De manera confusa y sin demasiado hilo para cortar, la trama avanza sin potenciar lo suficiente las emociones de sus personajes, a merced de estas redes. Sin grandes hallazgos ni condimentos que complejicen la trama, “Sangre Blanca” consigue exiguos pasajes de tensión dentro de la sofocante habitación de hotel, que no logran explotar el suspenso que merece la presencia del cadáver y el acecho de los dueños de la droga. No existe el impacto ni la intensidad que este tipo de género requiere, tampoco la dosis recomendada de entretenimiento. El film transita hasta su desenlace en un lento y monótono fundido
Dirigida y escrita por Bárbara Sarasola-Day, Sangre blanca es un thriller que tiene como protagonistas a una hija y su padre distanciados en medio de una situación peligrosa relacionada con el pasaje de drogas a través de la frontera. Eva De Dominici es una joven que llega junto a un muchacho a Bolivia. Pero él se siente mal y en la habitación de un hotel, fallece. De a poco se va comprendiendo lo que sucedió: ambos fueron convencidos para pasar droga dentro de sus cuerpos de un país a otro y una de esas cápsulas reventó en el cuerpo del muchacho. De repente la chica se queda sola, en un lugar que no conoce y con la amenaza de lo peor por parte de quienes manejan el negocio. No tiene a nadie, ni acá ni allá, pero entonces decide llamar a su padre, un hombre que se alejó de su vida, que nunca se hizo cargo ni la reconoció y que, aparentemente, no tiene ninguna razón para querer ir a ayudarla. Y sin embargo termina cediendo y se convertirá en su cómplice, mientras intentan terminar con aquello por lo que ella está ahí y poder seguir adelante. En otras palabras, necesitan recuperar todas las cápsulas de cocaína, incluidas las que quedaron dentro del cuerpo del ahora cadáver. La película de Bárbara Sarasola-Day apuesta al thriller y no escatima a la hora de crear imágenes no aptas para sensibles. Lleva al límite a sus personajes que, a la larga, no quieren más que sobrevivir y salir de esa terrible situación en la que se vieron de repente inmersos. Por debajo de la película de género también está la crítica social al mundo del narcotráfico e incluso a las posibles consecuencias que una ruptura de lazos familiar temprana puede generar. Hay que resaltar que De Dominici logra un muy buen trabajo teniendo al lado a un actor como Alejandro Awada, siempre capaz con personajes oscuros y poco agradables. No obstante ella pone el cuerpo y se banca largos planos que recaen en no mucho más que sus expresiones.
La nueva película de Barbara Sarasola-Day abre con la espalda de un gendarme, en la frontera entre Bolivia y Argentina, dejando explícita la cuestión del límite tanto físico como legal, pero también aquello que ocurre fuera del radar de las autoridades. En esa secuencia introductoria, dos jóvenes con colgante de alpaca y mochila gigante a cuestas, cruzan como espectros, en puntitas, llegan a un hotelucho en Salvador Mazza y se acuestan, aunque, con un pequeño problema. A Manuel se le revienta una cápsula de cocaína en la panza y ahí donde se acuesta, muerto queda. Ahora, Martina (Eva de Dominici), su acompañante de ojos celestes demasiados brillosos para jugar a hacerse la mula, es quien debe decidir, sola, qué hacer con el cadáver, con la droga y con las cuentas a saldar con los traficantes. Sangre Blanca se mueve justo allí, en la clandestinidad, como un niño distraído que juega a la pelota en la calle, con una ligera inocencia e ignorancia de los peligros que realmente existen en la frontera. Y digo ignorancia porque los narcotraficantes a los que Martina debe responder para salvar su vida apenas la acechan. La siguen a madrugada con sus motocicletas por el pueblo jujeño, alguna que otra amenaza más y eso es todo. Obviamente que están lejos del poderío asesino de Pablo Escobar, pero uno se empieza a preguntar si la rudeza con la que se pinta a la protagonista, alguien que es capaz de correr el riesgo de tragarse varios gramos de estupefacientes en su estómago para hacer plata fácil, no es suficiente para agarrar sus pertenencias y fugarse así sin más. Este inicio asfixiante que crea la directora alcanza su punto más alto de tensión en una impecable escena dentro de una pequeña cabina telefónica. Ya casi sin oxígeno, la protagonista pide auxilio a un padre abandónico (Alejandro Awada) que poco quiere hacerse cargo de la situación, mucho menos de la relación, pero que luego de tranquilizarla manteniendo una distancia médico-paciente, termina aceptando el capricho de su hija. Por momentos, el drama fronterizo se pierde entre los vericuetos de una relación filio-paternal inexistente por causas que apenas se esbozan. Una vez que su padre arriba, la inquietante paranoia de Martina, que la había obligado a ponerse en rol femme fatale para conquistar un lugareño y tener un techo donde pernoctar, desaparece por completo ante la sobriedad de quien, por su profesión, será el encargado de meter mano ahí donde el coraje de su hija no llega. Esa suspensión del miedo al fuera de campo, agota el thriller inicial y termina encerrando a ambos personajes (y únicos motores de la historia) entre cuatro paredes de una habitación convertida ahora en morgue y sala de autopsia desaprovechando la posibilidad de mostrar la sordidez y exteriores del norte argentino. Si tampoco se atreve a revelar los conflictos que provocaron el distanciamiento entre ellos dos, no hay mucho más que la película pueda dar. La cámara filma desde atrás, ensimismada a sus personajes, como una mochila pesada que se carga en la espalda y dificulta el andar. Una mochila que nunca muestra lo que lleva dentro pero que de buenas a primeras se aliviana, dejando partir a la protagonista, de vuelta al Norte, libre, hacia el lado contrario de su padre. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Eva de Dominici y Alejandro Awada protagonizan este pequeño pero intenso thriller centrado en una mujer que se mete en problemas con narcotraficantes en el norte argentino y en su padre, el único que puede ayudarla a salir de esa complicada situación. El término “película clase B” tiene una definición más concreta y otra, si se quiere, un tanto más metafórica. Cuando uno, hoy, y especialmente al hablar de una película argentina, se refiere a ella como “de clase B” no se está refiriendo al presupuesto ni mucho menos a su calidad. El término acuñado en Hollywood para definir un tipo de producción cinematográfica económica hoy en día representa una idea de cine más que una condición de producción. Si uno dice que SANGRE BLANCA es una buena película de Clase B a lo que se refiere es que ha usado sus probablemente limitados recursos (de locaciones, de semanas de rodaje, etc) de una manera muy eficiente y efectiva. Pero, más que nada, se refiere a un tipo de experiencia: un filme de género puro y duro, generalmente de trama simple y directa, que logra atrapar al espectador con recursos acotados pero nobles. El cine argentino ha tenido algunos ejemplares de ese tipo tiempo atrás, pero hoy en día no hay demasiados ya que muchos de los thrillers populares de hoy son las grandes producciones nacionales de cada año (como EL CLAN o EL ANGEL) y el cine de género ha elegido parecerse más a las adaptaciones del Hollywood reciente que al pequeño y noble filme de género hecho con unos pocos personajes y locaciones. SANGRE BLANCA, como lo fue hace poco LA EDUCACION DEL REY, apunta a eso. Tiene un disparador propio de un filme de suspenso clásico y luego juega con ellos de la manera más minimalista posible. Es la historia de Martina (Eva de Dominici), una chica que cruza de Bolivia a Salta junto a su pareja, ambos llevando drogas dentro del cuerpo en pequeñas bolsitas. Estas improvisadas “mulas” dejan en claro que no están preparadas para la tarea cuando él, apenas atraviesan la frontera, se muere con las drogas dentro del cuerpo. Ella, completamente inexperta en estos mundos, se encuentra ante la complicada situación de tener que responder por ese cargamento ante los traficantes de turno que esperan rápidamente recibirlo. La única posibilidad que se le ocurre es hacer venir a su padre (Alejandro Awada), un médico con el que casi no tiene relación. De hecho, se llevan pésimamente mal. Será así que SANGRE BLANCA se volverá drama y thriller a la vez, con una mujer que necesita salir de una situación peligrosa y un padre que preferiría no tener que meterse en esos ambientes. Bárbara Sarasola-Day, que en su primera película, DESHORA, había apostado a un drama de corte más enigmático y, si se quiere, festivalero, para tratar también una tensa historia de padres e hijos en el norte del país (ella es salteña) demuestra tener mucho manejo y control de los resortes del suspenso, una vez que la situación empieza a volverse cada vez más complicada. Pero también se da tiempo para meterse en la enredada relación entre un padre seco, poco amable y bastante desinteresado en su hija (ya verán cuáles son sus razones) y Martina, una chica que creció odiándolo y con varias cuentas pendientes. Esa es la alianza que tendrán que recomponer mientras las complicaciones y el peligro acechan. SANGRE BLANCA es una película pequeña, de detalles. No esperen escenas de alto impacto en términos de violencia sino que la apuesta corre más por el tema del suspenso: ¿podrán sacar las drogas del cadáver y llevarlas a destino sin ser descubiertos? ¿Podrán superar sus conflictos y “jugar”, aunque sea una vez, para el mismo equipo? Sarasola-Day opta por manejarse en un terreno acotado y, como recordatorio de que estamos ante un material que podría denominarse Clase B, tiene como protagonista a una actriz famosa cuyo look y hasta vestuario no necesariamente resultan realistas para el lugar, el momento ni la situación. Eso, si bien por momentos distrae, nos recuerda que fundamentalmente no estamos viendo nada parecido a la realidad. Es un cuento bien narrado en el que, como en el Hollywood clásico, una diva de ojos azules y figura perfecta tiene que hacer las veces de chica común y corriente. Y es creíble porque el género lo habilita y porque De Dominici es una buena actriz que logra transmitir las complicadas circunstancias y emociones que atraviesa su personaje. Con Awada establecen la relación padre-hija acaso menos amable del planeta, pero solo se tienen el uno al otro y de algún modo deben ayudarse a salir vivos de allí.
Una pareja de jóvenes atraviesa la frontera con Bolivia e ingresa a Argentina. El muchacho, Manuel, se siente realmente mal. Su novia, Martina, lo ayuda como puede a instalarse en un hotel de mala muerte al norte de Salta. Ambos llevan una carga importante de cápsulas de cocaína en el interior de sus cuerpos y sólo ella llegará con vida a la mañana siguiente. Luego del drama Acusada, un vehículo que mostró a Lali Espósito alejada de su rol de figura pop, Sangre blanca empuja a Eva de Dominici a un relato crudo y realista, marcado por la urgencia de la supervivencia y el miedo de la protagonista acorralada a ser condenada por fuerzas que la superan ampliamente. De allí parte un impensado periplo: de mujer en problemas a femme fatale y de regreso al inicio del juego. Un llamado telefónico de urgencia con un pedido de ayuda desesperado llevará hacia el lugar de los hechos a un personaje del pasado más remoto de la protagonista, un hombre mucho mayor que ella con el que no tiene el mejor vínculo, interpretado por Alejandro Awada con habitual circunspección. En su segundo largometraje, la directora y guionista salteña Bárbara Sarasola-Day potencia aún más los elementos de suspenso que podían verse en su ópera prima, Deshora, y los lleva por el sendero del thriller, a mitad de camino entre el relato policial para un público masivo y el retrato de personajes atrapados en su propio laberinto, y sus vínculos familiares. En una hora y media, la película nunca abandona el lado oscuro y ofrece incluso alguna que otra secuencia de sordidez explícita, aunque no todas sus piezas funcionan todo el tiempo, y tiene más de un espacio donde la tensión se disipa, al punto de que parece desaparecer casi por completo.