En pos de la construcción metalizada. En muchos sentidos Se Levanta el Viento (Kaze Tachinu, 2013) es el opus más crepuscular de Hayao Miyazaki, ya no sólo por una suerte de maximización de ese dejo melancólico e introspectivo tan característico del señor, sino también por lo que parece ser una decisión concienzuda de establecer un quiebre con su producción anterior vía una dialéctica de espejos en la que determinados rasgos de su propia persona encuentran su equivalente en la figura de Jirô Horikoshi, el ingeniero aeronáutico responsable de los aviones de combate de vanguardia utilizados por el Imperio de Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos pacifistas y obsesos de las maravillas del aire, la vida creativa ha sido su principal sustento. Adoptando la forma de una biopic desestructurada y un tanto ambivalente, la historia cubre tres períodos en el derrotero de Horikoshi: su niñez en 1916 y la primera entrevista onírica con Giovanni Battista Caproni, un famoso diseñador de aviones (quien lo incentiva a que supere su miopía reemplazando su deseo de volar con el de imaginar/ concebir aeronaves), sus primeros pasos en la Mitsubishi en 1927 y la colaboración con sus colegas alemanes (así de a poco descubre los detalles del ámbito laboral), y finalmente la relación amorosa que inicia en la década del 30 con Naoko Satomi, una joven enferma de tuberculosis que conoció años atrás (casi en paralelo a la cumbre profesional en tanto autoridad en su rubro). Indudablemente el director ha optado por la madurez, circunstancia que se condice con un desarrollo aletargado, la ausencia práctica de componentes mágicos y la presencia de un protagonista masculino, tan idealista y abstraído como sus homólogos femeninos pero sin aquella inocencia vinculada al quijotismo de las utopías de la infancia. Hoy Jirô avanza y avanza en sus epopeyas aladas con la plena conciencia de las contradicciones del caso, en especial la confluencia entre la belleza implícita de sus creaciones y el destino que les espera, léase la industria armamentista y la locura genocida. Está clarísimo que para Miyazaki las inquietudes de la adolescencia eclosionan en los sinsabores del devenir adulto. Ya nada queda del surrealismo despampanante de El Viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001) y El Increíble Castillo Vagabundo (Hauru no Ugoku Shiro, 2004), la épica freak símil Porco Rosso (1992) y El Castillo en el Cielo (Tenkû no Shiro Rapyuta, 1986), las alegorías ambientalistas de Mi Vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988) y La Princesa Mononoke (Mononoke-hime, 1997), la candidez sui géneris en sintonía con El Delivery de Kiki (Majo no Takkyûbin, 1989) y Ponyo y el Secreto de la Sirenita (Gake no ue no Ponyo, 2008), o el clasicismo de Nausicaä del Valle del Viento (Kaze no Tani no Naushika, 1984) y El Castillo de Cagliostro (Rupan Sansei: Kariosutoro no Shiro, 1979). Sin embargo, una de las grandes preocupaciones del septuagenario realizador, la transición del Japón tradicional al moderno, continúa presente en el film gracias al énfasis sobre el carácter vetusto de la idiosincrasia local y los esfuerzos de Horikoshi en pos de afianzar al metal como sustrato principal del fuselaje, en lo podríamos interpretar como una exégesis de lo que ha sido la cultura nipona a posteriori de la invasión norteamericana de la Segunda Guerra Mundial (hablamos de esa antítesis entre un ímpetu fetichista para con los adelantos tecnológicos y una ética antiquísima relacionada con el honor). En este sentido, la frialdad de la primera mitad se contrapone con la calidez y el pesar de la segunda parte del convite. Quizás sin proponérselo, el cineasta construyó una especie de precuela conceptual de la prodigiosa La Tumba de las Luciérnagas (Hotaru no Haka, 1988), la obra maestra de Isao Takahata, quien hace poco tiempo tuvo un regreso a toda pompa a la escena internacional con la muy interesante El Cuento de la Princesa Kaguya (Kaguyahime no Monogatari, 2013). Aquí Miyazaki no llega al nivel cualitativo de la propuesta de su colega aunque consigue destacarse sin sobresaltos en un contexto contemporáneo eternamente dominado por una animación mainstream paupérrima. Se Levanta el Viento es una hermosa reflexión acerca del amor, las conquistas individuales y sus desfasajes en torno a la praxis comunal…
La última película que Hayao Miyazaki nos regala por medio de Studio Ghibli llega a los cines argentinos. Todo en esta pieza emana olor a despedida. Siendo un film maduro y complejo, que parece dirigido al público que creció con el director más que a los niños, como se la promociona. Volar, el sueño de los hombres y los pájaros enfermos Acostumbrados a los bosques mágicos y criaturas míticas que Studio Ghibli se ha caracterizado por crear, en Se levanta el viento se pierden bajo una Tokio empobrecida por la segunda guerra mundial. Esto resulta algo chocante en un primer momento, sin embargo, la increíble animación que se explaya en una paleta de colores vivos en diferentes contrastes, compensa la falta de árboles milenarios. Miyazaki toma el poema Le vent se lève, del escritor francés Paul Valéry como una reflexión ante los distintos movimientos de la vida, el resistir ante las inesperadas situaciones, lo que implica la muerte y los cambios. Con ésta filosofía nos cuenta la vida de Jiro Horikoshi, un ingeniero aeronáutico que será el protagonista de la historia. Mezclando el mundo de la vigilia con el de los sueños en una línea tan fina que de a momentos nos cuesta seguir, vamos transitando su infancia y el sueño de convertirse en un diseñador, que cumple con el costo de tener que crear aviones para la Segunda Guerra. Es necesario aclarar que ciertos sucesos como la construcción de algunos aviones y demás son reales, mientras que otros fueron completamente ficticios y sólo es una historia contada por el maestro Miyazaki que no tienen que ver con la vida del Horikoshi real. Si bien apunta a un público más adulto y no a los niños que podrían haber disfrutado piezas anteriores como Totoro, así y todo se hace tedioso. Me refiero a escenas demasiado largas y silencios prolongados que hacen de los 126 minutos que dura se sientan. Lo curioso es la forma en la que Miyazaki plasma en el film todas sus ideas pacifistas, que se hacen eco de los sueños de Jiro. Aquí se ve una fuerte crítica al gobierno conservador japonés, aunque quizás dependa de la impresión que cada uno pueda hacerse del mensaje. Algunos creerán que se glorifica al imperialismo japonés, sin embargo queda claro que lo que se busca es salir de la pobreza, y dejar atrás la desigualdad que impide que niños puedan cenar todas las noches. Esto se debate entre las charlas que tiene Jiro con su socio y amigo en la empresa. Estas conversaciones,unidas a imágenes de los sueños del ingeniero cuando pisa los escombros que dejó la guerra, nos permite transportarnos al dolor que generan las luchas, a veces dañando hasta la muerte y otras con consecuencias no tan definitivas pero igual de crueles. El personaje de Jiro es sumamente reflexivo, pero también nos topamos con la joven Naoko, quién nos permite sentir su amor anudado a una lucha por su vida. La hermana de Jiro y los dos ancianos que le prestan su casa para poder protegerse (uno de ellos su Jefe) le dan un toque caricaturesco y cómico que genera hasta sonrisas al ver como el cabello del director se bambolea al paso torpe similar a los dibujos de Dragon Ball. El final nos trae a otra reflexión, que invita al espectador a replantearse, repreguntarse y dudar acerca de si uno entiende qué esta sucediendo allí, y que ha sucedido hasta entonces. Algo que sin dudas genera un poquito de nostalgia sabiendo que estamos ante la despedida de un maestro. Conclusión Se levanta el viento es una película que vale la pena ir a verla al cine, no con una compañía muy pequeña, ya que se aburriría y perdería el sentido de la trama. Linda para disfrutar en pareja o con algún hijo o sobrino que anda por la pubertad o adolescencia.
De Hayao Miyazaki, maestro en la animación japonesa, El Viento Se Levanta nos cuenta la historia de Jiro, un pequeño niño que sueña con pilotar un avión y surcar los cielos, pero debido a la condición de sus ojos, debe conformarse con volar sólo en sueños y tener la oportunidad de participar en la construcción de Zero, el avión que terminaría siendo pieza fundamental de Japón en la segunda guerra mundial. Basado en el manga que el mismo director escribió, a su vez basada en un cuento corto, el ganador del oscar cuenta una historia más onírica que verdadera. Mientras conoce a un italiano diseñador de aviones en su sueño, y mientras espía la tecnología alemana para entrar en la guerra y competir en el campo de la tecnología a nivel mundial, Jiro se enamora de una pequeña niña a la que años atrás salvó la vida. Así, cual si fuera n espejo de su vida, Miyazaki se prepara durante los 126 minutos, en medio de un espectáculo de colores y paisajes, para decir adiós al mundo del cine. O al menos eso es lo que planea. Sin embargo, no podemos decir que haya sido el adiós más afortunado. después de obras maestras como El Viaje de Chihiro (ganadora del oscar a mejor película animada en 2002), Mi amigo Totoro o El Castillo Ambulante, pareciera que con El Viento Se Levanta llega a un punto muerto. No puede presentar más belleza de la que ya ha presentado. No alcanza su listón más alto y deja un pequeño sabor a derrota a pesar de lo hermoso y lo poético de la obra. Aún cuando es quizá la más real de sus obras (la primera y segunda guerra mundial, el terremoto de 1923, la gran depresión, la epidemia de tuberculosis, etc), y la más onírica al mismo tiempo, El Viento se levanta es una cruel y triste despedida a un gran maestro de la animación, que demostró que si puedes soñar lo que sea, lo puedes cumplir.
Todo por un sueño El más reciente (y muy probablemente el último) largometraje del maestro japonés de gemas como Princesa Mononoke, El viaje de Chihiro, El increíble castillo vagabundo y Ponyo y el secreto de la sirenita llega a los cines con bastante demora (de hecho, desde hace unos días se está dando en el paquete de HBO), pero vale la pena ver en pantalla grande este drama épico y romántico que reconstruye la historia real de Jiro Horikoshi, el joven inventor que diseñó varios de los aviones utilizados en la Segunda Guerra Mundial. La triste noticia de que Se levanta el viento sería la última película de Hayao Miyazaki dota al film de una dimensión doblemente crepuscular, dado que el japonés es uno de los últimos grandes genios de la animación tradicional (la del lápiz y el pincel). Y, de nuevo, renegando del uso de tecnología digital, el director de El viaje de Chihiro emprende un ejercicio de memoria protagonizado por dos figuras reales: la del protagonista de la película, el ingeniero aeronáutico Jiro Horikoshi –diseñador del avión de combate con el que Japón bombardeó Peral Harbor–, y la del escritor Hori Tatsuo, autor de la novela que da título al film (sacado de un poema de Paul Valéry). La conquista del cielo ha sido siempre una de las obsesiones de Miyazaki, hecho que ha llenado su cine de sofisticados aparatos voladores y de mágicas criaturas aladas. Sin embargo, en Se levanta el viento, esta fascinación se viste de realismo: estamos ante la película menos fantástica y menos infantil de la trayectoria del dibujante japonés. Una apuesta naturalista que Miyazaki aliña con unos toques de onirismo que le sirven para retratar el idealismo del ingeniero Hirokoshi, un personaje que podría verse como el alter ego del director: un artesano entregado en cuerpo y alma a su arte. Una visión romántica del personaje que despertó suspicacias entre algunos espectadores que acusaron al film de una cierta ceguera ante las implicaciones inmorales del proyecto belicista que hizo célebre el trabajo de Hirokoshi. Sin embargo, dicha acusación pierde fuerza ante el elocuente trasfondo antibelicista del conjunto de la obra de Miyazaki, muy presente también en Kaze Tachinu, en la que el uso militar de los aviones diseñador por Hirokoshi deja una tormentosa huella en la conciencia del personaje. Más allá de la polémica, toca reivindicar el innegable valor artístico de Se levanta el viento, una película que despliega tres hilos narrativos que se van entrecruzando a lo largo de los 126 minutos de metraje. En primer lugar, Miyazaki exhibe su cara más imaginativa cundo se adentra en el mundo onírico de Hirokoshi, que nunca deja atrás sus sueños de infancia, en los que conquista las alturas de la mano del ingeniero italiano Giovanni Caproni. Después, en un registro más convencional, el film se acerca a la biografía de Hirokoshi para escrutar su trayectoria profesional, ofreciendo por el camino un retrato nada complaciente de la Gran Depresión japonesa. Y por último, imbuido de un espíritu poético, Miyazaki conquista las más altas cotas del romanticismo trágico cuando se detiene a describir el matrimonio de Hirokoshi con una joven enferma de tuberculosis –la misma dolencia que afectaba a la madre de las niñas de Mi vecino Totoro–. Esta delicada y sublime subtrama convierte la media hora final de la película en un emotivo santuario a la memoria del gran cineasta japonés Mikio Naruse y del propio Miyazaki. En definitiva, un magistral punto final a la insobornable filmografía de un cineasta inolvidable.
En lo más alto del cielo Con una veintena de títulos en su haber, algunas de ellas obras maestras de la animación tradicional como El viaje de Chihiro (2001), la despedida del maestro Hayao Miyazaki con Se levanta el viento elije el realismo por encima de la fantasía, pero sin abandonar la poética característica de este inigualable dibujante japonés que apela a la historia real del ingeniero aeronáutico Jirô Horikoshi para reflexionar sobre el arte y la vida cuando la pasión y la vocación se interponen ante la rutina de los años. Resulta notable cómo el creador de La Princesa Mononoke (1997) abarca un contexto histórico muy importante para Japón –la infancia de Jirô en 1916, pasando por sus colaboraciones como ingeniero para Mitsubishi en 1927 y su relación amorosa en la década del 30-, que marca además la transición entre lo tradicional y el paulatino abandono de esas costumbres culturales para abrirse al mundo y al modernismo, elementos que entran en tensión y crisis tras la segunda guerra mundial. El avance de la tecnología aplicada a la guerra también forma parte del conflicto del protagonista, quien de niño mantiene el sueño de volar a partir de sus creaciones, al verse afectado de los ojos, aspecto que lo priva de un futuro como piloto. Son los sueños, aquellos que marcan el camino para Jirô durante su preparación y estudios para encontrarle soluciones aerodinámicas a los aviones japoneses, los cuales finalmente hicieron estragos en la guerra e incluso bajo la estrategia de los kamikazes en Pearl Harbor. Cuando el joven entusiasta ingeniero aeronáutico se deja llevar por su imaginación en los sueños, el film de Miyazaki vuela desde lo poético junto con él, para luego aterrizar relajado en el drama épico que sobresale de la pantalla y ocupa el centro de la historia de Jirô Horikoshi, colmada de detalles visuales que hacen de esta película una pieza única de animación tradicional, que rehúye por convicción y amor a la tecnología y a la digitalización para entregar por ejemplo el movimiento de las olas; las nubes y hasta del pelo de la hermosa joven Naoko Satomi, en quien deposita la mirada Jirô y el mismísimo Miyazaki, para dotar de romanticismo su relato crepuscular. En Se levanta el viento aparece oculto el dibujante pero más que eso el artista en la figura de Jirô, cuando la vida le demuestra que el arte no alcanza para soportar el dolor de las pérdidas, contundente despedida del maestro que seguirá conmoviendo cada vez que nos crucemos con esos mundos de fantasía y mitos reelaborados para no sentirnos tan solos.
Poética del movimiento La anunciada despedida es la conquista de un sueño: líneas curvas y personajes entrañables, la utopía de una era industrial armoniosa, el viento como símbolo de libertad. La película más personal del gran Hayao Miyazaki está basada en la vida de Jiro Horikoshi, el ingeniero aeronáutico que ideó los famosos aviones caza Mitsubishi A6M Zero que utilizó Japón en la II Guerra Mundial. El cineasta abraza el sueño de su joven alter ego con fidelidad y precisión, mostrando en detalle realidades tan prosaicas como la vida en una empresa, la especificidad de los problemas técnicos que se presentan para los empleados o las visitas profesionales que realizan a sus homólogos alemanes. La erudición y la pasión de Miyazaki por la aventura científica nos sumergen con deleite y excitación en las cuestiones físicas de los aparatos, en las articulaciones y fuselajes aerodinámicos, en los problemas de movilidad en el aire. La representación del taller donde trabaja Jiro remite a la mesa de la producción de dibujos animados con sus decenas de jóvenes lápiz en mano concentrados en sus tableros.El anclaje histórico, a la vez presente y ligeramente periférico, aparece de vez en cuando para empañar el sueño de nuestro héroe con las grandes catástrofes de su tiempo: la crisis financiera, la falta de recursos, la militarización de Japón y su deslizamiento tangible hacia la catástrofe. La película carga con el desastre tecnológico, ecológico y moral provocando el accidente de Fukushima. Las figuras proféticas del río contaminado convertido en monstruo en El viaje de Chihiro, la rebelión de los espíritus del bosque frente a los avances industriales en La Princesa Mononoke, o la tormenta que sumerge a la aldea de Ponyo, saltan a la realidad con una la violencia que aún continúa propagándose. La pesadilla está presente con el terrible terremoto de Kanto potenciado por un impresionante trabajo sobre el sonido con los chirridos monstruosos de la tierra. A diferencia de sus últimas películas, ahora el argumento es tangible y lo onírico está aislado del mundo real por la figura tutelar del diseñador de aviones italiano Giovanni Caproni. La intensidad y el lirismo propios del cine de Miyazaki afloran de un modo sorprendente en las escenas más realistas. La película decanta hacia el melodrama con una trágica y emotiva historia de amor. Luego de fracasos sucesivos, el protagonista se va de vacaciones a una estación termal donde se enamora de Nahoko, una mujer condenada que viene a aliviar sus pulmones. Jiro le fabrica aviones de papel, se pasea con ella por el campo y es entonces cuando la esencia del arte de Miyazaki aflora en todo su esplendor. El cineasta atrapa la infinita variedad de los caprichos del viento, sus caricias y contorsiones, el vértigo de la caída libre y todas las vibraciones invisibles que elevan la materia al ritmo de los corazones. La tipología de estos movimientos es una suerte de colección poética de infinita sensibilidad: un paraguas que se vuela, la lluvia que cae, el ritmo de la ropa al aire libre, las sacudidas del follaje que se desmorona bajo los golpes de una tormenta o los delicados pliegues que se forman en la superficie del agua por el efecto de una brisa. La anunciada despedida es la conquista de un sueño: el viento se eleva, debemos intentar vivir.
Réquiem para un sueño. Hayao Miyazaki, uno de los más grandes directores de animación, se ha retirado no sin polémica en el pináculo de su carrera con Se Levanta el Viento (Kaze Tachinu, 2013), su undécima película que narra la vida, la imaginación y los sueños de Jirô Horikoshi, un ingeniero y diseñador de aviones japonés que creó el modelo de combate Zero, una nave de caza de largo alcance -rápida y eficaz- construida por la empresa Mitsubishi, dándole a Japón ligereza y velocidad a la hora de realizar ataques sorpresa como el de Pearl Harbor. A diferencia del resto de su filmografía, Se Levanta el Viento mezcla la fantasía con la biografía y una de sus grandes pasiones, la aviación, pero manteniendo en todo momento el tomo poético que lo caracteriza. La elección de la representación de uno de los constructores de aviones más importantes de Japón es un homenaje a la visión creativa de su país y a los sueños que se hacen realidad a través del trabajo y el esfuerzo, a pesar de los intentos de manipulación de los gobiernos. La extraordinaria y encantadora animación le da vida a una historia construida alrededor de detalles y sueños, pero sin olvidar los momentos significativos de la historia de la aviación local y reconociendo el valor de la cooperación internacional. Desde el devastador terremoto de Kanto, que destruyó varias ciudades (Tokio y Yokohama, entre las más importantes) y dejó más de cien mil muertos, hasta la finalización de la construcción del prototipo del modelo A5M y A6M Zero de combate, la película recorre a través de la imaginación de Jirô una vida cruzada por la historia de la aviación y sus sueños de conquistar los cielos, siempre con la terrible amenaza de la guerra en el horizonte. La cita poética existencialista de Paul Valery en el comienzo de la película da cuenta de la búsqueda detrás de toda la carrera cinematográfica de Miyazaki. “Se levanta el viento, debemos intentar vivir” no solo remite a la guerra que se avecina y a la necesidad de sobrevivir a pesar de las ráfagas, sino que nos refiere a una confrontación profunda entre el cuerpo y el pensamiento, y a la imposibilidad de subsanar esa paradoja. Debemos intentar vivir: la elección vital es -por lo tanto- la necesidad de la creación poética que obsesionó a Miyazaki durante toda su obra. Se Levanta el Viento debe ser comprendida no solo como la culminación de una filmografía o como parte de un proceso mágico surgido de la imaginación, sino como un legado cultural poietico. Ni el nacionalismo belicoso ni la apropiación de la creación por las carreras armamentistas deben opacar o destruir los sueños y la imaginación. Que su obra se abra y se cierre al aire inmenso, que las imágenes poéticas naveguen a poniente en la búsqueda de la belleza. No abandonemos estás páginas…
Una de las características definitorias de la obra del maestro del cine de animación japonés, Hayao Miyasaki, es que en sus películas el elemento fantástico parece no tener límites. Curiosamente la premisa de su anunciado último film desafía este concepto. En esta oportunidad la sinopsis promete la historia de Jiro Horikoshi, desarrollador de los famosos aviones de batalla de la segunda guerra mundial (los Zeros). Teniendo entre manos una biopic y el curriculum con la fimografía de Miyasaki, resulta cuanto menos interesante ver cómo abordará su historia. A pesar de contar con un guión basada en una historia real, el director ganador del Oscar por El viaje de Chihiro se las arregla para ofrecer un recorrido repleto de aventuras, romanticismo y ensueño como ningún otro realizador lo ha hecho jamás. No es la primera vez en la que vemos al maestro de la animación tradicional obsesionado con la conquista del cielo. Pero esta fascinación por la aerodinámica se viste por primera vez de realismo. Despojada de complejos y prejuicios la narración progresa linealmente alternando entre secuencias sobre la cruda realidad nipona en el período de entre guerras y los sueños del protagonista que nos trasladan a un mundo fantástico que logrará impregnarse en las retinas del espectador. La animación tradicional consigue alcanzar con mayor fuerza que nunca cotas de belleza que demuestran la vigencia de una técnica que parece ir ahogándose de a poco en un mar de CGI y animación computarizada. Se levanta el viento es una despedida apasionada que condensa lo mejor de la obra de un realizador único e irrepetible como lo es el maestro Hayao Miyasaki. El mensaje que nos deja su última obra es de lo más hermoso y poético que un realizador se ha atrevido a contar con efectividad semejante. Las imágenes con influencias pictóricas impresionistas que recuerdan a Manet o Sorolla están salpicadas por un trazo tierno y gentil que hacen de la pantalla el mejor lienzo que un artista de su calibre puede pretender. Tristemente ya no podremos disfrutar de su humanismo en películas que elevaron lo sensorial a un plano onírico repleto de nostalgia. Pero por fortuna su extenso legado filmico ha dejado una marca en los anales del séptimo arte.
La última película de Hayao Miyazaki que representó su despedida del mundo de la animación. Se levanta el viento fue un proyecto radicalmente diferente a todo lo que hizo en su carrera y se centra en la historia de Jiro Horikoshi, un ingeniero que revolucionó la aviación japonesa, al crear los caza de combate que se utilizaron en la Segunda Guerra Mundial. Miyazaki narró esta historia previamente en un manga y en un principio no tenía intenciones de adaptar el cómic en el cine. La película que él iba a realizar en realidad era la continuación de Ponyo. Hayao no quería trabajar este relato en un largometraje porque sentía que el público que seguía sus producciones no se iba a conectar con esta propuesta, ya que no tenía nada que ver con sus obras anteriores. Sin embargo, los directores del estudio Ghibli lo convencieron para que concretara el proyecto debido a que se relacionaba con una de sus grandes pasiones como es la aviación. En esta oportunidad Miyazaki eligió contar un drama realista que narra la vida de Horikoshi, pero al mismo tiempo presenta un versión distorsionada de los hechos con una biografía extremadamente idílica e indulgente. Si uno se deja llevar por este film se queda con la idea que Horikoshi fue un muchacho inocente que sólo quería hacer aviones bellos y los militares terminaron por distorsionar sus obras. La realidad es que este hombre no trabajaba en un circo aéreo, sino que era un empleado del ejercito que se codeaba con miembros de los altos mandos y su tarea residía en crear aviones de combates para ser usados por el Imperio japonés. Nunca tuvo una vida sufrida ni complicada. Nació en un familia acomodada que le permitió acceder a una muy buena educación y dedicarse a lo que le gustaba. Los aviones que él diseñaba eran construidos con mano de obra esclava que provenía de China y Corea del Sur, un tema que el film nunca hace referencia. Por esa razón, creo que esta película debe ser tomada como una biografía imaginaria de Horikoshi. El ingeniero tampoco tuvo una esposa enferma de tuberculosis y ese es un elemento de la trama que Miyazaki tomó de la novela "Se levanta el viento", de Hori Tatsuo, que le dio el título a este film. Sí es cierto que Horikoshi siempre tuvo un terrible conflicto interno con el trabajo que hacía, algo que luego expresó en su libro de memorias. Amaba diseñar aviones pero no era feliz creando máquinas de combate y fue muy crítico en su momento con el ataque japonés a Pearl Harbor. Un aspecto muy interesante de esta historia que Miyazaki nunca llega a profundizar en el film, si bien queda establecida la postura del protagonista frente a la guerra. Se levanta el viento, por otra parte, presenta una narración muy irregular. El comienzo donde el director aborda la inocencia del protagonista durante su infancia brinda escenas fabulosas, pero después la trama se vuelve bastante densa cuando el conflicto se concentra en la carrera del ingeniero. Hay demasiadas escenas con situaciones que no aportan nada a la historia central y son simplemente viñetas de la vida Horikoshi. La película creo que levanta por completo cuando Miyazaki se concentra en los aspectos más humanos del protagonista. A partir del momento que aparece la chica que se convertirá en su esposa, el film se vuelve mucho más interesante y atractivo. Me encantó la historia de amor (aunque no haya existido en la vida real) entre Horikoshi y Satomi, que brinda momentos fabulosos. La escena en la que ello dos juegan con un avión de papel es tremenda. Esos breves momentos creo que son una mini obra maestra de la carrera de Miyazaki. También se destacan las secuencias de sueños de Horikoshi donde se encuentra con su mentor, el diseñador de aviones Giovanni Caproni. Sin embargo, la primera mitad de la película en mi caso se me hizo larga y densa. Supongo que por ese motivo esta producción no me apasionó como otras obras de Ghibli. Desde la realización Se levanta el viento está al nivel de lo que estamos acostumbrados a ver en una obra de este estudio. La reconstrucción del período histórico, que se desarrolla a lo largo de 40 años, es excelente y hay escenas imponentes como la del terremoto de 1923. En términos generales es una muy buena película de Miyazaki, pero me di cuenta que no es mi gran favorita de su filmografía. Me resulta extraño que se la califique como la obra maestra definitiva del director cuando no tiene nada que ver con todo lo que hizo a lo largo de su carrera. Obviamente recomiendo ver en el cine Se levanta el viento. En esta reseña yo compartí mi experiencia con la película, pero es un propuesta que si te gusta la animación no podés desconocer. Lo único negativo de este estreno es que no vamos a tener más películas de Miyazaki y se lo va a extrañar muchísimo.
Volar una vez más La tradición de gran parte del movimiento del anime y el manga ha sido y continua siendo el llevar la animación a un nivel superior en la cultura, al punto de ser considerada como un igual de todos los géneros del séptimo arte. Reforzando esta meta - y a diferencia de sus antecesoras - Se levanta el viento (Kaze Tachinu, 2013) es un film que se destaca por su realismo, y por tanto resulta una pieza clave para cerrar la maravillosa carrera de su director, Hayao Miyazaki. Controversial, mágica, naif, política, romántica; de todo esto es capaz. ¿Qué pasa cuando seguimos nuestros sueños, y cuando tenemos la suerte de realizarlos?, ¿Qué consecuencias trae en nuestras vidas? ¿Es posible que el sueño de una persona sea la pesadilla de otro? Todo esto se pregunta Se levanta el viento, cuyo protagonista es Jiro, un niño cuya obsesión con la nueva conquista del cielo lo persigue hasta en sus sueños, y quien - al ser demasiado miope para ser piloto – decide desde entonces dedicar su vida a construir aviones. Al pasar los años, Jiro persigue su pasión, estudia y se convierte en uno de los ingenieros aeronáuticos más relevantes de su época (mal que le pese al resto del mundo). Hay que aclarar que Jiro está basado en dos figuras históricas: una es el gran ingeniero Horikoshi, creador del avión de guerra A6M, el elegido de la armada Japonesa por excelencia en tiempos de la Segunda Guerra mundial. El otro, es Tatsuo Hori, un escritor que en 1937 publicó la novela “The wind has risen” de la cual Miyazaki toma no solo los elementos románticos sino también un poema de Paul Valery con el que abre el film: “El viento se levanta!... Hay que intentar vivir!”. Tal así es la relación del film con la realidad, que a lo largo de este camino, Jiro es testigo de hechos históricos tales como los comienzos de las Guerras Mundiales, la Gran Depresión y la epidemia de tuberculosis. De hecho, en uno de sus viajes a la universidad, el joven termina siendo víctima del terremoto Kanto, que azotó a la región homónima en 1923 y causó millones de damnificados. Esta secuencia es no solo una de las más impactantes de todo el film a nivel visual, sino que también es un punto de quiebre en la historia, ya que Jiro conoce allí a Naoko, una joven a la que ayudará y con la que tendrán una conexión que superará las distancias y los años. No queda claro si Miyazaki simplifica la historia mundial a propósito, o la toma solo como un telón delante del cual desarrollar su relato, pero es notable la omisión de ciertos aspectos del panorama político de esa época. Esto, de hecho, le trajo varios detractores a lo largo del proceso de distribución del film tanto en su país como en el resto del mundo. Y es que en realidad es bastante peculiar que un hombre históricamente pacifista se apasione por contar con un filtro romántico la vida del creador de una de las herencias más letales de la guerra, pero de alguna forma la película logra fluir dentro de esta paradoja; en general estas incongruencias se han perdonado, porque el film es más poesía que biografía, lidia mucho más con la pasión que con la estrategia. En este sentido, la animación siempre ha permitido explorar rincones de la imaginación humana a los que - previos a los efectos especiales, y aun hoy – es difícil acceder. En el caso de Miyazaki, no se puede negar que su mundo interior encuentra su mejor expresión en este género, en el que ha manejado un hilo constante de ensoñación y extrañamientos (Este film no es una excepción; Se levanta el viento tiene secuencias oníricas que recuerdan más a las impactantes animaciones de Todd McFarlane y Kevin Altieri en aquel video de Pearl Jam que a Frozen, una aventura congelada (Frozen, 2013)). Junto con el brillante equipo de animadores, la banda sonora compuesta por Joe Hisaishi acompaña y nutre al film, elevándonos con ráfagas melancólicas entre mandolinas y acordeones. Más allá de todo, el viaje vale la pena. Volamos una última vez con Hayao Miyazaki, con contratiempos y rarezas, y nos bajamos con él, un poquito más cerca de la realidad, pero con el corazón en las nubes.
Es el adiós de un maestro del cine de animación, Hayao Miyazaki, que decidió dejar de filmar y nos regala un film para adultos en el que homenajea al diseñador de aviones Jiro Horikoshi pero también a su padre, ligado a la industria aeronáutica, a su madre, que enfermó de tuberculosis, a sus propios sueños, a sus convicciones antibelicistas, la admiración por los soñadores que perseveran en su impulso. Con una belleza conmovedora en la que la naturaleza es un personaje más. Una gran despedida del cine de una verdadera leyenda.
El broche de oro Luego de décadas de alegrarnos con historias para chicos y no tan chicos, la cabeza de los Estudios Ghibli, Hayao Miyazaki, se despide de la dirección de cine. Lejos de la magia y los colores magníficos de obras como “Mi Vecino Totoro” o “El Viaje de Chihiro”, ahora apuesta por el realismo. Eso sí, no deja de lado la narrativa tradicional de sus películas. Esta es una película semi biográfica que cuenta la historia de Jir? Horikoshi, un niño que soñaba con volar pero no puede ser piloto por problemas de vista. Desde que es pequeño, él tiene una experiencia que puede ser mágica o sólo producto de su imaginación: comparte los sueños con el diseñador italiano de aviones, Giovanni Caproni, quien lo convence de dedicarse al diseño de aeronaves. Es en estos momentos de narración onírica donde la característica fantástica de las películas de Miyazaki vuelve a verse patente. Recorremos entonces la vida de Jir? desde su estudio en la universidad de ingeniería, su trabajo para Mitsubishi, el compañerismo con su familia, o su primer amor. Además, siguiendo el camino de este personaje veremos reflejada la historia de Japón. En los años ’20 se encontraban en una época tradicionalista que atrasaba el país. Vemos la pobreza y el rigor de una sociedad que no quiere modernizarse del todo, además de momentos que la han marcado, como el terremoto de Kanto y su recuperación. Desde la vida del personaje se abarca un momento histórico muy importante: el abandono de esas costumbres para abrirse finalmente al mundo, lo que hace eclosión entre guerras y especialmente luego de la segunda guerra mundial. No podemos dejar de mencionar la hermosa obra de arte que es la animación. Dejando de lado, para variar, lo digital; volvemos a los orígenes al ver cada pincelada en su lugar. Se distingue el estilo patente de este estudio y este realizador, con colores claros y oscuros bajo un contraste bien diferenciado para cada momento. La construcción de los planos es deliciosa e incluso en algunas tomas podríamos hacer de ellas una galería de cuadros. La música no se queda atrás, y sirve para reflejar estados de ánimo junto con la composición y el color en cada toma. Esta es sin duda una película apuntada a un público más adulto si se la compara con sus antecesoras, donde todo huele a nostalgia y despedida. No es una historia que tenga grandes picos de tensión, pero sí está teñida por la emoción. Para ver sin grandes distracciones, y con una atención muy especial. Difícil, quizá para los más chicos no aburrirse cuando no se trata de exactamente el mismo estilo que las películas infantiles de Miyazaki. Ese es su gran mérito: algo completamente nuevo, y sin embargo nos basta con un golpe de vista para reconocer el estilo del realizador japonés. Un director que se despide con una gran obra maestra, una historia con crítica política e histórica, una tierna historia de amor, de guerra, de sueños; y por sobre todo una belleza visual que la pone muy por arriba de las obras de animación tan afectadas por la realización digital a las que estamos acostumbrados últimamente. Para ver con paciencia, eso sí, pero bien vale la pena. La emoción que transmite el producto en su conjunto, entrando por todos los sentidos, es una experiencia que nadie debería perderse. Aplaudimos de pie a este gran director que sale por la puerta grande. Agustina Tajtelbaum
Añoranzas por el fin de una era Basada en una historieta del propio Miyazaki, la película surge como un canto de amor y un homenaje al mundo de la aviación. Pero es también el retrato de una vida en tiempos turbulentos y una suerte de “despedida” de un modo de concebir el cine. El último largometraje de Hayao Miyazaki (último en todo sentido: hace poco más de un año el fundador de Studio Ghibli anunció su retiro definitivo) lo encuentra dando una vuelta completa al círculo de su vida profesional y creativa, el regreso a un tono más realista y dramático, equiparable al de aquellos trabajos para la televisión japonesa que lo tuvieron, en sus inicios en el oficio, como dibujante de fondos y diseñador de escenas de las series Heidi y Marco, de los Apeninos a los Andes. Se levanta el viento, basada en una historieta del propio Miyazaki, fue indudablemente un proyecto de enorme importancia personal para el realizador y su inflexión melancólica y empapada de tristeza exuda de principio a fin un sentimiento de despedida, de separación. Es, asimismo, un canto de amor y un homenaje al mundo de la aviación, en particular al de aquellos ingenieros que hicieron posible que el sueño de dominar el aire se haya transformado en concreta realidad, idea que atraviesa tangencialmente muchas de sus películas bajo la forma de fabulosas naves voladoras y que en Porco Rosso (1992) ocupaba el centro de la historia.A diferencia de una porción importante de su filmografía, Se levanta el viento elimina cualquier atisbo de elemento fantástico –con la evidente excepción de las secuencias oníricas que recorren el film– para afincarse en un realismo que le ha valido más de una crítica en su retrato del ambiente militarista del Japón de los años ’20 y ’30 (para este redactor, absolutamente injustificadas). Y es que el protagonista es Jiro Horikoshi, el joven ingeniero aeronáutico responsable del diseño exitoso de varios de los aviones caza utilizados por el gobierno japonés durante la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, la película de Miyazaki puede entenderse como el retrato de una vida en tiempos turbulentos, una biopic hecha y derecha; elección consciente y deliberada del realizador de Mi vecino Totoro y El viaje de Chihiro que, en varios pasajes, carga el relato de un cierto convencionalismo narrativo. A pesar de ello, una escena temprana como la del terremoto a bordo del tren (el Gran terremoto de Kanto de 1923) es el mejor ejemplo de su magistral manejo de las herramientas de la animación y el conocimiento de que su materia constitutiva permite una maleabilidad que ni el registro de lo real ni el hiperrealismo de la mímesis digital son capaces de alcanzar.Los sueños en un sentido metafórico son los motores de la narración y de la vida del protagonista: crear mejores aviones, vencer las fuerzas de la gravedad y la fricción, compensar la falta de buenos materiales y motores con un diseño novedoso. Los sueños reales acompañan al Horikoshi de la ficción desde la primera hasta la última escena: sueños irreales, imposibles y mágicos que incluyen la presencia de Giovanni Caproni, el pionero de la aviación italiana. (Difícil saber cuántos tintes autobiográficos se revelan en el film, pero baste decir que el padre de Miyazaki estuvo a cargo de una empresa encargada de fabricar piezas para los aviones nipones durante la Segunda Guerra.) Y luego está la realidad. La de un Japón ahogado por los problemas económicos y el desempleo y de una carrera de militarización y expansión territorial que llevaría a su pueblo a la guerra y al desastre de la derrota: “Japón va a explotar. Alemania también”, le dice al joven ingeniero un compañero ocasional de mesa cuando el conflicto ya es inminente. Finalmente, la ironía de que esos sueños hechos rotunda realidad terminarán siendo utilizados para alimentar la maquinaria de destrucción bélica. Como dice Caproni a bordo de una de sus máquinas voladoras: “Los aviones son sueños hermosos, pero también una maldición”.En la última parte del film la relación del protagonista con una mujer que eventualmente se convertirá en su esposa cobra especial protagonismo. Como la madre de las niñas que encuentran en el bosque a Totoro, la joven sufre las consecuencias de la tuberculosis, condición que amenaza la existencia misma de esa relación y que acerca a la película al terreno del melodrama clásico (otro elemento autobiográfico: la madre del realizador estuvo muchos años hospitalizada por esa enfermedad). Y de clasicismo precisamente está hecha Se levanta el viento, de un estilo de animación que el realizador sin dudas presiente en extinción –al menos en el terreno del largometraje de cierto presupuesto–, transformado en anacronismo por la dictadura de los volúmenes y texturas digitales. Como la despedida de Caproni hacia el final de la película, el adiós del sensei Miyazaki tal vez no sea otra cosa que la añoranza por el fin de una era.
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Alto en el cielo del adiós El último film de Miyazaki narra la historia de un soñador que termina sirviendo a la industria bélica. A los 73 años, el cineasta se despide con un relato personal como su obra. En la década del treinta el joven ingeniero aeronáutico japonés Jiro Horikoshi diseñó para la compañía Mitsubishi un avión muy avanzado para la época, que fue el antecedente del famoso caza de combate Zero, con el que por unos decisivos años el imperio japonés obtuvo la supremacía aérea en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. La vida de Horikoshi, un artesano que no solo vio cómo su trabajo se utilizaba para fines bélicos sino que comprobó que sus aviones se convertían en la mortaja para cientos de pilotos kamikazes –y lo lamentó el resto de su vida escribiendo en contra de la guerra–, se acopla de manera ideal a la poética del Miyazaki, un realizador que desde los míticos estudios de animación Ghibli creó películas extraordinarias como Ponyo y el secreto de la sirenita, El increíble castillo vagabundo, El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke, Porco Rosso y Mi vecino Totoro y dio cuenta de una inagotable capacidad de plasmar un universo lírico sofisticado, inteligente y sobre todo conmovedor. Como punto final de su legado, la historia de un soñador que terminó sirviendo a la industria armamentista –acaso los estudios de Albert Einstein que posibilitaron la creación de la bomba atómica funcionan como un eco paradigmático– es el vehículo perfecto para dar cuenta de su mirada sobre el arte, en donde inevitablemente conviven y se retro alimentan la fascinación por la fragilidad de la belleza y el pacifismo, dos ejes por donde transcurrió toda su obra, marcando el camino correcto desde su concepción humanista y a la vez, dando cuenta con cierta amargura del estado del mundo. Esta tensión se manifiesta de manera notable en Se levanta el viento, en donde el protagonista sueña con volar pero a partir de una visión reducida, redirige su deseo a la construcción de bellas naves aladas que después se convertirán en herramientas de destrucción bélica. Así, en el retrato de la tradición y de una cultura milenaria que en la primera mitad del siglo XX fricciona con la modernidad que ya ganó la batalla, se desarrolla el último film del maestro Miyazaki. Un relato crepuscular y amargo de su historia personal ligada al tiempo colectivo del que le tocó ser parte –desde las dramáticas imágenes de un terremoto en Tokio al diálogo sin esperanzas entre Jiro y el admirado ingeniero Caproni sobre un cementerio de aviones Zero destrozados en combate–, 73 años de vida, un retiro anunciado que esta vez parece que va en serio y la mirada definitivamente sombría respecto al futuro.
La fantasía levanta vuelo Esta es la historia de Jirö Horikoshi, ingeniero aeronáutico japonés que diseñó aviones de combate para la Segunda Guerra Mundial. Y es también la historia de amor de Jir? y Naoko. La película cubre un arco temporal que mayormente se sitúa entre 1923 -gran terremoto de Kanto- hasta el momento en que se avecina la Segunda Guerra Mundial. Mayormente, porque la acción empieza antes y termina después de esos puntos. Y mayormente también porque la película vuela en forma onírica, con frecuencia e importancia fundamentales. Horikoshi existió en la realidad y, como en la película, no estaba a favor de la guerra. Su sueño era diseñar aviones para llevar pasajeros, pero el mundo y su país en particular estaban interesados en su uso bélico. El largometraje número once de Hayao Miyazaki es, por un lado, el último de su carrera (así lo ha anunciado el animador, un director fundamental). Por otro, es recién el cuarto de los suyos en estrenarse en los cines argentinos; los otros fueron El viaje de Chihiro, El increíble castillo vagabundo y Ponyo y el secreto de la sirenita. Su obra más conocida, la tremendamente icónica e influyente -y con notoria base de fans mundial- Mi vecino Totoro (1988), no ha tenido estreno local. Miyazaki hace animación tradicional, es decir, dibuja. Y tiene un estilo que se impone como una firma visual y que ha mantenido durante décadas de carrera. Verdadero creador, autor animado, Miyazaki propone un mundo, una manera de acercarse a los sentimientos y -notoriamente- a la fantasía. Se levanta el viento parte de Horikoshi pero no es estrictamente una película basada en su vida: es algo así como un ensayo narrativo personal sobre temas como los sueños, la guerra, el tesón, la amabilidad, el amor, la paz, la idea de nación, el afán por la modernidad. Es una obra ambiciosa, una obra testamentaria, con recuerdos y referencias personales. El -soñado- ingeniero Caproni le presenta a Jiro su último diseño antes de retirarse, y le habla del período de creatividad de los ingenieros y de los artistas. Se levanta el viento no es la película más inmediatamente atractiva de Miyazaki, y las peripecias que se ponen en escena son inusuales para una película animada de este alcance y esta producción. Pero Miyazaki ha demostrado una y otra vez que no son los temas los que definen al artista sino que es el artista el que define, delimita sus temas y los hace propios. No es nada sencilla la apuesta del director, pero su triunfo en Se levanta el viento es, a la vez, sutil e imponente. Plantea encrucijadas de emociones y conflictos a pleno sin necesidad de diálogos didácticos, y su relato refleja ese espíritu superior de los grandes artistas. El mundo de Se levanta el viento es menos fantástico que el de Chihiro o Totoro, pero la naturaleza animada por Miyazaki (lluvia, viento, un arco iris) puede fascinar tanto como las criaturas más adorables. Y esas décadas del 20 y del 30 del siglo XX, con su atracción futurista por la máquina, le permiten a Miyazaki que un avión, un tren o incluso una puerta de un hangar, verde y gigantesca, se conviertan en personajes deslumbrantes.
Talento que se va a extrañar Es su último largo animado, Hayao Miyazaki se pone más serio, y amplía su público potencial. Tal vez la anunciada por el propio realizador como su despedida del cine animado, sea su obra menos fantasiosa. Lo que siempre logra Hayao Miyazaki va más allá de sus trazos reconocibles y su animación. Es el hombre que logró que nuestros hijos creyeran que los padres podían convertirse en animales, el que imaginó viajes y castillos increíbles y vagabundos. El mismo que hace ya un año y medio presentó Se levanta el viento como su última creación: sus problemas en la vista, sostuvo, le impiden seguir como realizador de largometraje. John Lasseter, el mandamás de Pixar y creador de Toy Story, tiene (tuvo) a Miyazaki como su guía, el ejemplo a seguir. En Se levanta el viento el maestro nipón se aleja, decíamos, de un mundo surreal y fantasioso para contar una historia mucho más real, pero igualmente fascinante. Jiro Horikoshi era un fanático de la aviación, que debió archivar sus sueños de piloto... por problemas de vista. Horikoshi se convirtió en un eminente diseñador de aviones en el siglo XX, en la Segunda Guerra Mundial. Y si los sueños y las alegorías siempre fueron material nutriente en las películas de Miyazaki, aquí todo se entremezcla con una historia de amor con una joven que tiene tuberculosis, y el extremo de crear aviones para la paz. Tal vez Se levanta el viento no tenga al público infantil, si alguna vez Miyazaki lo tuvo, como principal destinatario. La trama no es sencilla, como tampoco lo son los problemas que enfrentan los protagonistas. Pero los temas que suele abordar Miyazaki, como la libertad, el temor a lo desconocido, el pacifismo, la naturaleza y sus secretos están para quien los quiera ver. La extensión del filme puede ir precisamente en detrimento de la atención de los más pequeños, pero la película tiene escenas -Nahoto, la chica, en un monte con el viento soplando, algunos vuelos de los aviones- tan subyugantes que los chicos los retendrán en su cabeza. Como pasó con la princesa Mononoke, Chihiro, el castillo vagabundo, Ponyo: todos seres que surgieron de la fantasía, seguro, pero que bien fueron tangibles y simpáticos a los ojos de grandes y chicos de todo el mundo.
Todos alguna vez soñamos con volar Desde niño Jiro sueña con volar y diseñar hermosos aviones, en sus sueños habla con Caproni (el famoso diseñador aeronáutico italiano), comparten ideas, proyectos. Así la aviación es parte de la vida de Jiro desde pequeño, hasta que ingresa a la universidad, se recibe de ingeniero y finalmente logra construir aviones. Pero es el año 1927, y muchas cosas están cambiando en Japón, y los diseños de Jiro deben adaptarse a la industria militar, la que más crecía por esos años. Al mismo tiempo que la historia recorre la vida de Jiro, recorre también la historia de Japón, repasando varios hechos como: el terremoto de Kanto, la depresión económica, la epidemia de tuberculosis, y finalmente la entrada de Japón a la segunda guerra, donde los aviones que tanto soñó, y por los que tanto trabajó, son utilizados con fines bélicos y no para hacer feliz a la gente, como Jiro soñaba. La película es una biografía con detalles oníricos, y al mismo tiempo un drama histórico que retrata en detalle la cultura japonesa, el modo en que enfrentaron los momentos difíciles, tanto como sociedad como también en la forma en que el protagonista persevera ante todas las situaciones adversas, para cumplir con sus objetivos, y los de las personas que ama. Con más realismo que en otras de sus obras, pero la misma belleza, Miyazaki creó una película que combina datos históricos y poesía. Es un relato de enorme expresividad, con imágenes hermosas que recuerdan a cuadros de Manet, y un personaje admirable que durante toda la historia, sueña, crea y ama. El relato es calmo, pero la historia es fuerte, nos conmueve, y como toda la obra de Miyasaki, es imposible de olvidar.
El señor de los cielos. El influjo permeable de Hayao Miyazaki es célebre por conjugar melodramas infantiles con concientización madura por medio de aventuras simbólicas y fantásticas. Los estratos de su impronta acuden a la ética ecologista, el desacuerdo bélico y la defensa feminista, además de afianzar la técnica animada arcaica que se posiciona indistinta al mercado digital y los intereses comerciales. Luego de repartirse autorías junto a Isao Takahata durante añares al frente de los míticos estudios Ghibli, Miyazaki comunica su retiro del negocio fílmico con Se Levanta el Viento, donde opta por entregarnos un relato adulto de apertura general que repasa ciertos aspectos autobiográficos a través de una figura histórica real y sin olvidar su imaginario tradicional. Jirô Horikoshi es un apasionado ingeniero de la aeronáutica que, incapacitado para volverse un piloto debido a su visión reducida, ambiciona con modelar aviones resistentes para el transporte público; pero la trastienda bélica palpitante en Japón, previa a la Segunda Guerra Mundial, lo condiciona a desarrollar naves de combate para la fuerza aérea japonesa que logren resistir el ataque enemigo. La devoción de Jirô puesta en su disciplina es atravesada por un romance incidental con una joven artista a la que conoce durante el terremoto de Kanto y con quien mantendrá una relación a distancia pero apasionada. Entre influencias ensoñadas y conflictos técnicos, Jirô insiste con alcanzar el prototipo idealizado para Mitsubishi sin abandonar sus principios pacifistas. Aunque se trate de una biopic ficcionalizada, el sello de Miyazaki se divisa en todo momento, como el recurso de la metáfora fantaseada en cada uno de los encuentros que Jirô mantiene con el genio diseñador Giovanni Battista Caproni o el desconcierto de personajes entrañables frente a tragedias naturales, como la secuencia del terremoto; aunque Se Levanta el Viento está lejos de unos trazos ilusorios a lo Porco Rosso. La historia, por su parte, no profundiza en los sucesos del período y prefiere atestiguar la contienda social desde la inocencia del siempre correcto Jirô, como cuando le toca razonar sobre la malaria económica del país o los intereses armamentísticos de sus superiores. Anunciada como la despedida oficial de Miyazaki dentro del rubro cinematográfico para volver a concentrarse en los mangas que lo iniciaron, podemos asegurar que Se Levanta el Viento reafirma el convenio estilístico del autor con la animación clasicista. Así lo demuestra la poética melancólica de los escenarios, acompañada por las dulces composiciones de Joe Hisaishi. Incluso la simpleza del contenido invita a encandilarse con personajes entradores gracias a un realismo atractivo en los paisajes y en las secuencias más comprometidas. Su cordial desenlace lo convierte en el cierre espléndido para coronar el legado intachable de un artista monumental.
Dibujo de enorme belleza plástica y suave poesía. Dos historias se combinan aquí en un mismo personaje. Una, la del joven ingeniero aeronáutico Jiro Horikoschi, que pensaba hacer aviones de pasajeros y fue llevado a diseñar aviones de guerra, con un resultado tan admirable como tremendo: el famoso caza Mitsubishi A6M Zero, del que habrían de hacerse casi 10.000 unidades (y al final de la guerra no quedaría ninguna). Otra, la de su amor con una muchachita enferma de tuberculosis. Esa otra historia se inspira en "Kaze tachinu", pequeña novela de Tatsuo Hori sobre el corto tiempo de amor entre un joven cargado de obligaciones, una dulce muchachita enferma de tuberculosis, y el padre de ésta. Novela de estilo elegante, de mucha sutileza, elogio del amor sacrificado que sólo pide unos minutos cada día. Que se sepa, Horikoschi nunca vivió algo parecido. Al contrario, tuvo una esposa muy sana que le dio cinco hijos y lo acompañó incluso en los momentos más difíciles del fin de la guerra, pero ésa es otra historia, que acá no se cuenta. Como sea, la mezcla de "biopic" y melodrama resulta ideal para describir la experiencia de toda una generación de japoneses cuyos sueños fueron reorientados al servicio de los sueños militaristas, gente llevada al esfuerzo extremo, agobiada después por la destrucción inútil, y nuevamente levantada para seguir viviendo. "¡El viento se levanta! ¡Intentemos vivir!", dice la estrofa final de un poema de Paul Valery, "El cementerio marino", que otro personaje recita en el francés original (se trata del conde Giovanni Battista Caproni, pionero de la aviación italiana, que aparece como lo más natural en las fantasías del joven Horikoshi, para alentarlo y aconsejarlo). Hayao Miyazaki, maestro del dibujo animado, cuenta todo esto con la enorme altura que le dan los años y el inmenso talento. Como otras veces, particularmente como en "Porco Rosso" y "El increíble castillo vagabundo", su relato enlaza lo verdadero con lo soñado, entusiasmos de progreso y evocación de un pasado elegante, el vuelo y las caídas, el paraíso con el infierno que se anuncia y nunca vemos (sólo vemos sus resultados), el trazo delicado y la caricatura familiar. Por la pantalla se suceden estampas de enorme complejidad y belleza plástica, herederas de una larga tradición de acuarelas, mangas y cuadros panorámicos de la vida cotidiana. Apabullante, el capítulo dedicado al terremoto de 1923. Antológicas, las dos largas escenas sin palabras, al comienzo del film y al comienzo de la historia de amor. Una sorpresa, ese instante en que reina la ilusión y un extranjero bonachón canta el gozoso "Das gibt's nur einmal", donde "hoy todos los sueños pueden ser verdad". Enternecedores, los momentos de suave impresionismo, como las primeras gotas de lluvia sobre la tierra, o lo que creemos gotas de lluvia sobre un papel (y son lágrimas del hombre que aún desgarrado sigue trabajando). Obra excepcional, emotiva, de suave poesía, quizá dura un poco más de lo necesario. ¿Pero qué parte podría cortarse? Acaso algún episodio lateral referido a intrigas policiales, que ya parece medio cortado. En todo caso, cabe la advertencia: no es una película para niños, ni menos para niñas, como "Mi vecino Totoro", "Kiki la aprendiz de bruja" o "El viaje de Chihiro". Pero verla no les hará ningún daño.
PE-LI-CU-LÓN... Eso es lo que es "Se Levanta el Viento". Miyazaki "supuestamente" se despide con esta obra de arte que quiero que veas sí o sí. Después de "El Viaje de Chihiro", "El Castillo Ambulante", "Ponyo en el Acantilado", "El Castillo en el Cielo" y muchísimas más, este director consigue nuevamente una nominación a los Oscars a Mejor Película de Animación. Metiéndonos en el mundo de Hayao, lo que vas a ver son imágenes deslumbrantes, finamente acompañadas por la banda sonora que, al igual que lo que sucede, te van a transportar a lugares hermosos. Una trama que habla del viento, el vuelo, aviones, el terremoto de Kanto, la entrada de Japón a la Segunda Guerra Mundial y una historia de amor, que combinada con todo lo anterior, te van a generar alegría, angustia, dolor y grandes momentos de animación y paisajes totalmente disfrutables en pantalla grande. Seguramente cuando salgas del cine quieras ver más de este director y si aún no lo habías investigado... todos sus trabajos son un 10.
Crítica emitida por radio.
Un prometedor último vuelo Es el más grande de todos los animadores de las últimas décadas, viene de Japón, probablemente se ha despedido con esta elegía heterodoxa y nos quedarán de él esos mundos que dibujó y a los que dio movimiento. ¿Cómo olvidar los entes animados de La princesa Mononoke, el amable fantasma y el dragón blanco de Las aventuras de Chihiro o el gigante silencioso de El castillo en el cielo? La última película no se parece mucho al resto de sus títulos, pues aquí la emancipación de la imaginación está acotada a los sueños de su protagonista: el ingeniero aeronáutico Jiro Horikoshi. En cierta forma, El viento se levanta, título inspirado en una sentencia del poeta francés Paul Valéry, es un biopic difuso de Horikoshi, cuyo lirismo científico acerca de las naves que desafían la fuerza de la gravedad tuvo en su aplicación concreta consecuencias militares poco felices; la más conocida, el diseño de los aviones que se hicieron célebres en el ataque japonés a la base de Pearl Harbour. El antimilitarismo de Miyazaki, no obstante, sigue en pie, más allá de los hechos inalterables de la vida del ingeniero, pues desde un inicio hay varias secuencias que refuerzan su repudio. Si aquí hay un problema de fondo, pasa por la mistificación de la historia japonesa, ya que en el filme se insinúa que los japoneses son víctimas de los alemanes y no socios. El personaje puede ser “miope”, no así Miyazaki. El realismo biográfico impone aquí una línea recta: Jiro como niño, estudiante y adulto, pero siempre con un sueño: volar, y sobre todo hacer volar. Hay una secuencia maravillosa en la que Miyazaki materializa el esfuerzo mental de Jiro por entender un mecanismo que falla en un avión a través de un fundido perfecto. Hay otras escenas visualmente notables, a menudo anticipadas –como suele suceder en el animé y en especial en Miyazaki– a partir del movimiento de las nubes y su coloración, signo que anuncia un cambio relevante. Es la gestualidad estética de una tradición, tal vez no muy lejos de los movimientos mínimos de una mano en el teatro No japonés que hacen aparecer una montaña, la lluvia o una laguna en la imaginación de la audiencia. Como sea, las panorámicas animadas de Miyazaki son tan majestuosas como irrepetibles. La imprecisión histórica del lugar de Japón en la Historia universal, o acaso la conveniente reescritura de la historia del ingeniero y de su país en las cuatro primeras décadas del siglo XX, se ve neutralizada aquí por una historia de amor, tal vez demasiado pura, pero no por eso menos conmovedora. Jiro y su futura amada se conocen en un accidente ocasionado por un terremoto (o quizás algo peor que una catástrofe natural). Más tarde, se reencontrarán y se amarán. Ella padece tuberculosis, y de esta afección se predicará un acto final de una hermosura contundente. El viento se levanta despega en serio cada vez que su trama gravita sobre el matrimonio de Horikoshi. Véase toda la secuencia que tiene lugar a propósito de un paraguas. Exaltación legítima del arte de un genio, que también se percibe en los sueños de Jiro cuando dialoga con la figura que inspira su vocación científica: Giovanni Caproni. Para los fieles acríticos de Miyazaki, acaso el líder de una fe universal cimentada en el animé, se tratará de una nueva maravilla del sumo sacerdote. Para el no creyente admirador del maestro japonés El viento se levanta es una última película que, si bien no es un remedo de su genio, tampoco representa el crepúsculo perfecto de su maestría.
ENTRAÑABLE DESPEDIDA Linda y colorida despedida de un maestro de finos trazos y aliento humanista, un poeta que le dio un vuelo más calmo a la animación. Aquí parte de una historia real, la vida de Jiro Horikoshi, el joven inventor que diseñó varios de los aviones utilizados en la Segunda Guerra Mundial. Desde allí, mezcla el apunte documental con un relato romántico. Los dos proyectos suelen estar matizados por las escapadas de ese ingeniero que encontró que el avión y el amor eran inalcanzables y fascinantes. Sus aviones siempre rondaban los sueños de un diseñador que de chico se extasiaba viendo las estrellas desde el techo de su casa y que de grande incorporó el amor y el dolor como parte de esa mirada. El filme es largo y seguramente muy alejado al gusto de un público infantil acostumbrado a pedir más riesgos, más explosiones, más sorpresas. Pero su poesía sigue allí y en algunos momentos, en esa idea del viento que nos llama a vivir, en sus mensajes por la paz, la serenidad, los valores de siempre, en su canto a la naturaleza y la solidaridad, en sus trazos delicados, surge el mensaje bello y melancólico de un artista que ha guardado su pincel después de enseñarnos a ver la vida con otros colores.
El último sueño Es difícil descontextualizar El viento se levanta del acontecimiento que implica (esta vez parece cierto): la última película de uno de los animadores fundamentales de la segunda mitad del Siglo XX, el japonés Hayao Miyazaki, al mismo tiempo que se trata de una fuerte crisis para el Estudio Ghibli, que ha atenuado su producción. Para la que sería su obra final, Miyazaki toma como referencia la vida del diseñador de aviones Jiro Horikoshi, basándose también en la novela El viento se levanta, de Tatsuo Hori, y el propio manga del director publicado en el 2009 bajo el mismo nombre. Lo que no deja de ser polémico es que Horikoshi fue también diseñador del tristemente célebre Mitsubishi A6M Zero de la Armada Imperial Japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, cuestión que por una decisión de punto de vista aparece esbozada inteligentemente, sin subrayados groseros, algo que le valió la crítica tanto de los sectores de izquierda -porque pone el foco en un personaje que colaboró con la industria armamentista del Japón imperial- como de la derecha -no sólo porque la película tiene una fuerte crítica al belicismo, sino también porque Miyazaki se opuso abiertamente a la constitución de un ejército nacional en el momento del estreno de la película-. La cuestión es que, yendo al director en particular, la película es disruptiva porque como pocas veces en su carrera toma a un personaje central masculino (recordemos que en la mayor parte de su filmografía se trata de personajes femeninos) y la fantasía que suele filtrarse en su obra, aquí sólo aparece gracias al onirismo que alcanzan algunos pasajes que tienen que ver con la vida de Jiro. Cualquiera podría pensar que al tratarse de una película disruptiva, el film no contiene las obsesiones de Miyazaki a lo largo de su carrera. Sin embargo aquí aparece en todo su esplendor su amor por el detalle sobre las máquinas, en este caso balanceándose entre los modelos reales y aquellos que son una fantasía, la elegante banda sonora de Joe Hisaishi, que se permite pasajes más barrocos que en las últimas producciones de Ghibli, las características distensiones temporales que enfatizan momentos cotidianos y, finalmente, a pesar de no contar con un protagónico, el afecto por los personajes femeninos, siendo el más destacable el de Naoko. El eje del film está en la obsesión de Jiro por triunfar como un ingeniero aeronáutico y su crecimiento en el período entre guerras, un contexto convulsionado no sólo por la fuerte crisis económica que azotaba a Japón, sino también por el ascenso del fascismo y las ambiciones imperiales de sus líderes. Este contexto, que enriquece el visionado de El viento se levanta, no aparece como un elemento determinante sino que resulta esbozado desde el punto de vista de nuestro protagonista: Miyazaki asume en Jiro a un soñador que, al igual que el personaje de Caproni (el ingeniero aeronáutico italiano Giovanni Batista Caproni) que se le aparece en sueños, termina siendo una herramienta de la máquina bélica, atravesada por el contexto socio histórico. Por ello los sueños pesadillescos que abren el film tienen un triste tono premonitorio, el sueño del vuelo aparece también atravesado por un enorme zeppelín de aspecto siniestro que termina derribando a Jiro. El tono poético y por momentos alucinatorio de la película encuentra sin embargo sus momentos donde se asienta en el más puro realismo, en particular cuando pone la lupa sobre nuestro protagonista como el héroe que quiere formar parte del mundo del vuelo a pesar de su miopía y que con su poder de observación lucha para autosuperarse más allá de los fracasos que se le puedan presentar. El detalle puesto en el trabajo artesanal de Jiro y su amor en la tarea, es sólo comparable al amor que la narración nos demuestra en el romance con Naoko. Este episodio conmovedor, que lleva hacia un desenlace que tiene alguno de los momentos más intensos del film -vean si no con qué poco Miyazaki dice mucho cuando Naoko abandona la casa donde se hospedaba con Jiro-, también rescata la ternura y la belleza de los momentos cotidianos con singular maestría (y esa secuencia en que tomados de la mano, Jiro continúa trabajando al lado de Naoko, es acaso el mejor remedio para el cinismo). El que probablemente sea el canto de cisne de Miyazaki es una obra maestra que no es tan digerible o contiene imágenes tan icónicas como otros de sus títulos, pero el tour de force narrativo al que somete a su protagonista a través de las dos horas de extensión, contiene momentos de una sensibilidad exquisita y un epílogo que en las palabras “gracias, gracias” de Jiro hacia el final parecen encerrar las palabras de su realizador que, acaso, ha tenido más de diez años de brillantez en la historia de la animación.
Una nueva joya del maestro Miyasaky Hace un par de años el maestro Hayao Miyazaki anuncio que esta sería su última película. Esto le da más valor aun al que por sí solo ya tiene “Se levanta el viento”. El film se convierte en el maravilloso legado y despedida de uno de los más grandes de la animación y del primero en osar a llevar, como en este caso, el estilo manga al cine. En este caso Miyazaki cuenta la vida del Ingeniero Jiro Horikoshi, quien fuera el creador de, entre otras cosas, del famoso avión Zero japonés, avión estrella de la Armada japonesa en la segunda Guerra Mundial y el más potente de su época. El film cuenta desde que Jiro de niño solo sueña en diseñar y construir aviones, hasta que sus sueños se convierten en realidad. La vida de Jiro fue plasmada en una novela que realizo el autor Tatsuo Hori a quien, con este film, Miyazaki también rinde su homenaje. El film muestra en poco menos de dos horas no solo la vida de Jiro, sino que deja plasmado momentos claves de la historia moderna del Japón como el terremoto de Kanto de 1923, la Gran Depresión, la epidemia de Tuberculosis y la participación de Japón en la Segunda Guerra. Miyazaki vuelve a plasmar con sus dibujos. Entre naif y perfeccionistas, y un guión concreto, conciso, un film que es de una poesía y belleza increíble. “Se levanta el viento” es un film de animación que realmente nadie se debería perder para gozar con el talento del gran maestro Hayao Miyazaki.}
Los sueños de un artista Se levanta el viento es la nueva y última película de Hayao Miyazaki. El propio director, nacido en 1941, anunció su retiro luego de estrenar este film. Esta noticia, sin duda triste para sus muchos admiradores, no debe impedirnos disfrutar de esta obra ambiciosa, en muchos aspectos, la más ambiciosa de las películas que él haya hecho. Es posible que también sea su film menos enfocado al público infantil, pero lo que es seguro es que debería conmover e interesar a cualquier adulto. Jiro Horikoshi es el protagonista del relato, un ingeniero aeronáutico japonés, creador del famoso avión Zero, la nave principal que usó Japón en su enfrentamiento contra Estados Unidos. Si bien su vida laboral y su desarrollo como diseñador de aeronáutico son reales, la película hace su propia versión de la vida privada de Horikoshi y le agrega, desde luego, un número importante de escenas oníricas. En todo sentido, Se levanta el viento cumple con todo lo que se espera de un film de Miyazaki pero le suma esta mirada melancólica y amarga, este tono crepuscular que la convierte en un film diferente dentro de su obra. El cine de animación se ha vuelto el cine más taquillero del planeta. En la suma de todos los estrenos de ese género, hay cifras de espectadores que son más que impactantes. Algunos de los films más taquilleros, como Toy Story y sus secuelas, son grandes obras cinematográficas. Obviamente también hay productos sin riesgo, adocenados, que aun cuando salen bien, parecen ser rutinarios y sin identidad. Miyazaki, en ese sentido, se fue convirtiendo año tras año en una bastión de resistencia de la teoría de autor aplicada al cine. Cuando al definirlo mal y pronto como el Walt Disney japonés, no se está faltando del todo a la verdad. Miyazaki es –salvando distancias de estilo y cosmovisión- como si Walt Disney hubiera conservado el estilo de su esplendor. No hablamos de los estudios Disney, sino del mismísimo tío Walt. Pero el director de La princesa Mononoke no se ve hoy como antiguo, sino poético, inusualmente artesanal, sin estar en guerra con el mundo de la animación, sino siendo fiel a su propio estilo. Hay algo en el viejo arte de la animación que merece esa lealtad y el director lo aprovecha. Hay una forma de belleza que se conserva en el viejo arte de la animación tradicional. El imaginario de Miyazaki es enorme. Enamorado del conocimiento, de la literatura de aventuras, del cine clásico, de la ingeniería, de las ciencias en general, todo eso se plasma en cada fotograma de su cine y de esta película. Miyazaki parece el cineasta que menos parece especular con el mercado o la crítica, su obra respira autenticidad y transparencia. Todo aquello que le interesa aparece en su cine, toda la belleza que ha visto y deseado, se plasma en la pantalla. Sus obras más populares han sido una influencia capital en el arte cinematográfico contemporáneo. Desde los grandes estudios de cine de animación actuales hasta las series animadas como Los Simpsons, todo lo reconocen como un maestro. Su obra de mayor éxito comercial en el mundo ha sido El viaje de Chihiro, una película a partir de la cual muchos lo descubrieron. Pero el máximo film de culto, el más famoso, el que lleva a miles a peregrinar al Museo Ghibli en Mitaka, Japón, es Mi vecino Totoro. Obra cumbre, sin dudas, y destinada a todo público. Quien quiera empezar a ver su obra, Mi vecino Totoro es la película. Se levanta el viento es un film no exento de humor, poseedor de la vasta fantasía de su autor, pero también es una película épica, de enorme ambición y pudoroso dramatismo. El amor por los vuelos, la conquista de los cielos, tema que adora Miyazaki, tiene aquí una forma más melancólica, crepuscular, amarga. Aunque en otro tono, la película comparte elementos con Porco Rosso, ese film hawksiano-fordiano del director. Acá, como en los films crepusculares de otros directores como el mencionado Ford, o como Ozu, u otros, Miyazaki observa como los sueños, bellos, perfectos, sublimes, se van transformando cuando entran en contacto con el mundo. El idealista y apasionado Horikoshi ve como la magia de los aviones se transforma en una herramienta de guerra. Y observa, con impotencia, como la oscuridad de cierne sobre su país. El enorme personaje protagónico, su gran historia de amor, sus sueños, sus frustraciones, todo lo señala como el personaje ideal para Hayao Miyazaki en su anunciada despedida del cine. Pocas películas tienen tanto cariño por la capacidad de fascinación del cine, combinado por un enorme amor por las máquinas, algo que lleva a Miyazaki a insistir sobre el trabajo artesanal, manual, a la hora de hacer sus películas. Hay en Se levanta el viento tanto talento, tanta belleza, tanto amor por el arte, que resulta una joya que brilla en cualquier tiempo y lugar donde se presente. Luego de verla, es un gran plan repasar o descubrir toda la obra del maestro Hayao Miyazaki.
¡De pie, el maestro se retira! Un gigante de la animación japonesa Hayao Miyazaki, uno de los gigantes de la animación japonesa, inspirador y norte entre varios de los genios de hoy, incluida la cabeza creativa de Disney / Pixar, John Lasseter, deja de filmar a los 74 años, regalándonos otra obra maestra junto con “El viaje de Chihiro” (2001), por la cual ganó un Oscar en su categoría, la extraordinaria “Nausicaä del Valle del Viento” (1984), y “El Increíble castillo vagabundo” (2004). Todas nutridas por un imaginario sin límites, una soberbia concepción visual y, desde el punto de vista de la narrativa con imágenes, poesía pura. El maestro elige para su retiro una historia real, emparentadísima con la propia. Jirö Horikoshi tiene problemas de visión. Su condición le impide ingresar como piloto de avión. Esos aparatos inventados por el hombre que conforman y disparan su fantasía. En contrapartida, lejos de la depresión, se convertirá en uno de los diseñadores aeronáuticos más importantes de la historia, con particular incidencia en la Segunda Guerra Mundial. Hayao Miyazaki se aparta cabalmente de la idea de una película biográfica y de los diálogos pedagógicos o sobre explicado. Su texto parece subrayar la existencia de lo fantástico y sobrecogedor en las cosas más simples. Se deja llevar por la potencia de las imágenes, y hasta un arco iris parece tener tintes épicos. “Se levanta el viento” es una carta de amor a la vida, los logros, los sueños, las metas inclaudicables y el respeto por la historia. La propia y la ajena. Una obra imperdible: para los amantes del cine de animación, sí; pero sobre todo para los amantes del buen cine.
En esta entrada quería hablar de la primera deuda del 2013 que saldo acá (me quedan varias todavía) y que es nada menos que THE WIND RISES, la más reciente y aseguran que última de veras de la carrera del realizador japonés Hayao Miyazaki. El filme, recientemente nominado al Oscar a mejor película de animación, se dio como apertura del FICUNAM y se volvió a presentar ayer llenando en una sala muy grande una función que solo estaba anunciada como “Film Sorpresa”. THE WIND RISES narra la vida de Jiro Horikoshi, un ingeniero aeronáutico encargado de crear los aviones de guerra tecnológicamente más avanzados que el país usó en la Segunda Guerra Mundial. Su historia –real– es bastante curiosa. De niño siempre soñó con aviones, pero un problema de la vista le impidió siquiera intentar ser piloto por lo que sus esfuerzos y talentos los puso al servicio de la construcción de aviones. El filme narra sus avances laborales y su vida personal en medio de décadas que fueron bastante tremendas: terremotos, epidemias, crisis económicas y con la conciencia clara en el espectador que los aviones construidos por Jiro no tendrán un final demasiado feliz en la Segunda Guerra. wind-rises-post6Pero sobre todo es un filme sobre los curiosos límites morales entre el arte y el uso político que se le da a ese arte, la imaginación de un –al parecer– buen hombre que cambió la historia de la aviación con la conciencia de que esos mismos y maravillosos objetos voladores serían usados para causar muertes y destrucciones varias. Con la “ayuda onírica” de su ídolo, el constructor de aviones italiano Giovanni Caproni, Horikoshi revolucionará la aviación japonesa con sus inventos, se obsesionará por mejorar los modelos y será testigo de esa dura época, la que se verá representada por la complicada y trágica relación con Nahoko, una niña y luego mujer a la que esos mismos hechos históricos la atraviesan con todas sus fuerzas. Más realista que la mayoría de sus otros filmes, menos orientado a un público infantil (si bien sigue siendo accesible para los chicos), THE WIND RISES es una suerte de épica de los sueños nacionales de un imperio que pronto iban a caer con una fuerza de gravedad tan virulenta como opuesta a ese viento que hace volar a los aviones y empuja a las personas a construir y a soñar pese a todos los contratiempos. Con imágenes sorprendentes y apabullantes, con una paleta de colores similar pero ligeramente más oscura que la habitual, con algunos personajes entrañables y otros misteriosos, la despedida de la animación d Miyazaki es también su testamento como perseguidor de sueños y como observador de un mundo que va por el camino contrario del de esos mismos soñadores, desvirtuando muchas veces todo lo bello que ellos crean. windries3Discutida en su país por su tono crítico de la ambición imperial del Japón y sus equívocos bélicos (un personaje alemán le advierte a Jiro que sus países van camino a la destrucción y que sus aviones serán parte de esa masacre), THE WIND RISES es también la historia de un artista que pese a saber las potenciales consecuencias de su arte se siente compelido a llevarlo a cabo, incapaz de dejar de imaginar esas líneas curvas y esos materiales livianos, esa belleza con la que solo él puede soñar. Miyazaki, un fanático de la aviación como queda en claro en casi todos sus filmes previos (de NAUSICAA a KIKI’S DELIVERY SERVICE pasando por PORCO ROSSO), encontró aquí su alter ego perfecto, un artista que trabaja en una industria que con la que acaso mucho no se identifica y un poeta que crea belleza en los resquicios que le deja un mundo que amenaza con volverse cada vez más oscuro.
SIEMPRE MIYAZAKI Esta vez va en serio. Luego de amagar con retirarse en 2004, Miyazaki avisó que Se levanta el viento supondría su despedida definitiva como director. Una suerte de nostalgia anticipada compaña al espectador durante las más de dos horas de largometraje en el que se homenajea a Jiro Horikoshi (cuya voz en japonés es la de Hideaki Anno, creador de una tal Neon Genesis Evangelion… ¿les suena?), reconocido ingeniero aeronáutico que diseñó el avión más potente utilizado por la flota japonesa en la Segunda Guerra Mundial. Ambos, Miyazaki y Horikoshi compartieron y comparten una pasión: la conquista del cielo. Los une, también, cierta similitud en cuanto a la creación del objeto de sus respectivas artes, pues tanto las películas como los aviones primero se bocetan y luego se montan. Últimamente, Studio Ghibli viene relegando a su público infantil. Luego de esa obra perfecta que es Kaguya-hime no Monogatari (El cuento de la Princesa Kaguya, milagrosamente exhibida en las salas porteñas gracias al BAFICI) llega otra película de corte adulto. Kaze Tachinu, su título original, es una de las cintas más realistas del director en la que, si bien hay secuencias oníricas, no es posible encontrar el nivel de fantasía que poseen Ponyo y el secreto de la sirenita o El increíble castillo vagabundo. Aun así, las fuerzas de la naturaleza continúan presentes como en toda su filmografía, desde el viento al que se alude en el título hasta la grandiosa escena del terremoto de Kanto, sin duda uno de los puntos más destacables dentro de una siempre destacable animación. De este terremoto nacerá otro sacudón, ese que golpea cuando se posan los ojos sobre el objeto amado: Naoko, personaje femenino que remite al de la madre en Mi vecino Totoro. Sin revelar las vicisitudes de su historia, Jiro y Naoko compartirán una de las escenas más bellas de la película y acaso el último regalo que Miyazaki le brinda al alma que se aloja en nuestras retinas. Aparecerá en escena, también, el ídolo infantil de Jiro: el italiano Giovanni Caproni, pionero de la aviación italiana y protagonista exclusivo de los sueños lúcidos de Horikoshi (en los que, curiosamente, hay cámaras que filman). Venecia, Toronto, San Sebastián, Nueva York, Sitges… la última película de Miyazaki ha tenido su despedida mundial. Coronó el recorrido un Oscar honorífico que se suma al que el director había ganado en 2002 con El viaje de Chihiro. En las salas del planeta la audiencia ha escuchado las palabras de Caproni: “Este será mi último sueño”. Como un don que pasa de mano en mano, de Caproni a Horikoshi y de este a Miyazaki, Kaze Tachinu es un nuevo testimonio de que gracias al maestro de la animación japonesa, el viento de la imaginación siempre se levantará en nosotros. Es un testimonio más, y el último. Habrá que volver a su filmografía y seguir de cerca lo nuevo de Studio Ghibli. Por lo pronto, al sensei lo despedimos con una reverencia y le decimos, en japonés o en porteño: sayonara domo arigato. Adiós y muchas gracias.//?z
En su adiós al cine como director, Hayao Miyazaki, creador de “El viaje de Chihiro” y “El increíble castillo vagabundo” (pero también de esa obra maestra total llamada “Mi vecino Totoro”, busque y vea) optó por dejar de lado la fantasía pura y dibujar un film realista. Es la historia de un joven enamorado de las máquinas que vuelan y que se dedicará a diseñarlas, y se basa en la historia real del hombre que diseñó los Zero, esos caza que emplearon los kamikaze. El film muestra las contradicciones del Japón de principios del siglo XX y sus tragedias, desde el gran terremoto de 1923 –pintado con una maestría fenomenal– hasta los desastres de la Segunda Guerra o el enfrentamiento con Corea. Miyazaki plantea el problema del soñador utópico cuyos sueños abastecen la violencia de un imperio, y es absolutamente crítico de ese estado de cosas. Pero también, en un acto de reflexión sobre sí mismo, plantea los riesgos de dejarse llevar por las obsesiones más allá de todo. Hay en el film una bella y triste historia de amor, de esas que el cine ya no cuenta, que acerca lo que vemos al melodrama. Como el maestro que es, Miyazaki no utiliza trazos de más, no recarga las tintas donde no debe y mantiene como norte la belleza, pero una belleza con sentido expresivo y nunca meramente decorativa. Casi una confesión, seguro un adiós, su última película es una obra maestra compleja en ideas y límpida en forma. Atención: no es un entretenimiento animado para niños; de diez años –y chicos con ganas de ver cine– en adelante.
Vuelve el maestro de la animación japonesa, Hayao Miyazaki. Vuelve justo tras anunciar su retiro, por lo que estamos ante la última película del reconocido director y animador japonés. Y lo hace a lo grande, con una historia sobre el amor y los sueños. “Se levanta el viento” es la historia de un soñador, alguien que nunca se rinde. Un muchacho se muere por ser piloto de avión pero cuando su problema de vista se lo impide se dedica a ser ingeniero y logra inmediatamente destacarse entre el resto. Alguien capaz de dar una mano a un extraño. De enamorarse perdidamente. Y seguir adelante. Siempre, aún tras el dolor de algunas cosas que le suceden. Es que esta película animada indudablemente no está dirigida para un público infantil, sino más bien uno maduro (no digo que sea precisamente adulto, pero sí de adolescente para arriba), es como una especie de biopic, intenta abarcar casi toda una vida, la de su protagonista. Basada en el ingeniero Jiro Horikoshi, el film de todos modos mezcla mucho la ficción y la realidad. Hay momentos oníricos (quizás los más bellos de todo el film), más formales al verlo trabajando, simpáticos en su mundo cotidiano con su hermana por ejemplo, y románticos y llenos de esperanza que se transforman luego en dolorosos (porque la historia de amor es tierna y emotiva pero también trágica)… y también un registro de la historia de Japón atravesada por la segunda Guerra Mundial. Es una película que intenta ser muchas cosas y lo logra, y eso es algo que no se puede decir de muchos films. Si bien es una película larga, y se podría incluir alguna elipsis, nunca se hace pesada porque nos mantiene todo el tiempo como hechizados. Un relato reflexivo y metafórico, de enorme belleza visual y cargado de nostalgia. Por momentos divertido, pero también conmovedor y en algún momento, más triste y amarga. Algo así como la vida misma, pero más linda. “El viento se levanta, tenemos que tratar de vivir”. Sin dudas, mágica.
Hayao Miyazaki y el eterno sueño de volar Sobre Se levanta el viento se ha dicho mucho pero nunca suficiente. Sea porque se trata -o trataría - de la despedida de Hayao Miyazaki de la gran pantalla, sea porque es una película de belleza apabullante. Entre otras cuestiones, ver en el cine un film del maestro japonés devuelve la certeza de que la animación es también, y primariamente, un ejercicio en dos dimensiones. Y que asombra como nunca cuando se trata de la pantalla gigante. Entre esa sorpresa intacta que todo niño grande preserva, y la mayoría de edad que obliga de otras maneras, el cine de Miyazaki es puesta en escena de ese equilibrio, que le ha vuelto una de las firmas mayores dentro de la historia del cine animado. En Se levanta el viento se dan cita las obsesiones usuales del realizador, desde una mirada que repasa lo vivido y deja sentir un sonido de despedida. Tal como se ha referido en otras oportunidades, la película recrea la historia de vida del diseñador de aviones Jiro Horikoshi, cuya avidez creadora terminará por ser una de las herramientas al servicio de la más infame de las tragedias: la guerra. No es éste, sin embargo, el punto que la película acentúa. En todo caso, se trata del sueño más auténtico: el de volar. En aviones tan bellos (y malditos por alguna bruja) como el del magnífico Porco Rosso, en comunión con la naturaleza y sus elementos. Para hacer de ese viaje el espejo de cielo invertido que refiriera Saint Exupéry en su novela Vuelo nocturno (ese escritor también mimado por otro aventurero de mares abiertos, Hugo Pratt, en su historieta El último vuelo). Todo ello desde la cosmogonía de quien sabe que la naturaleza es equilibrio. Así como los personajes ancianos de Akira Kurosawa (Rapsodia en agosto, el capítulo final de Sueños) o la letanía persistente que de su entorno milenario tiene el cine de Yasujiro Ozu. Miyazaki, claro, junto a estos maestros, con una poética que emana una sensibilidad por lo demás ausente en cualquiera de las producciones animadas actuales. Se levanta el viento incluye, desde luego, a la muerte. No sólo a través del fantasma a punto de corporizarse como guerra mundial, sino desde la compañía de vida que tiene al amor como vínculo. Es ésta la esencia del relato: la historia entre Jiro y Naoko, motor que hace posible la invención de volar, solaz que es amparo ante la enfermedad que desgarra la salud de ella. La templanza con la que se enfrenta lo irrevocable de la vida es señal de sabiduría. Sapiencia humana pero también animada. Porque, a recordar, se trata de dibujos animados. De manera tal que, ¿quién podría resistirse al encanto?
El último maestro del aire La premisa en sí ya resulta atípica para lo que el público puede esperar habitualmente del escaso animé que nos llega. Se levanta el viento es un drama biográfico, que se mete con la vida de Jiro Horikoyi, el ingeniero aeronáutico responsable del diseño de los aviones japoneses de la segunda guerra mundial. Coordenadas muy precisas, y fantasía relegada a segundo plano. Los sueños (y las pesadillas) hechos realidad. Las películas de Hayao Miyazaki jamás fueron infantiles, pero pocas veces, como en este caso, los chicos quedarán afuera de la propuesta, por lo menos como principales destinatarios. Hay algo que sigue muy vigente en el venerable director japonés, su maestría inigualable para combinar crueldad y belleza, presentes en la naturaleza y, sobre todo, en la naturaleza humana. Los sueños nos llevan lejos, y la voluntad también, pero muchas veces a un precio demasiado alto. La mirada de Miyazaki se hace cargo de esa ambiguedad y nunca es condescendiente, ni con el personaje retratado ni con el espectador. Magia desencantada, pero persistente. “Se levanta el viento, debemos intentar vivir”, dice Paul Valery en la frase que da título a la película. A Miyazaki se le podrá cuestionar su reescritura de la historia, o el dramatismo excesivo de algunos pasajes, pero nunca su capacidad para generar imágenes inigualables, de una belleza extraordinaria. Su cruda poesía con momentos de alto vuelto.