Desde la isla de los intelectuales Dentro de un registro narrativo que se mueve cómodo en la frontera entre la ficción y el documental, Stefan Zweig: Adiós a Europa (Stefan Zweig: Farewell to Europe, 2016) es una bienvenida rareza para lo que suele ser el cine contemporáneo, tanto por la perspectiva retórica mencionada como por el mismo tópico que se propone desarrollar, el exilio a lo largo de América del escritor austríaco del título, una de las figuras más importantes de la literatura de la primera mitad del Siglo XX que paulatinamente cayó en el olvido durante las décadas posteriores y que recientemente fue rescatado por Wes Anderson, quien se inspiró en varias de sus novelas para crear la extraordinaria El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014). La alemana Maria Schrader, en esencia una actriz aquí reconvertida en directora y guionista, encara el trabajo desde una concepción despojada de música incidental, con largas escenas dialogadas de impronta teatral, un montaje de cortes tajantes, un excelente desempeño actoral y una serie de intercambios entre los personajes que analizan las dimensiones política, social y filosófica del ideario de Zweig y su tiempo. Bajo la sombra primero del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial después, el hombre iniciaría un ciclo de viajes y conferencias que lo llevarían a diferentes puntos del continente desde la segunda mitad de la década del 30 hasta su suicidio el 22 de febrero de 1942 en Brasil, país del que se había enamorado en sus últimos años y que consideraba la “tierra del futuro” en contraposición a una Europa que pensó irremediablemente condenada a muerte por la expansión y triunfos del fascismo. De hecho, la película está dividida en cuatro capítulos, los cuales se desarrollan en Buenos Aires en septiembre de 1936, el Estado de Bahía en enero de 1941, New York en enero de 1941 y Petrópolis en noviembre de 1941, y un epílogo que nos vuelve a situar en Petrópolis aunque ahora en febrero de 1942, momento de la trágica decisión final. El encargado de interpretar a Zweig es el medido Josef Hader, un actor que se luce transmitiendo el sutil desagrado del escritor ante la catarata de elogios, celebraciones y homenajes que recibió por parte de las autoridades de las distintas naciones y/ o distritos por los que pasó, ya que consideraba que el reconocimiento era pura vanidad. En consonancia con lo anterior, el film funciona más como un retrato del Zweig activista político que del vinculado profesionalmente a la literatura y el periodismo, porque lo que subraya Schrader es la negativa del protagonista a condenar a Alemania como país en su conjunto y a la distancia, algo que vivían haciendo los reporteros y dirigentes del momento en pos de generar polémicas baratas o embanderarse en causas que no conocían de primera mano y que manipulaban bajo el triste halo del eslogan propagandístico. Precisamente, Zweig desconfiaba de la política ya que traiciona a la justicia al desvirtuar la palabra y el sentido intrínseco de los debates, en cambio ser un intelectual -como él mismo se definía- significa construir caminos para el entendimiento entre compañeros y adversarios con el objetivo manifiesto de ser justo y piadoso. El apartidismo, la tolerancia y el antibelicismo son los otros ingredientes de su doctrina, en especial el último porque el austríaco fue una de las primeras voces que se alzó contra la posibilidad de una guerra en Europa en tiempos en los que el conflicto parecía inevitable y para colmo se lo solía sopesar como una de las manifestaciones más “gloriosas” de la historia humana en función de su capacidad para generar cambios (delirio, depredación y genocidios de por medio, hoy podríamos agregar). Sirviéndose de encuentros y conversaciones con periodistas, colegas escritores, testaferros de los gobiernos de turno, los funcionarios en sí, su esposa y ex secretaria Elisabet Charlotte Altmann (Aenne Schwarz), su ex Friderike Maria von Winternitz (interpretada por la maravillosa Barbara Sukowa) y algún que otro amigo o fan circunstancial, Stefan Zweig: Adiós a Europa retoma además otra de las temáticas predilectas de las propuestas centradas en la Segunda Guerra Mundial, léase los exiliados y refugiados en general por el avance de las dictaduras y los enfrentamientos en los países del viejo continente (Zweig constantemente recibía pedidos de auxilio de allegados o desconocidos que trataba de resolver mediante sus contactos en las delegaciones culturales y las administraciones de las naciones que recorría, sobre todo viabilizando visas y solventando a los expatriados). El muy interesante opus de Schrader tampoco ahorra dardos camuflados contra el protagonista relacionados con el hecho de que el buen pasar económico de su familia le permitió llevar una vida de trotamundos y mantener cierta independencia ideológica que podía llegar a confundirse con cobardía o hasta egocentrismo pasivo disimulado, acorde con una timidez homologada a la defensa de su isla como artista, alejada de las miserias del todo social…
El humanismo y la guerra El último film de la realizadora alemana Maria Schrader conduce una reconstrucción histórica sobre el exilio del escritor austriaco Stefan Zweig durante la década del 30 y 40 del Siglo XX en el continente americano. Stefan Zweig: Adiós a Europa (Stefan Zweig: Farewell to Europe, 2016) sigue al escritor, biógrafo y activista social en su desarraigo por Brasil, Argentina y Estados Unidos para realizar un análisis sobre los motivos de su silencio ante la dictadura nacionalsocialista germana, a pesar de su rechazo total hacía este régimen autoritario, y su posterior suicidio en Petrópolis, cerca de Río de Janeiro. Stefan Zweig es un escritor que dejó una vasta obra humanista a través de textos de ficción, ensayos y biografías de personajes tan disimiles como Erasmo de Rotterdam, Paul Verlaine y María Antonieta. Su fama y prestigio mundial lo convirtieron en una voz ineludible en el mundo intelectual respecto de temas diversos, pero curiosamente y a pesar de su origen judío, la prohibición de sus libros en Alemania y su oposición al régimen nacionalsocialista en diversos encuentros, no accedió -a diferencia del resto de los intelectuales de la época- a pronunciarse en contra del nazismo y el fascismo. A partir de su suicidio en mitad de la Segunda Guerra Mundial, su obra humanista perdió vigor pero no relevancia ante el triunfo de la polarización ideológica entre Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS) y la entronización de estilos narrativos menos pulidos y más crudos, experimentales o vanguardistas, menos detallistas y más enfocados en la experiencia. A partir de su suicidio su fama se fue apagando progresivamente pero fue recientemente recuperado por varias editoriales que reeditaron algunas de sus obras. Tanto en el XIV Congreso de Escritores nucleados en la organización de poetas, dramaturgos, editores, ensayistas, novelistas (PEN Club) de 1936 celebrado en Buenos Aires, como en sus actos en Brasil o en su breve estadía en Nueva York, todos lugares en los que dictó conferencias sobre su obra, Zweig evitó el tema de la consolidación de la dictadura nazi y su vocación beligerante, que culminó finalmente en la invasión y ocupación de casi toda Europa, lo que decepcionó a muchos intelectuales en la época y fue también una señal de que el escritor se había rendido y había perdido su esperanza. La película está dividida en episodios que marcan su alejamiento del activismo y el gradual pesimismo que se apoderó del autor de Veinticuatro Horas en la Vida de una Mujer (Vierundzwanzig Stunden aus dem Leben einer Frau, 1927) y lo condujeron a su drástica decisión mientras los ejércitos alemanes avanzaban en todos los frentes. La dilección y la estima de parte de un público realmente interesado en la obra de Zweig son intercaladas con la composición de su libro sobre las perspectivas sobre su segunda patria, Brasil, donde se exilió definitivamente tras su desarraigo intelectual. Allí escribió su último libro publicado en vida, Brasil: El País del Futuro (Brasilien: Ein Land der Zukunft, 1941), donde compone a partir de investigaciones sobre la historia, la cultura y la economía del país las perspectivas sobre el futuro del país carioca desde un punto de vista demasiado utópico, lo que le valió diversas críticas. Stefan Zweig: Adiós a Europa es una película sobre un hombre cansado de luchar, consumido por las noticias de su país natal y por la actitud demandante de los epígonos de su obra, los intelectuales y los aduladores de la política de la época. Con actuaciones excelentes y una fotografía naturalista maravillosa Schrader compone así un film melancólico, afligido y atormentado a través de la vida de un escritor que no supo lidiar con el odio que se había apoderado del mundo en el período que lo tocó vivir y morir.
El precio del exilio El escritor austriaco judío Stefan Zweig explicaba así, en una carta, su suicidio el 22 de febrero de 1942, en Petrópolis, el “paraíso” que había encontrado en Brasil (al que definió como “el país del futuro”) al final de ocho años de exilio forzoso huyendo de los nazis. Un crepúsculo amargo y deprimido que cuenta la película «Stefan Zweig, adiós a Europa», en la que la actriz y realizadora alemana Maria Schrader (“Vida amorosa”) ha ordenado, en cuatro capítulos de un biopic sobre la atormentada vida del dramaturgo entre 1936 y 1942, el recorrido del hombre por Brasil, Argentina, Nueva York y de nuevo Brasil –donde siempre se le trató como a una estrella literaria- hasta el gesto fatal con que puso fin a dos vidas, una carrera brillante y unos ideales pacifistas. Escritor, biógrafo, activista social e intelectual respetado, Stefan Zweig fue uno de los grandes personajes del siglo XX. Autor de obras tan populares como “Carta de una desconocida”, “24 horas de la vida de una mujer”, “La confusión de los sentimientos”, “La Piedad peligrosa” o “El jugador de ajedrez” (publicada a título póstumo), no es la primera vez que el séptimo arte rinde homenaje al personaje y a su obra; el más reciente, El gran hotel Budapest, de Wes Anderson. En el caso que nos ocupa, “Stefan Zweig, adiós a Europa” es una película ambiciosa, austera también y muy reflexiva que se ocupa más del hombre que del escritor de éxito (interpretado con brillantez y enorme contención por Josef Hader, “Life eternal”) retratando cuatro momentos de ese exilio que recorrió hasta el final junto a su segunda esposa, Lotte Altman (Aenne Schwarz, “Time You Change”): una recepción en Río de Janeiro, otra más modesta y más kitsch también en una plantación de Bahía, un encuentro con sus hijas y su primera esposa Friderike (Barbara Sukowa, “Hannah Arendt”), también exiliadas, en una casa de Nueva York, y un paseo por Petrópolis con un crítico amigo. Cuatro momentos cargados de melancolía, de desesperación ante la invasión europea de los nazis, de la tristeza del exilio, que van configurando la tragedia final del suicidio del matrimonio. Nacido el 28 de noviembre de 1881 en Viena, Austria, y muerto el 22 de febrero de 1942 en Brasil, Stefan Zweig fue escritor, dramaturgo, periodista y biógrafo. Amigo de Freud, Romain Rolland y Arthur Schnitzler, abandonó su país en 1934 horrorizado por los avances del nazismo. Hijo de un fabricante de tejidos moravo judío y de la hija de un banquero austriaco, vivió su infancia en un barrio burgués y conformista. Durante la primera guerra mundial se enroló en el ejército y fue enviado a Polonia, a trabajar en los servicios de propaganda. A partir de 1916 militó en un pacifismo activo. En los años 1920 publicó novelas y traducciones y dio conferencias abogando por una Europa unida. En esos años escribió biografías y coleccionó manuscritos, partituras musicales y autógrafos; colección que fue destruida por los nazis. La llegada de Hitler al poder en 1933 cambió su vida. La neutralidad que pretendía terminó cuando Austria sucumbió ante Hitler, abandonó el país y se refugió en Londres. Desposeído de su nacionalidad se convirtió en un refugiado político que recorrió varios países del nuevo continente hasta que el 15 de mayo de 1941 dio su última conferencia. Después se dedicó a redactar unas memorias que envió por correo a su editor la víspera del suicidio. Biopic conseguido, drama histórico escrito por la propia realizadora junto a Jan Schomburg (guionista de “Lena” y “El amor y nada más”), que nos mete de lleno en el progresivo agotamiento del intelectual, impotente ante la expansión del nazismo que odia y consumido por esa vida errante que no consigue consolarle y que finalmente no pudo soportar. Stefan, de 60 años, y Lotte se suicidaron, envenenándose con Veronal, en su bungalow de Petrópolis. Como telón de fondo, la reflexión sobre el papel político de los intelectuales, y más concretamente de los intelectuales en el exilio, los apátridas representados en la película por el discurso que el también escritor Emil Ludwig, polaco de nacimiento y alemán a partir de la invasión nazi, pronunció en el PEN Club de Buenos Aires en septiembre de 1936, acto en el que se homenajeaba a Zweig.
“Stefan Zweig: adiós a Europa” (“Vor der Morgenröte”) cuenta la historia del escritor austríaco Stefan Zweig (1881-1942), quien, debido a su religión judía, tuvo que exiliarse ante el advenimiento del nazismo. El film está dividido en episodios, en los cuales se narran los últimos años de Zweig fuera de su tierra natal. Es una forma novedosa de contar una biopic, ya que no retrata de forma cronológica toda su vida, sino que se centra en algunos de los países por donde estuvo viajando. De todas maneras, esto impide terminar de profundizar algunos detalles o ciertas relaciones del protagonista, haciendo que la historia se sienta bastante fragmentada. Si bien no es incorrecto que el espectador no reciba toda la información servida y deba conectar él mismo los puntos faltantes, hay ciertos capítulos que nos dejan con ganas de ver algo más o con la sensación de que quedan escenas por contar. “Stefan Zweig: adiós a Europa” nos propone una mirada distinta sobre lo ocurrido en la época del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial. Existe una gran infinidad de películas sobre esta temática, pero la mayoría de las veces sus protagonistas son aquellos que viven o vivieron en carne propia estas atrocidades. En este caso, se relata una trama desde el punto de vista de un exiliado que, si bien se encuentra sano y salvo, fue expulsado de su país de origen y debe continuar a pesar de las vivencias de familiares y amigos que no corrieron con la misma suerte. ¿Cómo puede seguir? ¿Es factible reanudar su vida sabiendo los horrores que estaban aconteciendo en su país? Uno de los puntos a subrayar del film es la parte técnica. Se nota una gran mano de la directora Maria Schrader, quien cuenta de una forma particular esta historia. No solo a través de los ya mencionados capítulos, sino desde la puesta en escena y la manera de retratar ciertos planos. Esto se complementa con la destacable fotografía, que presenta colores muy vívidos que se contradicen con los sentimientos internos del escritor. A pesar de la belleza externa de países (sobre todo de Brasil donde finalmente vivió y murió) que lo recibieron con los brazos abiertos, el interior oscuro y desesperanzado del protagonista es mucho más fuerte. Por último, Josef Hader realizó una buena interpretación de Stefan Zweig, mostrando sus debilidades, debates morales internos, y la complejidad de un autor. En síntesis, “Stefan Zweig: adiós a Europa” es una biopic distinta (algo que le juega a favor y en contra), que se destaca por su narración y mirada de la directora, ya que busca retratar otro punto de vista de las consecuencias del advenimiento del nazismo en Alemania y países aledaños; cómo es posible seguir adelante cuando todo lo que conociste ya no existe.
Dada la enorme riqueza que tuvo la vida de Stefan Zweig, no resulta posible representarla acabadamente en una única película. Así lo debe haber entendido Maria Schrader, más conocida como actriz (Nadie me quiere, ¿Soy linda?, Aimée & Jaguar) que como realizadora. Stefan Zweig: Adiós a Europa es apenas su tercer largometraje y está centrado en los últimos seis años de la vida del notable escritor austríaco, famoso por su biografías (María Antonieta, Fouché, Magallanes, Erasmo y muchas otras). Dividida en cuatro partes, más una corta introducción y un epílogo, lo muestra a partir de 1936 cuando visita por primera vez América del Sur en setiembre de dicho año. Y es nada menos que en Buenos Aires que se desarrolla el primer episodio, cuando tuvo lugar la 14° reunión del entonces célebre PEN Club Internacional (Pensadores, Ensayistas y Novelistas). En dicho evento convergieron diversas posiciones políticas como la del profascista Filippo Marinetti, la de los fuertes opositores al nazismo Emil Ludwig y Victoria Ocampo y las menos definidas del hermético poeta Giuseppe Ungaretti y del propio Zweig, como bien lo muestra el film. En uno de los discursos se pronuncian los nombres de famosos intelectuales alemanes, no todos judíos, que debieron o decidieron abandonar su país, entre los cuales se cita a Walter Benjamin, Thomas Mann y sus hermanos, Bertold Brecht, Erich Maria Remarque y Einstein. El clima de tensión reinante en Buenos Aires está bien logrado y la reproducción histórica resulta acertada, con una muy buena caracterización del actor Josef Hader, que mucho se parece al escritor vienés. La película da un salto de cinco años y se posiciona en Bahía, en una visita a un predio donde se cultiva la caña de azúcar. Ya lo acompaña su segunda esposa, Lotte, y quien hace de guía es un personaje probablemente ficticio (Victor D’Almeida), a quien da vida nuestro Nahuel Pérez Biscayart (Lulu, 120 latidos por minuto). La inserción de este capítulo no es caprichosa, sino una explicación de los motivos que lo llevaron a mudarse a nuestro vecino país, pues, como él mismo afirmaba, “Brasil es el país del futuro”. Ya en la introducción se ve la recepción que le brindaron en una comida, donde acudió la hija del presidente Getulio Vargas. Uno de los momentos más trascendentes de la película es aquel en que (también en 1941) visita Nueva York y reencuentra a su primera esposa, Friderike von Winternitz. Lo que no se menciona es que fue ella quien años antes había contratado a Lotte como dactilógrafa para la redacción de sus libros. Y lo que este cronista opina y pudo investigar es que de no haberse separado de Friderike (Fritzi), quizás muy diferente hubiese sido el destino de Zweig. La excelente Barbara Sukowa, vista en tantas películas de Margarethe Von Trotta (Las hermanas alemanas, Rosa Luxemburgo, Hannah Arendt y la banalidad del mal) logra transmitir la clase de Friderike (por cierto, ella escribió sin ningún rencor no una sino dos biografías, la segunda con muchas fotos). El cuarto episodio y el epílogo transcurren en Petrópolis (cerca de Rio de Janeiro) y ya se lo ve poco motivado por vivir y angustiado por la Segunda Guerra Mundial. Reencuentra a su amigo Ernst Feder y vive cerca de la casa de Gabriela Mistral. Ellos serán algunos de los testigos de su trágica muerte. La película cierra con el célebre texto de su última carta (verdadero testamento) a la cual alude el título original del film (Antes del amanecer). Es probable que Stefan Zweig: Adiós a Europa motive a algunos de los espectadores a conocer más sobre su vida. Para ellos se recomienda la lectura de El mundo de ayer (su autobiografía) y Morte no paraíso (en portugués) de Alberto Dines, el mayor especialista (y amigo) de Zweig en nuestro continente.
La biografía del mítico escritor austríaco, dirigida por María Schrader, propone un viaje por algunos de los episodios más trascendentales de su vida. Políticamente correcta, el film evita tomar posición y profundizar en los hechos más íntimos del literato, por lo que el bronce con el que se consolida la propuesta, afecta el convencionalismo de una puesta pulcra y sin sobresaltos.
[REVIEW] Stefan Zweig, adiós a Europa: Lejos de casa. Se estrena una biopic sobre el intelectual austriaco Stefan Zweig, centrado en los años de exilio del famoso escritor y activista social. Estando tan lejos de casa recordamos el amor al que de ser un nativo de ese barrio padre que también nos vio crecer “Lejos de casa”- A.N.I.M.A.L. Stefan Zweig como judío se vio obligado a huir de su país debido al régimen nazi. En esta película biográfica seremos testigos de sus profundos conflictos con respecto a esa decisión, además de deambular por la mente de uno de los personajes más destacados del siglo XX. Al ser una biopic, el espectador más interesado en la vida de este hombre será el que ya conozca el trayecto de su huida, donde se refugió en París primero y, más tarde, en Londres, pero Zweig luego acabó huyendo junto a su esposa a Sudamérica, instalándose finalmente en Brasil. Aquí comienza el film, en el país contiguo a la Argentina, con un hermoso plano estático que nos muestra una mesa colorida y elegante siendo preparada por sirvientes. La fotografía del film es algo que se destaca en el trayecto, exhibiendo el estridente color verde de la selva brasilera. La dirección por parte de Maria Schrader (Aimée & Jaguar) la cual también es guionista, sobresale por momentos, retratando el dilema de Zweig con planos metódicos, con otro plano secuencia bellísimo e inteligente hacia el final del film, el cual involucra un espejo y la aparición de Gabriela Mistral. Además de la mencionada escena del comienzo donde resume todos los pensamientos de Zweig con respecto al rompimiento de barreras en lo cultural de cada país del mundo. Los primeros minutos de la película son los más interesantes ya que nos presenta la visión de Zweig ante lo sucedido en Alemania, y la vida que conlleva. En Brasil, el escritor, frente a muchas personas alrededor de la mesa, expresa su pensamiento y deseo de que haya paz en todos lados a pesar de las diferencias culturales, además de declarar que ve a Brasil como el futuro debido a su brillante manera de mezclar culturas. Lo atractivo del film también sucede en Septiembre del 1936 en Buenos Aires cuando el escritor visitó nuestro país para realizar conferencias de escritores. Allí tuvo reportajes con periodistas de diferentes países los cuales querían que opinen sobre Alemania, la que parece que se prepara para la guerra, debido al desenvolvimiento de Hitler. Pero él se negaba a declarar estando tan lejos de allí, expresándose con palabras dignas de un culto que deja en claro su pensamiento. Durante esta etapa hay varias frases dignas de anotar. Sin embargo su semblante emocional tambalea durante la película, al igual que el guion y la forma de contarnos mediante el uso de la cámara la cual resulta bastante soporífera por momentos. Pasamos de ir a Brasil en 1941, para ir a Nueva York y volver a Brasil, a la bellísima Petrópolis, el mismo año. En las tres separaciones narrativas Zweig es perseguido por su pasado, su país y amigos que quedaron al otro lado del océano. Algunas situaciones son poéticas gracias a la estupenda actuación de Josef Hader, intentando mostrar la culpa, la angustia, que sufre él, arrastrando a la película lo más que puede. La cámara con sus limitaciones traslada al espectador lo que Stefan Zweig percibe y siente durante todo el transcurso de la película, donde la pérdida de la identidad y la esperanza hace que la tristeza se vuelva un infierno cotidiano. Queda en el espectador que conozca o no al escritor si esto le parecerá interesante la historia de vida que intenta contar.
La película de Maria Schrader, de la cual es directora y guionista, relata mitad ficción y documental la vida del gran escritor austríaco y una parte de su historia (1936/1942) en el exilio. Stefan Zweig dejó grandes biografías, (María Antonieta y Erasmo sólo para mencionar dos de varias), ensayos, novelas y cuentos que ahora son descubiertos por las nuevas generaciones. La película está dividida en cuatro capítulos y comienza en Buenos Aires, recorre Brasil adonde él se instala con su segunda mujer, Lotte para luego pasar por New York adonde visita a su primera mujer Friderike Von Winternitz (Bárbara Sukowa) y a sus hijas) para terminar en Petrópolis. Su gran dolor es la instalación del nazismo en su país y por esa cuestión decide emigrar a America. Da conferencias y los periodistas le preguntan acerca de ésta cuestión pero él trata de evadirla, es un tema sensible que terminó por abatirlo de una forma avasalladora. Su vida fue triste como esa época pero sin dudas dejó un gran legado. Las actuaciones de Josef Hader como Zweig y sus mujeres son impecables, lo mismo puedo decir de la fotografía y la recreación de época. Nahuel Pérez Biscayart compone a un guía llamado Víctor D’Almeida quien lo lleva a recorrer un lugar donde se cultiva caña de azúcar. Un placer ver talento argentino por el mundo. https://www.youtube.com/watch?v=Wvg9EL58E7s TITULO ORIGINAL: Stefan Zweig: Farewell to Europe ACTORES: Josef Hader, Barbara Sukowa. Nahuel Pérez Biscayart, Tomas Lemarquis. GENERO: Drama . DIRECCION: Maria Schrader. ORIGEN: Austria, Francia, Alemania. DURACION: 105 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 12 de Julio de 2018
Stefan Zweig: Adiós a Europa empieza con un largo plano secuencia. En el centro de la imagen se ve una mesa ocupando prácticamente la totalidad del amplio salón contiguo a donde el escritor austríaco da una charla. Lentamente los asistentes salen y se alistan para la comida, y muchos de ellos se acercan al Zweig para intercambiar algunas palabras. La escena es fría y de una rigurosidad formal absoluta. El resto de la película, también. Dirigido y coguionado por la actriz Maria Schrader, el film narra las vicisitudes del escritor (uno de los más famosos de las primeras décadas del año pasado) durante su exilio por la Argentina, Brasil y Estados Unidos a raíz de la persecución del nazismo. Ferviente opositor al régimen de Hitler, Zweig encontró en Brasil una comunidad multiétnica modélica para alguien que huía de la segregación, dispuesta a recibirlo y a dejarse empapar por sus ideas. Dividida en cuatro capítulos –uno transcurre en la Argentina, con Victoria Ocampo como ocasional personaje de reparto– que abarcan desde 1936 hasta 1942, la película se toma un buen tiempo para arrancar, con varias secuencias extensas de charlas y entrevistas de impronta teatral que funcionan a la manera de “presentación ideológica” del personaje. Sucede que el mundo de Zweig es el las ideas, y quizá por eso al guión le cueste esbozar los rasgos humanos de su protagonista, estableciendo así una distancia emocional que por momentos es imposible de acortar.
Stefan Zweig fue un escritor y activista social austríaco judío, que con la irrupción del nazismo debió emigrar. La película que se estrenó esta semana lo toma en sus años finales, precisamente en su exilio entre Brasil, nuestro país y los Estados Unidos. Zweig y su última esposa tomaron una decisión drástica, que no vamos a revelar o recordar aquí, pero que al filme de la actriz alemana Maria Schrader lo marca definitivamente. Es que desde su comienzo -una recepción en Brasil, rodada en un extenso plano secuencia, que muestra desde cómo se prepara una mesa enorme para un banquete hasta que Zweig asiste y es saludado- la película lo muestra más como un hombre preocupado por la suerte de quienes puedan escapar de régimen de Hitler que con su obra. La realización, entonces, podría sugerir emoción, pero en vez de ello hay mucho diálogo explicativo y poca tensión dramática. No es ésta una realización “fría”, pero… Es que Zweig encontró en Brasil una realidad multiétnica que lo subyugó, en clara contraposición a lo que estaba sucediendo en Europa. La película, que está dividida en cuatro capítulos, transcurre desde 1936 hasta 1942. Entre los rostros conocidos que aparecen -además del de Josef Hader, también director- están el de nuestro compatriota Nahuel Pérez Biscayart, hablando en portugués, y Barbara Sukowa, como una esposa anterior del protagonista con la que se encuentra en los Estados Unidos.
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Los últimos años de la vida del escritor austríaco, condenado al exilio luego del ascenso del nazismo, encuentran en la mirada de Maria Schrader un retrato tan reflexivo como conmovedor. La película podría pensarse como una elegía en forma de cartas postales enviadas desde las ciudades que lo albergaron en América, desde Buenos Aires a Nueva York, hasta su retiro final en Brasil. Cada instancia de su recorrido acentúa su pesimismo frente a la imponente naturaleza, su consciente extrañeza con esa Europa que se hacía bárbara mientras América daba tibieza a sus últimas horas. Consagrado novelista y biógrafo de excepción -basta para confirmarlo su notable María Estuardo-, Stefan Zweig fue el espejo de la atormentada generación de entreguerras, de la que también fueron expresión intelectuales como Thomas Mann o Theodor Adorno. El rigor de Schrader en su apuesta puede fácilmente confundirse con frialdad o academicismo. Nada más lejos de ello. Su cámara sostiene la distancia justa que exige el ánimo de su personaje, su desasosiego frente a la suerte de sus amigos y colegas judíos retenidos en Alemania, la reflexión de un arte que se torna impotente frente a la barbarie. Con extraordinarias actuaciones de Josef Hader como Zweig y Barbara Sukowa como su exesposa y posterior biógrafa, Schrader sortea los resortes tradicionales del biopic que atan la intimidad a la condición histórica, y mira a su personaje y a la época con desgarradora honestidad. La escena final es la más legítima prueba de ello.
No es necesario haber leído a Stefan Zweig para apreciar esta obra de notable sensibilidad e inteligencia, muy bien interpretada y ambientada. Basta saber, al momento de la entrada, que fue uno de los autores alemanes más populares del siglo pasado, que la Alemania nazi lo prohibió en 1934 y tras sufrir un allanamiento, se mudó a Londres, y de allí al Nuevo Mundo, con el dolor de no poder ayudar sino a unos pocos mientras el se salvaba. El título original es "Vor der Morgenrote", antes del amanecer, pero el título de venta internacional, "Adiós a Europa", también va con el espíritu de la obra, escrita y dirigida por María Schader, una mujer delgadita de marcado talento. Alejándose de la fórmula habitual del biopic, ella estructuró su relato en un prólogo (Zweig homenajeado a su paso por Río de Janeiro), Buenos Aires, 1936 (su presencia en el Congreso Internacional del Pen Club, donde se negó a condenar a su país), Bahía, 1941 (no la capital, sino el interior de lo que él imaginaba como "el país del futuro" por la convivencia de razas y credos), Nueva York, pleno invierno (el reencuentro con seres queridos y la aflicción ante la inmensidad del drama europeo); Petrópolis, noviembre 1941 (la posibilidad de un hogar, y un mañana mejor) y epílogo, resuelto con callada emoción, mucha hondura y pocos medios. En síntesis, no hizo una obra de gran despliegue, sino de buena concentración, diálogos memorables (atención a su charla en Buenos Aires) y muy buen elenco, encabezado por Josef Hader, Aenne Schwarz y Barbara Sukowa. En el extenso reparto, Nahuel Pérez Biscayart (el poeta D'Almeida Vitor, difusor de Zweig en Brasil), Arthur Igual (el periodista Antonio Aíta, entonces secretario del Pen Club, más tarde diputado provincial por el radicalismo) y la portuguesa Marcia Breia (la poeta Gabriela Mistral, entonces cónsul chilena en Petrópolis). Ya que estamos, "Amok", "Diario de una desconocida", "24 horas en la vida de una mujer", "El mundo de ayer", "Momentos estelares de la humanidad", son algunos de los muchos libros de Zweig que pueden recomendarse al interesado.
Lejos de la tradición de las “biopics”, el trabajo de la directora María Schrader, guionista junto a Jam Schomburg se centra en dilucidar lo que le ocurrió a Stefan Sweig, el famoso escritor de comienzos de los años 20 y 30 del siglo pasado, que se alejó de la Europa en llamas de la guerra, del nacimiento y dominio de Hitler, para vivir con dolor, culpa y compromiso su posición intelectual. No se detiene en sus obras, las soslaya. Y elige comenzar con una definición del escritor cuando en Buenos Aires, en una reunión, en el cenit de su fama le piden una condena al régimen de Hitler, el considera que un escritor no debe conectar con la política y justifica su actitud diciendo “Cada gesto de resistencia que carece de riesgo o impacto no es más que un grito de reconocimiento”. El film muestra de manera sombría e intransigente cuando le costó a este intelectual esa afirmación. Pero tampoco arriesga suposiciones sobre el valor de esa condena al nazismo en la voz de uno de los escritores de fama mundial en ese momento. Lo cierto es que el nunca se arrepintió, o al menos no dejó registro escrito. Con una gran actuación de Josef Hader, encarnado al escritor judío y austríaco, con la intensa Bárbara Sukowa como su ex esposa, que funciona como la voz de su conciencia, la película se muestra meticulosa, rigurosa sobre ese transitar del escritor consagrado, sensible a los halagos, pero de una gran inteligencia para percibir cuánto puede y cuando ha dejado de hacer para salvar a sus amigos de las atrocidades de la guerra. Y como sus fantasmas, su desilusión, su cansancio moral lo conducen inexorablemente al suicidio.
Enigmas trasladados a la pantalla Uno de los escritores más populares en el mundo entero durante la primera mitad del siglo XX, el austrohúngaro Stefan Zweig (nació en tiempos del Imperio) es hoy en día poco menos que una reliquia literaria. El que no dejó de leerlo fue el cine, desde tiempos del silente hasta ahora mismo. El volumen de versiones fílmicas de novelas, biografías y obras de teatro de Zweig es francamente impresionante. Hasta el punto de que cuatro de ellas –24 horas en la vida de una mujer, Angst, Volpone y Amok– fueron traspoladas seis, cinco, cinco y cuatro veces respectivamente, al cine o la televisión. Por lo menos tres grandes películas están basadas en obras suyas: la primera versión de Carta de una enamorada (Max Ophüls, 1948), La paura (R. Rossellini, 1954) y El gran hotel Budapest (Wes Anderson, 2014). Opus 3 como realizadora de la actriz Maria Schrader, Stefan Zweig: Adiós a Europa narra los últimos años de vida del autor, desde el comienzo de su exilio del nazismo (1936) hasta su muerte (1942). Coautora del guion, la actriz de Aimée y Jaguar (1999 ) tomó la acertada decisión de no filmar un biopic, con las consabidas rutinas de homenaje implícito, linealidad cronológica y “greatest hits” de la vida del personaje. En lugar de eso, Schrader plantea a Zweig como una figura enigmática y comprime el período elegido en un puñado de momentos, que siguen algunos traslados de quien era un gran amante de los viajes. La narración comienza en 1936 en Río de Janeiro, continúa unos meses más tarde en Buenos Aires, donde se celebra un Congreso de Escritores auspiciado por el Pen Club, salta a Salvador de Bahía cinco años más tarde, de allí a una breve estadía neoyorquina y ancla finalmente en Petrópolis, estado de Río de Janeiro, donde Zweig (Joseph Hader) hallaría la muerte, a los 60 años. Todo un mérito por tratarse de una película sobre un escritor, el Zweig de Schrader no es un monumento viviente que ande disparando frases célebres como quien escupe sobre la vereda. El problema es que al hacer de Zweig una máscara (Hader está magnífico, en su rol de esfinge calladamente sufriente) la película no permite saber bien quién es, qué piensa, qué siente. Zweig se retiene, como puede advertirse durante una entrevista en Buenos Aires, en la que el exilado del nazismo (era judío) se niega a opinar, por razones que no quedan claras, sobre la situación en su país de adopción y el régimen que en ese momento lo gobernaba. Estando en Nueva York le manifestará a su ex esposa (interpretada por la fassbinderiana Barbara Sukowa) su molestia ante los pedidos de amigos para facilitarles la salida de Alemania. En ese momento, Zweig convive con su actual mujer (Aenne Schwarz) y su ex esposa, a la que parecería usar como ama de casa. Pero tanto esa convivencia como esa aparente denigración quedan, como todo lo demás, en una incógnita no resuelta. Es imposible determinar si esa opacidad absoluta de los personajes responde a una decisión dramática o una dificultad de aproximación por parte de Schrader. Sea como fuera, al espectador no se le brinda la posibilidad de conocer o entender a un hombre a quien la película muestra como modesto, amante de la naturaleza, prudente, cobarde y/o egoísta. Como curiosidad debe anotarse la presencia en el elenco del actor argentino Nahuel Pérez Biscayart, que tras haber hablado perfecto chino en El futuro perfecto, y fluido francés en 120 latidos por minuto, hace aquí de brasileño del Noreste en una escena con el intendente de un caserío, que se supone debería ser graciosa pero difícilmente lo sea.
Ni en la derrota se apuesta el rigor En la película que retrata la última parte de su vida, Josef Hader se pone en la piel de un Stefan Zweig que renuncia al eslogan en pos de una postura meditada. Se supone que a las películas basadas en una –célebre- vida real uno puede sacarle más provecho si conoce de antemano al personaje. Por lo general, o vienen a rendir honores o pretenden iluminar la cara que en vida quedó a oscuras. En Stefan Zweig: Adiós a Europa (Stefan Zweig: Farewell to Europe, 2017), tercer trabajo de la actriz Maria Schrader tras las cámaras, por suerte no hay escándalo que ventilar y, si se trata de un homenaje, es igual de mesurado que el personaje reconstruido en la ficción. Hasta puede que no constituya un gran valor tener conocimiento previo sobre la vida del escritor o sobre su obra, porque de sus libros no hay más referencia que unos pocos diálogos y para contextualizar su vida basta con saber que hubo una guerra mundial donde el bando de Hitler estuvo cerca de ganar el siglo pasado. En su momento, durante los años veinte y treinta, Zweig fue una figura muy popular. Su presencia era bienvenida, requerida y, en más de una ocasión, provechosa: no era raro que quisieran –tanto la prensa como la política- sacar alguna frase de su boca para usar después en favor propio. Si bien la película está estructurada a partir de los viajes que, tras haber tenido que abandonar Alemania, lo llevaron a recorrer principalmente todo el continente americano, la premisa gira alrededor de aquello que no le pudieron hacer decir en un principio: durante su estadía en Buenos Aires en un congreso de escritores le piden que se pronuncie en contra del nazismo, a lo que Zweig se opone –no por pensar distinto, sino porque al parecer siempre prefirió las reflexiones concienzudas al fervoroso calor de la opinión pública-. Del Amazonas a la Argentina para llegar –tras un breve reencuentro con Europa en Inglaterra y Francia, omitido en la narración- a Estados Unidos y terminar sus días de vuelta en Brasil, la última parte de su vida estuvo signada por las noticias que le llegaban de la guerra y los intentos por salvar a los conocidos que huían de allí. El mayor mérito de la película quizá sea al mismo tiempo una decepción para los amantes del género: todo se basa en una lenta putrefacción. El cauteloso Zweig acomodado del congreso en Buenos Aires cede muy de a poco a la desesperación y la tristeza insondable. La puesta en escena, por su parte, no concede puntos al efectismo y conserva la sobriedad formal. Los planos, por lo general fijos, se instalan en cada escena. Para muestras sobra un botón: el epílogo es un ejemplo de rigor a la hora de tomar decisiones.
Dirigida por María Schrader y escrita junto a Jan Schomburg, Stefan Zweig: Adiós a Europa retrata el exilio del escritor cuando deja su continente y busca un nuevo lugar donde pasar el resto de su vida. Stefan Zweig: Adiós a Europa comienza con un prólogo con el protagonista en Brasil. Celebrado como el talentoso escritor y reconocido intelectual que fue, Zweig se encuentra por un lado admirado por un país que define como el futuro a causa de la diversidad cultural que abarca, y por el otro apenado por haber tenido que dejar atrás Europa, por una Alemania que se encuentra en el momento más duro y trágico de su historia. La actriz devenida en realizadora María Schrader presenta su película con un largo plano fijo que evoca la elegancia de una manera florida y exótica, un plano que se va llenando de gente, mutando. Y enseguida nos traslada a Buenos Aires, a un congreso de escritores donde, además de codearse con otros colegas, los periodistas buscan de manera incansable un testimonio de Zweig sobre lo que está sucediendo en Alemania y él se niega a dárselos, no quiere hacer pública su postura a causa de su naturaleza pacifista, porque “no hablaré mal de ningún país”. El resto de la película se sucede entre Brasil y Nueva York. Brasil mostrada como un lugar libre, de mucha naturaleza, calor, con gente que siempre se muestra muy dispuesta y amable. En cambio, la Nueva York que retrata está siempre encerrada en un departamento, es fría y apagada. Así, Schrader va exponiendo los últimos años del exilio de Zweig y sus idas y vueltas, su vida nómada junto a su nueva mujer más joven, Lotte, hasta que decide quedarse en Brasil, pasar allí los últimos momentos de su vida. Es desde Nueva York donde se cambia el registro, donde Zweig descubre ante los ojos de su ex mujer la realidad a la que muchos amigos y colegas suyos se están enfrentando, los que se quedaron, los que no pudieron irse. El retorno a Brasil después de Nueva York es muy distinto a los viajes anteriores. La película de Schrader es más bien de observaciones y, por momentos, de un tono casi documental, sin necesidad de acentuar emociones. De tiempos lentos y silencios prolongados. Así es también la interpretación de Josef Hader, sutil y contenida pero no por eso menos expresiva. Stefan Zweig: Adiós a Europa termina también con un largo plano fijo como el que empezó y sin embargo es muy diferente. Un plano que no revela mucho a primera vista pero en el que el armario y su espejo terminan ofreciendo la última imagen del escritor, y lo que va sucediendo alrededor de ese final, donde cada sonido (los que se suceden fuera de campo) se torna imprescindible. Ése es el triste epílogo de una película dividida en capítulos como si fuese un libro.
Cuenta con una muy buena narración que nos relata parte de la vida del escritor, biógrafo y activista social austríaco judío de la primera mitad del siglo XX Stefan Zweig (estupenda interpretación de Josef Hader), quien debió exiliarse por su religión ante el arribo del nazismo. El film aborda las distintas etapas de la vida de este intelectual y nos permite recorrer junto a él algunas zonas donde estuvo como: Brasil, Argentina y Estados Unidos, lugares donde dejó huellas desde 1936 hasta su muerte en 1942. Es una historia muy rica como así también el elenco que participa en ella, como el personaje de su primera esposa en la excelente composición de la actriz alemana Barbara Sukowa como Friderike Zweig. Además trabaja el actor argentino Nahuel Pérez Biscayart (que se encuentra trabajando en Europa hace un tiempo), tiene un interesante papel secundario como Vitor D’Almeida, al igual que la actriz alemana Aenne Schwa representando a la segunda esposa del protagonista, Lotte Zweig. Todo su relato resulta atrapante, con una buena estética y una fotografía majestuosa, ayuda para disfrutar cada una de las épocas vividas, sus angustias y júbilos, además del reencuentro con su amigo Ernst Feder (Matthias Brandt), que vivía cerca de la casa de Gabriela Mistral (Márcia Breia), casualmente ellos junto a otras personas fueron quienes lo acompañaron hasta el día de su muerte.
Stefan Zweig: Adiós a Europa es el tercer largometraje de la directora, guionista y actriz alemana Maria Schrader, realizada originalmente en el año 2016. Schrader, quien previamente había dirigido las cintas Liebesleben y La Jirafa (esta última en conjunto a Dani Levy en el año 1998), tomó como referencia para construir esta historia, los años del exilio del famoso escritor. Stefan Zweig: Adiós a Europa cuenta los últimos años de vida del afamado escritor y activista social austriaco Stefan Zweig (interpretado por Josef Hader), que por aquel entonces gozaba de un enorme prestigio, además del éxito y reconocimiento mundial. Maria Schrader hace hincapié en la etapa donde pasó más alejado de su tierra natal, alternando sus estadías en Brasil, Argentina y los Estados Unidos, y dividiendo la película en cuatro capítulos. El motivo central de la realización de estos viajes y su natural alejamiento, era el peculiar momento que atravesaba Europa, con la sombra emergente del nazismo, la figura de Hitler, y posteriormente la Segunda Guerra Mundial. No obstante, en la realización de conferencias que le tocaba brindar, prefería evitar sus opiniones sobre la situación que vivía el viejo continente, un tanto con la excusa de la distancia. La directora también expone la preferencia que sentía Zweig por Brasil, lugar donde se sentía a gusto y que consideraba “La tierra del futuro”, tras ver y sufrir la endeble situación, tanto política como racial que padecía Europa en general, con el pasar de aquellos años. No faltarán momentos en dónde se toque el entorno familiar del escritor austriaco, con una familia dividida, con su primer mujer (interpretada por Barbara Sukowa), y sus hijas por un lado, y su actual pareja Lotte (Aenne Schwarz), quien sería la compañera en esa última etapa de su vida. De modo muy prolijo, la cineasta alemana se sirve de este filme para narrar las preocupaciones que aquejaban a Zweig, y sus pensamientos respecto al momento vivido, y lo que significaron esos últimos años alejado de su tierra de origen. La parte inicial de esta cinta es la más disfrutable, condensada de información, pero con un encanto que transmite, entrecruzando acertadamente ficción y documental. No obstante en el avance del metraje, esto decae notablemente. Si bien hay elementos típicos en los biopics que hace falta utilizar, por momentos el relato de Schrader se transforma en algo monótono y acartonado, y que progresivamente pierde su interés. Las actuaciones, principalmente la de Barbara Sukowa, una actriz que siempre da gusto ver, son más que correctas, perfectamente delineadas, así como todo el trabajo de escenario, fotografía y montaje es notable, pero esto no salva a la cinta de cierta densidad, y carencia de ritmo, elementos que terminan diluyendo un tanto la historia. Interesante, correcta y no mucho más.
Por un lado, la vida de Stefan Zweig ha sido de una riqueza tal, que abordar su retrato es un enorme desafío y más aún cuando se intenta no solamente tomar su faceta intelectual y de producción literaria, sino también su imagen como referente de un activismo social silencioso en defensa del pueblo judío. Pero por otro, no es uno de los escritores que haya logrado una masiva popularidad en nuestro país que justifique la decisión de estrenar comercialmente “Stefan Zweig: Adiós a Europa” sin contar tampoco con un protagonista de reconocimiento internacional convocante. Es por eso que la película de María Schrader (en su tercer incursión como realizadora pero más conocida por el público local como la inolvidable protagonista de “Soy Linda?” y “Nadie me quiere” de Doris Dörrie y por sus trabajo en “En la oscuridad” de Agnieszka Holland o “Aimée & Jaguar”) se constituye en una “rara avis” dentro de nuestra cartelera. La directora estructura de una forma particular este biopic sobre el escritor más leído en Alemania después de Thomas Mann, dividiéndolo en cuatro actos bien diferenciados más un epílogo, estableciendo de esta manera un diálogo entre el cine, la estructura literaria (por la división en capítulos) y la rigurosa teatralidad de algunos momentos que elige la puesta. El eje de esta biografía estará puesto en los últimos seis años de la vida de Zweig, momento en el que en su paso por América del Sur, encuentra particularmente en Brasil un espacio de expansión cultural y de libertad completamente opuesto a la opresión y persecución nazi vivida en Europa, un lugar donde transitar estos años difíciles, que lo lleva incluso a presentar a Brasil como el país del futuro en una de sus obras literarias. La puesta de Schrader elige tomar varios riesgos: si bien lo hace dentro de una estructura clásica y que guarda cierto formalismo, asombra con ciertas decisiones estéticas que hacen que esta biografía escape, en sus momentos más logrados, a los cánones del género. Un primer punto muy llamativo es la preponderancia que le entrega Schader a la fotografía, como una protagonista más del film. Así permite reflejar una fuerte contradicción entre la luminosidad y los colores vívidos presentados en la mayoría de los capítulos y las sensaciones de encierro y de vida gris en el exilio, de ese aislamiento interior que vive el personaje y del que no puede escapar. Otro apuesta fuerte y notable es que como los capítulos de desarrollan en Bahía, Petrópolis (Brasil), Buenos Aires, Nueva York, la directora plasma en los diálogos una riqueza cultural propia del personaje pero que al mismo tiempo habla del desarraigo, de la pérdida de la identidad propia y trabaja sobre una idea subyacente del migrante permanente. Es así como se entremezclan en el film, diálogos en portugués, en francés, en español, en alemán –por supuesto- y en inglés, dando una idea de multiplicidad cultural y de una búsqueda de veracidad en la puesta, que se contrapone con trabajos de otros directores donde el idioma en que se narra el biopic es el del país de producción -y a veces suena extraño ver que Picasso está en Paris con su musa inspiradora o a Pablo Escobar con su amante periodista en plena selva colombiana (Bardem y Penélope Cruz) hablando en inglés (!)-. Lo que se contrapone a ese riesgo y resiente en cierto modo la propuesta, son los diálogos demasiado explicativos y farragosos y que el foco central casi inamovible sea el de su compromiso político sin abordar demasiado su obra litería (famosísima por la notables biografía que ha escrito sobre personajes como Maria Antonieta, Maria Estuardo, Balzac o Paul Verlaine). Josef Hader hace un excelente trabajo al ponerse en la piel de Zweig pero quizás por marcación de la directora, lo hace en un estilo distante, algo frío y carente de emoción, lo que dificulta tomar contacto con ese sufrimiento del exilio al que se suma la desconexión o fragmentación que hay entre la narración en cuatro actos. El epílogo es, sin dudas, el punto más alto que logra Schrader en su planteo estético: narrado desde un espejo del placard de la habitación, el desenlace de la historia estará reflejado allí con un coro de murmullos en portugués –muchos de los cuales no tienen subtitulado- conformando un secreto a voces, acompañando esa despedida que se irá develando entre rumores e imágenes espejadas. Es una excelente manera de poder dar cierre, junto con la lectura de su carta de despedida, a una vida tan intensa, tan interesante y tan compleja de abordar como la vida de Stefan Zweig.
Interesante y pulcra biopic del escritor alemán Stefan Zweig, que se opuso al nazismo, durante el último tramo de su vida, en Latinoamérica. Adiós a Europa parte, precisamente, de su admirada fascinación, casi idealizada, de lo que veía por estas pampas, escuchando sus breves discursos, sus respuestas en reportajes periodísticos y armando, con sus palabras, un retrato de personaje. Como vehículo para plasmar el pensamiento de Zweig y su mirada del mundo, más que interesante. Aunque las largas secuencias estáticas, de gente hablando de cosas importantes, la convierten en pieza de digestión pesada para quien no se acerque a ella movido por el genuino interés en el intelectual.
"Cada gesto de resistencia carente de riesgo o impacto no es más que afán de protagonismo". Así responde el protagonista de "Stefan Zweig: adiós a Europa", un biopic que recrea la vida del escritor judío a partir de su exilio forzado por el avance del nazismo. El personaje dice la primera línea en una escena que transcurre durante el Congreso Internacional de Escritores que el PEN Club realizó en Buenos Aires en 1936 en la que escritores de todo el mundo manifestaron públicamente su rechazo, no sólo por el nazismo, sino también por Franco y Mussolini. Zweig aparece como un intelectual comprometido con su tiempo, pero reticente a manifestarse públicamente, por lo que es criticado por vivir "en su isla" ante su afirmación sobre el sentido de los "gestos de resistencia". La directora, la también actriz Maria Schrader a quien en los 90 se pudo ver en "¿Soy linda?" y "Nadie me quiere", de Doris Dörrie, hace foco en el desarraigo, la nostalgia por la pérdida de un mundo que Zweig consideraba perdido, su vida de nómade entre Brasil y Estados Unidos, todo hecho con delicadeza y con momentos de humor muy bien logrados. Las ideas claras de Schrader, también autora del guión, y la acertada construcción de un personaje protagónico abrumado por la brutalidad del nazismo, dejan en evidencia que el silencio también puede ser una forma íntima de resistencia y rechazo a una tragedia irracional.
UNA TRISTE DESPEDIDA Stefan Zweig: adiós a Europa arranca y termina con dos planos notables, ambos fijos, y que son los mejores momentos de la película. Si bien son planos que evidencian una arquitectura algo artificial, logran transmitir lo que cada espacio representa: rituales sociales determinados por la presencia de los cuerpos y su significado. En el primero de ellos un grupo de sirvientes prepara la mesa para el encuentro-homenaje al escritor Stefan Zweig, con diálogos que entran y salen del campo sonoro, y que evidencian la trivialidad que bordea lo transcendente, que finalmente ganará el centro del plano. En el segundo de ellos, la tragedia se deja ver apenas reflejada en un espejo, mientras los personajes construyen una suerte de coro mortuorio entrelazado con lo administrativo del procedimiento policial. El prólogo y el epílogo no sólo permiten vislumbrar el choque entre el mundo público y el privado del personaje, si no que logran además avanzar hacia el carácter trágico del protagonista. La directora y guionista Maria Schrader elabora así un par de grandes momentos cinematográficos, donde la información es dosificada de forma sutil y elegante. Como mayor cuestionamiento a Stefan Zweig: adiós a Europa podemos decir que Schrader no logra sostener esa intensidad formal durante el resto de un relato que, si bien elude con inteligencia el biopic más llano, avanza con cierto convencionalismo y demasiado sostenido en lo que los personajes tienen para decir. Zweig (gran actuación de Josef Hader) fue un escritor muy reputado durante la primera parte del Siglo XX, que tuvo que emigrar a Brasil cuando el nazismo comenzó a tener poder en Europa. En su persona, mientras acude a encuentros de intelectuales en Buenos Aires, visita pueblos y ciudades de Brasil, y se reúne con otros exiliados en Nueva York, la película pone el peso de las contradicciones. Si por fuera de lo formal hay algo valorable, es que Schrader nunca construye un personaje sin dimensiones, ni mucho menos un héroe marmóreo: si su visión de lo que el artista y el intelectual deben ser en tiempos convulsos está clara (lo dice en un atractivo intercambio que tiene con la prensa), la película nunca la hace suya. El Zweig del relato es un personaje con dudas, que reniega del lugar que la historia desea darle y que se siente incómodo en espacios donde lo político se explicita y se vocifera. Lo suyo es, por tanto, el gesto, el del europeo que se siente obnubilado ante ese nuevo mundo que le ofrece la selva brasileña, pero también el del ser trágico que avanza hacia su inexorable extinción frente a un mundo que sólo ofrece horror. Como decíamos, la película atraviesa los últimos años de la vida del escritor y se acerca al biopic sólo en el hecho de que relata episodios reales sin intenciones de wikipediarla. Lo interesante es su construcción, que elude los arcos dramáticos convencionales para avanzar con una capitulación que hace centro en los viajes del protagonista. Por eso el epílogo, en caso de no conocerse la Historia, surge como imprevisto (también porque el cambio en la apuesta formal es radical). Pero a no engañarse: en cada movimiento de Zweig aparece el camino inevitable, todo su recorrido es una ligera despedida no de Europa, si no del mundo. Tal vez si Schrader hubiera arriesgado más, como en el prólogo y el epílogo, estaríamos ante un gran film. Así, en todo caso, la película se va apagando un poco como la vida del propio Zweig.
Atrapado entre dos mundos, y en el espacio invisible de la palabra Stefan Zweig (1881-1942) fue uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, y el más leído y traducido en Europa entre la primera la segunda guerra mundial. Su celebridad fue inmensa debido entre otras cosas a la adaptación al cine de sus novelas, filmadas por directores como Fritz Kaufmann: “La casa junto al mar”, en 1924; Konstantint Mardschanov: “Amok” en 1927, y Robert Siodmak: “Ardiente secreto” en 1938. Tan sólo el relato “Carta de una desconocida” mereció ser trasladado a la pantalla por cineastas como Max Ophüls (1948) protagonizada por Louis Jourdan y Joan Fontaine, en China también la filmó Jinglei Xu (2004), en México Tulio Demichelli realizó la adaptación mexicana que llamó: “Feliz año, amor mío” (1955) con Arturo de Córdoba y Marga López. En 1975 se estrenó la ópera "Carta de una desconocida," compuesta por Antonio Spadavecchia, y situada en Rusia, que en 2001 Jacques Deray la adapta para la televisión francesa. Zweig fue, incluso, uno de los primeros escritores beneficiados con el surgimiento de la televisión, y desde 1937 daba conferencias televisadas ante la BBC de Gran Bretaña en las que promovía el movimiento pacifista internacional. Escapando del avance de los nazis, que creía que eran como una plaga que extendería su horror por todo el planeta, emigró en reiteradas oportunidades a varios países visitando en distintas ocasiones América del Sur, pues consideraba el continente como “La tierra prometida”, a la vez que admiraba la Argentina y se instalaba en Brasil, donde encontró la muerte. En “El mundo de ayer” sostiene en su prefacio “He sido homenajeado y marginado, libre y privado de libertad, rico y pobre. Por mi vida han galopado todos los corceles amarillos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración. Todo lo que olvida el hombre de su propia vida, en realidad ya mucho antes había estado condenado al olvido por un instinto interior. Sólo aquello que yo quiero conservar tiene derecho a ser conservado para los demás. Así que hablen recuerdos, elijan ustedes en lugar de mí y den al menos un reflejo de mi vida antes de que me sumerja en la oscuridad”. (…) “¡Olvida! me decía a mí mismo. Huye, refúgiate en la espesura más íntima de tu ser, en tu trabajo, ahí donde sólo eres tú, "yo" anhelante, no un ciudadano, no el objeto de ese juego infernal, ahí, el único lugar donde la poca razón que te queda todavía puede actuar con sensatez en un mundo que ha enloquecido". Todo en sus escritos presagiaba un triste final, ya sea por una muerte elegida o sea por la mano de otros. En tiempos de guerra todo podía suceder y el brazo largo del nazismo podía llegar a cualquier lugar. A su última morada en el cementerio de Petrópolis, en Brasil, lo acompañó una procesión de más de cuatro mil personas, quienes lo despidieron cubriendo su ataúd con un torrente de flores. La directora alemana María Schrader en su filme “Stefan Zweig: adiós a Europa” se ha atrevido a incursionar sobre un personaje de múltiples facetas, que vivió en la frontera entre un mundo estructurado por los siglos y otro caótico por su joven e incipiente libertad. Entre la belleza milenaria de Europa y la exótica de América. María Schrader y su coguionista Jan Schomburg no pretendieron hacer un “biotic” que refleje y exalte la personalidad de Stefan Zweig, sino más bien tomaron distintos momentos de la vida del escritor judío-austríaco en instancias en que Hitler ascendía al poder, y él abrazaba ideales pacíficos. Y a medida que avanzaba el nazismo se afianzaba más en sí mismo manteniendo su total desacuerdo con aquella la realidad. Si bien el mundo se benefició de su presencia, sus escritos y mirada pacifista, su vida personal fue una constante lucha por encontrar su lugar en un mundo cuyo suelo le ofreciera seguridad y no una ciénaga. “Stefan Zweig: adiós a Europa” es un filme que también está relacionado con el tiempo. Se divide en capítulos y tiene lugar a lo largo de seis años, comenzando en 1936. La delineación entre episodios sugiere una colección de monografías, teniendo en cuenta que su talento se encuentra expresado en sus tratados históricos. En estos, Zweig dibuja retratos de las principales figuras de la civilización occidental, pero también encuentra paralelos entre ellos y su actualidad. En la escena de apertura, una velada celebrando la llegada de Zweig a Brasil, tiene lugar en un gran comedor con muebles completamente blancos compensados por el vivo arreglo floral en el centro; la cámara se mantiene durante la panorámica extendida, pero Schrader y el director de fotografía Wolfgang Thaler, mantienen los ojos del espectador en movimiento. Ese contraste de color se repite a lo largo de la película, dando paso a su entorno nuevo y audaz que rodeará a Zweig, en el nuevo mundo. Ese nuevo mundo que se muestra en una escena divertida y a la vez conmovedora cuando él y su esposa van camino a Arrecife para tomar el avión que lo llevará a New York, pero deben hacer una parada para ir a una celebración en su honor realizada por el alcalde de una localidad amazónica. Éste organiza una velada colmada de traspiés y situaciones cómicas. Durante sus comentarios, el alcalde espera que los Zweig regresen pronto a casa, repitiendo un proverbio brasileño: "El que no tiene país no tendrá futuro". El estoicismo reservado de Zweig muestra su primer crack, el autor casi se desmaya ante una banda municipal de música que toca muy mal "El Danubio Azul", ya que ésta melodía en vez de alegrarlo le trae el recuerdo de una Europa a la que no podrá volver y de un pasado inexistente. "Tus trabajos llegaron aquí mucho antes que tú", le dice otro representante brasileño al autor, y es verdad: Zweig amasó una reputación internacional que le proporcionaba ser bien recibido en cualquier país que fuera, cuando ya no le permitían publicar en su patria. Zweig ve en Brasil una respuesta a lo que él considera la pregunta más apremiante que existe: cómo convivir a pesar de nuestras muchas diferencias. Ese espacio conquistado en las exuberantes tierras americanas le da al escritor un mínimo de paz y, sin embargo, no puede evitar preocuparse por lo que sucede en Europa. Aunque evita condenar explícitamente los recientes acontecimientos en Alemania, porque argumenta que al hacerlo desde el otro lado del mundo, donde no está ni actualizado ni directamente afectado por él, sería perverso. La dirección de Schrader es ágil, pero a la vez respetuosa, como si considerara proporcionar los honores para Zweig y amablemente salir del centro de atención. (Tal vez no sorprende ya que es una actriz convertida en cineasta). Pequeños hallazgos ambientales dan el tono intimista que sostiene el filme: una breve escena ubica al espectador junto con Zweig mirando a través de una ventana una calle invernal de New York; no ocurre gran cosa, pero hay una emoción tranquila por el efecto de ver a la gente pasear o correr hacia alguna parte desde el otro lado del cristal. La pasividad del exterior contrasta con la irritabilidad de los personajes en el interior, ya que Zweig mantiene una acalorada discusión con su exesposa, por su reticensia ante el pedido de familiares y amigos para que les facilite la salida de Alemania. Ese efecto a lo Brecht, está presente a lo largo del filme “Stefan Zweig: adiós a Europa”, y le da un carácter de intimidad majestuosa. Schrader observa con agudeza el intelecto de su sujeto, pero habrá que leer entre líneas para obtener una idea de su mundo emocional. Sin embargo, este es un raro ejemplo de una película biográfica que da la sensación de una vida que es vivida por un actor que obliga al espectador a creer que realmente él es Zweig. Josef Hader enfrenta dos desafíos, honrar a un autor singular y señalar su conflicto interno de una manera que no parezca forzada. En esa tarea tiene éxito al mostrar a Zweig como un hombre que se desploma bajo el peso de las circunstancias. Aenne Schwarz y Barbara Sukowa actúan como la segunda y primera esposa del autor, respectivamente, consiguiendo cada una en su estilo, secundarlo con excelentes momentos privados, que les permite destacar su propia personalidad. María Schrader muestra una garantía técnica de gran solvencia. Su negativa a cortar una serie de planos o editar en la cámara le permite a la película una verosimilitud y una hondura psicológica crucial. En ella se muestra el desasosiego y la perplejidad, la desesperanza y un deseo de vivir de Zweig que contrasta con su forma de morir. El espectador no puede evitar seguir a Zweig a través del encuadre mientras otra realidad se desarrolla a su alrededor. Esta es una película sin concesiones con Zweig, pero a la vez garantiza la empatía del espectador con el personaje. Stefan Zweig será recordado por la humanidad como uno de los grandes creadores austriacos que contribuyeron, como muy pocos, a impulsar un espíritu civilizador y europeísta, opuesto a la barbarie y horror de los totalitarismos. Stefan Zweig fue un hombre que vivió, parafraseando a Gastón Bachelard: en una soledad limitada, que hace de cada vida, una comunión con el universo, en una palabra, en el espacio invisible que el hombre puede, sin embargo, habitar, y al que rodean innumerables presencias.
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ATRACCIÓN INEVITABLE _ ¿A qué le recuerdan? _ ¿A los matorrales de Tolstoi? –se aventura Ernst Feder. _ A Semmering –sentencia Stefan Zweig–. Una Semmerimg tropical al otro lado del mundo. Ambos hombres permanecen en silencio unos segundos con la mirada perdida en la naturaleza salvaje y absortos en sus pensamientos hasta que el mismo ambiente y la tristeza constribuyen para conversar sobre la crueldad de la guerra, los lugares que debieron abandonar o aquellos en los que vivieron un tiempo, el destino europeo, las adversidades de quienes se encuentran bajo el régimen nazi y, según Feder, la fortuna de ellos por encontrarse en Petrópolis. El amigo asiente, resignado, y las sutiles gesticulaciones del rostro dan cuenta de ello. Considera a Brasil como el país del futuro ya que había encontrado la respuesta para una convivencia pacífica de clase, religiosa y racial; incluso, le brinda refugio, inspiración literaria y la admiración de los pobladores. No obstante, tenía un pequeño defecto: no podía ofrecerle patria, el lazo primigenio entre hombre, identidad y tradición. Allí no dejaba de ser un exiliado y dicha desterritorialización le resultaba ya insostenible. Es que, por primera vez en Stefan Zweig: Adiós a Europa, el protagonista deja entrever las sensaciones que acarrea por los viajes, el idioma, Austria, sus casas destruidas en los bombardeos, el no pertenecer y la añoranza de algún matiz originario. Por esa misma razón le pregunta al amigo cómo era su vivienda, la calle en dónde se emplazaba o le manifiesta el miedo de que el Viejo Continente no pueda escapar a una destrucción total. Al mismo tiempo, la escena funciona como el desencadenante directo del epílogo –la película se estructura como un libro con prólogo, cuatro capítulos muy específicos y un epílogo– y retoma la tensión del comienzo debido a las cuestionamientos de los colegas, intelectuales y periodistas por la falta de un pronunciamiento respecto al fascismo. Desde la óptica estética puede pensarse que la exhibición de la naturaleza vibrante, colorida, libre, exhuberante ya sea como arreglo floral imponente en la mesa, en los campos de caña de azúcar o en el fondo de la casa de Feder no hacen más que reforzar la coexistencia armónica que tanto admiran el escritor como su segunda esposa Lotte. Sin embargo, la directora María Schrader lo trabaja de una forma tan correcta que le quita los matices y contrastes volviéndolos un tanto esquemáticos, monotónos y quedándose en la superficie. Por ejemplo, en la primera escena usa un tono plano para evidenciar cierta frivolidad en el recibimiento de Zweig con las empleadas que se burlan de las flores diciendo que si las usan parecerán condesas o el hombre que da la bienvenida y pide que se apuren porque las carreras de caballos no aguardarán por ellos. El escritor, de a poco, pierde la confianza en los favores a otros, en los lugares distantes, en la libertad, en la ayuda internacional y en la vida. Como él mismo detalla en la carta que deja a los amigos es tan impaciente que tuvo que irse antes. Ya no podía demorar por más tiempo el reencuentro con su esencia primogenia: la patria lo esperaba. Por Brenda Caletti @117Brenn
Un retrato con el foco en la tristeza A partir de un prólogo y epílogo perfectos, de obsesión formal y artesanal, la película de la directora Maria Schrader indaga en los fantasmas de un escritor obligado al exilio. Los efectos de la guerra se hacen más palpables. Organizada a través de capítulos situados en el continente americano, antes y durante el exilio, Stefan Zweig: Adiós a Europa dedica su retrato al escritor con el foco puesto en el último tramo de su vida. Sin rasgos de biopic ni cosa parecida, el film de la alemana Maria Schrader ofrece una claridad formal que tiene rúbrica en la delineación de las primera y última escenas. Por un lado, ambas dejan admirar la pericia técnica en la organización del encuadre y sus movimientos internos; y por el otro, tales instancias ofician como prólogo y epílogo del drama, encausado de manera precisa, en donde los intertítulos valen de elipsis durante los viajes de Zweig. Las escenas aludidas debieran ser consideradas, antes bien, secuencias. Se trata de planos quietos –aun cuando la primera de ellas ofrezca un leve movimiento de cámara sobre el final-, en donde el espacio se redescubre de manera amplia a través de puertas que se abren y espejos que reflejan. En el primer caso, la acción se sitúa en la recepción del gobierno de Getulio Vargas al escritor, narrado desde la preparación de la mesa, la comida, y los movimientos exactos del personal. Las puertas se abren, ingresa mucha gente, y entre ellos se evidenciará quién es quién, sin acento alguno por parte de la cámara, sino con la atención puesta en la coreografía del grupo y de su ubicación alrededor de la mesa. Las puertas, a su vez, harán surgir otros lugares, otros escenarios que lograrán prolongar el espacio visual. La misma cualidad formal surge en el desenlace, con el suicidio de Zweig y su esposa, Lotte Altmann, como núcleo. Desde ya, conviene descubrir en el film cómo el montaje interno, en este plano siempre quieto, logra simetría, pantalla dividida, acción paralela, fuera de cuadro, con un diseño sonoro que profundiza todavía más el espacio no visto. Una artesanía en sí, que recrea con respeto algo tan íntimo –la muerte- mientras da cuenta de una confección cinematográfica de elaboración obsesiva. No hace falta, justamente, observar cuándo y cómo la pareja toma el veneno. El ardid cinematográfico se sitúa en otra parte. La alemana Maria Schrader ofrece una claridad formal que rubrica en las escenas inicial y final. Se elige hacer hincapié en esta apertura y desenlace porque ambos ofician como los paréntesis que la realizadora elige para la vida de su personaje. La decisión permite, por un lado, retratar a Zweig por fuera de su patria, siempre en suelo americano –Buenos Aires, Brasil, Nueva York-; por el otro, comentar de modo preferencial, insinuado, sin la necesidad de redundar en explicaciones que el espectador sabrá entrever o dado el caso, completar por su cuenta. En esta intención se sitúan, por ejemplo, el decir admirado de Zweig sobre el Brasil de Getúlio Vargas, o los silencios incómodos en los que insiste mientras le increpan sobre la situación de Alemania, al participar del congreso del PEN Club en Buenos Aires. En suma, una miríada de cuestiones que no necesitan explicaciones, sino que son aspectos dedicados a delinear, desde la profundidad que presienten, la personalidad de alguien complejo, perturbado, cada vez más obligado a vivir contra su deseo. Los capítulos sucesivos en la vida de Zweig profundizarán en esta elección dramática, como una hendidura que crece, situada de modo preferencial en el rostro impasible pero siempre gestual del actor Josef Hader, de una caracterización notable, capaz de comunicar un desasosiego al cual sólo el silencio sabrá dar amparo. Este silencio tiene, al menos, dos momentos ejemplares. Uno de ellos ocurre entre Zweig y su ex-esposa, cuando el apartamento de Nueva York se haya poblado de muchas voces, algunas provistas por cartas que piden ayuda desesperada desde el otro lado del océano, entre libros por editar, jazz, y recuerdos de otra vida en la forma de una torta de bienvenida. Los dos están sentados pero divididos por un diseño simétrico del cuadro, sumidos en el frío –es invierno, nieva profuso- aun cuando entre las paredes prevalezca la temperatura cálida. Hay algo en ese pliegue humano que no encuentra respuesta satisfactoria. El otro silencio magistral le encuentra en compañía del periodista -también exiliado- Ernst Feder. Desde el balcón de éste, en Petrópolis, Zweig admira la naturaleza y dice recordarle una Semmering tropical. Aclara que nunca estuvo mejor que en Brasil, pero sin embargo el pesimismo le cae encima. No entiende cómo ningún país se declare opositor a la guerra. En ese momento se dibuja, se siente, la caída próxima. Son apenas unos segundos en donde nada se dice, mientras el verde brasileño suscita una extrañeza que es también letanía de lo que ha quedado atrás. La tristeza, seguramente, sea el lugar desde el cual la realizadora ha elegido pintar este lienzo, dedicado al escritor austríaco. Tristeza que será pudor, cuando se asista a los momentos cruciales de su vida y muerte. Que no necesitará de ninguno de los trucos habituales, banales, desde los cuales ratificar lo que ya se sabe. Vale decir, en ningún plano del film se lo verá a Stefan Zweig escribir. Sino, mejor, embargado en sus caminatas y viajes de horas interminables, asediado por un calor abrasador y sumido en un invierno polar. Afectado por el cariño de quien ha sido su esposa y por quien lo es ahora. La situación, extraordinaria por horrible, sumida en guerra y exilios, le hace partícipe de idiomas y costumbres diferentes, en ese otro mundo al que mira con la esperanza de una luz que en Europa se ha apagado. Una convivencia pacífica, entre todos, como corolario de un film que inevitablemente interpela los tiempos que tocan. Un después que la carta última de Zweig desea, pero a lo cual él decide adelantarse.